Las largas semanas de confinamiento las dedicó a trabajar. Y a mostrarse estupefacto ante la realidad circundante. La suma de uno y otro elemento dio como resultado un humilde homenaje a C.S Lewis, autor de “Cartas del diablo a su sobrino”, solo que invirtiendo De Prada el orden de los corresponsales. Por eso el título de su libro es “Cartas del sobrino a su diablo”. Y aunque el tomito tiene más de crónica mordaz que de ejercicio de apologética, en sus páginas el lector hallará motivos suficientes para la fe, la esperanza y la caridad. No en vano, Orugario y Escrutopo son de esos diablos que creen en Dios… y tiemblan.
No te imagino durante el confinamiento asomándote cada tarde al balcón para aplaudir.
Era estremecedor. No solo los aplausos. Todo lo que sucedió. La idiotización social generalizada, con unos gilipollas en televisión diciéndote cómo había que preparar un bizcocho o bailar un reguetón. Y más grave: los viejos muriendo abandonados y todo el mundo criticando lo mal provistas que estaban las residencias y nadie señalando que el mejor lugar para morir hubiese sido en sus casas, al cuidado de los suyos. Me sigue estremeciendo.
Tampoco te veo diciendo que de esta salimos más unidos, más fuertes, mejores.
Se está probando que es mentira. La plaga del coronavirus ha sido una oportunidad para el mal, para imponer una determinada agenda de ingeniería social, de transformación antropológica, de biopolítica. Es el reinado plutocrático.
¿Y la dictadura bolivariana para cuándo?
La derecha española -cuya variante más fofa es el PP y la más machota, VOX- no tiene ninguna percepción de la realidad, maneja categorías obsoletas de la Guerra Fría. ¿Social-comunista el Gobierno de Pedro Sánchez?
¿No?
¡Si aplica a rajatabla la agenda de la Unión Europea, una institución al servicio del Dinero, con mayúscula! Sánchez ya ha avisado de que la millonada de los fondos de Bruselas se la va a gastar en energías renovables, cambio climático, perspectiva de género… ¿Qué tiene todo eso que ver con Maduro? A Maduro se la pela; no sabe ni lo que es. Situémonos un poco.
Empecemos por el dinero.
Por el Dinero con mayúscula, en alusión evangélica, contrapuesto a Dios.
¿Por qué la precisión?
Porque, si no, esa gente rudimentaria, obsoleta en el manejo de categorías, me acusa de arremeter contra la economía de mercado. ¡Si eso ya no existe, idiotas! El capitalismo hoy es un instrumento transnacional para la destrucción de las economías de los países y la absorción de la pequeña propiedad por los grandes conglomerados; discutirlo es del género tonto.
¿Y ponerle nombres propios al tinglado?
Es absurdo. ¿Soros? ¿Bill Gates? Qué importa. Insisto: es el Dinero con mayúscula, el reinado plutocrático.
Uno de cuyos postulados, según tú, es la renta mínima universal.
Ese es el sueño húmedo de la plutocracia. Un sueño con fecha de caducidad, una idea suicida. Pero qué le importa al Dinero, si se mueve en el corto plazo.
Y en el medio plazo ¿cuáles serán las consecuencias de la medida?
El resentimiento. Los que se queden sin trabajo van a saquear, como alimañas, a los que todavía lo tienen o disponen de unos ahorros o cuentan con una pequeña propiedad.
“Alimaña” no es una palabra menor.
Que el trabajo esté ligado a la expulsión del paraíso no significa que sea una maldición. La naturaleza caída del hombre no se concibe sin trabajar. ¿Alimañas? Peor todavía: bombas de nitroglicerina. Eso son las personas ociosas. La energía empleada en cavar zanjas o soldar tuberías los chavales la van a dirigir a quemar contenedores.
¿Pero qué chaval quiere soldar tuberías, cavar zanjas...?
Otra argucia de la plutocracia: la devaluación del trabajo manual. Nuestros abuelos, incluso nuestros padres, pudieron sacar a sus familias adelante siendo electricistas o carpinteros o agricultores. Hoy no es posible.
Sin embargo, seguimos necesitando luz eléctrica, sentarnos en sillas, comer los frutos de la tierra...
De eso se encargan las multinacionales. ¿Cómo acabas con todos esos oficios? Montando grandes empresas que ofrezcan lo que ellos a un precio más barato. Para eso necesitas mano de obra depauperada.
Los inmigrantes.
Que, no nos engañemos, vienen a hacer los trabajos que los jóvenes no quieren hacer, entre otras cosas, por tratarse de oficios devaluados. Al final, todo se reduce a concentrar la riqueza a favor de los grandes conglomerados, en perjuicio de la soberanía financiera de las naciones.
Empleos precarios, inmigración masiva, barrios a punto de estallar... ¿Añadimos algún explosivo más a la mezcla? ¿La crisis demográfica, por ejemplo?
Chesterton vio de manera clarividente hace un siglo que antinatalismo y capitalismo son la cara y el envés de la moneda. El capitalismo tiene hecho su cálculo de vidas.
¿Qué quieres decir?
Que le sobra mucha gente. Y más que le va a sobrar. La riqueza es la que es. No puedes generar más. O sí. Pero a través de un crecimiento pequeño y sostenido, no a base de pelotazos, que es la forma enfermiza en que funciona la economía hoy. El capitalismo necesita un número de gente que trabaje y consuma; el resto le sobra.
Y ahí encajas el antinatalismo.
Se trata de que la gente no se reproduzca o, por lo menos, no genere vínculos fuertes. Si no tienes hijos, no vas a pelear por un sueldo más elevado. Sin un apego fuerte a tu comunidad, te vas a contentar con menos; te bastará Tinder y una nómina de 800 euros. Esto la derecha desfasada no lo ve.
¿Y qué ve?
Tonterías como el marxismo cultural. El marxismo como cosmovisión pretende transformar las estructuras sociales, políticas y económicas. No es cultural ni pollas. Eso, como mucho, es un producto de la sociedad capitalista. ¿Que las corrientes socialistas lo ha impulsado más que las liberales? Es parte de un juego, donde unas ideologías rompen el hielo y otras siguen la estela. Vivimos inmersos en una realidad sistémica.
¿Cómo romper la dinámica?
Subiendo el termómetro religioso. La religión, si es sincera, si no es hipócrita, aparte de lo que supone para la vida sobrenatural, genera una tendencia moral ascendente en la sociedad. Si la temperatura religiosa sube, baja la represión política; si baja, la política impone su tendencia ascendente, que no es moral, sino al servicio de sus intereses.
¿Es correcto hablar de política y religión cómo compartimentos estancos?
Proudhon decía que detrás de todo problema político siempre hay, oculta, una cuestión teológica. Esto también lo sostenía Donoso. Este, además, declaraba la superioridad de las escuelas socialistas frente a las liberales. Porque las escuelas liberales son escépticas. En su escepticismo y en su megalomanía, han sustituido la religión por la idolatría política. Mientras que las socialistas han desarrollado una teología alternativa.
¿Sólo alternativa?
Donoso decía “satánica”; dejémoslo en “prometeica”. Es la visión según la cual el hombre solo puede progresar.
¿Y no?
Pensar que somos mejores que hace mil años es grotesco. Pero tiene mucha fuerza. Como también la tiene que las escuelas socialistas manejen mejor ciertas pasiones con un trasfondo teológico, las llamadas pasiones de Caín: la envidia, el resentimiento…
Muchas de esas pasiones se adivinan tras la crítica a la Corona.
Es más profundo que eso. Incluso una monarquía tan degenerada como la nuestra no deja de ser un recordatorio de la frase de Cristo a Poncio Pilato en el pretorio: “No tendrías ningún poder si no te hubiese sido dado del cielo”. Es el origen divino del poder, que hoy se oculta atribuyéndolo al pueblo. La monarquía resulta incómoda por ser una cuña metida en la visión del soberanismo democrático.
Eso por lo que respecta al trono ¿Y el altar?
La Iglesia atraviesa una profunda crisis. ¿De vocaciones? Más bien de acomodación al mundo y sus circunstancias. Su problema es querer caer bien para no ser expulsada del ágora pública. Por eso recurre a tacticismos y subterfugios que generan estructuras podridas, pastores blandos, discursos febles. Todo es de un buenrollismo que da grima. O la Iglesia reacciona por una inyección de gracia o queda reducida a la insignificancia.
¿Qué nos queda? ¿La Guardia Civil?
No tengo una visión muy positiva de las fuerzas del orden. En realidad, son fuerzas al servicio del poder político para imponer el orden que aquel determine. Y si el poder es inicuo, el orden también lo será. Es verdad que la Guardia Civil sigue siendo una institución y, como tal, cumple una función frente al caos. Por eso hay un interés en desprestigiarla, para lograr determinadas transformaciones sociales.
Consolémonos con la opinión de los expertos, sean cuales sean estos, sea cual sea aquella.
La religión nos hace más libres porque sublima nuestras pulsiones irracionales. Cuando la religión falta, buscamos idolatrías sustitutorias. En una sociedad con miedo a la muerte -por falta, precisamente, de religión- la idolatría más solicitada es la del cientifismo.
La crisis del coronavirus ha supuesto el apogeo de su reinado.
Cientifismo que sabemos que no es ciencia. La ciencia es la exploración de la naturaleza, algo muy lento y complicado que exige mil y un retrocesos y comprobaciones. ¿Cómo creer en tiempo real a tanto experto absurdo?
Pues parece que les hemos comprado hasta la última de sus mercancías averiadas. Véase el cambio de criterio con las mascarillas: que si no eran necesarias, que sí lo eran pero no había existencias, que si son obligatorias...
Diga lo que diga el poder, la gente lo cree y lo acepta. España siempre ha sido un pueblo servil. El sometimiento al poder es lo normal cuando la costumbre es vivir en la hipocresía y la mentira.
Puedes adquirir el libro en este enlace.
https://revistacentinela.es/juan-man...da-ideologica/.
Última edición por Pious; 29/11/2020 a las 15:15
Actualmente hay 1 usuarios viendo este tema. (0 miembros y 1 visitantes)
Marcadores