Seguimos con la boda de la Infanta española Doña María Francisca de Borbón Parma.

Como texto introductorio, transcribimos la crónica realizada por Federico García-Requena para la revista Blanco y Negro. En ella aparece también un amplio reportaje fotográfico en 12 páginas (que traemos en dos documentos pdf), que llevan consigo a pie de foto la descripción de las personas reales que aparecen en ellas.

A su vez, colgamos algunas fotografías de la boda recogidas con el motor de búsqueda de imágenes de GOOGLE, así como un video de la misma obtenido de YOUTUBE.

---------------------------------------------


Fuente: Blanco y Negro, 16 de Enero de 1960, páginas 41 – 52.


FASTUOSA BODA EN PARÍS DE UNA PRINCESA DE BORBÓN-PARMA

DESDE HACE CIENTO CINCUENTA AÑOS NO SE HABÍA CELEBRADO EN LA CATEDRAL DE NOTRE-DAME UN MATRIMONIO DE PRÍNCIPES

Crónica de nuestro corresponsal en París, Federico García-Requena


El matrimonio que acaba de ser bendecido por el cardenal Feltin bajo las bóvedas centenarias de la catedral de Nôtre-Dame, ha renovado el fausto real e imperial que se había perdido después de muchos lustros bajo el régimen político de una Francia republicana.

Rara vez se han visto reunidos tantos personajes y altezas reales en un acontecimiento parecido en la hermosa capital francesa. Una emperatriz, un archiduque, reyes en exilio, príncipes reinantes y gran número de princesas con los nombres más sonoros del Gotha, venidos de las principales cortes europeas, o de sus tierras de exilio, para asistir a la ceremonia nupcial en Nôtre-Dame de la princesa María-Francisca de Borbón-Parma, descendiente de Luis XIV, e hija del príncipe y la princesa Javier de Borbón-Parma, con el príncipe Eduardo Lobkowicz, príncipe del Santo-Imperio, nieto del que fue consejero del emperador Francisco José de Austria, caballero de la Orden de Malta, descendiente de una de las más ilustres familias de Bohemia y ciudadano americano.


LA CEREMONIA EN NÔTRE-DAME

A los acentos vibrantes del “Aleluya” de Haendel y reflejando en sus rostros una feliz e intensa emoción, la joven pareja de príncipes atravesó el pórtico central de Nôtre-Dame bajo las aclamaciones del inmenso gentío que se había congregado en el gran atrio. La novia penetró del brazo de su padre bajo las bóvedas grandiosas de la catedral siete veces centenaria, seguida de un cortejo de cincuenta parejas, que reunía los más ilustres y rancios nombres de la nobleza de Europa.

La novia vestía un hermoso traje de satin-duquesa de un blanco nacarado, creación del famoso modista Jacques Heim, con un manto del mismo tejido formando una cola de siete metros. Sobre su cabeza una mantilla antigua de encaje blanco, sujeta, bajo un amplio velo de tul ilusión, por una histórica diadema de brillantes que es, desde hace muchos años, una joya de familia.

La catedral ofrecía un aspecto deslumbrador con sus inmensas arañas de cristal encendidas, y la iglesia adornada de enormes ramos de lilas blancas, desde la entrada hasta el altar.

Dos barreras cubiertas de terciopelo rojo parcelaban a derecha e izquierda la gran nave; tras ellas se situaban los invitados, dejando al centro un ancho pasillo alfombrado igualmente de rojo, por donde la joven princesa avanzaba del brazo de su padre, precedidos por el séquito de honor.

Les daban escolta diez niños y niñas encantadores en graciosa formación, cuyos nombres citamos a continuación: Andrea, Mónica y Micaela de Habsburgo, hijas del archiduque Otto de Austria, y las princesas Isabel de Liechtenstein y Diana de Mérode, acompañadas de los jóvenes condes Hugo, Carlos y Roberto de La Rochefoucauld, y los pequeños príncipes Wenceslao de Liechtenstein y Pedro de Mérode.

Los niños vestían precioso traje cruzado con pantalón largo de terciopelo azul-rey, con amplios cuellos y mangas de “guipúre”. Las niñas estaban vestidas con trajes largos de faldas ahuecadas, de rico brochado blanco, con un pequeño gorro de satin brillante ajustado por un lazo en uno de los lados, y manguito del mismo tejido.

La emperatriz Zita de Austria y su hijo, el archiduque Otto, con su esposa, la archiduquesa Regina, habían tomado asiento unos momentos antes, cuando el organista iniciaba los primeros acordes de “La Heroica”, de Beethoven.

El duque y la duquesa de Windsor, que, como protestantes, no podían ocupar un sitio junto al altar, se hallaban colocados en dos butacas un poco más alejados y con un lugar preferente a los demás invitados.

La ceremonia que se estaba efectuando no había conocido iguales fastos desde hace ciento cincuenta años. Fue el 17 de junio de 1816, cuando se verificó el último matrimonio de príncipes de sangre real, en las personas del duque de Berry, sobrino de Luis XVIII, con la princesa María-Carolina, hija del rey de Nápoles.

Los novios fueron acogidos por el cardenal Feltin, que se hallaba rodeado de su capítulo, teniendo a su derecha los caballeros de la Orden de Malta, y a su izquierda los del Santo Sepulcro.

Después de una breve alocución, bendijo la unión de los nuevos esposos, seguida de la del Papa Juan XXIII. Acto seguido, el reverendísimo padre de Solesmes celebró la Santa Misa, y el coro interpretó magistralmente la “Misa de la Coronación de Luis XVI”.

Fueron testigos, por parte de la novia, su tío, el príncipe Luis de Borbón-Parma, y el hermano de ésta, príncipe Hugues de Borbón-Parma. Por parte del novio, el príncipe Fernando de Lobkowicz, su tío, y el señor Robert Montgomery Scott, su mejor amigo.

Una vez terminada la ceremonia, la emperatriz Zita con el archiduque y la archiduquesa de Austria salieron los primeros, como así lo exigía el protocolo real. A continuación, seguían los recién casados y todo el cortejo, mientras el coro interpretaba de nuevo el “Aleluya”, de Haendel.

En el imponente atrio de Nôtre-Dame, materialmente abarrotado de gente, los novios fueron vitoreados calurosamente, como quizá en otros siglos el pueblo lo hiciera con otros de sus antepasados. Una nube de fotógrafos se arremolinó frente a la puerta principal para sacar la última instantánea histórica saliendo del templo.


RECEPCIÓN

Seguidamente tuvo lugar, en el hotel Ritz, una recepción y un almuerzo, al que asistieron todos los invitados. Entre ellos, aparte de los ya citados, figuraban el príncipe heredero de Luxemburgo y la princesa Josefina-Carlota, hermana del Rey Balduino de Bélgica; la princesa Napoleón; el duque y la duquesa de Parma [1]; el duque y la duquesa de Braganza, pretendiente al trono de Portugal; el archiduque Roberto de Austria; la princesa de Grecia; los príncipes y princesas Emmanuel de Saxe, Maximiliano de Baviera, Tour-y-Taxis, Luis y René de Borbón-Parma; de Liechtenstein; de Merode; de Württemberg; de Aosta; el conde Jacques de Borbón-Busset; el príncipe de Arenberg; la princesa Lucien Murat; los príncipes de Borbón-Parma; de Croy; de Clermont-Tonnerre; los duques de la Albufera, de Castries, y de Mouchy; las duquesas de Maillé y de Montesquiou; los condes de Cossé-Brissac, ella hermana del novio; el mariscal Juin; los mariscales Leclerc de Hauteclocque, y De Lattre [2]; el general Weygand, así como numerosos embajadores franceses y extranjeros, académicos y conocidas personalidades del mundo artístico y literario.

El espectáculo impresionante de esta boda de príncipes quedará grabado en la memoria de muchos ciudadanos franceses, que jamás han conocido una ceremonia semejante en fasto y pompa.

El nuevo matrimonio salió al día siguiente en viaje de luna de miel. El avión que les ha conducido ha hecho su primera etapa en El Cairo, de donde partirán con rumbo a diferentes países.




[1] Nota mía. Si el cronista llama “Duque de Parma” a D. Roberto, hijo de D. Elías, hay que señalar que es imposible que hubiera una “Duquesa de Parma”, ya que D. Roberto no se casó nunca, y la esposa de D. Elías, la archiduquesa María Ana, ya había fallecido en 1940.

[2] Nota mía. Obviamente, en ambos casos debe tratarse de algún descendiente, pues los mariscales Leclerc de Hauteclocque y De Lattre ya habían fallecido en 1947 y 1952 respectivamente.