El Papa Benedicto XVI habla de arquitectura (III)

Agradecemos a Duncan Stroik, de la revista Sacred Architecture, por esta valiosa recopilación de textos.


Traducción: Pablo Álvarez Funes



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Sobre el Altar y la Dirección de la Oración Litúrgica.
Cardenal Joseph Ratzinger, 2000


Así sucedió que la Liturgia de la Palabra de la sinagoga, renovada y profundizada de una manera Cristiana, se fusionó con el recuerdo de la muerte y resurrección de Cristo para convertirse en la “Eucaristía”, y precisamente así es fiel al cumplimiento a la orden" “Haced esto en memoria mía”. Esta nueva forma global de adoración no podría derivar simplemente de la cena, y tuvo que ser definida a través de la interconexión del templo y la sinagoga, Palabra y Sacramentos, cosmos e historia. Se expresa de la misma forma que descubrimos en la estructura litúrgica de las primeras Iglesias en el mundo del Cristianismo Semita. Por supuesto también sigue siendo fundamental para Roma. Una vez más, permítanme citar a Bouyer:


“En ningún momento ni lugar anterior (es decir, anterior al siglo XVI) hay indicación alguna de la importancia concedida, o incluso la atención prestada a la pregunta de si el sacerdote debe celebrar con el pueblo detrás suya o frente a él. El Profesor Cyril Vogel ha demostrado que, "si hubo algo a enfatizar, fue que el sacerdote debía pronunciar la plegaria eucarística, al igual que todas las demás oraciones, mirando hacia el Este. Aun cuando la orientación de la iglesia permitía al sacerdote rezar de cara al pueblo, no debemos olvidar que no era sólo el sacerdote quien oraba a Oriente, sino toda la congregación con él”.


Es cierto que estas conexiones fueron ocultadas o cayeron en total olvido en las iglesias y práctica litúrgica modernas. Esta es la única explicación para el hecho de que la dirección común de oración de los sacerdotes y el pueblo fuera etiquetada como “celebración hacia la pared” o “de espaldas al pueblo”, llegando a parecer absurdo y totalmente inaceptable. Y esto explica por sí solo por qué la Última Cena - incluso en los cuadros modernos - se convirtió en la idea normativa de la celebración litúrgica cristiana. En realidad lo que ocurrió fue la entrada en escena de una clericalización sin precedentes. Ahora el sacerdote - el “oficiante”, como prefieren denominarlo ahora - se convierte en el punto de referencia real de toda la liturgia. Todo depende de él. Tenemos que verlo, responderle, participar en lo que está haciendo. Su creatividad lo sustenta todo. No es sorprendente que las personas traten de reducir este nuevo papel a la asignación asignación de todo tipo de funciones litúrgicas a personas diferentes y de confiar la planificación “creativa” de la liturgia a grupos de personas que quieran hacer , y se supone que harán, “su propia contribución”. Dios aparece cada vez menos. Cada vez es más importante lo que hacen los seres humanos que se reunen aquí y no quieren someterse a un “patrón predeterminado”. Al volverse el sacerdote hacia el pueblo ha convertido la comunidad en un círculo cerrado sobre sí mismo. En su forma externa, ya no se abre hacia lo que queda por delante y por encima, sino que se cierra sobre sí misma. El rezo común hacia el Este no era una “celebración hacia la pared”; no quería decir que el sacerdote estuviera “de espaldas a la gente”; el sacerdote no era considerado tan importante en sí mismo. Porque así como la congregación en la sinagoga oraban juntos hacia Jerusalén, en la liturgia cristiana la congregación ora unida “hacia el Señor”. Como dijo J. A. Jungmann, uno de los padres de la Constitución del sobre la liturgia del Concilio Vaticano II, se trataba de que pueblo y sacerdote oraran en la misma dirección, sabiendo que juntos irán en procesión hacia el Señor. No se encierran en un círculo, no se miran unos a otro, pero como peregrinos el pueblo de Dios se pone en marcha para el Oriente, hacia Cristo que viene a nuestro encuentro.


¿Deberíamos realmente reorganizarlo todo de nuevo? Nada es más dañino para la liturgia que un activismo constante, aun cuando aparente ser para el bien de una verdadera renovación. Yo veo una solución en una propuesta que viene de las ideas de Erik Peterson. La oración hacia el este está vinculada, como hemos visto, con la “señal del Hijo del Hombre”, con la Cruz, que anuncia la Segunda Venida del Señor. Es por eso que, desde muy temprano el Oriente se ha vinculado con la señal de la cruz. Donde no es posible mirar hacia el Este, la cruz puede servir como el Este interior de la fe. Debería colocarse en el centro del altar, y ser el punto común de interés para el sacerdote y la comunidad orante.



Considero que uno de los fenómenos verdaderamente absurdos de las últimas décadas ha sido desplazar la cruz del altar a un lado para dar una visión ininterrumpida del sacerdote. ¿Es la cruz perjudicial durante la misa? ¿Es el sacerdote más importante que el Señor? Este error se debería corregir tan pronto como sea posible; se puede hacer sin necesidad de reformas. El Señor es el punto de referencia. Él es el sol naciente de la historia. Por eso puede haber una cruz de la Pasión, que representa al Señor sufriente, que nos dejó traspasar su costado, del cual brotó sangre y agua (Eucaristía y el Bautismo), y una cruz de triunfo, que expresa la idea de la Segunda Venida y guía nuestra mirada. Porque siempre es el único Señor: Cristo ayer, hoy y siempre (Hebreos 13,8).


Extracto de la Parte Segunda, Capítulo Tres, de “El Espíritu de la Liturgia” del Cardenal Joseh Ratzinger. Ediciones Cristiandad, 2007.


Misa "de cara al pueblo". Fuente: Vivir de la Eucaristía