SEVILLA Y EL CID
En el novecientos aniversario de la muerte del héroe (1099 -1999)

Sevilla fue para nuestro máximo personaje legendario, Rodrigo Díaz de Vivar, un punto de inflexión en su vida que difícilmente debió olvidar tras su visita a nuestra ciudad como embajador de Alfonso VI en la corte del rey poeta, Mutamid. Era el año 1079-1080. De otra parte, para nosotros los sevillanos de este siglo, el Cid, aunque sólo fuese por haber sido una referencia en nuestra adolescencia, sobre todo cuando la feria de abril se celebraba en sus proximidades, pues ¿quién no ha quedado alguna vez citado "en el Caballo" de la escultora Huttington que se ubica en nuestro Prado de San Sebastián? Ojalá sirva este artículo de conjuro contra ese desdén histórico de pueblo viejo que nos caracteriza, y que nos hace olvidar a veces referentes y claves no sólo de nuestra geografía urbana, sino la proyección que señeros personajes históricos tuvieron sobre Sevilla a través de sus descendientes.

Manuel Martínez Martín. Aparejador y Licenciado en BB.AA.

El año 1999 ha completado en su día 10 de julio, el noveno siglo desde la muerte de Rodrigo Díaz de Vivar en Valencia, la ciudad que supo conquistar y retener hasta el fin de sus días frente a la amenaza almoravid.

Entre los descendientes del Cid, se encuentran los máximos protagonistas de la victoria de Las Navas de Tolosa (1212), a saber, Alfonso VIII, rey de Castilla y su primo carnal ,Sancho VII El Fuerte de Navarra, eran ambos tataranietos del Cid por via de su hija Cristina Rodríguez, (Cristina, hija de Rodrigo), la primogénita habida con su esposa, Doña Jimena Díaz, (Jimena, hija de Diego).

También el Santo Patrón de Sevilla, Fernando III, llevaba la carga genética cidiana correspondiente al ser nieto de Alfonso VIII, a través de su madre, Doña Berenguela, primogénita y heredera del trono de Alfonso el de Las Navas.

La Genealogía que se adjunta pone de manifiesto la relación de parentesco de Alfonso VIII con Sancho VII, El Fuerte de Navarra, ambos protagonistas máximos de la batalla de Las Navas de Tolosa, –primos hermanos–, así como su descendencia del Cid.

Al ser nieto Fernando III de Alfonso VIII, es también descendiente de Rodrigo Díaz de Vivar: nieto de tataranieto.


EL CID Y LA RECONQUISTA
Se atribuye al Cid, durante el sitio de Valencia, una frase, que dirigió a los moros sitiados desde el exterior de las murallas y que venía a decir esto:

"Por un Rodrigo se perdió España y será otro Rodrigo el que la salve..." La frase fue profética si pensamos, además de en su gesta personal, en esos dos reyes tataranietos suyos y primos carnales entre sí, el castellano Alfonso, y el gigantón navarro que rompiera las cadenas de la tienda de Miramamolín en Las Navas...

El episodio de Las Navas fue el último hecho bélico importante de la Reconquista que, aparte de conjurar la amenaza del imperio almohade, desmembrando y debilitando su poderío, ya sin posible retorno, da vía libre de penetración al reino castellanoleonés por tierras de Al Andalus para ir concitando, conquista tras conquista, aquella lenta agonía que acabaría consumándose en las postrimerías del siglo quince con la toma de Granada.

El Cid conoció en su periplo personal ciudades, entonces también reinos, como Sevilla (1079) y Valencia, (1094-1099). También la Zara-goza del rey musulmán Yusuf al-Mutamín , entre los años 1081 y 1082 y 1083 a 1086. Al-Mutamin, que lo distinguió con su afecto personal y lo colmó de honores y riquezas como pago a sus exitosas y espectaculares campañas militares, murió en 1085.

Al poco de comenzar a reinar su hijo al-Mustain, el Cid retornó a Castilla porque no se identificaba tanto como con su padre. Era diciembre del 1086.


EL SEGUNDO DESTIERRO
Entonces fue a Toledo, donde tras del reencuentro y renovación del vínculo del vasallaje con el rey Alfonso, hace su primera expedición en socorro de Valencia –verano de 1087-. Tras otra campaña por Levante en 1088, surgió el aciago desencuentro con su rey en Aledo.

Este desencuentro, dejó la honra de Rodrigo en entredicho. El rey Alfonso le condena a ser desposeído de todos sus bienes y derechos por ... ¡traidor!

La ira del rey llegó a tal extremo que, en unos primeros momentos confina como prisioneros a Doña Jimena y a los hijos del Cid.

Se le imputaba el no acudir con su hueste en ayuda del ejército de Alfonso cuando el sitio del castillo de Aledo. La acusación era de cobardía ante el ejército del emir almoravid, Yusuf ben Taxfín. A esta imputación se añadía que, con su incomparescencia, lo que buscaba el Cid era el exterminio de su rey y del ejército de Alfonso VI a manos de los almorávides. De ahí que fuera tachado de traidor; esto llevaba aparejada la confiscación universal de sus bienes.

Entonces Rodrigo proclamó su inocencia con sus famosos cuatro juramentos, en los que, al tiempo que jura, reta a duelo o juicio de Dios a cualquier caballero de su nivel que sostuviese la acusación de traición contra él. El rey ignoró estos intentos exculpatorios y se produce su segundo destierro (1088 y 1089)


LA EXPEDICIÓN A GRANADA. OTRA VEZ AL DESTIERRO
Ha de darse otro intento -frustrado- de reconciliación con su rey cuando la tercera venida a la Península del emir almorávide Yusuf. Era junio de 1090. El Cid se sumó a la expedición que organizó el rey Alfonso a Granada, animado por la reina Constanza y algunos de sus amigos en la corte. Le aseguraban que era la ocasión propicia para obtener el perdón y la gracia real... Este intento acabó también en fracaso por las insidias cortesanas.

El Cid plantó sus tiendas –con la mejor fe de hacer de parapeto-, delante del campamento del rey, frente a la ciudad de Granada; fue en las cercanías de Sierra Elvira. Y suscitó criticas envidiosas y, de nuevo, la ira regia... Era el otoño de 1091, cuando el ejército almorávide sitiaba y se hacía con Sevilla, apresando y mandando al exilio a su rey Mutamid.

Por tanto, no hubo choque bélico en Granada, pero a la vuelta hacia Toledo el rey Alfonso, irritado ante la inanidad y el fracaso de una expedición costosa e inútil, se ensañó con Rodrigo, insultándole y maltratándole de palabra. La cosa no llegó a más porque, habiendo el rey decidido prenderlo, y sabido esto por el Cid, huyó del campamento real aprovechando la oscuridad de la noche, no sin cierto miedo...

Es el momento crucial del héroe. Cuando, embargado de una tristeza sin límites, abandona su lugar junto a su rey natural y, en medio de grandes fatigas y penalidades, inicia su camino casi en solitario hacia tierras levantinas, pues al

huir al amparo de la noche, son sólo unos pocos fieles de su mesnada los que le siguen... -. Es en Valencia donde va a escribir su gran epopeya, (1091-1099); muchas veces derramando su propia sangre, como cuando en Albarracín fuera alanceado en la garganta, lo que le tuvo por muchos días al borde de la muerte.

Y todo ello partiendo otra vez de cero. Siendo ya dueño y señor de Valencia, refirió a la multitud musulmana que gustaba de convocar para hablarles, que cuando él llegó a Yubayla (Puig), ante Valencia, "sólo tenía cuatro panes, y ahora Dios me ha dado Valencia y soy el dueño de ella".


EL NEGOCIO DE SEVILLA
La gesta valenciana tal vez fue consecuencia de lo que le pasó a Rodrigo en el reino de Sevilla cuando en 1079 el rey Alfonso le enviara a cobrar parias al rey Mutamíd.

El negocio de Sevilla fue funesto para Rodrigo Díaz; hizo bien las cosas, pero tuvo muy mala suerte al tener que combatir, venciendo y apresando a un poderoso magnate, hombre del rey, el conde García Ordóñez, quien, para más complicación tuvo por esposa a Urraca, hija del rey García III de Navarra(1035-1054) también llamado el de Nájera, quien, a su vez era tío carnal del rey Alfonso VI, por ser éste hijo de Fernando I (1032-1065) de Castilla y de León, hermano del rey García. Además, el influyente conde García Ordoñez era señor de La Rioja, una especie de virrey, dado su parentesco político con las dos casas reales, la castellanoleonesa y la navarra, fronterizas con este territorio. Un asunto muy complicado.

Este fue el principal motivo de la malquerencia del rey Alfonso para con el Campeador, causa de sus destierros y posiblemente del acortamiento de su vida, ya que el Cid, a su muerte, frisaba los cincuenta años.

El conde García, hombre de Corte que sobrevivió a Rodrigo, influenciaba mucho al rey Alfonso. Enemigo jurado del Cid desde la humillación de Cabra, tuvo ocasiones continuadas de tergiversarle al rey todo cuanto hiciese Rodrigo por más que se empeñase éste en su proverbial fidelidad para con su monarca.

El conde estaba demasiado cerca del rey; mientras que el Cid, por sus destierros, estaba muy alejado para poder defenderse de sus infundios, de manera que llevaba siempre las de perder.

Pero es precisamente este halo de perdedor uno de los atractivos que tiene la figura de Rodrigo Díaz; lo que le hace más acreedor de epopeya y de leyenda, que la literatura juglaresca posterior al héroe no paró nunca de alimentar.

Magníficos envites y proezas, como la jura de Santa Gadea; la ofensa del conde Lozano; la del robledal de Corpes hacia sus hijas por los infantes de Carrión etcétera, etc, gestas todas ellas de gran plasticidad, pero que hoy, a la luz de estudios tan rigorosos como el del doctor y académico de la Historia, don Gonzalo Martínez Díez ("El Cid histórico", Edit. Planeta, Barcelona, 1999), quedan sin apoyatura posible que las sostenga como históricas, aunque tampoco se tenga por qué negar su posible veracidad. Quedan, simplemente, en el ámbito no probado de la leyenda.


MUTAMID
El tributo anual de las parias, ya lo pagaba Motadid, padre de Mutamid, al rey Fernando I, padre del rey Alfonso. Según las reglas del vasallaje medieval, obligaba al que se beneficiaba de su cobro, a socorrer al vasallo de cualquier agresión de terceros contra sus dominios.

Estando Rodrigo Díaz ante Mutamid con este concreto encargo de su rey, otra embajada presidida por el susodicho conde García Ordoñez, actuaba en el mismo sentido ante Abdallah, el rey zirí de Granada.

El régulo zirí, antes de pagar los 40 kilos de oro acordados, en forma de diez mil dinares, (moneda andalusí de unos 4 gramos de peso, también llamada mizcal o metical), pidió al conde García que le ayudase a correr tierras de Cabra que, según decía, se las había afanado anteriormente Mutamid.

El conde y demás magnates que le acompañaban aceptaron el envite y juntaron sus mesnadas con las huestes del rey Abdallah, marchando unidos y al frente de un nutrido ejército coaligado a tomarle tierras y fortalezas fronterizas a Mutamid.

Enterado de ello el rey sevillano, vino a decirle al Cid:

"Tu rey te manda a cobrarme parias mientras otros a quiénes también ha enviado con fin semejante, corren mis tierras y las queman y las saquean junto a mi enemigo, el rey de Granada. Si mi oro vale tanto como el de Abdallah, preciso sería que hicieses algo por mi reino..."

Rodrigo Díaz tuvo que acceder a lo que le pedía el rey Mutamid. Estaba obligado a prestarle defensa y protección. En consecuencia, marchó con su ejército, convenientemente reforzado con fuerzas de Mutamid, a frenar el avance de la hueste agresora. Antes, sopesando con prudencia el tremendo dilema, intentó el de Vivar llegar a un arreglo amistoso y avisa a los atacantes que se abstengan de seguir adelante "por la reverencia y el respeto debidos" a su mismo rey Alfonso, que también le enviaba a él con similar embajada ante el rey de Sevilla.

Además de no hacerle caso, Abdallah y sus coaligados cristianos se burlaron de Rodrigo, confiando en sus cuatro mesnadas y subestimando a la del Campeador tan sólo reforzada con la de Mutamid. La confrontación fue inevitable, durando casi tres horas de durísimo combate; hubo gran número de bajas, llevando la peor parte el ejército granadino.

El Cid salió victorioso, capturando al conde García Ordoñez, a Lope Sánchez y a Diego Pérez con muchos de sus soldados. Los mantuvo cautivos hasta tres días, y tras de despojarlos de sus enseres y tiendas los dejó en libertad.

Hay grabadas en el pedestal granítico del Cid ecuestre de nuestro Prado de San Sebastián sevillano dos frases. Una dice así:

"Sevilla, dorada corte del rey poeta Motamid, hospedó a Mío Cid, embajador de Alfonso VI, y le vió volver victorioso del rey de Granada".

Mutamid, que a generoso y a agradecido no le ganó nadie de su época, -en uno de sus poemas, escribió ..."La largueza es más dulce para mi corazón que la victoria"...-, colmó a Rodrigo el de Vivar de muchos regalos para su rey, además de pagarle las parias acordadas.

El Cid había ganado su primera gran batalla; también a su primero y grande enemigo de por vida, el conde García Ordoñez, que no iba a cejar en ir abriendo una brecha cada vez más profunda entre Rodrigo y el rey Alfonso.

Es este el inicio de su vida de sucesivos destierros por no decir de un destierro casi de por vida...Pero visto de otro modo, con su caida en desgracia, se forja la peripecia vital del héroe, la que lo trasciende a su fama legendaria.


EPÍLOGO
El Cid tuvo en Sevilla un gran descalabro que le cambió la vida, a pesar de que cumpliera su embajada de manera impecable, conforme a las reglas del vasallaje medieval. La fortuna, que ayuda a los audaces, no estuvo aquí de su lado porque su primera gran victoria militar fue a costa de la enemistad jurada de un personaje, el conde García Ordoñez, demasiado poderoso para él y demasiado cercano al rey Alfonso VI.

La malquerencia del rey le hace vivir otro tipo de vida, en el destierro, que con toda seguridad él no hubiera deseado. Pero sus hechos; la valentía y genialidad táctica en la batalla; la firmeza y la determinación de su carácter, adornado de tan preclara inteligencia, de tan acertado sentido de la justicia y del gobernar con prudencia, de las que muchas veces hiciera gala en el gobierno pacífico de su señorío de Valencia que tanta admiración infundía en los propios musulmanes, al respetarles su religión y costumbres islámicas, le hacen acreedor de la segunda frase inserta en la cara opuesta a la que antes cité del pedestal del Cid ecuestre de Sevilla, escrita por otro de sus más acérrimos enemigos, esta vez del lado musulmán, lo cual la convierte en su mayor homenaje.

Fue el historiador Ben Bassam, quién la escribió. Dice así:

"El Campeador, terrible calamidad para el Islam, fue, por la viril firmeza de su carácter y por su heróica energía, uno de los grandes milagros del Creador"

Y, cómo olvidar el legado de su descendencia, tan decisiva en los ciento cincuenta años posteriores a su muerte. Ese Alfonso VIII; ese Sancho El Fuerte. Y nuestro rey Fernando III, en el que confluyen las virtudes de la más legendaria de nuestras estirpes, que me hace evocarla en este homenaje que pone punto final a este artículo.