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Tema: Iradier: el vasco que hizo española a Guinea

  1. #1
    Avatar de Hyeronimus
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    Iradier: el vasco que hizo española a Guinea

    Esa gente fantástica que ha dado este viejo país

    Iradier: el vasco que hizo española a Guinea


    Parece mentira, pero hoy poca gente sabe que Guinea Ecuatorial, ese país cuadrado en la corva occidental de África, fue durante mucho tiempo y hasta hace apenas cuarenta años tierra española. La presencia de España en esa zona se remonta al siglo XVIII, pero quien abrió literalmente aquellas selvas fue, a finales del XIX, un vitoriano de valor excepcional: Manuel Iradier, admirador y amigo del gran explorador africanista Henry Morton Stanley. Esta historia empieza en una buhardilla de Vitoria. Estamos en 1868. Afuera hay una revolución, pero, en la buhardilla, un niño huérfano, Manuel Iradier y Bulfy, sueña. Iradier tenía sólo catorce años cuando decidió que dedicaría su vida a explorar África. A los veinte, entró en la selva; se llevó a su mujer y a su cuñada. Por Iradier, Guinea fue española.

    José Javier Esparza

    Tiene sólo catorce años, pero ya tiene las cosas muy claras: “Deseo conocer lo desconocido y seré explorador. Ese es mi destino, pero necesito prepararme”, escribe en su diario. Iradier es de una precocidad asombrosa: ese mismo año da una conferencia en Vitoria a la que invita a numerosas personalidades locales. Allí les expone un proyecto asombroso: un viaje a través de todo el continente africano, desde el cabo de Buena Esperanza, en el sur, hasta Trípoli, en Libia. Inmediatamente funda la Sociedad Viajera, pronto llamada Asociación Euskara La Exploradora. De momento, Iradier y sus amigos recorrerán palmo a palmo la geografía alavesa. El jovencísimo explorador escribe un libro sobre esos viajes: Cuaderno de Álava.

    La fascinación de África

    Hay que ponerse en la época: los viajeros europeos están surcando el mundo y, en especial, el último mundo misterioso, que es el continente africano. Nombres como Mungo Park, Burton o Speke ya han escrito hazañas asombrosas y sus relatos llenan la imaginación de la gente. Iradier conoce esos relatos. Esos y otros muchos cientos de ellos. Crecido entre libros y mapas, ha decidido inscribir su nombre en la nómina de los grandes exploradores. Las potencias europeas piensan en las riquezas que pueden obtener; los exploradores, en la fascinación de la aventura. Uno de esos grandes viajeros, Henry Morton Stanley, llega a Vitoria hacia 1873: está cubriendo la tercera guerra carlista como corresponsal del New York Herald. Iradier le expone su proyecto. Stanley le propone una alternativa: cruzar África de sur a norte es un objetivo impracticable, pero, para un español, hay una meta africana mucho más asequible que es explorar el golfo de Guinea Ecuatorial. Iradier seguirá el consejo de Stanley.

    ¿Por qué Guinea? Porque era la única posesión española en el África central. Más exactamente: lo que España poseía era la isla de Fernando Poo, frente a la costa continental; una vieja colonia portuguesa que había pasado a manos españolas a finales del XVIII y a la que nunca se había prestado gran atención. Fernando Poo gozaba de pésima fama; todos los intentos por establecer colonias habían fracasado por las enfermedades y el clima. Sin embargo, Stanley tenía razón: para un español que quisiera penetrar en África, aquella isla era la base logística adecuada y ofrecía un objetivo bien concreto, a saber, la exploración del interior de Guinea. Si Iradier conseguía hacerse un nombre con ese viaje, le resultaría más fácil realizar sus proyectos más ambiciosos. El 16 de diciembre de 1874 emprende el viaje. Tiene 20 años. Y lo más asombroso: no viaja solo, sino que se lleva a su mujer, Isabel Urquiola, y a la hermana de ésta, Juliana, dos jovencísimas vitorianas, hijas de un panadero. ¿Por qué? Bueno, cualquiera le dice que no a una señora de Vitoria…

    Es mayo de 1875 cuando los Iradier se instalan en la isla de Elobey Chico, donde se les cede la antigua casa del gobernador. A pocos kilómetros está el continente. Podemos imaginar la emoción de aquel joven que estaba empezando a cumplir su sueño. Él mismo lo describió así en su diario:

    “Estoy en África. Distingo una lejana cordillera del color del cielo que le sirve de dosel. ¿Qué país es aquel? ¿Qué costumbres tienen sus moradores? ¿Qué religión profesan? ¿Son conocidos sus ríos y sus lagos? Estoy enfrente de esta África desconocida y misteriosa, extensas selvas cubren todo el terreno que a mi vista se presenta”.

    El trabajo es intenso. Isabel y Juliana quedan en Elobey, donde se dedican a recoger datos meteorológicos. Iradier parte hacia el continente, remonta el río Muni y se interna en la selva. Lo va a estudiar todo: plantas, animales, los indígenas, sus lenguas y costumbres, el territorio, los montes, los ríos… Traba acuerdos con los nativos, que le ayudan en sus exploraciones. Se trata de cortas incursiones de algunos días, tras los cuales Iradier regresa siempre al islote. Un día, sin embargo, tarda en regresar. Pasan las semanas e Iradier no vuelve. Isabel, que está embarazada, y Juliana, que la cuida, se temen lo peor. Y lo peor, en efecto, está a punto de pasar: el explorador ha caído víctima de unas fiebres en la espesura; estará tres meses -¡tres meses!- inconsciente, al borde de la muerte. Postrado, sufrirá ataques de nativos que le robarán todas sus pertenencias. Todos sus criados nativos huyen; sólo queda junto a él su fiel Elombuangani. Es él quien logra conducirle de nuevo al islote. Poco después nacía Isabela, la hija de Iradier e Isabel.

    La vida de los expedicionarios fue penosa. Iradier sufrió 246 ataques de fiebre. Isabel, 37. Juliana, 16. La pequeña Isabela, 15. Uno de esos ataques se llevó a la niña en noviembre de 1876; su cuerpo descansa bajo un caobo en Santa Isabel. Los expedicionarios abandonaron la isla en 1877. Habían pasado en aquel lugar 834 días; Iradier había explorado 1.870 kilómetros de tierra desconocida.

    Triunfo y desengaño

    Iradier no tiene otro objeto ya en su vida que volver a Guinea y hacer de aquello tierra española. África le ha seducido sin remedio, como a tantos otros exploradores; junto a las fiebres y los insectos, se le ha metido dentro la adicción al continente negro. Así lo escribe en sus cuadernos:

    La temperatura desciende y aumenta la humedad hasta el punto de quedar las ropas y los cabellos completamente mojados. El silencio se altera y empieza a manifestarse la vida. Gritos inexplicables, agudos silbidos, especies de carcajadas, cavernosos rugidos que retumban en los valles (...) El chirrido de los insectos, el crujir de la maleza pisada por algún gigante, el roce de la serpiente en los juncales (...) Los hongos fosforescentes y los insectos luminosos producen efectos mágicos, y el lúgubre quejido del ujinquilongo roba la tranquilidad al corazón…”

    El vitoriano volverá. Será en 1883, en nombre de la Sociedad Española de Africanistas y Colonistas, y con una doble finalidad: científica y comercial. Le acompaña el asturiano Amado Osorio. Su retorno tiene algo de prodigioso. Las factorías habían sido asaltadas por los nativos; la guerra reinaba en el Muni; los franceses habían izado su bandera en la zona. Sin embargo, bastará con que aparezca Iradier para que todo se resuelva. Los clanes de la etnia fang reciben al explorador vitoriano en homenaje. Firman ciento una actas notariales de cesión de territorios. A finales de 1884, Iradier puede enviar a la Sociedad de Africanistas un telegrama impresionante: ha pactado con diez tribus y ha obtenido 14.000 kilómetros cuadrados de territorio en el interior. Iradier ha conquistado un país sin pegar ni un solo tiro.

    El Tratado de París de 1900 reconoció la soberanía española sobre Guinea ecuatorial, el País del Muni. Para entonces, Iradier ya se había desentendido del asunto. Es una historia bastante triste: debilitado por las enfermedades, desengañado por los pasteleos políticos, deprimido por la arbitrariedad burocrática del régimen de la Restauración… Se llegó al extremo de conceder a un político progresista, un hombre de Sagasta, el título de Marqués del Muni (¡marqués del país que había explorado Iradier!). El explorador dejó, no obstante, su huella: los dos tomos de África. Viajes y trabajos de la Asociación Eúskara La Exploradora.

    Los Iradier llevaron una existencia acomodada, pero errante. El explorador trabajó en explotaciones mineras, tendidos ferroviarios, negocios madereros… Diseñó algunos inventos (cajas de imprenta, contadores de agua), pero sin fortuna. Con la salud minada, se retiró al pinar de Balsaín, en Segovia, donde murió en 1911, a los 57 años.

    A Iradier le sugirieron alguna vez que ofreciera sus servicios a una potencia extranjera. Nunca quiso hacerlo. Porque Iradier era, además, un patriota. Cuando se extendió el nacionalismo vasco, aquel independentismo de Vizcaya que predicaba Sabino Arana, Iradier escribió lo siguiente:

    “Veo que cuando las cosas de España marchan mal, no se nos ocurren sino soluciones a la desesperada. Pero yo, que me siento muy éuscaro, prefiero como modelo a Juan Sebastián Elcano”.

    Y alma de Elcano tenía realmente aquel hombre, a quien hoy se recuerda tanto en Guinea como en Vitoria. En Vitoria tiene su sede la Asociación Africanista Manuel Iradier, que sigue trabajando por y para África. Y en Guinea, sacudida por la tiranía después de su independencia en 1968, sigue existiendo una huella española. La huella de Manuel Iradier.

    http://www.elmanifiesto.com/articulo...darticulo=1492

  2. #2
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    Re: Iradier: el vasco que hizo española a Guinea

    Tengo entendido que buena parte de lo que hoy conocemos como Gabón, también hubiese correspondido a España de haber tenido una clase política menos mezquina e incompetente.

    Por otra parte, pese a titánicos esfuerzos INDIVIDUALES (Si España ha sido algo en el mundo, siempre se ha debido a esfuerzos INDIVIDUALES), Guinea Ecuatorial camina inexorablemente a su asimilación por el bloque afro-francés, de lo que la pertenencia al franco CFA es un buen ejemplo.

  3. #3
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    Re: Iradier: el vasco que hizo española a Guinea

    Cita Iniciado por DON COSME Ver mensaje
    Tengo entendido que buena parte de lo que hoy conocemos como Gabón, también hubiese correspondido a España de haber tenido una clase política menos mezquina e incompetente.

    Por otra parte, pese a titánicos esfuerzos INDIVIDUALES (Si España ha sido algo en el mundo, siempre se ha debido a esfuerzos INDIVIDUALES), Guinea Ecuatorial camina inexorablemente a su asimilación por el bloque afro-francés, de lo que la pertenencia al franco CFA es un buen ejemplo.
    Bueno, algo de eso debe haber, porque al principio de los años 40s, en plena España de posguerra, un tal Cordero Torres expuso en un libro titulado “Aspecto de la misión universal de España”, los territorios que podía reclamar España por derecho de exploración o relación histórica. Se refería en ese libro a zonas no solamente europeas, o de África del norte, sino también a los territorios contiguos a la Guinea Española, como Gabón y el llamado en su día Congo Francés.
    Última edición por Val; 26/01/2008 a las 19:45

  4. #4
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    Re: Iradier: el vasco que hizo española a Guinea

    Prólogo a una colonia: la estación naval de Guinea (1858-1900)



    Articulo extraido de Asodegue.org
    Prólogo a una colonia: la estación naval de Guinea (1858-1900)

    de Agustín R. Rodríguez González



    Artículo publicado en "Cuadernos de Historia Contemporánea", nº extraordinario, páginas 237-246, 2003. Su autor, Agustín R. Rodríguez González, es profesor de la Universidad San Pablo CEU y ha publicado numerosos estudios en especial sobre historia naval española.

    "Antes de la constitución regular de su administración como colonia, tras el tratado hispano-francés de límites de 1900, y a semejanza de otras pequeñas y distantes posesiones coloniales españolas del siglo XIX, en las de Guinea el gobierno metropolitano estuvo básicamente, y hasta casi en exclusiva durante largos años, representado por un pequeño destacamento naval. Práctica común por otra parte en otras potencias coloniales de la época, pero poco recordada en España. Ese protagonismo de un grupo profesional: los oficiales de la Armada, tanto en el gobierno como en la vida de la incipiente colonia, marcará en muchos aspectos tanto su vida interna como los prolongados conflictos de límites con otras potencias.
    Los inicios de la colonia
    Como es bien sabido, por el Tratado de San Ildefonso de 1778, Portugal cedía a España la posesión de sus territorios insulares de Fernando Póo, Corisco, los dos Elobeyes y Annobón, así como los puertos y costas opuestos a estas islas e islotes en el continente Africano. La expedición del conde de Argelejos de ese mismo año, y pese a recibir sucesivos refuerzos, concluyó en un desastre debido a las enfermedades tropicales.
    Tras aquella fallida toma de posesión, la atención de los gobiernos españoles por el área declinó en los años siguientes hasta la inacción. Pero otros fueron más tenaces y desarrollaron allí sus intereses, especialmente Gran Bretaña, tanto en el terreno colonial y comercial como en la represión de la trata de esclavos. El desinterés español por aquella olvidada posesión, llevó a considerar la venta del archipiélago a los británicos en 1841, pero ante el anuncio de la iniciativa, una activa oposición en prensa y parlamento la paralizó, insistiendo en que, por el contrario, España debía hacerse cargo de la olvidada colonia (1).
    El primer acto de presencia lo efectuó el bergantín de 14 cañones «Nervión», al mando del capitán de fragata don José de Lerena, que zarpando de Ferrol el 18-XII- 842, dio vista el 23 de febrero siguiente a Fernando Póo. En sus instrucciones llevaba la curiosa orden de aplicar a los naturales las «Leyes de Indias», algo que a primera vista puede parecer anacrónico, pero que en las circunstancias del momento tenía un significado muy preciso: no se pensaba esclavizar a los indígenas.
    Lerena tomó posesión oficial de la isla, nombró un gobernador interino y un embrionario tribunal de justicia, promulgó la prohibición de corta y extracción de madera así como algunos impuestos, y cambió el nombre de la capital, Clarence, por el de Santa Isabel, así como estableció nuevas jefaturas indígenas. Sin embargo no se produjo un asentamiento, hecho que se quiso corregir con una nueva expedición, ahora de siete buques y al mando del propio Lerena al año siguiente, pero por diversos motivos, tal expedición no tuvo lugar.
    En su lugar se envió en 1845 al de la misma graduación D. Nicolás de Manterola con la corbeta «Venus», acompañado del cónsul español en Sierra Leona, D. Adolfo Guillemard de Aragón y los dos primeros misioneros: D. Jerónimo Usera y D. Juan Cerro, quienes se afincaron en Corisco. De nuevo parece apagarse el interés por el área, y sólo en 1854 la expedición de Vargas vuelve a establecer el contacto, aunque ahora los temores se agravan, especialmente ante el expansionismo francés desde la vecina Gabón.
    Por fin y en 1858, el esfuerzo se concreta y tiene éxito: el capitán de fragata D. Carlos Chacón y Michelena, al mando de una flotilla compuesta por el vapor «Vasco Nüñez de Balboa», el bergantín «Gravina», la goleta «Cartagenera» y la urca «Santa María», zarpa de Cádiz el 19 de abril y llega a Fernando Póo el 21 de mayo.
    Chacón toma el puesto de gobernador, siendo así en primero español en la larga serie hasta la concesión del gobierno autónomo a Guinea en 15-VII-1964. Queda así asentada la soberanía española, al menos sobre el territorio insular, y desde entonces, las visitas de buques de la Armada son constantes a la naciente colonia. La preponderancia de dicha institución se pone de manifiesto en los presupuestos de la colonia: en el de 1861, por ejemplo, que ascendía a 547.481 escudos, casi la mitad correspondían al Ministerio de Marina, con un total de 246.854, sólo 95.566 al de Guerra, 115.917 al de Fomento,34.400 a Gobernación, 33.288 a Gracia y Justicia y 21.445 a Hacienda.
    La mayor parte del gasto deriva de los sueldos de los funcionarios allí enviados, y en cuanto a la fuerza militar, la del Ejército se limitaba a una «Compañía de Infantería de Fernando Póo» con 174 hombres de todas graduaciones, muy superada por el contingente naval, que suma las dotaciones de dos fragatas-pontones, un bergantín de seis cañones, una goleta de hélice y un vapor (2).
    El cambio de la situación se reflejará inmediatamente en la prohibición de todo culto que no sea el católico, en detrimento de las misiones británicas, encomendado a un puñado de jesuitas dirigido por el prefecto de la Compañía, D. José Irisarri. También en que la goleta «Santa Teresa» intervenga para poner orden en la disputa entre dos reyezuelos o que la «Ceres» haga abandonar los Elobeyes a varios buques de guerra franceses.
    Sin embargo, y pese a la firme voluntad política, los intentos de colonización fracasan casi totalmente: primero el asentamiento de colonos valencianos, debido fundamentalmente al azote de la malaria que causó veintiún muertos en un año de los originales, y después con los sucesivos asentamientos de negros libres cubanos, en principio más resistentes a la enfermedad, pero también menos motivados, mal pagados y tratados y de los que, de 200 enviados en 1862, apenas quedaban 60 doce años después (3).
    Paralelamente, Guinea se va convirtiendo en una colonia penal, por citar un ejemplo, en 1866 fueron allí enviados (lo que era entonces poco menos que una condena de muerte) 19 revolucionarios españoles y 176 cubanos. También se esperaba que parte de ellos se terminaran por radicar en la colonia, pero nuevamente la iniciativa fracasó, por el tributo que se cobraban el clima y las enfermedades, y por el hecho obvio de la renuencia a establecerse en un lugar que sólo habían conocido como castigo.
    Así, el interés por la distante, insana y tan improductiva como costosa posesión decreció considerablemente en España. Los gobiernos de la «Gloriosa» fueron especialmente críticos y ya el 12-XI-1868 y por Real Decreto, se redujo la presencia del Estado en Guinea a la Estación Naval, cuyo jefe sería además el Gobernador. Pero además, toda la estructura administrativa se reducía al personal de la Estación con la única excepción de la delegación del Ministerio de Fomento existente en la colonia, de la que dependían la mayoría de los servicios del Estado en la isla: escuela, hospital y personal de obras públicas y agronomía. A tal punto llegaron las cosas que en 1870 se llegó a proponer seriamente el abandono de las malhadadas islas (4).
    La penosa situación es rotundamente descrita por el Capitán de Navío D.Federico Amich a comienzos de 1871:
    «Hoy he entrado en este puerto…y en el mismo día me he encargado, con las formalidades debidas, del gobierno de estas islas, o mejor dicho, de esta isla, pues las demás están abandonadas a su propia fuerza. Triste y desconsoladora es la impresión que a mi ánimo causa la situación de esta colonia: una población inglesa en su mayoría, toda en ese atónico calenturiento (sic) que es natural, y según me enteré, es el mejor estado de salud para esta población. El atraso de cuatro meses a todas las clases que dependen del Estado….He aquí, Excmo Sr, desnuda de toda ficción, el verdadero estado de la representación de nuestra nación en esta apartada región de África en que carecemos de todo recurso por rentas para atender a las primeras necesidades de la vida. A la alta penetración de VE y no desmentido españolismo y humanitarias dotes, dejo canto es necesario encarecer a SM (q.D.g) la necesidad de enviar dinero a esta colonia con regularidad para evitar, por lo menos el decaimiento moral de nuestra bandera, máxime cuando los ingleses, cuya habla es natural en casi todos los habitantes de esta parte del mundo, no dejarán para engrandecerse, de establecer el paralelo con nosotros en tan palmario estado» (5).
    La Restauración (1875-1888)
    La situación no varió con el cambio de régimen, antes bien, empeoró, pues por Real Decreto de 6-IX-1878 se rebajó de nuevo el presupuesto colonial, suprimiendo el puesto de secretario del gobernador, las dos plazas de maestros y ordenando que el médico naval lo fuera también de la colonia. Como en tantos otros casos parecidos, la pretendida factoría comercial y agrícola se había convertido en un olvidado destacamento naval y presidio.
    Incluso la Estación Naval había visto reducidos sus efectivos de los originales: ahora su jefe sería simplemente un Capitán de Fragata o Teniente de Navío, que mandaba una vieja goleta de hélice, buques entonces ya tan anticuados como de escaso valor militar, aparte de hallarse en mediocres condiciones de navegación, y un pontón, un viejo casco inútil fondeado en el puerto de Santa Isabel, servidos ambos por menos de un centenar de marinos europeos y una veintena de negros contratados: los «krumanes».
    El uso de pontones, tan general entonces en las más pequeñas y aisladas posesiones españolas, se explica por ser la manera más fácil y económica de situar un alojamiento y fortín para una pequeña guarnición. También, aunque entonces no se conociera que la malaria era trasmitida por un mosquito, un emplazamiento más saludable, al hallarse fondeados a alguna distancia de la orilla. Entre los buques que allí terminaron arrumbados sus vidas operativas, cabe señalar la fragata «Perla» construida nada menos que a fines del XVIII y la corbeta «Ferrolana», entre otros (6).
    La única adquisición de material nuevo fue la pequeña lancha de vapor «Trinidad», comprada en Inglaterra y utilizada para patrullar los ríos del continente.
    Pero el desinterés oficial estaba contrarrestado por la iniciativa de algunas fuerzas vivas, en especial las movilizadas por el Primer Congreso de Geografía Colonial y Mercantil, celebrado en Madrid en noviembre de 1883, con participaciones tan destacadas como la de Joaquín Costa. En ese marco de iniciativas particulares cabe recordar las sucesivas exploraciones de Iradier.
    Al mismo tiempo, la Armada, o mejor dicho, algunos de sus oficiales, empezaron a tomar un papel más activo en la reivindicación de una mayor atención hacia la olvidada posesión. Uno de los protagonistas fue el Teniente de Navío de Primera Clase D. José Montes de Oca, participante en el referido Congreso y buen conocedor de la colonia, de la que había sido gobernador el año antes y lo volvió a ser en varias ocasiones, protagonizando varias exploraciones. Ello no tiene nada de raro si se recuerda que en el mismo congreso se abogó por la reconstrucción de la escuadra y por el ya mencionado monopolio de los marinos en la administración y defensa de la colonia, y así pronto la oficial Revista General de Marina se hizo eco del congreso en varios trabajos y de la necesidad de mantener allí la presencia española (7).
    Pero los gobiernos de Cánovas no parecían muy receptivos a las recomendaciones del creciente grupo de «guineanos». De hecho daba todas las muestras de querer desprenderse paulatinamente de aquellas posesiones. En nota del ministro español en Berlín al de Estado, se decía el 26-II-1885:
    «En una conversación que he tenido con el Conde de Bismarck, hijo menor del canciller que ya funciona como subsecretario de Estado adjunto, he adquirido la convicción de que Alemania está dispuesta a autorizar la firma del Protocolo Joló-Borneo. Sobre Fernando Póo se hará en la forma y el momento que el gobierno español juzgue conveniente, como conviene a las buenas relaciones que existen entre ambos países. Si la cuestión de Fernando Póo hubiese de suscitar dificultades parlamentarias al Sr. Cánovas del Castillo, el gobierno alemán está dispuesto a renunciar a la concesión relativa al depósito de carbón y demás en Fernando Póo» (8).
    El viraje liberal (1885-1898)
    Como es bien sabido, el conflicto por la soberanía de las islas Carolinas que estalló con el Imperio Alemán en el verano de 1885 indicó que existía una nueva sensibilidad nacional ante la suerte de no importa cuán remotas e inexploradas posesiones. Acontecimientos posteriores, pero casi inmediatos, tras la muerte del rey Alfonso XII y la subida al poder del partido liberal-fusionista, mucho más proclive a emprender iniciativas coloniales, comenzaron a marcar un cambio de rumbo en toda la cuestión.
    Se trataba de un lado de reforzar la presencia española en las islas, tan disminuida en los últimos tiempos como hemos visto, y de otro, continuar con las exploraciones y toma de posesión efectiva del territorio continental reivindicado por España.
    Para el primer punto vino a ser una respuesta el Real Decreto de 17-II-1888 en que se reforzaba la administración colonial, reimplantando el delegado de Hacienda, con sus servicios de Correo y Policía, y el de Fomento, así como estableciendo una Junta de Sanidad, labores que dejaron de ser atendidas por los marinos.
    Para el segundo, vino a raíz de la continua disputa entre marinos españoles y franceses por asegurarse la fidelidad de jefes locales y por tomar posesión con el izado de sus respectivas banderas nacionales, en diversos puntos del continente. Tales incidentes, análogos al de las Carolinas y convenientemente aireados por la prensa, fueron capaces de crear un clima favorable al reforzamiento de la Estación Naval (9).
    Lo cierto es que tal cuestión era ya improrrogable, pues la guardia de los intereses españoles se había por entonces confiado a la ya decrépita goleta de hélice «Ligera», que incluso se dio por perdida en su viaje de vuelta a la Península. A ello se unió la necesidad de reprimir los ataques de ciertas tribus contra los escasos europeos allí asentados, pocos de los cuales eran españoles, por otra parte, y evitar que el castigo de tales agresiones correspondiera a las mucho más eficaces y numerosas fuerzas francesas en el área lo que les llevaría a reivindicar como propios unos territorios que ellos habían pacificado.
    Resultó muy significativo que el buque enviado fuera el crucero «Isabel II» recién entregado, y pese a ser de pequeño tamaño para su clase, de doble tamaño con respecto a las anteriores goletas y de mucho mayor poder militar. A éste le substituyó hacia 1894 el «Marqués de la Ensenada» aún mejor, pero en los años siguientes las crisis cubana y filipina motivaron que los buques enviados fueran los cañoneros ya veteranos «Cocodrilo», «Salamandra» y «Pelícano», que por lo general causaron baja en aquellas aguas. No llegaron a concretarse las cañoneras blindadas para vigilancia fluvial proyectadas y reiteradamente pedidas. El total de las dotaciones sumó por entonces en torno a los dos centenares de marinos de todas graduaciones y una veintena de krumanes.
    Pese a que con los nuevos aires el desarrollo de la colonia fue pronto, aunque modesto, fácilmente detectable, doblándose la población de Santa Isabel, con iniciativas tales como la nueva línea de la Trasatlántica, la mayor parte del también progresivamente incrementado presupuesto de Guinea se lo siguió llevando la Armada. En el año fiscal 1886-87, por ejemplo, el gasto total de la colonia sumó 174.349,59 pesos, de los que correspondieron 83.988 a la Estación Naval, en el de 1891-92, el gasto ascendió a 329.102,39, de los que 186.439,77 fueron para gastos navales (10).
    Resulta curioso señalar el origen de los ingresos: en el primer año mencionado, la mayor partida con mucho lo supuso la aportación de la Península, con 112.033,20 pesos, seguida de la de Filipinas (siguiendo la costumbre de que las colonias veteranas sufraguen los gastos de las nuevas y recordando su viejo papel de escala en la ruta de Oriente antes de la apertura del canal de Suez) con 57.511,14 y la aportación local, reducida a 4.805,25 pesos. En la última fecha, la peninsular ascendía a 150.000, la filipina a 77.272,73 y la local a 11.096,90, signo del desarrollo colonial, pues apenas en apenas en un quinquenio se había casi triplicado. En cualquier caso, se hace notar que más de la mitad de tales ingresos los producen residentes extranjeros allí afincados.
    Un convulso fin de siglo
    En cuanto a las desavenencias con Francia por los territorios continentales, se intentaron solucionar con unas negociaciones diplomáticas iniciadas en París en marzo de 1886, con seguridades mutuas respecto del «status quo», cuyas infracciones habían dado lugar a los incidentes mencionados. La parte española estaba presidida por un marino, el capitán de navío D. Cesáreo Fernández Duro, eminente historiador y geógrafo, académico de la de Lengua e Historia y secretario perpetuo de esta última.
    Sin embargo pronto fracasaron, estancándose en noviembre de 1888. Reabiertas el 8-I-1891 con la propuesta francesa de arbitraje del rey Christian IX de Dinamarca, no tardaron de nuevo en paralizarse, disolviéndose la Comisión Conjunta en julio de aquel año, y volviéndose a la insatisfactoria política anterior de respeto al «status quo».
    La crisis del 98 trajo nuevos problemas para la dominación española en el área, tanto por la renovación del interés alemán por conseguir la tan anhelada estación de carboneo, como por el ambiente general de rebatiña generada en las cancillerías europeas a raíz del «Desastre». De hecho, la escasa guarnición se preparó para lo peor: una agresión que podía venir de cualquier potencia.
    Las cosas no llegaron hasta ese punto, pero presta mayor significado a la frase de León y Castillo, cuando ante las críticas de los africanistas al tratado firmado con Francia el 27-VI-1900, respondió que concedía: aquí y en el Sahara, más territorio del que se podía esperar y más del que se había explorado. La escasa y frágil presencia española, no exenta coyunturalmente de serias dudas y hasta de proyectos de abandono de la colonia, ya era bastante que se mantuviera y obtuviese un reconocimiento internacional, como los hechos y datos expuestos hasta aquí ponen de manifiesto (11).
    Conclusión
    El protagonismo de la Armada y de la Estación Naval en la primera colonización de Guinea parece evidente, pues aparte de iniciativas privadas como la de Iradier, fue la mayor y durante la Restauración, casi única representación del Estado en la incipiente colonia, sin contar que en los primeros viajes de asentamiento y luego desde 1868, el gobernador fue el jefe de la Estación Naval.
    A las figuras de marinos en las tareas de reconocimiento y asentamiento como Lerena y Chacón, deben unirse las de Montes de Oca, gobernador, explorador y animador de la acción española en Guinea en diversas instancias, la del teniente de navío y también gobernador D. José de Barrasa, protagonista por parte española de los conflictos de límites con Francia, y la de Fernández Duro, jefe de la delegación que intentó negociar la cuestión en París.
    Todo ello ha dejado un interesante legado documental en los archivos de la Armada, especialmente en el «Don Álvaro de Bazán» situado en El Viso del Marqués ( Ciudad Real) en el que la Estación Naval cuenta con una serie propia, aparte de los numerosos e interesantes documentos que aparecen en las anuales de Expediciones, Indiferente y Asuntos Particulares. Tales fondos, aún hoy inéditos en su mayor parte, pueden ofrecer al investigador recursos imprescindibles para reconstruir la historia colonial de Guinea, especialmente desde el asentamiento hasta 1900, fecha de la constitución regular de la colonia.

    http://herenciaespanola.blogspot.com...-naval-de.html

  5. #5
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    Re: Iradier: el vasco que hizo española a Guinea

    pero Iradier no era masón? no quita que hiciera todas esas loables hazañas, pero...no lleva además su nombre una "prestigiosa" logia de vitoria?

  6. #6
    Avatar de Hyeronimus
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    Re: Iradier: el vasco que hizo española a Guinea

    Vaya, no sabía ese dato. Seguro que si José Javier Esparza lo hubiera sabido no hubiera escrito el artículo para empezar, o al menos lo habría matizado más.

  7. #7
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    Re: Iradier: el vasco que hizo española a Guinea

    Hay logias y logias, y sobre esa en cuestión no sé demasiado, pero si mal no recuerdo tiene una página propia en la red.

  8. #8
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    Re: Iradier: el vasco que hizo española a Guinea

    Cita Iniciado por Val Ver mensaje
    Bueno, algo de eso debe haber, porque al principio de los años 40s, en plena España de posguerra, un tal Cordero Torres expuso en un libro titulado “Aspecto de la misión universal de España”, los territorios que podía reclamar España por derecho de exploración o relación histórica. Se refería en ese libro a zonas no solamente europeas, o de África del norte, sino también a los territorios contiguos a la Guinea Española, como Gabón y el llamado en su día Congo Francés.
    Sería bueno que nos platicarás un poco más de eso, por favor.

  9. #9
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    Re: Iradier: el vasco que hizo española a Guinea

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    EXPEDICIÓN ETNOGRÁFICA A GUINEA ECUATORIAL POR MANUEL IRADIER



    Manuel Iradierfue un explorador y científico cuya gran obra fue la realización de varias investigaciones etnográficas, geográficas, botánicas y lingüísticas en África. A finales del siglo XIX, reclamó para España más de cincuenta mil kilómetros cuadrados de la parte continental del golfo de Guinea, que reducidos a solo veintisiete mil, sentaron las bases de la nación Guinea Ecuatorial.


    MANUEL IRADIER

    Manuel Iradier y Bulfi nació en Vitoria-Gasteiz, el 6 de julio de 1854. Cuatro años después falleció su madre, dejando cuatro hijos. Su padre, sastre, les abandonó tras la muerte de su mujer y se marchó a Burgos. Manuel volvió entonces bajo la tutela de su tío Eusebio, quien deseaba que siguiera la carrera eclesiástica, pero él se negó e ingresó en el Instituto de Vitoria.

    Creció entre sueños de aventuras y lecturas de libros de viajes. Desde joven había deseado viajar a tierras remotas y, ya en 1868, pronunció una conferencia sobre su proyecto Viaje de exploración a través de África. Para llevarlo a cabo, organizó la Sociedad Viajera La Exploradora en el convencimiento de que era necesaria la colaboración de otras personas que tuviesen las mismas inquietudes.


    En 1870, confeccionó un ambicioso proyecto que recorrería desde Ciudad El Cabo, al sur de África, hasta Trípoli, en el Mediterráneo, en tres años y por cien mil pesetas, con la intención de reconocer el legado africanista que habían descrito Burton y Speke. Tras ser aprobado el proyecto en abril de ese mismo año, sus socios mantuvieron continuas reuniones para discutir cuál debía ser el equipaje, el trayecto, etc., y aumentaron la biblioteca con los últimos tomos acerca de las exploraciones.

    En el curso de 1870-71, Iradier se matriculó en la facultad de Filosofía y Letras; y entre 1869 y 1873 escribió varios cuadernos etnográficos con el título Recuerdos de Álava. Su objetivo era realizar un álbum descriptivo de toda la provincia con meticulosas observaciones de todo tipo, incluyendo flora, fauna, climatología, costumbres, etc.

    Su inquietud y la influencia de Henry Morton Stanley lo atrajeron a la exploración científica. Iradier admiraba a Stanley, un gran explorador inglés. Dio la casualidad de que el 2 de junio de 1873, en pleno desarrollo de la tercera Guerra Carlista, Stanley pasó por Vitoria como corresponsal del New York Herald, famoso ya por haber encontrado al desaparecido doctor David Livingstone y por haber escrito un libro-relato. Iradier consiguió hablar con él y exponerle su proyecto de atravesar África. Mantuvo una conversación en la que el vitoriano le describió su proyecto. Stanley, una vez que le puso al corriente de sus recursos, le aconsejó cruzar el continente de Oeste a Este, partiendo de las posesiones españolas del golfo de Guinea y le animó, asegurándole que, tras la primera expedición, gozaría de todas las ayudas que necesitara. Tras la entrevista, modificó sus planes y los expuso en el Ateneo de Vitoria.

    El 30 de septiembre de 1874, Iradier consiguió su licenciatura en Filosofía y Letras y, el 16 de noviembre, se casó con Isabel Urquiola, dos días más joven que él e hija de un panadero de la ciudad.


    IRADIER JUNTO A LA REVISTA ÁFRICA TROPICAL

    La presencia europea de Guinea databa de 1470, cuando el portugués Fernando Poodescubrió la actual Bioko, que entonces se bautizó con su nombre. En 1778, Portugal se la cedió a España a cambio de unas tierras americanas, junto a la isla de Annobón, con derecho al libre comercio en la costa africana entre cabo Formoso, en la desembocadura del río Níger, hasta cabo López, al sur de Gabón, teniendo España el derecho a disponer de las tierras continentales comprendidas entre dichos puntos. Ese mismo año se envió una expedición que tomó posesión de Fernando Poo. Los británicos también la deseaban, por eso, en 1783, llegaron varios militares ingleses para negociar con los bubis, los nativos de la isla. En 1819, estaban plenamente establecidos en la isla y hasta bautizaron la actual Malabo como Port Clarence. El gobierno español la cedió a Gran Bretaña en 1827, como base para la lucha contra el tráfico de esclavos. En 1841, el gobierno pensó incluso en vendérsela para saldar una deuda. Se abrió un debate y se comenzó a buscar utilidad a aquella isla olvidada.

    En 1841, se envió a la Marina para que tomara posesión y sustituyera los nombres ingleses. Rebautizó la capital como Santa Isabel, pero se hubo de nombrar gobernador a un inglés, pues no había habitantes españoles. Toda la población de Clarence Town era inglesa o nativos de las posesiones británicas que dominaban a los autóctonos de la isla. Al tomar posesión, los españoles llevaron un barco con colonos. De ellos, en cinco meses falleció el veinte por ciento y la mayoría de los supervivientes fueron repatriados. En 1864, el gobernador Pantaleón de la Torre propuso a las autoridades la ocupación de seiscientos kilómetros de costa entre río Bonny y Cabo Esterias, pero su propuesta cayó en el olvido hasta 1883.

    Este era el panorama de Guinea Ecuatorial durante el siglo XIX, y en este marco político Iradier realizó grandes trabajos preparatorios para su primera expedición por aquellas tierras que se estaban perdiendo para España. Era una aventura que se entrevía peligrosa, puesto que hasta entonces los intentos de colonización de aquellos territorios habían sido poco menos que desastrosos. Partió en diciembre de 1874 con su mujer Isabel, su cuñada Juliana y diez mil pesetas. Llevaba instrumental científico, lápices, papel y dos fusiles. Se detuvo en Canarias, donde, el 24 de abril de 1875, embarcaron en el vapor Loanda.


    MAPA DE GUINEA ECUATORIAL


    Iradier realizó varias escalas a lo largo de la costa africana y en la actual Ghana. El 16 de mayo desembarcó en Santa Isabel, la capital de Fernando Poo. El gobernador trató de desanimarle, pero como vio que era inútil, se puso a su servicio. Allí se dio cuenta del abandono por parte del gobierno español y la falta de aprovechamiento de las grandes riquezas, de las que sólo sacaban beneficios los ingleses, siendo de esa nacionalidad también los transportes que unían la isla con Canarias. Se habían hecho concesiones de tierras a españoles pero estos no las ponían en explotación. La goleta española apenas visitaba las otras islas de Corisco y Elobey Chico. Annobon, muy alejada, estaba totalmente abandonada.

    Se estableció en la isla de Elobey Chico, en la desembocadura del río Muni, en el golfo de Guinea. Construyó una cabaña y montó unas huertas, que serían base de futuras expediciones al interior africano. Su mujer se ocupaba de las mediciones meteorológicas. Iradier contó con un asistente, Elombanguani, que le acompañaba en sus marchas. Adquirió una embarcación con la que recorrer los ríos de la zona.

    Durante el tiempo que duró su primera expedición, 830 días, Iradier recorrió casi 1.900 kilómetros, desde Aye hasta el río Muni. Después de remontarlo, llegó hasta otro río, el Utamboni, para intentar alcanzar la región de los Grandes Lagos, y desde allí llegar a la desembocadura del Muni. Visitó las islas de Corisco y Elobey Grande, así como Inguinna, Aye y el cabo San Juan, los ríos Muni, Utongo, Utamboni y Bañe, así como la cordillera Paluviole y la sierra de Cristal. Tomó contacto con diversos pueblos, como los vengas, itemus, valengues, vicos, bijas, bapukus, bandemus y pamues. Realizó estudios antropológicos, etnológicos y lingüísticos, recogió datos geográficos y tipográficos, numerosas muestras faunísticas y botánicas, y llegó a reconocer numerosas especies animales hasta entonces desconocidos para la ciencia.

    En sus relatos explicó diferentes episodios: pasó una noche entera en lodo sin poder salir, sufrió incendios, naufragios, envenenamientos, e incluso en una ocasión un grupo de elefantes destrozó su campamento. Padeció fuertes fiebres palúdicas en varias ocasiones, sin contar las de carácter menos grave. Así lo escribió Iradier:
    "Yo no era un hombre vivo, era el esqueleto de un cadáver... Mi cabello había caído, mechones de pelo había adheridos a la dura almohada en que descansé la cabeza, el rodete de las uñas había desaparecido y estas, largas y encorvadas, daban a la mano escuálida el carácter de la de un tísico."

    "Las selvas son la desesperación del viajero. Sobre un terreno húmedo, encharcado, compuesto de capas superpuestas de vegetales en descomposición que los siglos han ido amontonando, se elevan variedad inmensa de vegetales buscando la luz del sol y alcanzando alturas considerables."
    Se quejaba de los animales salvajes. Pero decía que "los peores enemigos eran el clima y la humedad".

    En la sierra de Cristal le abandonaron muchos de los indígenas que le acompañaban, por lo que hubo de retornar a Fernando Poo. Al llegar, a finales de enero de 1876, fue nombrado profesor interino de la escuela de niños de Santa Isabel, profesión que ya ejercía su mujer en dicha institución.

    En Santa Isabel sufrió sesenta y seis ataques de fiebre, treinta y siete su esposa, dieciséis su cuñada y quince su hija, quien falleció el 28 de noviembre de 1876, en el transcurso de la expedición. Ante esta tragedia decidió mandar a Canarias a su mujer y a su cuñada.


    IRADIER JUNTO A ALGUNOS DE SUS EXPEDICIONARIOS

    El segundo viaje de exploración se inició poco tiempo después de finalizar el primero, a finales de 1877. Permaneció 15 meses más en la región de Fernando Poo, recorriendo cuando la salud se lo permitía, aunque sus observaciones no consiguieron la resolución de las efectuadas en Muni. Escaló al monte Santa Isabel, ahora llamado Basilé, donde encontró una botella con los nombres de los que lo habían subido antes. Entre otros se encontraba el nombre de Richard F. Burton, el explorador, que había estado allí como cónsul en 1861. Añadió su nombre con la fecha de 1877.

    A partir de los datos obtenidos pudo trazar los mapas de las zonas visitadas, los cuales serían publicados por la Sociedad de Africanistas y Colonistas de Madrid a su regreso a España.

    Poco después de su segunda expedición, partió rumbo a Canarias, donde le esperaba también su nueva hija Amalia. El 24 de noviembre de 1877, zarparon rumbo a Cádiz. En Madrid, hubo de pedir quince pesetas para trasladarse a Vitoria donde llegaron el 10 de diciembre. Fue a dar una conferencia en el ateneo provincial pero sufrió un ataque de fiebre y sólo pudo balbucear algunas frases incoherentes. En total se gastó 10.000 pesetas y recorrió 1.870 kilómetros durante más de 800 días.

    Publicó un mapa en la Sociedad Geográfica de Madrid, numerosas observaciones y dibujos de todo tipo, vocabularios y gramáticas de las lenguas de las tribus que visitó, así como numerosas anotaciones sobre observaciones astronómicas, etnográficas,climatológicas y comerciales.


    MAPA GEOGRÁFICO DEL PAÍS DE MUNI SEGÚN IRADIER

    En Vitoria pasó muchas privaciones y se embarcó en negocios e inventos que no tuvieron ningún éxito. Durante 1878, se dedicó a realizar excursiones por los alrededores mientras redactaba sus libros. Ese año publicó África. Fragmentos de un diario de viajes de exploración en la zona de Corisco. Continuó el rechazo a sus proyectos por parte de la Sociedad Geográfica de Madrid y de la Asociación Española para la Exploración del África, creada en 1877.

    El 16 de octubre de 1879, convocó una reunión ante los socios de La Exploradora para que la asociación financiara el viaje. Allí explicó la intención de continuar su labor para que España no se quedase rezagada en la carrera colonial:
    "Viajeros de todas las naciones se encaminan al interior de África buscando lo desconocido y no está lejano el día en que todo aquel continente se conozca. España, por el porvenir que le ofrecen sus posesione en el golfo de Guinea, no debe abandonar a otros países la exploración de la rica zona limítrofe."
    Presentó el proyecto que fue acogido con entusiasmo, aunque no consiguió los fondos necesarios. Comenzaba con las siguientes palabras:
    "El porvenir de España está en África y la gloria de Euscaria es que sus hijos la exploren."
    Su idea consistía en adentrarse a otras potencias europeas y reclamar para España la región explorada, así como otras que pudieran ser añadidas.


    EL GRUPO DE IRADIER DURANTE UNA JORNADA DE CAZA

    En 1880, Iradier fue nombrado académico corresponsal en Álava de la Real Academia de la Historia española, para entonces trabajaba como profesor interino en el Instituto de Vitoria.

    El 11 de junio de 1883, recibió una carta de la Sociedad Geográfica de Madrid proponiéndole participar en un congreso para debatir sobre la posibilidad de enviar una o dos expediciones al interior de África. Por problemas de salud no pudo asistir, pero mandó sus propuestas por escrito explicando las estaciones comerciales que debían establecerse en el territorio del Muni con un presupuesto de un millón de pesetas.

    Se propuso la creación de una compañía colonizadora como tenían otros países desde siglos. No se logró, pero se creó otra sociedad, La Sociedad Española de Africanistas y Colonistas. Iriader preparó un plan, que fue aceptado, aunque con un ridículo presupuesto de veintisiete mil pesetas, que no permitía el establecimiento de factorías comerciales, ni cabañas. Propuso realizar acuerdos con jefes a los que, a la firma, se les asignaría un pequeño sueldo. Y finalmente, la Sociedad consiguió reunir los fondos necesarios para que, en julio de 1884, Iradier comenzase su tercera expedición africanista.

    La nueva misión trataba de adquirir territorios del golfo de Guinea, a pesar de que en numerosos puntos de aquella geografía ondeaban las banderas francesa y alemana. Estuvo acompañado del doctor Amado Osorio, quien, como el propio Iradier, participaba como delegado de la Sociedad de Africanistas.

    En esta expedición, Iradier recorrió los territorios ya explorados en la primera de ellas y algún otro. Exploró la orilla izquierda del Muni y los ríos Noya, Utambani y Bañe. Navegó el río Ulongo hasta donde fue posible. Desde allí pasó al río Congo hasta el río Muni, por el que descendió hasta la costa de Buru, sita al noreste de la bahía de Corisco. Logró adquirir, mediante acuerdos con los jefes locales, cincuenta mil kilómetros cuadrados de territorio.

    Iradier enfermó de fiebres, tuvo que iniciar viaje de regreso a España, en noviembre del mismo año, cinco meses después de su llegada. Osorio permaneció en Guinea y, en agosto de 1885, emprendió una nueva expedición por el curso alto del río Noya y del Utamboni, logrando otros 18.000 kilómetros para España y firmado más de trescientos setenta tratados de reconocimientos de la soberanía española.


    CABAÑA DONDE IRADIER PASÓ SUS PRIMERAS FIEBRES

    En febrero de 1885, Iradier entregó a la Sociedad de Africanistas y Colonistas de Madrid diversos documentos, contratos de anexión y actas notariales. Aquellos documentos trataban de proporcionar a España la legitimidad y dominio sobre centenares de miles de kilómetros cuadrados alrededor del río Muni, mediante la obtención del reconocimiento de dicha soberanía por parte de decenas de jefes indígenas, especialmente de los fang, el grupo más numeroso y dominante. Su presencia fue suficiente, no tuvo que enfrentarse a ningún acto hostil. Los naturales le respetaban y admiraban, y el alavés de igual manera a ellos.

    Posteriormente, escribió Iradier:
    "Lo digo de legítimo orgullo, sobre la bandera de mi querida España que tremolé durante tres años en los países africanos, que no se ha escrito el nombre de ninguna víctima ni caído una sola gota de sangre humana."

    Durante la Conferencia de Berlín de 1885 para el reparto colonial de África, se fijaron las posesiones españolas en el golfo de Guinea, gracias a las exploraciones de Iradier y Osorio. El Tratado de Berlín asignó a España 300.000 kilómetros cuadrados. El acuerdo con Francia de 1901 los redujo a una docena, 25.000 veinticinco mil kilómetros cuadrados y 130.000 habitantes. Y, finalmente, una extensión de 14.000 kilómetros cuadrados de territorio, y 327 pueblos con unos 50.000 habitantes, proporcionaban a España el dominio colonial denominado como Guinea Española. Este territorio permaneció bajo la soberanía nacional hasta 1968, año en el que obtuvo su independencia y pasó a denominarse Guinea Ecuatorial.

    Los relatos de Iradier se publicaron en dos tomos al poco tiempo de llegar a Vitoria, bajo el título de África. Viajes y trabajos de las Asociación La Exploradora.

    Manuel Iradier y su esposa ya no volvieron más a Muni, en parte desencantados por la política llevada a cabo por las autoridades españolas, que nombraron en los puestos del gobierno local a personas con poco o ningún conocimiento de la realidad africana. En Vitoria, continuó con sus negocios y sus inventos, entre ellos: una caja de imprenta silábica, un avisador de incendios, un contador divisionario, un fototaquímetro, etc. En 1888, tuvo un hijo y, a partir de 1896, las relaciones con su mujer se deterioraron mucho. Tres años más tarde, su hija Amalia, de veintiún años, se arrojó por el balcón de casa.

    El Desastre del 1989, por el cual España perdió sus últimas posesiones ultramarinas (Cuba, Puerto Rico y Filipinas), le afectó de forma profunda. Su amigo Irastorzaescribió:
    "He encontrado a Iradier casi delirante abrazado a un mapa de Filipinas y estrujando un montón de papeles."
    Destacó de él una frase: "Nos vamos a quedar sin la España asiática y sin la americana!"


    MANUEL IRADIER

    En 1901, el gobierno le ofreció un puesto de subalterno en el Negocio de Colonias. Al respecto dijo:
    "Yo no quiero saber nada de ese engendro que nos ha despojado de la mitad del Muni y de si hinterland, ni tampoco presentarme a darlo por bueno, por un triste plato de lentejas. Yo busqué el país del Muni para España. Si otros lo han desaprovechado allá ellos. La historia nos pedirá cuentas y las mías están claras."
    Un amigo le regaló Bizcaya por su independencia, libro en el que Sabino Arana exponía por primera vez su ideario. Y ésta fue su respuesta:
    "Veo que cuando las cosas de España marchan mal, no se nos ocurren sino soluciones a la desesperada. Pero yo, que me siento muy éuscaro, prefiero como modelo a Juan Sebastián Elcano."
    Iradier obtuvo trabajando durante una temporada en la Compañía Española de Minas de Bilbao. En 1903, consiguió trabajo en Segovia en una compañía maderera. A partir de 1908, su salud empeoró notablemente. En enero de 1911, se trasladó a Valsaín, en la provincia de Segovia, para intentar recuperarse, pero falleció el 19 de agosto de 1911, a los cincuenta y siete años de edad, ignorado por todos.


    MONUMENTO A IRADIER EN LOS JARDINES DE LA FLORIDA DE VITORIA

    El homenaje póstumo de la figura de Iradier la efectuó el también vitoriano Ramiro de Maeztu, autor de la obra Defensa de la Hispanidad. Este literato emprendió una campaña de reivindicación de la memoria de su paisano, cuyos restos fueron trasladados a su ciudad natal el 7 de noviembre de 1927.

    En 1929, se premió a sus descendientes con mil hectáreas de terrenos en río Muni y, en 1956, se le erigió un monumento en los jardines de la Florida en Vitoria y se le dedicó una calle. En 1993, se reinstaló la francmasonería en la ciudad de Vitoria. La anterior Logia Victoria de la capital alavesa en la que ingresó Iradier adoptó el título distintivo deRespetable Logia Manuel Iradier, en homenaje al explorador.


    ESPAÑA ILUSTRADA: EXPEDICIÓN ETNOGRÁFICA A GUINEA ECUATORIAL POR MANUEL IRADIER
    «¿Cómo no vamos a ser católicos? Pues ¿no nos decimos titulares del alma nacional española, que ha dado precisamente al catolicismo lo más entrañable de ella: su salvación histórica y su imperio? La historia de la fe católica en Occidente, su esplendor y sus fatigas, se ha realizado con alma misma de España; es la historia de España.»
    𝕽𝖆𝖒𝖎𝖗𝖔 𝕷𝖊𝖉𝖊𝖘𝖒𝖆 𝕽𝖆𝖒𝖔𝖘


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