Dentro de los testimonios históricos guadalupanos, está la Batalla de Lepanto, en la que el 7 de octubre de 1571 los cristianos derrotaron en combate naval a los turcos, deteniendo así su expansión en Europa y el Mediterráneo.
La relación con la Virgen de Guadalupe está en un lienzo con la imagen guadalupana -copia del original-, que habría estado luciendo como insignia en la galera capitana de Andrea Doria, quien era uno de los jefes de la flota cristiana. Dicho lienzo se conserva ahora en la iglesia de La Madonna di Guadalupe en Santo Stefano d´Aveto, en Italia, donde se venera a Ntra. Sra. de Guadalupe de México.
Aunque muchas fuentes mencionan este estandarte, son pocas las que estudian un poco más detalladamente el tema, aunque hacen constar que a 40 años de las apariciones, la imagen ya se encontraba en Europa y era estimada por los españoles, descartando así la idea de que la devoción guadalupana era exclusiva de indios, mestizos y criollos, pues aún si no estuvo en la galera de Doria durante la batalla de Lepanto, sí estaba en su poder y en Europa, donada por el rey Felipe II.
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Dos vistas de la Iglesia de La Madonna di Guadalupe, en Santo Stefano d´Aveto, Italia
Nella Chiesa, Santuario di N.S. di Guadalupe, è presente la tela che raffigura
la Madonna di Guadalupe donata dal Cardinale Giuseppe Doria nel 1814 ed il 27 agosto
viene celebrata una Messa sul monte Maggiorasca in onore di N.S. di Guadalupe.
http://www.maurizioweb.it/aveto/paese/index.htm |
A mí este tema me interesó además por otra cosa: Se ha hablado de "retoques" a la imagen original, entre otros, que le fue borrada la corona que tenía originalmente, y que describen, por ejemplo, el Nican Motecpana, Miguel Sánchez, Miguel Cabrera; los científicos de la N.A.S.A. Callagan y Smith hablan también de retoques, como el ángel, la luna y el resplandor dorado que rodea a la Virgen; finalmente, una teoría más aventurada de Leoncio Garza-Valdés sugiere que la imagen original no fue la que hoy vemos, sino una Virgen con un niño, idéntica a una imagen que está en el coro de la Iglesia de Guadalupe de Extremadura.
Lo interesante del caso es que la imagen que se venera en Santo Stefano d´Aveto es igual a la que está en la tilma de Juan Diego en la Basílica del Tepeyac, y por lo tanto, permite aproximar la fecha de los "retoques" denunciados por Callagan y Smith, y descartar la hipótesis de Garza-Valdés, pues en su estudio fija la fecha de confección de la imagen no en 1531 sino en 1556. Y entre 1556 y 1571 (15 años como máximo), no hay evidencia de ningún retoque o modificación. El mismo Garza-Valdés habla de una segunda imagen sobrepuesta a la primera en 1625, que pudo ser la imagen actual.
Si comparamos el estandarte de 1571 con la hipótesis de Garza-Valdés, resulta imposible que haya habido una "virgen con un niño" que fuera modelo del estandarte. Mi conclusión inicial es que la imagen que sirvió de modelo al estandarte que vamos a estudiar, fue la tilma de Juan Diego con el original, que en esencia es el mismo que hoy está en la Basílica de Guadalupe, y que no ha habido tal "virgen con un niño" en el ayate.
Entonces estudiemos este asunto.
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Antecedentes: El avance turco en Europa y el Mediterráneo |
Mencioné en el primer capítulo de la Conquista de México, como en 1453 el sultán turco Mohamed II conquistó Constantinopla, capital del Imperio Bizantino (Romano de Oriente), que los historiadores señalan como "simbolizante" del fin de la Edad Media y el inicio de la Moderna.
Durante ya varios siglos los turcos habían sido los grandes enemigos de los europeos, desde las Cruzadas, cuando los turcos seléucidas dominaban Tierra Santa, y después los turcos otomanos, quienes tomaron Constantinopla.
La toma de esta importante ciudad alertó gravemente a todas las potencias europeas, principalmente a los países de los Balcanes y de Europa Oriental, que estaban más cerca del llamado "peligro turco". Los soldados turcos -los jenízaros-, llegaron a ser los mejores de su tiempo, tan formidables que podían compararse a los legionarios romanos de la Antigüedad.
El sultán Selim, nieto de Mohamed II, tenía avidez de conquistas, y desarrolló una serie de ofensivas destinadas a aumentar el poder del Imperio Otomano. Para ello concentró 140 mil hombres en la costa del Bósforo, para movilizarse contra Persia, y en 1514 aplastó a las tropas del Sha cerca de la capital persa, Tabriz.
En 1516 Selim conquistó Damasco, prosiguió por el desierto hasta Egipto, donde derrotó al ejército mameluco del sultán a principios de 1517. Selim se había apoderado practicamente de Egipto y de Arabia, logrando su anhelado objetivo de tener entre sus territorios la Ciudad Santa del Islam: La Meca, y tomó el título de califa.
Selim murió en 1520, y fue sustituido por su hijo Solimán (Suleiman), llamado El Magnífico, y también El Legislador, quien recibió un Imperio cuya situación en Asia estaba muy estable y más poderosa que nunca.
Solimán decidió dirigir su atención a Europa. Su principal enemigo a vencer, a quien odiaba cordialmente, era el emperador Carlos V. Esa pretensión de ser soberano con dominios universales -a lo largo de todo el planeta-, resultaba intolerable para Solimán, y de su cuenta corría acabar con Carlos V.
Así que por Europa Central, Solimán remontó el Danubio, y tomó Belgrado tras repetidos ataques, en 1521.
En 1522 Solimán atacó con 115 mil hombres la isla de Rodas, defendida por 12 mil caballeros hospitalarios de San Juan, quienes defendieron ferozmente su posición, hasta que tuvieron que rendirse. Con el patrocinio de Carlos V, los sobrevivientes se refugiaron en la isla de Malta, que años más tarde volvería a ser asediada.
En 1526 los turcos invadieron Hungría, el rey Luis intentó pedir ayuda a las potencias occidentales, pero fue inútil; en agosto se enfrentaban los ejércitos húngaro y turco, y los turcos triunfaron aplastantemente, muriendo en el combate el rey Luis.
Su sucesor era el archiduque Fernando, quien sin embargo tuvo que reunir a sus ejércitos en Austria, mientras los turcos ocupaban Hungría. Fernando pidió a su hermano Carlos V que le enviara tropas, pero Carlos, en guerra contra Francia y contra los protestantes en Alemania, no pudo ayudarlo.
En mayo de 1529 Solimán desplegaba un ejército enorme; los historiadores valúan sus efectivos en 300 mil hombres, que emprendieron la marcha hacia Viena, hasta levantar sus tiendas a orillas del Danubio. Los defensores de Viena, apostados en las murallas, podían ver a lo lejos aquel tremendo ejército que venía contra ellos.
Durante cuatro semanas los turcos atacaron Viena, pero los 20 mil defensores opusieron una resistencia pertinaz, frustrando las tentativas otomanas. A esto se unió una serie de lluvias intensas e ininterrumpidas, que inundaron las trincheras turcas. Cuando acabó la lluvia, empezó a helar, y el ejército turco se encontró aterido y sin ganas de luchar. Solimán se vio obligado a levantar el sitio y emprender la marcha de regreso, hasta que en diciembre, después de marchas forzadas, llegaba a Constantinopla.
Tres años más tarde, en 1532, Solimán lanzó una nueva embestida hacia Viena, pero esta vez el propio emperador Carlos V le hizo frente, ya que tenía por el momento paz con Francia y los protestantes, y el resultado fue el mismo; los turcos tuvieron que retirarse de Europa Central.
Solimán avanzó entonces hacia el Este, tomó Mesopotamia y entró en Bagdad. Consolidó la posición del Imperio Otomano en Hungría y en el Mediterráneo, misma posición que permitiría a su sucesor amenazar a Europa por el Mediterráneo.
En 1566 puso sitio a la ciudad húngara de Sigetz, para reprimir la rebelión del emperador austriaco Maximiliano II, y en el sitio perdió la vida.
El sucesor de Solimán el Magnífico fue su hijo Selim II, quien decidió expander el poder turco en el Mediterráneo -a costa de Venecia-, y así en 1565 asediaba Malta, defendida por los Caballeros de San Juan de Jerusalén; pero al no conseguir su objetivo, Selim II inició preparativos contra Chipre y contra Túnez. Primero se lanzó contra Chipre, que fue conquistada en 1570, por una escuadra de 300 galeras.
Pero ahora, los cristianos europeos se unían contra el peligro turco, olvidando sus diferencias internas. Esto nos lleva al siguiente tema.
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Formación y Fuerzas de la Santa Liga |
La República de Venecia estaba muy interesada en firmar una alianza contra la expansión otomana. Su principal actividad era el comercio entre Oriente y Occidente, que monopolizó durante gran parte del final de la Edad Media, especialmente en el siglo XV.
A partir del siglo XVI, con el nuevo y exótico comercio de España con productos traídos de América, y con los portugueses trayendo productos de Oriente a través de su ruta africana, Venecia perdió el monopolio pero conservó todavía su posición como la principal potencia comerciante y naval en la parte oriental del Mediterráneo.
La expansión de los turcos por el Mediterráneo significaba un peligro directo y serio para Venecia; que empezó a tener roces con el sultán Selim, quien confiscó en 1570 todos los navíos venecianos anclados en puertos turcos. Los venecianos comprendieron que en breve tendrían que entrar en guerra contra los turcos, si querían conservar su poderío marítimo y comercial. Pero la República sola no podía contra los otomanos. Necesitaba coaligarse con otras potencias, y para ello fijó su atención en el Papa y España.
En 1566 subió al trono de San Pedro el dominico Antonio Ghislieri, quien tomó el nombre de Pío V (hoy canonizado), y quien pronto dio muestras de ser profundamente contrario a la expansión tanto del protestantismo como del poder turco. Fue él quien se ocupó de dar cumplimiento a las resoluciones del Concilio de Trento, introducir el índice de Libros Prohibidos y excomulgar a la reina Isabel de Inglaterra, en 1570.
En cuanto a los turcos, su política lo llevó a aliarse con Venecia, y pronto se sumó a esa Liga el rey de España Felipe II, interesado también en frenar el poderío de los turcos, pues podía suponer, a la larga, peligro para el poder naval de España en el Atlántico.
Acordada la alianza, los barcos y soldados de la Liga empezaron a concentrarse en el puerto de Mesina, de donde zarparían. La Liga otorgó el mando general de la flota a Don Juan de Austria, hermano del rey Felipe II. Don Juan de Austria llevaba como lugartenientes principales a Andrea Doria, Luis de Requesens y Juan Cardona. Al mando de la fuerzas papales estaba el condestable de Nápoles Marco Antonio Colonna, y finalmente, Sebastián Veniero comandaba las fuerzas venecianas. Otros jefes de la flota eran don Álvaro de Bazán, Agustín Barbarigo y Alejandro Farnesio.
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Don Juan de Austria, comandante de las fuerzas cristianas |
Se reunieron 208 galeras de guerra (90 españolas, 106 venecianas; 12 pontificias) apoyadas por seis galeazas venecianas y unos ochenta navíos de servicio españoles (entre naos, fragatas y bergantines).
Don Juan de Austria llegó a Mesina el 23 de agosto de 1571 a entrevistarse con Veniero, y a reforzar las viejas galeras venecianas con compañías de arcabuceros, y alistó cuatro tercios españoles. Los efectivos de la flota sumaban 20 mil españoles, 8 mil venecianos, 2 mil soldados pontificios y mil voluntarios, además de 50 mil marineros y galeotes.
Los turcos, enterados de la concentración en Mesina, reunieron la flota que había conquistado Chipre, al mando del gran almirante Alí Pachá y sus lugartenientes Pertau Pachá y Uluch Alí. Alí Pachá estimó un duro combate, y reclutó tropas jenízaras de las guarniciones griegas; reuniendo una poderosa escuadra de 275 galeras con una fuerza de 34 mil hombres. Aunque los turcos eran superiores en número, tenían desventaja en cuanto a los cañones, sólo 750 frente a 1215 de los cristianos.
Lucharían además, los mejores soldados del mundo, los respetables tercios españoles contra los temidos jenízaros.
El 16 de septiembre de 1571 la flota cristiana salió del puerto de Mesina hacia el Mar Jónico, en dirección a Grecia, donde se sabía que se hallaba la escuadra turca. En medio de repiques de campanas y salvas de los castillos del puerto, los barcos pasaron a desfilar frente al barco del nuncio papal para recibir la bendición.
Para impedir que cada flotilla combatiera por su cuenta, Don Juan de Austria dispuso la mezcla de los barcos aliados para que la victoria o derrota cupiera a todos por igual.
El 27 de septiembre la flota de la Liga fondeaba en Corfú; ahí don Juan envió a una flotilla al mando de Gil de Andrade a explorar la zona, con instrucciones de reunírsele en dirección a Gomeniza.
En Gomeniza hubo algunas diferencias entre los comandantes cristianos, pues al acudir Andrea Doria a revistar la capitana veneciana, Sebastián Veniero, que estaba enemistado con él, le prohibió subir a su barco, y don Juan, para calmar ánimos, accedió a mandar a Marco Antonio Colonna a pasar revista.
El 29 de septiembre una fragata de Andrade alcanzó a la flota con la noticia de que las fuerzas turcas se hallaban esperando en el golfo de Lepanto. La escuadra cristiana puso rumbo a Cefalonia y fondeó en Famagusta. Ahí se infiltraron dos naves turcas en una noche, al mando de Kara Kodja, quienes llevaron a Alí Pachá la feamente inexacta noticia de que la flota turca superaba a la cristiana en dos a uno.
El sábado 6 de octubre, en el puerto de Petala, el Consejo de la Flota celebró una reunión para determinar qué hacer. Andrea Doria y Luis de Requesens se oponían a combatir en el golfo. Pero don Juan de Austria, Álvaro Bazán y Alejandro Farnesio eran partidarios de atacar. Finalmente se impuso don Juan de Austria diciendo: "Señores, no es momento de deliberar sino de combatir".
Los turcos también celebraron reunión previa, y con informes más fidedignos, sabían ahora que las fuerzas cristianas eran inferiores a las suyas, pero bastante fuertes, y que les podían cortar el acceso a mar abierto, impidiéndoles maniobrar a su centro y ala derecha.
Pertau Pachá y Uluch Alí aconsejaron no combatir, sino permanecer al abrigo de los castillos del golfo de Lepanto. Pero Alí Pachá no aceptó, pues tenía órdenes del sultán Selim de presentar combate.
Al amanecer del 7 de octubre la flota cristiana estaba en las islas Equínadas, los vigías de la costa dieron la noticia a Kara Kodja, quien de inmediato se dirigió a Lepanto a avisar a Alí Pachá que los cristianos se acercaban.
El almirante turco dio orden de zapar a toda prisa para encontrar al enemigo en terreno más amplio.
La escuadra cristiana desplegada en formación de combate ocupaba un frente de más de seis kilómetros de largo, dividido en cuatro cuerpos. En el centro la galera Real de don Juan de Austria flanqueada a su diestra y siniestra por las dos capitanas pontificia y veneciana mandadas respectivamente por Marco Antonio Colonna y Sebastián Veniero. Desplegadas a sus lados bogaban las otras 61 galeras del cuerpo central, señaladas con gallardetes azules. El cuerpo de la izquierda, al mando de Agustín Barbarigo, estaba integrado por 53 galeras que lucían gallardetes amarillos. Barbarigo procuraba ceñirse a la costa para cortar el paso del ala derecha turca cuando intentara envolverlo para atacarlo por la retaguardia. En el ala derecha, al mando de Andrea Doria, iban 54 galeras con gallardetes verdes. Había además una escuadra de reserva, de 30 galeras con gallardetes blancos, al mando de Alvaro de Bazán. Las seis galeazas venecianas navegaban adelantadas, dos delante de cada cuerpo.
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Formación de combate de ambas escuadras |
La formación turca era bastante parecida a la aliada. Al principio adoptaron una forma de media luna, con los extremos adelantados, prestos para envolver la línea enemiga, pero luego rectificaron y se atuvieron a la línea recta. En el centro turco navegaba la potente Sultana, la capitana de Ah Pachá, con 87 galeras. El ala izquierda, que se enfrentaría a Andrea Doria, alineaba 61 galeras y 32 galeotas y estaba mandada por Uluch Ahí, el renegado. En el ala derecha turca, mandada por Chuluk Bey (llamado Mohamed Sirocco por los cristianos), navegaban 55 galeras y una galeota. éstos se enfrentarían a la escuadra de Barbarigo. Si la escuadra de combate turca era más fuerte que la cristiana, la de reserva, mandada por Amarat Dragut, era en cambio más débil, pues aunque estaba compuesta de 31 unidades, sólo ocho de ellas eran galeras.
En medio de la clara mañana resonó el protocolario cañonazo de desafío de la Sultana, al que inmediatamente respondió otro de la Real. Los navíos izaron bandera de combate, los turcos el san-yac, de seda verde, adornado con la Media Luna y versículos del Corán, confeccionado en la propia Meca, el lugar más santo del Islam; los cristianos el estandarte azul adamascado de la Liga decorado con la Virgen de Guadalupe, Cristo crucificado y las armas respectivas de España, el Papa y Venecia.
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Descripción y Saldo de la Batalla |
Desde las siete de la mañana los cristianos habían avistado a la flota turca salir a su encuentro doblando la punta Escrofa. Los capitanes de la Liga pudieron darse cuenta, con gran contrariedad, de que los turcos traían viento a favor, lo que les permitiría avanzar con la vela y así descansar a sus remeros.
Las armadas posicionadas se fueron acercando poco a poco, mientras don Juan de Austria daba las últimas instrucciones y decía palabras de aliento a sus hombres, invocando la ayuda de Dios. Al mismo tiempo, los carpinteros de cada barco cortaban los espolones, que habían sido colocados parcialmente para aserrarlos en el último momento y evitar que los turcos tuvieran tiempo de hacer lo mismo. El objetivo al deshacerse de los espolones era reducir el peso de cada navío y aumentar la capacidad de fuego de las baterías de a bordo.
Hacia las once de la mañana el viento cambió de dirección, los turcos tuvieron que empezar a remar mientras los galeotes de la flota cristiana descansaban. Al momento en que las escuadras se acercaban una a la otra, Uluch Alí se despegó del cuerpo principal, y su flotilla se movió en táctica envolvente. Andrea Doria tuvo que prepararse a contrarrestar la maniobra.
Era casi mediodía cuando las flotas estaban tan cercanas que ya se podían distinguir los soldados de cada barco. Los cristianos guardaban un silencio religioso mientras les impartían las últimas bendiciones y absolución general; silencio que los turcos profanaban lanzando insultos a los cristianos y profiriendo gritos de guerra. Finalmente los cristianos respondieron con toques de trompeta. Los turcos se acercaban a las galeazas venecianas, que empezaron a disparar al ponérseles a tiro. Y la batalla comenzó.
Los turcos pasaron junto a las galeazas sin atacarlas -hubiera sido descabellado hacerlo-, y se dirigieron de frente contra la escuadra cristiana.
Galeras turcas y cristianas se enzarzaron en combate directo, ensartándose las turcas en las cristianas y disparándose las infanterías y tripulaciones mientras se preparaban para el abordaje.
La costumbre en las batallas navales era que las naves capitanas se enfrentaran en singular duelo pues, por lo general, el vencimiento de una u otra determinaba la suerte de la batalla. Por consiguiente los almirantes procuraban embarcar en sus naves insignia más y mejores tropas que en las galeras comunes. En Lepanto, la Sultana de Alí Pachá estuvo apoyada por otras siete galeras que estratégicamente situadas a su popa le enviaban continuamente tropas de refresco. La Real de don Juan de Austria por su parte también estaba apoyada por otras dos. Además, llevaba a bordo hasta cuatrocientos veteranos, entre arcabuceros e hidalgos voluntarios, a los que se había dejado espacio de maniobra levantando los bancos de los remeros.
La Sultana y la Real se embistieron denodadamente. El espolón de la otomana penetró hasta el cuarto banco de la galera cristiana. De este modo trincadas constituían una única plataforma de nueve metros de anchura por unos ciento diez de longitud, como dos piezas trabadas en su parte central por una bisagra. La suerte del combate dependía de que una de ellas conquistase la otra y alzase en ella su estandarte.
La infantería española, después de descargar los arcabuces sobre los jenízaros turcos, se lanzó al asalto de la Sultana con lanzas y espadas. Dos veces estuvieron a punto de ganarla y por dos veces hubieron de ceder terreno ante los enérgicos contraataques de los jenízaros reforzados con las tropas que sin cesar recibían por la popa. Hubo un momento, incluso, en que pareció que los jenízaros estaban a punto de inclinar la balanza a su favor pues se lanzaron al contraataque intentando invadir la Real.
Las galeras de Sirocco tripuladas por pilotos conocedores de aquellas aguas alcanzaron la posición que habían buscado aún rozando sus quillas por la costa y consiguieron envolver a Barbarigo, quien vio su capitana atacada por seis galeras. El mismo Barbarigo recibió una flecha que le atravesó el ojo izquierdo y trasladado a su cámara habría de morir allí a los tres días. Acudió en su ayuda su sobrino Marino Contarini quién también moriría en el combate, estando su nave a punto de rendirse con casi todos sus ocupantes muertos o heridos. Mientras, Uluch Alí había conseguido alejar tanto la escuadra de Andrea Doria que las naves de Alí atravesaron la línea cristiana entre aquella escuadra y la de Don Juan. Siete galeras cayeron sobre la capitana de Malta, en la que sólo hubo tres supervivientes y otras diez galeras venecianas, dos del Papa y una de Saboya fueron capturadas por los turcos.
La situación llegó a ser desesperada para los cristianos, pero por fortuna, cuando parecía que las galeras venecianas iban a caer en poder del turco, acudió en su ayuda el cuerpo de reserva cristiana mandado por Alvaro de Bazán, cuya oportuna intervención cambió las tornas, arrinconó a los turcos y decidió el combate. Mohamed Sirocco pereció defendiendo su nave. Después de la refriega lo encontraron agonizando entre los restos del naufragio y lo remataron para ahorrarle sufrimientos. Sus subordinados, menos valerosos o más realistas, embarrancaron las otras galeras en la costa y se pusieron a salvo.
El combate entre la Real y la Sultana |
Con los soldados que traía Don Álvaro los españoles por fin consiguieron pasar del palo mayor de La Sultana y conquistando el castillo de popa, el capitán Andrés Becerra se hizo con el estandarte turco. Alí Pachá recibió un disparo en la frente y un galeote de los liberados para combatir le cortó la cabeza y se la presentó a Don Juan ensartada en una pica. La noticia de la conquista de La Sultana y la muerte de Alí Pachá pasó de una nave a otra y los turcos comenzaron a dar por perdida la batalla. Karah Kodja se rindió a Juan Bautista Cortés y Mustafá Esdrí se rindió a la Toscana del Papa. La galera de aquél era la capitana pontificia capturada diez años atrás y como pagador que era Esdrí, a bordo llevaba los cofres de la tesorería de la flota turca. Otra galera turca la asaltaron Don Alejandro Torrella y Don Fernando de Sayavedra guiando a caballeros valencianos del Tercio de Moncada y en ella encontraron a los hijos de Alí Pachá, Mohamed Bey de diecisiete años y Sain Bey de trece. Llevados ante Don Juan, se echaron llorando a sus pies y aquél les consoló por la muerte de su padre, mandó que fueran alojados y que les llevaran ropa y comida preparada según sus creencias.
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Aunque los turcos habían sido vencidos en el centro y en la izquierda, en la derecha Uluch Alí había logrado cercar la escuadra de Andrea Doria y allí los cristianos comenzaban a perder terreno en toda la línea. En la Piamontesa de Saboya en la que iba Don Francisco de Saboya todos su ocupantes fueron degollados. En la Florencia del Papa sólo hubo 16 supervivientes, todos ellos heridos. En la San Juan, también del Papa, murieron todos los soldados y los galeotes. En la Marquesa se hallaba enfermo un soldado de veinticuatro años que cuando supo que se iba a entrar en combate pidió a su capitán Francisco San Pedro que le colocara en el lugar más peligroso, pero éste le aconsejó que permaneciera en la enfermería. "Señores –contestó él- ¿qué se diría de Miguel de Cervantes cuando hasta hoy he servido a Su Majestad en todas las ocasiones de guerra que se han ofrecido? Y así no haré menos en esta jornada, enfermo y con calentura". Se le puso al mando de doce soldados en el esquife y combatiendo recibió dos heridas en el pecho y otra en la mano izquierda "que perdió su movimiento para gloria de la diestra". Nota: De aquí el apodo de "El manco de Lepanto" que la historia dado al ilustre Cervantes Saavedra, autor de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, obra clásica de las Letras Españolas.
El astuto renegado Uluch Alí había logrado su propósito de envolver el ala cristiana mandada por Andrea Doria. El almirante Doria había procurado estorbar la maniobra abriéndose a su vez, pero sólo había conseguido separarse excesivamente del cuerpo de la batalla. En manifiesta inferioridad de condiciones, dada la abrumadora superioridad turca (93 galeras contra unas 20), no pudo impedir que algunas naves otomanas lo rebasaran por la retaguardia. Diez galeras venecianas, dos del Papa, una de Saboya y otra de los Caballeros de Malta sucumbieron y fueron capturadas por los turcos, que pasaron a cuchillo a todos sus hombres. Así estaban las cosas cuando Alvaro de Bazán, después de haber actuado brillantemente en el socorro del ala izquierda y luego en el del centro, apareció con sus naves en defensa del ala derecha.
Uluch Ah que tan brillantemente había rodeado a las naves de Doria se vio ahora cogido en su propia trampa, con las de Álvaro de Bazán por un lado y las ocho galeras de Juan de Cardona por otro. Además, a lo lejos acudían las de don Juan de Austria que ya habían vencido en el centro. Prudentemente, el renegado optó por huir abandonando las ocho galeras capturadas que llevaba a remolque. Cortó las amarras y puso pies en polvorosa perseguido por Bazán que, al final, hubo de desistir porque sus remeros estaban agotados. En cualquier caso Uluch Ahí tampoco escapaba indemne: había entrado en combate con 93 naves y sólo pudo salvar dieciséis. Y un trofeo: el estandarte de los caballeros de Malta, que había conquistado en la galera de la Orden.
Eran las cuatro de la tarde cuando dejó de tronar la pólvora y renació la calma. La batalla había durado poco más de cuatro horas. Sobre el escenario sólo quedaban la victoriosa escuadra de la Liga y las 130 galeras turcas capturadas. Otras 94 se habían ido a pique y 33 galeras y galeotas habían huido. Casi todas se refugiaron en el puerto de Lepanto y allí fueron incendiadas por el propio Uluch Alí para evitar que cayeran en manos cristianas. Los cristianos, por su parte, habían perdido quince galeras y otras veinte o treinta (la Real entre ellas) habían sufrido tales desperfectos que no compensaba repararlas y fueron desguazadas en sus puertos.
En el horizonte aparecieron negros nubarrones. El cielo amenazaba tormenta y muchas galeras estaban maltratadas y en peligro. Prudentemente, don Juan de Austria dio orden de acogerse a fondeadero seguro y la escuadra, llevando sus presas a remolque, fondeó aquella misma noche en Petala.
En los días siguientes se redactaron los informes que circularían por todas las cortes de Europa. Las pérdidas humanas sufridas por los turcos ascendían a 30000 bajas, entre muertos y heridos, a los que cabría sumar 5000 prisioneros. Unos 12000 galeotes cristianos habían recuperado la libertad.
La Liga había perdido solamente doce galeras (cuatro de Doria y ocho de Venecia) y tuvo 10000 muertos (unos 7600 en la batalla y el resto como consecuencia de las heridas, muchos de ellos por flecha envenenada) y 21000 heridos.
El 24 de octubre, en Corfú, se repartió el botín: 117 galeras, 13 galeotas, 117 cañones gruesos, 260 piezas menores y 3486 esclavos.
Don Juan de Austria dispuso que las galeras más rápidas partieran inmediatamente a llevar la noticia de la victoria a los Estados miembros de la Liga. Las nuevas llegaron a Felipe II veinticuatro días después de la batalla. El rey estaba asistiendo al rezo de las vísperas en la basílica de El Escorial, cuando un mensajero compareció excitadísimo en su presencia. El rey le dijo: «Sosegaos. Vamos al coro y allí hablaremos mejor.» Luego, cuando supo la noticia, el monarca completó sus rezos y encargó una misa por el alma de los que habían muerto en Lepanto.
Mediante una visión, San Pío V se entera de la victoria cristiana |
Entretanto en Roma el Papa aguardaba las noticias, ayunando y redoblando sus oraciones por la victoria. El mismo Papa insta para que Cardenales, Monjes y fieles hagan lo mismo confiando Su Santidad en la eficacia del Santo Rosario. El día 7 de octubre él trabajaba con su tesorero Donato Cesi el cual exponía los problemas financieros. De repente, se apartó de su interlocutor, abrió una ventana y entró en éxtasis, se volvió hacia su tesorero y le dijo: “Id con Dios. Ahora no es hora de negocios, sino de dar gracias a Jesucristo pues nuestra escuadra acaba de vencer” y se dirigió a su capilla.
En la noche del 21 para el 22 de octubre el Cardenal Rusticucci despierta al Papa para confirmarle la visión que él había tenido. En un llanto varonil San Pío V repitió las palabras del viejo Simeón: “Nunc dimitis servum tuum, Domine, in pace” “Ahora Señor ya puedes dejar ir a tu siervo en paz” (Luc.2,29). En la mañana siguiente es proclamada la feliz noticia en San Pedro luego de una procesión y un solemne Te Deum.
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La batalla de Lepanto fue, durante mucho tiempo, objeto de inspiración para pintores (Tiziano, Tintoretto y el Veronés entre otros) y para poetas. La Liga en cambio duró poco. Se disolvió a la muerte del papa Pío V, en 1572. Y Venecia perdió Chipre finalmente.
Los turcos no tardaron en recuperarse. Se dice que el sultán comentó al conocer la derrota: «Me han rapado las barbas: volverán a crecer con más fuerza.». Pero en adelante los turcos se mostraron menos agresivos y diez años más tarde se volvieron contra Persia y perdieron interés en el Mediterráneo.
Felipe II, por su parte, hizo lo propio al interesarse más por Inglaterra. Fue como un acuerdo tácito: los turcos dominaban el Mediterráneo oriental y cedían a sus rivales la hegemonía en el occidental.
Pero Cervantes, hombre de su tiempo, que llevaba a Lepanto en su manquedad, nunca supo que la batalla había servido para poco. O quizá lo sospecha, adelantándose a los historiadores, cuando sugiere que el Turco sufrió más la derrota en su amor propio que en su hacienda: «Y aquel día, que fue para la Cristiandad tan dichoso, porque en él se desengañó el mundo y todas las naciones del error en que estaban creyendo que los turcos eran invencibles por la mar, en aquel día, digo, donde quedó el orgullo y soberbia otomana quebrantada.»
La batalla de Lepanto cerró el capítulo del Mediterráneo en la Historia Universal ya que a partir de entonces los asuntos del mundo se resolverían en el Atlántico. Cuando esto se produjo, España se encontraba en ambos mares a la vez. Semejante victoria pesó demasiado en la tradición naval de España pues las galeras alcanzaron una celebridad que no habría de servir en las batallas que se avecinaban contra ingleses y holandeses.
Por mencionar un ejemplo, 17 años después de Lepanto, en 1588, Felipe II envió a su poderosa flota, la llamada "Armada Invencible" contra la escuadra inglesa de la reina Isabel, pero los navíos españoles, aunque siguieron las tácticas navales que les habían dado la victoria en Lepanto, fueron incapaces de derrotar a los ligeros y bien equipados barcos ingleses, que dotados de un sistema de artillería más efectivo, destruyeron a gran parte de sus barcos.
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El estandarte de Andrea Doria |
Trataremos ahora de la cuestión histórica, apoyada por testimonios y concordancia de datos, de que la imagen guadalupana haya estado presente en la batalla de Lepanto, como una de las insignias de los cristianos.
Es cosa cierta que no estuvo en la nave capitana, la Real de don Juan de Austria, la cual llevaba un estandarte con un Cristo crucificado y las armas de España, Venecia y el Papa. En todo caso la Guadalupana estaría en el estandarte de Juan Andrea Doria, quien comandaba el ala derecha de la flota cristiana -se enfrentó a Uluch Alí-, y quien posteriormente estuviera a cargo de una expedición de reconocimiento para ver si era posible, aprovechando la victoria, tomar el castillo de Santa Maura, en el mismo golfo de Lepanto.
Una grabado -de fecha no precisada-, muestra una escena de la batalla de Lepanto representando a la galera de Andrea Doria, donde se advierte la presencia clara de la Virgen de Guadalupe de México (clic para ver con más detalle):
La fuente principal para determinar si la imagen guadalupana estuvo en Lepanto, es un libro de Antonio Domenico Rossi, titulado La B.V. di Guadalupe e S. Stefano d´Aveto. Note i Documenti, publicado por Tipografía Artística Colombo en 1910.
En ella, Mons. Rossi proporciona una historia del culto a la Virgen de Guadalupe en el valle de Aveto (Italia). En la iglesia de Santo Stefano d´Aveto se encuentra una imagen de la Virgen de Guadalupe en lienzo, que donó en 1811 a dicha iglesia Su Eminencia el cardenal Juan Doria Pamphili, secretario de estado de S.S. Pío VII, y quien era descendiente del almirante Andrea Doria. La donación a esta iglesia interesa por los testimonios que rodean a dicha imagen, y que se refieren, precisamente, a la presencia que haya tenido en la jornada de Lepanto.
El abuelo de Mons. Rossi, el abogado del mismo nombre Antonio Domenico Rossi, escribió una Memoria que se conserva en el archivo parroquial de Santo Stefano d´Aveto, donde dice: "Dicho cuadro es una copia verdadera del original que existe en México, y fue llevado a Génova en las galeras del Almirante de España Juan Andrés Doria. Si se confronta el tiempo en que fue llevado como imagen principal de la capitana de dichas galeras, es razonable creer que el mencionado cuadro estuvo en la nave capitana en la famosa batalla de Lepanto en el día de la inolvidable victoria de los cristianos sobre los turcos, ganada por interés de María Santísima".
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A la izquierda la imagen guadalupana que se venera en Santo Stefano d´Aveto, y a la
derecha el estandarte principal de la flota cristiana, con Cristo crucificado y los escudos del Papa, España y Venecia |
En el libro de Mons. Rossi encontramos el siguiente testimonio (cap. IV de su obra citada):
"Habiendo sido descubiertas en el Palacio de Su Excelencia, el señor príncipe Doria, dos imágenes de la Virgen de Guadalupe, se hicieron gestiones con éxito, para conseguir una de ellas como regalo del Eminentísimo señor cardenal don José Doria, que en aquel entonces, por las cuestiones entre la Iglesia y el Imperio, se hallaba en Pegli. Fue la más pequeña; de la que se asegura con toda certeza, y como consta en el archivo de la nobilísima familia, que fue tocada por el original y que Su Majestad Católica regaló al inmortal Juan Andrés Doria, el gran Almirante de España, para que le sirviese de imagen en la capilla de la principal de las galeras que mandaba el célebre capitán. Por la concordancia de las fechas, debió encontrarse la imagen en la nave capitana en la época en que se dio la famosa batalla de Lepanto, en que por intercesión de la Virgen María, la cristiandad obtuvo sobre el Turco la más señalada victoria".
Un tercer testimonio es el que consignó el canónigo Pedro Castellini, en Ill Cittadino di Genova, número del 15 de agosto de 1905, donde dice:
"En 1811 el cardenal José Doria Pamphili, secretario de estado en los últimos tiempos del pontificado de Pío VII, encontrándose relegado en Pegli, cerca de Génova, obsequió al pueblo de Santo Stefano el bellísimo cuadro que actualmente se ve en aquella iglesia. ¿Cuál es la historia de este cuadro, honor y gloria del pueblo avetano?
El Cardenal afirmaba al presentarlo al pueblo (que antiguamente era súbdito de su nobilísima familia) que este cuadro, que había sido tocado materialmente por el original de México, había sido regalado por Su Majestad Católica (Felipe II) al gran Almirante de España Juan Andrés Doria, para servir de imagen a la galera capitana; que habiendo sido capitán de ésta y de las otras naves Juan Andrés Doria, en la batalla de Lepanto (7 de octubre de 1571), allí se encontró también este cuadro de nuestra Señora de Guadalupe, depositado y custodiado después en el palacio de los Doria en Génova, y que tales datos habían sido tomados del archivo de la ilustre familia".
Como vemos aquí, luego de la batalla, el estandarte de Andrea Doria estuvo en el Palacio de los Doria en Génova -donde también está la tumba del almirante-, y posteriormente fue donado por el cardenal Doria al pueblo de Santo Stefano d´Aveto, hacia 1811 -cuando la mayor parte de Italia estaba controlada por Napoleón Bonaparte-, y que hoy se sigue venerando en dicho lugar.
En la época a que nos referimos, la Virgen Mexicana ya era conocida en Roma y estimada en diversas partes de Italia, gracias en parte a la propaganda que le hicieron numerosos jesuitas desterrados de la Nueva España en 1767.
Su valor histórico consiste en que prueba que a 40 años de las apariciones, la Guadalupana ya era conocida y estimada en Europa, al punto que su imagen fuera obsequiada por el Rey para insignia de una galera capitana.
Como testimonio además es importante porque permite constatar que la imagen como hoy la vemos en el Tepeyac, ya era así en 1571, y que no era una devoción "olvidada" o "relegada", como insinuó Joaquín García Icazbalceta. Es una prueba más de que el culto guadalupano es muy anterior a 1648, y que no era sólo de los indios sino también de los españoles.
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