Museo con Giralda
A aquel virtuoso sacerdote que había estado destinado en la parroquia de San Nicolás y encargado de la iglesia de Santa María la Blanca lo nombraron coadjutor en Los Remedios. Y recién llegado a su nuevo destino pastoral estaba cuando le confesó a sus íntimos:
—Antes, por las mañanas, yo llegaba a Santa María la Blanca, sacaba mi llave, abría la puerta y tenía la seguridad de que allí estaba Dios. Ahora llego a la parroquia de Los Remedios, entro, veo aquello inmenso, destartalado y frío, y tengo que hacer grandísimos esfuerzos para creer que allí está Dios.
A la Catedral le ha pasado como al cura de Santa María la Blanca. Antes, entrabas en la Catedral, en su silenciosa penumbra, escuchabas el sonido de tus propios pasos sobre las losas de mármol, olías a sagrado, entre incienso y cera ardida, y sabías que allí estaba Dios. Ahora entras en la Catedral y sabes que allí está el turismo, con tantísima luz, con tantísimos cordones que te vedan el paso, con tantísimas vallas, con tantísimos vigilantes jurados, con tantísimas azafatas, con tantísimo relumbrón porcelanoso en lo que antes era devota e impresionante penumbra en la que también el tiempo había pintado y rezaba contigo. Tú antes entrabas en la Catedral y veías sacerdotes con sotana en sus confesionarios, esperando pecadores que absolver; canónigos en traje coral camino de la hora de Tercia; señoras que venían de rezar a la Virgen de los Reyes y muchachas de encomendarse a la Virgen de la Estrella para que les diera suerte en los exámenes; señores que cumplían sus devociones ante el Niño Mudo o la Divina Providencia. Ahora no. Ya no se ven ni sacerdotes, ni canónigos, ni capellanes reales en la Catedral, sólo vigilantes jurados y azafatas, muchas azafatas. Y turistas. Vengan turistas.
Suelen publicarse estadísticas de los monumentos sevillanos más visitados, que si el Alcázar, que si el Museo, que si la Casa de Pilatos. Cuando yo veo que la Catedral figura entre los monumentos más visitados, me entra algo por cuerpo. El tesoro de la Catedral, que es el tesoro de la devoción y la fe de generaciones de sevillanos acumuladas durante siglos, ha sido convertido en un museo. Museo rentabilísimo, y ése es el problema, que los canónigos sacan mucho dinero a las visitas turísticas. ¿Y qué hacen? ¿Obras de caridad? No, obras de las que dirige el maestro mayor de fábrica Maese Alonso Ximénez. Vengan obras. A la Catedral le pasa ahora como a los conventos cuando las monjas eran ricas. Cuando la gente no cuidaba tanto el colesterol y compraba a carretadas las cajas de yemas, las monjas de San Leandro eran riquísimas. ¿Y qué hicieron? Pues quitar las primitivas baldosas de barro del siglo XVII del compás del exitoso torno y ponerlo todo aquello porcelanoso perdido. En la Catedral ocurre igual. Cuantos más turistas entran, más dinero ingresan los calonges, y se meten en más obras. En hacer más perrerías contra la Catedral. Como lo de la Capilla Real. Si la solería estaba mal, se reponen los mármoles rotos y listo. Pero no. Se meten en convertir aquello en un yacimiento arqueológico, donde, claro, encontrarán de todo, con lo bien que ha estado todo eso sin que nadie lo tocara, intacto, enterrado, desde el Fagamos Una Obra Tal. ¿Qué va a salir de la Capilla Real? Del subsuelo, no sé. Del vuelo, sí sé. Otra Capilla Real distinta a la que conocíamos, donde nuestros padres oraron ante la Virgen de los Reyes y se casaron muchos matrimonios. Una Capilla Real de Medalla al Mérito Turístico, no de proclamación de la fe, en esta Catedral virtualmente desacralizada que han convertido en un Museo con Giralda.
Museo con Giralda
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