LA SAGRADA CORREA DE SANTA MÓNICA Y SAN AGUSTÍN


Grupo de Agustinos, ostentando
la Sagrada Correa de Santa Mónica y San Agustín













LOS CORRIGIATOS DE SANTA MÓNICA Y SAN AGUSTÍN

Por Manuel Fernández Espinosa,
Licenciado en Filosofía y
Diplomado en Ciencias Religiosas


PIADOSAS TRADICIONES DE LA IGLESIA CATÓLICA


La Historia de la Iglesia es exuberante, tan rica que siempre deparará sorpresas. La Iglesia es un Misterio Divino que más sobrecoge cuanto más se conoce de Ella. En nuestros tiempos, cuando en gran medida se ha ido perdiendo la tradición, muchas devociones, muchos símbolos eclesiásticos se nos presentan como enigmas casi indescifrables, pues el ambiente laicista (y lo que es peor: la despreocupación de los mismos cristianos) ha ido devastando la cultura religiosa: el Escapulario de Nuestra Señora del Carmen, la Medalla de San Benito, la Corona Angélica de San Miguel Arcángel... Y tantas y tantas otras tradiciones piadosas se han ido perdiendo o a duras penas se conservan, tantas veces sin tener noción de su origen. Entre estas devociones hallamos una que, casi prácticamente extinguida, entendemos que merece la pena que tratemos hoy por su venerable antigüedad: la Correa de San Agustín.

Según la "Aproximación a la Historia de la Iglesia en Jaén" (Obispado de Jaén, 1999), de D. Francisco Juan Martínez Rojas, en la actual provincia de Jaén hubo cuatro conventos agustinos: dos masculinos: el de San Agustín de Jaén capital (fundado en 1585) y el Santa Isabel de Huelma (1573), que el pueblo llamaba "San Agustín"; y dos femeninos: el de La Magdalena de Baeza (1568) y el de La Concepción de Cazorla (1641). La Orden de San Agustín (Ordo Fratum Sancti Augustini) había sido instaurada por el Romano Pontífice Inocencio IV en el año 1244, unificando comunidades dispersas de ermitaños que, desde el remoto siglo IV, vivían según la Regla de San Agustín.

Viviendo a fondo la espiritualidad agustiniana (uno de los santos más gloriosos de la Iglesia), en el curso de las centurias, la Orden de San Agustín dio varones de heroica virtud como San Nicolás de Tolentino, Beato Tomás de Kempis y, en España, Santo Tomás de Villanueva (que, por cierto, tenía parientes en Torredonjimeno). También santas mujeres, dotadas de dones místicos en abundancia, como fueron Santa Rita de Casia o Beata Ana Catalina Emmerick. La Orden de San Agustín también dio grandes hombres en las Letras, como Fray Luis de León; y en Jamilena tuvimos a un agustino de Huelma (nos referimos al Siervo de Dios Padre Rejas) que, tras la exclaustración de los frailes, perpetrada por el odio visceral de los liberales decimonónicos contra la Iglesia, vino a encontrar en Jamilena el apacible refugio desde el que se desplazaba para predicar a las feligresías de otras localidades próximas, como Andújar o nuestro Torredonjimeno: donde el P. Rejas se hospedaba en la calle Techada, en el domicilio de los Begara, teniendo muchos seguidores en nuestro vecindario.

Santa Mónica, pintada por Pietro de Benedetto: se aprecia muy de cerca la Sagrada Correa


SANTA MÓNICA Y SAN AGUSTÍN

Aurelius Augustinus Hipponensis, más conocido como San Agustín de Hipona, es uno de los Padres de la Iglesia Católica, Doctor y Santo. Nació el año 354 d. C. en Tagaste, una de las comunidades cristianas que florecían en el norte de África (actual Argelia), antes de ser arrasadas por el avance del Islam, y murió el 28 de agosto del año 430 en Hipona. San Agustín no solo es un Santo Padre de la Iglesia, sino que es uno de los filósofos más brillantes de la Antigüedad, extendiendo su influencia a nuestros días y siendo un prolífico autor que produjo una enjundiosa obra literaria, de entre cuyos títulos podríamos resaltar como obras monumentales "Las Confesiones" o "La Ciudad de Dios". Pese a los siglos transcurridos, la vida de San Agustín ofrece a nuestros contemporáneos una buena ocasión para darse cuenta de que la angustia vital tiene solución. San Agustín vivió con un sincero afán constante por alcanzar la verdad. Y en esa búsqueda de la verdad se extravió no pocas veces, pero el premio a su búsqueda vino al final de su vida, cuando tras equivocarse mucho, encontró en Cristo la paz que tanto ansiaba su corazón, pudiendo escribir: "Nos has hecho, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti".

San Agustín era hijo del matrimonio formado por un pagano llamado Patricio y una cristiana, la que será conocida como Santa Mónica. Se educó en el cristianismo, pero cuando creció, dotado de muchas capacidades intelectuales, encontró el cristianismo de su niñez como algo que no le satisfacía y, despreciando la religión en que lo había educado su madre Mónica, se dedicó al estudio de la filosofía pagana, cayendo en las redes de la secta maniquea. Su madre Mónica sufrió durante muchos años el desprecio con el que su hijo se refería a la religión cristiana, pero Mónica era una mujer con mucha fe que insistía, sin perder la esperanza, rogando a Dios que su hijo retornara a la religión cristiana.

Según la piadosa tradición, Santa Mónica suplicaba y suplicaba a Dios que su hijo abandonara los errores maniqueos y volviera a la fe cristiana. Y en cierta ocasión, la Santísima Virgen María se le apareció a Santa Mónica, la cual (habiéndose quedado recientemente viuda) lloraba amargamente por la mala vida de su hijo Agustín. La Virgen María consoló a la afligida madre de Agustín y le recomendó que se revistiera con un hábito negro y se ciñera un cinturón del mismo color, prometiéndole la Virgen Santísima que los que así vistieran y se ciñeran el cinturón (la Correa Negra) serían especialmente protegidos por la Virgen. Y así lo hizo Santa Mónica. Más tarde, San Ambrosio de Milán (amigo de Mónica y de Agustín) y muchos otros adoptarían este hábito y, a día de hoy, los monjes y monjas agustinos visten de tal guisa y se ciñen la venerable Correa de San Agustín y Santa Mónica.

CINTURONES MÁGICOS Y PROTECTORES DE OTRAS CULTURAS

La Correa (el Cinturón) ha sido desde tiempos ancestrales un objeto de la protección del cuerpo, correspondiente -en un orden simbólico- al símbolo visible de las virtudes morales (entre las que cabe mencionar especialmente la "castidad", como también la mortificación). La antiquísima religión de los zoroastrianos (2.000-1.000 años antes de Cristo) cuenta entre sus objetos sagrados con el llamado "kusti" (un cinturón formado de 72 hilos que corresponden a los 72 capítulos de su libro sagrado litúrgico: el Yasna del Avesta). Y en el judaísmo también encontramos "cinturones sagrados", como los que Job lega como herencia a sus hijas Hemera, Casia y Cuerno de Amaltea, según nos cuenta el apócrifo veterotestamentario titulado "El testamento de Job", de autor anónimo y fechado en el siglo I a. C. Este Job se supone que es el mismo Santo Job del "Libro de Job" que tenemos en el Antiguo Testamento; en esta narración antiquísima, cuando Job distribuye su herencia entre sus hijas, concede a sus tres hijas tres cinturones celestiales que, según Job: "No solamente podréis vivir de ellos, sino que os conducirán a un mundo mucho mejor, para vivir en los cielos" y, con esta halagüeña promesa, Job resalta que estos cinturones preservarán a quienes los lleven de las enfermedades y de la angustia. Las hijas de Job se ciñeron estos cinturones y rompieron a hablar en la lengua de los Ángeles -según nos relata el texto arriba citado (traducción de A. Piñero, "Apócrifos del Antiguo Testamento", tomo V, Madrid, Ed. Cristiandad, 1983)..

LA ORDEN DE SAN AGUSTÍN Y LAS COFRADÍAS DE LA SAGRADA CORREA

Al igual que otras órdenes mendicantes, como los franciscanos y los dominicos, los agustinos contaron con una sección seglar, o lo que es lo mismo: una Orden Tercera. Los cristianos fieles laicos, vinculados con la Orden de San Agustín, componían desde 1439 la llamada Archicofradía de la Correa (por otro nombre conocida como "Societas seu confraternitas sancti Augustini": Sociedad o Confraternidad de San Agustín). Hombres y mujeres, sin profesar en la orden como monjes o monjas, podían beneficiarse de la espiritualidad agustiniana. Desde el año 1399 hubo "mantelatos" y "mantelatas" (hombres y mujeres que, sin ser monjes, vestían el hábito negro de San Agustín) y también hubo "corrigiatos" (también conocidos como los "Cinturados"; llamados así por no llevar el hábito, pero sí ceñirse el sagrado cinturón revelado por la Virgen a Santa Mónica). Estos distintivos no componían un vestuario que llevara su usuario sin ser éste probado y aceptado. Los "corrigiatos" llevaban la Correa de San Agustín, en piel negra y abrochada con hebilla ósea, pero se comprometían a rezar a diario trece Padrenuestros, trece Avemarías y una Salve y ayunaban la víspera de la Fiesta de Nuestro Padre San Agustín.

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