Desde hace muchos años ya de mi vida he mantenido la opinión de que no hay nada más peligroso que un imbécil con un lápiz. Pero desde que se inventaron los ordenadores e Internet, he llegado a la certeza de que no hay nada más peligroso que un gilipollas con un teclado con router conectado a la Red. Al fin y al cabo, antes las chorradas escritas en un papel eran graciosas para la mamá del imbécil y pocos más se enteraban de lo que quedaba registrado. Pero hoy, peligrosamente, el chorra de turno puede llegar a miles.