Imitemos el ejemplo de este valiente que no tuvo miedo de decir las cosas claras ante los escribas y fariseos, ante los cobardes herejizantes. ¡Así se hace! Así hacían los profetas.
Flagrante profanación de la Santa Iglesia Catedral Basílica de Málaga
Aunque advertíamos en la primera entrada que efectivamente quedan tradicionalistas en las Españas, en la presente no hacemos sino corroborarlo.
Así pues, ha de saberse que la semana pasada legítimamente podría denominarse como la «hebdómada del conciliarismo». Esto es debido a que, se agrupan toda clase de herejes (heterodoxos orientales, protestantes, etc., vaticanosegundistas inclusive) para rezar todos juntos en un espejismo de fraternidad que dista sobremanera de la de Nuestro Señor Jesucristo, pues más bien está firmada por el relativismo sincretista intrínsecamente masónico. Toda esta caterva revolucionaria, encabezada por el Obispo conciliar de Málaga (D. Jesús Esteban Catalá Ibáñez), profana impúdica y anualmente, diversas iglesias de la Diócesis, y que con descarada apostasía, hacen gala del hediondo pendón modernista, cuyos preceptos no están sino anatemizados por el Magisterio Infalible de la Santa Madre Iglesia.
Los putrefactos frutos del nuevo ecumenismo del Vaticano II
Todo lo relatado sirva de introducción para lo siguiente. El pasado Domingo (20 de enero), uno de nuestros correligionarios decidió dirigirse hacia la Catedral, donde se llevaría a cabo el mayor sacrilegio ecumenista programado para todo el septenario, haciendo un acto de desagravio frente a todos aquellos impíos. No cabe la menor duda de que se trataba de un deber moral, constantemente suceden tales escarnios en esta tierra olvidada de Dios, ergo es Cristiana obligación hacer justicia (Exsurge Domine et judica Causam Tuam, en palabras de este joven carlista). Ataviado con la boina roja en hombro y portando un cuadro de dimensiones considerables del Sagrado Corazón en mano, accedió a nuestra Basílica de Santa María de la Encarnación. Cabe resaltar, que tal Imagen sacra, iba acompañada de una estampa del Inmaculado Corazón y un cartel donde se divisaba esta cita: «MONS. LEFEBVRE TENÍA RAZÓN». Sentóse en el primer banco (acción sensata, pues la multitud así estaba, y de tal forma, no llamaría la atención) y aguardó orando a que comenzara la ignominia. Transcurridos unos minutos, un coro de protestantes entonaba unas letras al paso de la procesión de entrada de la que podría calificarse como «la comisión herética». En fila india, transcurrían mujeres con alzacuellos, hombres que se hacían pasar por «Ministros de Jesús», y nuestros archiconocidos curas diocesanos, coronando tal romería carnavalesca los liberales canónigos con su muy estimado Obispo.
Nuestro correligionario, cara a cara con ellos, se arrodilló en el reclinatorio del banco, cogió el Santo Rosario, alzó el cuadro-pancarta e inició a manifestar en alta e inteligible voz: Por la conversión de todos los herejes, los modernistas, los luteranos, los calvinistas… para que se conviertan a la Única Fe Verdadera, que es Santa Católica Apostólica y Romana, y así sean miembros de la Iglesia de Cristo, que es [con énfasis intencionado] Una, Santa, Católica, Apostólica y Romana. Tras ello, empezó a rezar la oración penitencial del Señor Mío Jesucristo a la que le siguió un fragmento célebre de una plegaria de San Pedro Canisio, justo la que transcribimos a continuación:
- Para mi Salvación, confieso en voz alta todo lo que los Católicos, con razón han creído siempre en sus corazones. Aborrezco a Lutero, odio a Calvino, maldigo a todos los herejes; no quiero tener nada en común con ellos, porque no hablan ni escuchan rectamente, y no poseen la Única Regla de la Verdadera Fe transmitida por la Iglesia, Una, Santa, Católica, Apostólica y Romana. Me uno en comunión con Ella, abrazo la Fe, sigo la Religión y apruebo la Doctrina de los que escuchan y siguen a Cristo, no sólo cuanto se enseña en las Escrituras, sino incluso en los Concilios Ecuménicos y lo que se define por boca de la Cátedra de Pedro, testificándola con la Autoridad de los Padres. También me declaro hijo de la Iglesia Romana, a la que los impíos y blasfemos persiguen, desprecian y abominan como si fuera anticristiana; no me alejo en ningún punto de su Autoridad, ni me niego a dar la vida y derramar mi sangre en su defensa. Creo que la Salvación por los méritos de Cristo sólo podemos alcanzarla en Unidad de esta misma Iglesia.
Las armas empleadas
Como fácilmente le será imaginarse al lector, de inmediato acudieron canónigos, sacristanes y guardias de seguridad al encuentro de nuestro compañero para intentar incluso físicamente taparle la boca (ni que decir tiene que la faz del Obispo fue digna de haberse fotografiado). El realista prosiguió rezando, ya imbuido en el Rosario. En vano, D. Jesús Catalá pretendió hacer ver que nada sucedía, lo cual quedaba en evidencia con la muchedumbre atenta al devenir de los acontecimientos. Acto seguido, amenazaron al nuestro: venga, fuera, ¿quieres que te llevemos por las malas? Seguía rezando, se aferró al reclinatorio. Varios lo agarraron. Tras un forcejeo, lo levantaron del reclinatorio. El coro cesó de cantar, el Obispo dejó de hablar, silencio sepulcral en la Catedral: lo que sí se escuchaban eran los incesantes Avemarias del Rosario que no paró; y el dolor de todos los Santos que habían estado otrora en aquel Terrible Lugar, Casa de Dios, Puerta del Cielo, Palacio de Dios (Gén. 28, 17) ahora vilmente profanado, al contemplar cómo sacaban a rastras, por los suelos, a ese muchacho. Antes de que lo expulsaran del interior catedralicio, durante el trayecto en el que lo transportaban contra su voluntad, dijo en tono apocalíptico: solo hay una Fe Verdadera, Santa, Católica, Apostólica, Romana, si no se convierten, si no la guardaren íntegra e inviolada, sin duda perecerán para siempre en el fuego eterno.
Lo «soltaron» en el umbral de la Catedral, se incorporó y se arrodilló. No cejó en su empeño de acabar de rezar el Rosario, y hasta que no lo hizo no se fue. Mientras tanto, volvieron a entrar en escena tanto canónigos como seglares «novus ordo». Entretanto la secuencia de alabanzas a la Trinidad Santísima se desarrollaban, herejías e improperios asimismo se proferían, y el tradicionalista rogaba a Dios y con el mazo daba. Después de que se afirmara que se encontraban ante un desequilibrado, un canónigo le dijo: no reces en latín, tienes que rezar en griego, que el Señor no entiende el latín. Alguno llegó a notificar, no parecía que de buen agrado: lleva la boina del requeté. Presenciando y oyendo lo que decían los presbíteros al integrista (¿quién te mete estas ideas en la cabeza?, la Virgen no quiere que reces esto) y las respuestas del mismo (la Virgen es vencedora de todas las herejías y ahí [señalando al interior de la Catedral] hay herejes profanando la Santa Casa de Dios), una lego perpleja, se dirigió a los eclesiásticos expresándoles:
–Vamos a ver, tiene razón, los que profesamos la Fe Católica creemos lo que él [el carlista] está diciendo.
A lo que ipso facto replicaron al unísono los clérigos:
–¡No, qué va, por Dios, qué barbaridad!
Rápidamente les exhortó nuestro correligionario:
–Pues entonces ustedes están contradiciendo Dogma de Fe, «Extra Ecclesiam nulla Salus», Fuera de la Iglesia no hay Salvación.
Negaron los canónigos que es Dogma de Fe, es decir, que creen que fuera de la Iglesia hay Salvación.
La seglar comienza a hablar con los sacerdotes mostrando algo de simpatía y concordancia con lo que pregonaba el leal. Comenta:
-¿Cómo tenemos que ser uno? Tenemos que hacer que vuelvan…
Contestan:
–No, no, ¿el Papa Francisco hace el ridículo cuando reza con los demás «cristianos»¹?
Protesta la laica:
–No, pero el Papa dice que se unan a nosotros.
Los religiosos lo desmienten tajantemente: para nada, eso no lo quiere el Papa. Dice uno de los canónigos (que como dato curioso, celebra la Misa de la agrupación Una Voce cobijándose al Summorum Pontificum de Benedicto XVI):
–No, no, para nada, tenemos que formar la Iglesia de Cristo, que [la Iglesia de Cristo] no es la [Iglesia] Católica.
Concluye la mujer aceptando lo que le exponen:
–Entonces cuando sea una, no importará como se llame…
Arguyó el contrarrevolucionario:
–La Iglesia ya es Una, Católica, Apostólica y Romana. Eso es herejía. El ecumenismo conciliar está condenado por la encíclica «Mortalium animos» de Su Santidad el Papa Pío XI [y les aleccionó con fragmentos de dicho Documento Pontificio].
Acusaba el consagrado alterado repetidamente:
–¡Tú eres el hereje! ¡La Virgen está en contra tuya!
Ulteriormente, varios lo volvieron a coger en peso, arrastrándolo para alejarlo de la puerta de la Catedral, un cura le llegó a ofrecer un exorcismo, alegando que tenía al demonio dentro. Como colofón a esta crónica, quisiéramos recordar las palabras del Sapientísimo Sumo Pontífice San Pío X, hoy más palpables que nunca:
- Vigilad, oh Sacerdotes, a que por vuestra falta, la Doctrina de Jesucristo, no pierda el aspecto de su integridad. Conservad siempre la pureza y la integridad de la Doctrina, en todo lo que concierne a los principios de la Fe, a las costumbres y a la disciplina; (…) Muchos no comprenden el cuidado celoso y la prudencia que se debe tener para conservar la pureza de la Doctrina. Les parece natural y casi necesario que la Iglesia abandone algo de esta integridad; les parece intolerable que en medio de los progresos de la ciencia, únicamente la Iglesia pretenda permanecer inmóvil en sus principios. Tales olvidan la orden del Apóstol: «Te ordeno delante de Dios, que da la vida a todas las cosas, y delante de Jesucristo, que ha dado testimonio bajo Poncio Pilato, te ordeno observar este Mandato [la Doctrina que había Él enseñado], inmaculado, intacto, hasta la venida de Nuestro Señor Jesucristo». Cuando esta Doctrina no pueda más guardarse incorruptible, y que el Imperio de la Verdad no sea ya posible en este mundo, entonces el Hijo de Dios aparecerá una segunda vez. Pero hasta este último día, debemos mantener intacto el depósito sagrado, y repetir la gloriosa declaración de San Hilario: «Más vale morir en este siglo, que corromper la castidad de la Verdad»².
Instantánea tomada al terminar el Santo Rosario: resultados del arrastre
1. Solo los católicos somos cristianos: véase el punto tercero del Catecismo Mayor de San Pío X.
2. Jerôme Dal-Gal, PIE X, 1953, pág. 107-108.
Fuente: ELSIGLOFUTURO1875.WORDPRESS
Última edición por Martin Ant; 03/02/2019 a las 13:01
Imitemos el ejemplo de este valiente que no tuvo miedo de decir las cosas claras ante los escribas y fariseos, ante los cobardes herejizantes. ¡Así se hace! Así hacían los profetas.
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