El filósofo Manuel García Morente, tras su conversión, prototipo del caballero hispano:
Revista FUERZA NUEVA, nº 461, 8-Nov-1975
«GARCÍA MORENTE: EL HOMBRE», UN CONVERTIDO INTEGRAL A DIOS Y A ESPAÑA
Conferencia de BLAS PIÑAR en la presentación de «García Morente: el hombre» (23-X-1975)
Hablar de García Morente en la España de hoy es tanto como abalanzarse sobre el silencio que le rodea y romperlo a hachazos. Porque hay silencios de olvido y hay silencios de voluntad… Los silencios de voluntad no se disipan con palabras, con voces; se imponen como montañas de algodón y corcho que rodean, presionan, agobian, parapetando el sonido, ahogándolo, embebiéndolo…
Los silencios de voluntad, que ahogan y tiranizan, hay que quebrarlos, cuando asiste la razón, a golpes de razón y de espada, agrietando los muros, derribando la clausura, transitando sobre las ruinas y escombros de la cárcel que niega su derecho a la verdad, y dejando a la verdad, nunca callada, que cabalgue y convenza, que ilumine e inflame.
¿Cuáles son las últimas razones de este silencio de voluntad que rodea al mensaje y al ejemplo de García Morente, hombre, filósofo, sacerdote? Los mismos que imponen el silencio en torno a Maeztu o a Gomá o a monseñor Zacarías de Vizcarra, haciendo deprisa un muestro rápido de hombres eminentes, con los que España, la España auténtica, ha contraído, y aún no ha pagado, una deuda de patriotismo y de honor.
García Morente es un convertido, un converso, pero un convertido integral: a Dios y a España (entiéndase que la expresión desde fuera comprende también a los que siendo geográfica y jurídicamente españoles no han sintonizado con su modo de ser) puede producir la conversión.
En este sentido hay conversiones a España, como la de aquel dominico holandés, cargado de prejuicios, que se convirtió a España al ver, por contraste con la obra de otras naciones, el trabajo apostólico de nuestros misioneros en Filipinas. En este sentido también España, como ha escrito con razón el padre Meinvielle, es un país bíblico, y por ello mismo trascendente, se producen las conversiones.
Dos facetas de la conversión
Me interesa aquí resaltar las dos facetas de la conversión, esencialmente única, de García Morente. Una puede sintetizarse en el “hecho extraordinario” (el hombre hispánico). La otra en el “imposible histórico” (España como estilo).
El hecho extraordinario se produce en París, en la noche del 29 al 30 de abril de 1937.
Es cierto que García Morente ha salido de la España roja. Han asesinado a su yerno, Ernesto Bonelli Rubio, esposo de su hermana María Josefa, que queda viuda y con dos hijos. Ha dejado en Madrid a los suyos. Su mundo liberal se hunde en sangre y blasfemias.
Ha escuchado la «Infancia de Jesús», de Berlioz. Estaba angustiado y de pronto allí estaba Él. Percibía su presencia. Y como los discípulos en el Tabor “hubiera deseado que todo aquello –Él, allí- durara eternamente, porque su presencia me inundaba de tal y tan íntimo gozo, que nada es comparable al deleite sobrehumano que yo sentía”.
Pero la visión se desvanece. “Duc in altum”. Hay que volver a la tierra: desde aquella sensación “de no tener corporeidad a sentirse pesadamente gravitando sobre el suelo”.
Dos confesiones y dos consecuencias:
Primera confesión: la del Dios providente, sin el cual el Dios alfa y el Dios omega de Teilhard de Chardin, que ocupa los puntos extremos, deja un vacío inmisericorde y sin sentido.
Segunda confesión: la de que no basta el Dios teórico de la filosofía, demasiado lejos, ajeno, abstracto, geométrico, inhumano. Hace falta el Dios hecho hombre en Cristo, que sufre como yo, y más que yo.
La conversión se opera a través del hombre-Dios, del mediador, no de la oscura neblina de un Dios personal desconocido o de un Dios panteísta que se confunde con lo creado. La conversión se opera a través del hombre-Dios, concreto, histórico, que sufre y muere en la cruz. Morente lo ha comprendido muy bien y se abraza al Cristo de la cruz. No le ocurrirá lo mismo a Antonio Machado, cuando rechaza al Jesús del madero, para seguir tan sólo al del milagro, “al que anduvo en el mar”.
Y dos consecuencias:
Primera consecuencia: definición y descubrimiento en sí mismo del hombre hispánico y su identificación con el caballero cristiano, que es algo más, mucho más, que el hombre quijotizado de Unamuno:
Grandeza contra mezquindad; arrojo contra timidez; altivez contra servilismo; más pálpito que cálculo; sentido especial de la obediencia; culto del honor; impaciencia de la eternidad.
Segunda consecuencia: ofrecimiento y entrega personal; correspondencia con el doctor Eijo y Garay, obispo de Madrid; regreso de Argentina; estancia en el monasterio mercedario de Poyo, en el seminario de Madrid, y luego sacerdote.
La guerra de España había hecho aflorar ese hombre hispánico, conmovió a la juventud española, limpió su vida de espejuelos, postizos y telarañas y enfrentó a cada uno, sin matices, a cara descubierta, con su destino personal y con el ser o no ser de la nación.
La guerra fue Cruzada
Por eso la guerra fue Cruzada; porque el debate no se libró por temas baladíes, sino por algo grave, decisivo y profundo. El planteamiento fue teológico y la confrontación universal. Los comunistas lo reconocen muy bien. En un libro que acaba de publicarse en Moscú sobre la presencia en territorio español de las brigadas internacionales se dice. “El 18 de julio de 1936 constituye el acontecimiento número uno de la política mundial”.
Y porque fue Cruzada hubo mártires y héroes, hubo santos; aunque el mismo silencio de voluntad de que hablábamos antes ahogue los procesos de canonización. Y porque fue Cruzada, una porción numerosa de aquellos combatientes, de los que sufrieron en las cárceles y en las chekas rojas, dieron un paso hacia adelante y se entregaron plenamente al Señor recibiendo el sacerdocio ministerial.
García Morente desde su cuadro personal sintió idéntica llamada, y venciendo tantas cosas como su hija sabe, una mañana fue ordenado sacerdote.
El imposible histórico (España como estilo).
En un ensayo sobre «Filosofía de la Historia Española», hace García Morente un Planteamiento de la idea de nación. La nación para Renan es la adhesión al pasado histórico colectivo; para Ortega, la adhesión a un proyecto ulterior de vida común; para Morente, un estilo de vida colectivo, y para José Antonio, una unidad de destino en lo universal. (Precisamente porque ese estilo existe).
De aquí la importancia de la Tradición en Morente y en José Antonio, que Ortega olvida: la Tradición es la transmisión del estilo nacional de una generación a otra, a fin de que el “yo” metafísico de España, lo idéntico, personalizante e infungible, se mantenga a través de los sujetos históricos contingentes.
Dos datos importantes a tener en cuenta.
Desde un ángulo positivo: los gobernantes han de ser fieles al estilo nacional, a la nacionalidad, a la patria. Lo intuyeron muy bien las juventudes chilenas durante el período de Allende, cuando gritaban: “La Patria al poder”.
Desde un ángulo negativo: la propuesta a la nación de una empresa contraria a su estilo de vida ofrece un férreo dilema: o hundir a la nación, que se niega a sí misma, o hundirse quienes la proponen en el fracaso completo de su propósito (o se destruye la nación o la nación destruye a los que quieren aniquilar su estilo).
Esta proposición ha sido hecha a España repetidas veces. La última, durante la Cruzada, y siempre bajo el lema de europeizarnos.
Morente escribe: creyeron en la definitiva descristianización de Europa. Europeizarse equivale entonces a descristianizarse. Pero “España no necesitó nunca de europeizarse, porque España era Europa misma, era la comarca –después de Italia- más antigua de Europa. Ni tampoco la Europa descristianizada podía, sin abuso, tomarse como cifra y símbolo de toda Europa. La verdadera Europa es la Europa cristiana; la otra, la del alegre librepensamiento o la del ceñudo paganismo, es una efímera degeneración”.
La clave está en no confundir lo efímero, que aun cuando doloroso es pasajero, con lo permanente. El estilo de vida de la nación rechazó heroica y dramáticamente el “imposible histórico”. Pero el combate no ha cesado. Por eso conviene recordar la lección de García Morente sobre la filosofía de la historia española, y sobre la fidelidad al estilo de vida que puede quebrarse por regreso, inercia y ruptura.
Las tres tentaciones están en marcha y de tiempo atrás: el regreso, bajo la máscara del cambio; la inercia, que esconde la falta de vitalidad política, y la ruptura, envuelta en terrorismo e ideología.
Fortaleza y esperanza
La fortaleza y la esperanza son las grandes virtudes del momento. Fuertes en la fe. Firmes en la esperanza. Lo importante es la fortaleza en la esperanza; que España, fiel a su estilo de vida, sepa esperar desde su noble y difícil retiro, y ello cuando el mundo siga flagelándonos. También el Flagelado por excelencia, el Despreciado por la muchedumbre enfurecida que eligió y aclamó a Barrabás, resucitó con gloria. ¿Y ha de ser el discípulo mejor tratado que su Maestro? Pero la gloria solo se concede –“per aspera ad astra”- a los que luchan sin abandono, fortalecidos en la esperanza.
Estamos aún en la tapa invernal y dura de aquel retiro de que hablaba García Morente. Los últimos acontecimientos [finales de 1975] lo prueban, casi cuarenta años después de la Cruzada.
Nos retiramos de la escena política de Europa por dos razones: para no contaminarnos de la apostasía del pensamiento libre, pero también para dejar incontaminada la levadura del rearme ideológico y moral que los pueblos necesitan.
Europeizarnos, en el sentido que acabamos de exponer, sería tanto como ceder a las tres grandes tentaciones enumeradas –regreso, pasividad y ruptura-, pulverizando nuestro estilo de vida, raptando el alma de la nación; pero sería también un crimen imperdonable, al destruir, en el único lugar en que providencialmente se guarda el germen intacto y fecundo que augura, en medio dela catástrofe, la salvación de la humanidad.
BLAS PIÑAR
Última edición por ALACRAN; 18/04/2019 a las 19:47
"... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)
Imperium Hispaniae
"En el imperio se ofrece y se comparte cultura, conocimiento y espiritualidad. En el imperialismo solo sometimiento y dominio económico-militar. Defendemos el IMPERIO, nos alejamos de todos los IMPERIALISMOS."
no te pongas estupendo Max
" luces de bohemia "
Conferencia de D. Rafael Gambra sobre el mismo tema:
Revista FUERZA NUEVA, nº 462, 15-Nov-1975
«RAFAEL GAMBRA sobre MANUEL GARCÍA MORENTE
Continuación a la Conferencia de BLAS PIÑAR «García Morente: el hombre»
Como continuación a la conferencia celebrada hace quince días en los locales de FUERZA NUEVA, «García Morente: el hombre», Rafael Gambra tuvo su alocución en nuestros salones el pasado día 6 con el título de «García Morente: el maestro y el filósofo».
Presentó Jaime Montero, socio fundador de FUERZA NUEVA y abogado del Estado, quien hizo una glosa del conferenciante como “español enterizo, no neutral, no pacifista”. Destacó sus obras, textos de filosofía y política, entre los cuales destaca un estudio preliminar a la edición en 1957 de obras de García Morente, «El hecho extraordinario», «Ideas para una filosofía de la historia de España», etc. “Gambra y sus obras nos parecen hechos de raíces de historia española” dirá el presentador. Acabó afirmando que al final de sus libros siempre se abre una puerta a la esperanza y una invitación a luchar.
A continuación, habló el profesor Rafael Gambra. En estos tiempos se pone a prueba la capacidad de resistencia o de defensa ante el exterior. Rafael Gambra se pregunta, ¿hasta qué punto ha calado en las gentes la pérdida de la fe religiosa? Y si en Portugal tras la revolución [1974], se acusó a Soares de haberlo vendido, en grandes carteles, entre nosotros esperamos no ver otros que digan: “Se vende España: razón Ruiz Giménez”. Gambra recuerda el prólogo que hace años escribió para el libro «Ideas para un tratado de la filosofía en España», en el que hablaba de García Morente. Asimismo, el prólogo al libro «El hecho extraordinario», que no se ha vuelto a reeditar. En su día, estuvo editado por Calvo Serer, que entonces dio un gran impulso a todas las obras de divulgación religiosa.
Gambra se remonta en sus recuerdos a la época de universitario, en Madrid, en la calle de San Bernardo, al acabar la guerra. Momentos aquellos en que las condiciones materiales y de enseñanza eran extremadamente difíciles. Cuando cursaba el segundo año de Filosofía y Letras, conoció a García Morente, con traje talar. Y el maestro, el hombre, el filósofo que había manifestado su deseo de trasladarse a algún monasterio o ser párroco de algún pueblo, tuvo que ser, según deseo del obispo, profesor de la Facultad. Para entonces tenía que dar clases a alumnos rezagados que ya le conocían antes de su conversión y que le observaban con auténtica morbosidad; a sacerdotes que le miraban igualmente con sentido crítico y algo escéptico. “Solo unos pocos- dice Rafael Gambra- íbamos exclusivamente a aprender filosofía”. García Morente conseguía meterse en su auditorio, para que éste pensara con él.
García Morente se había formado en la escuela kantiana. Era kantiano de la más pura ortodoxia. La filosofía de Kant era un intento de unificar las ciencias. Era de la escuela “ultra”; de la escuela de Marburgo.
García Morente estudió a Bergson. Bergson había mostrado en su obra cómo la realidad temporal hace ver que en el mundo existen órdenes muy distintos. La teoría físico-matemática no puede penetrar en ellos. El tiempo no puede penetrar en ellos. En el ser vivo el tiempo es fundamental. Esta visión de la vida acercó a García Morente a Ortega y Gasset. Más tarde, todo el mundo de satisfacción espiritual que pudiera tener ajeno a la vida religiosa se le cae con la conversión.
Rafael Gambra señala las etapas del descreimiento, la primera sería la desconfianza hacia la Iglesia, “creo en Dios pero no en los curas”; la segunda, la de los que dicen creer en Dios, pero no un Dios ambiguo (tan bueno puede ser un dios como otro); y la tercera sería identificar a Dios con nuestra alma, inteligencia, naturaleza, etc. García Morente había recorrido estas etapas pero en sentido inverso. “Yo no creía más que en una especie de ética natural”. García Morente se da cuenta de que todo lo que le rodea está lleno de sentido. Piensa que Dios no puede haber creado un mundo con sentido y no hacerse, de alguna forma patente. Lo que le acerca a la Iglesia será lo familiar, los recuerdos. Pero, al mismo tiempo que llega al catolicismo, llega al más abierto tradicionalismo. Sus enemigos, los europeizadores, los de la Institución Libre de Enseñanza, no se lo perdonaron. Para ellos, España era un dolor inmenso, un abismo de miserias y dolores. Había que construir una España nueva. En la historia de España habría, para García Morente, una génesis (etapa de los reinos); una etapa defnsiva (lucha contra el protestantismo), y una etapa de retraimiento (europeización).
García Morente murió en Estepona [1942]. Hacía dos años que se había ordenado sacerdote. Gambra explica que la conversión de García Morente no fue única, pues en aquella época hubo muchas conversiones similares a ésta. El catolicismo es consustancial con el ser de España, y en la Cruzada se libró la gran batalla contra el marxismo, que representa la otra fe.
Gambra fue muy aplaudido al finalizar la conferencia que presidía, como siempre, nuestro fundador Blas Piñar.
Última edición por ALACRAN; 08/05/2019 a las 19:38
Recuerdo una anécdota que contó Miguel Ayuso, diciendo que ese sabio (bastante papanatas) que fue Ortega, en cuanto se enteró de que su alumno García Morente se había reconvertido le retiró el saludo; como también se lo retiró en su momento a Ramiro de Maeztu por cierto.
Última edición por DOBLE AGUILA; 11/05/2019 a las 02:21
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Última edición por ALACRAN; 13/06/2019 a las 19:46
Otra intervención más:
Revista FUERZA NUEVA, nº 468, 27-Dic-1975
«GARCÍA MORENTE: EL SACERDOTE»,
Conferencia del P. Santiago Cornejo en el aula de FUERZA NUEVA (18-Dic- 1975)
En el aula de FUERZA NUEVA el pasado 18, don Cecilio Santiago Cornejo, dentro del VII Ciclo de Conferencias, habló de «García Morente, el Sacerdote». Don Cecilio Santiago Cornejo fue profesor en el seminario del que habría de ser un gran sacerdote. Precisamente al empezar su disertación, el párroco arcipreste de San Jerónimo el Real explica que, si ya Rafael Gambra habló de él como filósofo, él lo hará como sacerdote.
“El centenario de Manuel García Morente pasa en silencio, hurtado por la gran prensa y por quienes más obligación tenían. La universidad le ha olvidado. El alto mundo académico y todo el personal culto. Y quien más se ha distinguido en el olvido ha sido la Iglesia y en concreto la diócesis de Madrid”, dirá don Tomás Marín Pérez, presentador.
Don Santiago Cornejo recuerda en breves palabras la estancia en París, durante la guerra, de Manuel García Morente. Recuerda su conversión. Y el “hecho extraordinario” clave de la vida del gran filósofo. Luego las conferencias en Hispanoamérica, Tucumán, Buenos Aires… Y la prisa, siempre, que ya en estos momentos hace presa en García Morente por ser sacerdote. De vuelta en España se recogerá en el convento mercedario de Poyo (Pontevedra), donde va a asimilar la filosofía cristiana y católica.
Tras un intento fallido de instalar un pequeño grupo mentor de García Morente, en Rozas de Puerto Real, con funciones de seminario, la preparación se va a dar definitivamente en Madrid. Lo primero que hace es examinarse de Filosofía. “Los miembros del jurado éramos tres”, dice Santiago Cornejo.
Los tiempos del seminario fueron muy duros, especialmente para él, ya mayor y acostumbrado a un tipo de vida menos parca. Pasó frío y la comida era escasa. No había ventanas ni puertas. No había ascensor y tenía que subir todos los días cinco pisos. Era disciplina, obediencia y sencillez espantosas. Se examinaba cada dos meses. Asimilaba poco a poco la Teología y dejando gradualmente la filosofía kantiana, de la que no podría llegarse a desprender del todo por lo arraigada que la tenía. La prisa era su constante: “Primero que me den el pase; luego lo que sea”, solía decir.
El 21 de diciembre de 1940 fue ordenado. Su primera misa fue el 1 de enero de 1941. La misa era para él su vida. Su piedad, profunda y equilibrada. Alguna vez, creyéndose sólo en la capilla, se postraba totalmente ante el Sagrario. En cuanto a su humildad, había que verle después del sermón de la Purísima, que fue una obra de arte, pero con algunas inexactitudes. Él nunca quiso dar clase en la Universidad. Y su laboriosidad, sus constantes visitas a la prisión de Yeserías, fue su constante; todas las semanas se confesaba.
El 7 de diciembre de 1942 fallecía. “Desde la otra vida, su influencia es mayor que cuando vivió”, explica don Santiago Cornejo. “Ha habido numerosas conversiones y vocaciones de su ejemplo”. “En la misma sacristía donde dijo: «No tengo fe», el día en que se casó, se pondría treinta años después el roquete y saldría a predicar”.
Y las palabras sobre el perfil espiritual de García Morente fueron muy aplaudidas. Presidía, como siempre, nuestro fundador, Blas Piñar.
Última edición por ALACRAN; 13/06/2019 a las 19:45
"EL VALOR DE GARCÍA MORENTE"
Revista FUERZA NUEVA, nº 53, 13-Ene-1968
EL VALOR DE GARCÍA MORENTE
Por Jaime Montero
No es un azar el hecho de que los llamados intelectuales se hayan caracterizado por su insolidaridad con la civilización cristiana. Ésta ha procurado siempre un orden atenido lo más fielmente posible a las exigencias de la naturaleza y a los datos de la realidad, en tanto que esos intelectuales pretenden, como escribe un filósofo europeo contemporáneo, construir un mundo nuevo, un hombre nuevo, una nueva sociedad y hasta un nuevo Dios, partiendo por supuesto, solamente, de las “exigencias de la razón humana”.
Otra nota distintiva ha sido la frivolidad, como admitió Laín Entralgo; la actitud crítica no comprometida; la que Gambra dice un “intelectualismo de salón o de club político, siempre propicio a la retirada despectiva, nunca a la aceptación de una responsabilidad concreta”. Fueron caso típico en España los que se pusieron “al servicio de la República”, pero durante la Monarquía: Ortega, Marañón y Pérez de Ayala. Bastó el transcurso de unos meses después de proclamada en 1931, para decir tranquilamente “no es esto, no es esto” dejando al pueblo en la estacada, de paso hacia el tobogán de fango, sangre y lágrimas por el que empujó a España la República.
El mundo moderno viene padeciendo hace dos siglos su malsano influjo. Los regímenes nacidos de la Revolución, fruto de las lucubraciones de sus cerebros, reñidos por tanto con la realidad y conformadores de las cosas según sus representaciones ideológicas (tendencia que llega al paroxismo con la tecnocracia y el sistema colectivista), forzosamente tenían que poner los instrumentos precisos para el logro de ese imperio avasallador en manos de los intelectuales, dispuestos a facilitar esa labor con la propagación de sus ideologías. (…)
El que un hombre, prácticamente solo; formado él y a la vez formador paradigmático en ese medio social y cultura, como fue García Morente, se plantara sin arrogancia, pero con denuedo ante los intelectuales sus antiguos compañeros fraternos, señalando sus fallos y la urgente necesidad de emprender una ofensiva que los desaloje de sus posiciones, en bien de la civilización cristiana, poniendo en juego para ello la fuerza operante de la hispanidad intacta, tiene una grandeza tal, que únicamente puede darse cuando se es hijo de un pueblo cuyos veneros manan un sentido de la vida que es imposible contrariar.
Gambra ha mostrado cómo uno de los estratos más hondos y arraigados de la personalidad de García Morente fue el ideal clásico, incorporado a sus más íntimas vivencias. Por eso pudo cumplir, al fin, magistralmente, su oficio intelectual, llegando a merecer el premio de captar las realidades profundas, privilegio reservado a los humildes y fieles a la verdad, poniendo al servicio de su hazaña la magnanimidad de su esfuerzo comprometido. Ese es el valor de García Morente. La suya fue la primera batalla que en el campo del pensamiento contemporáneo se dio en España contra las mesnadas de lo que Thibaudet llamaba la “República de los profesores”.
Están sin extraer las consecuencias de aquel cartel de desafío clavado por García Morente en Pamplona, el 12 de octubre de 1941, cuando frente a la escandalosa sofisticación del espíritu científico -opresor de las realidades vivientes e históricas, asesino de toda comunidad auténtica e inventor del colectivismo de la masa uniformada- lanzó el guante que nadie ha tenido el valor de recoger en el campo contrario, donde se odia en silencio. Y al año siguiente, en Madrid, abriendo el curso académico 1942-43, puso ante los ojos de quienes sean capaces de verla y tengan corazón para vivirla, la realidad palpitante de nuestra Patria, entonces recién fecundada por la virilidad de los hombres que la amaron ardientemente deseando de ella unas generaciones dignas de continuar su destino, a medio realizar todavía.
El silencio de los adversarios ha empezado a romperse ahora, sin embargo. Y es que han sido muchas las muestras de incapacidad para aprender y aprovechar las lecciones supremas de Morente, las de su plenitud humana y científica, las que le susurró la voz misteriosa de la gracia, que él sintió de forma irresistible en su corazón primero y en su mente y toda su alma después.
Ahora, como en tiempos del general Primo de Rivera, hay pasividades hijas del cansancio, la ineptitud y la falta de ideales o la sobra de apegos y prebendas. Igual que Primo de Rivera y la Monarquía dieron sus favores a su enemiga Institución Libre de Enseñanza, se regalan hoy al intelectualismo espúreo y antiespañol las tribunas de medios oficiosos o católicos, por miedo a su vacío doctrinal culpable, y así nos encontramos, en gran parte, con un espectáculo parecido al que describió Lerroux en su “Pequeña Historia” de aquella triste República: “la clase media, anegada en el rebaño de la masa neutra y retraídos o disfrazados en sus empleos los profesionales de las ciencias y las artes, los intelectuales por antonomasia, afectando unos el desdén de una superioridad de clase y otros cultivando como diletantes sus preferencias en la regalada comodidad de sinecuras burocráticas, o prefiriendo la crítica banal a la abnegación creadora del magisterio por el trabajo y el ejemplo”.
Pero hay algo ahora muy fuerte y muy distinto. Está por medio la epopeya histórica y reciente de nuestro pueblo, cuyo sentido han de captar las jóvenes generaciones que darán vida a la gran empresa cultural que lleva en su entraña nuestro Movimiento. Somos muchos todavía los que podemos repetir auténticamente, sin que nadie pueda avergonzarnos, delante de la juventud española de hoy, las siguientes palabras de un editorial del diario madrileño La Nación, fechado en 7 de diciembre de 1933: “Luchamos por ideales. Hoy los afirmamos con más fe que nunca y decimos a los españoles que se pongan en pie y no se entreguen al pesimismo si recogen un nuevo desengaño, si ven a los católicos el maridaje con los judíos y masones, y a los patriotas en discreteo con los separatistas”.
Las tareas son sugestivas. Aprendan los jóvenes la lección de Morente; cobren aliento con su ejemplo de valor; estudien sus páginas sobre la fe de Cristo y el cientifismo soberbio; procuren calar hondo, cómo él, en la estructura de la historia, y, cuando hayan asimilado sus ideas para una filosofía de la Historia de España, empezarán a estar en condiciones de abrir la gran era de la cultura hispánica en esta punta de Europa y más allá de los mares.
Tienen la enorme suerte de encontrarse con todo apenas sin tocar. Dios ha querido dejarles a ellos, a los que ahora tienen menos de treinta años en España, un enorme yacimiento virgen para sus afanes: revisar absurdas interpretaciones de la historia; aprovechar las fuentes de energía que la desorientación docente y científica y la incuria pedagógica no ha sabido poner en movimiento; recoger el legado de nuestro Renacimiento cristiano, y extraer de la doctrina viva de la Iglesia la esencia del humanismo a lo divino, que nadie mejor que los españoles fieles sabrá transformar en impulso progresivo hacia el futuro.
Última edición por ALACRAN; 28/04/2022 a las 13:58
"... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)
García Morente, su conversión católica y simpatía por la España nacional desde la Guerra Civil
Revista FUERZA NUEVA, nº 70, 11-May-1968
EL DOBLE MENSAJE DE GARCÍA MORENTE
Por Rafael Gambra
El XXV aniversario de la muerte de Manuel García Morente ha sido ocasión para que se publiquen sobre él varios artículos, algunos de ellos de no muy clara intención.
De todos es conocida, en líneas generales, la vida ejemplar de este hombre, con cuyo magisterio me honré en los dos últimos años de su vida: su educación filosófica, su adscripción a la escuela neokantiana, en boga en Europa durante su juventud, y al grupo de intelectuales laicistas y europeizadores, que encabezaba Ortega y Gasset; su repentina vuelta a la fe católica que había abandonado desde su infancia; su consagración al sacerdocio, y la fervorosa obra de apostolado que llevó a cabo desde ese momento hasta el cercano final de sus días.
También ha tenido amplia difusión -aunque no toda la que merece- el relato que él mismo hizo a su confesor acerca de las visita sobrenatural -presencia del mismo Cristo- que recibió en los momentos en que culminaba la angustia de su espíritu, visita que determinó su conversión fervorosa y sin reservas. Este relato, publicado después de su muerte bajo el título de “El hecho extraordinario”, es una obra maestra de literatura autobiográfica, un admirable esfuerzo por explicar lo inexplicable, un documento de sinceridad y fuerza inolvidables. Pero, aparte de recomendarlo vivamente a quien aún no lo haya leído, nada más diré acerca de él.
Quiero limitar estas líneas al comentario de algunos puntos que, dentro del testimonio vivo de Morente, me parecen de especial interés y aplicación a la hora que vivimos.
García Morente fue, hasta sus cincuenta años, agnóstico en materia religiosa, y, como lógica consecuencia, ecléctico en cuanto a la política y sus fundamentos. Durante su decanato en la Facultad de Filosofía y Letras resultó notorio su empeño por mantener una estricta neutralidad en las enconadas luchas entre estudiantes, preludio inmediato de la guerra que muy pronto dividiría a España en dos mitades inconciliables. Aquellas luchas le parecían entonces absurdas, y en todo caso, ajenas a su persona y a su mentalidad.
Su actitud empezó a cambiar cuando experimentó en su propia vida -en la de su familia más cercana- la realidad sangrienta de los hechos. Primero, el instinto de conservación le obligó a huir del Madrid rojo, y, una vez en París, un sentimiento de mera decencia humana le hizo condenar el anárquico desahogo de viles pasiones en que se había convertido la España republicana. Morente huye, como tantos intelectuales de izquierda -Ortega, Marañón, Madariaga- porque la vida era en ella simplemente imposible. Sin embargo, aún no se sentía personalmente implicado en la lucha. Su único afán se cifra en sacar de aquel caos a su familia y llevarla a cualquier lugar tranquilo donde pudiera tener un trabajo honorable con que mantenerla. Todos estos deseos, que durante un tiempo de angustia le aparecieron irrealizables, se vieron colmados en breve plazo; la Universidad de Tucumán, en Argentina, le ofreció una cátedra, y, al poco tiempo, el Gobierno de Negrín concedió la salida de sus hijas, retenidas hasta ese momento por el de Largo Caballero.
Morente, pues, cruzó el mar y se instaló en Tucumán, en condiciones de reanudar una vida apacible y normal. Pero aquello que tanto había ansiado no le satisfacía ya, porque, en el intermedio, había sucedido algo que cambiaba radicalmente sus categorías mentales y valorativas: ese algo era, sencillamente, su retorno a la fe.
Se ha dicho, más o menos veladamente, que, si Morente viviese en nuestros días, su conversión no le habría obligado a ningún cambio en su modo de pensar y de vivir. En realidad, Morente, por el solo hecho de haber percibido la presencia de Cristo a su lado, vio el mundo, vio a su patria, vio los acontecimientos que le rodeaban, con un sentido, bajo una luz, nuevos, diferentes. Y esto es, justamente, lo que me interesa subrayar: la guerra de España deja de ser para él un hecho globalmente lamentable –“un millón de muertos”- y se convirtió en algo pleno de significado, en algo propio de lo que no podrá sentirse ya ajeno.
Hasta ese momento, a nadie, ni siquiera a sus hijas, había hablado de su conversión. Ni siquiera había reanudado las prácticas religiosas abandonadas desde la adolescencia. La primera persona que tuvo noticia de su cambio fue el obispo de Madrid-Alcalá, residente entonces en Vigo, a quien escribió solicitando su ayuda para entrar en la zona nacional.
Fue ya en España donde se confesó y recibió su “segunda primera comunión”. Y en sus cartas desde el monasterio de Poyo, habla a sus hijas con fervor de “nuestro ejército” y pide Dios “su pronto y completo triunfo”. Y lo mismo que su visión de la guerra, cambia su interpretación de la historia de España. Su patria deja de ser para él “una soberana ausencia”, una “postura extrema originada por una situación límite” y prolongada con fanática cerrazón más allá del ciclo de su vigencia. Esto era lo que pensaban los intelectuales europeizantes: España, empresa común hacia el futuro, se empeñaba en seguir ofreciendo al mundo una mercancía que ya a nadie interesa; para salvarla es preciso “cerrar con doble llave el sepulcro del Cid” y orientar los esfuerzos comunes en un sentido más rentable.
Morente, a la luz de su fe recuperada, comprendió la herejía histórica que esa postura representaba. “El sentido profundo de la Historia de España -escribió en “Ideas para una filosofía de la Historia de España”- es la identificación de la patria con la religión”. Por consiguiente, los que pretendían “europeizar” a España (en su terminología, descristianizarla) se proponían un “imposible histórico, es decir, una empresa en contradicción con la vocación perenne de España”. Sucedió, pues, que la nación entera repelió la agresión de esos hombres a su más íntima índole, y enérgicamente restableció el orden espiritual”.
Me parece oportuno recordar estos hechos ahora, cuando tantos católicos y aun ministros de la Iglesia se deslizan alegremente hacia los mismos errores que entonces nos llevaron a la guerra y revolución.
Y también me interesa destacar otro aspecto de la vida del Morente converso, que es precisamente el que a mí me tocó presenciar. Me refiero a su labor como catedrático universitario, como maestro; y también en esto puede resultar su ejemplo útil contraste con actitudes y conductas actuales. Desde aquellos años, la cátedra universitaria ha sido para muchos un título honorífico, una publicidad a veces, para otras actividades -profesionales y políticas- más lucrativas o menos trabajosas. Sea cualquiera el origen profundo o el incentivo inmediato de los tristes sucesos que hoy presenciamos, no puede dejar de rondarnos la vieja frase: “aquellos polvos trajeron estos lodos”.
Morente veía en su cátedra -y aun en sus libros estrictamente pedagógicos- una vocación y un deber, no un pedestal ni una patente de corso. Sencillamente, iba a clase todos los días y explicaba su materia procurando ser de sus alumnos comprendido y no sólo admirado. Como tantos grandes espíritus desde Sócrates a esta parte, amaba la enseñanza, y el guiar a los jóvenes en la claridad y el fervor era para él, no una aburrida rutina, sino un quehacer apasionante.
Rafael GAMBRA
"... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)
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