Revista FUERZA NUEVA, nº 495, 3-Jul-1976
NO SE PUEDE SER CRISTIANO (en esta sociedad, tal como está planteada)
(… ) Alienación de la Iglesia en España
Ciertamente, nuestros obispos actuales, a veces, han comprendido y han inculcado en abstracto el mensaje del Vaticano II. Recientemente, por ejemplo, escribía el cardenal Tarancón: “El cristianismo se encarna en el hombre... el cristianismo se encarna en los pueblos. Toma de cada cultura los elementos necesarios para expresar el mensaje que ha de predicar. Y se acomoda a la manera de ser de cada pueblo”. Pero, a renglón seguido, añade: “Precisamente porque el cristianismo debe encarnarse, debe estar en continua renovación para no hacer permanente lo que no es más que un condicionamiento personal o local”. Y con este pretexto se nos quiere imponer a los españoles apegados a los elementos diferenciales de nuestra cultura y de nuestra tradición eclesiástica, lo que es específico de otras culturas ajenas e incluso anticatólicas: lo que es específico del luteranismo, lo que es específico del liberalismo anglosajón, lo que sostenían en el pasado siglo los liberales católicos franceses como Lamennais, Montalembert, Sangnier.
Los estudiosos de la sociología religiosa algún día algún día puede que demuestren que la mayoría conductora de la Iglesia española alentada por Pablo VI, proscribió el “nacionalcatolicismo” español (el estilo militante de ser católico que aprendimos en Santiago y en San Pablo y llenó de santos y de fundadores la Iglesia, que pasó incorruptible la reforma luterana y no se dejó corromper por el liberalismo del siglo XIX; antes al contrario, continuó pensando con Donoso Cortés y con Vázquez de Mella y con Menéndez y Pelayo, dando mártires sin cuento en nuestra última Cruzada, sin una sola apostasía, como cantó la “Oda a los mártires de la guerra de España”, escrito por Paul Claudel. Y si esa mayoría episcopal execró el “nacionalcatolicismo” español, fue para sustituirlo por el “nacionalcatolicismo” francés de Lamennais y Loisy, adobado con lo peor de Maritain, de Mounier o de Congar; o por el “nacionalcatolicismo” germánico de Küng, de Rahner, de Haring, etc.
Concordato que reconozca la libertad para vivir cristianamente
Pero es el caso que cuando el cardenal Tarancón inculca a sus fieles que encarnen en Madrid el catolicismo, cuando se pone a negociar con las autoridades civiles, tiene que empezar él mismo por encarnar el catolicismo en el Concordato; es decir, tendría que preocuparse más por conseguir que el clima oficial del Estado español y de las leyes continúe siendo oficialmente católico, puesto que esa es la única manera de que los fieles católicos puedan invocar principios soberanos para luchar por la justicia, por la verdad, por el bien y por la libertad cristiana, como sigue queriendo el Concilio Vaticano II: el confesionalismo del Estado, la declaración constitucional de que el Estado quiere inspirarse en la fe y en la moral católicas es lo único que podrá evitar la discriminación, la persecución, la marginación de todos aquellos españoles que se propongan vivir civil, profesional y familiarmente conforme a los preceptos e inspiraciones de la Revelación cristiana.
Defiende mucho el cardenal Tarancón, como la defiende el Concilio Vaticano II, la libertad religiosa. Pero la libertad religiosa (como hace ver al cardenal Daniélou en “L’Oraison, problème politique”), “que debe ser considerada como un derecho humano fundamental no solamente para los individuos, sino para las comunidades, implica no sólo el derecho de profesar públicamente un culto, sino de disponer del espacio humano necesario para ordenar la vida según las exigencias de la religión”.
Discriminación contra el hombre cristianamente honesto
Si el nuncio Apostólico, si el cardenal Tarancón, si los ministros de Su Majestad liberal me quisieran recibir en audiencia y departir conmigo sin limitaciones, en diálogo fraterno, caritativo, liberal y democrático, yo les haría patente cómo el católico que quiere ser justo y justiciero, laborioso, veraz, honesto, puede ser y es a veces marginado, discriminado, postergado porque los poderosos (en la empresa pública o privada) prefieren obreros, empleados y funcionarios dóciles, hábiles, flexibles, eficaces, capaces de todo, porque carecen de conciencia cristiana, porque no quieren ser justos y se prestan a todo por dinero.
En una sociedad aconfesional, en una sociedad en la que hasta los “demócratas de inspiración cristiana” se comporta el moralmente como los ateos, NO SE PUEDE SER CRISTIANO.
(…)
El derecho a que la vida pública sea honesta
En efecto: en la sociedad liberal, en la que sólo impera como soberano el dinero, el afán de lucro, si la Iglesia no hace un Concordato con el Estado en virtud del cual los católicos consigan tener tanto derecho como los acatólicos a que en la vida económica, en la vida civil, en la actividad de la Administración pública, en el Parlamento, etc., disponga el católico de libertad religiosa efectiva, es decir, del poder necesario para imponer las consecuencias de su fe y los preceptos de su moral religiosa, el católico será un postergado, si no es un corrompido, un pecador irremediable, un relapso.
El católico no será libre, será un perseguido si carece de poder personal y social (eclesial) para que se haga justicia, para que se diga verdad, para que funcione con honestidad la estructura laboral, económica, informativa, municipal, estatal en que se encuentre inserto.
Obispos agentes de la secularización y de la neurosis religiosa
Puede suceder (sucede si las autoridades eclesiásticas no son lúcidas) que fomenten el advenimiento de unas estructuras civiles en las que sea imposible la vida cristiana, proscribiendo el catolicismo sociológico y el régimen de cristiandad.
Sucede, a veces, que, a causa de la inflexibilidad, de la fortaleza, de la incorruptibilidad moral del católico, se le margina, se le boicotea, se le posterga, se le sanciona, se le castiga, se le pone en cuarentena, se le considera neurótico. En efecto, hasta Jaques Ellul, en su reciente, voluminoso y valioso libro sobre “La traición de Occidente”, observa el hecho de la neurosis producida por la hipócrita proclamación cristiana o liberal de unos ideales que luego nadie sirve ni encarna.
Eulogio RAMÍREZ
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