HASTA AQUÍ HEMOS LLEGADO

Tras décadas de provocaciones de todo tipo, tiros en la nuca, tiros en la rodilla, coches bombas, cartas bombas, hogares calcinados, secuestros, amenazas, palizas, mutilaciones, asesinatos de civiles, militares, niños y estudiantes desarmados… y manos blancas, muchas manos blancas, España se muere.

Se muere de asco, de pena, de hastío porque ante los incapaces, los envidiosos y los mendicantes de aquí y de allí, nadie, absolutamente nadie, ha plantado cara. Vivíamos demasiado ocupados en nuestros quehaceres domésticos, rutinarios y confortables.

Por aquel entonces -estoy hablando de hace treinta años-, habría sido muy sencillo aplastar esas cucarachas lustrosas que nos salían al paso tímidamente. Ahora, las cosas han cambiado y las soluciones son más complejas.

Los incapaces, engendrados como ladillas en los recovecos más insospechados de la mediocridad y la dejadez, ocupan trono, parlamento, alcaldía, televisión, rotativos, salas de arte, teatros, radios, bolsa y sindicatos, repartiéndose por igual, entre gobierno y oposición, izquierdas y derechas, progresistas y conservadores.

Los envidiosos, los perversos, los mezquinos, siguen esparciendo impunemente su vómito acostumbrado por ciudades y valles, fábricas y universidades, abonando en una tierra yerma rumores y reyertas, porque saben -y no les falta razón-, que nadie les romperá el espinazo de una pedrada certera.

El resto, ingenuos mendicantes de una patria desdibujada en legajos, nos rendimos sin remoridmientos ante esa jauría que acabará por devorarnos a todos, asegurándose así, que nadie pueda recordar lo acontecido.

Hasta aquí hemos llegado y este es el final que nos merecemos.


Arnau Jara
El traidor