FEB 20137comentarios

  • Bombazo en Las PalmasSin que lo esperara nadie

    Se disponían los fieles asiduos a la misa tridentina a que comenzara la misma cuando todos quedaron estupefactos. De la sacristía salió el señor obispo de la diócesis, monseñor Cases, para celebrar el Santo Sacrificio. Cosa que realizó con suma dignidad. Como si la hubiera celebrado toda la vida.
    Había fieles que lloraban de emoción y de alegría. Fue una misa especial. Con su obispo. Con su padre eclesial. Ni los más optimistas lo habían soñado. O si lo soñaron lo tuvieron por un sueño imposible.
    Finalizada la misa el obispo departió con sus fieles que no sabían como expresarle su agradecimiento. Y también el obispo parecía feliz.
    Monseñor Cases, ha hecho hoy muchas obras de misericordia: Consoló al triste, visitó al abandonado que es también una enfermedad, dio de comer al hambriento y de beber al sediento, vistió al desnudo... Dios se lo pagará. Y seguro estoy de que de algún modo ya se sintió usted pagado con tanta alegría, con tanto amor filial como despertó su gesto generoso.
    Hoy verdaderamente ha llegado la primavera, la tan ansiada primavera, para los católicos tradicionalistas de su diócesis. Casi podríamos decir que nadie sabe como ha sido. Porque sólo lo sabía usted. Me han llamado con un entusiasmo, con un agradecimiento que se lo quiero transmitir. Hasta se les quebraba la voz. Vino nuestro obispo a celebrarnos la misa por el modo extraordinario. Nuestro obispo. Porque no me decían el obispo. Hoy, monseñor, estuvo como nunca en sus corazones. Y lo gritaban entusiasmados.
    Qué fácil es a un padre llegar a sus hijos. Y cómo lo agradecen estos. Sé perfectamente que la agenda de los obispos está demasiado recargada. Que les faltan horas del día. Pero siempre es posible disponer de una en alguna ocasión. O de una y media. Me atrevería a pedir a aquellos obispos en cuya diócesis existe el modo extraordinario que alguna vez se acerquen a esos fieles y les celebren el Santo Sacrificio de la Misa. No se iban a arrepentir al constatar la alegría, el cariño y la gratitud de unos hijos que se sienten muy abandonados.
    Los de Gran Canaria ya no tienen esa sensación. Su obispo, "nuestro obispo", ha estado con ellos. Qué Dios se lo pague, Don Francisco.