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Tema: Semblanza de San Agustín

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    Semblanza de San Agustín

    La mayoría de los hombres están mutilados, son fracciones de hombre, como dice Papini, y en el mejor de los casos, como sostenía Kierkegaard, son necesarios dos para hacer uno. Pues un hombre completo aparece muy de tarde en tarde, con menos frecuencia todavía que el poeta o el pensador. Por esto admiramos nosotros a Agustín, el santo, en cuyo corazón no hubo ningún hueco y en cuyo espíritu no quedó al cabo de los años ningún vacío.

    Fue San Agustín un hombre completo, pero no solamente en el sentido que pudieron serlo los hombres universales del Renacimiento, sino en una acepción mucho más profunda.
    San Agustín tiene otra calidad que la de Leonardo. Uno y otro fueron hombres de talento múltiple, cuya inteligencia ha quedado impresa en todo lo que les interesó, que fue mucho.
    San Agustín, sin embargo, aventaja a Leonardo en contrastes y oposiciones; su interior está hecho de elementos contrarios, de antítesis que chocan y se funden entre sí en un juego de luces y sombras. Leonardo es muy diferente; sus inmensas dotes descansan sobre la relación que en su espíritu pudo haber entre realidades aparentemente tan alejadas como la pintura y la ingeniería por una parte, y la música y la arquitectura, por otra.
    En San Agustín no importa el hecho de que fuera poeta, psicólogo, escritor, filósofo, teólogo y místico,sino en su capacidad para resolver en armoniosa síntesis lo que en la mayoría de los hombres provoca errores y conflictos.


    San Agustín es pesimista, y considera que la felicidad es algo asequible y necesario. Es racionalista, y sostiene que también la fe es fuente de conocimiento; frente a Orígenes, para quien todos serían salvos, mantiene la doctrina de la predestinación, y ante Pelagio, para quien la salvación dependía de nuestra voluntad, predica san Agustín el misterio de la Gracia.
    San Agustín armonizó las contradicciones de su época en una doctrina cuyo secreto originó la victoria sobre los extremismos que un día reinaron en aquel joven sensual, en cuyos obscuros ojos jamás se apagó la luz de una noble, altísima curiosidad.

    El camino, de su curiosidad fue tan largo y difícil, tan lleno de desvíos y rodeos, como aquel otro camino que le llevó a la santidad. Aquél arrancó de la aversión a los libros y terminó en la sabiduría, ...y éste, por su parte, partió de la pura maldad y desembocó en la última perfección religiosa.
    Esa larga caminata, durante la cual San Agustín fue llenando los huecos de su espíritu y tapando los vacíos de su corazón, es una de las aventuras humanas más apasionantes que jamás se han vivido.

    Cada paso costó un esfuerzo y exigió una renuncia. Nadie como San Agustín ha luchado más para alcanzar ese doble estado de gracia en el que convergen santidad y sabiduría.

    Comenzó odiando los libros. Luego fue un estudiante aventajado. Pasó luego a cultivar la palabra, en cuyo manejo fue considerado un maestro. Pero al cabo de algún tiempo se percató de que la palabra no es un fin, sino un medio, y de que un pensamiento mediocre vale más que cien discursos vacíos. Y abandonó a los retóricos, los enemigos del espíritu, que diez siglos antes que él habían condenado a Sócrates y que mucho después de su muerte aun continúan oponiendo la palabrería a la realidad.
    San Agustín, pues, se hizo filósofo: fue lo que más tarde hemos dado en llamar racionalista, escéptico y epicúreo. Ninguna teoría le procuró el acomodo espiritual que buscaba, y su espíritu, cada vez espoleado por nuevas exigencias, no descansó en ninguna de ellas.
    Y un día, en Milán, estando en compañía de unos amigos en un huertecillo, encontró lo que buscaba: la Luz descendió sobre él y San Agustín halló su verdad en unas palabras de San Pablo, a quien Dios, en vez de obrar como con San Agustín, había puesto a su servicio de una manera súbita, deslumbrándole con su presencia en las cercanías de Damasco.

    De la estupidez a la sabiduría medió para Agustín la misma distancia que desde la maldad a la santidad. La obscura maldad de la niñez — «Inocente es la debilidad de los miembros infantiles, no así el alma del infante», escribe — culminó en seguida en la maldad consciente, perfecta e inútil.
    San Agustín, en un momento dado, roba por el placer mismo de robar. No se aprovecha del hurto. Es como Lafcadio, el personaje de Gide, en torno al cual se ha montado la teoría del acto gratuito; del mal porque sí.
    Esa acción de San Agustín refleja un ánimo mucho más obscuro que el que se entrevé en algunos hechos de su vida de joven, particularmente los que se refieren a su sensualidad de africano, en cuya superación, tan costosa para él, suelen centrar su interés los comentaristas.

    Sintió los picotazos de la voluptuosidad con el mismo rigor que los han conocido otros grandes escritores, como Dante y Tolstoi, y otros santos, como San Antonio y San Francisco; pero su victoria sobre la lujuria fue en él algo más importante que el triunfo sobre la palabra, el error, la vanidad y, sobre todo, sobre el mal gratuito.
    Todas esas victorias, sin embargo, no pesan más que su constante, ininterrumpido afán de saber, gracias al cual logró Agustín ser lo que Diógenes estuvo buscando en vano: un hombre.
    Última edición por ALACRAN; 16/02/2009 a las 12:46
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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