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Tema: Otegi, delincuente en la calle

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    Otegi, delincuente en la calle

    Otegi, delincuente en la calle


    EL día de ayer se registrará en la historia de esta legislatura como la jornada en la que Zapatero se dio de bruces con la realidad de los mejores fundamentos de la democracia: la independencia judicial y los movimientos cívicos constitucionalistas. Desde el principio de su mandato, el Gobierno socialista se marcó el objetivo de la negociación política con los terroristas, para lo que era necesario que quedaran neutralizados los resortes sociales, legales e institucionales que se lo impedirían. La ambición de inaugurar la paz se hizo irresistible para Zapatero. Las víctimas de ETA y los movimientos cívicos fueron los primeros en sufrir las consecuencias de la estrategia de discordia que prodigaron el Gobierno y el PSOE para disolver las bases de la política antiterrorista que se fraguó en los mandatos anteriores. Ayer, tres grupos cívicos, Foro de Ermua, Covite y Basta Ya, sellaron el fracaso de la estrategia gubernamental al reconstituir el movimiento constitucionalista vasco, tan decisivo a partir de 1997 para hacer temblar la hegemonía nacionalista y sacudir la indolencia ante el terrorismo en sectores de la sociedad vasca.

    Contra estos grupos, el Gobierno socialista no tiene argumentos, salvo la insidia y la difamación porque, como expusieron en el comunicado conjunto leído ante la sede de la Fiscalía General del Estado, entre ellos «hay votantes de diversos partidos» y por eso expresan «el pluralismo de la sociedad vasca». La lectura del manifiesto a cargo del filósofo Fernando Savater es toda una metáfora del desengaño y la decepción que muchos ciudadanos sienten al contemplar a Zapatero. Aquellos que de buena fe confiaron en el presidente del Gobierno ya no encuentran motivos para seguir haciéndolo. Creen que les ha mentido sobre ETA. Y cuando un político se queda sin palabra, entra de lleno en su declive. El paso dado por Savater tiene mucho más alcance que el de expresar su opinión personal. Significa una retirada de confianza desde el propio lado ideológico de Zapatero y, al mismo tiempo, la necesidad de restaurar los fundamentos cívicos mermados por la política del Gobierno. Es preciso volver a la militancia democrática y constitucionalista no sólo frente al Gobierno socialista, sino también frente a la amenaza nacionalista, tan cultivada por Zapatero para su beneficio político, y cuyo crecimiento coincide, no por causalidad, con el reforzamiento político de ETA.

    Los grupos cívicos retoman el Espíritu de Ermua porque el PSOE ha querido suplantar al PNV del Pacto de Estella. Si en 1998 ETA anunció una tregua para favorecer la estrategia soberanista pactada con el nacionalismo gobernante, en 2006 anunció el «alto el fuego permanente» para ver si eran ciertos esos supuestos compromisos que habría firmado el Gobierno socialista, y entre los cuales se hallaría la aceptación de la Declaración de Anoeta -dos mesas de negociación-, la alteración del régimen foral de Navarra, la autodeterminación del pueblo vasco y la impunidad judicial de los etarras. ETA no da treguas a cambio de nada. El manifiesto leído ayer por el nuevo constitucionalismo vasco puso el dedo en esas llagas del socialismo actual y exigió que Batasuna siga excluida, que Navarra no se toque y que con ETA se hable sólo para su disolución.

    También quiso el Gobierno dejar a un lado el imperio de la ley y la independencia judicial. Es decir, el Estado de Derecho, una molesta virtud de la Constitución española de 1978, que obliga a todos, incluido el presidente del Gobierno, a someterse a la ley y al control de los Tribunales. Tal y como estaba planteado desde los contactos secretos entre PSE y Batasuna, el proceso de negociación con ETA sólo tenía futuro si la ley era ignorada o vulnerada. El Gobierno, a través del fiscal general del Estado, ha hecho las dos cosas: ignorar la ley para no hacer efectiva la disolución de Batasuna y no ilegalizar al Partido Comunista de las Tierras Vascas. Vulnera las leyes para dar a De Juana Chaos un indulto encubierto con el nombre de segundo grado excepcional y para crear en torno a Otegi una burbuja de impunidad que satisfaga a ETA lo suficiente para que emita un comunicado preelectoral. Frente a esta deserción del fiscal en la defensa de la legalidad, muchos ciudadanos pensarán que su deber es constituirse en acusadores populares para garantizar un juicio a los proetarras.

    Pero también aquí se ha vuelto a equivocar Zapatero porque hay jueces que no están dispuestos a que se les confunda con el fiscal general. La sentencia que absuelve, a la fuerza, a Otegi es una prueba de que hay jueces que cuidan la dignidad del Estado y garantizan su continuidad frente al enemigo que quiere destruirlo. La sentencia de la Audiencia Nacional es una proclamación del valor de la legalidad, sin adherencias políticas ni intereses sectarios, pero con una firmísima denuncia de la dejación de funciones cometida por el fiscal para el único objetivo de salvar a Otegi, delincuente sin condena. Los magistrados que firman la sentencia no han podido condenar porque se lo impidió la retirada de acusación por parte del fiscal, el único acusador; pero no les impidió juzgar la prueba que se practicó antes de que la acusación fuera retirada. La valoración probatoria confirma lo que decía el sentido común y lo que, hasta ese momento, había defendido el propio fiscal: que Otegi había cometido un delito de enaltecimiento del terrorismo. Esta afirmación, aparte de las consecuencias legales que pudieran derivarse respecto de quienes decidieron la retirada de acusación, acto dolosamente contrario a la ley -y así se refleja en la sentencia, aunque no se califique-, aísla la arbitrariedad cometida por la Fiscalía General en sus propias y exclusivas motivaciones políticas. No hubo «poderosas razones técnicas», como dijo el ministro de Justicia. Sólo mansa servidumbre a las necesidades del Gobierno que la propia Fiscalía, tras conocer la sentencia y cometiendo un colosal error, adornó con una nota pública plagada de gravísimas acusaciones contra el Tribunal juzgador, entre ellas su «falta de imparcialidad» e, incluso, la insinuación de que los jueces han prevaricado. Pero lo cierto es que la sentencia únicamente habla de la legalidad y, por esto mismo, son intolerables las descalificaciones vertidas contra ella desde la Fiscalía, que también la tachó de «pataleta infantil y teatro bochornoso». A la vista de este violento choque y de que es la propia Fiscalía quien además de exonerar a Otegi culpa a los jueces de no ser imparciales, no es de extrañar que el Consejo General del Poder Judicial vaya a defender en su próximo Pleno a los magistrados frente al injustificable ataque de la Fiscalía.

    El Gobierno ha querido sembrar en el Poder Judicial una crisis que ahora se vuelve contra él, por las mismas razones que el constitucionalismo vasco se reconstruye. Zapatero siempre ha elegido la peor opción en su «proceso». Prefirió a minorías radicales antes que al PP; a Batasuna antes que a las víctimas; la arbitrariedad antes que la ley; la sumisión del fiscal a la independencia de los jueces. Zapatero debe entender que la paz que pretende con estos medios es moral y políticamente inadmisible.




    http://www.abc.es/20070324/opinion-e...703240310.html
    Última edición por Miquelet Chaira; 25/03/2007 a las 04:02

  2. #2
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    Re: Otegi, delincuente en la calle

    bochornoso

  3. #3
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    Re: Otegi, delincuente en la calle

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    La violencia según Otegi

    POR GERMÁN YANKE

    Arnaldo Otegi lleva diez años de máxima actualidad desde que, poco antes y en previsión de que fuera encarcelada en noviembre de 1997 la Mesa Nacional, pasó a formar parte junto a Joseba Permach de la nueva gestora de Herri Batasuna. Diez años. En aquel momento, los líderes de los principales partidos políticos se llamaban José María Aznar, Joaquín Almunia, Julio Anguita, Jordi Pujol, Xabier Arzalluz, Carlos Garaikoetxea… Todos ellos se han retirado ya de la política. Sólo Josep-Lluis Carod Rovira, de los aún activos, llevaba unos meses como secretario general de ERC, aunque no fue presidente de esa formación hasta 2004. La relación de nombres, que revela ya el pasado de los partidos con representación en el Congreso, da idea de la continuidad en el liderazgo de Batasuna en estos últimos diez años.

    Veterano del mundo etarra
    No era nuevo Otegi en el mundo etarra. Perteneció a ETA P-M y fue de los que no quisieron abandonar la violencia cuando esa rama de la banda decidió disolverse y pasar a la política. Pasó por la cárcel por el secuestro del empresario Luis Abaitua. Desde 1995 era parlamentario de HB al sustituir a Begoña Arrondo. Poco después pasaba al primer plano de la organización ilegalizada en 2002. En estos diez años, el portavoz de Batasuna ha dado muestras de una habilidad dialéctica indudable con la que ha conseguido que, en determinados sectores, el inamovible discurso político haya sido visto como un cambio.

    Esta percepción ha alcanzado en los últimos meses un nivel distinto, en el marco del llamado «proceso de paz» impulsado por Zapatero, que incluso llegó a definirle como «hombre de paz». Algunas de sus declaraciones recientes han sido presentadas como muestras de que, por utilizar una expresión al uso, «algo se mueve» en la «izquierda abertzale». No es menor la importancia que se quiere dar a estas declaraciones, ya que hasta el mismo presidente concibe sus gestos políticos como un modo de «ganar voluntades» entre las personas del entorno etarra «que están a favor del fin de la violencia y de que se logre la paz».

    Esta misma semana, Arnaldo Otegi ha sido de nuevo protagonista al ser absuelto, tras una rocambolesca detención y traslado a la Audiencia Nacional al no haberse personado voluntariamente en el juicio, ya que el fiscal retiró la acusación en la misma vista. El procesamiento respondía a las palabras del portavoz de Batasuna en el funeral de la etarra Olaia Kastresana en el cementerio de San Sebastián en 2001. No es este el lugar adecuado para relatar el debate jurídico —como el que se ha desarrollado entre los magistrados del tribunal y el fiscal— sobre la calificación penal de esa intervención, pero sí creo oportuno recordar su contenido y su significación política. Otegi, en su reconocimiento a la etarra, rinde homenaje —aun negando que sea apología de nada— a los terroristas que, según sus palabras, contribuyen a que se reconozca que «el derecho a la libre determinación», algo «fundamental» para dar paso a «un cambio político».

    La consideración del terrorismo como un elemento para conseguir el reconocimiento de lo que se presenta como «un derecho» es una constante en la ideología totalitaria de Batasuna y en la doctrina reiterada por Otegi, como no podía ser de otro modo. Plantear la barbaridad moral de este modo permite, seguramente, la ficción de intentar justificarse éticamente: un fin que justifica y un medio al que ETA se vería obligada, porque no hay otro para conseguir ese objetivo. Y permite, asimismo, con una falacia en la que Otegi es maestro, añadir que se es consciente del dolor que el terrorismo produce, que lo ideal sería lograr esas aspiraciones por otros medios… que se trata, en definitiva, de una violencia «obligada», de «respuesta» a la del Estado, que es «estructural» y la causa de todos los males.

    En esa deleznable posición intelectual, que ningún demócrata aceptaría, es en la que encaja la afirmación —hecha el día anterior al juicio en la Audiencia Nacional—, de que ETA no pretende «imponer un Estado independiente mediante la lucha armada», que sería «un error» añade, sino que utiliza la violencia porque «no existen condiciones democráticas para un proyecto independentista». Si hay quienes quieren ver en este tipo de expresiones un avance hacia posiciones no violentas deberían acudir al psiquiatra. Si hay quienes ven un cambio —aunque sea en el planteamiento de dos opciones, la violenta y la política—, además de degradarse a sí mismos, se equivocan.

    Yo mismo tuve la oportunidad de entrevistar a Otegi apenas unos meses después de que fuera nombrado portavoz de Batasuna, en 1998. Nada ha cambiado. En aquella ocasión ya dijo que «ETA es una organización que a nuestro entender está al servicio de un proyecto nacional que se llama Euskal Herria», que la violencia era de «respuesta» y que, independientemente de las distintas sensibilidades en HB, «nunca vamos a considerar a ETA una organización terrorista». El problema, como ahora, está siempre en el otro lado —que es el Estado y la democracia, no se olvide—, el que se niega a crear el escenario para la autodeterminación. Y, para los buscadores de novedades, esta frase de aquella conversación: «Si ETA tuviera la tentación de emplear la violencia para imponer un modelo político y social, seríamos los primeros en denunciarlo».

    Coincidencia total con ETA
    Diez años de coherencia y de coincidencia con la banda. Diez años en los que la palabrería —que responde a un concepto totalitario de la política— jamás ha condenado ni se ha apartado del terrorismo. «Optó por la política» en Anoeta, dicen los buscadores de perchas para dar carta de naturaleza a un cierto entendimiento con Batasuna. Pero la citada proclama es exactamente lo mismo: cambiar el «marco jurídico» para superar el «conflicto», evitar la exigencia de la ley y discutir con Batasuna la autodeterminación y con ETA «la desmilitarización del conflicto». Si esto es optar por la política… «Pero reconoció el dolor de las víctimas», insisten. Bueno, como si la alternativa fuese negarlo. Vuelvo al encuentro del 98: «La lucha armada convulsiona socialmente, genera convicciones políticas diferentes, pero no debería ser en ningún caso una dificultad añadida al proyecto real de construcción nacional». ¿Dónde está el cambio? ¿Dónde lo razonable? ¿Dónde, antes y ahora, el rechazo y la condena del terror?

    http://www.abc.es/20070325/opinion-f...703250954.html

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