Fuente: Boletín Oficial Eclesiástico del Arzobispado de Sevilla, Número 1.318, 15 de Enero de 1938, páginas 33 – 39.
Instrucción Pastoral sobre las Asociaciones católico-profesionales en la Archidiócesis
Venerables Hermanos y amados Hijos:
Hemos recibido, durante el tiempo que llevamos rigiendo esta Diócesis que la Divina Providencia, mediante la benignidad de la Sede Apostólica, Nos confió, diversos y continuos requerimientos hechos, de palabra y por escrito, por sacerdotes y por fieles, que están trabajando con abnegación en Nuestro Arzobispado, en la gran obra de apostolado de las Asociaciones católico-profesionales.
Hemos dejado pasar algún tiempo, reservándoNos el darles a todos una respuesta pública y común, porque el asunto es de los que reclaman una orientación concreta de carácter general para la Archidiócesis.
De un modo especial han recurrido a Nos las Asociaciones de Padres de Familia, de Maestros, de Médicos, de Estudiantes y de Obreros, que esperan el momento propicio de la terminación de la guerra para reanudar, con mayor intensidad, su trabajo de organización, su propaganda, su apostolado.
Todas estas Asociaciones se lamentan de que, tal vez por el cansancio, tal vez por las mismas circunstancias actuales, en que reclaman toda la atención de los españoles las necesidades de la guerra, tal vez por la incertidumbre del porvenir, se está observando cierta apatía, que se traduce en una vida lánguida, si se compara con la vida de actividad que en un tiempo tuvieron.
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No han faltado quienes han llegado a creer que, con el nuevo orden de cosas, resultan ya innecesarias estas Asociaciones católico-profesionales, porque se afirma que todos, v. g., maestros, estudiantes, etc., habrán de ser católicos, por imponerlo así el Movimiento restaurador de España.
Es necesario advertir que, no obstante haberse determinado que en las organizaciones todas del nuevo régimen ha de dominar el espíritu religioso y patriótico, sin embargo subsiste, con toda su fuerza, la necesidad de estas Asociaciones, tal vez más que en tiempos que precedieron.
Las Asociaciones, hablando de las de carácter religioso puro o mixto, surgieron en la Iglesia de Dios desde los primeros tiempos, no obstante que todos los que a la Iglesia pertenecían eran fieles cumplidores de la Ley.
Se fundaron las Asociaciones precisamente para estímulo de la piedad en los que querían ser católicos de verdad y llegar en su vida cristiana a la perfección a que tal vez no llegaba el común de los fieles.
Y surgieron, de hecho, aquellas Asociaciones poderosas que en la Iglesia primitiva y en la Edad Media mantenían vivo el fervor cristiano, educaron esmeradamente en la piedad a los fieles y los fortalecieron para el exacto cumplimiento de sus deberes.
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Dada la naturaleza de la reconstrucción de España, que se está forjando con tantos sacrificios, no dudamos de que estas Asociaciones, que tienden a hacer más perfectos en sus profesiones diversas a los españoles por el hecho de que los hace más cristianos, serán no sólo bien miradas sino hasta protegidas y favorecidas por las autoridades, que no sólo no tienen nada que temer de las referidas Asociaciones, sino que cuentan en ellas con un plantel de escogidos ciudadanos, de cuya fidelidad nunca se podrá dudar, y cuya mayor perfección en la vida cristiana es una mayor garantía del cumplimiento de sus deberes ciudadanos y profesionales.
Del mismo modo, tenemos la seguridad de que estas Asociaciones católico-profesionales encontrarán favor en todos los verdaderos católicos, que están llamados a ayudarlas según sus posibilidades, en la misma medida, o tal vez mayor, en que les prestaban ayuda con anterioridad al glorioso Movimiento nacional.
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Antes, estas Asociaciones, aparte de procurar la perfección religiosa de sus miembros, eran un muro de defensa de sagrados intereses de la Patria, de la familia y del individuo, que se veían en gravísimo riesgo.
Y así, vemos que contra ellas se encaminaron los primeros tiros de los enemigos de Dios y de la Patria, desde el advenimiento del cambio de régimen en España.
Contra ellas se entabló lucha sin cuartel, porque eran una garantía indiscutible de aquellos sagrados intereses que la Revolución venía a combatir en España.
No es extraño, pues, que estas meritísimas Asociaciones se vean hoy aureoladas por la gloria del martirio, ya que han dado el principal contingente de mártires entre los seglares sacrificados por la impiedad y por el odio satánico de los enemigos de la Patria.
Hemos de esperar que, andando el tiempo, cuando cese el fragor de las armas, y disfrutemos de la paz y del orden, cada una de estas Asociaciones publique su Libro de Oro en que se consignen los hechos heroicos de tantos y tantos mártires, que lo fueron precisamente por su doble significación de fe y patriotismo, que era el distintivo de las mismas.
Es éste un nuevo título, ciertamente valiosísimo, que tienen estas Asociaciones, continuadoras de aquéllas que bien podemos denominar heroicas, para la admiración, para el respeto, para la estima, para el afecto y para el apoyo de todos en la nueva España.
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No sólo no debe mirárselas con prevención, sino que cada uno, en su profesión, debe estimar como timbre de gloria el pertenecer activamente a ellas.
La orientación que han de tener en adelante substancialmente no varía de la que tuvieron con anterioridad a los desgraciados sucesos que lamentamos, después que la Revolución asoló nuestra Patria. Han tendido siempre, y deben tender, como fin primario, a la perfección religiosa de cada uno de sus miembros, y, juntamente, a la perfección dentro de la vida profesional, ya que ésta se encuentra íntimamente ligada con la primera en muchos puntos sustanciales.
Aunque, dada la forma providencial en que se desarrollan los acontecimientos, hemos de acariciar la esperanza de tiempos mejores, sin embargo sería pueril creer que ya no habrá dificultades que vencer para la vida cristiana en el nuevo orden de cosas.
Mientras vivamos en este mundo, seguirán en él imperando las tres grandes concupiscencias de que nos habla el Apóstol San Juan en su Carta primera (c. II – 16) cuando dice: «Porque todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia u orgullo de la vida, lo cual no nace del Padre, sino del mundo».
Y estas tres concupiscencias son las que fomentan todas las rebeliones, y constituyen la fuerza explosiva de todas las revoluciones.
Preciso es, pues, como nos aconseja el Apóstol San Pedro en su primera Carta (c. V – 8), «estar vigilantes, porque nuestro enemigo, el diablo, anda girando alrededor nuestro en busca de presa que devorar».
Y, después de veinte siglos, resuena todavía la voz del primer Papa, que nos dice: «Resistidle fuertes en la fe» (l. c.).
Éste es el fin primario y substancial a que se encaminan estas Asociaciones, y que las hace necesarias en todos los tiempos: hacer a sus miembros fuertes en la fe. Por lo cual, no hemos dudado en aprovechar esta oportunidad para recomendároslas a todos con el mayor interés.
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No ha sido Nuestro intento otro que el de dirigir una palabra de aliento a cuantos buenos Hijos a Nos han recurrido solicitándolo, para continuar sin cansancio en esta labor de verdadero apostolado.
No son Nuestras estas consideraciones que os hemos hecho, sino que reflejan exactamente la doctrina de la Iglesia, que ningún buen católico deja de seguir con toda fidelidad.
Tarea fácil fuera corroborar, con hermosísimos testimonios de los últimos Vicarios de Jesucristo, cuanto llevamos indicado; mas este intento Nos apartaría de Nuestro propósito de la brevedad. Baste citar algún que otro testimonio aislado.
Así, el Santo Padre, en su bellísima Encíclica sobre la educación de la juventud, de 21 de Diciembre de 1929, encomia expresamente las Asociaciones de Maestros católicos con estas gravísimas palabras:
«Nos llena el alma de consolación y de gratitud hacia la bondad divina el ver cómo un tan gran número de Maestros y Maestras excelentes, unidos en Congregaciones y Asociaciones especiales para cultivar mucho mejor su espíritu, las cuales, por esto, son de alabar y promover como nobilísimos y potentes auxiliares de la Acción Católica, trabajan con desinterés, celo y constancia en la que San Gregorio Nacianceno llama arte de las artes y ciencia de las ciencias, de regir y formar a la juventud».
Expresamente se aprueba uno de los principales fines de la Asociación de los Padres de Familia, y la misma Asociación, con las siguientes trascendentales palabras:
«Todo cuanto hacen los fieles promoviendo y defendiendo la escuela católica para sus hijos, es obra genuinamente religiosa; por lo cual, son particularmente amadas de Nuestro corazón paterno, y dignas de gran alabanza, todas las Asociaciones especiales que en varias naciones trabajan con tanto celo en obra tan necesaria».
A las Asociaciones de Estudiantes Católicos cuadran hermosísimamente las palabras de León XIII en su Encíclica «Militantis Ecclesiae», de 1 de Agosto de 1897:
«Es indispensable que toda la formación de los jóvenes estudiantes esté impregnada de piedad cristiana.
»Sin esto, si este aliento sagrado no penetra en el espíritu de los discípulos y de los maestros dándoles vida, la ciencia, cualquiera que ella sea, no sólo les servirá de escaso provecho, sino que, frecuentemente, se derivarán de ella serios perjuicios».
Innumerables son los testimonios que pudieran citarse hablando de las Asociaciones de Obreros Católicos.
En nombre de S. S. Pío X, telegrafiaba el Secretario de Estado al XV Congreso de las Asociaciones Católicas Obreras de Berlín, manifestando que «dichas Asociaciones merecían la aprobación y la recomendación más decidida, porque su actividad toda la ordenaban al fin último sobrenatural».
Y, en una preciosísima Encíclica que Pío X dirigía al Episcopado alemán con motivo de las Asociaciones Católico-Obreras, decía estas autorizadísimas palabras:
«Tenemos por el más sagrado de Nuestros deberes procurar y hacer que estos amados Hijos conserven pura e íntegra la doctrina católica, sin dejar nunca que, en modo alguno, su fe peligre. Y, si no son diligentemente estimulados a vigilar, les amenaza el grave riesgo de adaptarse, poco a poco, y sin darse cuenta, a un cierto cristianismo vago e indefinido, que suele apellidarse interconfesional, y que se difunde con la falsa etiqueta de una fe cristiana común, aunque nada hay tan manifiestamente contrario a la predicación de Jesucristo.
»Y así, ante todo, proclamamos solemnemente que es deber de todos los católicos, y deber que están obligados a cumplir santa e inviolablemente en la vida privada y en la vida social y pública, el guardar firmemente y profesar sin timidez los principios de la verdad cristiana, enseñados por el magisterio de la Iglesia católica».
Finalmente, van incluidas todas las Asociaciones Católico-Profesionales, como la de Médicos, Abogados, etc., en aquellas palabras tomadas de la Encíclica del Pontífice reinante, ya citada, en las que dice que «el buen católico, precisamente en virtud de la doctrina católica, es por lo mismo ciudadano amante de su Patria y lealmente sometido a la autoridad civil constituida en cualquier forma de Gobierno».
No hemos de terminar sin aducir, en confirmación de la doctrina expuesta, aquellas palabras de S. S. Pío XI en su Encíclica «Ubi Arcano», de 23 de Diciembre de 1922, denunciando al mundo los males de la época actual:
«No se podrá imaginar peste más mortífera que la concupiscencia de la carne, o sea, el apetito desordenado del placer, para echar por tierra, no solamente la familia, sino los Estados mismos; la concupiscencia de los ojos, o sea, la sed de riquezas, da origen a esta lucha encarnizada de clases, adheridas cada una sin medida a sus ventajas particulares; en cuanto al orgullo de la vida, o sea, la pasión de dominar a todos los demás, no sólo incita a los partidos políticos a guerras civiles, sino que, impelidos por ella, no retroceden ni ante los atentados de lesa majestad, ni ante el crimen de alta traición, ni ante la muerte misma de la Patria».
Cuánta necesidad tenemos, Hermanos e Hijos muy amados, de vivir muy prevenidos y vigilantes contra estos peligros, que nos acosan, por medio de estas Asociaciones que la Iglesia ampara y bendice para resistir valientemente «Firmes en la fe».
Como prenda de los divinos favores, os damos a todos Nuestra Bendición pastoral.
Sevilla, 14 de Enero de 1938.
† EL CARDENAL ARZOBISPO.
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