Una tribu de científicos


Hace poco, os planteaba en un artículo por qué teníamos la capacidad de entender el Universo. No os daré la respuesta, pues la desconozco, pero intentaremos profundizar sobre ello en nuestra historia de hoy.

En su maravilloso libro Breve historia del saber, Charles Van Doren nos dice:
La ciencia se ha convertido en la actividad más característica de los seres humanos y en una herramienta indispensable para la supervivencia de los miles de millones de seres humanos que habitamos el planeta.
¿Es cierto esto? Parece claro que hoy día la ciencia nos rodea: tenemos cámaras digitales, teléfonos móviles, enormes aviones, coches con GPS, vacunas contra todo tipo de enfermedades, etc; pero también podemos pensar que la necesidad de ciencia es sólo real en nuestra sociedad. Antes de todos estos modernos adelantos la humanidad evolucionó sin excesivos problemas por lo que no parece un concepto realmente necesario para nuestra supervivencia. Así que vayamos atrás en el tiempo y pensemos cuando el hombre era nómada y vivía de lo que cazaba. ¿Importaba la ciencia? ¿Era la ciencia característica del ser humano y necesaria para la supervivencia? En otras palabras: ¿era el hombre un científico?
El párrafo que viene a continuación es una viñeta que nos introduce al comportamiento del hombre en la antigüedad:
El pequeño grupo de cazadores sigue el rastro de huellas de cascos y otras pistas. Se detienen un momento junto a un bosque de árboles. En cuclillas, examinan la prueba más atentamente. El rastro que venían siguiendo se ve cruzado por otro. Rápidamente deciden qué animales son los responsables, cuántos son, qué edad y sexo tienen, si hay alguno herido, con qué rapidez viajan, cuánto tiempo hace que pasaron, si los siguen otros cazadores, si el grupo puede alcanzar a los animales y, si es así, cuánto tardarán. Tomada la decisión, dan un golpecito con las manos en el rastro que seguirán, hacen un ligero sonido entre los dientes como silbando y se van rápidamente. A pesar de sus arcos y flechas envenenadas, siguen en su forma de carrera al estilo de una maratón durante horas. Casi siempre han leído el mensaje en la tierra correctamente. Las bestias salvajes, elands u okapis están donde creían, en la cantidad y condiciones estimadas. La caza tiene éxito. Vuelven con la carne al campamento temporal. Todo el mundo lo festeja.
Esta viñeta de caza más o menos típica es del pueblo !Kung San del desierto del Kalahari, en las repúblicas de Botswana y Namibia, que ahora, desgraciadamente, están al borde de la extinción. Pero, durante décadas, ellos y su modo de vida fueron estudiados por los antropólogos. Los !Kung San pueden ser un ejemplo típico del modo de existencia de cazadores-recolectores en el que los humanos hemos pasado la mayor parte de nuestro tiempo … hasta hace diez mil años, cuando fueron domesticados plantas y animales y la condición humana empezó a cambiar, quizá para siempre.
¿Cómo lo hacían? ¿Cómo podían deducir tanto con una sola mirada? Decir que eran buenos observadores no explica nada. ¿Qué hacían realmente? Según el antropólogo Richard Lee, analizaban la forma de las depresiones. Las huellas de un animal que se mueve de prisa muestran una simetría más alargada. Un animal ligeramente cojo protege la pata afligida, le pone menos peso y deja una huella más suave. Un animal más pesado deja un hueco más ancho y profundo. Las funciones de correlación están en la cabeza de los cazadores.
En el curso del día, las huellas se erosionan un poco. Los muros de la depresión tienden a derrumbarse. La arena levantada por el viento se acumula en el suelo del hueco. Quizá caigan dentro trozos de hojas, ramitas o hierba. Cuanto más espera uno, mayor es la erosión.
Las fuentes de degradación pueden cambiar de mundo a mundo, de desierto a desierto o de época a época. Pero si uno sabe cuáles son, puede determinar muchas cosas observando lo definido o erosionado que se encuentra la huella. Si en las huellas de cascos se superpone el rastro de insectos u otros animales, también eso indica que no es reciente. El contenido de humedad de la subsuperficie del suelo y el ritmo al que se seca después de haber quedado expuesta por un casco determinan el derrumbamiento de los muros de hechos por dicha huella. Todos esos detalles son estudiados con atención por los !Kung San.
Las manadas que van al galope detestan el sol caliente. Los animales utilizarán todas las sombras que puedan encontrar. Alterarán el curso para aprovecharse unos momentos de la sombra de un bosque de árboles. Pero el lugar de la sombra depende del momento del día, porque el sol se mueve a través del cielo. Por la mañana, cuando el sol sale por el este, las sombras se proyectan al oeste de los árboles. Luego, por la tarde, cuando el sol se pone por el oeste, las sombras se proyectan al este. A partir de las curvas de las pistas es posible decir cuánto rato hace que pasaron los animales. Este cálculo será diferente en las distintas estaciones del año. Así pues, los cazadores deben tener en la mente una especie de calendario astronómico que prediga el aparente movimiento solar.
Los cazadores-recolectores no sólo son expertos en los rastros de otros animales, sino que también conocen muy bien los rastros humanos. Todo miembro de la banda es reconocible por sus huellas; les son tan familiares como sus caras. Laurens Van der Post lo relata:
(…) a muchas millas de casa y separados de los demás, Nxou y yo, siguiendo el rastro de un gamo herido, encontramos de pronto otra serie de huellas y rastros que se unían a la nuestra. Nxou dio un gruñido de profunda satisfacción y dijo que eran las huellas de Bauxhau, dejadas pocos minutos antes. Declaró que Bauxhau corría de prisa y que no tardaríamos en verle a él y al animal. Al llegar a lo alto de la duna que teníamos delante, allí estaba Bauxhau, ya dispuesto a despellejar al animal.
O Richard Lee, también entre los !Kung San, relata que, después de examinar brevemente unas huellas, un cazador comentó:
- Oh, fíjate, Tunu está aquí con su cuñado. Pero ¿dónde está su hijo?
¿Cómo pueden haber aprendido todo esto y con esa maestría? Cuando el antropólogo formula esta pregunta, la respuesta que recibe es que los cazadores siempre han usado estos métodos. Observaron a sus padres y a otros expertos cazadores durante su aprendizaje. Aprendieron por imitación. Los principios generales fueron transmitidos de generación en generación. Cada generación va poniendo al día las variaciones locales —velocidad del viento, humedad del suelo— según las necesidades, por estaciones o día a día.
Pues bien, Carl Sagan afirmaba que todas esas formidables habilidades de forense para rastrear pistas son auténtica ciencia en acción. ¿Podemos realmente afirmar que seguir las huellas de esos animales son realmente ciencia? Si afirmamos que el trabajo de astrónomos y astrofísicos es ciencia podemos concluir que lo que hacen los !Kung San para seguir sus presas también lo es: son los mismos métodos que usan los astrónomos astrofísicos para analizar los cráteres dejados por el impacto de meteoritos.
Imaginad un cráter dejado por un meteorito: ¿cómo lo analizan los científicos? Cuanto más superficial es el cráter, más antiguo es; los cráteres con muros derrumbados, con ratios profundidad/diámetro modestos o con partículas finas acumuladas en su interior tienden a ser más antiguos porque han de llevar el tiempo suficiente para que entren en acción los procesos erosivos. En el fondo, los científicos están (estamos, si me permitís) ante una enorme huella y la miramos y estudiamos igual que los !Kung San miran otras huellas.
La diferencia es que nosotros estudiamos otras cosas. Por ejemplo, de un cráter en la Luna, Mercurio o Tritón, miramos siempre su grado de erosión y no realizamos el cálculo a partir de la nada. Desempolvamos un informe científico determinado y leemos los números ensayados y ciertos que se han establecido quizá una generación antes. Los físicos no derivan las ecuaciones de Maxwell o la mecánica cuántica a partir de la nada. Intentan entender los principios y las matemáticas, observan su utilidad, comprenden cómo sigue la naturaleza estas normas y se toman estas ciencias a pecho y las hacen propias. O sea, que aprendemos de las experiencias de nuestros antepasados, igual que los !Kung San otra vez.
No obstante, alguien tuvo que fijar todos esos protocolos para seguir rastros por primera vez, quizá algún genio del paleolítico, o más probablemente una sucesión de genios en épocas y lugares muy separados. No hay signos en los protocolos rastreadores de los !Kung San de métodos mágicos: examinar las estrellas la noche antes, o las entrañas de un animal, o tirar dados, o interpretar sueños, o conjurar demonios, o cualquier otra de las miles de afirmaciones espurias de conocimiento que los humanos han acariciado intermitentemente. Aquí hay una cuestión específica bien definida: ¿qué camino toma la presa y cuáles son sus características? Se necesita una respuesta precisa que la magia y la adivinación simplemente no proporcionan o, al menos, no con la regularidad suficiente para evitar el hambre. En cambio, los cazadores-recolectores —que no son muy supersticiosos en su vida cotidiana, excepto cuando bailan en trance alrededor del fuego y bajo la influencia de suaves euforizantes— son prácticos, laboriosos, motivados, sociables y a menudo muy alegres. Aplican habilidades aprendidas de antiguos éxitos y fracasos.
Es prácticamente seguro que el pensamiento científico ha existido desde el principio. Se puede ver incluso en los chimpancés, cuando patrullan las fronteras de su territorio o cuando preparan una caña para meterla en el montón de termitas y extraer así una fuente modesta pero muy necesaria de proteínas. El desarrollo de habilidades para seguir pistas ofrece una ventaja selectiva evolutiva poderosa. Los grupos que no son capaces de adquirirlas consiguen menos proteínas y dejan menos descendencia. Los que tienen una inclinación científica, los que son capaces de observar con paciencia, los que tienen predisposición para descubrirlo consiguen más comida, especialmente más proteínas, y viven en hábitats más variados; ellos y sus líneas hereditarias prosperan. Lo mismo es cierto, por ejemplo, de las habilidades de navegación de los polinesios. Resumiendo: una habilidad científica ofrece recompensas tangibles.
Sin embargo, también puede haber sociedades a las que no les hiciera falta seguir huellas para sobrevivir, como las preagrarias. Claro que estos tienen otra forma: la recolección de vegetales. Para hacerlo se deben conocer las propiedades de muchas plantas y tener la capacidad de distinguirlas. Los botánicos y antropólogos han encontrado repetidamente que los cazadores-recolectores de todo el mundo han reconocido distintas especies de plantas con la precisión de los taxónomos occidentales. Han trazado un mapa mental de su territorio con la precisión de los cartógrafos. También aquí, todo eso es una condición para sobrevivir.
Esto, además, nos dice otra cosa: que la afirmación de que, igual que los niños no están preparados para ciertos conceptos de matemáticas o lógica, los pueblos “primitivos” no son capaces intelectualmente de entender la ciencia y la tecnología, es del todo falsa.
Hace poco, vi por TV un reportaje sobre los !Kung San donde explicaban a niños escolares sus diferentes técnicas para sobrevivir. Les mostraban cómo reconocer las huellas en el terreno y que los avestruces eran animales muy apreciados por ellos. Les explicaban que se hacían cantimploras precisamente con huevos de avestruz, y algunas las enterraban en diferentes lugares del desierto llenas de agua por si acaso un día las necesitaban. Ese agua podía durar hasta cinco años. Les enseñaban sus rituales, a disparar con arco y con flecha y tantas otras cosas. Los chavales lo pasaban en grande.
Cuando los “civilizados” descubrieron a los !Kung San, ¿sabéis qué hicieron? El ejército del apartheid de Sudáfrica los contrató para perseguir presas humanas en las guerras contra los “Estados de la línea de frente”. Este encuentro con los militares blancos sudafricanos aceleró de varias maneras diferentes la destrucción del modo de vida de los !Kung San que, en todo caso, se había ido deteriorando poco a poco a lo largo de los siglos a cada contacto con la civilización europea.
Mientras ellos utilizan sus conocimientos para cazar animales y comer, nosotros los utilizamos para hacer la guerra. Uno no puede dejar de preguntarse cuál es el civilizado y cuál el salvaje.
Esperemos que esa tribu de científicos pueda sobrevivir al peso de la “civilización”.