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Tema: Caritas in Veritate: OPINIONES.

  1. #1
    Avatar de Tradición.
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    Caritas in Veritate: OPINIONES.


  2. #2
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    Respuesta: Caritas in Veritate: OPINIONES.

    Joé, es un poco larga y me voy a cenar en nada ¿Tú te la has leído? Podías hacer una avanzadilla.
    "De ciertas empresas podría decirse que es mejor emprenderlas que rechazarlas, aunque el fin se anuncie sombrío"






  3. #3
    Avatar de Tradición.
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    Respuesta: Caritas in Veritate: OPINIONES.

    De momento solo la he ojeado por encima. En la primera parte me parece interesante como plantea la relación CARIDAD-VERDAD.
    Pero hay una propuesta, que va siendo comentada en diversos foros, que es algo inquietante:

    "Ante el imparable aumento de la interdependencia mundial, y también en presencia de una recesión de alcance global, se siente mucho la urgencia de la reforma tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de la arquitectura económica y financiera internacional, para que se dé una con-creción real al concepto de familia de naciones. Y se siente la urgencia de encontrar formas in-novadoras para poner en práctica el principio de la responsabilidad de proteger y dar también una voz eficaz en las decisiones comunes a las naciones más pobres. Esto aparece necesario precisamente con vistas a un ordenamiento político, jurídico y económico que incremente y oriente la colaboración internacional hacia el desarrollo solidario de todos los pueblos. Para gobernar la economía mundial, para sanear las economías afectadas por la crisis, para prevenir su empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes, para lograr un oportuno desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz, para garantizar la salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios, urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial, como fue ya esbozada por mi Predecesor, el Beato Juan XXIII. Esta Autoridad deberá estar regulada por el derecho, atenerse de manera concreta a los principios de subsidiaridad y de solidaridad, estar ordenada a la realización del bien común, comprometerse en la realización de un auténtico desarrollo humano integral inspirado en los valores de la caridad en la verdad. Dicha Autoridad, además, deberá es-tar reconocida por todos, gozar de poder efectivo para garantizar a cada uno la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos.148 Obviamente, debe tener la facultad de hacer respetar sus propias decisiones a las diversas partes, así como las medidas de coordinación adoptadas en los diferentes foros internacionales. En efecto, cuando esto falta, el derecho internacional, no obstante los grandes progresos alcanzados en los diversos campos, correría el riesgo de estar condicionado por los equilibrios de poder entre los más fuertes. El desarrollo integral de los pueblos y la colaboración internacional exigen el establecimiento de un grado superior de ordenamiento internacional de tipo subsidiario para el gobierno de la globalización, que se lleve a cabo finalmente un orden social conforme al orden moral, así como esa relación entre esfera moral y social, entre política y mundo económico y civil, ya previsto en el Estatuto de las Naciones Unidas. "
    Capítulo V.

    Mañana iré a comprarla impresa y la leeré tranquilamente.

  4. #4
    Avatar de Reke_Ride
    Reke_Ride está desconectado Contrarrevolucionario
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    Respuesta: Caritas in Veritate: OPINIONES.

    Editado (hay que leérsela antes)
    Última edición por Reke_Ride; 08/07/2009 a las 22:45
    "De ciertas empresas podría decirse que es mejor emprenderlas que rechazarlas, aunque el fin se anuncie sombrío"






  5. #5
    Toronjo está desconectado Miembro Respetado
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    Respuesta: Caritas in Veritate: OPINIONES.

    “Caritas in Veritate”: el papa denuncia un "mundo sin ética"







    El papa Benedicto XVI ha publicado hoy la encíclica "Cáritas in Veritate", un documento que condena con dureza los abusos del capitalismo y que exige un mundo más ético y justo.

    La carta del papa una profunda reforma de la ONU y del sistema económico y financiero mundial y más respeto a la libertad y a la verdad, dos valores fundamentales para la convivencia y la justicia.

    En el documento, el papa critica el papel del Estado actual y reflexiona sobre el futuro papel como Estado democrático, en lo social, lo político, lo sindical, la movilidad laboral o los cambios culturales. En este sentido, el Pontífice aboga por un diálogo cultural que no caiga en el relativismo. “Cuando esto ocurre, la humanidad corre nuevos riesgos de sometimiento y manipulación”, dice el pontífice.

    Algunos han interpretado la nueva encíclica como un documento "de izquierdas", pero habría que preguntarse ¿de qué inquierda? porque la izquierda que existe y gobierna en países como China, España, Cuba o Venezuela es furiosamente capitalista y sus dirigentes son campeones de la corrupción, la injusticia, la desigualdad y todo lo que "Caritas in Veritate” denuncia y condena.

    Ciertamente, la nueva encíclica parece "de izquierdas", pero de una izquierda que no existe y que, probablemente, nunca existió, al menos en un país de este planeta, donde las experiencias de la izquierda en el poder siempre han sido frustrantes y decepcionantes por su desprecio a la libertad y a los derechos humanos fundamentales y porque, casi siempre, causaron a sus "súbditos" pobreza, dolor, esclavitud y hasta exterminio.

    El papa cita el progreso del hambre, el avance de la pobreza y el desprecio a la vida como síntomas de la degeneración y, en lo que parece una velada alusión a la España de Zapatero, critica las legislaciones o proyectos que abogan por el aborto libre y la eutanasia.

    En el capítulo tercero de la encíclica, dedicado a “Fraternidad, desarrollo económico y sociedad civil”, el Papa anima al ser humano a no caer en la tentación de “creerse autosuficiente y capaz de eliminar por sí mismo el mal de la historia”. Esas posturas, denuncia el Pontífice, “han desembocado en sistemas económicos, sociales y políticos que han tiranizado la libertad de la persona y de los organismos sociales y que, precisamente por eso, no han sido capaces de asegurar la justicia que prometían”. Frente a esto, Benedicto XVI plantea “la caridad en la verdad”, una fuerza de una comunidad humana, no de individuos en particular. Una “comunidad fraterna” que sólo se entiende bajo el paraguas de “Dios-Amor”. Aplicado a la crisis económica, el Pontífice subraya cómo “sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica. Hoy, precisamente esta confianza ha fallado, y esta pérdida de confianza es algo realmente grave”.

    El documento destila crítica, no sólo al capitalismo que abusa, sino también al liderazgo que fracasa una y otra vez y que conduce a la Humanidad hacia la derrota y la decadencia. El papa parece pedir una regeneración de la sociedad y de la vida política, aunque lo hace sin decirlo claramente. Las alusiones a la corruoción en todas sus vertientes son constantes y el papa siempre apunta hacia el rearme ético de las comunidades humanas y la “transparencia total” de la política, de las instituciones y las empresas como las únicas recetas eficaces.
    "QUE IMPORTA EL PASADO, SI EL PRESENTE DE ARREPENTIMIENTO, FORJA UN FUTURO DE ORGULLO"

  6. #6
    Avatar de Reke_Ride
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    Respuesta: Caritas in Veritate: OPINIONES.

    Me he leído rapidillo algunas cosas y en el tema de la Autoridad Mundialista, sigo pensando como en mi anterior mensaje editado: No entiendo nada o no lo entiendo muy bien o soy un poco cortito, pero me huele tremendamente extraño y familiar (mundialismo, mundialismo,...)
    "De ciertas empresas podría decirse que es mejor emprenderlas que rechazarlas, aunque el fin se anuncie sombrío"






  7. #7
    Avatar de Hyeronimus
    Hyeronimus está desconectado Miembro Respetado
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    Respuesta: Caritas in Veritate: OPINIONES.

    Me gustaron más las anteriores. Esta da unas de cal y otras de arena. Y lo de la autoridad mundial lo encuentro francamente preocupante.

  8. #8
    Avatar de Lizcano de la Rosa
    Lizcano de la Rosa está desconectado Miembro graduado
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    Respuesta: Caritas in Veritate: OPINIONES.

    El estilo es engorroso, circular en muchos aspectos y en otros no queda claro cual es la enfermedad y cual es la medicina. Por ejemplo, en cuanto a la libertad religiosa se sigue con la línea definida por Pablo VI y Juan Pablo II, pero por otro lado se condena el iniferentismo, pero sin causa fundamentada, salvo en el voluntarismo de hacer coincidir Tradición y CVII sin confrontación de textos. Es como decir que agua y aceite deben ligar perfectamente sólo por una querencia subjetiva haciendo caso omiso de la experiencia que dice lo contrario. Es verdad que se condena todo lo que debe ser reprobado, pero no es menos cierto que se aprueban todas las causas de la reprobación.

    Está claro que el Santo Padre tiene un compromiso personal con la línea iniciada por Pablo VI, de tan funestas consecuencias en España, y sigue demostrando que no ha cambiado su posición con respecto a esto, me refiero cuando siendo Cardenal dijo, más o menos, aquello de que la descristianización de España era causa de la estrecha convivencia entre la Iglesia y el Estado en la época de Franco, una politización que se pagó con el abandono.

    Esta Encíclica, en lo que a la edificación de la Ciudad Católica se refiere, es una clara muestra de que estamos muy lejos, por ahora, de que la máxima autoridad eclesiástica deje de levantar tronos a las ideas y cadalsos a las consecuencias.
    Memento mori.

  9. #9
    Toronjo está desconectado Miembro Respetado
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    Respuesta: Caritas in Veritate: OPINIONES.

    Opinion de: José Escandell


    A toda prisa, una primera impresión a la vista de Caritas in veritate, encíclica recién publicada de Benedicto XVI. Por aquello de las simetrías, esperábamos que esta tercera encíclica de Benedicto XVI tratara sobre la fe, porque la primera se ocupaba de la caridad (Deus caritas est, 2005) y la segunda de la esperanza (Spe salvi, 2007), y nos topamos con un documento que se sale del esquema de las virtudes teologales. ¿De qué trata esta vez? Se trata de un compendio y actualización de los tramos más significativos de la Doctrina Social de la Iglesia. Toma pie de la encíclica Populorum progressio (1967), de Pablo VI, y se dedica a lo largo de los seis capítulos a desarrollar lo que dijera aquel Papa y a ponerlo en relación con las peculiaridades de nuestro tiempo. Los especialistas en Doctrina Social de la Iglesia tienen ahora mucho trabajo por delante, para comentar y explayar los contenidos de esta encíclica de Benedicto XVI.
    Un nuevo compendio de la doctrina de la Iglesia sobre el funcionamiento del mundo, que de eso se ocupa la llamada Doctrina Social de la Iglesia. Como en tantas ocasiones a lo largo de la historia contemporánea de la Iglesia, un documento magisterial se eleva por encima de las contingencias del mundo, se despega de los tópicos y de los compromisos y de las inercias, y, situado en una perspectiva suprema, ofrece una luz única sobre los problemas centrales de la existencia mundana del hombre. Hasta los más recalcitrantes ateos habrán de reconocer que las intervenciones magisteriales sobre «la cuestión del mundo» tienen una solidez y autoridad poco comunes.
    Habrá, de todos modos, quienes se amparen en el carácter religioso de una encíclica para desentenderse de ella. No sólo entre los no cristianos, sino que muy frecuentemente entre los propios cristianos los documentos magisteriales sobre «la cuestión del mundo» pasan inadvertidos. Los economistas se escudan en la ciencia económica, y cuando llega un Papa y va y dice, por ejemplo, que «toda decisión económica tiene consecuencias de carácter moral» (Caritas in veritate, n. 37), cierran los ojos, se hacen los suecos y, a lo mejor, sonríen condescendientemente porque, como ya se sabe, lo propio de los curas es dar consejitos espirituales… Esto se puso especialmente de moda con ocasión de la Humanae vitae, de Pablo VI y aquello de la «paternidad responsable». Hubo algunos espabilados que se consideraron autorizados para aplicar las más variadas técnicas de regulación de la natalidad (sobre todo, la «píldora», que estaba de moda), en nombre de la ciencia.
    Un mundo que huye desesperadamente de aquello que le podría dar la felicidad, un mundo que se ha acostumbrado a ser feliz en medio de su propia podredumbre, cuya fibra moral está degenerada (incluidos quizás algunos cristianos), quizás encuentre demasiada luz, que no exime de esfuerzo y de lucha, en una encíclica como Caritas in veritate.
    * * *
    Hay un primer rasgo de esta encíclica, que constituye como su suelo y leit motiv. Desde el principio y por todas partes, Benedicto XVI insiste, sin descanso, en que la caridad es inseparable de la verdad. Esta conexión íntima caridad-verdad, ya anticipada seguramente en algunos escritos de J. Ratzinger, es cimiento de la Doctrina Social de la Iglesia.
    Precisamente los economistas cristianos que no leen las encíclicas sociales de los Papas son un ejemplo de «verdad» sin «caridad», por así decirlo. O los médicos. O los abogados, los políticos, los tenderos o los profesores, las amas de casa o los ingenieros. En todos los casos se trata de vivir de acuerdo con unos saberes que tienen un fundamento empírico. El economista o el médico se amparan en sus respectivas ciencias o artes. Lo que el médico que se reclama «profesional» quiere decir es que su ejercicio de la medicina se atiene escrupulosamente a los principios del arte médica. El profesor «profesional», ese que deja de ser profesor en cuanto sale por la puerta del colegio, es el que se atiene a un «saber hacer» que es vivido como aislado e independiente de todas las demás dimensiones del ser humano. Y así, tantos otros. Podríamos hablar de los periodistas… Mucha ciencia, pero el corazón encogido. Mucha verdad, pero ninguna caridad.
    Pues sépase que Benedicto XVI, en esta encíclica, se opone a eso con toda la energía.
    Hay también la posibilidad de separar caridad y verdad cuando, por el extremo opuesto, se agarra uno a la caridad al margen de la verdad. Una de las modalidades de esta «caridaditis», de esta patológica hipertrofia caricaturesca de la caridad, es la de quien, movido por el corazón, pero al margen de la verdad, permite el aborto. «-Pobrecita chica, que va a destrozar su vida si tiene el niño». Quien piensa eso sabe que lo del vientre de la chica es un buen mozo, un auténtico ser humano, pero eso pasa a segundo plano cuando se contemplan las lágrimas y el desasosiego de la accidentalmente embarazada. Eso pasa incluso en las mejores familias, que llegan a mirar con ojos disgustados el tercer embarazo reglamentario de su hija felizmente casada. ¿Cuántas madres católicas regañan contrariadas, desbocadas en manos de un corazón por completo extraño a la inteligencia, a sus hijas ya «demasiadas» veces embarazada?
    O la del cristiano que mal imita a San Francisco y se margina de este mundo traidor, en el que reina el odio, y concentra su corazón y su escasa perspicacia en ONG’s o en tinglados parroquiales, cosas en sí mismas muy respetables pero que son vividas como protesta y de espaldas al mundo. Son lugares que esas personas consideran situadas al margen del mundo, en los que el corazón realiza la caridad asistencial y en los que ese cristiano se siente realizado y satisfecho, mientras que el mundo real y completo sigue su curso. Mucha afectividad consolada, pero poca verdad. Esas personas acaban siendo inadaptados o animales de sacristía.
    La clave está en la unidad entre caridad y verdad, entre corazón y conocimiento. Por decirlo en términos tajantes, creo que Benedicto XVI pretende decir que, si «el corazón tiene razones que la razón no entiende», eso es porque se trata de auténticas razones, y no tan sólo de corazones.
    "QUE IMPORTA EL PASADO, SI EL PRESENTE DE ARREPENTIMIENTO, FORJA UN FUTURO DE ORGULLO"

  10. #10
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    Respuesta: Caritas in Veritate: OPINIONES.

    Las grandes novedades de la encíclica “Caritas in Veritate”
    La “cuestión antropológica” se hace a título pleno “cuestión social”


    ROMA, miércoles, 8 julio 2009 (ZENIT.org).- Desde hace más de un año, los medios de comunicación de todo el mundo han tratado de dar avances y detalles de la encíclica social de Benedicto XVI. En muchos casos, han contado cosas inventadas.

    Ahora que la encíclica ha salido, hay que valorar sus novedades y precisar sus desafíos. En particular, ha explicado su proyecto cultural y sus relevantes novedades el arzobispo Giampaolo Crepaldi, secretario del Consejo Pontificio Justicia y Paz, apenas nombrado por el Santo Padre arzobispo de Trieste.

    Interviniendo en la Sala de Prensa vaticana el 7 de julio, monseñor Crepaldi señaló la gramática de la encíclica con la frase "el recibir precede al hacer", explicando que la
    Caritas in Veritate propone una verdadera "conversión" hacia una nueva sabiduría social.

    En el contexto en el que de los deberes nacen los derechos, el nuevo arzobispo de Trieste afirmó que "hay que convertirse a ver la economía y el trabajo, la familia y la comunidad, la ley natural depositada en nosotros y la creación puesta ante nosotros y para nosotros, como una llamada" porque, según la doctrina cristiana, el desarrollo es una "vocación" que implica "una asunción solidaria de responsabilidad hacia el bien común".

    Para hacer que la sociedad sera una verdadera comunidad, cuyas relaciones sean dictadas por la fraternidad, la Caritas in Veritate considera que la verdad y el amor tienen una fuerza social fundamental

    La encíclica de Benedicto XVI sostiene que "la sociedad tiene necesidad de verdad y amor" y "el cristianismo es la religión de la Verdad y del Amor", por este motivo "la mayor ayuda que la Iglesia puede dar al desarrollo es el anuncio de Cristo".

    Verdad y amor son fundantes para la organización social y desempeñan una función de "purificación" para la economía y la política.

    Monseñor Crepaldi subrayó que, por primera vez en una encíclica social, el derecho a la vida y a la libertad religiosa encuentran una explícita y consistente colocación en relación al desarrollo.

    En la Caritas in Veritate (en los puntos 28, 44 y 75) la llamada "cuestión antropológica" se convierte a título pleno en "cuestión social".

    "La procreación y la sexualidad -añadió--, el aborto y la eutanasia, las manipulaciones de la identidad humana y la selección eugenésica son valorados como problemas sociales de principal importancia que, si son gestionados según una lógica de pura producción, deforman la sensibilidad social, minando el sentido de la ley, corroen la familia y hacen difícil la acogida del débil.

    La encíclica subraya que "no será ya posible implementar programas de desarrollo sólo de tipo económico-productivo que no tengan sistemáticamente en cuenta también la dignidad de la mujer, de la procreación, de la familia y de los derechos del concebido".

    Otro de los temas nuevos es el del medio ambiente. El secretario del Consejo Pontificio Justicia y Paz sostuvo que "la ecología medioambiental debe librarse de algunas hipotecas ideológicas (presentes en muchas versiones del ecologismo) que consisten en descuidar la superior dignidad de la persona humana y en considerar la naturaleza sólo de modo materialista, producida por la casualidad o la necesidad".

    "El empeño por el medio ambiente --afirmó monseñor Crepaldi-- no será plenamente fructífero si no se asocia sistemáticamente al derecho a la vida de la persona humana, primer elemento de una ecología humana que haga de marco de sentido para una ecología medioambiental".

    Novedad absoluta también el tratamiento de la encíclica del problema de la técnica que a menudo desemboca en una mentalidad que puede llamarse "tecnicidad".

    "El riesgo --subrayó monseñor Crepaldi-- es que la mentalidad exclusivamente técnica reduzca todo a puro hacer y se una a la cultura nihilista y relativista".

    Para el nuevo arzobispo de Trieste, la Caritas in Veritate es una gran propuesta cultural y de mentalidad al servicio del auténtico desarrollo, porque los recursos a utilizar para el desarrollo no son sólo económicos, sino inmateriales y culturales, de mentalidad y de voluntad.

    En este contexto, se requiere una nueva perspectiva sobre el hombre que sólo el Dios que es Verdad y Amor puede dar.

    Monseñor Crepaldi precisó que "verdad y amor son gratuitos, superan la simple dimensión de la viabilidad y nos abren a la dimensión de lo no disponible".

    Se trata del principio según el cual la reciprocidad propia de la fraternidad entra plenamente dentro de los mecanismos económicos y es motivo de redistribución, de justicia social y de solidaridad no después o detrás de los mismos.

    En este contexto, la gratuidad de la verdad y del amor conducen hacia el verdadero desarrollo también porque eliminan reduccionismos y visiones interesadas.

    En conclusión, monseñor Crepaldi constató que la encíclica tiene el gran mérito de quitar de en medio visiones obsoletas, esquemas de análisis superados, simplificaciones de problemas complejos, tales como: un excesivo reduccionismo Norte-Sur de los problemas del desarrollo, tras la caída del reduccionismo Este-Oeste; una frecuente infravaloración de los problemas culturales del subdesarrollo; un ecologismo a menudo separado de una completa visión de la persona humana; la atención hacia los problemas económicos en sentido estricto más que hacia aquellos institucionales; una visión asistencialista y no subsidiaria del desarrollo.

    La atención se dirige una vez más al hombre concreto, objeto de verdad y de amor y él mismo capaz de verdad y amor.

    A la pregunta sobre por qué se ha tenido que esperar tanto para la salida de la encíclica, monseñor Crepaldi contó que la Centesimus Annus, la última encíclica social publicada por Juan Pablo II, tardó cinco años en salir, mientras que la Caritas in Veritate ha tardado sólo dos años y medio.

    Sobre por qué el tema de la paz no haya sido afrontado a fondo, el secretario del Consejo Pontificio respondió que se trata de "una encíclica y no de una enciclopedia".

    Por otra parte, cuando se celebró el aniversario de la Pacem in Terris de Juan XXIII, a la petición de escribir una eventual encíclica, el entonces pontífice Juan Pablo II respondió que los Mensajes anuales de la Paz son ya una consistente encíclica.

    Por Antonio Gaspari, traducido del italiano por Nieves San Martín
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  11. #11
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    muñoz está desconectado Miembro Respetado
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    Respuesta: Caritas in Veritate: OPINIONES.

    La encíclica «no ataca al capitalismo», afirma la Conferencia Episcopal





    M. A. | MADRID



    La encíclica «Caritas in veritate» es «una ayuda para un exigible replanteamiento de las de las relaciones económicas y sociales en el mundo», aseguró ayer el secretario general de la Conferencia Episcopal, monseñor Martínez Camino, en su comparecencia ante la Prensa para valorar la Carta. Indicó que «en la sociedad globalizada los hombres están más cerca, pero no son más hermanos». Y al hilo del «riquísimo documento», resaltó que «sin fraternidad no hay desarrollo». Ante una pregunta, negó que la encíclica ataque o condene el capitalismo. Y el catedrático de Economía José Raga, que acompañaba al prelado, apostilló que «ni siquiera aparece la palabra». «La Iglesia -dijo- no condena ni el libre mercado ni el capitalismo ni la globalización. El problema es el uso que el hombre hace de ello».


    Del ABC

    Sin comentarios.

  12. #12
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    Respuesta: Caritas in Veritate: OPINIONES.

    "Caritas in veritate" hace de la cuestión social una cuestión antropológica
    Presentación de la encíclica en España


    MADRID, jueves 9 de julio de 2009 (ZENIT.org).- La nueva encíclica del Papa no puede ser leída en clave económica ni en clave política, pues se caería en el reduccionismo; debe leerse en clave antropológica y en clave teológica.
    Lo indicó la profesora de la Universidad Pontificia de Salamanca en Madrid María Teresa Compte Grau, durante la presentación de la encíclica que tuvo lugar este miércoles en la sede de la Conferencia Episcopal Española, en Madrid.
    "La cuestión social se ha convertido en una cuestión antropológica, lo que nos invita a preguntarnos por el hombre, a superar el reduccionismo psicológico para redescubrir la dimensión espiritual del ser humano", declaró.
    Para Compte, "la propuesta de la encíclica es un humanismo cristiano cuyo centro es Dios".
    En ese humanismo propuesto por Benedicto XVI, "el hombre reconoce y acepta que, para desarrollarse como tal, necesita unas condiciones sociales que le permitan desenvolverse en toda su integridad, en todas sus dimensiones".
    También habló de este tema el portavoz de la CEE, monseñor Juan Antonio Martínez Camino, obispo auxiliar de Madrid, en la rueda de prensa de presentación.
    Para el prelado, en la propuesta que hace el Papa, "la cuestión fundamental es si el hombre es un producto de sí mismo o si está en dependencia de Dios".
    "Si el ser humano fuera un producto de sí mismo, el progreso consistiría en hacer cosas, en la victoria de la técnica", dijo.
    Y añadió: "Pero si depende de Dios, el progreso es una vocación; el ser humano está llamado a ser más, al progreso completo, porque ha escuchado la llamada de Dios".
    "Ahí radica el verdadero humanismo --sintetizó--. Sin vida eterna, que es la vocación del ser humano, no hay progreso".
    Monseñor Martínez Camino se refirió también a la ley moral natural de la que el Papa habla en su encíclica.
    Advirtió que no debe confundirse con las leyes de la naturaleza, las leyes físicas, sino que "responde a la gramática de la naturaleza humana en la que se expresa el lenguaje divino".
    "Ahí está la base de la dignidad del hombre -resumió-. Por eso, los derechos del hombre no pueden fundamentarse sólo en las deliberaciones de una asamblea de ciudadanos".
    El prelado también recogió la indicación del Santo Padre según la cual "no habrá respeto al medio ambiente si no se cultiva la ecología humana en la familia y en la escuela de acuerdo a la verdadera naturaleza del ser humano".
    Globalización
    Enmarcando la encíclica social en la historia de la doctrina social de la Iglesia, monseñor Martínez Camino afirmó que "Caritas in veritate" es un "homenaje a Pablo VI, autor de la "Populorum Progressio", que debe ser considerada como la "Rerum novarum" de nuestro tiempo".
    El prelado afirmó que "el diágnóstico de Pablo VI sigue siendo válido", y Benedicto XVI "lo amplia a la nueva situación mundial, de mayor proximidad y unidad".
    "Todo está más cerca; se habla de deslocalización de los mercados, de globalización, pero la mayor relación entre todos los hombres en el mundo no es siempre igual a una mayor cercanía en la solidaridad --explicó--. Éste es el diagnóstico y el desafío".
    El prelado destacó que, según explica Benedicto XVI en el texto, "la nueva coyuntura global ofrece nuevas posibilidades que no han sido aprovechadas hasta ahora".
    "La encíclica se plantea como una ayuda para un necesario y exigible replanteamiento de las estructuras económicas y sociales en el mundo, que está pendiente", aseguró.
    Monseñor Martínez Camino señaló cómo el Papa apunta al relativismo físico y moral como base de las contradicciones del sistema actual.
    Contradicciones que hacen que por un lado se reivindiquen presuntos derechos y se pretende que las instituciones públicas los promuevan, mientras que hay derechos fundamentales, como el derecho a comer o al trabajo, que se vulneran en gran parte de la humanidad, denunció.
    Como ya apuntó Pablo VI y confirma ahora Benedicto XVI, dijo el obispo español, "la causa más fundamental de la injusticia no es de orden material; la más radical es la falta de fraternidad entre los hombres".
    La razón por sí sola es capaz de establecer una convivencia entre los hombres, pero la hermandad únicamente nace de una vocación trascendente de Dios Padre, el primero que nos ha enseñado lo que es la caridad fraterna, dijo el prelado remitiéndose a la encíclica.
    "Sin fraternidad no hay desarrollo humano --dijo en otro momento--. Excluyendo a Dios de las relaciones humanas, no se puede entender al ser humano ni el desarrollo".
    En este sentido, la profesora Compte indicó que la relación de fraternidad que une a los hombres "es la razón del compromiso social y público del cristianismo".
    Y destacó una afirmación de la encíclica: "La caridad es la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia".
    Señaló que "esta verdad tiene una dimensión práctica que se concreta en dos principios que orientan la doctrina social de la Iglesia: la justicia y el bien común".
    La "justicia entendida no sólo como dar al hombre lo que merece en función de lo que da, sino darle lo que les es debido por el simple hecho de serlo".
    Y el bien común entendido como el resultado de un desarrollo libre, sin trabas, del hombre, de todos los hombres en condiciones ambientales, materiales y espirituales que le permitan llegar a ser lo que está llamado a ser, explicó.
    Para la profesora, el Papa ha escrito la encíclica para responder a un hombre que vive en una sociedad cada vez más compleja y tecnificada, fruto de la globalización y la acentuación de la interdependencia.
    Catholic.net - La Iglesia hoy
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  13. #13
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    Benedictinas

    JUAN MANUEL DE PRADA



    Sábado, 11-07-09


    LA esperada encíclica social de Benedicto XVI provoca en el lector no completamente obturado por el pienso ideológico una gratificante impresión de árbol frondoso donde las muchas ramas se alimentan de una misma savia originaria. Justamente la impresión contraria que nos suscitan tantos diagnósticos contemporáneos, que nos abruman con su follaje desarraigado; y ya se sabe que donde faltan las raíces todo verdor acaba amustiándose. Benedicto XVI empieza rebelándose contra la caridad degenerada en «mero sentimentalismo», un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente de emociones y opiniones contingentes; y contra esa caridad encerrada en la cárcel de la emotividad postula una caridad que esté al servicio de la «promoción integral del hombre». Promoción que no será posible mientras al hombre no se le restituya su verdadera naturaleza, mientras no se le permita su pleno desarrollo, que frente a lo que preconizan las concepciones materialistas y mecanicistas en boga incluye su desarrollo espiritual, el conocimiento profundo del alma que dialoga consigo misma y con su Creador. Porque sólo de ese diálogo puede nacer una fraternidad verdadera, que no es otra sino la que se reconoce en una paternidad común.
    Benedicto XVI se acoge en Caritas in Veritate -como no podía ser de otro modo en alguien tan preocupado por profundizar en la «continuidad de vida» de la Iglesia, combatiendo esos sofismas que hablan de una Iglesia «preconciliar» y otra «postconciliar»- al patrimonio doctrinal transmitido por los Apóstoles a los Padres de la Iglesia, elaborado por sus grandes Doctores, testimoniado por sus mártires y puesto al día -en «fidelidad dinámica»- por los Papas. La tercera encíclica de Benedicto XVI se configura, pues, como un gran homenaje a esa Tradición, y muy especialmente a la Populorum progressio de Pablo VI. Benedicto XVI vuelve aquí a alertarnos contra el peligro de las ideologías, que simplifican de manera artificiosa la realidad, creando «graves antinomias» en el pensamiento, tergiversaciones que nos envilecen y alienan, fragmentando nuestra capacidad de discernimiento moral. Cuando se detiene a señalar las contradicciones de esa moral fragmentada por la influencia perniciosa de las ideologías, la encíclica alcanza algunos de sus pasajes más memorables.
    Ocurre así, por ejemplo, cuando se reflexiona sobre el respeto que debemos a la naturaleza. La ideología en boga ha hecho del ecologismo uno de sus grandes estandartes; pero, a la vez que promueve la salvaguarda de la ecología ambiental, la ideología nos hace extraviar el concepto de ecología humana, aceptando el crimen del aborto. ¿Cómo se puede amar la naturaleza si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una nueva vida? Sólo cuando en la naturaleza se contempla el prodigioso resultado de la intervención creadora de Dios se cura esa antinomia infligida por la ideología. Sólo entonces vemos en el pájaro, en el agua o en la flor a esos hermanos de los que nos hablaba san Francisco, dones admirables de un Creador que nos exigen un cuidado amoroso, nunca instrumental o arbitrario. El hombre cobra entonces conciencia de su responsabilidad ante la naturaleza; y, como depositario de esa responsabilidad, cobra también conciencia de su lugar en la Creación. Y entonces la alianza entre medio ambiente y ser humano es plena; y una ideología que preconiza el respeto a la naturaleza a la vez que pierde el respeto a la naturaleza del hombre mismo se torna degradante. Porque, de repente, «el libro de la naturaleza se torna uno e indivisible»; y los deberes que tenemos con el medio ambiente son el corolario natural de los deberes que tenemos para con la persona considera en sí misma y en su relación con los otros. Esta es la «promoción integral del hombre» que las ideologías no se bastan a abarcar.
    juanmanueldeprada.com
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  14. #14
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    Un Papa místico y guerrero

    Jorge Trias Sagnier



    Domingo, 12-07-09


    Consciente de su papel ante Dios y ante la Historia, Benedicto XVI acaba de dar a conocer la encíclica más guerrera, y a la vez más mística, que se ha escrito nunca. Este es el Pontífice de caritas, es decir del amor, de esa fuerza extraordinaria «que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz». Un Papa que habita en la ciudad del espíritu y que, al mismo tiempo, desciende al epicentro del debate de los temas que afectan al bienestar de la humanidad. Alfa y Omega, la imprescindible publicación de información religiosa que dirige Miguel Ángel Velasco con la ayuda de Alfonso Simón, y que edita la Fundación San Agusíin del Arzobispado de Madrid, tuvo el buen gusto de regalárnosla, en su versión íntegra, el jueves pasado. Un alarde de buen periodismo.
    Benedicto XVI, que siempre busca ese anclaje con la tradición y, también, con la modernidad, parte del texto de Populorum progresio, encíclica escrita por Pablo VI en 1967, y analiza, haciendo su propio diagnóstico, la sociedad actual, después del terremoto económico de hace un año cuyas consecuencias todavía desconocemos. El Papa vuelve a recordar cuál es el verdadero papel de una Iglesia que «no tiene soluciones técnicas que ofrecer y no pretende de ninguna manera mezclarse en la política de los Estados», pero que sí «tiene una misión de verdad que cumplir en todo tiempo y circunstancia a favor de una sociedad a medida del hombre, de su dignidad y de su vocación».
    Benedicto XVI nos pone en guardia frente al «tecnolaicismo» -primo hermano del positivismo jurídico y del relativismo moral- ese gran error de confiar todo el proceso de desarrollo sólo en la técnica. «La sociedad -concluye el Papa- cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos».
    VADE MECUM
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  15. #15
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    Um governo mundial, sob uma moeda mundial. A Encíclica do Papa e o G-8






    Sidney Silveira
    A última Encíclica do Papa Bento XVI (Caritas in veritate) vem a propósito do tema eclesial mais importante dos últimos 45 anos: qual é a autoridade do Magistério da Igreja quando não tem a expressa intenção de impor uma doutrina sobre fé e costumes, fazendo uso de sua suprema autoridade apostólica, mas possui apenas a manifesta intenção de propô-la ao modo de diálogo intra Ecclesiam, com o rebanho dos fiéis, e extra Ecclesiam, com o mundo? Esse magistério é ou não vinculante para nós, católicos? Essa resposta deu-a de modo definitivo e magistral o Padre Calderón, neste que é, repito e repetirei à exaustão, o livro mais importante das últimas décadas, em todo o mundo. Um livro extraordinário que (como ainda hoje me confidenciou por email um dos muitos leitores que nos têm escrito a mim e ao Nougué mensagens de emocionado agradecimento pela publicação da obra) “é capaz de levar à conversão ou a um processo de purificação da conversão”.


    Os católicos liberais estão eriçadíssimos por conta dessa Encíclica, e não poderia mesmo deixar de ser: se, em qualquer que seja a variável na qual chafurde, o liberal não consegue resolver o falso dilema em que se meteu (o da dicotomia entre liberdade e autoridade externa à da sua consciência individual), é óbvio que uma autoridade política mundial com poder de mando sobre todas as nações, como propõe o Papa, lhe parecerá a mais inimaginável das opressões. As pérolas que tenho lido na internet, da parte dos liberais, vão da mal-disfarçada malícia à idiotia pura e simples. E embora em geral acertem quanto ao caráter nefasto de uma tal autoridade mundial meramente política — que, a propósito se avizinha de nós como um bólide gigantesco do qual parece não haver mais como fugir —, erram num ponto crucial do diagnóstico, pois só concebem o malefício de tal proposição nesse mesmo plano político, que artificiosa e convenientemente já haviam separado do plano espiritual superior. O alcance do malefício (que não parece ser outro senão o breve reino do Anticristo de que nos fala o Evangelho) escapa a esses católicos liberais. Um deles certa vez confidenciou-me que “essa coisa apocalíptica” lhe parecia uma ficção, se olharmos a situação atual do mundo. Paciência! Se não se quer ver que a vaca está no brejo, com as patas atoladas e os sininhos balouçantes, paciência! Esse tipo de cegueira afigura-se a mim como um mistério insondável. Bem dizia Chesterton pela boca do Padre Brown que, se um dia assassinasse alguém, certamente seria um otimista... Referia-se o grande escritor inglês ao otimista cego às evidências mais gritantes de que as coisas não vão nada bem.

    Lendo o trecho de Caritas in veritate no qual o Papa Bento XVI diz que “urge uma Autoridade política mundial” (o A maiúsculo e o itálico são do Papa), e mais, que “tal Autoridade [política] deverá ser reconhecida por todos, gozar de poder efetivo para garantir a cada um a segurança, a observância da justiça, o respeito dos direitos” (nº 67), lembro-me do que escreveu há algum tempo o mesmo Padre Calderón, num outro livro tão estupendo como A Candeia Debaixo do Alqueire. São palavras que agora se revestem de caráter profético. E, embora referindo-se aos textos do Concílio Vaticano II, tais palavras se aplicam grandemente ao que vivemos hoje — quando sentimos tão próxima a possibilidade de instaurar-se uma tal ordem política (e econômica) com poder de mando sobre todos os confins da Terra. Diz o nosso teólogo:

    “O Concílio advoga pela constituição de uma autoridade política mundial com poder sobre as nações, como para impedir guerras. É este, a propósito, um dos principais clamores de Gaudes et Spes: ‘Enquanto exista o risco de guerra e falte uma autoridade internacional competente provedora de meios eficazes (grifo nosso!), uma vez esgotados todos os recursos da diplomacia, não se poderá negar o direito de uma legítima defesa das nações’ (nº. 79); ‘(...) ‘Devemos procurar com todas as nossas forças preparar uma época em que, por acordo entre as nações, possa ser proibida absolutamente qualquer guerra. Isto requer o estabelecimento de uma autoridade política pública universal (grifo nosso!) reconhecida por todos, com poder para garantir a segurança, o cumprimento da justiça e o respeito dos direitos’ (nº. 82). Pois muito bem: a única autoridade com poder eficaz para impedir as guerras que não seja a do Vigário de Cristo, será a do Anticristo. Se não é o Príncipe da Paz quem estabelece a ordem de justiça entre os povos por meio do poder que comunicou a seu Vigário, será o príncipe das trevas quem o fará por meio dos poderes que comunicou a seu primogênito, o Anticristo”.

    Neste ponto vale destacar, e com toda a ênfase, que não é uma simples hipótese teológica, mas sim uma verdade de fé com base na Sagrada Escritura (em Apocalipse, XIII), que haverá um só poder político mundial, sob cujo mando despótico estarão todas as nações. Se se é católico, é preciso crer nisso firmemente! Outra coisa: ao contrário do que quer acreditar o nosso católico liberal, a matéria de que se trata não é alheia à fé e aos costumes, mas muito pelo contrário: diz respeito às duas!!! Afirma a Escritura, com meridiana clareza, que todo poder político vem do alto (cfme. Rom., XIII, 1; e Jo. XIX, 11). A propósito, o mesmo dizia Leão XIII, com apoio maciço de todo o Magistério anterior a ele:

    “O poder público só pode vir de Deus. Só Deus, com efeito, é o verdadeiro e soberano Senhor das coisas; todas, quaisquer que sejam, devem necessariamente ser-Lhe sujeitas e obedecer-Lhe; de tal modo que todo aquele que tem o direito de mandar não recebe esse direito senão de Deus, Chefe supremo de todos." (Leão XIII, Diuturnum illud, 29 de Junho de 1881).

    Se o Papa propusesse a si mesmo como a única Autoridade (esta sim, com A maiúsculo, porque participada por Nosso Senhor, que é Deus) capaz de reinar sobre todas as nações, estaria repetindo uma doutrina comum da Igreja por séculos sem fim. Mas propor uma autoridade mundial meramente política é algo que nenhum católico deve considerar como vinculante, ou seja: como algo que obrigue a sua consciência a seguir. Entre outras coisas, porque se trata de uma proposição ao modo de diálogo, e não uma imposição magisterial expressada de forma solene, com intenção expressa de obrigar o rebanho de fiéis. E um dos quatro pontos essenciais com relação à infalibilidade papal, cabe relembrar, diz respeito justamente à intenção de obrigar a todos os fiéis, a qual não pode ser oculta, mas expressa, dado o nosso humano modo de conhecer. Ademais, que autoridade tem a Autoridade quando depõe a si mesma, indicando a criação de uma outra para reger o mundo, ainda que essa outra busque fins infinitamente menores? Não tem a Igreja poder de ensinar, santificar e, TAMBÉM, reinar? Este é outro grave ponto resolvido pelo gênio teológico do Padre Calderón...

    O único obstáculo para o reinado do Anticristo de que fala a Escritura sempre foi, única e exclusivamente, a pax Christi custodiada pela Igreja, quer dizer: a paz que pode ser estabelecida pela verdade revelada, da qual provêm tanto o Magistério, com os seus dogmas e as suas leis, como os sacramentos, sinais sensíveis da graça dada gratuitamente a todos, em vista de que se salvem; e não a pax mundi instaurada por instâncias políticas e ao sabor de interesses humanos. Se a Igreja abre mão de propor-se a si mesma como mestra e reitora das nações, e propõe em seu lugar nada menos do que a ONU, que pensar? Estamos diante um mistério.

    Coincidentemente ou não, exatamente nesta mesma semana em que o Papa propõe uma autoridade política mundial, o G-8 propõe uma moeda mundial — já até cunhada, como se vê nas imagens que ilustram o presente texto. Arrepia-me tal coincidência, assim como pensar num poder político e num poder econômico mundiais, com fins meramente humanos, apoiados e referendados pela única autoridade espiritual que visa ao bem superior da salvação das almas.
    Em tempo: Diz São Paulo (2 Tess.) que primeiramente deve vir a dissensio (ou apostasia), para depois manifestar-se o Homem ímpio. Lembra-nos o Padre Calderón que essa apostasia havia sido entendida pelos Santos Padres tanto como apostasia da fé — dissensio a fide — quanto como apostasia do Império — dissensio a Romano Imperio. Comenta Santo Tomás essa grave passagem da Epístola: “Diz Santo Agostinho que [a dissensio Romano Imperio] está representada pela estátua de Daniel (II, 31), onde se nomeiam quatro reinos, depois dos quais se dará o advento de Cristo, o que era um signo conveniente, porque o Império Romano foi estabelecido PARA que sob o seu poder se pregasse a fé por todo o mundo (grifo nosso). Mas como pode ser assim, se as nações deixaram o Império Romano e não veio o Anticristo? A isto deve responder-se que o Império todavia não acabou, mas mudou de material em espiritual. (...) Portanto, há que dizer-se que a apostasia do Império deve entender-se não somente a respeito do plano temporal, mas também do espiritual, quer dizer: a fé da Igreja Católica Romana. Este é um signo adequado, porque assim como Cristo veio quando o Império Romano dominava a todos, assim também a apostasia do Império será um sinal do Anticristo”. (II, Ad Thess. caput II, lec 1). Palavra de Doutor Comum!

    Contra Impugnantes

  16. #16
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    De

    Panorama Católico Internacional | Un espacio para todo lo que es católico

    Un Nuevo Orden Mundial ¿es necesariamente anticristiano?


    Para hacer algunas consideraciones sobre este tema tan en el tapete en los días que corren, será necesario recurrir a algunas definiciones, sin las cuales el gran tropiezo de la inteligencia, el equívoco, hará estéril y hasta venenosa toda discusión y falso todo razonamiento.
    Un reciente documento pontificio ha puesto muchos pelos de punta. Se dice que da una bendición al “nuevo orden mundial”. Dicho documento no será tema de esta nota, sino quizás de una segunda, conforme lo que podamos aprovechar de estas necesarias consideraciones propedéuticas que tema impone.
    Escribe Marcelo González
    «Hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados. Entonces aquella energía propia de la sabiduría cristiana, aquella su divina virtud había compenetrado las leyes, las instituciones, las costumbres de los pueblos, impregnando todas las clases y relaciones de la sociedad; la religión fundada por Jesucristo, colocada firmemente sobre el grado de honor y de altura que le corresponde, florecía en todas partes secundada por el agrado y adhesión de los príncipes y por la tutelar y legítima deferencia de los magistrados; y el sacerdocio y el imperio, concordes entre sí, departían con toda felicidad en amigable consorcio de voluntades e intereses. Organizada de este modo la sociedad civil, produjo bienes superiores a toda esperanza. Todavía subsiste la memoria de ellos y quedará consignada en un sinnúmero de monumentos históricos, ilustres e indelebles, que ninguna corruptora habilidad de los adversarios podrá nunca desvirtuar ni oscurecer».
    León XIII, Immortale Dei, 1885, 28.

    Nuevo Orden Mundial

    Resulta curioso observar la realidad evocada por la expresión “nuevo orden mundial”: no es siempre la misma. Ciertamente resulta tan revulsiva a gente de pensamiento crítico tradicional y católico, así como también a activistas de extrema izquierda de la más variada gama: verdes, abortistas, teólogos de la liberación o trotskistas.
    De hecho ya son un clásico las manifestaciones antimundialistas que se producen en Europa o allí donde se reúna el “Grupo de los 8” y otras instancias mundiales. Son capaces de conmover a toda una nación, amotinar centenares de personas y poner en vilo a las fuerzas de seguridad.
    Más aún, muchas veces oímos, con cierto estupor, entre gente de militancia católica elogios desmedidos a la acción “antimundialista” de algunos de estos grupos o de personas particulares de las cuales, aseguran, es elogiable la “coherencia” de su pensamiento…
    Hay varios equívocos en esta consideración de los términos que se hace indispensable aclarar para saber de qué estamos hablando, y así discutir sobre realidades y no sobre meras palabras. Y hay que discernir y reconocer, en la medida que la humana coherencia lo haga posible, a quienes por diversas vías sustentan algunas verdades del orden natural de quienes son, por avatares históricos, rezagados ideológicos o meros instrumentos inconcientes del movimiento que dicen combatir.

    Gobierno Mundial

    Sin necesidad de recurrir a los sitios o libros conspiracionistas, cualquier observador tiene a ojos vista la tendencia dominante hoy. Tanto en las fuerzas políticas y económicas, cuanto en el pensamiento del hombre moderno, hay una aprobación y hasta un cierto entusiasmo por la instauración de una autoridad supranacional.
    La realización histórica de las que ya están en vigencia de un modo abierto y reconocido por casi todas las naciones, e inclusive por el Estado del Vaticano, ha sido consecuencia de las grandes guerras mundiales: la Sociedad de las Naciones y la ONU, con sus sucedáneas regionales como la OEA, la NATO, y otras colaterales especializadas en temas culturales, de salud, educacionales, de infancia, y demás. No sería sorprendente que una nueva conflagración universal diera cierta legitimidad social a una estructura más poderosa de intervención supranacional que fuera el anticipo o la realización misma, en cierto grado, de un gobierno de orden mundial.
    La meta que declaran estas entidades supranacionales es la de la cooperación para el mantenimiento de la paz y el progreso económico y científico de las naciones. Un propósito indudablemente noble, puesto que la cooperación de las naciones, lo mismo que la cooperación de los individuos, facilita la realización de tales objetivos, como es evidente.
    Además, la idea de una autoridad supranacional que laude en los conflictos entre las naciones no es nueva sino tan antigua como veneranda.
    De hecho Nuestro Señor Jesucristo nació bajo la “pax romana”, al cumplirse la plenitud de los tiempos, lo cuan nunca ha sido indiferente para los cristianos. Y en los siglos de la Cristiandad, el Papa era frecuentemente quien laudaba en los conflictos entre príncipes y determinaba el derecho de llevar la guerra a tierra de infieles, y en qué condiciones, como ocurrió con la conquista de América, por ejemplo y también con los conflictos territoriales entre las potencias descubridoras.

    Un solo rebaño bajo un solo pastor

    La idea de la unidad mundial no repugna a la doctrina cristiana, sino que le es connatural, por aquello de que bajo una Fe común, hermanados en la caridad, los hombres bien podríamos convivir dentro de los límites éticos de un común código de conducta. E incluso aceptar la sentencia de jueces autorizados por una jerarquía moral derivada de una investidura de institución divina en caso de contenciosos entre las partes.
    Conviene, pues, distinguir la idea de una autoridad supranacional como ideal de paz y progreso de la humanidad de los intentos de realización y sobre todo, de entre estos intentos, bajo qué signo o principios se han realizado o intentado. Los grandes pensadores de occidente cristiano han concebido el ideal del “imperio” como realización práctica de la doctrina política católica, y huelga citar a Dante y sus obras políticas, principalmente la Comedia, como formulaciones artísticas o doctrinales de estos ideales, basados en la doctrina de Santo Tomás, de la cual el poeta florentino estaba tan fuertemente influído.

    Orden Mundial, Nuevo Orden Mundial: palabras, y realidades

    Por eso, al hablar del “nuevo orden mundial”, o bien meramente de un “orden mundial” no pocas veces se incurre en el equívoco. Para muchos suena necesariamente como una destrucción de las soberanías nacionales, y la imposición del los ideales anticristianos. Y si bien esto tiene un fundamento, no pocas veces se olvida, para quedarse en la lucha de las etiquetas o slogans, sin establecer las distinciones del caso, que es lo que pretendemos sintetizar aquí.
    Resulta útil recordar que las “naciones” modernas, tal cual las conocemos hoy, como territorios rígidamente delimitados por convenciones, y concebidas como potenciales enemigas que se acechan para defenderse unas de otras, o para aprovechar el descuido de las más débiles y usufructuar en lo económico, político o territorial, esta concepción de las parcelas convencionales en las que se divide la humanidad, no tiene nada de cristiana ni de natural, sino al acaso y por lo que ha quedado de otros tiempos, en los casos de que hubiera habido otros tiempos...
    Para el hombre medieval, puesto que la Cristiandad es el ideal del cristianismo en el orden político, la “patria” era un concepto más religioso que territorial, se ceñía a vínculos de tradición y sangre, lengua y cultura, y con frecuencia el servicio de estas patrias no estaba reñido con el servicio de otras banderas o soberanías, especialmente cuando se emprendía algo en provecho de la Cristiandad. Y si se nos objeta que estas empresas no eran estrictamente hablando “internacionales”, la respuesta a la objeción está implícita: aquellas no eran “naciones” como las concebimos hoy, producto del ideologismo liberal de la revolución francesa. En el Antiguo Régimen las naciones eran otra cosa bien distinta de lo que hoy entendemos por tales.

    Nacionalidad y nacionalismo modernos

    Fueron las nacionalidades modernas el producto de la mentalidad renacentista y protestante, liberal revolucionaria y anticristiana. Así como fue la injerencia del estado nacional en todos los órdenes de la realidad humana, bajo excusa de derecho, un invento moderno, que apagó muchas de las libertades medievales y extinguió completamente otras.
    Así pues, circunstancias coyunturales pueden hacernos, y bajo ciertos límites y con la debida mesura, militantes de un nacionalismo que jamás podrá ignorar los valores universales y la aspiración católica de la comunidad cristiana universal. De modo que la aspiración a la unidad, por ejemplo europea o americana, como rescoldo de un bien que hemos perdido cuando la revolución anticristiana hizo su obra en estos continentes, lejos de ser una idea contraria a la Fe, resulta del más rancio cuño católico.
    Si la paradoja nos encuentra coincidiendo (materialiter) con muchas militancias de izquierda, no debemos confundirnos: ellos aspiran a una unidad que quizás surja de la misma añoranza o memoria histórica, pero cuyo signo han cambiado diametralmente.
    Y así como se ha formado una contraiglesia, así como se han universalizado unos ideales católicos pero desquiciados y escindidos de la única fuente que los hace posibles, así también, la búsqueda de la unidad política del mundo es en cierto modo un resabio cristiano, porque de pensadores criados en el occidente de raíz cristiana ha surgido, y puede seducir el alma ingenua de muchos porque es un alma occidental. Del mismo modo que los principios sociales marxistas evocan bienes cristianos, pero tan desnaturalizados que solo cabezas muy confusas pueden identificarlos. Estas cabezas no atinan a distinguir entre la belleza del ideal y los fundamentos ni los medios por los que se practica, y mucho menos el fin al que se apunta. Es una consecuencia del naturalismo que marca la modernidad. Todo se hace prescindiendo de Dios y de la Iglesia, buscando inaugurar la experiencia humana en la cabeza de cada ideólogo o “filósofo”. Como si no hubiera habido siglos cristianos, y esto aún y particularmente entre los que se dicen cristianos…
    Por lo tanto, antes de condenar un “orden mundial supranacional” parece necesario recorrer la historia de occidente, reconocer que aun vive en la psicología y en el alma del europeo y del americano el ideal del imperio, así como el de las libertades y las autonomías, por las cuales se pronuncian, a veces con intuición más que con claridad, los grupos antimundialistas de cuño izquierdista.
    Lo que ninguno logra discernir es la fuente legítima de esta unidad, el modo prudente y no utópico de realizarla y como es posible la convivencia de un orden mundial que respete las libertades locales y las peculiaridades nacionales, sus legítimos derechos y que trabaje por una convivencia armónica sino bajo el reinado social de Cristo y la fraternidad fundada en la caridad cristiana.

    Mundialismo vs. ideal imperial o Cristiandad

    Resulta evidente que la raíz ideológica que a dado sustento a la concepción progresista de la unidad mundial es la renuncia a la Fe excluyente en Cristo y en su Iglesia, y su incorporación a un panteón de cultos, cuyo único común denominador sería una “ética universal”, de tinte laico y “tolerante” con todo, menos con la verdadera Fe. En el fondo, es el triunfo del ideal de las logias, que ingresó al mundo católico por las catacumbas de los heréticos y se legitimó en la gran asamblea ecuménica de los años 60, que el actual pontífice trata de reinsertar en la Tradición, sin resignar algunos de los elementos que son esencialmente incompatibles con ella, como por ejemplo, la resignación del reinado social de Jesucristo en aras de una laicidad “bondadosa” y tolerante con “las religiones”, para lo cual, había que oficializar antes, como se ha hecho, la falsa idea de la “libertad religiosa”.

    vs. Discenimiento realista de los hechos

    Si podemos apreciar con sereno discernimiento esta realidad histórica, los efectos fuertemente arraigados en la mentalidad progresista eclesiástica que produjo la “cristianización” de los ideales de la revolución francesa, la hondura a la que ha llegado el pensamiento liberal en las más altas instancias eclesiásticas, solo así podemos, sin desmesuras, sin caer en un profetismo ridículo, sin paranoia, pero atentos y vigilantes, discernir donde están los errores y como plantearlos con claridad.
    Si no somos capaces de esto, solo seremos instrumentales al poder mundialista de signo masónico que triunfa hasta ahora en el mundo, poder que siempre se ha valido de los que han jugado, muchas veces involuntariamente, el juego dialéctico que él practica.
    Si somos capaces de leer las profecías, publica y privadas, ver el potencial de algunas naciones y el predicamento en el que desde este pontificado, contradictorio y misterioso, podría llegarse a consagrar a Rusia al Corazón Inmaculado de María, como ha pedido la Santísima Virgen, si somos capaces de esta austeridad y de este ascetismo intelectual, podremos imaginar entre las variantes que nos depara el futuro, una posibilidad,que resulta concorde con lo profetizado, pero que matiza el catastrofismo de moda: la conversión de Rusia y el tiempo de paz.
    Tal vez valga la pena continuar este comentario.

  17. #17
    Avatar de Lizcano de la Rosa
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    Ante tanta insensatez, vale la pena traer esto:

    MANIFIESTO HUMANISTA

    Un comentario sobre la encíclica Caritas en veritate

    Por su Manifiesto Comunista de 1848, Marx y Engels pusieron en marcha el movimiento socialista moderno, que explicitó la conclusión lógica de los principios de la Revolución Francesa y declaró que “La propiedad privada de bienes productivos se considera como inválida e inmoral, mientras que la propiedad privada de los consumidores está permitida” (E. Cahill, S.J., El Marco de un Estado Cristiano, p. 158). Parece absurdo hacer un paralelo entre este documento ateo —causa de revoluciones, guerras, asesinatos, y sufrimientos sin número— y la tercera encíclica del Papa Benedicto XVI, Caritas en veritate, de fecha 29 de junio de 2009. Sin embargo, un examen del texto demuestra que es un verdadero manifiesto del humanismo, llevando a su conclusión lógica los principios de la Revolución Francesa, rechazando totalmente la propiedad privada y exclusiva de la Verdad, tanto por los Católicos como por cualesquiera otros, permitiendo simplemente que se compartan y se comuniquen aquellas “verdades” que son consumidas por todos en igual fraternidad y libertad.
    Como católicos, ¿cómo no indignarse por tal comparación? Después de todo, ¿qué parece ser más católico que el título “La Caridad en la verdad” que es claramente una alteración de la expresión utilizada por San Pablo: “Para que no seamos ya niños, llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y de la astucia que conducen engañosamente al error; antes bien, seamos sinceros en el amor,… ” (Ef., 4,14:15; nótese, sin embargo, la transformación)? ¿Qué es más tranquilizador que el constante recordatorio de que la caridad y la verdad no se pueden separar, porque “Se ha de buscar, encontrar y expresar la verdad en la «economía» de la caridad, pero, a su vez, se ha de entender, valorar y practicar la caridad a la luz de la verdad.” (§ 2)? ¿Qué es más elevado que una nueva visión de la cuestión social, que va más allá de la simple cuestión de “justicia” y “derechos” mencionados por los Papas preconciliares, para quienes “La caridad es la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia” (§ 2)? ¿Qué es más consolador que la afirmación de que “No hay dos tipos de doctrina social, una preconciliar y otra postconciliar, diferentes entre sí, sino una única enseñanza,…” (§ 12)? ¿Qué es más necesario que el recordatorio de que el hombre necesita a Dios: “… porque el desarrollo humano integral… exige, además, una visión trascendente de la persona, necesita a Dios… ” (§ 11)”.

    NUEVO CONCEPTO DE LA CARIDAD
    Sin embargo, la similitud con la doctrina católica no va más allá de las palabras utilizadas, cuyo significado es cambiado radicalmente. La primera idea de esto se contiene en el título mismo. La encíclica no está dirigida únicamente a los Católicos, sino también a “todas las personas de buena voluntad.” La comprensión y aceptación de este documento no es algo que exija la Fe Católica. Esto también es claramente visible en la introducción, que no pretende exponer los principios de un orden social católico, sino más bien el principio de un “desarrollo humano integral” para todos los hombres, que es la caridad. Existe, desde el comienzo de esta encíclica, un nuevo concepto de la caridad, que ¡“… es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad” (§ 1)! Es evidente que el Papa no puede hablar de la caridad como una virtud sobrenatural e infundida, ¡porque eso significaría afirmar que todos los hombres están confirmados en la gracia santificante y que ningún hombre está en pecado mortal!
    No, la “caridad” de la que el Papa escribe, pertenece a todo hombre: “Al ser un don recibido por todos, la caridad en la verdad es una fuerza que funda la comunidad, unifica a los hombres de manera que no haya barreras o confines.” (§ 34). Se está refiriendo al nuevo concepto de la caridad que ha elaborado en su primera encíclica Deus caritas est, donde se explica el “verdadero humanismo” de la Iglesia (Deus caritas est, §§ 9, 30), pretendiendo enseñar al hombre que su humanidad se sitúa por encima de la distinción entre un amor propio natural y un amor divino auto-sacrificándose, porque “Cuanto más encuentran ambos (eros y agapé), aunque en diversa medida, la justa unidad en la única realidad del «amor», tanto mejor se realiza la verdadera esencia del amor en general” (Ibíd., § 3). El amor es, consecuentemente, una “realidad singular” (ibíd.).
    Ya no debemos hablar de la caridad sobrenatural, como tal, sino que hay que decir más bien que la caridad no conoce esas distinciones, y abarca a todo el amor humano. De ahí la definición de la caridad, en la presente encíclica: “… se puede reconocer a la caridad como expresión auténtica de humanidad y como elemento de importancia fundamental en las relaciones humanas.” (§ 3). La caridad pertenece, entonces, a toda la humanidad, y es característica de todas las buenas relaciones humanas. Esto es puro naturalismo, lo que equivale a fusionar en una sola, las motivaciones natural y sobrenatural de la caridad. En consecuencia, no hay distinción entre la función sobrenatural de la Iglesia con respecto a sus propios miembros, y otra misión mucho más amplia, más universal y mayor, que la Iglesia tiene con respecto a toda la humanidad, y que el Papa proclama que es su propósito final.
    EL PROPÓSITO SUPERIOR DE LA IGLESIA
    Basándose el Papa en el Concilio Vaticano II (Gaudium et spes) y las Encíclicas del Papa Pablo VI (Populorum progressio) y Juan Pablo II (Sollicitudo rei socialis) relativas al mismo tema, declara que a partir de ahora la Iglesia “está al servicio del mundo” —uno se pregunta qué ha sucedido con la no muy humanista declaración de San Juan: “Si cualquier hombre ama al mundo, la caridad del Padre no está en él” (1 Jn., 2,15)— y que, por consiguiente, en lo que hace ( por ejemplo, las obras de caridad, el culto divino) “… tiende a promover el desarrollo integral del hombre. Tiene un papel público que no se agota en sus actividades de asistencia o educación, sino que manifiesta toda su propia capacidad de servicio a la promoción del hombre y la fraternidad universal… ” (§ 11). Su objetivo, que trasciende y va más allá de sus actividades particulares, debe, por lo tanto, seguir los principios de la Revolución Francesa, siguiendo el ideal del naturalismo de la Francmasonería; desde ahora, su papel fundamental en el proceso de la globalización, como veremos.
    NUEVO CONCEPTO DE LA VERDAD
    La Verdad es también redefinida. Ya no es más considerada como la correspondencia de la mente con la realidad exterior y objetiva y, por consiguiente, como algo fijo, firme, absoluto, e inmutable. Por el contrario, la verdad es, por su propia naturaleza, una comunicación o participación con los demás, hasta tal punto que una persona que se pliega sobre sí mismo en su propia “verdad” —tan objetiva como ese individuo pueda considerar la posibilidad de que lo sea— realmente se ha cerrado a sí mismo en su opinión subjetiva y no puede alcanzar la verdad, por la sencilla razón de que no puede dialogar o compartir opiniones con otros. Aquí está la definición de la verdad del Papa, jugando sobre la expresión griega de la Palabra (de Dios): “En efecto, la verdad es «lógos» que crea «diá-logos» y, por tanto, comunicación y comunión.” La verdad requiere la comunicación con la verdad de los demás. La siguiente frase explica lo que quiere decir por “comunión”; es decir, si una persona no está dispuesta a dejar de lado sus opiniones personales, no puede tener la verdad: “La verdad, rescatando a los hombres y mujeres de las opiniones y de las sensaciones subjetivas, les permite llegar más allá de las determinaciones culturales e históricas, y apreciar el valor y la sustancia de las cosas.” (§ 4). Sin esta suerte de intercambio con los demás no hay verdad, pues el hombre está aislado en sus “opiniones subjetivas”. Téngase en cuenta que no hay distinción entre las convicciones de la Fe Católica firmemente preservadas, y otras opiniones que se mantengan con firmeza. En ambos casos, no puede haber verdad sin intercambio recíproco.
    Es por esta razón que “Para la Iglesia, esta misión de verdad es irrenunciable”, lo que para él significa que “la Iglesia busca la verdad” (§ 9); sí, la Iglesia tiene la misión de buscar la verdad (y proclamarla y reconocerla), y no enseñar “la verdad” como algo ya adquirido. Aquí está la explicación, dada en el mismo párrafo, de por qué es el humanismo (= fidelidad al hombre) la base de la misión de la Iglesia por la verdad: “La fidelidad al hombre exige la fidelidad a la verdad, que es la única garantía de libertad (cf. Jn. 8, 32) y de la posibilidad de un desarrollo humano integral. Por eso la Iglesia la busca”. De ahí la tan extraordinaria afirmación de que “la verdad libera a la caridad de las limitaciones de un… fideísmo que mutila su horizonte humano y universal.” (§ 3). Fideismo, anteriormente un término para indicar la herejía de los que negaban el papel de la razón, aquí se usa como un término peyorativo para describir a aquellos cuyas convicciones personales de Fe les impiden caer en el diálogo; y por consiguiente no pueden alcanzar la verdad, porque no tienen el desarrollo humano necesario para compartir.
    EVOLUCIÓN DE LA VERDAD
    La contradicción con la enseñanza de la Iglesia pre-Vaticano II, es manifiesta y evidente, por lo que el Papa siente la necesidad de justificarse a sí mismo. Nótese que Benedicto XVI no niega que los Papas pre-conciliares dicen cosas diferentes, sino que afirma que “hay una enseñanza única, coherente y, al mismo tiempo, siempre nueva” (§ 12). Él va a explicar lo que quiere decir con esta aparente (y real, en concreto) contradicción entre ambos magisterios: el anterior y el moderno, al mismo tiempo. Es la perfecta justificación de los liberales, que viven en objetiva contradicción con ellos mismos, incoherentes con sus propias conclusiones, buscando la coherencia por cualquier método, menos por la verdad objetiva. “Coherencia no significa un sistema cerrado [entendemos por ello un sistema de enseñanza tradicional, cerrado al diálogo con lo exterior], sino más bien la fidelidad dinámica a una luz recibida.” La así llamada continuidad con el pasado, no son, consecuentemente, las enseñanzas propias, sino la “luz que no cambia”, que sitúa las enseñanzas post-conciliares “en la gran corriente de la Tradición” (ibíd.).
    Aquí encontramos claramente declarada la enseñanza de la evolución de la verdad y la doctrina, tan esencial a la herejía del modernismo y tan claramente condenada por San Pío X: “Pues tienen por una doctrina de las más capitales en su sistema y que infieren del principio de la inmanencia vital, que las fórmulas religiosas, para que sean verdaderamente religiosas, y no meras especulaciones del entendimiento, han de ser vitales y han de vivir la vida misma del sentimiento… De donde proviene que dichas fórmulas, para que sean vitales, deben ser y quedar asimiladas al creyente y a su fe. Y cuando, por cualquier motivo, cese esta adaptación, pierden su contenido primitivo, y no habrá otro remedio que cambiarlas.” (Pascendi, § 13). Esta es la sentencia de San Pío X sobre la evolución de la verdad, que debe aplicarse también a la presente encíclica: “Ellos han llegado a tal punto de locura, que pervierten el eterno concepto de la verdad y el verdadero significado de la religión” (ibíd.).
    GLOBALIZACIÓN
    La novedad de esta encíclica y su principal enfoque práctico es, sin duda, la globalización, definida como “el estallido de la interdependencia planetaria.” (§ 33). En sí mismo, el Papa describe este fenómeno como “ni bueno ni malo” (§ 42). Sin embargo, nos anima a verla no sólo como un determinado proceso económico, sino más bien para verlo en un sentido positivo: “Debemos ser sus protagonistas, no las víctimas” (ibíd.). Ustedes posiblemente se preguntarán cómo la desaparición de las fronteras, la formación de un gobierno mundial y un sistema económico Francmasónicos, la destrucción de los restos de la cristiandad, con su identidad religiosa y cultural, separada y distinta del paganismo y las falsas religiones, podrían ser consideradas en un sentido positivo. La respuesta es que, abarcada en un sentido humanista, esta globalización es una verdadera oportunidad para el diálogo necesario para el desarrollo humano integral, para la caridad en la verdad. La globalización es, por lo tanto, la verdad: “La verdad de la globalización como proceso y su criterio ético fundamental vienen dados por la unidad de la familia humana y su crecimiento en el bien. Por tanto, hay que esforzarse incesantemente para favorecer una orientación cultural personalista y comunitaria, abierta a la trascendencia, del proceso de integración planetaria” (ibíd.).
    La globalización de la humanidad, es consecuentemente necesaria y buena, algo para “dirigir” y no para condenar, a condición de que se centre en la persona humana y su comunidad, y permita cierta apertura a Dios por la libertad religiosa. De ahí la preocupación de la encíclica con la ética de la ecología y el medio ambiente, del uso de la energía y el crecimiento de la población, de la pobreza y el consumismo, de la ayuda internacional y el turismo, de la democracia y la libertad religiosa.
    DIÁLOGO = DESARROLLO HUMANO
    Sin embargo, por encima de todas estas consideraciones se encuentra la fraternidad universal de la humanidad, en razón de que el hombre alcanzará su desarrollo humano sólo en la medida en que se relacione con otros seres humanos distintos. La religión es esencial para dar a conocer al hombre la realidad de que las relaciones con otros son, al mismo tiempo, lo que es más humano en él y lo que es trascendente. Todas las religiones lo hacen, pero el cristianismo lo realiza particularmente así, en razón de su enfoque sobre el amor. He aquí el texto que al principio puede parecer oscuro, pero dado lo visto antes, realmente es muy claro: “La revelación cristiana sobre la unidad del género humano presupone una interpretación metafísica del humanum, en la que la relacionalidad es elemento esencial. También otras culturas y otras religiones enseñan la fraternidad y la paz y, por tanto, son de gran importancia para el desarrollo humano integral”. (§ 55).
    Por supuesto, la única revelación cristiana acerca de la unidad de la raza humana, es la universalidad del pecado original, sus heridas, y las tres concupiscencias que se derivan de ella. Del mismo modo, la naturaleza humana no está definida por las relaciones con los demás, sino por tener todos un cuerpo y un alma inmortal, capaz de conocer y amar a Dios —como Él mismo ha puesto de manifiesto por la Encarnación— y de la condenación eterna si se rehúsa esa revelación.
    Nótese que en este contexto totalmente naturalista, “el desarrollo humano integral”, que consiste en el diálogo con otros, ha sustituido a la salvación eterna como el objetivo de la religión. No es de extrañarse que el mismo párrafo (55) condena “algunas tradiciones religiosas y culturales… que encasillan la sociedad en castas sociales estáticas”, y también condena “el fundamentalismo religioso,” no porque sea doctrinariamente erróneo, sino porque “impide el encuentro entre las personas y su colaboración para el progreso de la humanidad” (§ 56). Evidentemente, el Papa intenta incluir en esta condena al Catolicismo Tradicional, con su separación del espíritu mundano y su negativa a dialogar con el error, la herejía y el paganismo. Si eventualmente se requiere una nueva prueba de ello, la encontramos inmediatamente a continuación. Después de afirmar que “la razón siempre está en la necesidad de ser purificada por la fe” —lo que sin duda es cierto, ya que sin la verdadera fe, la razón habitualmente cae en errores— luego pasa al siguiente paralelo, horrible e impactante: “A su vez, la religión tiene siempre necesidad de ser purificada por la razón para mostrar su auténtico rostro humano. La ruptura de este diálogo comporta un coste muy gravoso para el desarrollo de la humanidad.” (§ 56). Para nosotros es inconcebible y blasfemo afirmar que la verdad divina de la religión revelada puede ser corregida por la razón humana falible; pero si la verdad es el diálogo, y la religión no es sino un medio para el desarrollo humano integral, entonces la conclusión deviene lógica. Mas, ¿dónde quedan la Fe verdadera y la religión Católica?: Como una entre muchas opiniones personales.
    Sigamos la lógica del Papa un paso más. El resultado final de la redefinición de la fe como diálogo, y de la religión como el desarrollo humano, es el culto del hombre, que se convierte en sí mismo en el objetivo final de la fe y de la razón, de la “caridad” y de la religión. Todos los que, en consecuencia, trabajan por el bien del hombre “se corresponden con el plan divino”, ¡ya sean creyentes o no! “El diálogo fecundo entre fe y razón hace más eficaz el ejercicio de la caridad en el ámbito social y es el marco más apropiado para promover la colaboración fraterna entre creyentes y no creyentes, en la perspectiva compartida de trabajar por la justicia y la paz de la humanidad… De ahí nace el deber de los creyentes de aunar sus esfuerzos con todos los hombres y mujeres de buena voluntad (si fueran de buena voluntad, ¿por qué se niegan a creer en la revelación divina?) de otras religiones, o no creyentes, para que nuestro mundo responda efectivamente al proyecto divino”. (§ 57).
    Por lo tanto la moralidad de la ayuda internacional no radica sólo en que es una obra de misericordia corporal, sino porque “ofrece una maravillosa oportunidad de encuentro entre las culturas y los pueblos” (§ 59). Del mismo modo que el turismo internacional, “que tiene la capacidad para promover una comprensión mutua… El turismo de este tipo tiene que aumentar” (§ 61).
    UN GOBIERNO MUNDIAL
    Lo más impactante y de mayor alcance de esta promoción positiva de la globalización del hombre y de la cultura, así como del nivel económico, es el llamado a una autoridad internacional que se imponga legalmente, para hacer cumplir en forma obligatoria el diálogo entre las economías, culturas, religiones y personas, tal como es promovida por este humanismo integral. El Papa, de hecho, invoca “… la urgencia de la reforma tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de la arquitectura económica y financiera internacional, para que se dé una concreción real al concepto de familia de naciones… con vistas a un ordenamiento político, jurídico y económico que incremente y oriente la colaboración internacional hacia el desarrollo solidario de todos los pueblos… urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial, como fue ya esbozada por mi Predecesor, el Beato Juan XXIII. Esta Autoridad deberá estar regulada por el derecho, atenerse de manera concreta a los principios de subsidiaridad y de solidaridad, estar ordenada a la realización del bien común, comprometerse en la realización de un auténtico desarrollo humano integral inspirado en los valores de la caridad en la verdad. Dicha Autoridad, además, deberá estar reconocida por todos, gozar de poder efectivo para garantizar a cada uno la seguridad… “(§ 67 ). Esto implica la pérdida de las soberanías nacionales, y de cualquier posibilidad de unión entre la Iglesia y el Estado. Esto significa el establecimiento del orden mundial que la Francmasonería ha luchado tanto para conseguir. El Papa León XIII describió y condenó muy claramente el “objetivo final” de la Francmasonería, “… a saber, el derrocamiento de todo el orden político y religioso del mundo, que la doctrina cristiana ha producido, y la sustitución por un nuevo estado de cosas, de conformidad con sus ideas, de los cuales las bases y las leyes se establecerán a partir de un mero «Naturalismo»” (Humanum genus, § 10).
    La justificación religiosa de un nuevo orden mundial, basado en la dignidad humana, la fraternidad y la igualdad, y suscitado por la democracia universal, no es, por supuesto, algo nuevo. Fue precisamente el sueño humanitario del movimiento Le Sillon, condenado por San Pío X en 1910, por abrazar los principios de la Revolución Francesa.
    Nos tememos que lo peor está por venir: el resultado final de este desarrollo promiscuo (entiéndase, el diálogo), el beneficiario de esta acción social cosmopolita, sólo puede ser una democracia que no será ni Católica, ni Protestante, ni Judía. Se trata de una religión… más universal que la Iglesia Católica, que unirá finalmente a todos los hombres para convertirlos en hermanos y compañeros en el «Reino de Dios.» ‘Nosotros no trabajamos para la Iglesia, trabajamos para la humanidad…’ Nos preguntamos, venerables Hermanos, ¿en qué se ha convertido el catolicismo de Le Sillon?… [Él] no es más que un miserable afluente del gran movimiento de apostasía que se está organizando en todos los países para el establecimiento de una Iglesia Mundial que no tendrá ni dogmas, ni jerarquía, ni disciplina para la mente, para frenar las pasiones, y que, bajo el pretexto de la libertad y la dignidad humana, traerá de vuelta al mundo… el reino de la astucia y la fuerza legalizada… ” (Notre Charge Apostolique, § 40).
    ¿Puede nuestro concepto del auto-proclamado humanismo del Papa Benedicto XVI ser diferente?; si sólo pudiera ser así; si sólo su humanismo que no excluye a Dios pudiese ser menos que un humanismo y más que una verdadera religión centrada en Dios… Sin embargo, no es el caso. Si el Papa condena el “humanismo que excluye a Dios [como]… un humanismo inhumano” (§ 78), entonces su “humanismo abierto al Absoluto” es un humanismo humano, es decir, una filosofía de cómo el hombre puede desarrollar todo el potencial de su naturaleza humana, sin el orden sobrenatural de la revelación, la gracia, la obediencia y la sumisión a la autoridad. Es por esta razón que la mala conciencia no se define como la que se niega a discernir la voluntad de Dios, así como la que rechaza admitir la culpabilidad de su desobediencia. Es, más bien, “… una conciencia incapaz de reconocer lo humano.” (§ 75), la más lógica consecuencia si Usted cree que la revelación se da cuando “Dios revela el hombre al propio hombre” (ibíd.).
    Uno no puede sino preguntarse si el Papa León XIII habrá tenido alguna premonición de estos tiempos cuando escribió, en la versión original de su exorcismo de oración a San Miguel Arcángel: “Donde fueron establecidas la Sede de San Pedro y la Cátedra de la Verdad como luz para las naciones, ellos han erigido el trono de la dominación de la impiedad, de suerte que, golpeado el Pastor, pueda dispersarse la grey. Oh invencible adalid, ayuda al pueblo de Dios contra la perversidad de los espíritus que le atacan y dale la victoria.”
    Sin duda, la oración y la penitencia, el amor a la Cruz y al sacrificio, el Rosario y los sacramentos; lo verdaderamente sobrenatural que implican, pueden ser la única respuesta a este manifiesto público del humanismo, a esta radical aplicación de los principios de la igualdad y la fraternidad hecha realidad, que excluye la propiedad privada y exclusiva de la Verdad, y que hace a la caridad necesariamente inclusiva de la expresión auténtica de la humanidad y la fraternidad universal del hombre.


    P. Peter Scott, FSSPX

    Fuente: Radio Cristiandad
    Memento mori.

  18. #18
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    Respuesta: Caritas in Veritate: OPINIONES.

    Relações Igreja-Estado (IV): o infernal “De Monarchia”, de Dante

    Sidney Silveira
    Relendo vários textos sobre a tão propalada encíclica Caritas in Veritate, na qual o Papa Bento XVI propõe, com todas as letras, o estabelecimento de uma autoridade política mundial com poder efetivo sobre todas as nações, a pretexto de garantir a cada uma a segurança (nº 67), ocorreu-me remontar ao tema das relações entre a Igreja e o Estado. E fazê-lo tomando como parâmetro o autor de um erro, literalmente, dantesco: nenhum outro senão o próprio Dante Alighieri, autor do escrito De Monarchia, um compêndio de teses antieclesiásticas da pior cepa, dada a sua sutileza. Durante séculos esse livro constou do Index Librorum Prohibitorum, e poderia jazer, muito bem, no oitavo círculo do Malebolge, aquela parte do inferno onde o famoso poeta florentino pôs os falsificadores de doutrinas — eternamente atormentados por furiosa sede.


    Nessa obra, contrariando o mais elementar bom senso, Dante propõe uma chefatura política suprema para todo o gênero humano, espécie de império universal ou, em suas palavras “Principado único com poder sobre todos os poderes temporais” (De Monarchia, I, 2). Vale dizer que, como preâmbulo “intelectual” para a defesa de algumas teses de sua filosofia política, o florentino se apóia em quimeras mitológicas romanas, como a travessia do rio Tibre por Clélia* e o combate entre Enéias e Turno** (De Monarchia, II, 4), entre outros eventos lendários nos quais crê firmemente.

    Mas tais fantasias de poeta são de somenos importância. O pior é que, fazendo uso de teorias vigentes entre os grandes pensadores da Cristandade medieval — como a correlação entre a lei divina, a lei natural e a lei positiva humana —, Dante acaba por distorcê-las para adaptá-las a suas teses humanistas. Sob o pretexto de que a paz universal (uma paz uma meramente humana, diga-se!) é o melhor de todos os meios ordenados à nossa felicidade (pax universalis est optimum eorum quae ad nostram beatitudinem ordinantur), ele nos aponta para a necessidade de haver um Príncipe único no mundo, que deve submeter todos os homens a um só querer (De Monarchia, I, 14). O detalhe é que esse Príncipe todo-poderoso nada tem a ver com Deus ou com a Igreja, e muito menos com o Papa, Vigário de Cristo, pois Dante simplesmente separara as ordens espiritual e material, abrindo entre elas um abismo intransponível. Trata-se de um Príncipe do mundo, no mundo e, em tese, para o mundo.

    Não pelo Principado político universal, mas pela separação entre os poderes espiritual e material (que durante quase dois mil anos foi solenemente condenada pela Igreja), Dante hoje seria aclamado com estrépito por gente que — por mil e um meios políticos, e valendo-se de vultosos recursos financeiros — inocula em algumas elites de jovens talentosos o pior do humanismo católico. Mas na época em que a Igreja, por ordem expressa de Cristo, chamava para si a responsabilidade de fazer reinar sobre todos os povos a lei evangélica, certamente tal humanismo, sobretudo oriundo de um homem católico, não poderia ser tolerado. Daí o De Monarchia de Dante ter entrado no Index, em cujo pórtico se poderia muito bem colocar a famosa frase de sua "Comédia" que se lê na entrada do inferno: Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate. E veremos os porquês.

    A lei única sob a qual os principados particulares (ou seja, todas as nações) devem obedecer ao dantesco Monarca universal tem como conteúdo, tão-somente, aqueles pontos comuns que, hipoteticamente, interessariam a todos os homens (De Monarchia, I, 14). Alguma semelhança do Principado dantesco com a ONU? Alguma semelhança com as teses dos nossos ecumenistas católicos contemporâneos, que jogam para baixo do tapete a Verdade revelada para falar apenas de tópicos atinentes à lei natural, como se estes fossem o fundamento último da paz entre os homens? Na verdade, tal semelhança é quase uma identidade absoluta, pois, num e noutro caso, consideram-se as coisas escatológicas supratemporais e as humanas temporais como pertencentes a duas cidades absolutamente distintas e intocáveis entre si.

    É claro que, como toda doutrina nefasta, esta também precisa valer-se de alguns slogans publicitários palatáveis — e Dante põe água na boca dos seus leitores, ao dizer que, em sua filosofia política, os governantes são senhores dos governados apenas com relação aos meios, mas, com relação aos fins, os governados é que seriam os senhores dos governantes, e, dentre todos, o Monarca universal seria o que, em tese, serviria altruisticamente a todo o gênero humano... Que alma boazinha a desse Príncipe! Deus do céu: se não fosse o autor de tal disparate o grande poeta do Trecento pré-renascentista, poderíamos dizer que esta é apenas uma piada de mau gosto. De toda forma, de que doutrina se valeria esse Monarca supremo, de acordo com Dante, para impetrar os seus atos de governança mundo afora? De alguma verdade sublime? Da Sagrada Escritura? Não. Dos escritos filosóficos (phylosophica documenta). Como se vê, estamos aqui muito próximos da República platônica, na qual o governo caberia aos filósofos, mas com uma diferença específica: os filósofos dantescos poderiam, no máximo, servir de conselheiros ao Mega Imperador mundial.

    A sociedade civil, em si mesma, é considerada por Dante como o meio necessário para promover a civilização humana. Mas qual seria o ápice dessa civilização? Algo referido, pelo menos instrumentalmente, ao fim último que é Deus? Não. Pura e simplesmente o conhecimento humano. Este, sim, seria o fim gnóstico de toda a sociedade humana, como se frisa no Livro I desse tremendo De Monarchia. Mas que conhecimento seria esse por meio do qual os homens, reunidos em grupo, lograriam o seu fim? Pois muito bem: aqui entra um absurdo teórico sem tamanho, que é a aplicação da tese averroísta da unidade do intelecto possível à ordem política (De Monarchia, I, 5). Para Dante, somente o trabalho da humanidade inteira poderia levar ao ato a potência desse único intelecto possível (De Monarchia, I, 7). E tal coisa se tornaria possível sob o influxo político do poder do Monarca universal, que ajudaria toda a espécie humana a chegar a essa plenitude.

    Neste ponto, para deixar as coisas mais claras, façamos um apontamento: em síntese, Aristóteles conceituara o “intelecto possível” (ou “passível”: o noûs pathetikós) como a potência do intelecto para atualizar todos os inteligíveis. Ou seja, trata-se da pura e simples capacidade que possui cada ser humano, individualmente, de atualizar toda a sorte de conhecimentos. Em resumo, cada um de nós tem o seu noûs pathetikós particular, o que se comprova quando passamos a saber, em dado momento de nossa trajetória individual, o que antes não sabíamos. Mas, de acordo com a tese Averróis que fez Santo Tomás perder as estribeiras***, haveria um só intelecto possível para toda a humanidade —, tese abstrusa refutada pelo Aquinate no magnífico De Unitate Intellectus Contra Averroistas. Ora, se houvesse um único intelecto partilhável potencialmente por toda a humanidade, isto implicaria dizer que o homem não pensa, mas é pensado, o que é absurdo. Isto o gênio filosófico do Doutor Comum não poderia aceitar, assim como vários outros corolários da tese averroísta****.

    Pois bem: Dante tenta aplicar a noção averroísta ao plano político para justificar a sua tese com uma espécie de analogia. Ora, da mesma forma como haveria, para a humanidade inteira, uma só operação própria (a partir do intelecto possível exterior a todos os homens individuais), assim também há de haver um reino superior a todos, por cuja atuação se alcance uma felicidade a que nenhum reino particular poderia chegar. “A missão do Imperador é conduzir o gênero humano à paz, submetendo-o a seu querer único” (De Monarchia, I, 14).

    O mais diabólico da tese dantesca está no fato de que, nela, o poder temporal não recebe do espiritual nem o seu ser, nem a sua autoridade, nem o seu exercício. No máximo, o Monarca supremo deveria algum tipo de reverência política ao Papa, mas apenas isto. A sua humana autoridade imperial pende, imediata e diretamente, de Deus (De Monarchia, III, 13), razão pela qual não se justifica dobrar-se a nenhuma outra autoridade, ainda que seja a Autoridade participada à Igreja pelo próprio Deus. Perceberam o que isto implica? Nada menos do que uma mal disfarçada divinização do homem pelo viés político, além da recusa a obedecer ao primado espiritual superior. Haveria, pois, segundo Dante, dois fins últimos para o homem: por um lado, a felicidade perfeita que se logra nesta vida pelo exercício da virtude; e, por outro, a beatitude que se logra pela Graça, na outra vida (De Monarchia, III, 16). Como se vê, o princípio católico de que “a Graça aperfeiçoa a natureza” — expresso na lapidar fórmula Gratia non tollit naturam, sed perficit — neste contexto, torna-se inaplicável, porque entre a Graça e a natureza estabeleceu-se um hiato. Ou seja: a natureza humana já pode ser feliz nesta vida pelo exercício da virtude, apenas, razão pela qual não precisa da Graça aqui e agora. A única coisa de que precisam os homens da Pólis dantesca é do Príncipe do mundo — que, de acordo com Jesus, não é outro senão Satanás*****.

    Mas do que um non serviam individual, trata-se de um non serviam coletivo universal.

    * De acordo com a lenda, Clélia seria uma Virgem romana que, segundo Tito Lívio, atravessou a nado o rio Tibre e, com este feito olímpico verdadeiramente impressionante, fez com que o rei etrusco Porsena desistisse de invadir Roma.
    ** Na mitologia romana, Turno é o comandante dos exércitos que se aliaram aos rútulos para expulsar Enéas e os troianos que, com a queda de Tróia, seguiram o destino de fundar uma cidade no Lácio, que mais tarde dominaria o mundo.
    *** Como é notório entre os estudiosos da obra de Santo Tomás, um dos poucos momentos de ira em toda a vida do Angélico aconteceu quando deparou-se com a tese do intelecto possível, defendida pelo averroísta Siger de Brabante.
    **** Diz Tomás de Aquino: “É claro, pois, que o intelecto é aquilo que há de principal no homem e se serve de todas as potências da alma e dos membros do corpo ao modo de instrumentos. (...) Portanto, se o intelecto de todos é único, segue-se necessariamente que só há um a pensar e um só a utilizar, pelo arbítrio de sua vontade, todas as coisas em que os homens se distinguem uns dos outros” [o que é absurdo] (De Unitate Intellectus, IV, nº 87).
    ***** “Eu vos deixo a paz, dou-vos a minha paz. Não vo-la dou como o mundo a dá. Não se perturbe o vosso coração nem se atemorize. Ouvistes o que vos disse: Vou e volto para vós. Se me amardes, certamente haveis de alegrar-vos, pois vou para junto do Pai, porque o Pai é maior que eu. Eu disse-vos essas coisas agora, antes que aconteçam, para que creiais quando acontecerem. Já não falarei muito convosco, porque vem o príncipe deste mundo, mas ele não tem parte comigo”. (Jo XIV, 27-30). “Agora é o juízo deste mundo; agora será lançado fora o príncipe do mundo” (Jo, XII, 31). “(...) Ele [o Paráclito] convencerá [o mundo] a respeito do juízo, que consiste em que o príncipe deste mundo já está julgado e condenado” (Jo XVI, 11).

    Em tempo: Nunca é demais lembrar que todo e qualquer pecado é, de alguma forma, um espelho do pecado de Lúcifer e, depois, do de Adão: o de buscar uma felicidade autonôma em relação a Deus. Exatamente o que Dante pretende para toda a humanidade: uma felicidade terrena perfeita, sem a necessidade da Graça divina — mas que se vale, isto sim, de um despótico império humano.
    (continua)

    Contra Impugnantes

  19. #19
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    Respuesta: Caritas in Veritate: OPINIONES.

    Corte-e-costura e ainda a Encíclica "Caritas in Veritate" (II)

    Carlos Nougué
    Na presidência do Concílio Vaticano I (XX ecumênico, sobre a fé e a Igreja), Sua Santidade o Papa Pio IX definiu o seguinte:

    1838. Mas, como nestes nossos tempos, em que mais do que nunca se precisa da salutífera eficácia do ministério apostólico, muitos há que combatem esta autoridade, julgamos absolutamente necessário afirmar solenemente esta prerrogativa que o Filho Unigênito de Deus se dignou ajuntar ao supremo ofício pastoral.

    1839. Por isso Nós, apegando-nos à Tradição recebida desde o início da fé cristã, para a glória de Deus, nosso Salvador, para exaltação da religião católica, e para a salvação dos povos cristãos, com a aprovação do Sagrado Concílio, ensinamos e definimos como dogma divinamente revelado que o Romano Pontífice, quando fala ex cathedra, isto é, quando, no desempenho do ministério de pastor e doutor de todos os cristãos, define com sua suprema autoridade apostólica alguma doutrina referente à fé e à moral para toda a Igreja, em virtude da assistência divina prometida a ele na pessoa de São Pedro, goza daquela infalibilidade com a qual Cristo quis munir a sua Igreja quando define alguma doutrina sobre a fé e a moral; e que, portanto, tais declarações do Romano Pontífice são por si mesmas, e não apenas em virtude do consenso da Igreja, irreformáveis.

    1840. [Cânon]: Se, porém, alguém ousar contrariar esta nossa definição, o que Deus não permita — seja anátema.”

    Por que o citamos? Porque, se o objetivo deste artigo é patentear o corte-e-costura que, por ocasião da encíclica do Papa Bento XVI Caritas in Veritate, uma multidão de não-católicos e de católicos liberais operou no magistério infalível da Igreja (bem como na obra do Aquinate, o que veremos mais adiante), uns para justificar sua crítica àquela encíclica, os outros para apoiá-la, não o podemos fazer senão partindo de pressupostos católicos católicos (com repetição necessária nos dias de hoje), sem os quais não se evidenciaria aquele corte e costura. E o primeiro desses pressupostos tem de ser, necessariamente, a infalibilidade papal, porque é fundando-nos nele que podemos dizer: ou se crê na infalibilidade papal e, por isso mesmo, se crê na integralidade da doutrina cristã que constitui o depósito da fé, ou não se pode crer em nada desta mesma doutrina ou depósito. A fé e a doutrina católicas não são um baú de idéias que podemos selecionar ao nosso arbítrio e bel-prazer, aceitando algumas e rejeitando as demais. Proceder assim é já pôr-se fora do campo católico (ou no campo católico liberal ou humanista, que, como diz o Padre Calderón, só se pode dizer católico ao modo de um câncer), e tal recorte em nossa íntegra doutrina é já, de per si, nada liso.

    Mas o que se acaba de dizer requer respostas a algumas objeções.

    1) Por que a doutrina católica ou é integralmente verdadeira ou absolutamente não o será? Ora, quem a impõe são os Romanos Pontífices, que são individualmente infalíveis em matéria de fé e moral, razão por que não pode haver contradição entre eles nesta matéria; ou o conjunto dos magistérios da seqüência temporal dos Papas é infalível como cada um deles, ou esta última afirmação não seria verdadeira. Logo, porque cremos na infalibilidade papal individual e pois em que o conjunto dos magistérios papais é ininterruptamente infalível em matéria de fé e moral, por isso mesmo ou a integralidade da doutrina católica que emana dessa seqüência é absolutamente verdadeira (e, pois, em nada contraditória), ou nenhuma das partes dela o será.

    2) Se tal é verdade, então por que se rejeita o magistério dos chamados Papas conciliares (ou seja, o magistério fundado nas teses aprovadas no Concílio Vaticano II), tal como, de fato, aqui se rejeitou a referida encíclica do Papa Bento XVI? Mas como tal é possível, se é inegável que quando a totalidade moral dos fiéis católicos professa crer em alguma verdade como de fé não pode enganar-se, sendo o sujeito deste ato a Igreja universal, incluídos os clérigos e os leigos, e o princípio pelo qual se atua a fé sobrenatural? Sucede, porém, que “a propriedade de infalibilidade deste ato não provém exclusiva, nem principal, nem formalmente da fé do povo cristão, mas do Magistério da Igreja, cujo sujeito não é a Igreja universal, mas o Papa e os bispos [sob ele], e cujo princípio não é a fé, mas o carisma da infalível verdade” (Padre Calderón, A Candeia Debaixo do Alqueire). Com efeito, “o magistério da Igreja é regra próxima da fé comum dos cristãos, porque só a ele foi prometida a assistência do Espírito Santo para conservar integralmente e propor indefectivelmente o depósito da fé” (ibdi.). Por isso, a infalibilidade in credendo da Igreja universal se reduz estritamente à infalibilidade in docendo da Hierarquia eclesiástica — e esta sentença, conquanto ainda não se possa dizer dogma de fé, “é todavia doutrina católica certa” (ibid.; grifo nosso). Mas os Papas conciliares não o aceitam, porque, coerentemente com o espírito do Concílio Vaticano II e conforme aos princípios liberal-democratistas que o fundaram, para eles o sentir comum dos fiéis é que é a regra próxima do magistério, “porque a assistência do Espírito Santo teria sido prometida em primeiro lugar à comunidade dos fiéis para viver em cada época o Evangelho, e só em segundo lugar o magistério é assistido para compreender, expressar e autorizar o que o Espírito diz à Igreja” (ibid.). Não seriam os fiéis, portanto, quem deveria seguir as definições do Magistério, mas o Magistério quem deveria acompanhar, digamos, as tendências dos fiéis. Ora, como pensam assim, os Papas conciliares, em vez de querer impor doutrina, depõem sua própria autoridade para fazê-lo; ademais, como diz Mons. Gasser, relator da Deputação da Fé no Vaticano I, “é necessária [para a infalibilidade] a intenção manifestada de definir a doutrina, ou de impor um fim à flutuação com respeito a certa doutrina ou coisa por definir, dando uma sentença definitiva, e propondo essa doutrina para ser defendida por toda a Igreja. Este elemento é certamente algo intrínseco a toda e qualquer definição dogmática sobre a fé ou os costumes ensinada pelo pastor e doutor da Igreja universal e que deve ser defendida por toda a Igreja” (apud ibid.). Como, pois, os Papas conciliares não querem nunca impor doutrina, nem, muito menos, impô-la no sentido dado por M. Gasser, mas tão-somente sugerir temas para o debate entre os fiéis e teólogos; como, ademais, pelo fato mesmo de deporem a autoridade que têm para impor doutrina, eles deixam de ter a assistência do Espírito Santo e perdem o carisma da infalibilidade; por isso mesmo não se está obrigado a aceitar seu magistério, estando-se antes, pelo contrário, obrigado a rejeitá-lo sempre e quando se oponha à doutrina ininterruptamente definida e imposta pelo Magistério ao longo do tempo. (Mas diga-se aos sedevacantistas: também é de fé que, se um dia um Papa conciliar comprometesse sua infalibilidade e quisesse impor doutrina, teria ele nisso, indefectivelmente, a assistência do Espírito Santo; e teríamos todos de aceitar tal doutrina, sob pena de pecado contra a mesma fé.)

    3) Mas, segundo a mesma definição dada por Pio IX e pelo Concílio Vaticano I, a assistência do Espírito Santo ocorre “quando o Romano Pontífice fala ex cathedra” e “sobre fé e moral”. Sendo assim, todas as demais formas de declaração papal não derivariam de tal assistência e, portanto, não trariam o selo da infalibilidade? A correta resposta a esta questão tem por princípio doutrinal os chamados “graus de autoridade nos atos de magistério”, graus cuja existência, como diz ainda o Padre Calderón (ibid.), está suficientemente estabelecida, mas cuja natureza não fora tão explicada como a infalibilidade. Com efeito, não só o magistério infalível (ou seja, aquele derivado de pronunciamentos ex cathedra sobre fé e costumes) tem a assistência do Espírito Santo; também a tem o magistério simplesmente autêntico, que por isso mesmo também exige dos fiéis religiosa submissão do intelecto. Sucede, porém, que “a assistência do Espírito Santo é comprometida em diversos graus, segundo a natureza dos diversos atos magisteriais” (ibid.). Explica-o o esquema De Ecclesia, preparatório do Concílio Vaticano II (e, como se sabe, posto de lado no decorrer do mesmo concílio). Com efeito, segundo ele, é doutrina católica certa que o magistério simplesmente autêntico (ou seja, não ex cathedra) se impõe aos fiéis segundo diversos graus de autoridade, dependentes da maneira diversa de expressar-se: “É necessário prestar obediência religiosa da vontade e da inteligência ao magistério autêntico do pontífice romano, mesmo quando não fala ex cathedra, de maneira que seu magistério supremo seja realmente reconhecido, e que se adira sinceramente ao ensinamento que propõe; fazendo-o segundo o espírito e a vontade por ele manifestados, que se reconhecem quer pela matéria dos documentos, quer pela freqüência da proposição da mesma doutrina, quer pela maneira de expressar-se” (apud ibid.). Seguia nisto, por exemplo, a Pio XII, de acordo com o qual, “para que não se privem de uma ajuda dada por Deus com tão generosa bondade, devem necessariamente prestar esta obediência não só às definições solenes da Igreja, mas também, guardando o modo devido – servato modo –, às outras constituições e decretos pelos quais algumas opiniões são proscritas e condenadas como perigosas ou más”. Ora, exatamente por isso é que “o critério de verdade do magister eclesiástico é a assistência do Espírito Santo atualizada por sua intenção ministerial, pois para falar em nome de Cristo ele não tem senão de fazê-lo intencionalmente; de maneira que [...], quanto mais impositiva for a intenção com que propõe sua sentença, mais assistida será pelo Espírito Santo e menos margem de erro terá” (Padre Calderón, ibid.). Se assim é, o magistério simplesmente autêntico da Hierarquia goza da assistência do Espírito Santo “em maior ou menor grau, tendo então sua sentença maior ou menor autoridade diante do católico fiel, segundo os diversos graus da intenção magisterial, que vão da probabilidade à certeza; devendo estes julgar-se more humano, quer dizer, segundo os critérios com que os homens costumam julgar as sentenças de seus mestres: ou pelo que expressamente dizem, ou pela matéria, ou pela solenidade do ato, ou pela freqüência com que são ensinadas” (ibid.). Ora, pelo dito, o discurso de ocasião do Papa Pio XII, ao fim da II Guerra Mundial, em que exaltou a democracia em geral não pode ter o mesmo grau de autoridade que o de seus escritos em que condena a democracia liberal. Mas o magistério dos Papas conciliares, pela razão de nele não se comprometer em nenhum grau a infalibilidade pontifícia, não tem nenhum grau de autoridade doutrinal (nem sequer naquilo em que eventualmente coincida com o magistério anterior, porque, com efeito, quem o tem é este, dado que no conciliar, ainda nisto, segue havendo defeito absoluto de intenção magisterial).

    4) A polêmica com respeito à Encíclica Caritas in Veritate gira em torno do direito das gentes, das relações internacionais e de um possível governo mundial, o que evidentemente se vincula ao assunto das relações entre Igreja e estado. Mas será este assunto matéria de fé e costumes? Ou seja, será matéria capaz de infalibilidade papal ou de assistência (em qualquer grau) do Espírito Santo? Comece-se por responder a isto com outra pergunta: é matéria de fé e de moral o tema físico da origem do universo, ou seja, se teve início com um big-bang ou não? Enquanto tema físico, certamente não o é; mas, admitido o big-bang enquanto hipótese, já seria matéria de fé o afirmar ou negar que foi Deus quem criou do nada e no tempo aquela ínfima e altamente concentrada partícula de energia (como se diz modernamente) ou de luz (como dizia o Bispo Robert Grosseteste no século XIII...) — sendo anátema o negá-lo. Similarmente, não é matéria de fé nem de moral escolher em determinado país entre dois ou mais regimes políticos naturalmente legítimos; mas, sim, o será se se trata de afirmar ou negar que todo e qualquer regime político tem de ordenar-se ao fim último do homem, Deus, e ao poder encarregado por Deus mesmo de prover o espiritualmente necessário para a salvação não só de cada indivíduo, mas também das multidões de indivíduos que constituem as cidades ou estados — sendo igualmente anátema o negá-lo.

    Pois bem, como veremos exaustivamente na próxima parte deste artigo, o que se acaba de dizer tem fundamento no magistério anterior ao Concílio Vaticano II; fundamento solidíssimo, conquanto, como igualmente veremos, não isento de lapsos. Mas lapso não quer dizer contradição; e contradição, neste assunto como em quaisquer outros, não houve entre os magistérios papais (que em verdade se reduziam a um) até a segunda metade do século XX, pelas razões já aduzidas.

    Damos a seguir uma lista de textos do Novo Testamento e de documentos papais (que sempre decorrem da Revelação) de algum modo representativos da posição católica católica acerca não só das relações entre Igreja e cidade, mas também deste seu desdobramento natural que são as relações entre Igreja e império e, pois, entre Igreja e um eventual governo mundial:

    Mateus XXII; Lucas XI; Lucas XXII; Apocalipse V; Romanos XIII; I Pedro II; Documento de excomunhão e deposição de Henrique IV (São Gregório VII); Epístola Sicut universitatis (Inocêncio III); Bula Unam Sanctam (Bonifácio VIII); Constituição Licet iuxta doctrinam (Erros de Marsílio de Pádua e de João de Jandun sobre a constituição da Igreja; João XX,); Encíclica Quanta cura (Pio IX); o Syllabus (Erros sobre a Igreja e seus direitos; Erros sobre a sociedade civil considerada quer em si mesma, quer em suas relações com a Igreja; Erros sobre o principado civil do Romano Pontífice; Pio IX); Encíclica Etsi multa luctuosa (Pio IX); Encíclica Quod Apostolici muneris (Pio IX); Encíclica Diuturnum illud (Leão XIII); Immortale Dei (Leão XIII); Encíclica Libertas, praestantissimus (Leão XIII); Encíclica Sapientiae christianae (Leão XIII); Encíclica Annum Sacrum (Leão XIII); Encíclica Rerum novarum (Leão XIII); Encíclica Graves de Communi Re (Leão XIII); Encíclica Vehementer Nos (S. Pio X); Encíclica Ubi arcano (Pio XI); Encíclica Quas primas (Pio XI); Encíclica Divini illius magistri (Pio XI); Encíclica Quadragesimo anno (Pio XI); Encíclica Firmissimam constantiam (Pio XI); e Encíclica Summi Pontificatus (Pio XII).

    Vejamos se após isto ainda será possível recortar o magistério da Igreja anterior ao Concílio Vaticano II para tentar fazê-lo dizer o que não diz.

    (Continua.)


    Em tempo 1: Resta ainda uma dupla objeção, que não pode ficar sem resposta. Por um lado, documentos pontifícios como Au milieu des sollicitudes (Leão XIII), como afirmam setores católicos tradicionais, parecem contrariar a doutrina de sempre da Igreja sobre as relações entre ela e os estados, para estimular, no caso, um ilegítimo ralliement; por outro lado, ao mesmo tempo que lança a Carta Magna da política católica que é a Quas primas, Pio XI parece errar gravemente, na prática, ao contribuir de algum modo para o esmagamento do movimento cristero pelo regime comunista-maçônico do México; e coisas semelhantes que se deram no pontificado de outros papas. Resposta. Quanto à primeira, pode um Papa num mesmo documento cometer algum erro de caráter prático e manter, paralelamente, a pureza e justeza doutrinais; também pode num documento de caráter eminentemente prático equivocar-se em toda a linha, sem com isso se equivocar em questões de doutrina. (Com respeito especificamente ao referido documento de Leão XII, vê-lo-emos na continuação deste artigo.) Quanto à segunda, questão delicada que especialmente os leigos devemos evitar, diga-se algo similar, mas complementar, ao que se disse quanto à primeira: Cristo não prometeu a assistência infalível do Espírito Santo à prática de governo dos Papas; nem os Papas empenham em nenhum grau sua infalibilidade em atos concretos de governo; tal assistência e tal infalibilidade têm que ver unicamente com sua autoridade magisterial.
    Adendo do Sidney: O demônio se vale da confusão para fomentar a cizânia e perder as almas. A vida cada vez mais me dá provas disto. Pois bem: como nesta semana procurou-me um distintíssimo senhor para, aos mais altos brados, falar cobras e lagartos da FSSPX e, por extensão, sobre algumas pessoas ligadas a ela no Brasil (usando os argumentos ad hominem, ad mulieribus e, também, “ab asnus”), sem contudo dignar-se a responder a nenhuma das objeções que eu lhe fizesse; e como eu soube, de fonte fidedigna, que estão a chamar-nos a mim e ao Nougué de sedecavantistas (artifício catalográfico bem mais fácil do que responder a objeções, prática típica de alguns católicos liberais, tutti buona gente), anuncio que em breve o Contra Impugnantes encerrará a série de textos sobre o sedevacantismo. Com um eloqüente ponto final depois do qual lançar-nos esse epíteto será simplesmente ridículo.

    Contra Impugnantes

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    Corte-e-costura e ainda a Encíclica Caritas in veritate (III)

    Carlos Nougué
    Assim, pois, o reino de Cristo é o Reino da Verdade; e, como nos ensinou Ele mesmo, devemos pedir que venha a nós esse reino, e seja feita a vontade de seu Rei, “assim na terra como no céu”. Mais claro impossível: a vontade de um rei é império, e a que se manda cumprir no Padre-nosso é a de um rei cujo reino não é deste mundo, mas se exerce sobre este mundo — desde o interior das almas individuais até a multidão dos indivíduos humanos que constitui as cidades. Não o disse o mesmo Cristo, ressurecto: “Omnia potestas data est mihi in cœlo et in terra (Foi-me dado todo o poder no céu e na terra)” (Mat., XXVIII, 18)?

    Com isso, como se verá, derruem-se os fundamentos dos que querem ver nas palavras de Cristo: “Dai a César “o que é de César, e a Deus o que é de Deus” (Mat., XX, 21), a confirmação da sua tese humanista-liberal de subordinação no máximo indireta do poder temporal ao espiritual. Não obstante, para que se patenteie tal derruimento, é preciso demonstrar antes que de fato Nosso Senhor Jesus Cristo não se contradiz ao enunciar as duas passagens acima (como se tal fosse possível...). E tal se faz mostrando:

    ● primeiro
    , que de fato Cristo instituiu duas jurisdições — uma, a de César, e outra, a da Igreja. (Com isso, diga-se brevemente, resolvia um dilema dos mais lúcidos pagãos, que, como Platão, ansiavam por um governo dos filósofos: “Se os filósofos não reinarem nas cidades, ou não vierem a coin*cidir a filosofia e o poder político, não haverá trégua para os males das cidades, nem para os do gênero humano” [A República, 473; cf. Padre Calderón, “El gobierno de los filósofos. La solución cristiana al dilema de Platón”, en A la luz de un ágape cordial, SS&CC ediciones, Mendoza 2007, pp. 101-132]. Era o modo possível de um pagão perceber os grilhões por que estava ligado seu mundo, e que pela Escritura sabemos serem os grilhões do demônio: com efeito, a tal ponto escravizava ele o mundo antigo, que “pôde oferecer a Nosso Senhor todos os reinos da terra: ‘Omnia tibi dabo’ [Mt., IV, 9]”;

    e, depois, que uma jurisdição (a temporal, a de César) se ordena essencialmente e não indiretamente à outra (a espiritual, a Igreja); e que, conquanto até se possa dizer que a potestade desta sobre aquela é, de certo modo, indireta, não assim com respeito à ordenação daquela a esta, que será essencial assim como essencial é a ordenação do corpo à alma no ente humano; como o é a ordenação da natureza à graça no justo; e, por fim, como o é a ordenação da razão à fé na Teologia.

    Com efeito, isto é capital para provar que a referida arte dos católicos humanistas ou liberais não passa de um mau ofício de corte-e-costura. Para chegarmos cabalmente a tal, porém, devemos proceder ordenadamente, ou seja, segundo as partes da própria Teologia: de seus princípios (os dados da fé) para as conclusões teológicas últimas (dadas pelos teólogos), passando pelas primeiras conclusões teológicas (dadas pelo magistério da Igreja). Concluamos, pois, antes de tudo o mais, a exposição dos dados da Escritura.

    A confirmação de que Jesus se diz rei não só no interior das almas humanas, mas também sobre as cidades dos homens, nos é dada pelos próprios judeus, que, após o diálogo entre Pilatos e Nosso Senhor em que aquele pergunta a Este se é rei e este responde que, sim, “tu o dizes, sou rei”, concluem: “Que mais testemunho nos é necessário? Nós mesmos o ouvimos [ou seja, que Jesus se disse rei] de sua própria boca.” Ora, se tanto o horizonte de Pilatos como o dos judeus é aqui, patentemente, o dos reinos terrestres, o de Cristo, embora obviamente não se cinja, muito pelo contrário, àquele, obviamente o inclui, porque de outro modo Ele nem sequer teria assentido, ainda que vagamente, à pergunta do romano.

    E, ainda do ângulo escriturístico, não confirmará o que dizemos o importantíssimo capítulo V do Apocalipse? Citamo-lo integralmente, com destaques e colchetes nossos: “E vi na mão direita do que estava sentado no trono [Deus Pai, cuja realeza Cristo herda por direito de nascimento eterno e de consubstancialidade divina] um livro escrito por dentro e por fora, selado com sete selos. E vi um anjo forte que clamava em alta voz: Quem é digno de abrir o livro e desatar os seus selos? E ninguém podia, nem no céu, nem na terra, nem debaixo da terra, abri-lo nem olhar para ele. E eu chorava muito, porque não se tinha encontrado ninguém que fosse digno de abrir o livro nem de olhar para ele. Então um dos anciãos me disse: Não chores: eis que o Leão da tribo de Judá [Cristo, rei por descendência carnal], da estirpe de Davi, venceu de modo que possa abrir o livro, e desatar os seus sete selos. E olhei, e eis que, no meio do trono e dos quatro animais, e no meio dos anciãos, estava de pé um Cordeiro [Cristo, rei por direito de conquista, resgate e redenção mediante sua própria Paixão e Morte na Cruz], parecendo ter sido imolado, o qual tinha sete chifres e sete olhos, que são os sete espíritos de Deus, enviados por toda a terra. E veio, e recebeu o livro da mão direita do que estava sentado no trono. // E, tendo ele aberto o livro, os quatro animais e os vinte e quatro anciãos prostraram-se diante do Cordeiro, tendo cada um uma cítara e taças de ouro cheias de perfumes, que são as orações dos santos; e cantavam um cântico novo, dizendo: Digno sois, Senhor, de receber o livro, e de desatar os seus selos; porque fostes morto, e nos resgatastes para Deus com teu sangue, de toda tribo, e língua, e povo, e nação; e nos fizestes para o nosso Deus reis e sacerdotes [que melhor comprovação de que o poder temporal e o espiritual, a cidade e a Igreja, são dois co-princípios, essencialmente ordenados um ao outro?]; e reinaremos sobre a terra [precisamente, como poder temporal e espiritual enquanto co-princípios]. // E olhei, e ouvi a voz de muitos anjos em volta do trono, e dos animais, e dos anciãos, e era o número deles de miríades de miríades, os quais diziam em alta voz: Digno é o Cordeiro, que foi morto, de receber a virtude [ou seja, a potestade ou poder], e a divindade, e a sabedoria, e a fortaleza, e a glória, e a honra, e o louvor. // E a todas as criaturas que há no céu, e sobre a terra, e debaixo da terra, e as que há no mar, e a todas as coisas que nestes (lugares) se encontram, as ouvi dizer [tal como no Salmo 148 são instadas a fazer]: Ao que está sentado no trono e ao Cordeiro, louvor e honra, e glória, e poder pelos séculos dos séculos. E os quatro animais diziam: Amém! E os vinte e quatro anciãos prostraram-se sobre o rosto, e adoraram aquele que vive pelos séculos dos séculos.”

    Prossigamos, porém, nas Escrituras, e examinemos duas passagens muito citadas pelos católicos humanistas ou liberais em favor de sua tese: a) Romanos XIII, 1-7; e b) I Pedro, II, 13-17. Segundo eles, tais passagens provariam suficientemente a autonomia da jurisdição temporal, e que, portanto, razão tinha Dante ao afirmar que o Império e a Igreja são dois poderes independentes e respectivamente vinculados aos dois fins últimos do homem, um natural e o outro sobrenatural. Vejamo-lo, dizendo desde já o que se demonstrará ao longo do artigo: tal conclusão não passa de meia-verdade, razão por que não é verdade alguma. Com efeito, ou a verdade é total, ou não passa de falsidade.

    a) “Toda e qualquer alma”, escreve São Paulo, “esteja sujeita aos poderes superiores, porque não há poder que não venha de Deus; e os (poderes) que existem foram instituídos por Deus. Aquele, pois, que resiste à autoridade resiste à ordenação de Deus. E os que resistem atraem para si próprios a condenação. Porque os príncipes não são para temer pelas ações boas, mas pelas más. Queres, pois, não temer a autoridade? Faz o bem, e terás o louvor dela; porque (o príncipe) é instrumento de Deus para teu bem. Mas, se fizeres o mal, teme, porque não é debalde que ele traz a espada. Porquanto ele é ministro de Deus vingador, para punir aquele que faz o mal. É, pois, necessário que lhe estejais sujeitos, não somente por temor do castigo, mas também por motivo de consciência. Porque também por esta causa é que pagais os tributos; pois são ministros de Deus, servindo-o nisto mesmo. Pagai, pois, a todos o que lhes é devido; a quem tributo, o tributo; a quem imposto, o imposto; a quem temor, o temor; a quem honra, a honra.”

    b) “Sede, pois, submissos”, escreve por sua vez São Pedro, “a toda e qualquer instituição humana, por amor de Deus; quer ao rei, como a soberano; quer aos governadores, como a enviados por ele para tomar vingança dos malfeitores, e para louvar os bons; porque é esta a vontade Deus, e que, fazendo o bem, façais emudecer a ignorância dos homens insensatos; (procedendo) como (homens) livres, e não como tendo a liberdade por véu para encobrir a malícia, mas como servos de Deus. Honrai a todos, amai os irmãos, temei a Deus, respeitai o rei.”

    Ora, dessas duas passagens não se podem inferir senão os seguintes corolários imediatos:

    ● Deus instituiu, efetivamente, duas jurisdições;

    ● a própria jurisdição temporal e seus poderes provêm de Deus;

    ● os cristãos devem submissão, obediência e honra aos reis ou príncipes na medida mesma em que estes, como ministros de Deus, louvam os que praticam o bem e trazem a espada para a vindita, ou seja, para punir os que fazem o mal;

    ● mas não o devem fazer por temor ao mal, porque, com efeito, como já dizia Aristóteles (cf. Ética Nicomaquéia, V, 1, 1129a 3-26; 2, 1129a 26-10, 1135a 14; 10, 1135a 15-15, 1138b 5; 14, 1137a 31-15, 1138b 13), grande diferença há entre um ato justo (por exemplo, pagar uma dívida porque se tem medo do credor) e um ato de justiça (por exemplo, pagar uma dívida porque se está convicto de que sempre é justo pagar o devido); e porque, ademais, se a Antiga Lei obrigava sobretudo no ato exterior, a Nova obriga sobretudo no ato interior (cf. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I-II, questões 98-108, especialmente esta última);

    ● nem, muito menos, os cristãos devem proceder com malícia, usando da liberdade como rebuço para ocultar um mau proceder (não é isso precisamente o que se faz no reino do demo-liberalismo?), mas como homens verdadeiramente livres, ou seja, como servos de Deus, uma vez que ser servo de Deus é não ser escravo das paixões, dos pecados, do demônio.

    Por outro lado, dessas duas passagens não se podem inferir as duas proposições que se seguem:

    > a jurisdição temporal e seus poderes não se ordenam essencialmente ao poder espiritual — porque, com efeito, o mero fato de esta jurisdição ter sida instituída por Deus mesmo e de seus poderes provirem (ainda que não diretamente) d’Ele pode antes indicar o contrário, ou seja, que tais poderes, pelo próprio fato de provir de Deus, devem ordenação e submissão a Ele e, por conseguinte, ao poder espiritual que Cristo mesmo instituiu diretamente (a Igreja);

    > os cristãos devem sempre obedecer e honrar aos reis terrenos — porque afirmá-lo seria dizer que os cristãos devem obedecer a estes reis ainda quando queiram obrigá-los a desobedecer à lei natural (ou seja, a parte da lei eterna que rege a vida moral dos homens) e à lei divina positiva ou eclesiástica (ou seja, a lei do Espírito Santo positivada); em outras palavras, quando queiram obrigá-los a obedecer a leis humanas iníquas (quanto aos graus desta iniqüidade e quanto a se os cristãos devem, por razões de prudência, obedecer em foro externo às menos iníquas, cf. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I-II, questão 96, “O poder da lei humana”, especialmente artigo 4).

    Além disso, o que os católicos humanistas ou liberais nunca viram naquelas duas passagens é o que se pode inferir sem grande dificuldade deste pequeno passo de São Pedro: para “que, fazendo o bem, façais emudecer a ignorância dos homens insensatos”, ou seja, daqueles mesmos homens que condenariam tantos cristãos ao martírio. Ora, o emudecimento da ignorância desses insensatos, muito mais que um modo de evitar o martírio (que, afinal, sempre é para o cristão uma palma de vitória), seria claramente a ante-sala de sua conversão. Pode-se sensatamente duvidar que, após lhes ter falado Cristo ressurrecto, e após lhes ter vindo em Pentecostes o Espírito Santo, não soubessem os Apóstolos que os insensatos pagãos romanos um dia se renderiam a Cristo e seu Vigário? Não por nada São Pedro, auxiliado por São Paulo, vai enraizar a Igreja no solo da Cidade “Eterna”: por certo, estavam eles divinamente orientados para colocar a Pedra no centro de uma civilização que a mesma Providência Divina preparara para, ao preço da efusão lustral do sangue cristão, ser batizada e dar à luz a Cristandade.

    (Continua.)
    Adendo do Sidney: Não é demais lembrar que, ao darmos ênfase à doutrina bimilenar da Igreja neste ponto, não temos ilusão de que, a esta altura dos acontecimentos históricos, ela tenha alguma humana chance de materializar-se no plano político (mas, por ser de direito divino irreformável, ainda assim cabe-nos defendê-la). Por outro lado, é deveras propedêutico e ilustrativo apontar que todas as demais formas de política em que os planos material e espiritual se desvinculam (como duas mônadas estanques, incomunicáveis) são tremendamente nefastas, ainda que sob a capa de algo muito bom (como a hodierna democracia liberal), e os seus propugnadores, sem exceção, são quiméricos milenaristas. Quiméricos porque sugerem coisas absurdas, como por exemplo (um, dentre tantos) a aplicação, por Dante, do princípio averroísta do "único intelecto possível" ao plano político; milenaristas porque imaginam a possibilidade de instituição política neste mundo (de uma civilização, enfim) à margem da lei de Deus...


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    Por Elredo en el foro Tertúlia
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