A pesar de su ideario progresista, Carlos Hugo todavía conservaba, aunque fuera por inercia, una cierta consideración tradicional hacia la importancia de los matrimonios reales. O al menos quiero creer que fue así cuando aplicó (dejo al margen el hecho de su total falta de legitimidad para hacerlo, pues a él no le correspondía por haber caído tiempo atrás en ilegitimidad de ejercicio) la Pragmática de Carlos III al matrimonio del entonces Príncipe heredero Enrique de Luxemburgo con la cubana Mestre, en 1981, declarándolo matrimonio desigual conforme a la mencionada Pragmática.

En este sentido, no deja de tener lógica la actuación de sus hijos en el hecho de sólo haber querido ir a los altares a la muerte de su progenitor. Tratándose de matrimonios desiguales, el temor podría estar en que incluso el propio Carlos Hugo hubiera puesto trabas a la celebración de los mismos (o quizá simplemente fuera pura coincidencia que los matrimonios de los hijos sólo se verificaran a la muerte de su padre).

La verdad es que a día de hoy no había ningún problema (y nunca lo ha habido, realmente) en cuanto a cantidad de princesas católicas para contraer matrimonio (quizá el problema hoy en día sea encontrar una que verdaderamente sea católica y no sólo de nombre).