Un Toisón de Oro y treinta monedas de plata
J'ai mis sus le noble Ordre, qu'on nomme la Toison.
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Para mantener la Iglesia, que es de Dios habitación,He establecido la noble Orden, que se llama el Toisón.
-Inscripción funeraria del Duque de Borgoña Felipe III
el Bueno, fundador de la orden del Toisón de Oro (1429).
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«La injuria [el secuestro y ejecución del Duque de Enghien por orden del Cónsul Buonaparte en 1804], es cierto, fue más viva para los reyes de Nápoles y de España que para las otras casas reinantes: era su sangre la que se acababa de derramar. Pero, ¿qué podían hacer estos reyes, por así decirlo encadenados y amordazados en sus tronos por la fuerza del jefe del gobierno francés? Sufrir mucho, sin duda, pero callarse. Así que guardaron un silencio forzado, y Luis XVIII, más rey, aun sin súbditos, que lo fueron entonces los reyes de su familia, escribió al Rey de España una carta que merece ser conservada por la Historia como un monumento de nobleza y dignidad.
»Nada más enterarse Luis XVIII de la muerte del Duque de Enghien, muerte que provocó el duelo de todos los que le rodeaban, envió al Rey de España las insignias de la orden del Toisón de Oro, y se expresó así en la carta que las devolvía:
Sire,
Monsieur et cher cousin.
Es con gran pesar que os devuelvo las insignia de la orden del Toisón de Oro, que S.M. vuestro padre, de gloriosa memoria, me confió. No puede haber nada que yo tenga en común con el gran criminal que la audacia y la fortuna han colocado en mi trono, el cual ha tenido la barbarie de teñir con la sangre de un Borbón, el Duque de Enghien.
La religión puede comprometerme a perdonar a un asesino; pero el tirano de mi pueblo debe ser siempre mi enemigo.
En el siglo presente, es más glorioso merecer un cetro que portarlo.
La Providencia puede por motivos incomprensibles condenarme a acabar mis días en el exilio; pero jamás ni mis contemporáneos ni la posteridad podrán decir que en tiempo de adversidad me he mostrado indigno de ocupar, hasta el último suspiro, el trono de mis ancestros.
LUIS»
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«Felipe por la gracia de Dios Duque de Borgoña, de Lothier, de Brabante y de Limburgo, Conde de Flandes, de Artois, de Borgoña, Palatino, de Henao, de Holanda, de Zelanda y de Namur, Marqués del Sacro Imperio, Señor de Frisia, de Salinas y de Malinas. Hacemos saber a todos los presentes y venideros que por el muy grande y perfecto amor que tenemos al noble Estado de la Orden de Caballería, del cual queremos con muy ardiente y singular afección el honor y crecimiento: para que la verdadera fe Católica, el Estado de nuestra Madre santa Iglesia, y la tranquilidad y prosperidad de la cosa pública sean, como puedan serlo, defendidas, guardadas y mantenidas. Nos, a la gloria y alabanza de nuestro todopoderoso Creador y Redentor, en reverencia a la gloriosa Virgen María, y al honor de Monseñor san Andrés, glorioso Apóstol y Mártir, a la exaltación de la fe y de la santa Iglesia, y la excitación de virtudes y buenas costumbres, el día 10 del mes de enero del año de nuestro Señor de 1429 [...] por la presente emprendemos, creamos y ordenamos una Orden y Fraternidad de Caballería o amistosa compañía de cierto número de Caballeros, que queremos sea llamada LA ORDEN DEL TOISÓN DE ORO.»
«Item, prometen los dichos Caballeros que si alguien se afanara en agraviar o perjudicar de obra a Nos, a nuestros sucesores, Jefes y Soberanos de la dicha orden, o a nuestros países, tierras, señoríos, vasallos y súbditos, o que Nos o estos nuestros sucesores soberanos emplearan algún ejército para la defensa de la santa fe Cristiana, o para defender, mantener y restablecer la dignidad, el estado y libertad de nuestra Madre Santa Iglesia y de la Santa Sede Apostólica de Roma, en este caso los Caballeros de la dicha Orden, los pudientes en sus personas serán tenidos a servirnos personalmente, y los no pudientes a hacerse sustituir, mediando sueldos razonables, si no tienen disculpa leal y aparente impedimento, en cuyo caso podrán excusarse.»
«Item [sean privados de la pertenencia vitalicia a la Orden] a saber si alguno de los dichos Caballeros fuera (que no haya de venir) inculpado y convicto de herejía, o error contra la fe Cristiana, o haya por ello sufrido alguna pena o punición pública»-Capítulo XIV de los Estatutos, que establece
la primera de varias causas de indignidad.
«[El caballero] se colocó de rodillas ante mi dicho Señor, y poniendo una de sus manos sobre la dicha Cruz, y la otra sobre el dicho Canon del Misal, hizo juramento a mi dicho Señor el Duque, como Jefe y Soberano de la dicha Orden en la forma que sigue:
Ego ... promitto & juro ad haec sancta Dei Evangelia, & super Crucem sanctam vobis Serenissimo Principi Maximiliano Austriae & Burgundiae Duci, Capiti ac Supremo Ordinis Velleris Aurei, reverentiam debita, & honorem...etc.»-Juramento de los Jefes y Soberanos,
Caballeros y Oficiales de la Orden.
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El Toisón es una orden de Cruzada. Sí, Cruzada: guerra santa. Que es lo que siempre han hecho los reyes de España. Su origen lo narra de forma muy amena este artículo del durmiente (me niego a pensar que difunto) Blog de Heráldica, que también cuenta muchísimas anécdotas interesantísimas al respecto.
Es curioso ver la decadencia de esta sublime decoración a través de la lista cronológica de los miembros de la Orden. Nuestros reyes legítimos ya empezaron a mancillarla en la época godoyesca entregándosela a Napoleón y a varios de sus hermanos y parientes políticos, entre ellos a Murat, verdugo de Madrid. Luego la recibirán los aliados (no digo que no se merecieran todos los honores), abandonándose por primera vez el requisito de catolicidad recogido por le susdit Capítulo XIV: Wellington, el Zar, y todos los reyes protestantes de la coalición. Y pocos años después que estos paladines de la legitimidad... ¡Luis Felipe de Orléans, el Macbeth de su siglo, el usurpador del trono de un niño! Pero ya estamos en regencia de María Cristina y en primera guerra carlista, y en ese año de 1834 se le premia, junto al Reino Unido, por la ayuda militar recibida contra el Rey legítimo de España. Desde este primer pseudo-Toisón, tradito de usurpadora a usurpador (nadie más digno de estrenarlo que el hijo del regicida francés, que ya había dejado de ser «carlista»), condecorar a los enemigos de España se convierte en sistema.
Y así hasta la depauperación de hoy. El Toisón de ahora es una orden de guerra santa, sí... de yihad. No es el primer mahometano que la recibe de nuestros ungidos constitucionales, pero seguramente la Arabia de los Saúd (país con el que nos une una «tradicional amistad») sea el mayor persecutor de cristianos de nuestros días.
Es casi seguro que Luis XVIII, devuelto a su trono, no volvió a lucir el Toisón. Aunque a veces fuera retratado con él, la cinta roja que lleva discretamente en el ojal de la solapa en la mayoría de sus retratos posteriores ya no sostiene el vellocino de Gedeón y de Jasón... sino la insignia de la Legión de Honor, la orden ¡napoleónica! que mantuvieron los capetos restaurados. Amargo recordatorio para España de que la monarquía puede sanear un símbolo adoptándolo, pero un símbolo no puede bautizar la Revolución. Ni siquiera el Toisón. Cuando alguien pretende hacerlo, lo mejor que se puede hacer es enviarlo de vuelta por donde vino.
«Le tyran de mon peuple doit toujours être mon ennemi.»-F. et R.
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