CUANDO VEAS LAS BARBAS DE TU VECINO…

Cuando la memoria, colectiva e íntima, cruel y heroica, mortaja de hombres buenos y epílogo, en ocasiones, de canallas y derrotistas, pero memoria al fin y al cabo, se le niega a una nación a través de una ley parida de las entrañas de un parlamento hemipléjico, nos encontramos en el prólogo de una tiranía sin careta. Y más, cuando sus nauseabundos objetivos no responden, aunque así nos quieran hacer creer, a una justificada acción reparadora. De ser así, nada me escandalizaría, porque entre hermanos de sangre y estirpe, no existen vencedores ni vencidos, sólo la Patria que cobija y alimenta en el presente, para cristalizar en un futuro prometedor sin distinciones.

Pero cuando la memoria no es histórica, sino histérica, cuando se abre irresponsablemente la caja de los truenos y las triquiñuelas, de las verdades subvencionadas y los escribanos en nómina, entonces, ya no es memoria, sino fulana bien pagada al servicio de la bolsa que más suena. Además, cuando la adicción por trastocar la Historia se apodera de los órganos encargados de velar por ella y, se niega, sistemáticamente, cualquier revisionismo bien documentado, no hay minuto, década o centuria que quede a salvo de la parcialidad y el partidismo de los censores institucionalizados.

Por ello, que un millar de octogenarios, con su particular memoria, sean presentados cada otoño como un gran peligro para la democracia, la convivencia y los partidos políticos con ramificaciones en la banca, la justicia y los medios de comunicación, me parece ridículo, esperpéntico y de majaderos con aspiraciones a jerifaltes bananeros. Teniendo además en cuenta, que vivimos en un país en donde cualquier pelagatos -con permiso o sin él-, tiene la facultad de manifestarse por la última patria en construcción sacada de la chistera, por no decir de un chiste, y donde cualquier minoría exótica y aberrante, exalta su ideología gutural, cósmica o genital sin reparo ni vergüenza, criminalizar y perseguir a octogenarios inofensivos resulta cuanto menos preocupante. Y más, cuando la persecución sistemática viene de la mano de los que durante años se llenaron su bocaza infecta de libertad y tolerancia. Hemos alcanzado un punto de no retorno, en donde sólo tienen derecho a la palabra, aquellos que vomitan laudatorias complacientes a la costra que gobierna, como verdaderos sodomitas afrancesados, un país en descomposición y, que una vez más, se ha propuesto suicidarse degollando a cuarenta millones de españoles si fuera necesario.

Pero el sainete sólo ha hecho que comenzar. La deconstrucción de la Historia de España por los mercenarios babosos del progresismo en el poder, no tardará en arremeter contra los símbolos religiosos, públicos y privados, los escritores políticamente incorrectos, las estatuas de los reyes de la Cristiandad y los lienzos ofensivos contra la morisma que nos colonializa con el beneplácito de la CEOE y las sectas paritarias. Además, la Ley de la Memoria Histórica, es una tardía y burda copia de las diecisiete memorias locales de una nación de taifas asimétricos, donde se omite al vecino sin pudor y se exalta cualquier particularismo provinciano, hasta llegar a convertirlo en argumento irrefutable para justificar la micropatria posmoderna, virtual y virtuosa. Sirvan como ejemplo, los injertos de ADN realizados en las Vascongadas, Cataluña, Andalucía, y en un futuro, hasta en el Bierzo, (que en unas décadas será nación con embajada, ejército y selección nacional con derecho a participar en Mundial de balompié). Por ello, ya no hay terruño, ni valle, ni cortijo que no reclame, hasta desgañitarse, sus derechos históricos, su memoria particular y su lista de agravios comparativos con los que lanzar reyertas a diestro y siniestro, para cobrar en la fiesta de las urnas y las papeletas, su rédito acostumbrado y seguir viviendo del estraperlo mediático.


Los pueblos que olvidan su historia, están condenados a repetir su pasado. Pues que así sea, porque nuestro futuro es, sencillamente, repugnante.



Arnau Jara