Encontré esta conferencia de Solzhenitsyn en inglés aquí
http://www.columbia.edu/cu/augustine...rvard1978.html
y no pude resistir el impulso de traducirla porque me pareció simple y sencillamente genial. (Disculpen si hay algún error en la traducción)
No he tenido oportunidad de leer su Archipiélago Gulag, pero más que su crítica al perverso sistema soviético me interesa y admiro su crítica del no menos perverso sistema que hoy padecemos/disfrutamos.
El cuarto último párrafo del artículo, que empieza con "Si el humanismo tuviera razón..." es para enmarcarse.
en los ejercicios vespertinos del día de graduación de los alumnos de Harvard,
Jueves 8 de junio de 1978
Estoy sinceramente feliz de estar aquí con ustedes en esta ocasión y conocer personalmente esta antigua y prestigiosa universidad. Felicitaciones y mis mejores deseos para todos los que hoy se graduaron.
El lema de Harvard es “Veritas”. Muchos de ustedes han descubierto ya y otros lo descubrirán próximamente que la verdad se nos esconde cuando no nos empeñamos en buscarla con toda nuestra atención. E incluso cuando se nos esconde, aún tenemos la ilusión de tenerla y nos lleva a muchos malentendidos. Además, la verdad rara vez es cómoda; es casi invariablemente amarga. También hay algo de amargura en mi discurso hoy. Pero quiero decirles que esta amargura no proviene de un adversario, sino de un amigo.
Hace tres años en los Estados Unidos dije ciertas cosas que entonces parecieron inaceptables. Hoy, sin embargo, muchas personas están de acuerdo con lo que dije…
Por Alexander Solzhenitsyn
La división en el mundo actual se percibe a primera vista. Cualquiera de nuestros contemporáneos inmediatamente identifica dos potencias mundiales, cada una de ellas capaz de destruir por completo a la otra. Sin embargo, el concepto de esta división muchas veces está limitado a la esfera política, se tiene la ilusión que el peligro puede sortearse con negociaciones diplomáticas exitosas o alcanzando un balance entre fuerzas armadas. La verdad es que la división es mucho más profunda y más alienante que las grietas que uno puede ver a primera vista. Esta múltiple división profunda representa un riesgo múltiple de desastre para todos nosotros, como bien dice el viejo dicho que un reino –en este caso, nuestro planeta Tierra– dividido contra sí mismo no puede subsistir.
Mundos contemporáneos
Exite el concepto de un Tercer mundo: así que ya son tres los mundos que tenemos. Sin duda podemos afirmar, sin embargo, que el número es mucho mayor, sólo que nos encontramos demasiado lejos para verlo. Cualquier cultura antigua autónoma de profundas raíces, especialmente si se encuentra esparcida en una región amplia de la superficie del planeta, constituye un mundo autónomo, lleno de acertijos y sorpresas para occidente. Como mínimo, debemos incluir en esta categoría a China, India, el mundo islámico y África, si es que estos dos últimos pueden considerarse dos unidades compactas. Desde hace mil años Rusia ha estado en esa categoría, aunque el pensamiento occidental sistemáticamente ha cometido el error de negar su carácter autónomo y por lo tanto nunca la ha entendido, del mismo modo que hoy occidente es incapaz de entender a Rusia en su cautiverio comunista. Puede ser que en los últimos años Japón se ha convertido cada vez más en una parte lejana de occidente, esto yo no lo juzgo; pero en cuanto a Israel, por ejemplo, me parece que está separado de occidente por el hecho de tener un sistema estatal fundamentalmente ligado a la religión.
Hace relativamente tan poco que el pequeño nuevo mundo europeo estaba conquistando colonias por todo el mundo, no solo sin anticipar cualquier auténtica resistencia, sino también despreciando cualquier posible valor existente en la concepción del mundo de los pueblos conquistados. Entonces era un éxito tremendo, no había fronteras geográficas para occidente. La sociedad occidental se expandió gracias al triunfo de la independencia humana y el poder. Y de pronto en el siglo XX descubrimos su fragilidad. Ahora vemos que estas conquistas resultaron ser cortas y precarias, y esto a su vez nos señala los defectos en el pensamiento occidental que llevó a tales conquistas. Las relaciones con las antiguas colonias se han convertido en lo opuesto y el mundo occidental frecuentemente llega a extremos de obsequiosidad, pero aún es difícil estimar el valor total de la factura que las antiguas colonias pasarán a occidente y es difícil predecir si la renuncia no sólo a sus últimas colonias sino a todo lo que posee será suficiente para que occidente pague la cuenta.
Convergencia
Pero la ceguera de superioridad continúa y sostiene la creencia de que cualquier región de nuestro planeta debe evolucionar y madurar hasta el nivel de los actuales sistemas occidentales que son, en la teórica y en la práctica, los mejores. Existe la creencia de que lo que temporalmente está impidiendo a todos esos otros mundos adoptar la democracia pluralista occidental y su estilo de vida son sus gobiernos malignos o las grandes crisis o la propia barbaridad e incomprensión de sus pueblos. Se juzga a los países por su progreso en esta dirección. Sin embargo, esta es una ideología que nació de la incomprensión occidental de la esencia de otros mundos, del error de medir a todos con la misma vara occidental. La verdadera imagen del desarrollo de nuestro planeta es muy diferente.
La angustia por nuestro mundo dividido dio origen a la teoría de la convergencia entre los principales países occidentales y la Unión Soviética. Es una teoría simplista que pasa por alto que ninguno de estos mundos se están aproximando en similitudes, ninguno puede transformarse en el otro sin el uso de violencia. Además, convergencia inevitablemente significa aceptación de los defectos del otro también y esto no es deseable.
Si yo estuviera dirigiéndome a un público de mi país, al examinar los problemas del mundo me hubiera concentrado en las calamidades orientales. Pero como mi forzado exilio en occidente dura ya cuatro años y mi auditorio es occidental, creo que será de mayor interés que me concentre en ciertos aspectos del occidente actual, tal y como yo los veo.
Declive del coraje [. . .]
Esta puede ser la característica más obvia que el observador foráneo nota inmediatamente en el occidente de nuestros días. El mundo occidental ha perdido su valor civil, tanto en conjunto como separadamente, en cada país, cada gobierno, cada partido político y por supuesto en las Naciones Unidas. Este declive del valor es particularmente notorio entre las clases gobernantes y la élite intelectual, lo cual da la impresión de falta de valentía en la sociedad entera. Por supuesto, existen muchos individuos valientes, pero no tienen influencia alguna en la vida pública. Los burócratas políticos e intelectuales dan muestras de depresión, pasividad y perplejidad en sus acciones y discursos, y más todavía en sus reflexiones teóricas para explicar cuan realista y razonable, así como intelectual y moralmente correcto es el basar las políticas del Estado en la debilidad y la cobardía. Irónicamente, el declive del coraje se hace más notorio por esporádicas explosiones de ira e inflexibilidad de parte de estos mismos burócratas, cuando tratan con gobiernos o países débiles, a quienes nadie apoya o divididos en corrientes que no pueden ofrecer ninguna resistencia. Pero se paralizan cuando tratan con gobiernos poderosos y fuerzas amenazadoras, con agresores y terroristas internacionales.
¿Es necesario que señalemos que desde la antigüedad se ha considerado que la pérdida de la valentía es indicio de que ha comenzado el fin?
Bienestar
Cuando fueron creados los estados occidentales modernos se proclamó el siguiente principio: los gobiernos son para servir a los hombres y el hombre vive para buscar la felicidad. (Vean, por ejemplo, la Declaración de Independencia). Por fin, el progreso social y tecnológico de las últimas décadas ha hecho posible la realización de estas aspiraciones: el Estado de bienestar. Se ha otorgado la libertad deseada a cualquier ciudadano, así como los bienes materiales en cantidad y calidad suficientes para garantizar teóricamente el alcanzar la felicidad, en un sentido inferior moralmente, el cual se formó en estas mismas décadas. Sin embargo, en el proceso se ignoró un pequeño detalle psicológico: el constante deseo de tener más cosas y todavía una vida mejor y como la lucha por obtenerlas lleva a muchos occidentales al desaliento y la depresión, aunque es costumbre esconder estos sentimientos. La competencia activa y tensa permea todos los pensamientos humanos sin permitir ningún desarrollo espiritual libre. Se ha garantizado la independencia del individuo de muchos tipos de presión estatal, la mayoría de las personas tienen un bienestar mayor del que sus padres y abuelos pudieron siquiera soñar, es posible criar a los jóvenes de acuerdo a estos ideales, guiarlos al esplendor físico, la felicidad, la posesión de bienes, dinero y esparcimiento, hasta una diversión casi sin límites. Así que ¿quién ahora renunciará a todo esto?, ¿por qué y para qué arriesgaría uno su preciosa vida en defensa de valores comunes y particularmente en casos tan nebulosos como cuando la seguridad de nuestra nación debe ser defendida en un país distante?
Hasta la biología sabe que habituarse a un bienestar y una seguridad extrema es una desventaja para cualquier organismo viviente. Hoy, el bienestar en la vida de la sociedad occidental está empezando a revelar su lado más pernicioso.
Vida legalista
La sociedad occidental se ha dado una organización diseñada para sus propósitos, basada, diría yo, en la letra de la ley. Los límites de los derechos humanos y del derecho se determinan por un sistema de leyes; tales límites son muy amplios. Los occidentales han adquirido una habilidad considerable para usar, interpretar y manipular la ley, incluso cuando las leyes tienen a ser tan complicadas que una persona común requiere la ayuda de un experto para entenderlas. Cualquier conflicto se resuelve de acuerdo con la letra de la ley y esto se considera la solución suprema. Si uno está bien desde un punto de vista legal, no hay nada más que decir, nadie puede atreverse a mencionar que uno podría estar mal y pedir que se autorrestrinja, que acceda a renunciar a sus derechos legales y a sacrificarse: sonaría simplemente absurdo. Uno casi nunca se restringe voluntariamente. Todo mundo opera hasta el límite de la ley. Una compañía petrolera es legalmente pulcra cuando compra un invento de algún nuevo tipo de energía para impedir que se utilice. Un fabricante de alimento es legalmente pulcro cuando envenena su producto para hacerlo durar más: después de todo, la gente es libre de comprarlo o no.
He pasado toda mi vida bajo un régimen comunista y voy a decirles que una sociedad sin una escala legal objetiva es efectivamente terrible. Pero una sociedad sin ninguna otra escala más que la legal tampoco es digna del hombre. Una sociedad basada en la letra de la ley y que nunca llega más allá está tomando demasiada poca ventaja de las más elevadas posibilidades humanas. Cuando la vida se teje a base de relaciones legalistas, hay una atmósfera de mediocridad moral que paraliza los más nobles impulsos del hombre.
Y será imposible superar los juicios de este siglo con la única ayuda de una estructura legal.
La dirección de la libertad
En la sociedad occidental actual se ha revelado la diferencia entre la libertad para lo bueno y la libertad para lo malo. Un estadista que quiere lograr alguna cosa importante y constructiva para su país tiene que ser muy cauto y hasta moverse tímidamente; hay miles de críticos irresponsables alrededor de él, el parlamento y la prensa no lo dejan en paz. A medida que sigue adelante tiene que probar que cada uno de sus pasos está bien fundamentado y no tiene ninguna falla. En realidad, un genio con sorprendentes iniciativas en mente casi nunca tiene oportunidad de realizarlas, desde el principio se le colocan docenas de trampas. Como consecuencia triunfa la mediocridad con la excusa de las restricciones impuestas por la democracia.
Es muy fácil socavar el poder administrativo en cualquier lugar y de hecho, ha sido drásticamente debilitado en los países occidentales. La defensa de los derechos individuales ha llegado a extremos tales que hacen que la sociedad esté indefensa contra ciertos individuos. Es hora de que en occidente empiecen a defenderse las obligaciones humanas, más que los derechos.
La libertad irresponsable y destructiva campa por sus fueros. La sociedad parece tener muy poca posibilidad de defenderse del abismo de decadencia humana, por ejemplo, el mal uso de la libertad para ejercer violencia moral contra los jóvenes, películas llenas de pornografía, crimen y horror. Se considera que son parte de la libertad y teóricamente están balanceados por el derecho de los jóvenes a no ver o no aceptar tales cosas. De esta forma, la vida organizada con criterios legalistas muestra su incapacidad de defenderse contra la corrosión del mal.
¿Y qué podemos decir del oscuro reino del crimen como tal? Los marcos legales (especialmente en EEUU) son tan amplios que no sólo alientan a la libertad individual sino a ciertos crímenes individuales. El criminal puede quedar sin castigo u obtener un perdón inmerecido con el apoyo de miles de defensores públicos. Cuando un gobierno empieza una dura lucha contra el terrorismo, la opinión pública inmediatamente lo acusa de violar los derechos civiles de los terroristas. Existen muchísimos casos.
Tal sesgo de la libertad en favor del mal ha venido gradualmente pero evidentemente nació de un concepto humanista y benevolente según el cual no existe ningún mal inherente a la naturaleza humana; el mundo pertenece a la humanidad y todos los defectos de la vida son causados por malos sistemas sociales que deben ser corregidos. Extrañamente, aunque hemos logrado llegar a las mejores condiciones sociales en occidente, hay mucha criminalidad, incluso más que en la paupérrima sociedad soviética sin ley. (Hay un gran número de prisioneros en nuestros campos a los que se les llama criminales, pero la mayoría de ellos jamás han cometido crimen alguno; simplemente intentaron defenderse de un Estado sin ley recurriendo a medios que están fuera del marco legal).
La dirección de la prensa
La prensa también, por supuesto, goza de la más amplia libertad. (Voy a usar el término prensa para incluir a todos los medios de comunicación). ¿Pero cómo usa la prensa esta libertad?
Aquí, también, la mayor preocupación es por no infringir la letra de la ley. No hay responsabilidad moral por deformar o cambiar las proporciones de un suceso. ¿Qué clase de responsabilidad tiene el periodista para con sus lectores o para con la historia? Si han engañado a la opinión pública o al gobierno con información inexacta o conclusiones erróneas, ¿sabemos de algún caso en que lo reconozcan públicamente, rectifiquen y enmienden sus errores? No, esto no pasa, porque afectaría las ventas. Toda una nación puede ser la víctima del error del periodista, pero este siempre se sale con la suya. No nos equivocaríamos al asumir que puede empezar a escribir lo contrario de lo que escribía con renovada seguridad en sí mismo.
Como se debe dar información creíble al instante se vuelve necesario recurrir a la adivinanza, rumores y suposiciones para llenar los huecos y ninguno de estos será nunca rectificado, se quedarán en la memoria de los lectores. ¿Cuántos juicios apresurados, inmaduros, superficiales y engañosos se expresarán cada día, confundiendo a los lectores, sin ninguna verificación? La prensa puede estimular a la opinión pública, pero también puede maleducarla. Así vemos a terroristas presentados como héroes, o asuntos secretos, que pertenecen a la defensa nacional, revelados públicamente, o podemos presenciar la intromisión en los asuntos privados de la gente famosa bajo el eslogan: “cualquiera tiene derecho a saber cualquier cosa”. Pero este es un eslogan falso, característico de una era falsa: las personas también tienen el derecho a no saber y este derecho es mucho más valioso. El derecho a no tener sus almas divinas atascadas con rumores, sinsentidos, banalidades. Una persona que trabaja y lleva una vida con sentido no necesita esta inundación de información.
La falta de prudencia y la superficialidad son la enfermedad psicológica del siglo XX y esta enfermedad se refleja en la prensa más que en ninguna otra parte. El análisis profundo de un tema es anatema para la prensa. Se detiene en las fórmulas sensacionalistas.
Tal como es, sin embargo, la prensa se ha convertido en el más grande poder dentro de los países occidentales, más poderosa que el legislativo, el ejecutivo y el judicial. Uno quisiera preguntar entonces: ¿por qué ley ha sido elegida y ante quién es responsable? En el este comunista un periodista es nombrado descaradamente como empleado del Estado. ¿Pero quién ha dado a los periodistas occidentales su poder, por cuánto tiempo y con qué prerrogativas?
Aún hay otra sorpresa para alguien que viene del este, donde la prensa es rigurosamente unificada: uno gradualmente descubre un patrón común de preferencias dentro de toda la prensa occidental también. Es una moda, hay patrones de juicios generalmente aceptados y tal vez haya intereses corporativos comunes, el resultado no es la competencia sino la unificación. Existe una libertad enorme para la prensa, pero no para el lector, porque los periódicos dan mayor énfasis e importancia a aquellas opiniones que no contradicen abiertamente las suyas y las de la corriente general.
El pensamiento de moda
Sin necesidad de ninguna censura, las tendencias de la moda en el pensamiento occidental son cuidadosamente separadas de aquellas ideas que no están de moda; nada está prohibido, pero si no está de moda es muy difícil que algo encuentre salida en periódicos, libros o universidades. Legalmente se es libre de investigar, pero las investigaciones están condicionadas por la moda del día. No hay violencia abierta como en el este, sin embargo, se lleva a cabo una selección dictada por la moda y necesidad de llenar las expectativas de las masas que frecuentemente previenen que las personas de pensamiento independiente contribuyan a la vida pública. Existe una tendencia peligrosa a ser rebaño: acabar con todo éxito destacado. He recibido cartas en Norteamérica de personas muy inteligentes, quizá profesores de universidades pequeñas y perdidas, que podrían hacer mucho por la renovación y salvación de su país, pero el país no puede oírlos porque los medios no se interesan en ellos. Así nacen fuertes prejuicios, ceguera que es aún más peligrosa en nuestra era dinámica. Hay, por ejemplo, una interpretación autocomplaciente de la situación mundial contemporánea. Funciona como una especie de armadura petrificada alrededor de las mentes de las personas. Las voces humanas de 17 países del este de Europa y Asia no pueden atravesarla. Únicamente podrá ser rota por el trágico advenimiento de los hechos inevitables.
He mencionado algunas tendencias de la vida occidental que sorprenden y consternan al recién llegado a este mundo. El propósito y el alcance de este discurso no me permiten continuar con esa reseña par ver la influencia de estas características occidentales en aspectos importantes de la vida de la nación, tales como la educación básica y avanzada…
Socialismo
Es reconocido casi universalmente que occidente pone la muestra al mundo sobre desarrollo económico exitoso, incluso cuando últimamente ha sido opacado por una inflación caótica. Sin embargo, la gente que vive en occidente no está satisfecha con su propia sociedad. La desprecian o la acusan de no haber llegado al nivel de madurez de la humanidad. Muchas de estas críticas vuelven sus ojos al socialismo, que es una corriente falsa y peligrosa.
Espero que ninguno de los presentes sospeche que mi crítica de occidente obedece a presentar el socialismo como una alternativa. He experimentado el socialismo aplicado en un país donde esta alternativa ha sido realizada y por supuesto que no hablo a favor de él. El conocido matemático soviético Shafarevich, miembro de la Academia Soviética de la Ciencia ha escrito un brillante libro titulado Socialismo; es un profundo análisis que demuestra que el socialismo de cualquier tipo provoca la destrucción del espíritu humano y la nivelación de la humanidad hasta su muerte. El libro de Shafarevich se publicó en Francia hace casi dos años y hasta ahora nadie ha podido refutarlo. Dentro de poco será publicado en los EEUU en inglés.
No es ejemplo
Pero si alguien me pregunta si yo pondría a occidente tal como es el día de hoy como ejemplo para mi país, francamente tendré que responder: no. Yo no puedo recomendar esta sociedad en su presente estado como ideal para la transformación del nuestro. A costa de gran sufrimiento nuestro país ha logrado un desarrollo espiritual de tal intensidad que el sistema occidental en su presente estado de vacío espiritual no es atractivo. Incluso esas características de su forma de vivir que acabo de mencionar son extremadamente lamentables.
Es un hecho indiscutible que occidente debilita a los seres humanos, mientras que el este los hace más firmes y fuertes. Han sido seis décadas para nuestro pueblo y tres décadas para los pueblos de Europa oriental; durante este tiempo hemos estado bajo un entrenamiento espiritual mucho más avanzado que la experiencia occidental. La complejidad de la vida y el peso de la muerte han producido personajes más fuertes, profundos e interesantes que aquellos que produce el bienestar estandarizado de occidente. Por lo tanto, si nuestra sociedad fuera transformada en la suya, significaría una mejoría en ciertos aspectos, pero también un empobrecimiento en asuntos particularmente importantes. Es cierto, sin duda, que una sociedad no puede permanecer en un abismo de falta de legalidad, como es el caso de nuestro país. Pero también es malo que elija las sutilezas mecánicas legalistas de su sistema. Después del sufrimiento de décadas de violencia y opresión, el alma humana aspira a algo más alto, cálido y puro que lo que ofrecen los hábitos de la vida masiva introducidos por la invasión de la publicidad, el estupor de la TV y música intolerable.
Todo esto es visible a los observadores de todos los mundos de nuestro planeta. El estilo de vida occidental es cada vez menos atractivo como modelo.
Hay advertencias significativos que hace la historia a las sociedades amenazadas o moribundas. Estos son, por ejemplo: la decadencia del arte o la falta de grandes estadistas. También hay advertencias abiertas y evidentes. El centro de su democracia y su cultura se queda sin electricidad por sólo unas pocas horas y de pronto muchedumbres de ciudadanos empiezan a crear un caos. La película superficial debe ser muy delgada y el sistema social altamente inestable y poco saludable.
Pero la lucha física y espiritual por nuestro planeta, una lucha de proporciones cósmicas, no es un asunto vago del futuro, sino que ha empezado ya. Las fuerzas del mal han empezado su ofensiva decisiva, es posible sentir su presión, y sin embargo sus pantallas y publicaciones están llenas de sonrisas prefabricadas. ¿Por qué tanta alegría?
Cortedad de miras
Representantes muy conocidos de su sociedad, George Kennan, por ejemplo, dice: no podemos aplicar criterios morales a la política. De esta forma revolvemos el bien y el mal, la verdad y el error y hacemos lugar en el mundo para el triunfo del Mal absoluto. Por el contrario, lo único que puede ayudar a occidente contra la bien planeada estrategia mundial comunista son los criterios morales. No hay otros criterios. Las consideraciones prácticas u ocasionales de cualquier tipo inevitablemente serán barridas por la estrategia. Después de alcanzar cierto nivel del problema, el pensamiento legalista provoca parálisis, impide que ver la magnitud y el significado de los eventos.
A pesar de la abundancia de información, o quizá a causa de ello, occidente tiene dificultades para entender la realidad tal como es. Ha habido predicciones muy inocentes de algunos expertos norteamericanos que creen que Angola se convertirá en el Vietnam de la URSS o que las expediciones cubanas en África podrían detenerse siendo corteses con Cuba. El consejo de Kennan a su propio país de iniciar el desarme unilateral pertenece a esta misma categoría. Si ustedes supieran cómo se ríe el más joven de los oficiales de la Plaza Vieja de Moscú [1] de todos sus gurús de la política. En cuanto a Fidel Castro, se burla francamente de los EEUU mandando a sus tropas a aventuras distantes estando su país a un lado del suyo.
Sin embargo, el más cruel error ocurrió cuando no pudieron comprender la guerra de Vietnam. Algunos deseaban sinceramente que terminaran todas las guerras inmediatamente, otros creían que debía darse oportunidad a una autodeterminación nacional comunista en Vietnam, o en Camboya, como podemos ver hoy en día. Pero los miembros del movimiento antiguerra de los EEUU terminaron siendo cómplices de la traición a las naciones de lejano oriente, en un genocidio que ha sido impuesto a 30 millones de personas ahí. ¿Acaso estos pacifistas convencidos escuchan los lamentos que llegan desde allá? ¿Entienden hoy su responsabilidad? ¿O prefieren hacerse los sordos? La Inteligencia norteamericana perdió la paciencia y como consecuencia el peligro se ha acercado más a los EEUU. La gente no se da cuenta de ello. Sus políticos miopes que firmaron alegremente la capitulación de Vietnam al parecer dieron a Norteamérica un respiro, sin embargo, cientos de Vietnams penden ahora sobre ustedes. El pequeño Vietnam fue una advertencia y una ocasión para movilizar el coraje de la nación. Pero si una Norteamérica en todo su esplendor fue derrotada por un pequeño medio país comunista, ¿qué podemos esperar que ocurra en el futuro?
Ya he tenido ocasión de decir que ninguna democracia del siglo XX ha ganado ninguna guerra sin la ayuda o protección de algún aliado poderoso cuya filosofía e ideología ni se cuestiona. En la 2ª Guerra mundial contra Hitler, en lugar de ganar la guerra con sus propias fuerzas, que eran suficientes, las democracias occidentales protegieron y cultivaron a otro enemigo que probaría ser peor y más poderoso, pues Hitler nunca tuvo tantos recursos y tantas personas, ni ofreció ninguna idea atractiva o tuvo gran número de seguidores en occidente que formaran una potencial quinta columna, como los tiene la URSS. Actualmente, algunas voces occidentales ya hablan de obtener protección de una tercera potencia contra una probable agresión en el próximo conflicto mundial, si lo hay; en este caso el escudo sería China. Pero esto no se lo deseo a ningún país en el mundo. Primero que nada, otra vez es una alianza con el Mal condenada al fracaso; además, daría un respiro a los EEUU momentáneamente, pero más tarde China se volverá con sus miles de millones de habitantes armados con armas norteamericanas. Norteamérica caería en un genocidio similar al que se perpetró estos días en Camboya.
Pérdida de fuerza de voluntad
Y sin embargo, ningún arma -no importa cuán poderosa- puede ayudar a occidente hasta que supere su falta de fuerza de voluntad. En un estado de debilidad psicológica, las armas son una carga para el bando que capitula. Para defenderse uno también debe estar dispuesto a morir. Hay poca presteza para esto en una sociedad que ha crecido en el culto del bienestar material. Así, en la infame Conferencia de Belgrado los diplomáticos del occidente libre en su debilidad entregaron la línea donde los miembros esclavizados de los grupos de Helsinki están sacrificando sus vidas.
El pensamiento occidental se ha vuelto conservador: la situación mundial debe mantenerse a cualquier costo, no debe haber ningún cambio. Este débil sueño de un status quo es síntoma de una sociedad que ha llegado al fin de su desarrollo. Pero hay que estar ciego para no ver que los océanos ya no pertenecen a occidente, mientras que la tierra bajo su dominio se sigue encogiendo. Las dos guerras mal llamadas mundiales (por mucho, ninguna fue de escala mundial… todavía no) han significado la destrucción interna del pequeño occidente progresista que ha preparado su propio final. La próxima guerra (que no tiene por qué ser atómica y no creo que lo sea) pudiera ser la sepultura final de la civilización occidental.
Ante semejante peligro, con semejantes valores históricos en su pasado, a tan alto nivel de realización de la libertad y aparente devoción por la libertad, ¿cómo es posible perder a tal grado la voluntad de defenderse?
El humanismo y sus consecuencias
¿Cómo es que hemos llegado a tan poco favorable relación de fuerzas? ¿Cómo declinó occidente desde su marcha triunfal hasta su enfermedad actual? ¿Ha habido algún giro fatal o pérdida de dirección en su desarrollo? No lo parece. Occidente siguió avanzando socialmente de acuerdo a sus proclamadas intenciones con ayuda de un progreso tecnológico brillante. Y así de repente, se encuentra en su presente estado de debilidad.
Esto quiere decir que el error debe estar en la raíz, en la base misma del pensamiento humano de los siglos pasados. Me refiero a la visión del mundo predominante en occidente que nació durante el Renacimiento y encontró su expresión política en el periodo de la Ilustración. Se convirtió en la base de la ciencia gubernamental y social y podríamos definirlo como humanismo racionalista o autonomía humanista: la autonomía del hombre respecto a cualquier fuerza por encima de él, proclamada y llevada a la práctica. También pudiera llamarse antropocentrismo, con la visión del hombre como centro de todo lo que existe.
El giro introducido en el Renacimiento era evidentemente inevitable históricamente. La Edad media había llegado a su fin natural por agotamiento, volviéndose una represión despótica e intolerable de la naturaleza física del hombre a favor de la espiritual. Entonces, sin embargo, dimos la espalda al espíritu y abrazamos todo lo que es material con celo excesivo y alocado. Esta nueva manera de pensar que impuso en nosotros su camino no admite la existencia del mal intrínseco en la naturaleza humana y no veía ninguna tarea más elevada que lograr la felicidad en esta Tierra. Colocó a la civilización occidental moderna sobre la peligrosa tendencia de adorar al hombre y sus necesidades materiales. Todo lo que fuera más allá del bienestar físico y la acumulación de bienes materiales, cualquier otra necesidad y característica humana de más elevada naturaleza se dejó fuera del área de atención de los sistemas sociales y estatales, como si la vida humana no tuviera un sentido superior. Esto permitió la entrada del mal, el cual fluye constante y libremente en nuestros días. Resulta que la libertad por sí sola no resuelve todos los problemas de la vida humana y en cambio sí provoca unos cuantos problemas nuevos.
Sin embargo, en los inicios de las democracias, como en la democracia norteamericana en el momento de su nacimiento, todos los derechos humanos individuales se garantizaban porque el hombre es criatura de Dios. Esto es, la libertad se daba al individuo con condiciones, asumiendo su constante responsabilidad religiosa. Tal fue la herencia de los mil años precedentes. Hace doscientos o incluso cincuenta años parecía imposible en Norteamérica que un individuo pudiera gozar de libertad sin límites simplemente para la satisfacción de sus instintos o deseos. Subsecuentemente, sin embargo, todas estas limitaciones fueron descartándose en todas partes de occidente; se dio al fin una liberación total de la herencia de los siglos cristianos con sus grandes reservas de misericordia y sacrificio. Cada vez más, los sistemas estatales se fueron volviendo totalmente materialistas. Occidente terminó por implementar verdaderamente los derechos humanos, a veces excesivamente, pero el sentido de responsabilidad del hombre para con Dios y para con la sociedad se fue apagando. En las décadas pasadas, el egoísta aspecto legalista occidental ha llegado a su dimensión final y el mundo terminó en una profunda crisis espiritual y un impase político. Todos los glorificados logros tecnológicos del progreso, incluyendo la conquista del espacio exterior, no son suficientes para redimir al siglo XX de su pobreza moral, que nunca nadie hubiera imaginado ni siquiera en el siglo XIX.
Una extraña condescendencia
Como el humanismo en su desarrollo se fue volviendo más y más materialista, se hizo cada vez más accesible a la especulación y a la manipulación, primero por el socialismo y después por el comunismo. Así que Karl Marx pudo decir en 1844 que “el comunismo es el humanismo naturalizado”.
Este enunciado resultó no carecer de sentido del todo. Uno ve las mismas piedras en los cimientos del humanismo desespiritualizado y en cualquier tipo de socialismo: materialismo sin fin, libertad del hombre respecto a la religión y a la responsabilidad religiosa, que en los regímenes comunistas alcanza el nivel de dictadura antirreligiosa, concentración en estructuras sociales con una aparente construcción científica. (Esto es típico de la Ilustración del siglo XVIII y del marxismo). No es ninguna coincidencia que todos los juramentos sin sentido del comunismo traten del Hombre, con H mayúscula, y de su felicidad en el mundo. A primera vista parece una mala comparación: ¿rasgos comunes entre el pensamiento y el estilo de vida del occidente actual y el del este comunista? Pero esa es la lógica del desarrollo materialista.
La interrelación es tal que el materialismo actual que está más que nada a la izquierda siempre termina siendo más fuerte, atractivo y victorioso, porque es más consistente. El humanismo sin su herencia cristiana no puede resistir esta competencia. Vemos este proceso en los siglos pasados y especialmente en las últimas décadas a escala mundial mientras la situación se vuelve cada vez más dramática. El liberalismo fue inevitablemente desplazado por el radicalismo, el radicalismo se rindió al socialismo y el socialismo no podía resistir al comunismo. El régimen comunista en oriente puede mantenerse y crecer debido al apoyo entusiasta de un gran número de intelectuales occidentales que se sienten del mismo bando y que se niegan a ver los crímenes comunistas. Cuando esto ya les es imposible, entonces tratan de justificarlos. En nuestros países del este el comunismo ha sufrido una derrota ideológica completa, es cero y menos que cero. Pero los intelectuales occidentales todavía lo ven con interés y empatía y esto es precisamente lo que hace tan difícil que occidente plante cara al oriente comunista.
Antes del giro
No estoy examinando aquí el caso de un desastre por una guerra mundial y los cambios que produciría en la sociedad. Mientras cada mañana nos despertemos bajo un sol apacible, debemos vivir una vida cotidiana. Existe un desastre, sin embargo, que está ocurriendo ya desde hace mucho tiempo. Me refiero a la calamidad de una conciencia humanista desespiritualizada e irreligiosa.
Para esta conciencia, el hombre es la piedra angular sobre la que se juzga y evalúa todo en la Tierra. El hombre imperfecto, que nunca está libre de orgullo, egoísmo, envidia, vanidad y docenas de defectos. Ahora estamos experimentando las consecuencias de los errores que no habíamos notado al inicio de la jornada. En el camino que hemos recorrido desde el Renacimiento hasta nuestros días hemos enriquecido nuestra experiencia pero hemos perdido el concepto de una Entidad Completa Suprema que antiguamente refrenaba nuestras pasiones y nuestra irresponsabilidad. Hemos puesto demasiada esperanza en las reformas políticas y sociales y sólo para darnos cuenta que hemos sido privados de nuestra posesión más valiosa: nuestra vida espiritual. En el este, esta se destruye por las maquinaciones de nuestro partido gobernante. En occidente, la sofocan los intereses comerciales. Esta es la verdadera crisis. La división del mundo es menos terrible que la similitud que existe entre las enfermedades que infestan a los bandos principales.
Si el humanismo tuviera razón en declarar que el hombre nació para ser feliz, no naceríamos para morir. Desde que el cuerpo está condenado a morir, su tarea en la Tierra debe ser evidentemente de una naturaleza más espiritual. No puede ser el gozo sin límites de la vida diaria. No puede ser la búsqueda de mejores formas de obtener bienes materiales para entonces alegremente sacar el mejor partido que se pueda de ellos. Tiene que ser el cumplimiento de un deber permanente para que el viaje de nuestra vida sea una experiencia de crecimiento moral, para dejar esta vida siendo mejores seres humanos que como la empezamos. Es urgente que revisemos la escala de los valores humanos, porque es evidente que hoy la tenemos equivocada. No es posible que nuestra opinión sobre el desempeño del presidente se base en cuánto dinero ganamos o en la disponibilidad ilimitada de gasolina. Únicamente la autorrestricción puede elevar al hombre por encima de la corriente mundial de materialismo.
Sería un retroceso atarse a las fórmulas fosilizadas de la Ilustración. El dogmatismo social nos deja completamente indefensos ante a los juicios de nuestros tiempos.
Incluso si nos salvamos de la destrucción por la guerra, nuestras vidas tendrán que cambiar si queremos salvar la vida de la autodestrucción. No podemos evitar revisar las definiciones fundamentales de la vida humana y de la sociedad. ¿Es cierto que el hombre está por encima de todo? ¿No existe un espíritu superior por encima de él? ¿Es correcto que la vida y las actividades sociales del hombre deban estar determinadas en primer lugar por la expansión material? ¿Es permisible promover tal expansión en detrimento de nuestra integridad espiritual?
Si el mundo no ha llegado a su fin, por lo menos estamos en un momento crítico de la historia, igual en importancia al giro de la Edad media hacia el Renacimiento. Esto exige de nosotros un esfuerzo espiritual, debemos elevarnos a nuevas alturas de visión, a un nuevo nivel de vida en el que nuestra naturaleza física no sea maldita como en la Edad Media, pero más importante aún, que nuestro ser espiritual no sucumba como en la Era Moderna.
Esta ascensión será similar a subir al siguiente nivel antropológico. Nadie en la Tierra tiene ninguna otra salida más que esta: hacia arriba.
Nota
[1] La Plaza Vieja de Moscú (Staraya Ploshchad') es el lugar donde está el Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética, es el verdadero nombre de lo que en occidente se llama convencionalmente con el nombre de “el Kremlin”.
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