Revista FUERZA NUEVA, nº 513, 6-Nov-1976
Le llaman «presidente de Catalunya»
EL “ESTADISTA” TARRADELLAS
Insensata actitud de nuestras autoridades al no darse por enteradas de la historia política de este personaje
Así reza un viejo adagio: «Dijo la sartén a la caldera: "No me tiznes, ojinegra".» De la misma manera hay que mirar toda la política reformista. Por doquier bajezas, claudicaciones, perjurios, peligros muy graves para España. No hay donde mirar. De otra forma no se explicaría que un hombre, cargado de macabros recuerdos, como José Tarradellas, pudiera tener audiencia en la prensa española, con entrevistas, noticias, mensajes, reportajes y toda clase de fotografías. También la prensa de la burguesía hace este juego. Definitivamente, el reformismo enloquece y destruye a una nación.
José Tarradellas nació en el pueblo barcelonés de Cervelló, en 1899. Separatista de toda la vida, colaboró con el militar perjuro a España Francisco Maciá. El relieve máximo de Tarradellas destaca, precisamente, desde julio de 1936. Companys, después de haberse entregado a la CNT-FAI, nombra presidente del Gobierno de Cataluña a José Tarradellas.
Por primera vez, en aquel pseudogobierno —que consintió millares y millares de crímenes—, el mandarín Tarradellas se rodea de cuatro miembros de la CNT, cinco comunistas y dos de la Esquerra. Preside el Comité de Milicias Antifascistas y empuja la industria de guerra de la España roja. Durante 1936-39 Tarradellas lo es todo, desde presidente de Gobierno alternativamente a consejero de Economía, Hacienda, Servicios Públicos, Gobernación y Cultura. Calcúlense las responsabilidades en que incurrió un hombre que fue clave en aquellas circunstancias.
CONFESIÓN PERSONAL
Entre las pocas verdades que confiesa Tarradellas, hay que destacar la que revela en una carta privada a Burnett Bolloten, en 1971, acerca de los hechos del 19 de julio de 1936 en Barcelona:
«En la actualidad, todo el mundo puede saber que los vencedores de los militares y fascistas sublevados no fueron los militantes de la CNT ni los comunistas que en aquellas fechas no habían constituido todavía el PSUC, sino las fuerzas de orden público, la Policía, la Guardia Civil, el Ejército leal a la República; es decir, las fuerzas que controlaba y dirigía la Generalidad de Cataluña.»
Estamos convencidos del acierto de este juicio. Sin los militares traidores al general Goded y a España, Barcelona hubiera sido inmediatamente nacional. Por esto la subversión siempre busca minar el Ejército, con infiltraciones masónicas e ideologías antinacionales.
Si añadimos a esto que José Tarradellas, convencido de que la CNT-FAI no había sido decisiva en aquella coyuntura y que él fue su avalista oficial después de Companys, en la vida catalana, la negrura de tal actitud crece. El mismo Tarradellas —ahora— manifiesta que «el 6 de octubre de 1934 fue una catástrofe política» y que «Companys cometió un inmenso error». Pero entonces Tarradellas se calló, no se marchó de la Esquerra, fue uno de los motores del Frente Popular y de los que, durante la guerra, colaboraron con el comunismo. Todas las hipócritas palinodias, supuestos dramatismos e inconformismos, problemas insolubles con que se encontraban y que ahora explica Tarradellas, se evaporan ante su capital presencia en el más grave, sangriento y espantoso infierno vivido en Cataluña. Su tesoro artístico devastado, los «paseos», las checas, la miseria, los millares y millares de asesinatos recaen sobre la conciencia de Companys, de Tarradellas, de la Generalidad, de los que gobernaban en aquellos momentos...
Para arreglarlo, el propio Tarradellas —al recordarle ahora lo sucedido en mayo de 1937, con el stalinismo del PSUC, con una carnicería de muertos de la CNT-FAI, del POUM y de las fuerzas de Seguridad, con la desaparición y secuestro del anarquista italiano Camilo Bernieri, con la entrega de Andrés Nin hasta su muerte a la policía soviética de la NKVD, que actuaba como en su casa en Cataluña y en la España roja— carga con los 900 muertos y 3.000 heridos que costaron aquellos acontecimientos. José Tarradellas ha dicho a Tristán la Rosa: «Le hablaré con franqueza: de haber un responsable de los hechos de mayo, este responsable quizá sea yo.» O sea, fue un títere de Stalin en Cataluña y sus mercenarios del PSUC.
José Tarradellas fue la punta más aguda del separatismo en aquellos años. Por su propia cuenta «nacionalizó» el Comercio Exterior, creó una Secretaría de Asuntos Exteriores, emitió billetes de Banco. Todo esto no impide para que, en esta hora tenebrosa de España, este hombre declare que «no tiene inconveniente en entenderse con el Gobierno de la monarquía, siempre que éste acepte unas condiciones, que son el respeto al Estatuto de 1932 y a la propia personalidad jurídica de la Generalidad». Pero cuando la misma prensa informa que Tarradellas había recibido en Saint-Martin-le-Beau, a cuatro delegados del Gobierno de Arias Navarro, y detalladamente se especifican las reuniones de las actuales organizaciones separatistas y marxistas con Tarradellas en París, del que reciben órdenes, y estos mismos enemigos de España son contertulios después de ciertas autoridades españolas, lo que sucede adquiere ya síntomas de delirio consumado. Hasta aquí puede llevar la maniobra suicida de querer negar y dinamitar la obra de Franco.
EL «ESTADISTA» TARRADELLAS
En «Destino», del 4 al 10 de marzo de este año, Tarradellas declaraba a Baltasar Porcel que la burguesía catalana ha transformado el país, porque, terminada la guerra, se encontró «con las fábricas llenas de reservas, sin deudas, en perfecto estado de funcionamiento y una parte de ellas con un activo que jamás habían alcanzado antes». Se necesita audacia para mentir de este modo.
Ilustraremos algo de lo que fue la vida económica de Cataluña bajo los auspicios de Tarradellas y Companys. El historiador Francisco Lacruz, en "El Alzamiento, la revolución y el terror"), nos ofrece estos datos:
«Los Bancos, por orden de la Generalidad, cerraron sus ventanillas, suspendiendo toda suerte de operaciones, y cuando días después reanudaron sus actividades lo hicieron con las limitaciones impuestas por el resultado de la revolución. Las cuentas corrientes, que son la savia bancaria, su caudal de energía, quedaron bloqueadas, con lo que el organismo financiero de Cataluña, como había acontecido en toda la España que quedara cautiva de los rojos, resultaba como cuerpo sin vida. Presurosa acudió la Generalidad a aprovecharse del estrago. Por decreto del día 8 de agosto creó la Comisaría General de Banco, Bolsa y Ahorro, realizando con ello una nueva invasión de las atribuciones que el Estatuto de autonomía reservaba al poder central... El presupuesto de la Generalidad, constituido principalmente por los impuestos de cédulas personales, derechos reales y contribución territorial, ascendía a unos 80.000.000 de pesetas. Estos recursos resultaban ahora insuficientes para un organismo que pretendía actuar como un Estado soberano y que en los primeros veinte días del período rojo había gastado ya más de 60.000.000 pesetas (de las de entonces) ... La Generalidad dio un verdadero golpe de fuerza, incautándose manu militan (decreto de 24 de agosto) de las sucursales del Banco de España radicadas en su territorio y de las delegaciones de Hacienda de las cuatro provincias.
Empeñado en conflictos más graves, el Gobierno de la República, que por las buenas no hubiese dado a la Generalidad ni un ochavo, claudicó, en cambio, ante el golpe de audacia, abandonando en manos de los separatistas tan cuantiosos recursos económicos y financieros. Con el éxito de su asalto, la Generalidad quedó dueña absoluta de los caudales acumulados en las delegaciones de Hacienda —caudales que fue extrayendo con voracidad extrema— y de las disponibilidades crematísticas y crediticias del Banco de España y aun de los otros Bancos y Cajas de Ahorro. Pasó así, por la victoria de su golpe de fuerza, desde la penuria a la más exuberante abundancia... Las emisiones de papel moneda, más que a allegar recursos, a lo que tendían era a afirmar la personalidad independiente de Cataluña. La tesis de Tarradellas y Companys era la de que un país no es completamente soberano mientras no dispone de signo monetario propio. Con esta finalidad principal se hicieron las emisiones de papel moneda. Salieron a la luz billetes de 10,5 y 2,50 pesetas... Después, la Generalidad obligó, con fecha 9 de octubre de 1936, a los Bancos y Cajas de Ahorro, a que le entregasen cuantos valores extranjeros o divisas tuviesen, obteniendo por tal procedimiento una gran cantidad, que se evalúa en más de 80.000.000 pesetas (de entonces), despilfarrados en poco tiempo. Ocho meses más tarde llevó el despojo a su límite extremo, ordenando la apertura de todas las cajas fuertes de alquiler que había en los Bancos, para apropiarse del metálico y joyas que hubiese en depósito en las mismas.
El botín fue extraordinario. Desde unos meses antes de la revolución, esto es, desde que el triunfo del Frente Popular había desatado nuevamente el desorden en España, toda la burguesía y parte de la aristocracia, asustadas por el avance anárquico, se apresuraron a guardar en estas Cajas la mayor parte de sus joyas y una porción considerable de su numerario, pensando que así estaría el depósito seguro. Sobre todo, se pensaba que aun en el caso probable de una revolución, cuando menos, serían respetados los Bancos que eran sucursales de sociedades extranjeras. Pero no valió la previsión. La Generalidad, siguiendo en esto el ejemplo del Gobierno de Madrid, mandó abrir sin excepción todas las cajas, apropiándose de cuanto de valor cotizable o pignorable halló en ellas. Este nuevo saqueo proporcionó al Gobierno catalán recursos incontables. En realidad, no es posible calcular su cuantía, porque de estos depósitos, conocidos únicamente por sus propietarios, no se guardaba relación alguna, y los datos facilitados por los que manipularon este gigantesco robo fueron lo suficientemente confusos para no poner nada en claro. Se supone, juzgando en joyas y oro amonedado y en barras, el botín pasaba de 150.000.000 de pesetas (de entonces). En biIletes, la cantidad ocupada debió ser mucho mayor. Los Ayuntamientos, cuyos ingresos se hallaban igualmente en crisis grave, recurrieron a procedimientos y recursos de la misma baja ley. La ocultación absoluta de la moneda fraccionaria de cobre, que, como todo lo que tenía algún valor intrínseco, había desaparecido totalmente, les dio pretexto para emitir por su cuenta pequeños billetes que, a la vez que sustituían a aquélla, les producían a ellos un saneado beneficio. El Ayuntamiento de Barcelona emitió billetes de una peseta, de 50, 15 y 10 céntimos, por valor de 13.000.000. Casi todos los municipios de Cataluña, aunque en menor cuantía, le imitaron.»
Esta depredación sin precedentes, dirigida y controlada por Tarradellas, es lo que le permite afirmar que «el Gobierno de la Generalidad, dejamos sentadas las bases de la futura prosperidad precisamente a través del Decreto de Colectivizaciones». ¿No es esto una burla espeluznante para Cataluña?
¿PRESIDENTE?
La monstruosa mentira de José Tarradellas, que se presenta como presidente de la Generalidad, ha sido puesta de manifiesto por el diputado del Frente Popular, José Antonio Trabal. Fueron camaradas de la Esquerra, pero Trabal a veces tiene un espontáneo descaro que canta las verdades al más pintado, aunque él tenga mucho que callar. Trabal, en «El Noticiero Universal», del pasado 26 de julio, demuestra que, según la propia legislación republicana, del Estatuto y de su legalidad, no existe ni la Generalidad ni tal presidente, y que nadie puede argumentar sobre la imposibilidad de los requisitos legales previstos. Afirma Trabal:
«Quien lo hiciere, debería no olvidar que de haber existido unas circunstancias capaces de impedir el ejercicio de la legalidad, en el seno de la sociedad catalana de aquellos tiempos (circunstancias sociales, sindicales y políticas, causantes de la existencia de diversos grupos antagónicos que se disputaban el poder), el hecho evidenciaría, por sí mismo, la existencia de un desorden absolutamente incompatible con la existencia de un Estado de Derecho y, por tanto, de una estructura de Gobierno, de las deliberaciones de un parlamento, de una presidencia y del ejercicio de las funciones de unos diputados.
Es decir, que el vértice de la revolución que se vivió en la época habría destruido la propia Generalidad. Por ventura, Juan Casanovas y Maristany, presidente del Parlamento catalán, ¿no tuvo que refugiarse en Francia para salvar su vida? ¿Y no murieron asesinados, entre otros más, el que fue jefe superior de Policía Andrés Reverter y el literato catalán amigo de Trotsky Andreu Nin? Y los carabineros de Negrín, cuando el putch de mayo de 1937, ¿no tuvieron que acudir de Valencia a Barcelona —mientras el presidente de la República estaba cercado en el Parque de la Ciudadela— para restablecer el orden en nuestra ciudad? Parécenos innecesario insistir sobre el tema y creemos evidente que la presidencia de la Generalidad no existe actualmente.»
PAZ, PIEDAD, PERDÓN
Es más, Azaña pronuncia el 18 de julio aquel discurso que terminaba pidiendo paz, piedad, perdón». Comenta Carlos Rojas:
«El 11 de agosto, en una reunión del Gobierno de la República, se aprueba la militarización de la justicia y la nacionalización de la industria de guerra de la Generalidad, así como sesenta y cuatro penas de muerte, cincuenta y ocho de las cuales se cumplen el mismo día... Tarradellas telefonea a Azaña, solicitando una urgentísima audiencia para la mañana siguiente, Tarradellas le dice a Azaña que Companys se halla en Francia, y le han cablegrafiado para que regrese de inmediato. En nombre del Consell, que ha permanecido reunido casi toda la noche, Tarradellas ruega a Azaña que no firme los decretos, que son a su entender cuestiones de gobierno y de partidos. Las nuevas de las ejecuciones le enfurecen sobremanera. A los ocho días de hablar de piedad y perdón, me refriegan cincuenta y ocho muertos. Sin decirme nada ni oír mi opinión.»
Azaña todavía tiembla ante los cincuenta y ocho catalanes asesinados. Pero Tarradellas no se inmuta, no protesta, no dimite. Y, a ese hombre, con pose de mujik a lo Rasputín, hoy la prensa le titula «honorable presidente de la Generalidad». En compensación, Tarradellas insulta al Ejército y a Franco como facciosos («La Vanguardia», 8-XI-76).
Y bajo el gobierno de Companys y Tarradellas, Carlos Pi y Sunyer, en sus memorias «La República y la guerra», lamenta el asesinato de José Codolá, concejal de la Lliga, «hombre honesto, demócrata, comprensivo, que fue siempre un adversario político correcto, que usaba armas nobles y correctas», con lo que se demuestra la impotencia y el entreguismo de la Generalidad de Tarradellas al comunismo, cuando un personaje separatista y republicano, diputado del Frente Popular y alcalde rojo de Barcelona, en aquella época, se siente tan descorazonado. Así lo confiesa ante otro caso:
«Si yo mismo con el cargo que ocupaba y con todo lo que hice no podía salvar la vida de un hombre inocente, ¿por qué seguir soportando tal martirio?»
Esta era la Cataluña de Tarradellas. La misma Cataluña que causaba la huida velocísima de José María de Sagarra, al que, según cuenta su hijo, «la FAI le había ido a buscar dos veces a su domicilio». Y Sagarra se definía así: «Soy catalán y soy liberal.» Pero con su catalanismo y con su liberalismo no tenía asegurado el pellejo en la Cataluña de Tarradellas. Para vivir seguro, José María de Sagarra tuvo que esperar la llegada de Franco a Cataluña, y aquí alcanzó sus mejores triunfos literarios, teatrales y personales. Y de no haber muerto, habría obtenido en la España de Franco un cargo cultural que se venía trabajando. Pero en la Cataluña de Tarradellas sólo tenía segura la cuneta.
AZAÑA NOS DEFINE A TARRADELLAS Y A LA GENERALIDAD
Manuel Azaña, en «La Velada de Benicarló», escribe:
«La Generalidad funciona insurreccionada contra el Gobierno. Mientras dicen privadamente que las cuestiones catalanistas han pasado a segundo término, que ahora nadie piensa en extremar el catalanismo, la Generalidad asalta servicios y secuestra funciones del Estado, encaminándose a una separación de hecho... Legisla en lo que no le compete; administra lo que no le pertenece... En muchos asaltos contra el Estado toma como escudo a la FAI. Se apodera del Banco de España, para que no se apodere de él la FAI. Se apodera de las Aduanas, de la policía de fronteras, de la dirección de la guerra en Cataluña (la campaña de Aragón), etc. Se aprobó el derecho de colectivización de la industria, como parte de una componenda, a cambio de que los sindicatos aceptaran los decretos de movilización y militarización. Se cumple el primero, pero no los otros. Cuando el gobierno de la Generalidad lanzó una vez cincuenta y ocho decretos, cada uno de los cuales era una transgresión legal, no ha obtenido la observancia de ninguno, porque a los sindicatos no les gustan. Con eso disfrutamos la doble ventaja de entremeterse la Generalidad en lo que no le compete y una desobediencia anárquica... Hablan de la guerra en Iberia. ¿Iberia? ¿Eso qué es? Un antiguo país del Cáucaso... Estando la guerra en Iberia puede tomarse con calma. A este paso, si ganamos, el resultado será que el Estado le deba dinero a Cataluña.»
Este es el José Tarradellas que, de hecho, centra todos los partidos de la oposición en orden a derribar la monarquía y a destruir la unidad de España. Esto se tolera. Tarradellas está incurso en lo mismo por lo que fue condenado Luis Companys, que en su sentencia se le inculpa de continuar «dándose el título de presidente de la Generalidad». Y se permite insistir en que quiere volver como presidente de la misma. Y para ello hay conversaciones, diplomacias secretas, mensajeros mutuos.
Triste el destino de Cataluña en este ambiente. Pero la tristeza llega a la auténtica desesperación patriótica cuando se reflexiona en lo que esto significa. O sea, el incumplimiento de las Leyes Fundamentales y Principios del Movimiento Nacional. Es más, es un crimen de lesa Patria permitir el crecimiento, la proliferación y el cáncer del separatismo. Y esto es Tarradellas, los partidos separatistas y marxistas y la vista gorda a sus actividades. En fin, recordemos otro adagio: «Do no hay vergüenza, no hay virtud buena.» Pero Cataluña sabe dar disgustos a los que la traicionan. No se olvide que millares y millares de los mejores catalanes huyeron de la Cataluña de Tarradellas para incorporarse al Ejército nacional, a los tercios de requetés y a las banderas de Falange. Y que estos catalanes barrieron la Generalidad para siempre. Lo que una vez sucedió, se pude repetir. A pesar de los pesares. No todos queremos ser perjuros ni otra vez esclavos.
Jaime TARRAGÓ
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