Hacerse el sueco no es lo mismo que hacerse el indio, aunque también sirve
Escribo estas líneas desapasionadas en compañía de una botella de ron, destilado, como no, por mis hermanos de Venezuela. No diré marcas, pero el logotipo representa aquello que el Comandante Hugo Chávez siempre quiso ser y, que a pesar del esfuerzo y de los petrodólares invertidos, posiblemente al final todo quede en una etiqueta de anís del mono fabricada, como no, por mis paisanos de Badalona. Por tanto, no será un bebedor responsable, quién empiece una guerra comercial a escala planetaria, pues estas cosas se saben como empiezan, pero no como terminan. Porque además, han de saber, que desde hace trescientos años detesto el güisqui, por aquello del Peñón.
Tampoco quisiera hurgar más sobre el espectáculo –calculado y gratuito-, que el Comandante representó en la pasada cumbre Iberoamericana. Como decían los romanos, una imagen vale más que mil palabras, aunque Chávez, nunca tenga bastante ni con mil imágenes, ni con dos millones de palabras. En ocasiones, y perdonen el atrevimiento, parece que Hugo vaya puesto por la verborrea que desplega; vamos encocao, y que lo de apadrinar a las narco-FARC, sea, mayormente, un matrimonio de conveniencia altamente adictivo.
Pero el asunto en cuestión es mucho más trágico. Mientras Hugo, que rima con tarugo, arremete a miles de kilómetros contra España, la monarquía, Hernán Cortés, Carlos V, Colón, la Pinta, la Niña y la Santa María, e intenta ya de paso, darnos lecciones de memoria histérica a la virulé, el próximo diciembre, el Parlamento bolivariano aprobará, a la búlgara, que don Hugo sea presidente por los siglos de los siglos. No sin antes, no lo olvidemos, haber clausurado televisiones, rotativos, asesinado a estudiantes, trabajadores, reprimido a desafectos al régimen y demás estrategias narcisistas-leninistas muy democráticas y, por tanto, nada fascistas.
A la vez que el Comandante se hace el sueco en su país y en el cortijo jinetero-bananero de los hermanos Marx, pisoteando derechos humanos fundamentales los siete días de la semana, se disfraza mientras tanto, de indio mediático representando el único papel que le queda: el de cacique local sumido en una paranoia persecutoria de manual de psiquiatría.
Que se vaya preparando Venezuela para su Apocalipsis televisado.
Arnau Jara
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