Discurso de José Miguel Gambra en la festividad de los Mártires de la Tradición
2 mayo, 2015
Mártires paraestatales Alteza, Reverendo Padre, señoras y señores:
Los mártires de la tradición, cuya festividad celebramos hoy, siguiendo el mandato de S.M.R. Don Calos VII, representan para nosotros un ejemplo que todos quisiéramos seguir. Mártir en sentido estricto es el que muere por Dios, como hicieron sin duda muchos carlistas que perdieron la vida por Dios, la Patria o el Rey. En sentido lato también lo son quienes han sufrido toda clase de males por la misma causa. Todos nosotros tenemos, más o menos vívidamente, el deseo de imitarlos. Todos sabemos que no basta con acatar los principios, pues, de la misma manera que la fe sin obras es una fe muerta, el carlismo pasivo y oculto bajo el celemín, es un carlismo falso e inerte. Sabemos, pues, que hay que hacer algo, pero no sabemos cómo. Y es que la idea que nos hacemos de esa acción hay un quid pro quo que el llamado Derecho Nuevo nos ha insuflado a todos nosotros en el hondón de nuestras almas. Ese derecho, que reprueba Don Alfonso Carlos en el 5º punto de los principios inmutables de la legitimidad, se opone en dos puntos esenciales al Derecho Público Cristiano, según explica Enrique Gil Robles. Se opone, ante todo, porque se funda en un pacto constitucional o convención cuya impiedad esencial tantas veces hemos criticado por su fondo humanista y anticristiano. Pero también se opone porque no incluye dentro de la noción de justicia sino lo que procede de la voluntad general o individual, de modo que cuanto no surja del Estado deja de estar protegido por la ley. Las sociedades infra-estatales, cuando no son absorbidas por el Estado y convertidas en delegaciones de su poder, caen fuera de lo que se tiene por público, o político. Sus normas y costumbres podrán ser toleradas, en tanto el aparato político no quiera otra cosa, pero no pueden tener ni influencia política alguna ni son amparadas por el derecho. El carlismo constitutivamente no es un partido político, sino una agrupación de sublevados contra los regímenes despóticos de los últimos siglos. Cuando su acción no se ha visto abocada a la guerra, no ha dejado de obrar recurriendo a la legalidad vigente en las democracias o dictaduras, generalmente constituyéndose en un partido de amplio apoyo popular. La repercusión que, de esa manera, tuvo la Comunión Tradicionalista suponía una sociedad no contaminada por los postulados del Derecho Nuevo, que llevaba una vida no sólo privada, sino política o pública, pero fuera de los cauces del Estado. Piénsese en la vitalidad de los círculos, de las asociaciones juveniles, infantiles, estudiantiles y gremiales y sindicales. Piénsese, sobre todo, en los infinitos lazos sociales de vida común y de ayuda mutua, que surgían esas relaciones y, luego, se reflejaban en el organigrama de la Comunión; pero no habían nacido de ella sino de un pueblo que todavía conservaba, además de los principios, los lazos de la sociabilidad natural humana. Hoy el carlismo verdadero conserva y transmite la doctrina de siempre, mejor aquilatada y perfilada que nunca. Es lo más imprescindible, porque, perdido el norte, sólo cabe la acción extraviada. Pero, al mismo tiempo, bajo la dirección de S.A.R. conserva la misma voluntad que siempre tuvo de restablecer la legitimidad dinástica y el orden político cristiano. Por eso S.A.R. ha tenido a bien conservar la Secretaría Política y la Jefatura Delegada y dispone de un partido político, con la intención de emplear, si se diera la ocasión, la legalidad vigente contra la legalidad vigente. Mas, no nos engañemos: esa ocasión no se dará desde arriba, si a la par, no se da desde abajo. Ignoramos cuánta capacidad de reacción anida todavía en las Españas. Pero lo que sí sabemos es que el carlismo nunca podrá obrar como una ideología que arrastre con engañosas promesas hacia una reorganización dictatorial de la sociedad, desde las alturas del Estado, sino que supone una toma de conciencia suficientemente generalizada por parte de la sociedad de las responsabilidades patrióticas, que son su competencia y obligación. Más sociedad y menos Estado, decía Vázquez de Mella. Pero eso no se logra desde arriba. Es disparatado creer que desde el Estado pueda hacerse que la sociedad se sobreponga al Estado. Uno de los peores efectos psicológicos del Derecho Nuevo es la identificación de la acción política con la acción del Estado. La sucesión de poderes despóticos, desde tiempos del absolutismo, sean dictatoriales o democráticos, ha producido en el pueblo español, y en nosotros mismos, una mentalidad esclavizada que no quiere ejercer las responsabilidades que competen a los individuos o a las sociedades infra-estatales. Frecuentemente la Iglesia y, más frecuentemente, el tradicionalismo han defendido la existencia formas de sociabilidad ajenas al poder estatal, como si fueran derechos que asisten a las personas individuales o jurídicas. Hoy, a mi juicio, más que calificarlas de derechos, hay que decir que son deberes englobados dentro de nuestras obligaciones patrióticas. Porque el hombre moderno, más que verse privado del derecho a organizarse, desea verse libre de las responsabilidades que eso conlleva y prefiere, con mucho, que las decisiones en todos los órdenes de su vida les vengan dada desde arriba. No sólo ha desaparecido la sociedad natural, sino que se ha perdido la sociabilidad misma, el anhelo mismo de la comunidad natural. Imaginemos ahora la inmensidad de la Pampa, allí donde se une con la Patagonia, a orillas del Río Colorado, a mil kilómetros de Buenos Aires y a sesenta, por carreteras de tierra, de la población más cercana. Imaginemos a un joven matrimonio con un niño de la mano, un par de casas primitivas de adobe, sin agua corriente ni luz en una estancia de aquellas tierras. ¿Cabe pensar en situación peor para andar preocupándose por la política y el bien común? Cualquiera se hubiera echado a llorar y, si acaso, se contentaría con sobrevivir. Pero no se trataba de un matrimonio cualquiera, sino de los García Gallardo; y el niño, al que llamaban Ramonín, es el padre don José Ramón García Gallardo, que ha celebrado la Santa Misa. Huyeron de la civilización para criar libremente a ese hijo y los seis que luego vendrían. No sólo criarán a sus hijos, que se han casado allí y les han dado decenas de nietos, sino que se las arreglarán para irradiar tradicionalismo a lo largo de todas aquéllas tierras hispanas. El padre García Gallardo, que te da los más afectuosos abrazos y luego te da un empujón, me dio recientemente uno que me mandó a once mil kilómetros de aquí, para asistir a la famosa cabalgata de Pichi Mahuida, en la hacienda de marras. Allí pude comprobar la floreciente delegación de la Comunión que reúne a cientos de carlistas, venidos desde miles de kilómetros para asistir al acto. De allí surgirán también las S.A.S, organización tradicionalista femenina que tiene delegaciones en nuestras tierras. No os cuento esto sólo para agradecer públicamente el empellón que me dio Don José Ramón y el caluroso recibimiento de que fui objeto como Jefe Delegado. Lo cuento, sobre todo, para que nos percatemos de que no hay situación, por rara que sea, desde la cual no sea posible trabajar eficazmente en la reconstrucción de la sociedad. Abandonemos la mentalidad voluntariamente sometida del ciudadano, que no sólo ha afectado a gran parte de la sociedad dominada por el Derecho Nuevo, sino que subrepticiamente también se nos ha colado en los repliegues de nuestra alma. No perdamos nuestro tiempo. No hagamos cábalas como los apocalípticos, los conspiracionistas o quienes se dedican al análisis de apariciones; no dediquemos nuestros esfuerzos a la discusión y a la murmuración en las redes sociales. Recorramos, en cambio, las sendas perdidas que la maraña legislativa vigente todavía permite, o desatiende. Reconstruyamos, al margen del Estado, los lazos sociales. Hagamos tertulias, campamentos privados, escuelas paraestatales, sociedades de apoyo mutuo, grupos infantiles, juveniles, familiares y cuanto se nos ocurra. Eso sí con la condición de que esté bien orientado, y que sean sociedades abiertas a la expansión del patriotismo verdadero, que es el carlista, y no buscando no la vida de gueto, o de nicho de salvación privada, a la que aficionados son algunos tradicionalistas. La Secretaría Política acogerá esas iniciativas, las amparará y coordinará en lo que pueda; pero, por lo mismo que aborrece un Estado que absorbe la vida natural de la sociedad, no se espere que ella sustituya la iniciativa sociabilizadora que todos debemos tener. Aunque quisiera no podría hacerlo, pero es que no quiere ni debe. Porque es tarea de todos, no sólo suya. Y, si se me permite terminar a la Rudyard Kipling, lo haré diciendo: si así obras, encuentres éxito o fracaso, tendrás qué hacer, ayudarás a la Causa y, lo que es más importante, serás en cierto modo un mártir, hijo mío.
Discurso de José Miguel Gambra en la festividad de los Mártires de la Tradición « Comunión Tradicionalista
Fui uno de los que tuvo el honor de hacer la cabalgata en Pichi Mahuida, allí por el río Colorado en la Provincia de la Pampa, Argentina, en los campos de la estupenda familia de los García Gallardo, y poder estar con el insigne Jefe Delegado Don Jose Miguel Gambra. Un verdadero privilegio.
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