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Tema: A. C. y Asociaciones católico-profesionales de apostolado según el episcopado español

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    A. C. y Asociaciones católico-profesionales de apostolado según el episcopado español

    Fuente: Boletín Oficial Eclesiástico del Arzobispado de Sevilla, Número 1.318, 15 de Enero de 1938, páginas 33 – 39.



    Instrucción Pastoral sobre las Asociaciones católico-profesionales en la Archidiócesis


    Venerables Hermanos y amados Hijos:

    Hemos recibido, durante el tiempo que llevamos rigiendo esta Diócesis que la Divina Providencia, mediante la benignidad de la Sede Apostólica, Nos confió, diversos y continuos requerimientos hechos, de palabra y por escrito, por sacerdotes y por fieles, que están trabajando con abnegación en Nuestro Arzobispado, en la gran obra de apostolado de las Asociaciones católico-profesionales.

    Hemos dejado pasar algún tiempo, reservándoNos el darles a todos una respuesta pública y común, porque el asunto es de los que reclaman una orientación concreta de carácter general para la Archidiócesis.

    De un modo especial han recurrido a Nos las Asociaciones de Padres de Familia, de Maestros, de Médicos, de Estudiantes y de Obreros, que esperan el momento propicio de la terminación de la guerra para reanudar, con mayor intensidad, su trabajo de organización, su propaganda, su apostolado.

    Todas estas Asociaciones se lamentan de que, tal vez por el cansancio, tal vez por las mismas circunstancias actuales, en que reclaman toda la atención de los españoles las necesidades de la guerra, tal vez por la incertidumbre del porvenir, se está observando cierta apatía, que se traduce en una vida lánguida, si se compara con la vida de actividad que en un tiempo tuvieron.


    * * *


    No han faltado quienes han llegado a creer que, con el nuevo orden de cosas, resultan ya innecesarias estas Asociaciones católico-profesionales, porque se afirma que todos, v. g., maestros, estudiantes, etc., habrán de ser católicos, por imponerlo así el Movimiento restaurador de España.

    Es necesario advertir que, no obstante haberse determinado que en las organizaciones todas del nuevo régimen ha de dominar el espíritu religioso y patriótico, sin embargo subsiste, con toda su fuerza, la necesidad de estas Asociaciones, tal vez más que en tiempos que precedieron.

    Las Asociaciones, hablando de las de carácter religioso puro o mixto, surgieron en la Iglesia de Dios desde los primeros tiempos, no obstante que todos los que a la Iglesia pertenecían eran fieles cumplidores de la Ley.

    Se fundaron las Asociaciones precisamente para estímulo de la piedad en los que querían ser católicos de verdad y llegar en su vida cristiana a la perfección a que tal vez no llegaba el común de los fieles.

    Y surgieron, de hecho, aquellas Asociaciones poderosas que en la Iglesia primitiva y en la Edad Media mantenían vivo el fervor cristiano, educaron esmeradamente en la piedad a los fieles y los fortalecieron para el exacto cumplimiento de sus deberes.


    * * *


    Dada la naturaleza de la reconstrucción de España, que se está forjando con tantos sacrificios, no dudamos de que estas Asociaciones, que tienden a hacer más perfectos en sus profesiones diversas a los españoles por el hecho de que los hace más cristianos, serán no sólo bien miradas sino hasta protegidas y favorecidas por las autoridades, que no sólo no tienen nada que temer de las referidas Asociaciones, sino que cuentan en ellas con un plantel de escogidos ciudadanos, de cuya fidelidad nunca se podrá dudar, y cuya mayor perfección en la vida cristiana es una mayor garantía del cumplimiento de sus deberes ciudadanos y profesionales.

    Del mismo modo, tenemos la seguridad de que estas Asociaciones católico-profesionales encontrarán favor en todos los verdaderos católicos, que están llamados a ayudarlas según sus posibilidades, en la misma medida, o tal vez mayor, en que les prestaban ayuda con anterioridad al glorioso Movimiento nacional.


    * * *


    Antes, estas Asociaciones, aparte de procurar la perfección religiosa de sus miembros, eran un muro de defensa de sagrados intereses de la Patria, de la familia y del individuo, que se veían en gravísimo riesgo.

    Y así, vemos que contra ellas se encaminaron los primeros tiros de los enemigos de Dios y de la Patria, desde el advenimiento del cambio de régimen en España.

    Contra ellas se entabló lucha sin cuartel, porque eran una garantía indiscutible de aquellos sagrados intereses que la Revolución venía a combatir en España.

    No es extraño, pues, que estas meritísimas Asociaciones se vean hoy aureoladas por la gloria del martirio, ya que han dado el principal contingente de mártires entre los seglares sacrificados por la impiedad y por el odio satánico de los enemigos de la Patria.

    Hemos de esperar que, andando el tiempo, cuando cese el fragor de las armas, y disfrutemos de la paz y del orden, cada una de estas Asociaciones publique su Libro de Oro en que se consignen los hechos heroicos de tantos y tantos mártires, que lo fueron precisamente por su doble significación de fe y patriotismo, que era el distintivo de las mismas.

    Es éste un nuevo título, ciertamente valiosísimo, que tienen estas Asociaciones, continuadoras de aquéllas que bien podemos denominar heroicas, para la admiración, para el respeto, para la estima, para el afecto y para el apoyo de todos en la nueva España.


    * * *


    No sólo no debe mirárselas con prevención, sino que cada uno, en su profesión, debe estimar como timbre de gloria el pertenecer activamente a ellas.

    La orientación que han de tener en adelante substancialmente no varía de la que tuvieron con anterioridad a los desgraciados sucesos que lamentamos, después que la Revolución asoló nuestra Patria. Han tendido siempre, y deben tender, como fin primario, a la perfección religiosa de cada uno de sus miembros, y, juntamente, a la perfección dentro de la vida profesional, ya que ésta se encuentra íntimamente ligada con la primera en muchos puntos sustanciales.

    Aunque, dada la forma providencial en que se desarrollan los acontecimientos, hemos de acariciar la esperanza de tiempos mejores, sin embargo sería pueril creer que ya no habrá dificultades que vencer para la vida cristiana en el nuevo orden de cosas.

    Mientras vivamos en este mundo, seguirán en él imperando las tres grandes concupiscencias de que nos habla el Apóstol San Juan en su Carta primera (c. II – 16) cuando dice: «Porque todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia u orgullo de la vida, lo cual no nace del Padre, sino del mundo».

    Y estas tres concupiscencias son las que fomentan todas las rebeliones, y constituyen la fuerza explosiva de todas las revoluciones.

    Preciso es, pues, como nos aconseja el Apóstol San Pedro en su primera Carta (c. V – 8), «estar vigilantes, porque nuestro enemigo, el diablo, anda girando alrededor nuestro en busca de presa que devorar».

    Y, después de veinte siglos, resuena todavía la voz del primer Papa, que nos dice: «Resistidle fuertes en la fe» (l. c.).

    Éste es el fin primario y substancial a que se encaminan estas Asociaciones, y que las hace necesarias en todos los tiempos: hacer a sus miembros fuertes en la fe. Por lo cual, no hemos dudado en aprovechar esta oportunidad para recomendároslas a todos con el mayor interés.


    * * *


    No ha sido Nuestro intento otro que el de dirigir una palabra de aliento a cuantos buenos Hijos a Nos han recurrido solicitándolo, para continuar sin cansancio en esta labor de verdadero apostolado.

    No son Nuestras estas consideraciones que os hemos hecho, sino que reflejan exactamente la doctrina de la Iglesia, que ningún buen católico deja de seguir con toda fidelidad.

    Tarea fácil fuera corroborar, con hermosísimos testimonios de los últimos Vicarios de Jesucristo, cuanto llevamos indicado; mas este intento Nos apartaría de Nuestro propósito de la brevedad. Baste citar algún que otro testimonio aislado.

    Así, el Santo Padre, en su bellísima Encíclica sobre la educación de la juventud, de 21 de Diciembre de 1929, encomia expresamente las Asociaciones de Maestros católicos con estas gravísimas palabras:

    «Nos llena el alma de consolación y de gratitud hacia la bondad divina el ver cómo un tan gran número de Maestros y Maestras excelentes, unidos en Congregaciones y Asociaciones especiales para cultivar mucho mejor su espíritu, las cuales, por esto, son de alabar y promover como nobilísimos y potentes auxiliares de la Acción Católica, trabajan con desinterés, celo y constancia en la que San Gregorio Nacianceno llama arte de las artes y ciencia de las ciencias, de regir y formar a la juventud».

    Expresamente se aprueba uno de los principales fines de la Asociación de los Padres de Familia, y la misma Asociación, con las siguientes trascendentales palabras:

    «Todo cuanto hacen los fieles promoviendo y defendiendo la escuela católica para sus hijos, es obra genuinamente religiosa; por lo cual, son particularmente amadas de Nuestro corazón paterno, y dignas de gran alabanza, todas las Asociaciones especiales que en varias naciones trabajan con tanto celo en obra tan necesaria».

    A las Asociaciones de Estudiantes Católicos cuadran hermosísimamente las palabras de León XIII en su Encíclica «Militantis Ecclesiae», de 1 de Agosto de 1897:

    «Es indispensable que toda la formación de los jóvenes estudiantes esté impregnada de piedad cristiana.

    »Sin esto, si este aliento sagrado no penetra en el espíritu de los discípulos y de los maestros dándoles vida, la ciencia, cualquiera que ella sea, no sólo les servirá de escaso provecho, sino que, frecuentemente, se derivarán de ella serios perjuicios».

    Innumerables son los testimonios que pudieran citarse hablando de las Asociaciones de Obreros Católicos.

    En nombre de S. S. Pío X, telegrafiaba el Secretario de Estado al XV Congreso de las Asociaciones Católicas Obreras de Berlín, manifestando que «dichas Asociaciones merecían la aprobación y la recomendación más decidida, porque su actividad toda la ordenaban al fin último sobrenatural».

    Y, en una preciosísima Encíclica que Pío X dirigía al Episcopado alemán con motivo de las Asociaciones Católico-Obreras, decía estas autorizadísimas palabras:

    «Tenemos por el más sagrado de Nuestros deberes procurar y hacer que estos amados Hijos conserven pura e íntegra la doctrina católica, sin dejar nunca que, en modo alguno, su fe peligre. Y, si no son diligentemente estimulados a vigilar, les amenaza el grave riesgo de adaptarse, poco a poco, y sin darse cuenta, a un cierto cristianismo vago e indefinido, que suele apellidarse interconfesional, y que se difunde con la falsa etiqueta de una fe cristiana común, aunque nada hay tan manifiestamente contrario a la predicación de Jesucristo.

    »Y así, ante todo, proclamamos solemnemente que es deber de todos los católicos, y deber que están obligados a cumplir santa e inviolablemente en la vida privada y en la vida social y pública, el guardar firmemente y profesar sin timidez los principios de la verdad cristiana, enseñados por el magisterio de la Iglesia católica».

    Finalmente, van incluidas todas las Asociaciones Católico-Profesionales, como la de Médicos, Abogados, etc., en aquellas palabras tomadas de la Encíclica del Pontífice reinante, ya citada, en las que dice que «el buen católico, precisamente en virtud de la doctrina católica, es por lo mismo ciudadano amante de su Patria y lealmente sometido a la autoridad civil constituida en cualquier forma de Gobierno».

    No hemos de terminar sin aducir, en confirmación de la doctrina expuesta, aquellas palabras de S. S. Pío XI en su Encíclica «Ubi Arcano», de 23 de Diciembre de 1922, denunciando al mundo los males de la época actual:

    «No se podrá imaginar peste más mortífera que la concupiscencia de la carne, o sea, el apetito desordenado del placer, para echar por tierra, no solamente la familia, sino los Estados mismos; la concupiscencia de los ojos, o sea, la sed de riquezas, da origen a esta lucha encarnizada de clases, adheridas cada una sin medida a sus ventajas particulares; en cuanto al orgullo de la vida, o sea, la pasión de dominar a todos los demás, no sólo incita a los partidos políticos a guerras civiles, sino que, impelidos por ella, no retroceden ni ante los atentados de lesa majestad, ni ante el crimen de alta traición, ni ante la muerte misma de la Patria».

    Cuánta necesidad tenemos, Hermanos e Hijos muy amados, de vivir muy prevenidos y vigilantes contra estos peligros, que nos acosan, por medio de estas Asociaciones que la Iglesia ampara y bendice para resistir valientemente «Firmes en la fe».

    Como prenda de los divinos favores, os damos a todos Nuestra Bendición pastoral.

    Sevilla, 14 de Enero de 1938.



    † EL CARDENAL ARZOBISPO.

  2. #2
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    Re: A. C. y Asociaciones católico-profesionales de apostolado según el episcopado esp

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Fuente: Ecclesia, 3 de Mayo de 1958, páginas 7 – 10.



    Ni el sindicato único ni la labor religiosa en su seno son razón contra la Acción Católica Obrera y Patronal

    Papel de la Jerarquía eclesiástica ante los problemas sociales y laborales

    Discurso del Cardenal Primado el domingo anterior a la fiesta de San José Obrero, en el acto de propaganda de la Acción Católica Obrera (27 de abril de 1958)


    Carísimos obreros y obreras:

    Es para mí una gran satisfacción el hallarme entre vosotros en vísperas de la fiesta de San José Obrero, de esta fiesta instituida por Su Santidad Pío XII como verdadera fiesta de la exaltación, de la dignificación del trabajo en sentido cristiano. Ya tenía dos fiestas San José: la del 19 de Marzo y la de su Patrocinio; pero el Papa felizmente reinante, uniendo la de su Patrocinio a la del 19 de Marzo, ha querido que la segunda fiesta de San José sea la de San José Artesano, de San José Obrero, porque obrero y artesano fue el que ante los hombres aparecía como padre de Jesús al ser verdadero esposo de la Madre virginal de Jesús, por lo cual éste era llamado “Filius Fabri”, Hijo del Artesano. Al encarnarse el Verbo de Dios, al humillarse tomando la naturaleza humana, no quiso que su hogar fuese el palacio de un potentado o el de un millonario, sino el de un humilde obrero, cuyas labores compartió antes de lanzarse a ejercer su magisterio y apostolado divino.


    La fiesta de San José Obrero es el reconocimiento de la dignidad del obrero en sentido cristiano

    La institución de la fiesta de San José Obrero tiene por objeto la dignificación del trabajo, el reconocimiento de la dignidad del obrero en sentido cristiano. Con el sentido materialista de la vida que propugnan el socialismo y el comunismo, no se reconoce la verdadera dignidad del obrero. Sin el reconocimiento de la espiritualidad e inmortalidad del alma, no se reconoce la verdadera dignidad de la persona humana, y, entonces, el obrero no es más que un individuo productor, sujeto y fácilmente esclavo de la producción colectiva. Si en el paganismo el trabajo manual era considerado como propio sólo de los esclavos, ved también cómo es considerado prácticamente en la Rusia comunista el obrero, qué derechos se le reconocen, a qué leyes se le sujeta, y cómo se castiga al que infringe las leyes de trabajo que dicta el Estado.

    Sólo el cristianismo considera en todo su valor la dignidad de la persona humana, radicada en la espiritualidad e inmortalidad de su alma, aun en el orden natural y humano, pero mucho más en el orden sobrenatural. La Iglesia, que ve en todo hombre bautizado, aun cuando es niño, un hijo de Dios, cuyo destino es la vida eterna, ve un miembro vivo del Cuerpo Místico de Cristo, y, por ello, no hace diferencia entre el alma de un rico o de un pobre, de un intelectual o de un obrero. A la Iglesia le interesan las almas, y busca la salvación de todas ellas. Por esto, le duele en su corazón de Madre lo que Pío XI llamó el grande escándalo de nuestros tiempos: la apostasía de la gran parte de la masa obrera.


    El cristianismo tiene el verdadero concepto de la persona humana

    Mas Santa Teresa decía que era un grande error considerar a los hombres como ángeles, y no cae en este error la Iglesia. Ella sabe bien que el hombre no es puro espíritu, sino que la persona humana es cuerpo y espíritu, y que, mientras vive en este mundo, necesita medios materiales, y, por ello, enseña Santo Tomás que un mínimo de bienes materiales es necesario para la práctica de la virtud. La falta de estos medios puede ser para la mayoría de los hombres, para los que no tengan virtudes heroicas, fácil pendiente para caer en una apostasía, por lo menos práctica, así como, según el Evangelio, la mucha abundancia de bienes puede también ser fácil ocasión para apartarse de la virtud y del verdadero espíritu cristiano, que es el del Evangelio. Por todo ello, la Doctrina Social de la Iglesia es la única que tiene un fundamento sólido y de verdadero equilibrio, basado en la unidad del Cuerpo Místico.


    La Doctrina Social de la Iglesia no es de una utópica igualdad, pero sí de una universal fraternidad

    No os dejéis fascinar nunca, carísimos obreros, por los que os prediquen una utópica igualdad. Ésta es contraria a la naturaleza tal como realmente existe. Dentro de la unidad específica de todos los hombres y de su unidad de destino, fundamento de su sustancial dignidad, la naturaleza nos presenta una desigualdad entre los hombres que es una utopía querer destruir: es distinta la robustez o debilidad del cuerpo; es distinta la capacidad intelectual, y distinto el talento; es distinto también el esfuerzo de la voluntad. La variedad dentro de la unidad es una ley de la naturaleza: muy diferente tamaño y fuerzas en el espacio sideral, en los sistemas planetarios, en los soles, planetas y satélites; en el mundo vegetal, entre las tiernecillas hierbecitas de fugaz existencia y centenarios y corpulentos árboles; en el mundo animal, entre pequeños insectos y grandes paquidermos. También, en el orden de la gracia y de la gloria, la Revelación nos enseña que hay jerarquías en el mundo angélico, y San Pablo nos enseña que los que se salven diferirán en sus grados de gloria como difieren las estrellas del firmamento en su luz y claridad. La humanidad debe formar un cuerpo para que haya verdadera paz social, pero con distinción de miembros y de funciones: ha de haber quien cultive la tierra, y quien ejerza la industria; ésta necesita empresas, y en ellas ha de haber quien ejecute y quien dirija; toda nación, toda sociedad civil necesita la autoridad que gobierne, y de ciudadanos que cumplan las leyes. La Rusia soviética es el Estado, en la actualidad, que ha aplicado el comunismo, última consecuencia del marxismo socialista. ¿Ha podido establecer la utópica igualdad? ¿No hay en Rusia quien mande, y aplicando penas ciertamente no suaves para hacerse obedecer? ¿No se jacta de tener el ejército más numeroso del mundo, y no pretende, si puede, superar a los demás en inventos que le permitan poseer también las armas más eficaces? ¿Están retribuidos todos igualmente en Rusia? La omnímoda igualdad, carísimos obreros, es una utopía; y las utopías, aun cuando se pretendan, no pueden ser nunca una realidad.

    El comunismo seduce a los obreros con la pretensión de la dictadura del proletariado, pero la dictadura siempre es de una persona o una minoría. Lo que el comunismo ha establecido en Rusia es la dictadura sobre todas las clases sociales, pero también sobre el proletariado, al cual ha vuelto a reducir a la esclavitud, porque allí no tienen los trabajadores ni siquiera la posibilidad del diálogo, porque allí el patrono es el Estado todopoderoso.

    En cambio, lo que constituye el ideal de la Doctrina Social de la Iglesia es la unidad del Cuerpo Místico de Cristo, no con la igualdad de categorías y funciones, pero sí con la verdadera fraternidad cristiana, no meramente verbal, sino de obras. Distinta situación social, distinta función, y distinta situación los ojos, las manos y los pies; pero, así como para la íntegra salud de la persona se necesita cuidar de la higiene y salud de los ojos, y de las manos, y de los pies, se necesita, en una sociedad organizada según el ideal cristiano, que no sólo se cuide de los ojos de los dirigentes, de lo cual no puede prescindirse, sino también de las manos y de los pies de los que cultivan la tierra, arrancan el mineral de las minas, y producen las máquinas en las factorías; y, como el obrero es una persona humana, debe recibir por justicia lo necesario para su decoroso sustento; y, como este obrero ha de constituir una familia y cuidar de sus hijos, necesita de un salario familiar y de una vivienda que no sea una cueva, sin el decoro mínimo de un hogar de una familia cristiana. Mucho de ello debe proporcionarse al obrero, no de limosna, sino de justicia; pero no se cumplirá, o se cumplirá mal, si no hay verdadera fraternidad cristiana entre todos los miembros de la sociedad; si todos ellos, patronos y obreros, dirigentes y ejecutores, no se consideran como hermanos en Cristo, como distintos miembros de su Cuerpo Místico, con la dignidad de hijos de Dios.

    Según la Doctrina Social de la Iglesia, existen clases en la realidad, pero no barreras infranqueables entre ellas; y cualquier obrero, o hijo de obrero, si está capacitado, puede llegar a los más altos puestos, y debe facilitarse la cultura a las clases obreras; y la Iglesia predica con el ejemplo: la mayor parte de sacerdotes procede de familias de condición humilde, y tiene en su historia Prelados y Pontífices hijos de obreros, el último San Pío X, hijo de un humilde alguacil. Lo que no admite la Iglesia es la lucha de clases, sino que quiere la fraternidad entre ellas, que no excluye, antes al contrario, supone la discusión razonada y el diálogo entre ellas.


    Daño inmenso que producen a la Iglesia los patronos que no cumplen sus deberes sociales, y suicidio espiritual de los obreros que apostatan teórica o prácticamente de la Iglesia

    De esta doctrina se colige cuánto dañan a la Iglesia los patronos que, siendo católicos y profesando serlo, no cumplen los deberes de justicia, o aun de caridad y fraternidad cristiana, con sus obreros, porque éstos achacan no pocas veces, aunque sea indebidamente, a la Iglesia, lo que es defecto de alguno de sus miembros. Indebidamente, decimos, que lo hacen, sin embargo, los obreros, en estos casos, porque la Iglesia no es culpable de que algunos de sus miembros no cumplan este u otro mandamiento; y no sólo proceden indebidamente, sino que el daño se lo hacen a sí mismos, a su propia alma y a sus destinos eternos, que valen incomparablemente más que los provechos o sufrimientos en esta vida terrena, siempre efímera comparada con la eternidad. El apartarse de la Iglesia es apartarse de Dios y de su gracia; es un verdadero suicidio espiritual, que vosotros, los que sois militantes de la Acción Católica Obrera, debéis procurar evitar en vuestros hermanos de trabajo.


    Verdadera misión y finalidad de la Acción Católica Obrera

    La Acción Católica, en todas sus ramas y especialidades, es apostolado seglar, cooperación al apostolado jerárquico; ésta es su definición. Por ello, la finalidad de la J.O.C. y de la H.O.A.C. es el apostolado en el propio ambiente, en el cual muchas veces le es más difícil actuar al propio sacerdote. ¡Qué apostolado tan eficaz pueden ejercer los jocistas entre los jóvenes obreros, que han sido muchas veces, en la época escolar, educados cristianamente, y se encuentran de súbito en un ambiente de frialdad o, aun a veces, de hostilidad religiosa, en un ambiente muchas veces de inmoralidad, preservándoles de la pérdida de la honestidad de vida, y aun de la caída en la irreligiosidad! ¡Qué apostolado, también, podéis ejercitar tan eficazmente los hoacistas, exponiendo a vuestros compañeros de trabajo la verdadera Doctrina Social de la Iglesia, que es la que propugna la verdadera dignidad del obrero, y la que proporciona a éste el consuelo y el honor de sentirse miembro vivo del Cuerpo Místico de Cristo!


    Sindicatos y asociaciones apostólicas obreras

    Muchas veces, desde su fundación en España de la H. O. A. C. y de la J.O.C., hemos establecido la diferente finalidad de los sindicatos y de las asociaciones apostólicas obreras. Los sindicatos españoles han sido establecidos en España como mixtos de patronos y obreros, y como únicos y obligatorios. Su finalidad es la ordenación y resolución de las cuestiones laborales. Son, pues, una organización estatal, que, al ser obligatoria, no exige de sus socios una profesión religiosa, ni su finalidad esencial es la del apostolado. Han pedido a la Iglesia asesores religiosos, y ésta se los ha concedido, como los concede generalmente a toda entidad que los solicita, si no es una asociación que se propone fines ilícitos; pero, al conceder la Iglesia estos asesores para que trabajen en el orden religioso lo que puedan dentro de los sindicatos oficiales, ni se han convertido los sindicatos en asociaciones apostólicas, ni tiene en ellos la Iglesia directa jurisdicción. Por ello, ni renunció, ni podía renunciar, a constituir la Acción Católica obrera como asociación apostólica, como obra de apostolado seglar, reconocida en el Concordato español. Si la Jerarquía necesita hoy del apostolado seglar en todos los ambientes, de una manera especialísima lo necesita en el ambiente obrero, pues los más eficaces apóstoles de los obreros han de ser los obreros mismos. Y, lejos de perjudicar, ni la Acción Católica patronal, ni la Acción Católica obrera, a la acción sindical, si ésta se quiere que sea lo que debe ser, debe felicitarse de una recta formación de patronos y obreros, a falta de la cual podría resultar en gran parte estéril e ineficaz una acción sindical sin espíritu en los que integran, por imperativo de la ley, sus organismos.

    Según la actual legislación española (el Concordato es también ley del Estado), ni las asociaciones apostólicas de Acción Católica (Acción Social Patronal, H.O.A.C., J.O.C.) pueden ser sindicatos, ni, por el hecho de que el Estado haya pedido, y la Iglesia haya concedido, asesores eclesiásticos que ejerciten el apostolado del ministerio sacerdotal dentro de los sindicatos, pueden impedirse las asociaciones de Apostolado Seglar formadas por obreros o por patronos, que son acción católica, acción católica especializada, que no puede ser impedida en ningún país donde goce la Iglesia de libertad, y menos en aquellos países en donde, como en España, establece el Concordato que “las asociaciones de la Acción Católica Española podrán desenvolver libremente su apostolado”.


    Qué se puede pedir, y qué no se puede pedir, a la H.O.A.C. y a la J.O.C., tanto masculina como femenina

    Siendo las asociaciones católicas obreras, asociaciones y hermandades apostólicas, se les puede pedir y exigir el apostolado directo religioso entre los jóvenes obreros y obreras, por la J.O.C. en sus dos secciones; y lo propio entre los obreros y obreras adultos, por la H.O.A.C. masculina y femenina. También el apostolado indirecto, con la divulgación y defensa de los principios de la Doctrina Social de la Iglesia, tan desconocida por muchos obreros. No se les puede exigir ni pedir, en cambio, una actuación en asuntos concretos que, en España, establecida por el Estado la unidad sindical, no tienen medios las asociaciones apostólicas para actuar. Esto se debe pedir a los sindicatos, que para esto han sido creados, y, si su acción resultase ineficaz, o por parte de los elementos patronales, o por parte de los elementos obreros, se desacreditarían; y, por ello, a los patronos y a los obreros que pertenecen voluntariamente a la Acción Católica patronal u obrera, y que obligatoriamente pertenecen a los sindicatos estatales, o como simples miembros, o como tal vez teniendo cargos directivos en algunos de sus organismos, se les puede pedir que obren rectamente en defensa de los intereses especiales que deben defender, pues, según una recta doctrina social, fuera de casos excepcionales de subversión o perturbación del orden público, debe haber diálogo y discusión razonada en los problemas laborales entre patronos y obreros, y no una actuación primaria y unilateral del Estado.


    Lo que se puede pedir, y lo que no se puede pedir de la Jerarquía eclesiástica

    Después de haber declarado lo que se os puede pedir, y lo que no se os puede pedir a vosotros, obreros y obreras de la H.O.A.C. y de la J.O.C., permitidme que clara y rotundamente exprese lo que se puede pedir, y lo que no se puede pedir, a la Jerarquía eclesiástica, en las cuestiones sociales y laborales. Se le puede pedir que exponga la verdadera doctrina, los principios en estas cuestiones derivadas de la moral y del derecho, porque, en los sucesores de los Apóstoles, esto es un deber, un mandato de Cristo: docete omnes gentes; y, para ello, les prometió Jesús su asistencia, usque ad consummationem saeculi; y, para ello, el magisterio docente de la Iglesia tiene asegurada la actualidad de su magisterio. Al Romano Pontífice le aseguró, cuando ejerza el supremo grado de su magisterio, cuando hable ex cathedra, no sólo la asistencia, sino la infalibilidad; en todos los casos, su asistencia; como también ésta al Episcopado, subordinado siempre el magisterio supremo del Vicario de Cristo. ¿Quién podrá negar que los Romanos Pontífices, en todos los últimos cien años, hayan enseñado las doctrinas para un recto ordenamiento social con claridad, con valentía y con equilibrio, que es lo único que puede conducir a la verdadera paz social? Muchas, casi todas las mejoras en favor de la clase obrera, aun por las leyes civiles, tienen su antecedente en Encíclicas Pontificias; sin embargo, ni entre los patronos, ni entre los obreros, ni tampoco por muchos Gobiernos, han sido acogidas como era debido. Se prohibió en algunas fábricas la lectura de la Encíclica Rerum Novarum, de León XIII; en nuestros mismos días, el comunismo italiano, con ingratitud para con Pío XII, que ha dedicado tantas Alocuciones de plena actualidad a todos los estamentos sociales, le ataca calumniosamente.

    Por ello, –lo decimos por nuestra parte sin personal amargura; con sentimiento, sí, de que se obstaculice la labor de nuestro apostolado–, no podemos extrañarnos de que el magisterio colectivo de los Obispos españoles, en especial de la Conferencia de Metropolitanos, haya sido silenciado unas veces; otras, no acogido con la docilidad debida por algunos fieles; y otras, se haya pedido de los Obispos españoles lo que no se les podía pedir. Sucedió esto ya con Cristo, y Él fue quien dijo que no podía ser más el discípulo que el Maestro. Unas veces se nos ha tachado de medievales, cuando no nos hemos ocupado de ninguna cuestión que no tuviera viva actualidad en materia de fe, de moralidad, de interés social. Otras veces se ha dicho que nos ocupábamos sólo de cuestiones del sexto mandamiento y con excesivas nimiedades, silenciando lo que hemos publicado acerca del séptimo en nuestra Instrucción sobre los deberes de la justicia y caridad en las presentas circunstancias, tratando de las cuestiones de justicia conmutativa en los contratos de compraventa, y de precios justos en circunstancias normales y en circunstancias de escasez, de justicia legal, y de justicia distributiva; y en 1956, otra Declaración en el presente momento social, que ha tenido, gracias al Señor, amplia difusión, y creemos fructuosa, y en la cual hemos llegado a decir literalmente: “Si el salario legal, computados los subsidios sociales, es manifiestamente insuficiente para la vida del trabajador y de su familia; y la empresa, industrial o agrícola, permite, sin daño ni peligro de su prosperidad ni del bien común, pagar un salario más alto, el patrono debe darlo, y grava su conciencia si no lo hace”. Pero contra ello no han faltado industriales y comerciantes que, al sentirse heridos en algunos de sus actos o procedimientos, han tachado a los Obispos de desconocedores de los problemas de la industria y del comercio, que no pretendimos abordar en su aspecto técnico, sino sólo de moral y de derecho. Creemos, ante Dios y ante nuestras conciencias, haber cumplido con nuestro deber de magisterio, no adulando ni a los de arriba ni a los de abajo, ni a los potentados ni a los obreros, reconociendo a cada uno sus derechos, pero predicándoles también sus deberes, que son siempre correlativos.

    Pero otras veces se nos pide lo que no es propio de la Jerarquía eclesiástica, como si fuera propia de ella gobernar; y aun se pretende, en frase vulgar, que de hecho gobiernan los curas. Por nuestra parte, hemos dicho bien claro que la responsabilidad de las leyes civiles corresponde al Gobierno que las dicta, y que, sólo en el caso de leyes irreligiosas o claramente contra el derecho natural, enjuicia la Iglesia las leyes civiles. Tampoco la Iglesia se injiere en juzgar casos concretos, en resolver conflictos laborales. Podría, en un caso especial, en que ambas partes solicitasen su arbitraje, prestarse, por caridad, y en bien de la paz social, a ello; pero esto, ordinaria y normalmente, así como no se os puede pedir a vuestras asociaciones apostólicas obreras, tampoco se puede pedir a la Jerarquía eclesiástica, sino a los organismos competentes.


    Síntesis de la Doctrina Social de la Iglesia.– Derechos y deberes de patronos y obreros.– La empresa debe constituir una comunidad humana con verdadera fraternidad cristiana.– Patronos y obreros deben estar interesados en el bien común del país

    La Doctrina Social de la Iglesia fue expuesta sintéticamente y magistralmente por León XIII, en su inmortal Encíclica “Rerum Novarum”; desarrollada, a los cuarenta años, por Pío XI, en su Encíclica “Quadragesimo Anno”; completada, más tarde, por el mismo Pontífice, en su Encíclica “Divini Redemptoris”, sobre el comunismo ateo, y por el Sumo Pontífice Pío XII, en sus innumerables Discursos y Alocuciones a patronos y obreros de toda suerte de profesiones.

    El socialismo y el comunismo se basan en la lucha de clases. La Doctrina Social de la Iglesia se basa en la armonía de las clases, única base posible de la paz social, que es el ideal de la Iglesia y el verdadero bien común. La paz social sólo puede obtenerse, a su vez, en primer lugar, con la justicia social, y, después, con una verdadera fraternidad cristiana.

    Es una calumnia el decir que la Iglesia sólo predica la caridad a los ricos y la resignación a los obreros. Toda la Doctrina Social de la Iglesia, como es de ver en la Encíclica “Rerum Novarum”, de León XIII, pone como fundamento la justicia social, estableciendo los derechos y deberes de los patronos, y los derechos y deberes de los obreros. El liberalismo económico defiende los derechos de los patronos proclamando, aun para la retribución laboral, la ley de la oferta y la demanda; mirando el trabajo como una mercancía; y olvidándose de los gravísimos deberes del patrono de respetar la dignidad de la persona humana en el obrero, y de proporcionar a éste lo necesario para su vida y para el sostenimiento de su familia. El socialismo y el comunismo proclaman los derechos del obrero, pero callan sus deberes del rendimiento del trabajo; de no dañar la justa propiedad privada, que aun llegan a negar, según los grados de moderación o de radicalismo; de no acudir a la violencia y a la rebelión, a la cual, por el contrario, muchas veces excitan.

    Es, contra toda razón, una doctrina que, como fundamento, propone la lucha de los que trabajan en común, como en la empresa el patrono y el obrero. Entre los que trabajan en común, lo racional es la cooperación y la inteligencia, y el ideal es de vínculos de amor y de hermandad, de interesarse todos por el éxito –por la prosperidad de sus comunes trabajos– de la empresa. El liberalismo económico subestima, no valora, el trabajo humano, sin el cual no puede darse una empresa, y, si aun muchas veces no llega a dar al obrero lo necesario para su vida humana y familiar, mucho más se olvida de él en la parte que es equitativo corresponda también al obrero en los beneficios de la empresa cuando ésta es próspera, bien con salarios más elevados, bien con una participación en los beneficios que superen el interés legal del capital.

    La ley suprema del cristianismo es el amor, y, por ello, la estricta justicia debe ser coronada por la fraternidad cristiana. ¿No sería mucho mayor la paz social, no sólo de orden externo, sino interna de corazones, si las empresas constituyesen todas una comunidad humana en que los propietarios del capital, los intelectuales, técnicos y los simples obreros estuviesen unidos fraternalmente y tuviesen todos el mayor interés en la empresa? ¿No se facilitaría así aun la prosperidad material de la empresa?

    Por fin, queridos obreros, dentro de la Doctrina Social de la Iglesia, ni patronos ni obreros, ni aun ningún ciudadano, debe desinteresarse del bien común; primero, por un justo sentimiento de amor patrio, pues el cristiano ha de interesarse por el bien material y espiritual de la patria. Pero, en segundo lugar, porque el bien común redunda luego en el bien particular de todos los ciudadanos. Mirad, si no, cómo el mayor nivel de vida responde ordinariamente a la mayor riqueza de una nación. Es cierto que la justicia social exige una justa distribución de esta riqueza, como hemos ya expuesto. Pero no olvidemos que, antes de una justa distribución, hay que contar con la cantidad que se puede y se debe distribuir; si ésta es escasa, escaso será también lo que a cada uno toque; si la cantidad a distribuir es mucha, podrá recibir también más el particular. Tengamos, pues, todos, interés también por el bien común, por la prosperidad espiritual, y aun temporal, de nuestra patria, que no se promueve con guerras cruentas, sino con la paz, y, por ello, sólo la guerra necesaria puede ser justa; que tampoco se promueve con huelgas, que producen grandes pérdidas, y que sólo se pueden justificar cuando no haya otros medios para obtener justicia. Ir contra el bien común, redunda en contra del bien de los particulares, y, si alguno se aprovecha de ello con medios injustos, es reo delante de Dios y de su patria.


    Frutos de la fiesta de San José Obrero

    ¡Ojalá todos los obreros de España saquen los frutos debidos de la nueva fiesta de San José en el día primero de Mayo! Sacadlo al menos vosotros, carísimos obreros y obreras de la H.O.A.C. y de la J.O.C. masculinas y femeninas, pues son frutos de verdadera fraternidad cristiana obrera; de verdadera elevación de la clase obrera, por el reconocimiento de la dignidad de su persona humana; por la elevación de su cultura; de su bienestar familiar en los hogares obreros; por su mayor religiosidad y piedad, tesoro que nadie os puede arrebatar si vosotros no lo menospreciáis y malbaratáis. Rogad a San José por todos vuestros hermanos obreros, para que vean la luz, para que reconozcan como a su Madre a la Iglesia, que siente predilección por ellos porque continúa la misión de Jesús, que quiso ser obrero en su juventud y ser llamado el Hijo del Artesano, del Obrero.

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