Revista FUERZA NUEVA, nº 461, 8-Nov-1975
«GARCÍA MORENTE: EL HOMBRE», UN CONVERTIDO INTEGRAL A DIOS Y A ESPAÑA
Conferencia de BLAS PIÑAR en la presentación de «García Morente: el hombre» (23-X-1975)
Hablar de García Morente en la España de hoy es tanto como abalanzarse sobre el silencio que le rodea y romperlo a hachazos. Porque hay silencios de olvido y hay silencios de voluntad… Los silencios de voluntad no se disipan con palabras, con voces; se imponen como montañas de algodón y corcho que rodean, presionan, agobian, parapetando el sonido, ahogándolo, embebiéndolo…
Los silencios de voluntad, que ahogan y tiranizan, hay que quebrarlos, cuando asiste la razón, a golpes de razón y de espada, agrietando los muros, derribando la clausura, transitando sobre las ruinas y escombros de la cárcel que niega su derecho a la verdad, y dejando a la verdad, nunca callada, que cabalgue y convenza, que ilumine e inflame.
¿Cuáles son las últimas razones de este silencio de voluntad que rodea al mensaje y al ejemplo de García Morente, hombre, filósofo, sacerdote? Los mismos que imponen el silencio en torno a Maeztu o a Gomá o a monseñor Zacarías de Vizcarra, haciendo deprisa un muestro rápido de hombres eminentes, con los que España, la España auténtica, ha contraído, y aún no ha pagado, una deuda de patriotismo y de honor.
García Morente es un convertido, un converso, pero un convertido integral: a Dios y a España (entiéndase que la expresión desde fuera comprende también a los que siendo geográfica y jurídicamente españoles no han sintonizado con su modo de ser) puede producir la conversión.
En este sentido hay conversiones a España, como la de aquel dominico holandés, cargado de prejuicios, que se convirtió a España al ver, por contraste con la obra de otras naciones, el trabajo apostólico de nuestros misioneros en Filipinas. En este sentido también España, como ha escrito con razón el padre Meinvielle, es un país bíblico, y por ello mismo trascendente, se producen las conversiones.
Dos facetas de la conversión
Me interesa aquí resaltar las dos facetas de la conversión, esencialmente única, de García Morente. Una puede sintetizarse en el “hecho extraordinario” (el hombre hispánico). La otra en el “imposible histórico” (España como estilo).
El hecho extraordinario se produce en París, en la noche del 29 al 30 de abril de 1937.
Es cierto que García Morente ha salido de la España roja. Han asesinado a su yerno, Ernesto Bonelli Rubio, esposo de su hermana María Josefa, que queda viuda y con dos hijos. Ha dejado en Madrid a los suyos. Su mundo liberal se hunde en sangre y blasfemias.
Ha escuchado la «Infancia de Jesús», de Berlioz. Estaba angustiado y de pronto allí estaba Él. Percibía su presencia. Y como los discípulos en el Tabor “hubiera deseado que todo aquello –Él, allí- durara eternamente, porque su presencia me inundaba de tal y tan íntimo gozo, que nada es comparable al deleite sobrehumano que yo sentía”.
Pero la visión se desvanece. “Duc in altum”. Hay que volver a la tierra: desde aquella sensación “de no tener corporeidad a sentirse pesadamente gravitando sobre el suelo”.
Dos confesiones y dos consecuencias:
Primera confesión: la del Dios providente, sin el cual el Dios alfa y el Dios omega de Teilhard de Chardin, que ocupa los puntos extremos, deja un vacío inmisericorde y sin sentido.
Segunda confesión: la de que no basta el Dios teórico de la filosofía, demasiado lejos, ajeno, abstracto, geométrico, inhumano. Hace falta el Dios hecho hombre en Cristo, que sufre como yo, y más que yo.
La conversión se opera a través del hombre-Dios, del mediador, no de la oscura neblina de un Dios personal desconocido o de un Dios panteísta que se confunde con lo creado. La conversión se opera a través del hombre-Dios, concreto, histórico, que sufre y muere en la cruz. Morente lo ha comprendido muy bien y se abraza al Cristo de la cruz. No le ocurrirá lo mismo a Antonio Machado, cuando rechaza al Jesús del madero, para seguir tan sólo al del milagro, “al que anduvo en el mar”.
Y dos consecuencias:
Primera consecuencia: definición y descubrimiento en sí mismo del hombre hispánico y su identificación con el caballero cristiano, que es algo más, mucho más, que el hombre quijotizado de Unamuno:
Grandeza contra mezquindad; arrojo contra timidez; altivez contra servilismo; más pálpito que cálculo; sentido especial de la obediencia; culto del honor; impaciencia de la eternidad.
Segunda consecuencia: ofrecimiento y entrega personal; correspondencia con el doctor Eijo y Garay, obispo de Madrid; regreso de Argentina; estancia en el monasterio mercedario de Poyo, en el seminario de Madrid, y luego sacerdote.
La guerra de España había hecho aflorar ese hombre hispánico, conmovió a la juventud española, limpió su vida de espejuelos, postizos y telarañas y enfrentó a cada uno, sin matices, a cara descubierta, con su destino personal y con el ser o no ser de la nación.
La guerra fue Cruzada
Por eso la guerra fue Cruzada; porque el debate no se libró por temas baladíes, sino por algo grave, decisivo y profundo. El planteamiento fue teológico y la confrontación universal. Los comunistas lo reconocen muy bien. En un libro que acaba de publicarse en Moscú sobre la presencia en territorio español de las brigadas internacionales se dice. “El 18 de julio de 1936 constituye el acontecimiento número uno de la política mundial”.
Y porque fue Cruzada hubo mártires y héroes, hubo santos; aunque el mismo silencio de voluntad de que hablábamos antes ahogue los procesos de canonización. Y porque fue Cruzada, una porción numerosa de aquellos combatientes, de los que sufrieron en las cárceles y en las chekas rojas, dieron un paso hacia adelante y se entregaron plenamente al Señor recibiendo el sacerdocio ministerial.
García Morente desde su cuadro personal sintió idéntica llamada, y venciendo tantas cosas como su hija sabe, una mañana fue ordenado sacerdote.
El imposible histórico (España como estilo).
En un ensayo sobre «Filosofía de la Historia Española», hace García Morente un Planteamiento de la idea de nación. La nación para Renan es la adhesión al pasado histórico colectivo; para Ortega, la adhesión a un proyecto ulterior de vida común; para Morente, un estilo de vida colectivo, y para José Antonio, una unidad de destino en lo universal. (Precisamente porque ese estilo existe).
De aquí la importancia de la Tradición en Morente y en José Antonio, que Ortega olvida: la Tradición es la transmisión del estilo nacional de una generación a otra, a fin de que el “yo” metafísico de España, lo idéntico, personalizante e infungible, se mantenga a través de los sujetos históricos contingentes.
Dos datos importantes a tener en cuenta.
Desde un ángulo positivo: los gobernantes han de ser fieles al estilo nacional, a la nacionalidad, a la patria. Lo intuyeron muy bien las juventudes chilenas durante el período de Allende, cuando gritaban: “La Patria al poder”.
Desde un ángulo negativo: la propuesta a la nación de una empresa contraria a su estilo de vida ofrece un férreo dilema: o hundir a la nación, que se niega a sí misma, o hundirse quienes la proponen en el fracaso completo de su propósito (o se destruye la nación o la nación destruye a los que quieren aniquilar su estilo).
Esta proposición ha sido hecha a España repetidas veces. La última, durante la Cruzada, y siempre bajo el lema de europeizarnos.
Morente escribe: creyeron en la definitiva descristianización de Europa. Europeizarse equivale entonces a descristianizarse. Pero “España no necesitó nunca de europeizarse, porque España era Europa misma, era la comarca –después de Italia- más antigua de Europa. Ni tampoco la Europa descristianizada podía, sin abuso, tomarse como cifra y símbolo de toda Europa. La verdadera Europa es la Europa cristiana; la otra, la del alegre librepensamiento o la del ceñudo paganismo, es una efímera degeneración”.
La clave está en no confundir lo efímero, que aun cuando doloroso es pasajero, con lo permanente. El estilo de vida de la nación rechazó heroica y dramáticamente el “imposible histórico”. Pero el combate no ha cesado. Por eso conviene recordar la lección de García Morente sobre la filosofía de la historia española, y sobre la fidelidad al estilo de vida que puede quebrarse por regreso, inercia y ruptura.
Las tres tentaciones están en marcha y de tiempo atrás: el regreso, bajo la máscara del cambio; la inercia, que esconde la falta de vitalidad política, y la ruptura, envuelta en terrorismo e ideología.
Fortaleza y esperanza
La fortaleza y la esperanza son las grandes virtudes del momento. Fuertes en la fe. Firmes en la esperanza. Lo importante es la fortaleza en la esperanza; que España, fiel a su estilo de vida, sepa esperar desde su noble y difícil retiro, y ello cuando el mundo siga flagelándonos. También el Flagelado por excelencia, el Despreciado por la muchedumbre enfurecida que eligió y aclamó a Barrabás, resucitó con gloria. ¿Y ha de ser el discípulo mejor tratado que su Maestro? Pero la gloria solo se concede –“per aspera ad astra”- a los que luchan sin abandono, fortalecidos en la esperanza.
Estamos aún en la tapa invernal y dura de aquel retiro de que hablaba García Morente. Los últimos acontecimientos [finales de 1975] lo prueban, casi cuarenta años después de la Cruzada.
Nos retiramos de la escena política de Europa por dos razones: para no contaminarnos de la apostasía del pensamiento libre, pero también para dejar incontaminada la levadura del rearme ideológico y moral que los pueblos necesitan.
Europeizarnos, en el sentido que acabamos de exponer, sería tanto como ceder a las tres grandes tentaciones enumeradas –regreso, pasividad y ruptura-, pulverizando nuestro estilo de vida, raptando el alma de la nación; pero sería también un crimen imperdonable, al destruir, en el único lugar en que providencialmente se guarda el germen intacto y fecundo que augura, en medio dela catástrofe, la salvación de la humanidad.
BLAS PIÑAR
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