"Tiene tal fuerza la Leyenda Negra, que siglos después sus mentiras y cizaña siguen ganando batallas."

Así se encabeza una cita completa, sin mención de su fuente, que más arriba se reproduce. Esta es una muestra de la absoluta necesidad de que las citas lleven todos los datos. La leyenda negra de Galileo no se debe a él personalmente, sino al hecho de que los enemigos de la Iglesia lo utilizan para atacarla, y algunos que quieren ser más papistas que el papa, también lo usan como arma arrojadiza para negar las evidencias que hoy son ya archiconocidas. Detrás de oraciones como la del encabezado se encierran posturas que descalifican igualmente a todo católico que considera que el modelo geocentrista no es el correcto. En este mismo foro de Ciencia se ha discutido hasta la saciedad sobre ello, pero los argumentos no se han agotado ni mucho menos, por tanto no hay mentiras o cizaña que valgan, lo que hay son actitudes que hacen más daño que bien, por muy buenas intenciones que se pretendan, a la Iglesia al poner a ésta al pie de los caballos de sus enemigos ante tanto cerrilismo.

Líneas más abajo está el texto completo de la sentencia de Galileo y de su abjuración (forzosa como podía ser de otro modo). En sus interpretaciones había errores, como también y monumentales, en los señores inquisidores. Se ha sostenido que podía haber llegado a negar la transubstanciación en la Eucaristía, el argumento se basa en que era algo así como seguidor de los atomistas griegos. Pero lo cierto es que en parte alguna del texto de la sentencia se alude siquiera a semejante cuestión. El autor de dicha herejía -y que le costó la vida-, fue Giordano Bruno, que siguiendo la doctrina atomista, llegó a creer que dado que los objetos se componen de átomos que se mueven por impulsos, no podía haber separación entre materia y espíritu. No tardó pues en concluir que el dogma de la transmutación o transubstanciación del pan y el vino en la carne y la sangre de Cristo durante la Eucaristía era imposible. Insisto en remarcar que esta herejía se debió sólo a Bruno, pues fue una interpretación que hizo él del atomismo de Demócrito.

Sostenía que el mundo consta de átomos, movimientos y espacio vacío, y que todo podía ser explicado con la ayuda de las partículas materiales, su movimiento y el mutuo empuje de las partículas. De dicha concepción de la materia surgen el materialismo y el mecanicismo. El primero por suponer que sólo existe la materia y el segundo porque el movimiento es la causa del cambio.

Pero estas concepciones, tampoco están en desacuerdo con las de Aristóteles, en las cuales se apoya posteriormente Santo Tomás. Para él, la Física o materia es fuego, aire, agua y tierra y, además, arriba y abajo. Las cosas, para Aristóteles, están afectadas de movimientos naturales y movimientos violentos. Los primeros siempre son verticales, y según la naturaleza de los elementos, pesados o graves, es decir, con tendencia hacia abajo como es el caso de la tierra y el agua, y ligeros o leves, para el fuego y el aire.

A partir de esta teoría Aristóteles deduce que la Tierra al ser el elemento más pesado, debía ser inmóvil y estar en el centro del mundo (mundo en sentido de Cosmos o totalidad de todo lo conocido). En resumen, con estos elementos elabora la teoría del geocentrismo.

Y pese a todo ese teórico inmovilismo indemostrado, no niega el movimiento. Sostiene que el movimiento no es un estado sino un proceso, que tiende al reposo. Pero el movimiento sólo se dará en los cuerpos mientras el motor que los impulsa estén en contacto, ¿cómo entender entonces los proyectiles?, o lo que es igual, sin salir del mundo toda la balística lleva la contraria a esta concepción aristotélica. Sin embargo, parte de sus planteamientos son válidos. En su concepción cosmológica acierta al sostener que el Cosmos es un gran sistema ordenado en el que cada cosa tiene su lugar, otra cuestión es su valoración moral a cerca de cuales son los seres más nobles y perfectos por oposición a los más groseros e imperfectos, los cuales todos ocupan un lugar jerárquico en dicho Cosmos. De las dos regiones que lo componen una, la celeste es inmutable y perfecta, mientras que la otra, la terrestre, está determinada por la generación y la corrupción, o lo que es igual por el cambio o movimiento.

Si observamos, toda la Física de Aristóteles es puramente visual y basada en los sentidos, no hay ciencia alguna experimental en ello, cuando la materia para su conocimiento precisa de la experimentación. La cuestión no acaba en ese punto, y los argumentos sobre qué principios se basó la posición predominante de la Iglesia hasta Copérnico y Galileo está todavía por dilucidar. La gran cuestión del motor inmóvil habrá que verla con detalle, porque en mi opinión, suponer que con dicha idea se refería a DIOS es mucho suponer. Sin embargo, fue la idea dominante, pese a que en su filosofía afirma lo que es contrario a la Creación.


SENTENCIA y ABJURACIÓN


Por cuanto tú, Galileo, hijo del difunto Vincenzio Galilei, de Florencia, de setenta años de edad, fuiste denunciado, en 1615, a este Santo Oficio, por sostener como verdadera una falsa doctrina enseñada por muchos, a saber: que el Sol está inmóvil en el centro del mundo y que la Tierra se mueve y posee también un movimiento diurno; así como por tener discípulos a quienes instruyes en las mismas ideas; así como por mantener correspondencia sobre el mismo tema con algunos matemáticos alemanes; así como por publicar ciertas cartas sobre las manchas del Sol, en las que desarrollas la misma doctrina como verdadera; así como por responder a las objeciones que se suscitan continuamente por las Sagradas Escrituras, glosando dichas Escrituras según tu propia interpretación; y por cuanto fue presentada la copia de un escrito en forma de carta, redactada expresamente por ti para una persona que fue antes tu discípulo, y en la que, siguiendo la hipótesis de Copérnico, incluyes varias proposiciones contrarias al verdadero sentido y autoridad de las Sagradas Escrituras; por eso este sagrado tribunal, deseoso de prevenir el desorden y perjuicio que desde entonces proceden y aumentan en menoscabo de la sagrada fe, y atendiendo al deseo de Su Santidad y de los eminentísimos cardenales de esta suprema universal Inquisición, califica las dos proposiciones de la estabilidad del Sol y del movimiento de la Tierra, según los calificadores teológicos, como sigue:

1. La proposición de ser el Sol el centro del mundo e inmóvil en su sitio es absurda, filosóficamente falsa y formalmente herética, porque es precisamente contraria a las Sagradas Escrituras.

2. La proposición de no ser la Tierra el centro del mundo, ni inmóvil, sino que se mueve, y también con un movimiento diurno, es también absurda, filosóficamente falsa y, teológicamente considerada, por lo menos, errónea en la fe.

Pero, estando decidida en esta ocasión a tratarte con suavidad, la Sagrada Congregación, reunida ante Su Santidad el 25 de febrero de 1616, decreta que su eminencia el cardenal Bellarmino te prescriba abjurar del todo de la mencionada falsa doctrina; y que si rehusares hacerlo, seas requerido por el comisario del Santo Oficio a renunciar a ella, a no enseñarla a otros ni a defenderla; y a falta de aquiescencia, que seas prisionero; y por eso, para cumplimentar este decreto al día siguiente, en el palacio, en presencia de su eminencia el mencionado cardenal Bellarmino, después de haber sido ligeramente amonestado por dicho cardenal, fuiste conminado por el comisario del Santo Oficio, ante notario y testigos, a renunciar del todo a la mencionada opinión falsa y, en el futuro, no defenderla ni enseñarla de ninguna manera, ni verbalmente ni por escrito; y después de prometer obediencia a ello, fuiste despachado.

Y con el fin de que una doctrina tan perniciosa pueda ser extirpada del todo y no se insinúe por más tiempo con grave detrimento de la verdad católica, ha sido publicado un decreto procedente de la Sagrada Congregación del índice, prohibiendo los libros que tratan de esta doctrina, declarándola falsa y del todo contraria a la Sagrada y Divina Escritura.

Y por cuanto después ha aparecido un libro publicado en Florencia el último año, cuyo título demostraba ser tuyo, a saber: El diálogo de Galileo Galilei sobre los dos sistemas principales del mundo: el ptolomeico y el copernicano; y por cuanto la Sagrada Congregación ha oído que a consecuencia de la impresión de dicho libro va ganando terreno diariamente la opinión falsa del movimiento de la Tierra y de la estabilidad del Sol, se ha examinado detenidamente el mencionado libro y se ha encontrado en él una violación manifiesta de la orden anteriormente dada a ti, toda vez que en este libro has defendido aquella opinión que ante tu presencia había sido condenada; aunque en el mismo libro haces muchas circunlocuciones para inducir a la creencia de que ello queda indeciso y sólo como probable, lo cual es asimismo un error muy grave, toda vez que no puede ser en ningún modo probable una opinión que ya ha sido declarada y determinada como contraria a la Divina Escritura. Por eso, por nuestra orden, has sido citado en este Santo Oficio, donde, después de prestado juramento, has reconocido el mencionado libro como escrito y publicado por ti.

También confesaste que comenzaste a escribir dicho libro hace diez o doce años, después de haber sido dada la orden antes mencionada. También reconociste que habías pedido licencia para publicarlo, sin aclarar a los que te concedieron este permiso que habías recibido orden de no mantener, defender o enseñar dicha doctrina de ningún modo. También confesaste que el lector podía juzgar los argumentos aducidos para la doctrina falsa, expresados de tal modo, que impulsaban con más eficacia a la convicción que a una refutación fácil, alegando como excusa que habías caído en un error contra tu intención al escribir en forma dialogada y, por consecuencia, con la natural complacencia que cada uno siente por sus propias sutilezas y en mostrarse más habilidoso que la generalidad del género humano al inventar, aun en favor de falsas proposiciones, argumentos ingeniosos y plausibles.

Y después de haberse concedido tiempo prudencial para hacer tu defensa, mostraste un certificado con el carácter de letra de su eminencia el cardenal Bellarmino, conseguido, según dijiste, por ti mismo, con el fin de que pudieses defenderte contra las calumnias de tus enemigos, quienes propalaban que habías abjurado de tus opiniones y habías sido castigado por el Santo Oficio; en cuyo certificado se declara que no habías abjurado ni habías sido castigado, sino únicamente que la declaración hecha por Su Santidad, y promulgada por la Sagrada Congregación del índice, te había sido comunicada, en la que se declara que la opinión del movimiento de la Tierra y de la estabilidad del Sol es contraria a las Sagradas Escrituras, y que por eso no puede ser sostenida ni defendida. Por lo que al no haberse hecho allí mención de dos artículos de la orden, a saber: la orden de ‘no enseñar’ y ‘de ningún modo’, argüiste que debíamos creer que en el lapso de catorce o quince años se habían borrado de tu memoria, y que ésta fue también la razón por la que guardaste silencio respecto a la orden, cuando buscaste el permiso para publicar tu libro, y que esto es dicho por ti, no para excusar tu error, sino para que pueda ser atribuido a ambición de vanagloria más que a malicia. Pero este mismo certificado, escrito a tu favor, ha agravado considerablemente tu ofensa, toda vez que en él se declara que la mencionada opinión es opuesta a las Sagradas Escrituras, y, sin embargo, te has atrevido a ocuparte de ella y a argüir que es probable. Ni hay ninguna atenuación en la licencia arrancada por ti, insidiosa y astutamente, toda vez que no pusiste de manifiesto el mandato que se te había impuesto. Pero considerando nuestra opinión de no haber revelado toda la verdad respecto a tu intención, juzgamos necesario proceder a un examen riguroso, en el que contestaste como buen católico.
Por eso, habiendo visto y considerado seriamente las circunstancias de tu caso con tus confesiones y excusas, y todo lo demás que debía ser visto y considerado, nosotros hemos llegado a la sentencia contra ti, que se escribe a continuación:

Invocando el sagrado nombre de Nuestro Señor Jesucristo y de Su Gloriosa Virgen Madre María, pronunciamos ésta nuestra final sentencia, la que, reunidos en Consejo y tribunal con los reverendos maestros de la Sagrada Teología y doctores de ambos derechos, nuestros asesores, extendemos en este escrito relativo a los asuntos y controversias entre el magnífico Cario Sincereo, doctor en ambos derechos, fiscal procurador del Santo Oficio, por un lado, y tú, Galileo Galilei, acusado, juzgado y convicto, por el otro lado, y pronunciamos, juzgamos y declaramos que tú, Galileo, a causa de los hechos que han sido detallados en el curso de este escrito, y que antes has confesado, te has hecho a ti mismo vehementemente sospechoso de herejía a este Santo Oficio al haber creído y mantenido la doctrina (que es falsa y contraria a las Sagradas y Divinas Escrituras) de que el Sol es el centro del mundo, y de que no se mueve de este a oeste, y de que la Tierra se mueve y no es el centro del mundo; también de que una opinión puede ser sostenida y defendida como probable después de haber sido declarada y decretada como contraria a la Sagrada Escritura, y que, por consiguiente, has incurrido en todas las censuras y penalidades contenidas y promulgadas en los sagrados cánones y en otras constituciones generales y particulares contra delincuentes de esta clase. Visto lo cual, es nuestro deseo que seas absuelto, siempre que con un corazón sincero y verdadera fe, en nuestra presencia abjures, maldigas y detestes los mencionados errores y herejías, y cualquier otro error y herejía contrarios a la Iglesia Católica y Apostólica de Roma, en la forma que ahora se te dirá.

Pero para que tu lastimoso y pernicioso error y transgresión no queden del todo sin castigo, y para que seas más prudente en lo futuro y sirvas de ejemplo para que los demás se abstengan de delincuencias de este género, nosotros decretamos que el libro Diálogos de Galileo Galilei sea prohibido por un edicto público, y te condenamos a prisión formal de este Santo Oficio por un periodo determinable a nuestra voluntad, y por vía de saludable penitencia, te ordenamos que durante los tres próximos años recites, una vez a la semana, los siete salmos penitenciales, reservándonos el poder de moderar, conmutar o suprimir, la totalidad o parte del mencionado castigo o penitencia.

La fórmula de abjuración que a consecuencia de esta sentencia fue obligado Galileo a pronunciar, decía como sigue:

Yo, Galileo Galilei, hijo del difunto Vincenzio Galilei, de Florencia, de setenta años de edad, siendo citado personalmente a juicio y arrodillado ante vosotros, los eminentes y reverendos cardenales, inquisidores generales de la república universal cristiana contra la depravación herética, teniendo ante mí los sagrados evangelios, que toco con mis propias manos, juro que siempre he creído y, con la ayuda de Dios, creeré en lo futuro todos los artículos que la Sagrada Iglesia Católica y Apostólica de Roma sostiene, enseña y predica.

Por haber recibido orden de este Santo Oficio de abandonar para siempre la opinión falsa que sostiene que el Sol es el centro e inmóvil, siendo prohibido el mantener, defender o enseñar de ningún modo dicha falsa doctrina; y puesto que después de habérseme indicado que dicha doctrina es repugnante a la Sagrada Escritura, he escrito y publicado un libro en el que trato de la misma condenada doctrina y aduzco razones con gran fuerza en apoyo de la misma, sin dar ninguna solución; por eso he sido juzgado como sospechoso de herejía; esto es, que yo sostengo y creo que el Sol es el centro del mundo e inmóvil, y que la Tierra no es el centro y es móvil, deseo apartar de las mentes de vuestras eminencias y de todo católico cristiano esta vehemente sospecha, justamente abrigada contra mí; por eso, con un corazón sincero y fe verdadera, yo abjuro, maldigo y detesto los errores y herejías mencionados, y, en general, todo otro error y sectarismo contrario a la Sagrada Iglesia; y juro que nunca más en el porvenir diré o afirmaré nada, verbalmente o por escrito, que pueda dar lugar a una sospecha similar contra mí; asimismo, si supiese de algún hereje o de alguien sospechoso de herejía, lo denunciaré a este Santo Oficio o al inquisidor y ordinario del lugar en que pueda encontrarme.

Juro, además, y prometo que cumpliré y observaré fielmente todas las penitencias que me han sido o me sean impuestas por este Santo Oficio. Pero si sucediese que yo violase algunas de mis promesas dichas, juramentos y protestas (¡que Dios no quiera!), me someto a todas las penas y castigos que han sido decretados y promulgados por los sagrados cánones y otras constituciones generales y particulares contra delincuentes de este tipo. Así, con la ayuda de Dios y de sus sagrados evangelios, que toco con mis manos, yo, el antes nombrado Galileo Galilei, he abjurado, prometido y me he ligado a lo antes dicho; y en testimonio de ello, con mi propia mano he suscrito este presente escrito de mi abjuración, que he recitado palabra por palabra.

En Roma, en el convento de Minerva, 22 de junio de 1633; yo, Galileo Galilei, he abjurado conforme se ha dicho antes con mi propia mano.