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Tema: Entrevista a Chesterton

  1. #1
    Avatar de muñoz
    muñoz está desconectado Miembro Respetado
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    Entrevista a Chesterton

    Sacada de la introduccion del libro "El padre Brown. Relatos completos" de Chesterton

    1. ¿Es usted cristiano?
    Ciertamente.
    2.¿Qué entiendeusted por cristianismo?
    Creer que cierto ser humano a quien llamamos Cristo tiene con respecto a ciero ser sobrehumano al que llamamos Dios una relación única y trascendental que denominamos filial.
    3.¿En qué cree usted?
    En una cantidad de cosas.Creo que el señor Blatchford es un hombre honrado, por ejemplo. Y también (aunque con menos firmeza) que hay un lugar llamado Japón. Si se refiere a cuáles son mis creencias en materia religiosa, le diréque creo en lo que he declarado anteriormente(respuesta número 2) y en un gran número de dogmas espirituales, que van desde el dogma espiritual que estipula que el hombre es la imagen de Dios hasta el de que todos los hombres son iguales y que no se debería estrangular a los bebes.
    4.¿Por qué cree usted?
    Porque percibo que la vida es lógica y viable con estas creencias, e ilógica e inviable sin ellas.


    Un extracto de otro libro suyo: Ortodoxia

    Por ejemplo, hay una influencia que crece cada día con más fuerza, que jamás ha sido mencionada en la prensa y que es ininteligible incluso para los que tienen una mentalida periodística. Y consisteen la vuelta de la filosofía tomista, la vuelta de una filosofía que, comparada con las paradojas de Kant, Hegel y los pragmáticos, es la filosofía del sentido común. La religión de Roma es en un sentido estricto , la única religión racionalista. Las otras religiones no son racionalistas sino relativistas; afirman que la razones relativista en sí misma y que no es fideligna; declaran que el ser es sólo el devenir y que el tiempo no es sino un tiempo de transición; en el campo de las matemáticas amañam asteriscospara decir que dos y dos son cinco y en el terreno de la metafísica y de la etica aseguran que hay un bien por encima del bien y del mal. En lugar del materialista que sostenía que el alma no existe, vamos a tener un nuevo místico que dice que lo que no existe es el cuerpo. Con todas estas cosas de por medio, el regreso de la escolástica supondrá sencillamente el regreso del hombre cuerdo...Pero decir que no existe el dolor, ni la materia, ni el mal, o que no hay diferencia alguna entre el hombre y la bestia o incluso entre una cosa y otra distinta, es tratar deseperadamente de destruir toda experiencia y sentido de la realidad; en cuanto dejé de ser la última moda, hartará más y más al hombre que se volverá, una vez más, en busca de algo que dé forma a un caos semejante y se adapete a las dimensiones de la mente humana.

  2. #2
    Avatar de Tradición.
    Tradición. está desconectado Miembro graduado
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    Respuesta: Entrevista a Chesterton

    de el El brigante



    Un chestertonismo muy poco chestertoniano. Miguel Ayuso

    LAS CLAVES DE UN REVIVAL


    No soy sospechoso. Aprendí el inglés literario, antes de entrar en la Universidad, con la lectura de los libros de Chesterton, que sacaba del viejo Instituto Británico de la calle de Almagro. Entonces –segunda mitad del decenio de los setenta del siglo pasado– el autor no estaba de moda. Podía encontrarse, sí, la edición (incompleta) de sus Obras completas, en Plaza y Janés. Y a ella acudí también en abundantes ocasiones. En mis escritos primerizos se puede rastrear, a golpe de cita, el influjo del escritor inglés. Más adelante, en 1986, dejada la adolescencia y todavía en plena juventud, en las páginas imprescindibles de Verbo, dejé un largo apunte sobre su ethos con ocasión del cincuentenario de su fallecimiento. Ensayo reelaborado y convertido en un librito a principios del presente siglo merced a la amistosa insistencia de mis amigos los editores bonaerenses de Nueva Hispanidad: Chesterton, caballero andante.

    Podría reconstruir igualmente mi frecuentación de otros autores ingleses contemporáneos. Como Belloc, que leí también desde el principio, aunque con menos pasión, luego acrecida por causa del impacto del ensayo de mi inolvidable Federico Wilhelmsen, que me abrió también el mundo de Christopher Derrick, delicado enemigo de todo pirronismo. O como el anglicano Lewis, al que me resistí durante cierto tiempo, y que la no menos inolvidable Carmela Gutiérrez de Gambra difundía en solitario, cuando sólo era dado encontrar en castellano una primorosa traducción de las Screwtape letters. Cedí al final a su amistosa insistencia y ahora veo en escorzo desde donde escribo toda una balda de mi biblioteca repleta con sus libros, importados uno a uno a través de aquella excelente librería Miessner, de la calle de Lista, ya desaparecida.

    Si sigo la mirada a través de los plúteos apretados, diviso también una sección estadounidense con los títulos de Kendall, Kirk, Bradford, Voegelin, Strauss, Gottfried y, sobre todo, mis grandes amigos Thomas Molnar y el ya citado Frederick Wilhelmsen. No hace al caso pormenorizar el íntimo tráfico con cada uno de ellos, a lo largo del tiempo. Pues basta lo dicho al objeto de excluir toda suerte de fobia respecto del mundo anglosajón o de su influjo en el nuestro y hasta en el mío personal. Hoy por cierto, se advierte no la fobia, sino su contrario, una suerte de manía que lleva a muchos a correr en sentido inverso el camino seguido por el último de los nombres citados, que del conservatismo anglosajón pasó al tradicionalismo (carlista, claro) hispano. Así, en cambio, asistimos, al paso de Donoso Cortés a Burke, de Vázquez de Mella a Chesterton.

    Vaya por delante que soy bien respetuoso con los amigos que sufren en su vida evoluciones teoréticas, éticas o estéticas. La vida es dura y la perseverancia la mayor de las gracias. Hablo de la perseverancia en la vida de la gracia, pero se me permitirá que hable también, analógicamente, de la perseverancia en el cultivo de la tradición intelectual y política de esa Iglesia a través de la que nos llega la gracia en el seno de nuestra civilización.

    ¿Qué esconde, pues, ese entusiasmo chestertoniano y lato sensu conservador anglosajón por parte de amplios sectores del catolicismo español contemporáneo?

    En primer lugar puede decirse que el fenómeno, considerado en general, esto es, fuera de su actual concreción geográfica y cultural, no es nuevo. En otros tiempos fueron Maurras y los pensadores franceses los que sirvieron de cobertura para la huída de la militancia tradicionalista hispánica, esto es, carlista. Lo que no implica, desde luego, que tal motivación espuria obrara en todos quienes siguieron en nuestros lares al pensador provenzal o que la Acción francesa no tuviera también su activo. Nunca he dejado de proclamar la admiración que sentí y siento por quien fue uno de mis primeros maestros, Eugenio Vegas Latapie, al tiempo que de destacar –pese a no pequeñas limitaciones– el valor de la acción cultural y política del Opus de la primera posguerra, en justa lid contra el modernismo falangista.

    Pues bien, a continuación, en segundo término, podría decirse que idéntica función cumplen los ingleses en el panorama hodierno. Aunque con una importante diferencia. Porque en el mundo inglés no hubo contrarrevolución, más aún buena parte de los autores de que tratamos (a comenzar por Chesterton) son favorables a la Revolución francesa. De modo que se da un paso más en el abandono de las posiciones del tradicionalismo español hacia una apologética nacida y desarrollada en sociedades donde el catolicismo había perdido siglos atrás su influjo y presencia sociales. No niego, desde luego, que nuestra situación tiende a aproximarse a esa hasta hace no tanto bien lejana. Ahí está el activo, porque también lo tiene, de la nueva operación: el de su adaptación al (nuevo) medio. Pero a cambio está el trasbordo, la deserción de la tradición española y el desguarnecimiento de sus posiciones. No deja de haber en lo anterior cierta impiedad. Y cierto oportunismo. Es verdad que en algunos de sus fautores nunca hubo conocimiento y afección auténticos de (y a) la tradición española. En otros, además, se apreciaban por detrás los hilos de las obediencias sapinierísticas. Está, en todo caso, el americanismo, rampante, perceptible incluso en el vértice eclesiástico. Al final, como siempre, el Estado (o mejor, la comunidad política) católico es la divisoria de aguas. Y los ralliés de hoy, como los de ayer, lo primero que hacen es desesperar del mismo. Pero es una exigencia de la razón que refuerza la fe, una fe que como siempre revierte generosamente sobre el orden natural.

    Chesterton era belicoso, caballeresco y, modo suo, defensor de la tradición. Hoy, por el contrario, sus difusores hispanos nos lo ofrecen embridado al servicio de un neoconformismo conservador y, por ende, antitradicional.

    Miguel Ayuso

  3. #3
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    Respuesta: Entrevista a Chesterton

    Las frases mas celebres de Chesterton


    La aventura podrá ser loca, pero el aventurero ha de ser cuerdo.


    En todo aquello que vale la pena de tener, incluso en el placer, hay un punto de dolor o de tedio que ha de ser sobrevivido para que el placer pueda revivir y resistir.


    El optimista cree en los demás y el pesimista sólo cree en sí mismo.


    Admiramos las cosas por motivos, pero las amamos sin motivos.


    ¿Es usted un demonio? Soy un hombre. Y por lo tanto tengo dentro de mí todos los demonios.


    Todos los educadores son absolutamente dogmáticos y autoritarios. No puede existir la educación libre, porque si dejáis a un niño libre no le educaréis.


    El periodismo consiste esencialmente en decir 'lord Jones ha muerto' a gente que no sabía que lord Jones estaba vivo.


    Siempre se ha creído que existe algo que se llama destino, pero siempre se ha creído también que hay otra cosa que se llama albedrío. Lo que califica al hombre es el equilibrio de esa contradicción.


    Si de verdad vale la pena hacer algo, vale la pena hacerlo a toda costa.


    Hay algo que da esplendor a cuanto existe, y es la ilusión de encontrar algo a la vuelta de la esquina.
    "QUE IMPORTA EL PASADO, SI EL PRESENTE DE ARREPENTIMIENTO, FORJA UN FUTURO DE ORGULLO"

  4. #4
    Toronjo está desconectado Miembro Respetado
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    Respuesta: Entrevista a Chesterton

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    K. Chesterton: Porqué me convertí al catolicismo


    Aunque sólo hace algunos años que soy católico, sé sin embargo que el problema "por qué soy católico" es muy distinto del problema "por qué me convertí al catolicismo". Tantas cosas han motivado mi conversión y tantas otras siguen surgiendo después... Todas ellas se ponen en evidencia solamente cuando la primera nos da el empujón que conduce a la conversión misma.
    Todas son también tan numerosas y tan distintas las unas de las otras, que, al cabo, el motivo originario y primordial puede llegar a parecernos casi insignificante y secundario. La "confirmación" de la fe, vale decir, su fortalecimiento y afirmación, puede venir, tanto en el sentido real como en el sentido ritual, después de la conversión. El convertido no suele recordar más tarde de qué modo aquellas razones se sucedían las unas a las otras. Pues pronto, muy pronto, este sinnúmero de motivos llega a fundirse para él en una sola y única razón.
    Existe entre los hombres una curiosa especie de agnósticos, ávidos escudriñadores del arte, que averiguan con sumo cuidado todo lo que en una catedral es antiguo y todo lo que en ella es nuevo. Los católicos, por el contrario, otorgan más importancia al hecho de si la catedral ha sido reconstruida para volver a servir como lo que es, es decir, como catedral.
    ¡Una catedral! A ella se parece todo el edificio de mi fe; de esta fe mía que es demasiado grande para una descripción detallada; y de la que, sólo con gran esfuerzo, puedo determinar las edades de sus distintas piedras.
    A pesar de todo, estoy seguro de que lo primero que me atrajo hacia el catolicismo, era algo que, en el fondo, debería más bien haberme apartado de él. Estoy convencido también de que varios católicos deben sus primeros pasos hacia Roma a la amabilidad del difunto señor Kensit.
    El señor Kensit, un pequeño librero de la City, conocido como protestante fanático, organizó en 1898 una banda que, sistemáticamente, asaltaba las iglesias ritualistas y perturbaba seriamente los oficios. El señor Kensit murió en 1902 a causa de heridas recibidas durante uno de esos asaltos. Pronto la opinión pública se volvió contra él, clasificando como "Kensitite Press" a los peores panfletos antirreligiosos publicados en Inglaterra contra Roma, panfletos carentes de todo juicio sano y de toda buena voluntad.
    Recuerdo especialmente ahora estos dos casos: unos autores serios lanzaban graves acusaciones contra el catolicismo, y, cosa curiosa, lo que ellos condenaban me pareció algo precioso y deseable.
    En el primer caso -creo que se trataba de Horton y Hocking- se mencionaba con estremecido pavor, una terrible blasfemia sobre la Santísima Virgen de un místico católico que escribía: "Todas las criaturas deben todo a Dios; pero a Ella, hasta Dios mismo le debe algún agradecimiento". Esto me sobresaltó como un son de trompeta y me dije casi en alta voz: "¡Qué maravillosamente dicho!" Me parecía como si el inimaginable hecho de la Encarnación pudiera con dificultad hallar expresión mejor y más clara que la sugerida por aquel místico, siempre que se la sepa entender.
    En el segundo caso, alguien del diario "Daily News" (entonces yo mismo era todavía alguien del "Daily News"), como ejemplo típico del "formulismo muerto" de los oficios católicos, citó lo siguiente: un obispo francés se había dirigido a unos soldados y obreros cuyo cansancio físico les volvía dura la asistencia a Misa, diciéndoles que Dios se contentaría con su sola presencia, y que les perdonaría sin duda su cansancio y su distracción. Entonces yo me dije otra vez a mi mismo: "¡Qué sensata es esa gente! Si alguien corriera diez leguas para hacerme un gusto a mi, yo le agradecería muchísimo, también, que se durmiera enseguida en mi presencia".
    Junto con estos dos ejemplos, podría citar aún muchos otros procedentes de aquella primera época en que los inciertos amagos de mi fe católica se nutrieron casi con exclusividad de publicaciones anticatólicas.
    Tengo un claro recuerdo de lo que siguió a estos primeros amagos. Es algo de lo cual me doy tanta más cuenta cuanto más desearía que no hubiese sucedido. Empecé a marchar hacia el catolicismo mucho antes de conocer a aquellas dos personas excelentísimas a quienes, a este respecto, debo y agradezco tanto: al reverendo Padre John O'Connor de Bradford y al señor Hilaire Belloc; pero lo hice bajo la influencia de mi acostumbrado liberalismo político; lo hice hasta en la madriguera del "Daily News".
    Este primer empuje, después de debérselo a Dios, se lo debo a la historia y a la actitud del pueblo irlandés, a pesar de que no hay en mí ni una sola gota de sangre irlandesa. Estuve solamente dos veces en Irlanda y no tengo ni intereses allí ni sé gran cosa del país. Pero ello no me impidió reconocer que la unión existente entre los diferentes partidos de Irlanda se debe en el fondo a una realidad religiosa; y que es por esta realidad que todo mi interés se concentraba en ese aspecto de la política liberal.
    Fui descubriendo cada vez con mayor nitidez, enterándome por la historia y por mis propias experiencias, cómo, durante largo tiempo se persiguió por motivos inexplicables a un pueblo cristiano, y todavía sigue odiándosele. Reconocí luego que no podía ser de otra manera, porque esos cristianos eran profundos e incómodos como aquellos que Nerón hizo echar a los leones.
    Creo que estas mis revelaciones personales evidencian con claridad la razón de mi catolicismo, razón que luego fue fortificándose. Podría añadir ahora cómo seguí reconociendo después, que a todos los grandes imperios, una vez que se apartaban de Roma, les sucedía precisamente lo mismo que a todos aquellos seres que desprecian las leyes o la naturaleza: tenían un leve éxito momentáneo, pero pronto experimentaban la sensación de estar enlazados por un nudo corredizo, en una situación de la que ellos mismos no podían librarse. En Prusia hay tan poca perspectiva para el prusianismo, como en Manchester para el individualismo manchesteriano.
    Todo el mundo sabe que a un viejo pueblo agrario, arraigado en la fe y en las tradiciones de sus antepasados, le espera un futuro más grande o por lo menos más sencillo y más directo que a los pueblos que no tienen por base la tradición y la fe. Si este concepto se aplicase a una autobiografía, resultaría mucho más fácil escribirla que si se escudriñasen sus distintas evoluciones; pero el sistema sería egoísta. Yo prefiero elegir otro método para explicar breve pero completamente el contenido esencial de mi convicción: no es por falta de material que actúo así, sino por la dificultad de elegir lo más apropiado entre todo ese material numeroso. Sin embargo trataré de insinuar uno o dos puntos que me causaron una especial impresión.
    Hay en el mundo miles de modos de misticismo capaces de enloquecer al hombre. Pero hay una sola manera entre todas de poner al hombre en un estado normal. Es cierto que la humanidad jamás pudo vivir un largo tiempo sin misticismo. Hasta los primeros sones agudos de la voz helada de Voltaire encontraron eco en Cagliostro. Ahora la superstición y la credulidad han vuelto a expandirse con tan vertiginosa rapidez, que dentro de poco el católico y el agnóstico se encontrarán lado a lado. Los católicos serán los únicos que, con razón, podrán llamarse racionalistas. El mismo culto idolátrico por el misterio empezó con la decadencia de la Roma pagana a pesar de los "intermezzos" de un Lucrecio o de un Lucano.
    No es natural ser materialista ni tampoco el serlo da una impresión de naturalidad. Tampoco es natural contentarse únicamente con la naturaleza. El hombre, por lo contrario, es místico. Nacido como místico, muere también como místico, sobre todo si en vida ha sido un agnóstico. Mientras que todas las sociedades humanas consideran la inclinación al misticismo como algo extraordinario, tengo yo que objetar, sin embargo, que una sola sociedad entre ellas, el catolicismo, tiene en cuenta las cosas cotidianas. Todas las otras las dejan de lado y las menosprecian.
    Un célebre autor publicó una vez una novela sobre la contraposición que existe entre el convento y la familia (The Cloister and the hearth). En aquel tiempo, hace 50 años, era realmente posible en Inglaterra imaginar una contradicción entre esas dos cosas. Hoy en día, la así llamada contradicción, llega a ser casi un estrecho parentesco. Aquellos que en otro tiempo exigían a gritos la anulación de los conventos, destruyen hoy sin disimulo la familia. Este es uno de los tantos hechos que testimonian la verdad siguiente: que en la religión católica, los votos y las profesiones más altas y "menos razonables" -por decirlo así- son, sin embargo, los que protegen las cosas mejores de la vida diaria.
    Muchas señales místicas han sacudido el mundo. Pero una sola revolución mística lo ha conservado: el santo está al lado de lo superior, es el mejor amigo de lo bueno. Toda otra aparente revelación se desvía al fin hacia una u otra filosofía indigna de la humanidad; a simplificaciones destructoras; al pesimismo, al optimismo, al fatalismo, a la nada y otra vez a la nada; al "nonsense", a la insensatez.
    Es cierto que todas las religiones contienen algo bueno. Pero lo bueno, la quinta esencia de lo bueno, la humildad, el amor y el fervoroso agradecimiento "realmente existente" hacia Dios, no se hallan en ellas. Por más que las penetremos, por más respeto que les demostremos, con mayor claridad aún reconoceremos también esto: en lo más hondo de ellas hay algo distinto de lo puramente bueno; hay a veces dudas metafísicas sobre la materia, a veces habla en ellas la voz fuerte de la naturaleza; otras, y esto en el mejor de los casos, existe un miedo a la Ley y al Señor.
    Si se exagera todo esto, nace en las religiones una deformación que llega hasta el diabolismo. Sólo pueden soportarse mientras se mantengan razonables y medidas. Mientras se estén tranquilas, pueden llegar a ser estimadas, como sucedió con el protestantismo victoriano. Por el contrario, la más alta exaltación por la Santísima Virgen o la más extraña imitación de San Francisco de Asís, seguirían siendo, en su quintaesencia, una cosa sana y sólida. Nadie negará por ello su humanismo, ni despreciará a su prójimo. Lo que es bueno, jamás podrá llegar a ser DEMASIADO bueno. Esta es una de las características del catolicismo que me parece singular y universal a la vez. Esta otra la sigue:
    Sólo la Iglesia Católica puede salvar al hombre ante la destructora y humillante esclavitud de ser hijo de su tiempo. El otro día, Bernard Shaw expresó el nostálgico deseo de que todos los hombres vivieran trescientos años en civilizaciones más felices. Tal frase nos demuestra cómo los santurrones sólo desean -como ellos mismos dicen- reformas prácticas y objetivas.
    Ahora bien: esto se dice con facilidad; pero estoy absolutamente convencido de lo siguiente: si Bernard Shaw hubiera vivido durante los últimos trescientos años, se habría convertido hace ya mucho tiempo al catolicismo. Habría comprendido que el mundo gira siempre en la misma órbita y que poco se puede confiar en su así llamado progreso. Habría visto también cómo la Iglesia fue sacrificada por una superstición bíblica, y la Biblia por una superstición darwinista. Y uno de los primeros en combatir estos hechos hubiera sido él. Sea como fuere, Bernard Shaw deseaba para cada uno una experiencia de trescientos años. Y los católicos, muy al contrario de todos los otros hombres, tienen una experiencia de diecinueve siglos. Una persona que se convierte al catolicismo, llega, pues, a tener de repente dos mil años.
    Esto significa, si lo precisamos todavía más, que una persona, al convertirse, crece y se eleva hacia el pleno humanismo. Juzga las cosas del modo como ellas conmueven a la humanidad, y a todos los países y en todos los tiempos; y no sólo según las últimas noticias de los diarios. Si un hombre moderno dice que su religión es el espiritualismo o el socialismo, ese hombre vive íntegramente en el mundo más moderno posible, es decir, en el mundo de los partidos.
    El socialismo es la reacción contra el capitalismo, contra la insana acumulación de riquezas en la propia nación. Su política resultaría del todo distinta si se viviera en Esparta o en el Tíbet. El espiritualismo no atraería tampoco tanto la atención si no estuviese en contradicción deslumbrante con el materialismo extendido en todas partes. Tampoco tendría tanto poder si se reconocieran más los valores sobrenaturales.
    Jamás la superstición ha revolucionado tanto el mundo como ahora. Sólo después que toda una generación declaró dogmáticamente y una vez por todas, la IMPOSIBILIDAD de que haya espíritus, la misma generación se dejó asustar por un pobre, pequeño espíritu. Estas supersticiones son invenciones de su tiempo -podría decirse en su excusa-. Hace ya mucho, sin embargo, que la Iglesia Católica probó no ser ella una invención de su tiempo: es la obra de su Creador, y sigue siendo capaz de vivir lo mismo en su vejez que en su primera juventud: y sus enemigos, en lo más profundo de sus almas, han perdido ya la esperanza de verla morir algún día.
    G. K. Chesterton
    "QUE IMPORTA EL PASADO, SI EL PRESENTE DE ARREPENTIMIENTO, FORJA UN FUTURO DE ORGULLO"

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