Liberalismo secular (y conservatismo)
El inminente colapso de los Estados Unidos se manifestaba en la condición inmoral y tumultuosa del país: en la bancarrota moral de su política (incluyendo especialmente las violaciones de la ley moral, esto es, la financiación de la contracepción y la legalización del aborto); en el fracaso de ganar y luchar de manera justa en Vietnam; en la secularización de la educación; en las rebeliones estudiantiles; en el incremento del crimen; en la práctica de una economía inmoral; y en el conflicto racial inundando las ciudades, todo lo cual era expresión de pecado y desesperación. Tan decadente creían los editores [
Nota mía. Los editores de Triumph] que era el orden liberal secular que ellos predecían confiadamente su colapso en Junio de 1968: “Cualquiera que no sea consciente de que la República liberal está llegando, y que podría ser cuestión de meses, como mucho de unos pocos años, antes de que la destrucción nos sea visible, es que es lo suficientemente insensato”, acusaban ellos, “como para esperar que se le pueda hacer llamar a una conversación aprovechable.” [3]
El colapso radicaba en la cosmovisión liberal secular, que secularizaba al hombre y a la mujer y a su mundo. Los editores escribían:
La afirmación central del liberalismo… es que el hombre existe por su cuenta. Su vida personal no es dependiente de, ni responsable hacia ninguna Autoridad externa, ni tampoco lo es, en su propia esfera, el orden público que él construye. De ahí se sigue, como antídoto necesario contra la desilusión y la desesperación, que la vida humana y la sociedad humana son perfectibles por la acción del hombre. Pero el hombre, por sí mismo, no puede funcionar en el terreno de la materia. Es por ello que esa búsqueda, a su vez, requiere de la experimentación bajo el criterio de la utilidad; de ahí el famoso pragmatismo americano que puede, en algunas circunstancias, aconsejar un individualismo tosco y una autoconfianza, pero en otras, recurrir a la colectividad o al apoyo de la tecnología. Aún más, el liberalismo reconocía que la materia podría no serlo todo y así anima al hombre a alargar su mano hacia el espíritu: hacia la verdad, entendiendo con esto, sin embargo, que el alcance de un hombre es igual de bueno que el que tenga otro (….relativismo), y entendiendo en consecuencia que cualquier afirmación de la Verdad debe ser negada (…nihilismo). [4]
En resumen, el liberalismo secular, “el credo Americano”, era “una revuelta contra Dios.” [5]
La agitación y desorden del final de la década de los ´60 estalló, creían los editores, a consecuencia de un rechazo hacia Dios. Si el hombre y la mujer ya no conocían más a Dios, entonces entraban en desesperación, porque no vivían ya más en consonancia con su verdadera existencia orientada a Dios y con el propósito de conocer, amar, servir y glorificar a Dios; y si el hombre y la mujer ya no creían más en Dios, entonces ya no quedaban sujetos por más tiempo a Él. Si ya no se conectaban más con Dios y, así, quedaban refrenados por Él –lo cual significa, en última instancia y más profundamente, una contención interna– entonces necesitarían, a consecuencia de una concupiscencia persistente, una mayor contención externa. Incluso los gobernantes liberales seculares, en tanto que parecían no estar dispuestos a reafirmar el orden, habían perdido la fe en su cosmovisión, pues la agitación y el desorden eran tanto el resultado como el rechazo de su fe liberal secular y, concluían los editores, ellos “no
deseaban gobernar ya más.” [6]
Los gobernantes liberales seculares habían gobernado apaciguando al hombre y a la mujer: negando su naturaleza tendente al pecado (localizando la fuente del error político y social fuera de ellos) y centrándose en satisfacer sus apetitos materiales. [7] El hombre, ahora barbarizado (la “visión ortodoxa de los liberales seculares es,” apuntaba John Wisner lacónicamente, “que ellos son hijos de los monos”) y padeciendo hambre de Dios (“la Palabra de Dios le es igual de necesaria que su pan diario,” añadía), volvía al estado salvaje. [8] La trayectoria de una América liberal colapsándose y sin Dios suponía, pues, el desorden y, en consecuencia, probablemente la esclavitud a través de algún tipo de estado policial. “Parece que tenemos sólo dos opciones: o un estado policial, que apuntaría las bayonetas por nuestra propia seguridad contra las navajas callejeras; o la ley de la jungla, llevada a cabo por ciudadanos enfurecidos e indignados,” escribían los editores, “que se tomaran la justicia, que una vez respetaron, por sus propias manos y arrojaran a un lado el orden para combatir el terror y la tiranía de la anarquía.” [9] “En todas partes, a medida que la religión ha decaído, las fuerzas policiales se han incrementado,” escribía Wisner; “Si los hombres no mantienen el orden ajustándose ellos mismos a la voluntad de Dios, entonces ellos serán forzados a la voluntad de Dios por medio del estado servil o policial.” [10] “Toda autoridad en la tierra proviene de Dios,” escribían los editores. [11] “Que no se crea en eso (o se ignore), y entonces se podrá poner a un policía en cada esquina, se podrá encerrar a cada delincuente durante toda su vida natural, se podrá deshacerse de cada juez permisivo en el país… pero,” por desgracia, argumentaban, “no se tendrá ni ley ni orden. Lo que se tendrá será un estado policial.” [12] La América liberal, “entrando en un invierno”, era realmente una “tierra condenada.” [13]
Aún así, ese sufrimiento era instructivo; se trataba, lo creían los editores, de un castigo por rechazar a Dios. Para ganar la misericordia de Dios, América debía “inclinar su rodilla.” [14] Era también, pues, una llamada a “limpiar y purificar”: a “intentar de nuevo renovar el mundo en Cristo.” [15] Además de un posible estado policial o de una ley de la jungla, había una “tercera opción”, recordaban los editores a sus lectores, “San Pablo habló de ello a los Romanos hace dos mil años: ´Cristo es el fin de la ley para la justicia para todo el que cree´”. [16] Si la fuente de la agitación y el desorden era el pecado y la desesperación, Dios era la fuente del orden y de su cumplimiento y la Iglesia Católica Romana –la “Iglesia que Jesucristo fundó para continuar Su redención– era “la luz de las naciones, el único refugio,” la esperanza para la renovación, esto es, era el verdadero camino para la gracia de Dios y la salvación; la “Iglesia”, escribían los editores, “será llamada para formar al mundo nuevo.” [17]
Dado que los editores creían que su vocación como Católicos Romanos era la de restaurar el reinado de Cristo en el orden público –un objetivo que quedaba “
fuera” de la dialéctica ideológica americana– ellos no se alineaban con la Derecha. [18] El conservatismo, que ellos entendían principalmente como liberalismo clásico, no sólo era incapaz de renovar a América, sino que era, igual que el liberalismo secular, la causa de su decadencia, porque, como argumentaba L. Brent Brozell, no había ninguna “dicotomía esencial” entre ellas; ambas eran simplemente ramas distintas del árbol liberal clásico. [19] (Los editores favorecieron al ala tradicionalista del movimiento predominantemente conservativo liberal clásico. Bozell admitía que existía “una sima profunda” entre ellos y que él prefería a los primeros “por su reverencia esencial hacia la historia, especialmente aquella parte de la misma en la que Dios ha estado en ella desde la Encarnación,” aunque advertía a los tradicionalistas de “alejarse del peligro de deslizarse dentro del positivismo, dentro de una desordenada amistad entre lo que
es y lo que
fue, y, así, del peligro de olvidar que Cristo vino para transfigurar la historia.” [20]).
Bozell concedía que los conservatistas liberales clásicos habían preservado más del “ideal del” liberalismo “del siglo XIX”, el cual había puesto su énfasis en una “autorrealización”, que “reconocía la dimensión espiritual”, que le había preservado de convertirse, como al liberalismo secular, en “un ideal exclusivamente materialista, preocupado en la riqueza, el sexo, y en demás placeres concomitantes.” [21] Sin embargo el liberalismo clásico todavía tendía hacia el materialismo, “dado el ideal madre de la autorrealización”, que “emergió como una noción moderna, esencialmente anticristiana, a partir del Renacimiento, la cual consistía”, escribía Bozell, “en la realización de lo
natural en uno mismo, a expensas de lo sobrenatural en uno mismo; tiende a concentrarse en los
físico de uno mismo, en los apetitos de la materia. Esto es porque la naturaleza caída del hombre, no auxiliado por la gracia, tiende a la animalidad.” [22] Su más fatal fallo no era su materialismo resultante sino el énfasis radical en la autorrealización; aún incluso el reconocimiento de la dimensión espiritual fue predicada bajo la asunción de que aquello “podía sostenerse, así como imponerse una disciplina moral, por la sola fuerza del individuo.” [23] La autorrealización –realmente una “idea precristiana” remontable hasta “Adán”– fue, apuntaba Bozell, el pecado de “afirmar y reafirmar la capacidad del hombre para realizarse a sí mismo por sí mismo; de afirmar y reafirmar su
autosuficiencia. Lo cual es negado por Cristo que dice: sin Mí no podéis hacer nada.” [24]
A consecuencia de este pecado –que era común tanto al conservatismo como al liberalismo secular– la “vida pública, tal y como existe ahora, es un obstáculo enorme para la virtud, por no decir para la salvación. Es un agente feroz de Satán. Por el contrario, la vida pública está pensada para proveer,” instruía Bozell, “incentivos para la virtud y ocasiones para la gracia. Está pensada para ser un lugar donde Dios se encuentre significado en Sus cosas.” [25] El problema central de la sociedad moderna (o de la dialéctica moderna) radicaba en el desarrollo de un universo centrado en el hombre y sin Dios, donde la autosuficiencia de la humanidad fuera absoluta y reinara por encima de Dios: el resultado de lo cual sería un orden social y político desacralizado. La trayectoria sintética hacia esta utopía secular fue el método democrático secular (la tesis) y el método totalitario secular (la antítesis); ambos, aunque a través de medios distintos, buscaban consagrar al hombre y a la mujer como dioses. El liberalismo secular y el conservatismo estaban dentro de la tesis (constituyendo su propia trayectoria secundaria hacia la síntesis como tesis y antítesis respectivamente). Ninguna de las dos ideologías podía trascender esta dialéctica porque ambas rechazaban la “enseñanza cristiana de que el objetivo propio del orden de la vida pública es ayudar a abrir al hombre a Cristo.” [26]
Bozell argumentaba que los conservatistas desechaban los intentos de sacralizar la vida pública por un miedo de, presuntamente, “intentar moldear la Ciudad del Hombre haciéndola un reflejo, sin embargo, distorsionado, de la Ciudad de Dios,” pero hacer eso sería abandonar “la Ciudad del Hombre, algo que no hizo el Dios Encarnado.” [27] El hecho de “recurrir a la gran dicotomía agustiniana como justificación para romper los órdenes sacral y secular” era ignorar que aquélla era también una “teoría escatológica”; y, como tal, los conservatistas deben “entender –con Agustín– que el íntegro y único mandamiento de los políticos cristianos es el de hacer llegar a Cristo a los pobres.” [28]
La falta de entendimiento que los conservatistas tienen de la llamada hecha por el Dios Encarnado de Cristianizar la vida pública, así como su consiguiente omisión en hacerlo así, delataba o revelaba no sólo sus raíces liberales clásicas –de que el hombre y la mujer no necesitaban de Dios en la vida pública– sino también, razonaban los editores, suponía una defensa positivista del sistema Americano, que los conservatistas aclamaban por su ingenuo sistema de pesos y contrapesos y su separación de los órdenes temporal y espiritual. Esto último además formaba parte, lamentaban los editores, del moderno
zeitgeist que animaba a la desacralización de los órdenes político y social. Los conservatistas, en su defensa del orden americano, entonces, caían en el peligro de convertirse en historicistas: siguiendo a la historia dentro de una concepción del orden determinista y relativista. En otras palabras, eran culpables de sostener el orden americano como el orden correcto de las cosas por el mero hecho de
estar ahí; y así, lo que ellos consideraban como correcto estaba predestinado por la historia o estaba determinado (pero es Cristo, y no la historia, el juez apropiado de todo orden político y social). Y ya que, en la realidad, la historia está en desarrollo, aquello que se consideraba como correcto porque
estaba ahí podría cambiar, y así, lo que era correcto estaba históricamente condicionado o era relativo. [29]
Los editores de
Triumph consideraban al sistema (un producto del razonamiento liberal secular), como la raíz del problema. El razonamiento que sirvió para constituir la Constitución de los Estados Unidos era erróneo en dos aspectos: se predicó desde un principio que el poder derivaba de los gobernados y que tal poder podía ser controlado o refrenado por medio del “interés propio”. “Igual que la economías de Adam Smith se fundaba en la racionalización Calvinista de que el suficiente egoísmo promovería el bien común”, escribía Bozell, “así también nuestra moral constitucional afirmaba que las tendencias de vanagloria de los hombres que estuvieran ocupando centros de poder rivales proveería de obstáculos recíprocos al desgobierno y la tiranía.” [30] Ambos eran dos errores fatales. El primero se oponía a la enseñanza Católica de que todo “
poder debe proceder de Dios,” y el segundo no preveía la posibilidad de que los intereses de los centros de poder rivales pudieran coincidir. [31] Esto, en efecto, había pasado, argumentaba Bozell; el liberalismo secular, la causa primordial de los males modernos de América, se había convertido en una ideología que lo impregna todo y, así, en una ideología de consenso. Los gobernantes “no serían capaces de dominar el liberalismo secular… porque no tendrían la
autoridad para hacerlo; ninguna autoridad, así es, que trascienda la estructura de poder de la que ellos forman parte. Pues el Cristianismo insiste,” argumentaba Bozell, “no sólo en que Dios es una limitación necesaria sobre la autoridad política, sino también (y aquí está el corazón del asunto) que
no existe ninguna otra limitación.” [32] Su tesis, en resumen: la Constitución era anticristiana. Bozell había ido más lejos que su cuñado, propietario y editor jefe del
National Review, William F. Buckley, Jr., quien escribió como réplica, tomando como referencia al jesuita John Courtney Murray, que “la idea de la Constitución, y en particular de la Declaración de Derechos, era una idea esencialmente Cristiana.” [33]
Poniendo el poder en manos del pueblo en lugar de en las de Dios suponía, en última instancia, calificar a la autoridad y al poder como relativos porque, a pesar de los pesos y contrapesos, el pueblo se sometía a sus circunstancias cambiantes, en lugar de someterse a la autoridad trans-histórica de Dios (tal y como es comunicada a través de la Iglesia Católica Romana), y así dominaba subjetivamente sobre el curso del tiempo y fácilmente anulaba las limitaciones escritas. El sistema político americano –a pesar de la percepción popular– no era, argumentaba Michael Lawrence, un gobierno de leyes, sino de hombres, pero ése no era su defecto; por el contrario, escribía él:
Son siempre los hombres quienes mandan [es decir, ejercen el poder]; y no es tanto los controles mecánicos sobre su poder (el ingenio humano es infinitamente capaz de eludir semejantes obstáculos) como la bondad interior del hombre mismo lo que, en última instancia, determina la bondad de su mandato. Lo más cerca que un sistema político tiene más probabilidad de venir a ser un gobierno de leyes es en aquél gobierno de hombres que están gobernados por una ley que toman como superior a (y, en consecuencia como vinculante sobre) su propia autoridad. [34]
El principal defecto, pues, era la separación que la Constitución lanzaba entre la iglesia y el estado… poniendo el poder en manos del pueblo sin el auxilio de una Iglesia establecida y, de esta forma, separándolos de la principal fuente de la virtud. “La tradición Americana ha invertido los términos de la tradición Cristiana. Dentro de la Cristiandad, el problema de mantener a la gente virtuosa,” explicaba Lawrence, “constituye el problema principal (…) En la tradición Americana, ese problema surge como una cuestión secundaria: la gente debe mantenerse virtuosa porque, si no lo hace, ¿quién mantendrá virtuoso al gobierno?”. [35] “
El defecto en el sistema constitucional,” argumentaba Lawrence, “
era que aquél no veía al gobierno –junto con todas las instituciones sociales y políticas– como alguien destinado a reforzar y apoyar el Cristianismo del pueblo.” [36] El sistema americano establecía un sistema de decadencia moral autoperpetuo. El gobierno no inculcaba a su pueblo la virtud; así, el pueblo –sus mandantes– no se reforzaba en la virtud a través de la pública confesión de fe, se convertía en inmoral y, consecuentemente, así se convirtió también su mando. [37]
Más aún, esta “inversión” implicaba una reversión de “la jerarquía natural del orden político Cristiano: establecía el valor de la religión en función del servicio que pudiera ofrecer al gobierno.” [38] Los padres fundadores creían que el pueblo encarnaría la voluntad de Dios dentro de un sistema, en una u otra forma, neutral; pero este arreglo o disposición, especialmente cuando la virtud del pueblo se corrompía –debido a que el estado no reconocía oficialmente la autoridad de Dios– implicaba que el estado reemplazaba a la iglesia y, por extensión, a la autoridad de Dios. [39] La autoridad del estado o del pueblo, entonces, era absoluta, lo que significaba, ominosamente, como apuntaban los editores, que “el mal del estado es una contradicción en sus términos.” [40] Además en la concepción Católica, todo poder debía considerarse bajo la autoridad de la Iglesia de Cristo: esto es, sujeta a una autoridad externa, objetiva, y de esta forma limitadora del alcance del estado. “Como dijo Lord Acton: ´Cuando Cristo dijo, “Dar al César lo que es del César, y dar a Dios lo que es de Dios”, Él (…) no sólo suministró el precepto, sino que creó la fuerza para ejecutarlo. El cargo de la Iglesia Universal ha venido a ser el de limitar el poder del Estado.´” [41] El sistema Americano, pues, concluía Lawrence, constituyó una “
desviación” o “
descarrilamiento” respecto de la “tradición política Cristiana”. [42] El sistema político Americano nació a partir de” la revuelta liberal contra una política explícitamente Cristiana (…). Ésta es la razón por la que nada puede ser más absurdo”, reprendían los editores a los conservatistas, “que tratar de construir una ideología “conservatista” alrededor de la Reacción; tratar de dar expresión conceptual y permanencia a su contenido actual. Ésa es una receta o bien para la futilidad o bien para el fascismo.” [43]
Los problemas del sistema Americano se agravaban por el pluralismo, la ideología que animaba al sistema Americano. A cualquier punto de vista, siempre y cuando fuera promovido a través de los canales legales, se le garantizaba una voz y un derecho para competir por la legitimidad (o la codificación). Esto constituía un problema para los editores en dos aspectos: primero, representaba una concepción relativista de las ideas políticas, ya que el factor determinante para la legitimación no era su adherencia a la verdad sino su éxito en la competición o en el plebiscito y, más aún, ninguna idea podía dejar de ser objeto de refutación. Segundo, no representaba, a diferencia de lo que cree la opinión generalizada (por lo que se va a decir a continuación) un sistema neutral; al contrario, estaba enraizado en la idea de que no había verdades políticas definitivas: por tanto, estaba en contra de la verdad. Como apuntaba Michael Lawrence, la ortodoxia pública del sistema Americano consistía en “que no habrá ninguna ortodoxia pública (…). La conciencia Americana admite –literalmente, como hipótesis– cualquier lado de cualquier cuestión.” [44] Esto era especialmente problemático para los Católicos, los cuales proclamaban una ley moral eterna: vinculante para todos los pueblos y todos lo gobiernos, que era absoluta; y no relativa y, consiguientemente, no debatible o refutable, sino más bien insuperable. [45]
[3] Editores, “Present Imperfect: The Autumn of the Country,”
Triumph 3 nº. 6 (Junio, 1968): 7. Los editores escribieron lo siguiente acerca del orden liberal secular: “Había comprometido al país a una guerra desastrosa que, primero, no se ganaría o no se podría ganar, que más tarde no se podría sostener, y que ahora no se podría terminar de manera segura ni honorable. Internamente, estaba acosada por los conflictos civiles y las pasiones sociales que no podría ni mitigar ni controlar. Las ciudades natales estaban alternativamente en ebullición o deprimidas, y en todo estado de ánimo se estaba reapoderando rápidamente un completo boato de barbarie. Todos los lazos sociales necesarios entre razas y clases y generaciones se estaban disolviendo. Los dioses, la ciencia y la tecnología del sistema, ya no eran amados por más tiempo. Sus artes, en concordancia, se habían vuelto cínicas y brutales. El
establishment educacional del país, las reconocidas como piedras angulares del sistema, eran un puro caos y ruinas de los pies a la cabeza. Los niveles morales del país, habiendo sido sacrificados a la ideología de la libertad del sistema, simplemente habían desaparecido. Las iglesias del país, que una vez proporcionaron estabilidad espiritual al sistema, habían sido absorbidas, desde hacía tiempo, por el sistema; ahora no eran más que meros edificios que proporcionaban acústicas especialmente intensas para los vientos de la desolación espiritual que estaban marchitando a este árido sistema.” Editores, “60,000,000 x 0 = 0”,
Triumph 2 nº. 12 (Diciembre, 1968): 41.
[4] Editores, “Present Imperfect: The Autumn of the Country”, 9.
[5] Ibid.
[6] Ibid., 7. Un signo de este colapso de voluntad, creían los editores, era el ataque hacia la pena de muerte. El
staff de
Triumph encargó a un Jesuita, Thomas J. Higgins, que articulara la defensa de la ley natural de la pena capital. Él escribió: “Lejos de prohibir la pena capital, la ley moral natural la permite. Si el hombre viviera ahora en la condición de justicia original donde nadie se viera afectado por la concupiscencia, el estado no necesitaría el poder de la espada. Pero, puesto que vivimos en un mundo donde muchos hombres son malos e injustos, hay necesidad de la fuerza para defender el derecho. Es razonable que la fuerza sea empleada para oponerse a la fuerza y cuando los hombres actúan como bestias pueden ser coaccionados como lo son las bestias. El ejercicio de la coerción en defensa del derecho privado se encomienda a la sociedad, pero en ciertas circunstancias bien definidas en donde la autoridad civil es incapaz o no está dispuesta a proteger a uno, un individuo puede matar al injusto agresor en defensa propia El estado tiene ese mismo derecho, por lo que la pena capital es una aplicación por el estado del derecho de defensa propia. Pero es más aún. Es la protección del orden jurídico del cual la autoridad civil es la guardiana pública. El estado puede separar de la sociedad, de una vez por todas, a un malhechor de quien juzga ser una amenaza. Esto es tanto una medida de defensa propia como un reparto de la pena merecida” Thomas J. Higgins, S.J., “Why the Death Penalty”,
Triumph 8, nº. 2 (Febrero, 1973): 21. También, véase Editores, “Present Imperfect: The Merciful Penalty”,
Triumph 3 nº. 8 (Agosto, 1968): 9-10; Editores, “Present Imperfect: Justice is Truth”,
Triumph 4 nº. 1 (Enero, 1969): 10.
[7] Frederick D. Wilhelmsen, “In Defense of Sin”,
Triumph 1 nº. 1 (Septiembre, 1966): 12-15; y Editores, “America is a Crime Wave”
Triumph 2 nº.7 (Julio, 1967): 13-14.
[8] John Wisner, “Wisner´s World: The Ideal Man”,
Triumph 2 nº. 10 (Octubre, 1967): 27; John Wisner, “Political Aspects of Solzhenitsyn´s Exile”,
Triumph 10 nº. 5 (Mayo, 1975): 12.
[9] Editores, “The Land of the Sacred”,
Triumph 2 nº. 6 (Junio, 1967): 46.
[10] John Wisner, “Wisner´s World: Maintaining Order”,
Triumph 3 nº. 1 (Enero, 1968): 24.
[11] Editores, “Present Imperfect: Santa for Vice-President”,
Triumph 9 nº. 9 (Noviembre, 1974): 9.
[12] Editores, “Present Imperfect: What Prisons Are For”,
Triumph 9 nº. 9 (Noviembre, 1974).
[13] Editores, “The Sickness of the West”,
Triumph 9 nº. 6 (Junio, 1974): 46; y Editores, “Present Imperfect: Merry Christmas”,
Triumph 6 nº. 10 (Diciembre, 1971): 7.
[14] Editores, “Present Imperfect: The Autumn of the Country”, 9.
[15] Ibid.
[16] Editores, “The Land of the Sacred”,
Triumph 2 nº. 6 (Junio, 1967): 46.
[17] Editores, “The Sickness of the West”,
Triumph 9 nº. 6 (Junio, 1974): 46; y Editores, “Present Imperfect: Rerum Futurarum”,
Triumph 6 nº. 7 (Julio, 1971): 7. Para otros artículos sobre la decadencia de la América liberal secular (y de la civilización moderna en general), y de su inminente colapso, véase George A. Smathers, “Business and the Crime Wave”
Triumph 2 nº. 7 (Julio, 1967): 10-12, 14; Editores, “Red Paper Tiger”,
Triumph 2 nº. 9 (Septiembre, 1967):38; Editores, “Present Imperfect: Moynihan on Cities”,
Triumph 2 nº. 12 (Diciembre, 1967): 7; Editores, “The End of the City”,
Triumph 2 nº. 12 (Diciembre, 1967): 37; John Wisner, “Wisner´s World: The Transfer”,
Triumph 3 nº. 7 (Julio, 1968): 34; John Wisner, “The Fall of the Liberal Republic”,
Triumph 3 nº. 8 (Agosto, 1968): 11-14; Editores, “Present Imperfect: Outlawing Adam and Eve”,
Triumph 4 nº. 1 (Enero, 1969): 7-8; Editores, “The Conspiracy Against Justice”,
Triumph 4 nº. 4 (Abril, 1969): 41; John Wisner, “Wisner´s World: The Power of the Press”,
Triumph 4 nº. 5 (Mayo, 1969): 17; Gary Potter, “Potter´s Field”,
Triumph 4 nº. 5 (Mayo, 1969):27; Editores, “Yes. Or No.”,
Triumph 5 nº. 10 (Octubre, 1970): 41; Editores, “Present Imperfect: In Search of Law and Order II”,
Triumph 6 nº. 4 (Abril, 1971): 6; Editores, “Present Imperfect: Prayer of the Nation”,
Triumph 6 nº. 11 (Noviembre, 1971): 9-10; Robert A. Miller, “The Rule of Demons”,
Triumph 7 nº. 2 (Febrero, 1972): 11-16; Editores, “An Idea Whose Time Has Come”,
Triumph 7 nº. 3 (Marzo, 1972): 45; Editores, “The Unassimilable R. C.”,
Triumph 7 nº. 7 (Julio, 1972): 45; Editores, “A Lenten Meditation”,
Triumph 8 nº. 3 (Marzo, 1973): 45; Francis Canavan, “Individualism and the Malaise of Modernity”,
Triumph 8 nº. 8 (Octubre, 1973): 22-25; Editores, “Present Imperfect: Race and Creed”,
Triumph 8 nº. 10 (Diciembre, 1973): 8-9; Editores, “Present Imperfect: Why Do the Pundits Rage”,
Triumph 9 nº. 7 (Julio, 1974): 7; Editores, “Liberal Despair, Christian Hope”,
Triumph 9 nº. 7 (Julio, 1974): 45; Gary Potter, “Privacy Invasion: Part I”,
Triumph 9 nº. 9 (Noviembre, 1974): 11-16, 44; Gary Potter, “Privacy Invasion, Part II: Mastering Our Realitiy”,
Triumph 9 nº. 10 (Diciembre, 1974): 26-30; y Editores, “Brit Flap”,
Triumph 10 nº. 8 (Octubre, 1975): 4.
[18] Frederick D. Wilhelmsen, “Transcending the Dialectic”,
Triumph 4 nº. 9 (Septiembre, 1969):16. Explicando la obra de Francisco Canals Vidal y de Donoso Cortés, Wilhelmsen advertía que la dialéctica moderna, que brotó a partir del “funesto genio de Hegel y del amargo resentimiento de Marx”, insistía “en reexaminar la realidad en términos antagonistas. El orden del ser no es ya la orquestación de la pluralidad dentro de la unidad”, explicaba detalladamente Wilhelmsen, “sino un campo de batalla en donde la distinción conceptual es endurecida y habituada a la oposición existencial… En nuestro tiempo este hábito de ver toda realidad como una tesis, destinada a encontrar su antítesis, ha dado nacimiento a la filosofía de la Revolución perpetua… La ley de la vida es una guerra, y la destrucción perpetua de las diferencias existentes en nombre de una uniformidad nihilista es, más que una meta para lograr, el imperativo de un espíritu que mira hacia a el otro como un ser hostil.” (16) La visión Católica trasciende la dialéctica debido a su conocimiento analógico de la relación entre el Dios Trinitario y el hombre (y, de esta forma, la verdad de la existencia o del ser). “Si Dios es sólo Uno en Tres seres, y es sólo Tres en Un ser, entonces Su creación encuentra su unidad a través de su misma diferenciación. Lo Real,” declaraba Wilhelmsen, “no está gobernado por el Monismo (…) que se establece para aplastar un pluralismo concebido antagónicamente”. (17) El objetivo de cualquier política Católica verdadera, pues, debe ser restaurar un orden político basado en esta “suprema ley del ser”: “restaurar la soberanía de Cristo en nuestro sangrante mundo.” (17) Bajo el reinado de Cristo, el hombre vivía en consonancia con su verdadero ser y no en oposición a una existencia diferenciada, sino en unión con ella a causa precisamente de su diferenciación. El mal no era una oposición, porque no era “nada en el ser”, escribía Wilhelmsen, aquél era “la ausencia o carencia de algo debido, la laceración del Bien… El mal ´es´ solamente por el hecho de alimentarse del ser.” (17)
[19] L. Brent Bozell, “Letter to Yourselves”,
Triumph 4 nº. 3 (Marzo, 1969): 12. Siendo la diferencia entre ambas, creía Bozell –al margen de debates superficiales sobre el nivel apropiado de intrusión gubernamental en la economía–, una de eficacia en el orden político y social. El liberalismo secular constituía la ideología consensual de América, mientras que el conservatismo se presentaba como un contendiente advenedizo.
[20] Bozell, “Letter to Yourselves”, 13. Las palabras en cursiva son de Bozell. Los colaboradores de
Triumph criticaban tanto a Edmund Burke –el padre intelectual de los conservatistas tradicionalistas– como a Russell Kirk, el principal y preeminente tradicionalista Americano. Richar C. Schenk argumentaba que la excesiva “oposición a gobernar mediante una teoría abstracta” por parte de Edmund Burke, negaba que el hombre tuviera acceso a “doctrinas metafísicas” y descartaba la posibilidad de conocer “lo absoluto en los campos de la moral o de la política”. (15, 16, 17). La excesiva dependencia de Burke sobre lo empírico le hizo, paradójicamente, afirmaba Schenk, “ser un hombre no tan inusual de la Ilustración.” (17) Richard C. Schenk, “Edmund Burke: Hombre de la Ilustración,”
Triumph 6 nº. 7 (Julio, 1971): 15, 16, 17. El colaborador James Fitzpatrick, en una recensión del libro de Kirk
The Roots of the American Order, reprendió a Kirk tanto por su hostilidad a la implantación de verdades metafísicas en la acción de gobernar –un prerrequisito, por supuesto, para el estado confesional– como, subsiguientemente, por la alabanza que Kirk hace del sistema Americano, el cual ingeniosamente separó la acción de gobernar del orden metafísico. James Fitzpatrick, “Is Conservatism Enough?”
Triumph 10 nº. 3 (Marzo, 1975): 18-21. También, véase Robert W. Fox, “Arts and the Age: A Christian Humanism”,
Triumph 4 nº. 9 (Septiembre, 1969): 34-35; y Russell Kirk, “Catholic Yankee: Resuscitating Orestes Brownson”,
Triumph 4 nº. 4(Abril, 1969): 24-26.
[21] Bozell, “Letter to Yourselves”, 13.
[22] Ibid., 13-14.
[23] Ibid., 13.
[24] Ibid., 14.
[25] Ibid., 14.
[26] Bozell, “Letter to Yourselves”, 14.
[27] L. Brent Bozell, “Politics of the Poor (Letter to Yourselves, Part II)”,
Triumph 4 nº. 4 (Abril, 1969): 13.
[28] L. Brent Bozell, “True Sin, True Myth”,
Triumph 7 nº. 1 (Enero, 1972): 16. En relación a los “pobres”, Bozell no sólo estaba hablando de los desfavorecidos económicamente, sino también de los pobres en el espíritu. Los editores del
National Review rechazaban el análisis de Bozell sobre la América contemporánea motejándolo de “mórbido” y “maniqueo” así como sus remedios los tachaban de “angélicos” y propio de “amotinados” y, de esta forma, “incorrectos” y “ciertamente anti-conservatistas”. “Tenemos, en América, lo que tenemos”, escribían ellos, “No es lo que deberíamos tener, pero tampoco es tan malo como lo que podríamos tener. Rechazar incluso a la América contemporánea considerándola como un vasto complot contra la supervivencia de nuestras almas eternas es algo maniqueo y aburrido.” L. Brent Bozell, “Letters from Yourselves”,
Triumph 4 nº. 6 (Junio, 1969): 40. Bozell admitía el cargo que le hacían de ser anti-conservatista, pero apuntaba que una “
visión de las cosas que insiste en traer de vuelta a Dios al mundo y a los asuntos de los hombres, haciéndoLe visible y resplandeciente en nuestra vida pública, puede ser algo aburrido pero no es de ninguna manera, queridos míos, algo maniqueo. Muchos mantienen a Dios en su Cielo, incluso cuando el mundo moderno Le aleja metiéndoLe en sus iglesias, e incluso cuando el periodismo moderno Le encaja de vez de en cuando dentro de una página de ´religión´. En Triumph
pensamos que es un gran regocijo y alegría, y que promete un futuro enormemente excitante, y que llena todo tipo de vacíos, el hecho de hacerLe derramar por todas partes.” Bozell, “Letters to Yourselves”, 40. En una entrevista de 1971, Bozell expresó que él estaba consternado por la suposición del público de que él estaba todavía ligado a Buckley y a la corriente principal del conservatismo. “Resulta un
handicap ser el cuñado de William F. Buckley”, remarcaba Bozell, “porque la gente está bajo la suposición de que yo comparto sus visiones. No lo hago. Él representa el ala derecha del
establishment. Yo me considero a mí mismo fuera del
establishment.” Alvin Rosensweet, Pittsburgh Post-Gazette, 24 de Abril de 1971.
[29] Los conservatistas habrían argumentado, como apuntaba John Crosby, que la tradición ayuda a producir como resultado la ley moral y el orden correcto de la cosas. Crosby argumentaba que la Civilización Occidental puede producir como resultado algo de la ley moral, pero que no era, escribía Crosby, una “
parte real de la Civilización Occidental”; si bien “La sociedad y la historia influencian profundamente nuestro conocimiento de la ley moral… ellas no son, sin embargo, la matriz de la ley misma, pues en su ser trasciende a ambas.” John Crosby, “The Odd Couple: ´Conservatism´ & ´The West´”,
Triumph 10 nº. 4 (Abril, 1975): 17. Bozell, que una vez escribió que la Civilización Occidental fue la “Civilización de Dios”, admitía que si bien era “cierto que Cristianismo y civilización no podían permanecer separadas la una del otro; no podían estar separadas si se había de tener un pueblo Cristiano”, sin embargo era igualmente cierto, escribía él, “que el Cristianismo no es una civilización, y no puede ser identificado con ninguna civilización, pasada o futura”. “Una vez escribí un artículo”, confesaba él, “argumentando que la Cristiandad Occidental era la ´Civilización de Dios´. Estaba equivocado en eso.” Bozell, “Politics of the Poor (Letter to Yourselves, Part II)”, 14. Las “verdades de Occidente son verdaderas”, escribían los editores de
Triumph, “no porque el Occidente las haya podido sostener, sino porque fueron dadas por el Cristianismo que es el custodio de la Verdad.” Editores, “Present Imperfect: Why Gays Make Hay,”
Triumph 9 nº. 7 (Julio, 1974): 10. Crosby apuntaba que depender de, o confiar en, la tradición propia como la única autoridad moral era algo particularista y, de esta forma, relativista. La ley moral trasciende a la cultura. Si no fuera así, explicaba él, entonces el “sistema de prisiones del Gulag ya no sería por más tiempo simplemente algo erróneo, pues criticarlo supondría una afrenta hacia la tradición Rusa. El aborto ya no sería algo malo en sí mismo; la posición más fuerte que a uno se le permitiría mantener contra aquél sería la de considerarlo como algo antiamericano. El aplastamiento de la Revolución Húngara ya no sería algo injusto, sino que simplemente se consideraría como un golpe contra la identidad de la cultura Húngara. Los mártires Cristianos en los países comunistas no serían ya hombres que obedecieran a Dios en lugar de al hombre, sino que acabarían siendo algo mucho menos de lo que habíamos pensado: simplemente serían leales a la religión de sus padres.” Crosby, “The Odd Couple: ´Conservatism´& ´The West´”, 17. Para otros debates entre los editores y los conservatistas (es decir, el
National Review), véase William F. Buckley, Jr., “Reactions: Death of the Constitution”,
Triumph 3 nº. 4 (Abril, 1968): 3-4; Editores, “Present Imperfect: Still the Pope”,
Triumph 4 nº. 11 (Noviembre, 1969): 10; y Editores, “Present Imperfect: The Conservatives´ Pasch”,
Triumph 7 nº. 2 (Febrero, 1972): 7; Editores, “Present Imperfect: Panda to the People”,
Triumph 7 nº. 4 (Abril, 1972): 7; William Marshner, “Contra Gentiles: Turning on the Right”,
Triumph 7 nº. 2 (Febrero, 1973): 31; Editores, “Midszenty´s Triumph”,
Triumph 9 nº. 3 (Marzo, 1974): 45; Editores, “The Dying of Cardinal Danielou”,
Triumph 9 nº. 10 (Diciembre, 1974): 46; Editores, “Present Imperfect: Right Wing Flapping”,
Triumph 10 nº. 3 (Marzo, 1975): 5.
[30] L. Brent Bozell, “The Death of the Constitution”, Triumph 3 nº. 2 (Febrero, 1968): 14. Las palabras en cursiva son de Bozell.
[31] Ibid., 13. Las palabras en cursiva son de Bozell. Él estaba citando de la encíclica de León XIII,
Immortale Dei (1885).
[32] Ibid., 14. Las palabras en cursiva son de Bozell. En respuesta al artículo de Bozell, Charles Rice escribió que “quizá haya llegado el tiempo de rechazar explícitamente las implicaciones que suponen aquí el acomodo que se hace del Padre John Courtney Murray. En lugar de rendir homenaje a la sociedad pluralista, quizá deberíamos enfatizar más fuertemente la degeneración última de una sociedad de ese tipo en la medida en que carece, como ocurre en la nuestra, de un conjunto de limitaciones teológicamente fundadas.” Charles E. Rice, “Reactions: Death of the Constitution”,
Triumph 3 nº. 4 (Abril, 1968): 4.
[33] Buckley, Jr., “Reactions: Death of the Constitution”, 3.
[34] Michael Lawrence, “Pro Multis: There Oughta Be a Law”,
Triumph 6 nº. 1 (Enero, 1971): 15.
[35] Michael Lawrence, “What´s Wrong with the American Myth?”
Triumph 5 nº. 12 (Diciembre, 1970): 19.
[36] Michael Lawrence, “Reactions: The American Myth”,
Triumph 6 nº. 7 (Julio, 1971): 29.
[37] Los editores, pues, no se habrían preocupado ni habrían prestado mucha atención al debate sobre la naturaleza de la Primera Enmienda: en si en ella se prescribía una privación del apoyo oficial del estado (
disestablishment) o en si en ella se establecía un alto muro de separación entre la Iglesia y el estado. Para ellos, aún incluso el caso de la privación de apoyo oficial de la iglesia suponía un peligroso divorcio entre política y religión.
[38] Michael Lawrence, “What´s Wrong with the American Myth?” 19.
[39] Michael Lawrence, “An Inaugural Address”,
Triumph 4 nº. 1 (Enero, 1969): 11-15.
[40] Editores, “Present Imperfect: Democracy: Transitory Meteor”,
Triumph 5 nº. 11 (Noviembre, 1970): 7.
[41] Editores, “Judgment Day”,
Triumph 6 nº. 1 (Enero, 1971): 45.
[42] Michael Lawrence, “Pro Multis: Re: ´Up from Pluralism´”,
Triumph 9 nº. 4 (Abril, 1974): 25; y Lawrence, “What´s Wrong with the American Myth?” 19. También, véase Michael Lawrence, “An Inaugural Address”, 11-15.
[43] Editores, “The Reaction”,
Triumph 4 nº. 8 (Agosto, 1969): 42. “La convicción básica que tenía el país”, argumentaban los editores, “era liberal”. Editores, “Present Imperfect: The Autumn of the Country”, 9.
[44] Michael Lawrence, “Dirty Books Are as American as Cherry Pie”,
Triumph 2 nº. 11 (Noviembre, 1967): 13.
[45] Por ejemplo, véase Michael Lawrence, “Up From Americanism”,
Triumph 3 nº. 9 (Septiembre, 1968): (14-18): Patricia Bozell, “The Wages of Pluralism”,
Triumph 6 nº. 3 (Marzo, 1971): 19; y Michael Lawrence, “The Council´s (Unheard) Message to America”,
Triumph 7 nº. 4 (Abril, 1972): 17-19.
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