Los hermanos mayores


Llegué aquí por una mención de una persona a algo de lo escrito. Entré como quien visita una casa en la que ha vivido mucho tiempo y en la que se acumulan pilas de nostalgias. Escribo este post como quien se sienta en el viejo sillón del estar a fumar un cigarro y a saborear recuerdos. Nada más. Y nada menos.


Hace unos años el ya lejanísimo Juan Pablo II llamó a los judíos nuestros “hermanos mayores en la Fe”, despertando mucho revuelo en almas diversas. Dejando sentado lo obvio -y es que la Fe de Abraham es la Fe en Cristo- creo que poco se ha advertido, en un discurso tan cuidado, que lo dijo con un prudente “y en cierto modo se podría decir”. En cualquier caso es bastante más prudente que San Pablo que dice que ellos son la rama y nosotros el injerto.

La cuestión es que tampoco se ha reparado mucho en que así como los judíos más ecuménicos recibieron la frase como un elogio los más ortodoxos la recibieron como un dardo envenenado. Y es que no hay que ser un gran especialista para saber que en la Fe de Abraham el hermano mayor tiene las de perder… La lectura natural y obvia es que Jacob (Israel) es el hermano menor de Esaú quien representa para el judaísmo (que se identifica con Israel) su máximo enemigo (y les duele, en definitiva, porque es la imagen más potente de la Biblia que muestra la relación judío-católico). Pero también son mayores Ismael y los 10 que entregan a José… Ser el Hermano Mayor en la Fe de Abraham es ser el “dejado de lado” por lo menos. Y este telón de fondo incluso nos acerca a “otra” lectura de la parábola del Hijo Pródigo donde no en vano Cristo elige como protagonista al menor. Pero eso es para otro día, el punto aquí es el hermano mayor.


Y es que de la figura del hermano mayor se extraen una serie de connotaciones que explican la importancia del judaísmo (como judaísmo, es decir, no convertido y esperando todavía al Mesías) para el católico y que quizás tengan algo que ver con el secreto y misterioso designio divino de mantenerlos en ese mismo estado hasta el fin de los tiempos. Por un lado nos ayuda a entenderlo un poquito y por otro nos sirve pedagógicamente en nuestra vida de Fe. Hoy en este post voy a tratarlo con una mirada netamente humana, casi sociológica a partir de algo que podríamos llamar el complejo del hermano mayor y el complejo del hermano menor. Y a esta altura del partido conviene aclarar que soy el sexto de siete hermanos.

El hermano mayor es siempre distinto al hermano menor. Esto puede observarse incluso en familias de sólo dos hijos pero luce en su esplendor en las familias numerosas. La explicación más rápida suele ser que los padres aprenden a ser padres con el hermano mayor o que los padres “experimentan” con el hermano mayor mientras que los menores ya los agarran “blandos”. Eso puede ser así pero hay mucho más.


El hijo mayor tiene un rol fundacional en la familia, participa –principalmente de un modo pasivo pero de gran importancia- de su creación. Sobre él los padres “descargan” la configuración familiar, las columnas que sostendrán a los demás, las normas que regirán la vida social. El primer hijo es el que recibe todo lo que los padres consideran que debe tener “su” hijo, es el que continuará la nueva rama de la familia con aquellas tradiciones ancestrales y estas innovaciones originales. Es difícil explicitar el contenido completo de esta idea en la que las espaldas del hijo mayor se constituyen en el lugar de apoyo de toda la construcción institucional de la familia pero ello emerge claramente si se piensa que recién con la aparición de un hijo el “contrato bilateral matrimonial” se constituye en una institución social (donde social se refiere a la vida interna pues es obvio que aún el matrimonio sin hijos es una institución social o incluso una familia). El hijo mayor “es” todos los hijos, “es” la idea de hijo (nazcan luego diez más o ninguno).

El hijo menor tiene, en cambio, un rol de “usuario” de la familia con las comodidades y los límites establecidos. El hermano menor entra en un juego ya cocinado y establecido donde aún los límites son, en cierto sentido, una comodidad más. Los límites en realidad nunca “limitaron” al hermano menor sino que se configuraron sobre el albedrío del mayor. Son reglas que están, que se pueden violar o no pero poco tienen que ver con él. El menor “tiene” una familia como todos los demás mientras que el mayor “es” una familia con sus padres. Y desde allí llueven las diferencias de enfoque en la vida: el mayor vive en constante referencia con sus padres (positiva o negativa) mientras que el menor vive en referencia a los otros; el mayor “construyó” lo que el menor “usa”; el mayor ahorró lo que el menor gasta (es común que los menores vivan los frutos del progreso familiar económico mientras que los mayores vivieron las “hambrunas” fundacionales); el mayor ahorra, el menor dilapida; etc.


La cuestión es incluso más profunda cuando hacemos foco en la “Ley”. La norma es escrita “por” “para” y “en” el mayor. La ley es escrita sobre las espaldas del mayor. Aquellas rebeldías y pequeñas victorias que lograron huecos o excepciones a la ley del mayor se convierten en norma para el menor que ya recibe una ley usada y ablandada. Las excepciones obtenidas con luchas y negociaciones por el mayor son vistas como simples detalles de las reglas de juego por el hermano menor. Por eso el mayor vive (de nuevo, positiva o negativamente) pendiente o en relación con la norma, mientras que el menor le da una importancia completamente secundaria.

Esta es un poco la historia del judaísmo hasta la llegada de Cristo. Ellos fueron los “portadores” de la religión, la Ley se escribió en su carne, su rebeldía fue castigada, su amor fue puesto a prueba una y otra vez, ellos sufrieron cualquier clase de sufrimientos por sostener y mantener viva la Alianza, fueron maltratados, humillados, esclavizados. Y en todo, con sus múltiples rebeldías y bajezas, lograron mantener viva la llama. Hicieron carne la Ley y la conservaron aún en las condiciones más extremas. Y así podemos seguir con descripciones infinitas sobre quienes, en definitiva, tuvieron un rol “fundacional” de la religión.


Y resulta que después de siglos de remarla portando a sol y sombra la Alianza sobre sus hombros… con la llegada del Mesías se le sientan a la mesa todos aquellos que antes fueron “enemigos” de la Alianza, todos los que se le burlaron, los que los ignoraron, los que los esclavizaron…. No sólo se sientan con el mismo rango sino que vienen, como el hermano menor, con aire descontracturado. Llegan con la Gracia -con el final de la película y el diario del lunes bajo el brazo- y le tiran por la borda la Ley, la expiación, los Mitzvá. La religión ya no se construye, se descubre. Ama y haz lo que quieras o la Fe sola basta gritan por los pasillos al verlos en ritos de Tefilín. Es más, por si fuera poco les espetan: Aunque ya es tiempo de que sean maestros, ustedes necesitan que se les enseñen nuevamente los rudimentos de la Palabra de Dios: han vuelto a tener necesidad de leche, en lugar de comida sólida. Y todo eso mientras se embuchan un triple de jamón y queso explicándole, con la boca llena, que el Maestro les enseñó que problema no está en lo que se meten sino en lo que sale de la boca…


Mirar al hermano mayor –incluso con el final de la película realizado y conocido- no deja de ser una buena escuela de valoración y juicio de nuestros despilfarro de hermanos menores. Y quizás algo de ello contenga el misterioso designio divino para ellos.


Natalio


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