Hace unos días comenzó un terrible incendio en la parte más occidental de la Sierra de Guadarrama (Madrid). Comenzó en tres puntos simultáneamente, cuatro según otras informaciones, perfectamente coordinados y con clara intención de causar el mayor daño y todos los indicios apuntan a que se usó gasolina como acelerante. No dejo de preguntarme qué puede inducir a un individuo o varios a proceder de ese modo. La catástrofe ha afectado a tres municipios, uno de ellos celebraba el último día de sus fiestas patronales, que se caracterizan por ser lugar de residencia estacional, tanto veraniega como de fin de semana, a no más de 70 kilómetros de distancia de la aglomeración madrileña. Su vida cotidiana es la de unas siete mil personas que se dedican a múltiples actividades, y entre las que las relaciones son habitualmente respetuosas y cordiales.
Y un día aparentemente normal, unas columnas de humo pequeñas al principio anuncian un tremendo drama, aunque nadie lo intuye en esos momentos. La gente es confiada, desde luego, hubo muchos que vieron aquello y no se decidieron a dar la alarma, al contrario sacaron sus cámaras y fotografiaron aquellas columnas no mayores inicialmente que las que pueden salir de una chimenea encendida en invierno. Sin embargo, dos horas más tarde el fuego era incontrolable y una hora después ante la imposibilidad de controlar los puntos en los que aparecían las llamas, se decretó la "Alerta 2". Los helicópteros habían llegado antes en número de ocho unidades y trabajaban a destajo arrojando agua que obtenían de una piscina municipal y de otra de un camping con una capacidad de 1.000 metros cúbicos. Era imposible, bomberos, agentes forestales, Guardia Civil, policía local, incluso animosos voluntarios que quedándose en sus casas sacaban sus mangueras de jardín. Finalmente, fue necesario el concurso de cuatro hidroaviones y una Unidad Militar de Emergencias, y así hasta un total de unos 650 efectivos. Incluso se solicitó la presencia de la Policía Nacional, y de servicios de la Comunidad colindante de C.L.
Sin duda contribuyó sobremanera a la rápida expansión del fuego el tipo de vegetación dominante en este entorno geográfico. Pinos piñoneros en abundancia, enebros, retama, jaras y la tontería humana: demasiadas arizónicas tupiendo las vallas de los jardines de los chalets. Todas especies que son yesca por si mismas y si añadimos el hecho de una larga temporada sin ver una gota de agua, con tres olas de calor extremo y sequedad hicieron el resto, pues el campo no era campo, sino rastrojos y paja.
Más de dos mil personas desalojadas de sus casas, dos residencias de ancianos evacuadas a centros deportivos improvisados para acoger a refugiados, y un convento de clausura que abrió temporalmente sus puertas para dar cobijo a muchas personas que iban con lo puesto. Protección Civil, la Cruz Roja y las monjitas de La Caridad, se portaron extraordinariamente bien con los afectados. Pese a que en el ambiente había no sólo humo negro y cenizas, sino ira contenida, nadie puso una mala cara, nadie gritaba, los que podían ayudaban a quienes por la edad o por otros impedimentos no podían valerse por si mismos. Nadie preguntaba "¿y tú qué ideas tienes? o ¿crees en Dios o eres ateo?. No, en esos sitios de refugio improvisados sólo importaba ayudar a los semejantes, al prójimo.
Y lo sé muy bien porque yo soy uno de los desalojados. De mala gana salí de mi casa con una bolsa con cuatro cosas dentro. Tenía la confianza de que nada iba a pasar en ella, como así ha sido, pero me vi obligado a meterme en uno de mis dos coches. Para el otro busqué un lugar junto a un muro de piedra en el que no había arizónicas, ni pinos en los alrededores, esperando que si el fuego hacía acto de presencia no se dirigiese hacia tal punto sin nada que quemar. Me dí cuenta de que abandonar tu casa de ese modo produce una enorme tristeza, la mía está asegurada, pero no pensaba en eso sino en los recuerdos, los pequeños objetos que señalan momentos de nuestras vidas, los libros antiguos que si se pierden nunca se recuperan, las fotografías, algunos muebles. Ahora soy más consciente de lo que supone que algo que no puedes controlar o enfrentar --guerras, catástrofes, epidemias--, te obligue a abandonar tu pequeño mundo del día a día, del conjunto de tus relaciones en tu entorno y piensas en cuanta gente hay así en el mundo.
No se ha producido ninguna tragedia gracias a Dios. No ha habido víctimas inocentes causadas por la barbarie de uno o varios desgraciados de los que se ignora su identidad por el momento y de lo que tienen en la cabeza que, en mi opinión, están llenas de nada y de maldad. Pero si se han producido daños morales, daños psicológicos, daños sociales, daños materiales y daños medioambientales. Y, además, parte de esos daños son heredables durante generaciones. Los montes quemados han quedado como paisajes lunares, da la sensación de que ha ardido hasta el granito, las partes habitadas han sufrido daños en sus jardines, pero las casas se han librado. Uno se queda asombrado cuando un chalet se ve rodeado de un fuego impresionante por los cuatro costados y a la casa no le sucede nada. Pero mientras sucede lo que muchos llegan a pensar que ha sido un milagro, ves el derrumbamiento de los miembros de la familia propietaria porque piensan que sus vidas se están quemando allí delante de sus miradas estupefactas.
Yo no me puedo quejar, casi no me atrevo a abrir la boca porque "mis" daños se han reducido a las molestias de un desplazamiento forzoso de cuarenta horas y a haber estado casi cinco días sin teléfono y sin Internet. Doy gracias a Dios por ello, pero sigo sin entender que pretendía el autor o los autores con esto. Desde luego, si los encuentran habrán firmado su porvenir para siempre, aunque no sea más que con las indemnizaciones y el coste de la operación de apagar el fuego. Y si logran escapar a la justicia, sólo espero que si les queda un pellizco de conciencia, ésta les amargue el resto de sus días.
Hoy, a seis días del comienzo del horror, sigue habiendo puntos calientes y sin acabar de estar apagados y fríos. Y yo nunca olvidaré lo que he vivido.
"He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.
<<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>
Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.
Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."
En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47
Nada sin Dios
Imperium Hispaniae
"En el imperio se ofrece y se comparte cultura, conocimiento y espiritualidad. En el imperialismo solo sometimiento y dominio económico-militar. Defendemos el IMPERIO, nos alejamos de todos los IMPERIALISMOS."
Precisamente el día del incendio cruzaba yo la sierra camino a Segovia, cuando reparé en la marea de nubes rojizas y la columna de humo que emergía de los pinares me quedé impactado. No sabía muy bien si el fuego era provocado o si se debía a un mero accidente. En el pueblo donde vivo también ocurrió algo similar hace ya sus seis buenos años. Un pirómano hermano de un conocido y querido tabernero, prendió parte de la iglesia en llamas de otra aldea aledaña y después la tomó con el bosque de quejigos que tenemos en nuestro valle, que ardió como un hereje en un auto de fe.
A mí tampoco me pasó nada, al igual que a Valmadian (gracias a Dios), pero siempre me quedará el recuerdo de esos árboles retorcidos chamuscados, calcinados, de la gente desalojada que ve cómo en un instante pierden todo aquello que han logrado reunir a costa del sacrificio y del trabajo de toda una vida. Es una tragedia. Sin embargo, hace poco, volví a visitar en uno de mis paseos diarios al monte la zona quemada, y descubrí con alegría los primeros matorrales y brotes verdes que ya han vuelto a germinar. Aunque al área boscosa aún le queden años para recuperarse.
Tampoco logro entender cómo una persona en su sano juicio iba a querer poner en llamas un bosque entero, o quemar casas. Pero luego recuerdo que este tipo de seres ni son cabales ni tienen muchas luces, y que generalmente están repletos de complejos de trastornos piscológicos y de manías que les hacen obrar así. Una pena que nunca piensen en quemarse ellos primero, así nos ahorran el disgusto a los demás.
En fin, demos gracias de nuevo a Dios de que no ocurrió nada más.
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