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Tema: Catecismo Católico de la Crisis en la Iglesia

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    Re: Catecismo Católico de la Crisis en la Iglesia

    -EL "AÑO DE LA FE" TENDRÁ QUE SER EL DE LA CONTRA-REFORMA-


    Revista
    ¿QUÉ PASA? núm. 200, 28-Oct-1967

    EL "AÑO DE LA FE" TENDRÁ QUE SER EL DE LA CONTRA-REFORMA

    POR A. ROIG

    El Año de la Fe (1967) sigue transcurriendo sin que el contenido de las publicaciones tituladas católicas nos aclare debidamente en su contenido «doctrinal» y «eclesial» a qué fe se refieren. Se hacen necesarias las debidas precisiones a nivel jerárquico, porque el contenido objetivo de la fe es considerado discutible entre los miembros más responsables de la Iglesia.

    Se nos había enseñado en los años de nuestra infancia que la fe es la virtud sobrenatural por la que -en comunión con la Santísima Trinidad- creemos en las verdades reveladas por Dios y enseñadas por la Iglesia. Recibimos el precioso don de la fe con el bautismo.

    Pero ahora se propaga con machacona insistencia y resonancia que la fe es, según los casos, un entusiasmo colectivo y «crecimiento» en duda permanente, pues se basa en la permanente «adaptación» a cada época del mundo.

    • Por nuestra fe testificada en la fidelidad a la doctrina y las obras tenemos la seguridad sobrenatural de nuestra salvación eterna por los infinitos méritos de la Redención de Jesucristo.

    • Pero no podemos compartir el optimismo «ingenuo», prácticamente diabólico, fundamentado en la confianza en el hombre como si no existiesen ni el pecado original ni los pecados personales.

    • Nuestra fe católica nos afirma en reconocer en los sacramentos una acción real y objetiva del Espíritu Santo, sobre nosotros.

    • Por eso repudiamos esta fe tan extendida que hace de la liturgia (actual) un mitin del «Pueblo de Dios» reunido en «Asamblea». No queremos ni su «penitencia» comunitaria ni la «Eucaristía» reducida a una simple fracción del pan como signo de fraternidad.

    • Tenemos fe en las Sagradas Escrituras —-la Santa Biblia— porque son la Palabra de Dios que se hizo hombre para salvarnos; son Palabra viva de Jesús.

    • Pero repudiamos la idolatría en la palabra escrita y sin vida que se transmiten aquellos que no creen ni en la presencia ni en la acción de Jesús vivo y operante en los Sacramentos.

    • Por nuestra fe católica amamos como a hermanos y hermanas a aquellos que están en comunión con su doctrina y consiguientes obras, y nos hace reconocer en la Iglesia Católica como a la gran familia de los hijos de Dios sobre la tierra.

    • Pero recusamos la fe fundada en una fraternidad ideal y una solidaridad moral fundamentada solamente sobre bases estrictamente humanas, como si fuese posible una fraternidad verdadera entre los hombres sin una fraternidad de Dios.

    • La fe católica nos dicta el deber y nos impulsa a ejercer el apostolado para comunicar a todos los hombres tan inmenso tesoro revelado a cada uno de nosotros por la infinita bondad de Dios.

    • Pero consideramos es una caricatura de la fe el transformar dicho apostolado en un filantropismo cuyos objetivos son solamente terrenos y en no pocos casos verdaderos cauces de transmisión de un socialismo marxista.

    Parece como si se estuviese instalando un jacobinismo circunstancialmente triunfante que además de manifestar su naturaleza antisocial, con su habilidad en destruir, nos demuestra su impotencia constructiva.

    El desbarajuste es general. Y con el nombre de «aggiornamento» prosigue el desmantelamiento metódico, entrando en las convulsiones morales —obra de la dictadura progresista— del terror. No hemos entrado aún en la reacción thermidoriana. Pero el hastío y reacción universal contra esta dictadura y esta anarquía vendrá por sus pasos. Y será restaurado el esplendor de la Iglesia Católica en toda su pureza doctrinal.

    El cronista no se explica cómo en el “Año de la Fe” ha sido posible la supresión del juramento antimodernista prescrito en 1910 por un «Motu proprio» de San Pío X.

    Igual suerte ha tenido LA PROFESION DE FE DEL CONCILIO DE TRENTO. La causa de ello radica en que la fórmula de San Pío X cerraba el paso al modernismo, y la de Pío IV obstaculizaba —impedía, en conciencia— toda infitración protestante en la Iglesia.

    La nueva fórmula de juramento, tal como la conocemos en Francia, tiene toda la apariencia de ser la profesión de una nueva fe de la «Iglesia posconciliar». Es una breve declaración general, sin minuciosas ni meticulosas puntualizaciones de fidelidad a las enseñanzas de la Iglesia, sin detallar cuáles son éstas. De lo que resulta que, excepto los dogmas más fundamentales, sólo se pide al que presta el juramento, que crea en todo momento lo que en cada época, y siguiendo los signos de los tiempos, se quiera hacerle creer. Así la fe de cierto «magisterio» podrá evolucionar con el sentido de la historia, las peticiones del mundo y las «exigencias pastorales». Sin suscribir en el futuro el juramento a una doctrina intangible, detallada, inmutablemente verdadera y sagrada, clérigos, religiosos y fieles no tendrán que cometer perjurio en lo sucesivo para seguir las evoluciones de sus jerarcas.

    La «profesión de fe» que hacen los progresistas de la Iglesia Reformada Conciliar Vaticano II ha renunciado a proclamar el error del protestantismo y del modernismo. Algo semejante vino a decir el cardenal Bea al obispo anglicano Robinson: «La Contrarreforma ha concluido».

    Porque el nuevo juramento, aparentemente, puede ser entendido con sentido católico. Pero en este Año de la Fe (1967), y por consiguiente de puntualizaciones doctrinales, cuando vivimos una época de protestantización masiva y de infiltración del modernismo y progresismo más virulentos en el seno de la Iglesia Católica, la supresión de la específica defensa contra estos graves peligros equivale prácticamente a una autorización disfrazada. Así piensan los seguidores del «catéchisme des Temps nouveaux» en su adaptación al «espíritu conciliar» y sus fantasías y novedades. Estemos alerta, pues conviene que no nos engañemos. En nombre del «renouvellement de l’Eglise», se tiende la mano y da entrada a los herejes, cismáticos, apóstatas y excomulgados de ayer. Pero también —tal como leemos los textos en Francia— es la excomunión silenciosa y vergonzosa de los católicos intransigentes.

    Así es posible que Mons. Pellegrino, nombrado arzobispo de Turín en septiembre de 1965, y elevado al cardenalato el pasado mes de mayo, nos haya dicho el 24 de agosto de este Año de la Fe —a través de unas declaraciones hechas al periodista danés M. Rudbeck— descarnadamente que «el Concilio exige un profundo cambio de mentalidad», que «debemos hacer un esfuerzo de apertura, pues el Concilio, además de exigir un cambio de mentalidad, hace extensiva la necesidad del cambio de las costumbres y de las estructuras».

    Con esta «nueva mentalidad», y a muchos kilómetros de Roma, en medio de un silencio angustioso por parte de quienes deben hablar, se nos presenta al Sínodo Episcopal —novísima creación— como la ocasión de presentar un programa de las reivindicaciones de los «delegados sindicales» (perdón, quería decir sinodales) a Roma, utilizando éstos los organismos posconciliares interdiocesanos y continentales como plataformas orientadas hacia la conquista del poder y de la revolución permanente.

    La liturgia ha sido la primera materia a «renovar». ¿Era tan urgente y necesario?

    Pero cuando el mundo necesita más oración se nos informa que el rezo del Breviario es abreviado hasta el rezo de los 150 salmos en un mes, cuando hasta hace poco era rezado en una semana. ¿Responde semejante decisión al espíritu del Año de la Fe?

    Entre tanto, y en nombre del «sinodalismo» (superador del «conciliarismo»), ya apuntan las siguientes maniobras:

    • a) Compartir los obispos con el Papa —sustituyendo a la curia— el supremo poder legislativo. Para ello se intentará la separación del «poder legislativo» del «poder ejecutivo» en la Iglesia. La curia ha de tener funciones «estrictamente administrativas» y en el desempeño de las mismas será «ejecutiva».En suma, el intento de que una Cámara de Diputados Episcopales ¡gobierne con el Papa!

    • b) Transferir todo el poder legislativo efectivo a las Conferencias Episcopales.

    •c) Acaparar, en detrimento de la Curia Romana, todo el poder judicial. Se llega a sugerir el nombramiento de «personnel judiciaire intelligent» a escala regional, ¡que pueda dispensar de todo recurso a Roma!

    d) Una vez cumplidos estos objetivos, es sencillísimo «ouvrir la porte a la democratisation de l’Eglise». Lo traduzco literalmente para que no crea el sufrido lector que hay algún malentendido por parte del cronista.

    A partir de tal situación, pocas cosas quedarían estables en la Iglesia si los propósitos del progresismo tuviesen efectividad en el gobierno üe la misma.

    Según la mayoría de las publicaciones «católicas» del país, éstas son las reivindicaciones de la mayoría de los obispos franceses a presentar en los Estados Generales de septiembre de 1967, como si el Sínodo fuese uno más de los que ha vivido la historia.

    Los lectores me preguntarán quizá el porqué de tanta agitación. Sencillamente, por «espíritu renovador». Se ha prometido tanto, ha alzado tan alto el vuelo de las fantasías, que conviene que con los continuos cambios pueda darse una externa apariencia de renovada vitalidad. Porque la realidad, desgraciadamente, es distinta.

    ¿Por qué estas prisas en la toma del poder? A ello contestaré que por temor del progresismo a la contrarreforma que ha de venir necesariamente. Son horas muy graves las que se avecinan y conviene que nuestro espíritu no desfallezca.

    Toulouse (Francia), octubre de 1967.


    Última edición por ALACRAN; Hace 6 días a las 13:19
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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