Iglesias-museo, templos profanados

<DIV align=justify><FONT face="Arial, Helvetica, sans-serif" size=2>Mi amigo, de nacionalidad argentina, de paso por España, acude a misa de 12,00, en la Catedral de Toledo, la que oficia monseñor Antonio Cañizares. Llega antes de la hora para poder prepararse y se encuentra con que está abierto el museo. Un encargado listillo le advierte que tiene que pagar la entrada. Mi amigo le dice que no va a visitar la catedral, que sólo va a rezar.
-¿Así que a rezar, eh?- le espeta. Todo el mundo sabe que es muy extraño que alguien entre en la catedral de Toledo a rezar. Si acaso, a extasiarse con la riqueza artística. Y para eso hay que pagar.

Mi amigo dice que sí, que viene a rezar. Pero el funcionario se las sabe todas y, además, no le debe agradar el acento porteño:

-Y cuándo venga el recibo de la luz, se lo enviamos a su casa, ¿no?-.

El asunto no acaba mal, y, desde luego, el recibimiento que más tarde le hace el arzobispo nada tenía que ver con la del empleado de la diócesis, pero lo que está claro es que si una catedral debe escoger entre ser lugar de culto o museo, debe optar por lo primero.

De otra forma, no será posible mantener el respeto debido, en primer lugar al Santísimo. Y para ello es necesario que, la actividad el templo -sea o no catedralicio- como museo -no digamos como comercio- tiene que quedar preterida a la oración, al culto y a la administración de sacramentos.

La Iglesia-museo es una triste realidad con la que hay que terminar, especialmente, cuando el anticlericalismo ha pasado de la prensa a la calle. La presidenta de las Madres de la Plaza de Mayo, Hebé de Bonafini, esa chica tan querida por los Kirchner y por el Gobierno español, madre de terroristas y valedora de ETA, defecó en la catedral de Buenos Aires, justo al lado del altar mayor, seguramente como expresión revolucionaria, mientras la presidenta Fernández miraba hacia otro sitio y los medios argentinos ocultaban pudorosamente los hechos.

En Barcelona, la catedral, que ya fue profanada en su día por un encierro de inmigrantes que meaban en las capillas, todos los grupos progres aprovechan la fachada del templo para blasfemar, exhibirse en cueros o sencillamente, bramar contra los curas. En Madrid, los afectados por el Forum Filatélico se encerraron en la catedral de La Almudena. Fue justo en ese punto cuando los afectados han perdido todo el apoyo de Hispanidad: si la mayoría no reprueba la actitud de este grupo, que les den morcilla.

En Venezuela, ha sido atacada la Nunciatura y el Palacio arzobispal de Caracas. Las profanaciones, o simplemente, las faltas de respeto a Cristo y a los cristianos se suceden hasta en Alcorcón (Madrid).

Sencillamente, los energúmenos responden a la blasfemia continuada contra la Iglesia en los medios progresistas, especialmente en TV, y a los ataques a la jerarquía -la administración ZP, por ejemplo, es un estandarte de este movimiento- pasando a la acción, que es lo suyo.

En este estado de cosas, lo mejor es olvidarse del arte, una preciosidad. Y convertir a los templos en aquello para lo que nacieron: la oración. Es hora de abrir los templos, si es posible las 24 horas del día, para la oración, la liturgia, en concreto para la confesión (los confesionarios continúan criando telarañas), la eucaristía -más misas, muchas más- y la adoración al Sanísimo. Las 24 horas del día dedicadas a la oración. Y si alguien quiere admirar la maravilla de la catedral, que lo haga en silencio y con mucho, mucho, respeto.

Es la revolución pendiente, no lo duden.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com