La idea de la felicitación ha sido tomada del blog:
http://exromalux.blogspot.com/2008/1...z-navidad.html
«TRIUM PUERORUM CANTEMUS HYMNUM»
De los tres muchachos, el himno cantemos,
Que ellos entonaban, camino del fuego,
Al Señor bendiciendo.
1. Al Señor bendiga, cuanto de Él es hecho,
Por días de días, por tiempos de tiempos;
Bendíganle la voz y el silencio.
2. Ángeles bendíganle. Que su compañía,
En todos los grados de la Jerarquía,
Al Señor bendiga.
3. Bendigan las aguas de encima las nubes
Y aquellas que en tierra descienden o fluyen
Bendíganle todas las Virtudes.
4. Al Señor bendigan el sol y la luna
Y tropas de estrellas en la noche oscura,
A coro, todas juntas.
5. Y los aguaceros y el tenue rocío
Bendigan también al Dios que los hizo
Y al Espíritu, los espíritus.
6. Invierno y verano loen al Señor
Y el áspero frío y el rojo calor
Y el fuego purificador.
7. Bendiga al Señor la nieve y la escarcha,
La noche y el día, la tarde y el alba
Canten su alabanza.
8. La luz le bendiga, como las tinieblas,
El tiempo sereno, la torva tormenta
El trueno y la centella.
9. Por toda la tierra sea bendecido
De la tierra toda, elévese el himno
Oiganlo, compactos, los siglos.
10. Montes y laderas, valles y colinas
Y cuanto, sembrado, o al vuelo, germina
También al Señor bendiga.
11. Bendigan las fuentes y los manantiales
Ríos y corrientes y lagos y mares
Bendigan y alaben.
12. Los peces y cuanto se mueve en el agua
Las aves, y cuanto al aire se lanza
Canten sus alabanzas.
13. Al Señor bendigan bestias y rebaños,
Fieras del desierto, rampantes gusanos
Y, erectos, los humanos.
14. País de Israel, gentes y naciones,
Cuerpo de la Iglesia, tendido en el orbe,
Santamente, el himno entonen.
15. Y tus sacerdotes, y cuantos te sirven,
Señor, te bendigan, como te bendicen,
Desde los orígenes.
16. Y el alma de los justos del Señor
Y el alma de los pobres del Señor
Bendigan al Señor.
17. Ananías, Azarías, Misael,
Víctor y Juan-Pablo, Álvaro también
Fieles a su fé.
18. Bendicen al Padre, al Hijo, al Espíritu
Santo, a Dios uno y trino,
Por los siglos de los siglos.
19. Así te bendicen, como te bendigo
Yo, Padre, a tí, Padre, de gloria vestido
Por los siglos de los siglos
Traduccion de Eugenio D´ors
Aquí corresponde hablar de aquella horrible y nunca bastante execrada y detestable libertad de la prensa, [...] la cual tienen algunos el atrevimiento de pedir y promover con gran clamoreo. Nos horrorizamos, Venerables Hermanos, al considerar cuánta extravagancia de doctrinas, o mejor, cuán estupenda monstruosidad de errores se difunden y siembran en todas partes por medio de innumerable muchedumbre de libros, opúsculos y escritos pequeños en verdad por razón del tamaño, pero grandes por su enormísima maldad, de los cuales vemos no sin muchas lágrimas que sale la maldición y que inunda toda la faz de la tierra.
Encíclica Mirari Vos, Gregorio XVI
La idea de la felicitación ha sido tomada del blog:
http://exromalux.blogspot.com/2008/1...z-navidad.html
Aquí corresponde hablar de aquella horrible y nunca bastante execrada y detestable libertad de la prensa, [...] la cual tienen algunos el atrevimiento de pedir y promover con gran clamoreo. Nos horrorizamos, Venerables Hermanos, al considerar cuánta extravagancia de doctrinas, o mejor, cuán estupenda monstruosidad de errores se difunden y siembran en todas partes por medio de innumerable muchedumbre de libros, opúsculos y escritos pequeños en verdad por razón del tamaño, pero grandes por su enormísima maldad, de los cuales vemos no sin muchas lágrimas que sale la maldición y que inunda toda la faz de la tierra.
Encíclica Mirari Vos, Gregorio XVI
Dos palabras revolucionarias contra neuras y "hippismos" de diseño
Hoy en día, cuando proliferan quienes quieren acabar con su verdadero sentido, dos simples palabras sirven para unir a todos que están en la Resistencia espiritual: Feliz Navidad.
Hace años que sigo la costumbre de enviar tarjetas de Navidad. Primero elijo un motivo religioso porque estas fiestas son religiosas. No tendría sentido un Ramadán puramente mercantil o lúdico y no se por qué han de tenerlo unas Navidades reducidas a una especie de fiesta de larga duración. De hecho, cuando el odio a la Navidad, ejercido por quienes proponen alternativas lamentables, es cada vez menos disimulado, yo reconozco que ello me motiva sobremanera en la batalla contraria.
Así las cosas, desde hace doce años, hacia noviembre, elijo una imagen navideña –en este caso una vieja ilustración de la Anunciación de los pastores- y un texto como motivo de reflexión. Por ultimo, tras dedicar un tiempo al diseño de la tarjeta, dedico más tiempo aún a escribir personalmente a cada uno de mis destinatarios. Para unos es tan solo una breve frase, una anécdota o un suceso de esos que suceden entre buenos amigos. Para otros es una reflexión más elaborada y ninguna es igual a las demás. Por supuesto siempre se acompaña del inevitable "Feliz Navidad" que distingue lo que de otro modo no sería más que un recordatorio extravagante.
Así, en la época del e-mail y de los terabytes que circulan a velocidad de vértigo, a algunos nos parece un tiempo bien invertido el parar la frenética actividad de la vida moderna y canjear ese tiempo –que dicen que es oro- por la dedicación a un círculo de amistades que en este caso concreto asciende a unas cuarenta personas. El resultado es que esos destinatarios, modestamente honrados con una sencilla tarjeta, reciben un poco de dedicación, de afecto y de sincero deseo de que la Navidad ilumine sus vidas. La deliberada sobriedad de esa tarjeta ha ido acompañada este año de una frase del doctor Josep Torras i Bages, obispo de Vic, que en su obra El Rosario y su mística filosofía (parte III, capítulo III) nos explica que "los sabios de Grecia y Roma andaban discutiendo en sus academias, sus hombres de Estado peroraban con magnífica elocuencia en sus asambleas, sus poetas escribían exquisitos versos, y no obstante no alcanzaron la luz de la verdad y la verdad de la Vida, que los inocentes pastores vieron que iluminaba la cueva de Belén". El párrafo acaba coronado con una interpelación directa al lector del genial intelectual católico en la que dice: "Dios se complace en manifestarse a los humildes y sencillos. Si quieres ver a Dios y sentirle, debes empezar por hacerte pequeño. ¿No ves cómo Él mismo se hace?"
No es la Navidad tiempo de recriminaciones y de ataques pero, cuando leo y releo el pensamiento de nuestro obispo, me pregunto qué es lo que tienen que ofrecer todas esas personas que de una manera o de otra combaten la Navidad. Desde el alcalde de Madrid y sus concejales, capaces de idear la ridícula iluminación de nuestra capital, plagada de símbolos hippies y de palabras absurdas en el contexto navideño -como "serenidad", "calor" o "sosiego"-, hasta esa fiscal que ha montado la marimorena para que retiraran un Belén de la Audiencia Nacional de Madrid, me pregunto, decía, si esta gente tiene realmente algo que ofrecer a sus semejantes, salvo sus virulentas neuras personales.
La pregunta es algo similar a la duda expresada por un indígena natural de Tonga, en Micronesia, ante las cámaras de una televisión neoyorquina, al ateo profesional Christopher Hitchens, en el curso de un debate con el pensador conservador norteamericano Dinesh D´Souza. Ante el ateísmo militante de Hitchens, el micronesio le espetó la pregunta crucial: "Entonces, ¿qué tiene usted que ofrecernos?". Según dijo, antes de la llegada de los misioneros cristianos, Tonga era un caos y el canibalismo estaba ampliamente extendido. Cuando llegaron los misioneros acabaron con el canibalismo e instauraron la creencia en la dignidad de la persona y en que todo hombre tiene un alma inmortal que es capaz de condenarse o salvarse. Como respuesta, Hitchens se perdió en una disquisición erudita sobre el canibalismo en las diferentes culturas.
Si se les preguntara a todos esos que combaten la Navidad qué es lo que tienen que ofrecernos, aparecería que, unos y otros, tras la panoplia de sus argumentaciones en realidad sofísticas, ocultan una buena dosis de orgullo personal; esa misma que, como explicaba hace cien años el obispo Torras, impide sentir realmente a Dios.
Frente a ese orgullo, transmutado en pura soberbia de buenos modales (aunque no siempre), la Navidad nos dice que Dios se encarna hombre por amor al género humano y que es ese conocimiento, esa vivencia del amor de Dios lo que minimiza el mal moral y físico de este mundo. A la inversa, nuestro combate contra ese mal moral y físico es lo que hace que nuestros actos y, en suma, nuestra vida misma cobren valor y se llenen de plenitud. La elección del Bien frente al mal y la lucha contra éste mismo a favor de lo Bueno es lo que hace que Bien y Mal se complementen en el plan cósmico de Dios. Así que en una época de caos por pérdida evidente de referencias, la Navidad, lejos de ser ese mensaje hostil que sus detractores pretenden porque precisamente ellos sí que son hostiles, se eleva sobre la basura de la época como una luz de esperanza para toda la humanidad.
En el genial drama wagneriano de Lohengrin, Elsa, princesa de Brabante e injustamente acusada del asesinato de su hermano, espera inútilmente que un caballero se apreste a defenderla de la terrible acusación. Ante el silencio cobarde y en cierto modo cómplice de la masa, cuando parece que no existe esperanza y que no hay siquiera un hombro en el que poder llorar, se abre paso por el río Escalda la legendaria figura del caballero Lohengrin, enviado desde lo alto para defender el bien y la justicia. El genial artista de Leipzig inmortalizó en páginas de belleza singular la esperanza en Dios como característica real del mundo y enseñó a las generaciones venideras que la intervención de lo divino siempre puede ser esperada.
Lamentablemente, la vaciedad de la vida moderna, pródiga en bienes materiales y yerma de lo esencial, nos oculta precisamente el hecho fulgurante de la esperanza en Dios. El gran teólogo ortodoxo ruso Paul Evdokimov nos ha explicado recientemente en su genial obra Las edades de la vida espiritual su idea de que "es posible que el mundo este hoy más cerca que nunca de la fe religiosa. La ciencia ya no presenta ninguna dificultad; el ateísmo es incapaz de ofrecer ningún argumento serio. Sin embargo, hay un obstáculo notable que procede de la misma cristiandad. Se trata del ateísmo latente del creyente medio, adormilado en su tontorrona buena conciencia que se ahorra la conversión del corazón". Según Evdokimov, "esta forma poco actual de vivir una fe abstracta, profana el nombre de Dios". En otras palabras, es el apoltronamiento de la vida muelle y cómoda, de la reducción de horizontes hasta el mero bienestar material, lo que atenaza al hombre en la creencia de que no hay nada mejor que la vida burguesa. Es, en definitiva, un mundo sin esperanza en el que la Navidad, por su misma esencia, resulta discordante.
Por el contrario, la propuesta afirmativa de la Navidad y esa llamada misteriosa que nos pide ser un poco mejores, aunque sea por unos momentos, es una demostración clara del poder renovador de la Navidad. En el Apocalipsis Dios dice "he aquí, yo hago nuevas todas las cosas", una afirmación extrapolable a la totalidad del mundo. Por eso cada flor que brota, cada rayo de sol naciente y, en definitiva, cada vida que se afirma y abre paso es también un poco Navidad como esperanza viva de que todo puede ser de otra manera. Quizás no haya nada más confortante sobre la faz de la tierra y quizás sea ésta la razón por la que la Navidad nace para todos, también para esos a los que ciega su soberbia y que la combaten con denuedo.
Así que hoy no hay lugar para la recriminación ni la enemistad porque todos, absolutamente todos, anhelamos en lo más profundo de nuestro corazón la esperanza de que lo bueno y lo verdadero siempre triunfen en este mundo, como testimonió hace dos mil años Dios mismo encarnado en el humilde hijo de un carpintero de Galilea. Hagámonos pues humildes y deseemos hoy a todos una muy feliz Navidad.
http://www.elsemanaldigital.com/blog...49&idautor=008
Aquí corresponde hablar de aquella horrible y nunca bastante execrada y detestable libertad de la prensa, [...] la cual tienen algunos el atrevimiento de pedir y promover con gran clamoreo. Nos horrorizamos, Venerables Hermanos, al considerar cuánta extravagancia de doctrinas, o mejor, cuán estupenda monstruosidad de errores se difunden y siembran en todas partes por medio de innumerable muchedumbre de libros, opúsculos y escritos pequeños en verdad por razón del tamaño, pero grandes por su enormísima maldad, de los cuales vemos no sin muchas lágrimas que sale la maldición y que inunda toda la faz de la tierra.
Encíclica Mirari Vos, Gregorio XVI
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