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Tema: Patrimonio artístico de las Vascongadas

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    Patrimonio artístico de las Vascongadas

    Patrimonio artístico de las provincias Álava y Guipúzcoa


    Hasta el siglo XX, el País Vasco apenas contaba con testimonios sobre su lejano pasado. Estos fueron apareciendo por la curiosidad de los espeleólogos o por pura casualidad, como es el caso de la mayoría de las cuevas rupestres localizadas a lo largo del corredor costero. Si sorprendente y tardía ha sido su localización, más lo es su belleza y la calidad de su conservación.

    Hay muestras de todo, por ejemplo en la Venta Lapena de Carranza, en Vizcaya. En Santimamiñe, las cuevas de Cortézubi parecen salas de exposición de bellísimos ejemplares de caballos y bisontes, diseñados con una perfección majestuosa; en Goikolan, Berriatúa; en Altxerri, Aya, hay grabados y pinturas admirables, como lo son los caballos y bisontes de Ekain, en Deva, y las muestras de Arenaza en San Pedro de Galdames.



    CUEVAS DE SANTIMAMIÑE, CORTÉZUBI


    Los romanos, caracterizados por exhibir sus aportaciones, dejaron en estos territorios pocas huellas, excepto en las calzadas y oppidums que aún se conservan en Álava.

    Sin embargo, resulta sorprendente la profusión de cuevas trogloditas en toda la franja limítrofe del sur de Álava, que sirvió de refugio a los introductores del Cristianismo en España. Ermitaños, santones practicantes de la vida monástica, benedictinos, etc., construían sus oratorios en las excavaciones rocosas y hasta sus propias tumbas, como pueden verse en el valle de Valdegovía, en el Condado de Treviño, en San Fernando.

    Del visigodo, las muestras supervivientes son tan escasas como delicadas. San Pedro de Abrisqueta, en Arrigorriaga (Vizcaya), Astigarribia (Guipúzcoa) y San Julián de Zalduendo en Álava aportan ejemplos de arte religioso de esta época.

    Sobre el Románico se debe anotar un hecho fundamental. Las iglesias y los edificios relevantes se levantaban en madera, el material de construcción más común, pero también el más frágil a la acción del tiempo. Ese es el motivo de que en Guipúzcoa y Vizcaya apenas queden huellas de esta manifestación artística medieval. En Álava y Navarra, el medio natural es diferente, de la misma manera que su situación geográfica era paso obligado a las peregrinaciones hacia Santiago de Compostela, en cuyo camino quedó un reguero de maravillosas obras románicas.



    BASÍLICA DE SAN PRUDENCIO DE ARMENTIA


    En Álava son testimonios del arte románico las iglesias de San Prudencio de Armentia, Estíbaliz y San Juan de Marquínez, construidas según el canon del ábside en forma de tambor. Las muestras de arte mayor alavés se concentran en los magníficos ejemplares con ribetes góticos del centro de Vitoria: la antigua colegiata y la actual catedral de Santa María y la preciosa parroquia de San Pedro. Es destacable el sorprendente pantocrátor y la bóveda de la iglesia de Gaceo, el modesto ejemplar de San Martín de Avendaño y la iglesia de Tuesta.

    En Guipúzcoa son destacables las escasas portadas supervivientes al derribo de edificios frágiles, que apenas superan la docena y media de ejemplares. Es el caso de la portada de la iglesia de las Agustinas en Hernani, el cementerio de Pasajes de San Pedro, el presbítero de Igueldo, San Miguel de Urnieta, la iglesia de Idiazábal, con 79 motivos, la de Ugarte, la de Abalcisqueta y la puerta de la entrada al baptisterio en la iglesia de San María de Tolosa, además de pequeños detalles dispersos en la cuenca alta del Deva y muestras de Andra Maris (en Icíar y Juncal) y Cristos.



    CONVENTO DE LAS AGUSTINAS DE HERNANI


    Guipúzcoa no está tan escasa de arte Gótico como en románico. La causa principal es encuentra en que la mayoría de las poblaciones adquirieron naturaleza jurídica de villa durante esa época. La iglesia de San Salvador, en Guetaria, de tres naves y con planta adaptada al terreno, es un buen ejemplar. A dos pasos se encuentra la iglesia de Azquizu y, siguiendo la costa, San Pedro de Zumaya, que destaca su torre defensiva por encima del resto de los edificios. Santa María de Deva sobresale por su conjunto de variantes góticas mientras, ya en el interior de la provincia, hay que mencionar San Juan de Mondragón y San Miguel de Oñate, si se contempla desbrozando sus añadidos posteriores.

    No es el caso de los edificios civiles de la costa, como el palacio de los Lili en Cestona, la Torre Lucea en Zarauz y la Casa Echeveste de Fuenterrabía, en Guipúzcoa, y el Portalón y la casa del Cordón, ambas en Vitoria.

    En Vitoria se encuentran dos ejemplares singulares de gótico: la catedral de Santa María, concluida a finales del XIV, con un triple pórtico donde sobresale una bellísima virgen de ese siglo, y la iglesia de San Miguel, en el ángulo de la Plaza de la Independencia, y en cuyo exterior está expuesta una imagen policromada, también bellísima, de la patrona de Vitoria. Ya en la Rioja, son de obligado reconocimiento la portada de Nuestra Señora de los Reyes y la iglesia de San Juan Bautista, en Laguardia.



    CATEDRAL DE SANTA MARÍA DE VITORIA


    En escultura y aunque sólo sea porque les hicieron sin barba, quedan anotados los Cristos de Lezo y Azitain.

    La pintura gótica que se conserva en Álava y Guipúzcoa responde a las huellas que dejó el intenso comercio que se mantenía con Flandes. De ella hay buenas muestras en el Museo de Vitoria y grupos escultóricos o trípticos en las capillas de San Bernabé en Zumaya, Aizarna, Vergara, Elgueta, Zarauz, Loyola y Lezo.

    El mudéjar pasó de largo porque nunca llegaron hasta aquí quienes lo trabajaban y se expresaban en este estilo, de profunda influencia árabe; pero resulta curioso que las contadas muestras labradas y ornamentadas con ladrillo, según esta tendencia, fueron ordenadas por vascos que habían conocido el estilo durante su prestación de servicios a la Corona española. Es el caso de la torre de Loyola, elevada por un Pariente mayor exiliado en Jimena de la Frontera, y la Casa de Antxieta de Azpeitia, construida por el músico de Isabel la Católica. Otro tanto cabe atribuir a los artesonados de la Universidad de Oñate, realizados en 1552.



    UNIVERSIDAD DE OÑATE


    Frente a la divulgada imagen de sobriedad que caracteriza a los vascos, el Renacimiento arraigó aquí con más profusión que otras corrientes. La causa de este arraigo puede atribuirse a la coincidencia de un desarrollo económico de la región, fruto del Descubrimiento de América, y en el momento en que esta manifestación se producía. Es el caso de la villa artística por excelencia de Oñate, cuyo valedor, Rodrigo Mercado de Zuazola, estuvo tentado de emular a su coetáneo el cardenal Jiménez de Cisneros, construyendo una Universidad en su villa natal. Esta muestra del arte plateresco en el corazón de Guipúzcoa forma todo un conjunto en el que todos los elementos responden a una concepción global: la del humanismo renacentista, que profesaba su mecenas, el cual llegó a ocupar el obispado de Ávila.

    A esta misma línea responde el museo de San Telmo de San Sebastián, edificado por el dominico fray Martín de Santisteban, formado en Salamanca. En Eibar, Azpeitia, Anguiozar y Aizama se mantienen restos de portadas de este primer Renacimiento, al que también pertenecen el coro de Santa María de Salvatierra, en Álava, y el Palacio Episcopal de Vitoria.

    Su versión escultórica se refleja en el retablo y en el mausoleo del prócer oñacino, en la parroquia de San Miguel, y en el retablo de la capilla de la Universidad, lo mismo que en los de San Pedro de Vergara, Icíar, Ezquioga, Garagarza, los de San Bartolomé de Oiquiná y los grupos de la Piedad y el Descendimiento de Azpeitia y Hernani, esculpidos por Araoz (discípulo de Berruguete), que también dejó su impronta en Elgueta y Elvillar, ambas en Álava.



    MUSEO DE SAN TELMO DE SAN SEBASTIÁN


    El estallido del Barroco llegó al País Vasco cuando todavía se concluían las obras iniciadas durante el Renacimiento y comenzaban a sentirse los primeros síntomas de crisis que aquejaron a la época barroca en España. Lo más notable es la serie de monasterios que se levantaron en las tres provincias vascas, como resultado de la reforma de Trento, y cuyo baluarte fueron los jesuitas. La Basílica de San Ignacio es buena prueba de ello. La rama franciscana, impulsada por fray Miguel de Aramburu, echó sus raíces en Aránzazu, Mondragón y Tolosa, mientras las mujeres se establecieron en Azcoitia, Azpeitia, Eibar, Elgóibar, Segura, Mondragón, Tolosa y Zarauz. Los capuchinos, por su parte, se asentaron en Rentería y Fuenterrabía; los carmelitas en Zumaya y San Sebastián; las brígidas en Lasarte y Azcoitia, y las bernardas o cistercienses en Lazcano-Oquendo.

    La basílica de Santa María, de San Sebastián, y las parroquias de San Bartolomé de Olaso en Elgóibar, San Martín de Andoáin y San Pedro de Pasajes, como el pórtico de Placencia de Armas, se levantaron en este mismo periodo, caracterizado también por la construcción de torres-campanarios en excelentes sillerías que daban gran presencia a los templos. Es el caso de Ibarra, Santa María y San Pedro de Vergara, Elgóibar, Escoriaza, Fuenterrabía, Andoáin, Usúrbil, Hernani, y las de Usarte, Orbiso, Bernedo, Bujanda, Arrieta, Oyón, San Pedro de Treviño, Mendata, Argote, Páriza y Antoñana.



    BASÍLICA DE SAN IGNACIO DE LOYOLA


    Sin duda, lo más destacado del barroco fue la contrapartida civil de la contrarreforma, auspiciada por las Cortes de Toledo, de donde partió el ordenamiento para que todas las villas y ciudades que no tuvieran edificio propio para albergar los consejos municipales, lo habilitaran en el plazo de dos años.

    Esta iniciativa, tomada con cierta relajación en el País Vasco, se plasmó con cierto retraso, sin perjuicio de su profusión y calidad o la menor o mayor importancia de los ayuntamientos. En casi todos ellos, excepto en el caso de San Sebastián, se nota una influencia del barroco afrancesado como en Oñate, Mondragón o Elgóibar. Entre los municipios menos poblados merecen destacarse los de Anzuola, Legazpia, Asteasu, Albistur y Ataun.

    En su faceta escultórica destacan, además de los señalados, los retablos de Laguardia, Oyón, Lapuebla, Elciego, Navaridas, Barriobusto, Moreda y Baños, en Álava.



    RETABLO PRINCIPAL DE LA IGLESIA DE SANTA MARÍA DE LOS REYES EN LAGUARDIA


    De los siglos XVIII y XIX sobresalen los arquitectos Ventura Rodríguez, Silvestre Pérez y Olaguíbel, a quienes les fue encomendada la reordenación urbana de San Sebastián y Vitoria, respectivamente. Los primeros, y a causa del incendio que había destruido San Sebastián, dejaron su firma en San María y en la plaza de la Constitución; Olaguíbel lo hizo en la célebre solución de los Arquillos, el Ayuntamiento y la plaza Nueva de Vitoria.

    En el siglo XX y, en particular, a partir del vencimiento de su primera mitad, es cuando el arte vasco muestra sus rasgos propiamente autóctonos, que cuajan en la creación de la Escuela de Arquitectura de San Sebastián, impulsada por Peña Ganchegui.

    Anteriores a esta materialización, figuran las obras de los Cortázar y Aizpurúa; las iglesias de la Coronación, de Fisac y García de Paredes, y la Casa de la Cultura, de Fernández Alba, en Vitoria, donde Peña Ganchegui ha levantado la iglesia de San Francisco, y las casas frente a la catedral nueva, en la calle Dato y la plaza de los Fueros, en colaboración con Chillida. Sus realizaciones guipuzcoanas pertenecen a Motrico, Oyarzun y Ataun y las de Oriol Ibarra a la sede de los Estudios Universitarios y Técnicos de Guipúzcoa, en San Sebastián.

    La escultura, como la arquitectura, adquiere en este siglo una identidad vasca fulgurante, cuyos primeros embates proceden del desastre de la Guerra Civil. Beobide no pudo alcanzarlo, pero sí la llamada generación rebelde, encabezada por Oteiza (Arántzazu), Chillida (El Peine del Viento, Plaza de los Fueros), y el vizcaíno Néstor Basterrechea (Fuente de Irún, Iztueta, Baroja, Pasajes).



    PEINE DEL VIENTO


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    Re: Patrimonio artístico de las Vascongadas

    Patrimonio artístico del Señorío de Vizcaya


    Hasta el siglo XX, en el Señorío de Vizcaya se desconocía su enrome riqueza en arte prehistórico. La afición por explorar el interior de la tierra por los antropólogos ha descubierto una rica estela de cuevas prehistóricas donde el tiempo ha guardado celosamente muestras bellísimas del arte rupestre.

    La cueva de la Venta Laperra en Carranza descubierta en 1904 fue la primera en abrir el fuego al poner en evidencia grabados de una serie de animales que convivían con los pobladores rupestres: bisontes, osos, etc. La cueva de Santimamiñe en Cortézubi se descubrió en 1916. Desde entonces, se fueron descubriendo en su interior varias cámaras en cuyos muros aparecen estampadas más de un centenar de figuras.

    La cueva de Goikolau en Berriatúa fue descubierta por José Miguel de Barandiarán en 1962 haciendo excavaciones en su misma entrada.

    Mucho más reciente es la cueva de Arenaza en San Pedro de Galdames, descubierta por Pedro María Gorrochategui con sus hijos en el invierno de 1973 y que contiene varias ciervas en un estado de conservación algo deficiente.



    PINTURAS DE LA CUEVA DE SANTIMAMIÑE EN CORTÉZUBI


    A partir del arte rupestre recién revelado, el arte del Señorío permanece en un largo letargo prácticamente hasta el siglo X, en comparación con las zonas que le rodean. Ello se debe a dos circunstancias determinantes:
    1. la romanización apenas tuvo oportunidades de dejar sus huellas excepto en estelas funerarias.
    2. el material más utilizado para las construcciones fue la madera, mucho más perecedera y sensible a las agresiones que otros materiales.

    Los edificios más notables del románico, como son las iglesias, desaparecieron bien por efecto de los incendios o por otros agentes devastadores.

    Con los edificios civiles de la Edad Media tampoco ha sido afortunada Vizcaya. Las numerosas torres-fortaleza que se dispersaban por el Señorío, fueron decapitadas o desmochadas por órdenes de los reyes, como procedimiento para acabar de esta manera con las incesantes guerras de banderizos que ocuparon toda la Edad Media, época patente en el trazado urbano de las villas que entonces fueron fundadas.

    En el gótico ha habido más fortuna, la suficiente para que el Señorío recreara una variedad propia llamada gótico vasco, patente en la catedral de Bilbao, en Santa María de Lekeitio y de Guernica, en San Severino de Valmaseda, Santa María de Orduña, Santa Eufemia de Bermeo y Santa María de Erandio.



    CATEDRAL DE SANTIAGO EN BILBAO


    Los siglos XVI y XVII tuvieron más fortuna, pero por otras razones. Para entonces ya se había puesto fin a las disputas medievales y el Señorío se beneficiaba del descubrimiento de América por dos vías, por la indirecta del desarrollo económico in situ y por las obras que realizaban los indianos con las riquezas acumuladas en América. A esta época y posteriores corresponden muchas de las casas-linaje que se conservan en las villas y, templos, como la iglesia parroquial de Portugalete, la de Güeñes en Encartaciones, la colegiata de Cenarruza y la iglesia de la Encarnación de Bilbao.

    Rasgos comunes a estos templos son la planta basilical de tres naves, columnas clásicas, bóvedas con crucerías complicadas y coros altos situados atrás. La Concepción de Elorrio, Santa María en Guernica, Sestao, Gatica, San Martín en Arteaga, Santo Tomás en Arrazúa y San Vicente en Abando en Bilbao, entre otras, muestran ese estilo.



    IGLESIA DE SANTA MARÍA EN GUERNICA


    El plateresco también se benefició de estos flecos que son evidentes en Elorrio, Portugalete, Cenarruza y Bilbao en el retablo de San Agustín, el de Santa María, el Descendimiento y en la iglesia de San Antón, respectivamente.

    El siguiente salto cualitativo de las manifestaciones artísticas del Señorío se produce en los siguientes siglos XIX y XX. Del neoclásico son nuestra el antiguo Hospital civil de Bilbao, hoy Escuela de Mestría, la Plaza Nueva, realizada por Silvestre Pérez que también es el autor de Santa María de Bermeo y el Teatro Arriaga obra de Joaquín Ruboca, también en Bilbao. Muy cerca, en Guernica, A. Echeverría firmó los planos de la Casa de Juntas en 1824.

    El castillo de Butrón, la parroquia de San Francisco, la Residencia de los Jesuitas y la Torre de Begoña exhiben facturas neogóticas, mientras que la Universidad de Deusto y el cementerio nuevo de Bilbao reproducen el estilo románico.

    La Diputación y el Ayuntamiento resumen el estilo ecléctico que imperó a finales del siglo XIX hasta que, vencido el primer tercio del siglo XX, el Grupo de Arquitectos y Técnicos Españoles para el Progreso de Arquitectura Contemporánea decidió impulsar la renovación arquitectónica. Fruto de este movimiento nacieron en Bilbao las escuelas Luis Briñas y la vivienda Kilumbera de Berceo.

    En el campo de la pintura, esta inquietud renovadora se hizo patente a raíz del Manifiesto de la Escuela Vasca emitido en 1966. Con el antecedente de Barrueta, Losada, Juan de Echeverría, Arteta y los Arrúe, el grupo vasco del Manifiesto estalló en una pléyade fecunda y brillante dentro de la plástica contemporánea. Ucelay, Toja, Ibarrola, Basterrechea, Chopitea en la pintura y Quintín de la Torre, Basterra, Inurria, Acebal Idígoras, Nestor Basterrechea, Larrea, Carrera, entre otros, complementan en el campo de la escultura actual este abanico de grandes figuras del arte vasco, algunas de cuyas muestras se exhiben en el Museo de Bellas Artes de Bilbao.


    Patriotas Vascongados: Patrimonio artístico del Señorío de Vizcaya
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    Re: Patrimonio artístico de las Vascongadas

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    Ruta del arte religioso de la Guipúzcoa interior


    Guipúzcoa es esta una tierra volcada al mar y, en apariencia, más dada el trabajo que a la devoción. Sin embargo, en su interior, de abruptos perfiles abiertos a cuchilladas por los ríos, esconde numerosos lugares para el cobijo de la fe. Son templos como los santuarios de Loyola y de Arantzazu, o la ermita de La Antigua, todos encajados en parajes bellísimos y levantados con dispares estilos arquitectónicos.

    El primero con el que topa el viajero si viene desde el Cantábrico es el santuario y basílica de San Ignacio de Loyola. Es un complejo monumental y religioso construido en el barrio de Loyola de la villa de Azpeitia, a orillas del río Urola.

    Destaca por su rotunda y magnífica estampa que, pese a la grisácea uniformidad de la piedra (el mismo color que el cielo plomizo de estas tierras), la primera mirada se dispara hacia la majestuosa cúpula de 65 metros de altura. Fue diseñada el arquitecto italiano Carlos Fontana, discípulo de Bernini, aunque la levantaron maestros vascos.

    La entrada a la basílica, con su cúpula circular y profundamente decorada, produce una sensación de majestuosidad. A pesar de que las obras de construcción se iniciaran en 1689, no se remataron hasta finales del siglo XIX.



    BASÍLICA DE SAN IGNACIO DE LOYOLA


    Muy cerca, casi escondida, como al margen de todo el complejo que se ha levantado a su alrededor, está la llamada “santa casa”. Robusta, como toda construcción que fue mitad vivienda y mitad fortaleza, se ubica la casa-torre solariega de los Loyola, donde nació san Ignacio de Loyola en 1491, patrón de Euskadi y fundador de la Compañía de Jesús, que en realidad se llamaba Iñigo López de Loyola. Este era hijo del señor de Loyola, Beltrán Ibáñez de Oñaz, cabeza del bando de los Oñacinos, y de la ondarresa Marina Sánchez de Licona, miembro de una importante familia oñacina vizcaína.

    La Compañía de Jesús se convirtió en una poderosa institución que tenía mucha influencia en la cúpula dirigente católica. Ignacio, su fundador, fue nombrado santo y, como era lógico, su casa natal pasó a ser un lugar de devoción.

    En esta casa fortaleza retrocedemos cinco siglos en el tiempo para descubrir cómo era la vida cotidiana de la noble familia. La cocina, las habitaciones, el oratorio o la sala de armas muestran el lado humano del santo, y la ponen contrapunto a la espiritualidad de la basílica.

    Tras dejar Loyola, el camino lleva a Azkoitia, una villa señorial en el valle del río Urola, que conserva un importante grupo de casas solariegas. Un poco después la carretera se adentra en un paisaje más abrupto con curvas. Al final, el valle de Urola suaviza el perfil de la montaña y abre el hueco necesario para que se levanten dos localidades, Zumarraga y Urretxu, separadas por el sutil fluir del agua.

    El casco antiguo de Urretxu gira alrededor de la plaza Iparraguirre, donde se levantan casas solariegas y el bello palacio Ipenarrieta-Corral.

    Zumarraga es célebre por ser la cuna de Miguel López de Legazpi, conquistador de Filipinas y fundador de Manila. Su ayuntamiento, con fachada de estilo neoclásico, tiene un precioso salón de plenos modernista. En esta villa se encuentra otro de los lugares santos de peregrinación por Ignacio de Loyola y punto clave de nuestro recorrido en la ruta de los tres templos, la ermita de Santa María La Antigua. Está considerada como la catedral de las ermitas vascas.

    Los primeros indicios de la iglesia datan del año 1366 y fue parroquia de Zumarraga hasta 1576, año en el que la iglesia municipal pasó ser la de Santa María de la Asunción, en el centro del pueblo.

    Situada en una colina, esta ermita es todo lo contrario al santuario de Loyola. El edificio no impresiona ni se impone en el paisaje, debido a su sencillez y austeridad. Es un templo románico de los siglos XII y XIII construido sobre un antiguo fuerte defensivo, con elementos góticos añadidos. Dice la leyenda que su pétrea piel le fue otorgada por los gentiles vascos, seres mitológicos, que con ayuda de hondas, lanzaron desde la cumbre del monte Aizkorri las piedras para su construcción.

    Más espectacular aún que la leyenda es la vista interior del templo. La madera de roble se convierte aquí en vigas, tirantes, tornapuntas, jabalcones y zapatas, y sin utilizar ni un solo clavo. Al menos, hasta la rehabilitación de 1990, que introdujo el uso de este elemento.

    Sobre tan bella osamenta, la ermita tiene cabezas femeninas y figuras geométricas dibujadas. Si se fuerza la vista, se puede apreciar el recuerdo pictórico de una escena de caza con un dragón. Son dibujos casi infantiles, sencillos y hermosos. Como hermosa es la imagen que preside el templo: una escultura de la Virgen sosteniendo a su hijo en el brazo izquierdo, y con una manzana en la mano derecha. Su enigmática sonrisa nada tiene que envidiar a la de la Gioconda.



    ERMITA DE MIRANDAOLA


    El camino sigue y deja a un lado Legazpi, una de las villas más antiguas de Euskadi, cuyo templo religioso más destacables es la ermita de Mirandaola. Cerca de esta villa está la ferrería de Mirandola, donde intentan mantener viva la tradición de este oficio y hacen demostraciones para los visitantes.

    La carretera asciende hasta pasar el último escollo montañoso antes de llegar a Oñati, la villa monumental que el pintor Ignacio Zuloaga bautizó como la “Toledo vasca”. En el rico conjunto monumental de la villa destaca sobre todo la sobria Universidad plateresca deSancti Espiritus.

    Oñati queda atrás en el valle del mismo nombre, y la carretera vuelve a alzarse por la sierra de Aizkorri hasta llegar al santuario de Nuestra Señora de Arantzazu, levantado en honor a la patrona de Guipúzcoa. Este no es un templo clásico, ya que Arantzazu es vanguardia en su totalidad. Su estructura contiene tres torres de piedra labradas y el friso de la fachada, con catorce apóstoles, una imagen de la Piedad.

    En el interior, el altar tiene seiscientos metros cuadrados de madera tallada y policromada; en la cripta hay pinturas, y en los muros, vidrieras polimorfas. Todo se debe al genio coral de un grupo de artistas: Oteiza, Chillida, Sainz de Oiza, Laorga, Núñez, Basterretxea, Álvarez de Eulate, etc.

    El emplazamiento tiene una historia más clásica, incluida una aparición de la virgen allá por 1468. Luego vendría la ermita, la calzada para llegar al recóndito lugar, los franciscanos y las guerras, que se empeñaban, una y otra vez, en destruir el pequeño santuario. Hasta que en 1959 se inició la construcción del templo actual.

    La historia es similar a la de otros santuarios, pero aquí ha tenido un colofón vanguardista. Lo curioso es observar en el altar la figura de la virgen de Arantzazu, una talla en piedra del siglo XIII. Entre tanta grandiosidad, la virgen mide solo 36 centímetros.



    SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE ARANTZAZU


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