CARTA AMIGA AL REY DE ESPAÑA
Majestad:
Ha de saber que usted y toda su real familia, ni fu, ni fa. Es decir, ni monárquico, ni republicano: contribuyente disciplinado que no sabe, ni contesta a la cuestión, enganchado por inercia a los culebrones por capítulos de Carod, Izaguirre y la Milá, y de toda esa troupe de vividores en un país de pandereta y locutorio floreciente. Vamos, un ciudadano medio, por no decir mediocre.
De todo lo que ha hecho en su vida, o ha dejado de hacer, cada uno con su organismo y su mecanismo; ya le juzgará la historia y los manuales de la editorial Santillana, escribanos oficiales de esta memoria histérica deconstruida pero sin partidismos militantes. Desde el burladero y con tres cañas, todos fuimos Monolete. Hay que reconocer que el trono tendrá sus ventajas -como el no viajar en Cercanías-, pero también sus tocadas de corona.
Repasando, a bote pronto, algunos momentos estelares de su lustrosa vida, he advertido algunas incongruencias, sin duda, pecados menores para un estadista entregado durante más de treinta años a las nobles responsabilidades del Estado. Tanto de día como de noche, todo hay que decirlo. Al fin y al cabo, minucias de vanidad, para un hombre de su raza y estirpe, aunque sus credenciales genéticas sean sospechosamente afrancesadas. No seré yo quien ponga en evidencia que mis eternos vecinos carecen de raza, aunque tampoco podemos ignorar, que jamás mostraron padre conocido.
Así, por ejemplo, aquellas lejanas e insidiosas acusaciones de perjuro, graves y dolorosas en aquellos días, a estas alturas de la movida las percibo como una anécdota, un trámite necesario como la foto del carné de conducir o el euribor de una hipoteca. Joven y con ganas de tocar pelo, más de uno en su lugar hubiera jurado la guía telefónica, y si te he visto, no me acuerdo. Sí Franco le colocó a usted dónde está, carece ya de importancia, pues en el fondo es lo mismo que el despacho familiar de Alfonso Guerra, lo de Narciso Serra con su sobrino-artista y lo de Jordi Pujol con su clon-filial metido en camisa de once varas refundacionales. Quien no llora, no mama, y quién esté libre de enchufe, que tire la primera piedra.
Con respecto a la bajada de pantalones en el Sáhara, gran parte de la culpa la tuvieron los propios saharauis por no prever lo que les venía encima. Como reza el refrán, más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. Tanta prisa que tenían nuestros hermanos por librarse del dominio de la metrópolis para, finalmente, acabar desterrados en el mismísimo infierno, chuleados por la ONU y los otros, y malviviendo en tiendas de plástico a cincuenta grados a la sombra.
Por el contrario, la gesta del 23-F, con sus claroscuros, se ha de entender como un enroque al grito de “Bribón y cierra España”, que me estoy jugando el parné de mi realísima y griega parienta. Ganarse el pan con el sudor de la frente, además de ser un precepto Bíblico, es de recibo en un país de currelas deslocalizados, y aunque todo fuera un vodevil bien calculado, creaste escuela como el gran Houdini y su espectáculo de la caja fuerte arrojada al mar. Advertirle, sin embargo, que el príncipe lo tiene más crudo, porque eso de arrejuntarse, ya adelanto que no sirve para los tiburones cripto-estalinistas como Llamazares y la gorda picapleitos.
El resto fue sencillo. Se trataba de no salirse del protocolo esperado de una figura de papel, más mediática que la Veneno, pero de papel: los discursos navideños sin prosodia ni pasión, las merecidas vacaciones en Mallorca, la visita relámpago a plazas africanas, la Pascual Militar, las “maniobras” invernales en Beret, las inauguraciones con canapés y cava a cargo del Ministerio de Cultura… En confianza: personalmente prefiero que siga usted por muchos años a que tarugos con abuelo plebeyo que no pasaron de capitán chusquero, sean la cabeza visible de un Estado en descomposición. Además, se le ha de reconocer, que usted y los suyos dan la talla, en centímetros me refiero.
Únicamente, reprocharle una cobardía de trágicas consecuencias para un millón de españoles no nacidos, futuros súbditos indefensos despojados de todo derecho a la vida: haberse entregado sin rechistar al holocausto socialista de la Ley del aborto.
El trono, bien vale un silencio. Ese será el epitafio de un largo reinado. No olvide, sin embargo, que los delitos de genocidio no prescriben. Nosotros, hemos tomado nota.
Arnau Jara
El traidor
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