«Es absurdo que el discurso político de los ateos lo determinen las ideas cristianas»

john gray / Politólogo

Eva Muñoz






John Gray (Gran Bretaña, 1948) es catedrático de Pensamiento Europeo en la London School of Economics y uno de los politólogos más destacados del pensamiento contemporáneo. Vinculado durante los años 80 a la derecha británica, a principios de los 90 pasó a dar soporte a los laboristas. En la actualidad apuesta por superar la tradicional división de la esfera política entre derechas e izquierdas y pone en duda algunas de las corrientes centrales del pensamiento europeo, como el humanismo. En ese contexto cabe situar sus últimos libros, como «Contra el progreso y otras ilusiones», «Al qaeda y lo que significa ser moderno» o «Perros de paja: reflexiones sobre los humanos y otros animales». En esta entrevista, celebrada el pasado lunes con motivo de su participación en un ciclo de conferencias en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, Gray se muestra crítico con los neocons, a los que responsabiliza de la «quiebra» del Estado iraquí, mientras insiste en la necesidad de aceptar el conflicto como parte inherente de la condición humana.

-Niega el estereotipo que describe a Al Qaeda como un retroceso a los tiempos medievales.
-Al Qaeda es moderna en distintos aspectos. Los ataques del 11 de septiembre son, en su forma y en su organización, plenamente contemporáneos. Al Qaeda es producto de la globalización del siglo XXI tanto por su dependencia de la tecnología contemporánea como de los movimientos internacionales de capital y la globalización del delito. Pero, además, su ideología está tomada del pensamiento moderno occidental en mucha mayor medida que del islam. El padre ideológico del islam radical es el pensador egipcio Sayyid Qutb, ejecutado por Nasser en 1966. Las ideas de Qutb tales como la necesidad de una «vanguardia revolucionaria» o la reorganización del mundo mediante actos de violencia espectaculares entroncan directamente con el pensamiento revolucionario europeo, con el leninismo, con el fascismo, pero no con el pensamiento medieval. La idea de «un mundo sin gobierno» tampoco tiene tradición en el islam.

-Afirma que tanto el marxismo como el neoliberalismo son «cultos» postcristianos.
-En primer lugar, ambos tienen mucho más en común de lo que se cree y se admite. Tanto el marxismo como el neoliberalismo son herederos del dogma central del positivismo, que afirma que por medio del crecimiento del conocimiento científico la humanidad podrá liberarse de los inmemoriales males de la guerra y la escasez y alcanzar un mundo sin conflicto. Naturalmente, el primero pretende alcanzar ese estadio mediante la planificación económica y el segundo por medio del mercado libre, pero ambos coinciden en su determinismo tecnológico, en su desprecio de valores como la religión o la nación, que no consideran significativos, en su perspectiva dominadora de la naturaleza... Yo devine muy crítico con el neoliberalismo porque, cuando el comunismo se colapsó, en lugar de renunciar a ese tipo de ideologías universales, lo que tuvimos fue algo así como su reedición pero de forma «invertida». El marxismo y el neoliberalismo comparten con el cristianismo la visión de la historia como un drama que se consumará alumbrando una nueva civilización.
-Entonces, ¿la ciencia no impulsa la historia en ninguna dirección concreta?
-La dominación racial y una mejor educación, el incremento de la longevidad y el genocidio son algunos de los muy divergentes objetivos a los que la ciencia ha contribuido. El hecho de creer que el progreso científico genera progreso social sugiere que la ciencia y la ética son similares, cuando en realidad son muy diferentes. Una vez que ha sido adquirido y difundido, el conocimiento científico ya no puede perderse. Sin embargo, no hay avance ético o político que no pueda invertirse. En ciencia, la aproximación a la verdad es un bien puro, pero en ética y política no hay bienes puros. Sin embargo, las sociedades occidentales siguen regidas por el mito de que, a medida que el resto del mundo absorba la ciencia y se vuelva moderno, habrá de volverse obligatoriamente laico, ilustrado y pacífico. Tal como, contrariamente a toda evidencia, se imaginan a sí mismas.
-¿La moral es una «enfermedad» específica de los humanos?
-De entrada querría distinguir entre ética y moral. Yo entiendo la ética del modo en que lo hacían los clásicos, como el arte de la vida buena, y creo que lo que precisamos es una ética, más que una moral, entendida ésta como un código de obligaciones inspirado por una idea de trascendencia. Lo que me parece absurdo es la actitud de aquellos que se declaran ateos y cuyo discurso político está determinado por toda una serie de ideas que son inherentes a la fe cristiana.
-«No hay nada que nos permita afirmar que la ciencia haya de producir, necesariamente, una cosmovisión única». ¿Esta afirmación conduce al relativismo cultural absoluto o a la asunción del conflicto como parte necesaria de la condición humana?
-No soy un relativista cultural. En primer lugar, porque creo que los humanos, como los animales, compartimos una naturaleza común. Un relativista radical diría que todos los valores son construcciones culturales. No lo creo. Yo pienso que hay necesidades humanas universales, así es que también hay valores humanos universales. En segundo lugar, tampoco soy relativista en relación con la ciencia. Que la ciencia no converja de forma inevitable en una única verdad acerca del mundo no significa que la ciencia no haya desterrado muchas teorías falsas: la frenología fue falsa, las teorías racistas fueron falsas… Sin embargo, creo que lo que necesitamos entender es que, a pesar de que haya valores humanos universales, estos pueden entrar en conflicto entre sí: la justicia con el bienestar, la seguridad con la libertad... e incluso que aunque la ciencia elimine falsas teorías o creencias, ello no produce necesariamente consenso alrededor de una única teoría. Si hay algo único en los humanos en relación con otros animales, más allá de nuestra capacidad destructiva, es que nos hemos bregado en la capacidad de vivir en conflicto permanente. El conflicto es inherente a la condición humana.
-¿La invasión de irak respondió a una cruzada ideológica o a la «realpolitik»?
-Las razones esgrimidas por la Administración Bush desde un principio no parecían estar claras. No creo que fueran coherentes siquiera para ellos mismos. Los intelectuales neoconservadores, con Paul Wolfowitz a la cabeza, tenían una presencia importante en el equipo de Gobierno, y estaban comprometidos con un ideal, consistente en exportar el modelo americano de democracia a Oriente Medio a través de la guerra si era preciso. Esta es una de las razones por las que yo me opuse a la guerra. La historia demuestra que el intento de imponer rápidamente la democracia en construcciones postcoloniales o postimperiales conduce a la quiebra del Estado. Es una fórmula segura para generar años de enfrentamiento civil, étnico y sectario de lo más cruento, lo que me parece una gravísima responsabilidad para cualquier gobierno. Por otra parte, el régimen de Saddam era un régimen horrendo, despótico, pero era secular. Destruir ese régimen emancipó y reforzó las fuerzas del islam radical. Y eso también era fácilmente predecible. Ha sido la ceguera ideológica y la ignorancia de la historia por parte de la «intelligentsia» neoconservadora la que ha producido este desastre.
-¿No hubo, a la vez, razones geopolíticas?
-Por supuesto. se trataba de hacer de Irak una plataforma desde la que asegurar, más allá de Arabia Saudita, el control americano de las reservas petrolíferas del golfo. Wolfowitz también afirmaba que, una vez controlado el país, aumentaría la producción de crudo y el precio del barril de petróleo bajaría, lo que a su vez supondría un impulso para la economía. La realidad es que hoy la producción es inferior de lo que era bajo el régimen de Saddam, a lo que hay que añadir los problemas que la guerra causa en el transporte y la exportación del crudo, con lo que el precio no ha bajado sino que ha subido. Lo que la invasión americana forzó no fue un cambio de régimen, sino la quiebra del Estado iraquí. Ese es el hecho vital acerca de Irak que creo que aún no ha sido comprendido. Por eso es inútil exigir al gobierno iraquí que se haga cargo de sus responsabilidades en materia de seguridad.
-Es partidario del abandono de la globalización, entendida como la imposición universal del modelo de mercado libre global angloamericano impulsado por Estados Unidos y las instituciones financieras internacionales como el FMI o el banco mundial.
-La cuestión está bien planteada porque quiero que quede claro que yo no rechazo la globalización entendida como el resultado de un proceso histórico, en marcha, al menos, desde mediados del XIX, consistente en la interconexión del mundo a través de las nuevas tecnologías de la comunicación y las formas de producción transnacionales. La globalización así entendida no puede ser políticamente detenida y ya no es un proyecto occidental o americano, sino un proyecto chino, indio, brasileño, ruso... En última instancia, el único obstáculo será el ecológico. Ahora, si tomamos la globalización en el sentido de su pregunta, dada su inherente inestabilidad y sus altos costes sociales, el intento de construir un mercado libre global podría conducir no al complaciente «fin de la historia» de Fukuyama sino al caos. Eso ni siquiera ha sucedido en América, si se me permite la paradoja. América tiene parcelas de libre mercado, por supuesto, pero no es un modelo de libre mercado. El capitalismo americano se construyó sobre el proteccionismo, y hoy es un híbrido de mercado libre y proteccionismo. De hecho, si echamos un vistazo al resto del mundo vemos que hay toda suerte de variantes del capitalismo y todas son formas híbridas y distintas entre sí: el capitalismo chino es distinto del japonés, el italiano es distinto del alemán, que, a su vez, es distinto del británico, aunque, por supuesto, todos interactúan, pero no para devenir una forma única y, ciertamente, no el mercado libre angloamericano. Lo que determina la forma «real» de capitalismo que se da en cada país es una muy complicada mezcla de circunstancias políticas, ambientales, históricas, religiosas y nacionales.
-El viento sopla ahora desde Oriente.
-En efecto, hace apenas una semana hubo una fluctuación en la Bolsa de Shanghai que produjo una fluctuación en los mercados de Nueva York, Londres y otras partes del mundo. Hoy, cuando China estornuda es América la que coge un constipado. Los Estados Unidos son aún un vastísimo mercado, pero ya no son el centro y, desde luego, no se están «replicando». Al contrario, están encogiendo. La economía estadounidense es una deudora neta del resto del mundo, es decir, depende de las inversiones de otros países en su territorio, lo cual la sitúa en una posición muy frágil.
-¿Es esa una de las razones las que pone en duda la viabilidad de la «pax americana» que hoy parece regir la política exterior y militar estadounidense?
-La superioridad militar, que es evidente en el caso de Estados Unidos, finalmente descansa en la fortaleza económica de un país. El poder militar del imperio británico se colapsó porque su poder económico se colapsó, y en el siglo XIX el poder imperial británico estaba económicamente mejor fundado de lo que hoy está el poder americano, porque Gran Bretaña era entonces el mayor exportador de capital del mundo, mientras que américa es hoy el principal importador de capital. No se puede sostener un imperio del dólar con la mayoría de los dólares en préstamo. Junto a esa dependencia de capital está su dependencia energética. América es una gran importadora de petróleo, y eso no va a cambiar en los próximos treinta años. Así es que si la idea de que el modelo americano sería adoptado a lo largo y ancho del mundo siempre fue una fantasía, hoy esa fantasía está finiquitada.


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