Una breve lección de historia: la Iglesia ante la herejía luterana
Recordemos lo que hizo la Iglesia en los momentos decisivos de disputa con la doctrina luterana. El punto de partida es la afirmación de la 'Amplitud ideal del Cristianismo'. Si se pierde de vista esta esencial amplitud, la distancia entre una ortodoxia y otra resultará tan grande que podrá parecer la distancia entre ortodoxia y heterodoxia. Sin embargo, es necesario precisar los límites de dicha amplitud. Frente a los racionalismos y irracionalismos de toda índole, la Tradición católica mantiene el principio de racionalidad sobre cualquier otra forma del espíritu, y su amplitud abraza una pluralidad de valores, todos los cuales tienen cabida dentro de su verdad, pero no una pluralidad compuesta de valores y no-valores. Un concepto espurio de la amplitud del Catolicismo conduce a la indiferencia teórica y la indiferencia práctica (moral): a la imposibilidad de conferirle un orden a la vida. Fue esto lo que vió con claridad la Jerarquía ante la herejía luterana, que cambió la doctrina de arriba abajo al repudiar su principio: la autoridad, consecuencia de la constitución divina de la Iglesia. Puesto que consiste en un rechazo del principio, la propia apologética católica entiende que la herejía luterana es teológicamente irrefutable: 'puede vencer las objeciones del adversario pero no al adversario, ya que éste rechaza el principio con el cual argumenta para refutarle (cf. Sth. I q.I a8). No rechaza Lutero este o aquél artículo del conjunto dogmático del catolicismo (aunque naturalmente también lo hace) sino justamente el principio de todos los artículos, que es la autoridad divina de la Iglesia (cf. Romano Amerio, Iota Unum, vers. esp. en: Critero Libros, 1994, p.30).
Para ver esto en sus fuentes, entrémonos en los acontecimientos de la Dieta de Ratisbona (1541). El Card. Contarini fue enviado como legado pontificio a la Dieta para facilitar la tentativa del Emperador Carlos V de un arreglo amistoso que recondujese a los luteranos a la Iglesia Católica. El Card. Contarini llegó a Ratisbona "lleno del máximo celo y animado de la más sincera voluntad de hacer todo cuanto estuviese en su poder para eliminar las turbulencias religiosas de Alemania". Contarini respondió a Eck (quien consideraba inútil dicho intento) que el cristiano debe siempre esperar contra toda esperanza, y mostraba tanta "mansedumbre, prudencia y ciencia" como era necesaria para imponerse tanto a sus colaboradores como a los mismos luteranos, que "a la larga no pudieron sustraerse al poder de su personalidad y de su ejemplar conducta", y comenzaron "no sólo a amarle, sino a reverenciarle". Los ministros de Carlos V expresaron su convicción de que Dios, en su bondad, había creado a Contarini nada más que con el fin de reconducir a los luteranos a la Iglesia Católica. Y sin embargo se llegó a la ruptura: por mucho espacio que se le quiera dar a la caridad, hay que ser siempre estricto cuando se trata de errores doctrinales, a menos que se quiera caer en la tolerancia dogmática, que pisotea los derechos de la verdad y, en este caso, de la Verdad revelada.
El momento crucial llegó al tratar de la Eucaristía: "aquí pudo verse que los protestantes no sólo rechazaban el término 'transustanciación' fijado por el IV Concilio de Letrán para la transformación eucarística, sino que negaban también lo esencial, la verdadera transformación de la sustancia del pan y del vino en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, añadiéndole además otra herejía al sostener que el Cuerpo de Cristo sólo estaba presente para quien comulgaba, y declarar en consecuencia que la adoración del Santo Sacramento era una idolatría" (H. Rueckert: Die theologische Entwicklung von G. Contarini, 1926).
Hasta aquel momento, Contarini, "en su condescendencia, había llegado hasta el límite y había inculcado fuertemente [en sus colaboradores] la necesidad de no abordar (...) las controversias teológicas en las cuales los mismos teólogos católicos no estaban de acuerdo [es decir, las cuestiones todavía disputadas y por tanto libres] (...) pero cuando se intentó nuevamente poner en duda una de las doctrinas fundamentales de la Iglesia, la 'transustanciación' enseñada por un Concilio ecuménico, con toda energía defendió la verdad católica". Al Emperador Carlos V y a sus ministros, que sorprendidos por esta imprevista intransigencia sugerían un compromiso, el Card. Contarini respondió: "mi objetivo es establecer la verdad. Ahora bien, en el caso actual ésta está tan claramente expresada en las palabras de Cristo y de San Pablo, y declarada por todos los doctores eclesiásticos y teólogos de la Iglesia latina y griega antiguos y modernos, así como por un célebre Concilio, que no puedo en modo alguno consentir que se la ponga en duda. Si no puede establecerse un acuerdo sobre esta doctrina ya sólidamente fijada, habrá que abandonar el desarrollo ulterior de los acontecimientos a la bondad y la sabiduría divinas; pero hay que mantener con firmeza la verdad". Así fue como el Card. Contarini, precisamente por estar lleno de fe en la Providencia, no pretendió sustituirla en el gobierno general de la Iglesia, convencido de que a los "administradores" no se les pide ejercer de dueños, sino ser fieles (cfr. I Cor. 3, 4).
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