21 de Agosto, fiesta de San Pío X.
«Los verdaderos amigos del pueblo no son ni revolucionarios ni innovadores, sinotradicionalistas».
Comunidad de Pueblos HispánicosPapa San Pío X.
San Pío X, hoy.
San Pío X, hoy
Por César Félix Sánchez Martínez [1]
Ante el práctico silencio de la Santa Sede y de gran parte de la jerarquía eclesiástica, ayer se cumplieron cien años del óbito de San Pío X (1835-1914). No sorprende, pues desde hace cierto tiempo en materias eclesiásticas y vaticanas ya nada sorprende, pero sí entristece a los fieles constatar esta indiferencia, que parece más bien ocultar una hostilidad sorda, que no osa siquiera dar razones porque no las tiene, y que ante figuras e instituciones católicas que no se encuentran protegidas por el dulce abrazo de la Gloria, como es el caso del Santo Pontífice, se manifiesta con toda libertad, arbitraria e inmisericorde. Entristece sobremanera, porque de un tiempo a esta parte, los Jerarcas, incluso hasta en lo más alto, se esfuerzan ridículamente por servir de comparsas al mundo, compitiendo con las efemérides de Wikipedia, los noticieros de farándula y los boletines deportivos, en conmemorar eventos como el día de la tierra, el mundial o a John Lennon. Aquellos que no escatiman recursos ni gestos para mitificar a determinadas figuras ambiguas e instaurar –en actos sin precedente en la historia de la Iglesia- grotescos cultos a la personalidad, ahora callan.
Sin embargo, nos queda como consuelo el meditar en la enseñanza de la vieja fábula de Tomás de Iriarte:
Guarde para su regalo
esta sentencia el autor:
si el sabio no aprueba, ¡malo!
si el necio aplaude, ¡peor!
Porque como de sobra lo demuestra la experiencia, hay elogios que en verdad insultan.
Otros sí recordarán a San Pío X. Otros, que hasta hace poco tiempo eran legión, pero que ahora, constreñidos por las contradicciones, se encuentran reducidos y desmoralizados, convertidos en angustiados truchimanes de una especie de fuerza de la naturaleza, teniendo que reinterpretar, violentando su mente y su conciencia, patentes errores o grotescas estulticias para convertirlas en tautologías o en galimatías, que son más pasables. Harán un elogio de San Pío X, pero como tantas otras cosas, ese elogio saldrá de sus bocas convertido en una forma vacía, un eslogan neutro y sin contenido, que podría ser aplicado a cualquier figura de la historia sagrada o incluso profana. Y a ese «estilo» de pensar y de escribir, muchos le llaman ahora «sana doctrina». ¡Ay del tiempo en que la ambigüedad máxima o el vacío sofista son anhelados y atesorados!
Los santos, a diferencia del individuo cósmico histórico de Hegel, no son instrumentos del «progreso de la historia» o meros filántropos buenaonda o, como parece ser ahora con tantos neocanonizados, mitos fabricados por el marketing para la manipulación de masas; los santos son los Predestinados de Dios, cuya virtud heroica, especialmente en el cumplimiento extraordinario del deber de estado, ilumina a los fieles.
¿De qué sirve llenarse la boca con homenajes sino se imita al homenajeado? ¿Y cómo podemos imitar a San Pío X? En primer lugar, con una fidelidad inquebrantable a Cristo y a los frutos de la Redención, eso es la Iglesia, la liturgia y la Cristiandad, no entendidas solo como «realidades pastorales» ni como gnosis antropocéntricas, sino como, en palabras de Bossuet «Cristo multiplicado y repartido», en distintos sentidos análogos. Pastoralmente, nos enseña aquello que los críticos contemporáneos -críticos que incluso contemplaron su grandeza- llamaban el «idealismo» en las relaciones con los Estados; sana y santa intransigencia ante las traiciones, contemporizaciones y raillements. Intransigencia que sería fructífera: Los Estados Católicos, reconstruidos después de dos siglos de vorágine revolucionaria, en Austria, en España y en Portugal, los cristeros y los carlistas, el renacimiento intelectual católico fueron parte de sus frutos. Luego, los enemigos internos de la Iglesia derrumbaron los frutos materiales de esa acción, pero su legado espiritual se vivifica, a pesar del pontificado actual, que en tantos y tantos aspectos parece su antónimo absoluto.
El mismo Santo Pontífice lo manifestó, de forma profética, en la carta encíclica Communium rerum sobre San Anselmo, del 21 de abril de 1909: «Están pues muy equivocados los que creen y esperan para la Iglesia un estado permanente de plena tranquilidad, de prosperidad universal, y un reconocimiento práctico y unánime de su poder, sin contradicción alguna; pero es peor y más grave el error de aquellos que se engañan pensando que lograrán esta paz efímera disimulando los derechos y los intereses de la Iglesia, sacrificándolos a los intereses privados, disminuyéndolos injustamente, complaciendo al mundo ‘en donde domina enteramente el demonio’, con el pretexto de simpatizar con los fautores de la novedad y atraerlos a la Iglesia, como si fuera posible la armonía entre la luz y las tinieblas, entre Cristo y el Demonio. Son éstos, sueños de enfermos, alucinaciones que siempre han ocurrido y ocurrirán mientras haya soldados cobardes, que arrojen las armas a la sola presencia del enemigo, o traidores, que pretendan a toda costa hacer las paces con los contrarios, a saber, con el enemigo irreconciliable de Dios y de los hombres».
Palabras que resuenan, como una voz que clama en el desierto, en un desierto en el que nos hemos acostumbrado a la traición, a la heterodoxia y a la chabacanería, cohonestadas con la excusa cada vez más triste y ridícula de «enfoques pastorales» por algunos.
Supo, por sobre todo, cumplir con su deber de Vicario de Cristo a través de las «seguridades doctrinales» que brindó a manos llenas. «Seguridades» ahora inexplicable y escandalosamente combatidas por quienes deberían, por amor a Cristo, darlas, especialmente en tiempos de tan grave confusión. En un artículo publicado en The Tablet el 29 de agosto de 1914, Monseñor R.H. Benson escribía: «Y ahora no hay prácticamente cristiano –en el sentido histórico de la palabra, es decir, que crea que la misión de Cristo yace en la revelación que promulgó y no meramente en el impulso que su venida otorgó a la aspiración espiritual del hombre- sin importar cuán lejos estén sus simpatías de la interpretación católica de los contenidos de la revelación, que no reconozca que Pío se mantuvo firme donde otros líderes religiosos flaquearon o contemporizaron, y que Roma, bajo su liderazgo, se puso del lado de la pura y simple verdad evangélica, de la autoridad de las Sagradas Escrituras y de la divinidad de Cristo».
¡De qué sirve admirar sino se imita! Y qué es imitar, en este caso, sino militar, militar por instaurare omnia in Christo, sin ningún temor e inflamados por la caridad de Dios, porque tenemos un tan grande valedor en el Cielo.
[1] Profesor de filosofía
STAT VERITAS
21 de Agosto, fiesta de San Pío X.
«Los verdaderos amigos del pueblo no son ni revolucionarios ni innovadores, sinotradicionalistas».
Comunidad de Pueblos HispánicosPapa San Pío X.
Roma, 20 agosto 2014, San Bernardo, abad y doctor. Al cumplirse este miércoles el centenario de la muerte del Papa San Pío X (1914) , la página Facebook dedicada al Rey Don Jaime I y III publica una foto del Papa Sarto en su lecho de muerte y este recuerdo:
Tal día como hoy, 20 de agosto de 1914, moría en Roma el Papa San Pío X. Al conocer la noticia, el Rey Don Jaime III, desde el Castillo de Wartegg donde residía entonces con sus primos Borbón Parma, escribía así a su Jefe Delegado el Marqués de Cerralbo:
Pío X ha muerto. Perdemos un apoyo y un amigo incomparable, pero tendremos un santo más en el cielo que ruegue por nosotros.
Y es que, en frase famosa del Papa San Pío X, "Los verdaderos amigos del pueblo no son ni revolucionarios ni innovadores, sino tradicionalistas".
Agencia FARO
100 años de Pío X, "elogio" de la Santa Sede
Enviado por Moderador el Vie, 08/29/2014 - 11:28.
Notable agravio salido del propio diario oficioso del Vaticano
Prof. Roberto de Mattei
In Memoriam: El verdadero Rostro de San Pío X
Cien años después de su muerte, la figura de San Pío X se yergue doliente y majestuosa en el firmamento de la Iglesia. La tristeza que vela el aspecto del Papa Sarto en sus últimas fotografías, no solo deja entrever las catastróficas consecuencias de la Guerra Mundial, iniciada tres semanas antes de su muerte. Lo que su alma parece presagiar es una tragedia de porte ahora mayor que las guerras y revoluciones del siglo XX: la apostasía de las naciones y de los mismos hombres de la Iglesia en el siglo que lo seguiría.
El principal enemigo que San Pío X debía enfrentar tenía un nombre que el mismo Pontífice le había asignado: modernismo. La lucha implacable contra el modernismo caracterizó indeleblemente su pontificado y consituye un elemento de fondo de su santidad: “La lucidez y la firmeza con que Pío X condujo a la victoria la lucha contra los errores del modernismo –afirmó Pío XII en el discurso de la canonización del Papa Sarto- da testimonio de hasta qué grado heroico la virtud de la fe ardía en el corazón del santo (…)”.
Al modernismo, que se proponía “una apostasía universal de la fe y de la disciplina de la Iglesia”, San Pío X oponía una auténtica reforma que tenía su punto central en la custodia y la transmisión de la verdad católica. La encíclica Pascendi, (1907), con la que fulminó los errores del modernismo, es el documento teológico y filosófico más importante producido por la Iglesia católica en el siglo XX. Pero San Pio X no se limitó a combatir el mal en las ideas, como si estuviese desencarnado de la historia. El quería golpear a los portadores históricos de los errores, dictando censuras eclesiásticas, vigilando los seminarios y las universidades pontificias, imponiendo a todos los sacerdotes el juramento antimodernista.
Esta coherencia entre la doctrina y la praxis pontificia suscitó violentos ataques de parte de los ambientes cripto-modernistas. Cuando Pío XII promovió la beatificación (1951) y la canonización (1954), el papa Sarto fue definido por los opositores como extraño al fermento renovador de su tiempo, culpable de haber reprimido el modernismo con métodos brutales y policíacos. Pio XII asignó a Mons. Fernando Antonelli, futuro cardenal, la redacción de una Disquisitio histórica dedicada a desmontar las acusaciones levantadas contra su predecesor sobre la base de testimonios y documentos. Pero hoy estas acusaciones afloran nuevamente incluso en la “celebración” que el Osservatore Romano ha dedicado a San Pío X, por la pluma de Carlos Fantappié, el propio 20 de agosto, aniversario de su muerte.
El profesor Fantappié, reseñando en el cotidiano de la Santa Sede el volumen de Gianpaolo Romanato, Pío X. En los orígenes del catolicismo contemporáneo (Lindau, Turín 2014), en su preocupación por tomar diistancia de la “instrumentalización de los lefebvristas”, como escribe de manera poco feliz, utilizando un término vacío de todo significado teológico, llega a identificarse con la posición de los modernos historicistas. Y atribuye de hecho a Pío X “un modo autocrático de concebir el gobierno de la Iglesia”, acompañado de “una actitud tendencialmente defensiva en la confrontación con el Establishment y suspicaz en la supervisión de sus colaboradores, de cuya fidelidad y obediencia a menudo dudaba”. Esto “permite comprender como fue posible que el Papa hubiese incurrido en prácticas particularmente simulatorias o ejercido la sospecha y la dureza contra algunos cardenales, obispos y clérigos”. Avalado por las indagaciones recientes sobre documentación vaticana, Romanato elimina definitivamente las hipótesis apologéticas que intentaban atribuir la responsabilidad de las medidas policiales sobre colaboradores estrechos y asignarlas en forma directa al Papa”. Se trata de la misma crítica, propuesta nuevamente hace algunos años, en un artículo dedicado a Pío X, flagelo de los modernistas, de Alberto Melloni, según el cual “la documentación nos permite acreditar el año en que Pío X ha sido parte activa y consciente de la violencia institucional implementada por los anti-modernistas”. (Corriere della Sera, 23 de agosto de 2006).
El problema de fondo no sería “el del método con que fue reprimido el modernismo, sino el de la oportunidad y validez de la condena”. La visión de San Pío X era “superada” por la historia, porque el no comprendía la evolución de la teología y de la eclesiología del siglo XX. Su firgura en el fondo ha tenido un rol dialéctico de antítesis respecto de la tesis de la “modernidad teológica”. Por lo cual, Fantappié concluye que el rol de Pío X sería el de “trasbordar el catolicismo de las estructuras y de la mentalidad de la Restauración a la modernidad institucional, jurídica y pastoral”.
Para tratar de huir de esta confusión podríamos recorrer otro volumen, el de Cristina Siccardi, recién publicado por ediciones San Pablo bajo el título de San Pío X. Vida del Papa que ha ordenado y reformado la Iglesia, con un precioso prefacio de Su Eminencia el Card. Raymond Burke, prefecto del Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica.
El cardenal recuerda cómo, al final de su primera carta encíclica, E supremi apostolatus, del 4 de octrubre de 1903, San Pío X anunciaba el programa de su pontificado, que afrontaba una situación de gran confusión y errores sobre la Fe en el mundo; y en la Iglesia, de pérdida de la Fe por parte de muchos. A esta apostasía el contraponía las palabras de San Pablo: “Instaurare onmia in Christo –escribe el cardenal Burke- verdaderamente es el lema del pontificado de San Pío X: todos tendían a volver a cristianizar la sociedad atacada por el relativismo liberal, que pisoteó los derechos de Dios en el nombre de la "ciencia" libre de cualquier tipo de vínculo con el Creador". (p. 9)
Es en esta perspectiva que se sitúa la obra reformadora de San Pío X, que es ante todo una obra catequética, porque él comprende que a los errores que avanzaban había que contraponer un conocimiento cada vez más profundo de la Fe, difundida entre los más sencillos, comenzando por los niños. Hacia fines de 1912, su deseo se realizó con la publicación del Catecismo que de él toma nombre, destinado originalmente a la Diócesis de Roma, mas luego difundido a todas la diócesis de Italia y del mundo.
La gigantesca obra reformadora y restauradora de San Pío X se realiza en medio de la incompresión de los mismos ambientes eclesiásticos. “San Pío X –escribe Cristina Siccardi- no buscó el consenso de la Curia Romana, de los sacerdotes, de los obispos, de los cardenales, de los fieles ni sobre todo, el consenso del mundo, sino siempre y solamente el consenso de Dios, aun con daño de su propia imagen pública y, obrando de este modo, sin duda, se hizo múltiples enemigos durante su vida y luego de su muerte”. (p. 25).
Hoy podemos decir que los peores enemigos de San Pío X no son quienes lo atacan frontalmente, sino los que buscan tergiversar el significado de su obra, haciéndolo un precurson de las reformas conciliares y posconciliares. En el diario “La Tribuna di Treviso”, se informa que en ocasión del centenario de la muerte de San Pío X, la diócesis de Treviso ha “abierto las puertas a los divorciados y parejas de hecho”, invitándolos, en cinco iglesias, entre las cuales figura la de Riese, región natal del Papa Giuseppe Sarto, a fin de orar por el buen éxito del Sínodo de octubre sobre la familia, del cual el cardenal Kasper ha marcado los lineamientos, en su relaciòn al Consistorio del 20 de febrero. Hacer de San Pío X un precursor del cardenal Kasper es una ofensa ante la cual la despectiva expresión de Melloni “flagelo de los modernistas” resulta un cumplido.
Fuente: Corrispondenza Romana
Traducción: Panorama Católico
Fuente: PANORAMA CATÓLICO INTERNACIONAL
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