DE NUESTRA RAZA
BREVE HISTORIA DE NUESTRA RAZA
Hubo una raza que todavía nos mira desde las esculturas góticas. Una raza indómita que no aceptó someterse a un extraño invasor, de costumbres bárbaras. Era un pueblo de hombres nacidos libres, de melenas rubias visigodas y de pelo lacio hispano-romano. Se curtieron en la lucha contra el invasor y se hicieron tan fuertes que el mundo tembló al galope de sus caballos y al grito de guerra que lanzaban, invocando a Santiago y a San Jorge. Era una raza maciza, sin fisuras, de costumbres acrisoladas por la Santa Religión que la troqueló, de costumbres ecuestres y guerreras. Y ese pueblo, daba igual si hablaba vasco, catalán, portugués o gallego, se llamó España. Y esa es mi raza.
Era una raza que veneraba a sus Reyes, pues sus Reyes habían sido Santos como Fernando III. Y la santidad de sus monarcas era tan grande que incluso la mezquindad de sus sucesores la disculpaba aquel pueblo magnánimo. Aquella raza siempre fue dominadora, no había nacido para ser mandada, sino para mandar en el mundo. Y estaba tan convencida de su dignidad, que a su dignidad la llamó Honor y a la pureza de sus mujeres que tenía a la Virgen María como modelo, les llamó Honra. Y el Honor y la Honra no eran del rico, ni del que tenía escudos labrados en piedra en su fachada. El Honor y la Honra era también de Peribáñez, de Pedro Crespo, y de todo un pueblo que sabía tomarse la justicia por su mano, llamado Fuenteovejuna. Y aquella raza se extendió por el planeta, al encontrarse con América. Y aquella raza se unió en nupcias con las razas que esperaban la voz del misionero que levantaba el Crucifijo y les llevó la Palabra de Dios. Y ese pueblo, daba igual si hablaba castellano, zapoteco o quechua, se llamó España. Y esa es mi raza.
En el siglo XVIII de aquella raza algunos degeneraron en señoritos. Y como señoritos estaban aburridos, y como tenían dinero dieron en viajar por Europa y leyeron libros que, por estar nuevos y flamantes, parecían traer el progreso. En el siglo XIX, aumentó el número de los que creyeron esas ideas que contradecían todo lo grande que esa raza había aportado al mundo. Panfletos más o menos voluminosos hablaban de libertades (de credo, de pensamiento, de expresión y de prensa), y aquellos de esa raza que creyeron los cantos de sirena ultrapirenaicos hicieron unas Cortes en Cádiz, y copiaron la Constitución de la revolución francesa, y le llamaron su Constitución. Era el año 1812.
Desde aquel año no hubo más paz. Aquellos lechuguinos quisieron imponer ese código de leyes extrañas, haciendo tabla rasa de las antiquísimas leyes y costumbres por las que se había regido aquella raza, haciéndose grande por no estar constreñida con leyes ajenas. Hubo lucha contra los que pugnaron por imponer sus "libertades" a los demás. Y considérese qué extraña y paradójica forma es ésta de traer la libertad, traer una supuesta "libertad", imponiéndola por el pronunciamiento, por el golpe militar, por el tumulto y la revolución, por la escuela y la prensa.
Pero los hombres más recios de aquella raza reaccionaron. Y fueron llamados "absolutistas", aunque, cuando se terciaba, el Rey absoluto -absolutamente cobarde y convenido- también los persiguió. Y ese pueblo, que quería la Inquisición por saberse protegido por ella, que amaba al Trono, aunque el Rey fuese un nefasto monstruo de vicios, se llamó España. Y esa es mi raza.
A la muerte de aquel deplorable reyezuelo, las partes más sanas y vigorosas de ese pueblo reconocieron a Carlos María Isidro como al buen hombre, piadoso y tradicional, servidor de Cristo y de su pueblo, y lo alzaron sobre el pavés proclamándolo Rey. Y sus huestes fueron llamadas "carlistas". Y combatieron por Dios, la Patria, los Fueros y el Rey. Y dieron su sangre para que España no cayera de rodillas ante el extranjero, ante el enemigo interno que minaba la integridad de aquella raza. Y ese pueblo que amparaba a sus guerrilleros, y esos guerrilleros que saltaban de peña en peña con más soltura que las cabras montesas, se llamó España. Y esa es mi raza.
Llegó la hora de la verdad. Era un 18 de julio de 1936. Y aquel pueblo estaba listo para el combate. Ese pueblo no ha hecho otra cosa en su vida que combatir. Combatir al moro, combatir a los herejes, combatir a los caníbales idólatras, combatir a la piratería del Dragón inglés y a la piratería del Dragón turco. Combatir a los ingleses y sus cipayos, masones y liberales. Combatir a los soviéticos y sus esbirros, socialistas y comunistas. Y sufrir las pérdidas de los seres queridos caídos en la lucha, acusar la pérdida con resignación, ofreciendo el sacrificio a Dios. Pero también supo matar al que lo agrede y al que ofende a Dios. Pues es un pueblo que no nació para ser dominado, sino para dominar. Y ese pueblo que defendió el Santuario de Santa María de la Cabeza y el que defendió el Alcázar de Toledo, y el que aplastó a la Revolución bolchevique, se llamó España. Y esa es mi raza.
Estamos orgullosos de pertenecer a esa raza. Ha pasado mucho tiempo de aquellas gloriosas gestas por la libertad verdadera que es seguir a Cristo y combatir contra las falsas libertades liberales. Ha pasado mucho tiempo pero todavía hay en pie ejemplares de esa espléndida raza española, dispuesta tradicionalmente a defenderse y defender a los demás.
Juraron bandera y saben lo que obliga un juramento. Van con la cabeza bien alta. Se levantan y rezan a Dios. Van a Misa y ocupan el sitio de siempre. Bendicen la mesa para comer y para levantarse de ella. Rezan el Rosario a la misma hora todos los días. Y se acuestan rezando las Tres Avemarías.
Descreen de todo lo que cuentan en sus telediarios esos otros... los otros. La lucha continúa y continuará. Esa es mi raza. Y de ella estoy orgulloso. Y sé que, cuando llegue la hora, diremos "Aquí estamos" y nadie podrá impedirnos en nuestro avance hasta la victoria.
Creo en la victoria, pues creo en Dios y en la fuerza de mi raza.
Maestro Gelimer
LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS
Última edición por Donoso; 27/09/2010 a las 03:58
Actualmente hay 1 usuarios viendo este tema. (0 miembros y 1 visitantes)
Marcadores