Una novela del P. Castellani de difícil reseña
Genial, con atisbos locoides, apasionante, profética...
Jerónimo del Rey (P. Leonardo Castellani): Juan XXIII (XXIV). Una fantasía. Librería Lectio, Córdoba (Argentina), 2013, 349 pgs.
El libro se escribió en 1964. Y es plenamente castellaniano: brillante, incluso genial, imposible, que atrapa enseguida al lector que tenga interés por cuestiones eclesiales y una cierta cultura pues al analfabeto cultural le será imposible entenderlo, con mucho fondo autobiográfico, crítico, amante de la institución, con atisbos que algunos podrían considerar progresistas y enorme fondo tradicional y profético. Ya me dirán si no es profético un Papa argentino y que renuncia al Pontificado. Y ya para rizar el rizo el Papa es él. Sacerdote abandonado, expulsado de la orden "jeromiana", la suya también empezaba por jota, y rescatado por Juan XXIII para reconducir un Concilio que se le iba de las manos. Para mí ha sido un gozo de lectura. Que me confirma más en la genialidad de este singular sacerdote argentino.
Es una novela y no os la voy a destripar. El lector que pueda hacerse con el libro, cosa que no será fácil pues está editado en Argentina y supongo que con escasa tirada, quedará asombrado de tanta imaginación y de tanto fondo real. Algunos personajes son identificables, otros, pura imaginación del autor. Que tenía mucha.
Y aquí concluyo la nota. Quien quiera saber más que intente hacerse con el libro. El mío no lo presto. Pero sí hago constar mi agradecimiento al queridísimo amigo que me lo regaló.
¿Lo habrá leído el Papa Francisco?
Castellaniana
LEONARDO CASTELLANI, MAESTRO DE LA FE
Jorge Mastroianni (Publicado en “Cabildo” 98, año X, segunda época)
Los años transcurridos desde la muerte del Padre Castellani (foto de la izquierda), son posiblemente el lapso en que frecuentamos su trato con mayor asiduidad. Decimos “trato” y no “lectura”, porque un libro de Castellani es una lección dialogada entre autor y lector, un coloquio que va desarrollándose inadvertidamente, hasta que —de pronto— las intuiciones y sentimientos que suscita la lectura irrumpen en forma de diálogo ameno y chispeante. El alma de ese diálogo personal, directo y confiado, consistía en su propósito de cumplir con el oficio que Dios eligiera para él, esto es, enseñar la Fe, poniendo a su servicio los medios más aptos del que él eligiera para cumplirlo: nos referimos a su vocación de sacerdote y su idoneidad de hombre de letras. Porque este escritor singular, profundo, sabio y disciplinado como pocos en su trabajo; este lector de oficio —que ejercía como un deber de estado en que se juegan la vida o muerte eternas— este sacerdote que amó a la Iglesia “a pesar de los pesares” y, sobre todas las cosas, amó a Cristo presente en la Iglesia, era, sobre todas las cosas también, un hombre de Dios, un hombre elegido por Dios. Dice bien Calderón Bouchet en su Estudio Preliminar a “Las Canciones de Militis” (Ed. Dictio, Bs. As., 1974) que “…sin ser dominico, hizo suyo el lema de aquella Orden: Contemplari et contemplata aliis tradere”. Bien dice, porque de esta contemplación y transmisión de lo contemplado, puede afirmarse que fue el primer motor de su obra. Y bien dice, cuando explicitando el concepto, agrega: “…si hay algo que distingue a Castellani de otros doctos en sagradas ciencias, es su idoneidad para hacerse entender y provocar en la inteligencia un movimiento de profundo goce intelectual sostenido por dos estímulos aparentemente antagónicos: el descubrimiento de la verdad y la asombrosa comprobación de la insignificancia de las mentiras que la ocultaban…” (subrayado nuestro). Conocer, en sentido cristiano, es contemplar y luego obrar en orden a lo contemplado. La virtud de la caridad, en este caso, consiste en participar a los demás de la Verdad contemplada: esa “caridad de la Verdad” que debemos al prójimo, antes y mejor que cualquier otro bien material o moral.
“El problema del aeronauta (dice Castellani), no es sólo volar alto, sino volar alto con pasajeros y carga, que de otro modo le puede sacar ventaja cualquier globito de hidrógeno”. Castellani voló alto y dotado de un instrumental de vuelo excepcional: Teología, Filosofía, Lingüística, Psicología, latín y griego, seis idiomas modernos, preceptiva literaria, arte y sensibilidad de poeta. Voló alto hacia Dios, por amor de Dios, llevando en el “anca” de su vuelo a la Patria, que al decir de Verlaine en los inolvidables versos que Castellani tradujera “…ya son un solo amor, ya no son dos”. Y voló alto para salvar su alma y la nuestra en un vuelo del que algunos fueron pasajeros y otros fuimos carga. Dicho en cristiano, unos pocos fueron Cireneos y otros, cruz.
Se ha dicho de él que fue el escritor religioso más original de este tiempo. Es verdad, pero vale la pena detenernos a considerar en qué consistía esa originalidad. Por una parte, originalidad de estilo, innegable, evidente, casi única. Pero por otra, o mejor dicho, subsumiendo aquélla, la originalidad de las almas en gracia, la santa originalidad de los fieles a las mociones de la Gracia.
¡Qué más le daba al Padre una palabra, un giro idiomático más o menos pulido, si expresaba claramente la idea que trataba de enseñarnos, la verdad que defendía, el punto de la Fe en que podíamos vacilar, tropezar o escandalizarnos! Castellani fue un maestro en la más amplia y pura acepción de la palabra, un maestro de la inteligencia, pero también un maestro de los corazones, porque movía la voluntad a la enmienda y a la vida virtuosa: porque edificaba, en suma, poniendo la inteligencia al servicio de la Fe.
Este servicio de la inteligencia en obsequio de la Fe, esta subordinación de grado de la razón a la Providencia, puede parecernos fácil a los que obramos sin mucho miramiento respecto de ambas. Pero en los hombres del talante (y del talento) de Leonardo Castellani, implica un esfuerzo y un vencimiento de valor excepcional: es fácil renunciar a las riquezas que no se tienen, lo tremendamente difícil es renunciar a las que se tienen.
En obsequio de la Fe, Castellani vendió, como el mercader de la parábola, todos sus bienes. Por cultivar el pequeño grano de mostaza, por hallar el tesoro escondido, por adquirir la perla única, gastó su vida, “…al servicio de Dios y de los hombres, en las cosas que miran a Dios” (San Pablo, ad Heb.)
Dice Bloy, parafraseando a San Pablo, precisamente, que la Fe “…es la sustancia de nuestra Esperanza”. Castellani vivió como pocos esa verdad; como pocos nutrió su Esperanza de la Fe y como pocos la esparció generosamente, como la buena semilla del Evangelio. Algunas cayeron sobre el camino, otras a su vera. Algunas fueron asfixiadas por los abrojos, pero alguna cayó en buena tierra. Y germinó, y dio frutos en abundancia. En esta patria enferma, tan melancólica, tan doliente, es preciso volver a ver la patria bella, tan oculta, que solo los ojos de la Fe intrépida, de la Fe que mueve montañas, serán capaces de descubrirla.
Castellaniana: Maestro de la Fe
34º aniversario de su fallecimiento
Parecemos devolvértelos a Ti, oh Dios, de Quién los recibimos. Pero así como Tú no los perdiste al darlos a nosotros, tampoco los perdemos cuando regresan a Ti.
Oh Amante de Almas, Tú no das como el mundo da. Lo que das no quitas, pues lo que es Tuyo, también es nuestro puesto que somos Tuyos, y Tú eres nuestro.
La vida es eterna, el amor es inmortal; la muerte no es más que horizonte, y el horizonte no mas que límite de nuestra visión.
¡Levántanos, oh Poderoso Hijo de Dios, para poder ver más allá; enjuga nuestros ojos para mirar con luz más clara; acércanos a Ti para sentirnos junto a Ti y hallarnos cerca de nuestros queridos seres que están contigo!
Y mientras preparas un lugar para nosotros, prepáranos a nosotros también para esa tierra feliz, por que donde estés, estemos nosotros también, por siempre. Amén.
Rdo. Padre Bede Jarret O.P.Castellaniana
Padre Leonardo Castellani: el profeta incómodo (la mitad de su vida)
No hace mucho, el escritor español, Juan Manuel de Prada descubrió al gran padre Leonardo Castellani, quizás lo mejor que haya dado la Argentina en el ámbito católico del siglo XX. Pocos lo conocen o mejor dicho, no tantos como debieran.
Presentamos ahora la versión digital de una obra genial: el libro del Dr. Sebastián Randle titulado “Castellani (1899-1949)“. Su autor tuvo la dicha de trabajar a la luz de los diarios íntimos y las publicaciones éditas del gran jesuita argentino. Criticado por propios y ajenos y silenciado por muchos, creemos sin embargo que, aunque hay pasajes que no suscribimos totalmente, es del todo indispensable para entender el cambalache del siglo pasado.
Con permiso expreso del autor, lo ponemos a disposición para quienes deseen conocer al “profeta” más grande que tuvo la Argentina y aguardamos mientras tanto, la segunda parte (1949–1981) que fue prometida para fin del corriente año.
Como se trata de un libro “gordo”, me permito presentar aquí también un excelente resumen que escribiera mi maestro, el Dr. Octavio A. Sequeiros, justamente hoy 27 de Abril, a siete años de su partida a la casa del Padre: “Castellani: el profeta incómodo”, aparecido en la Revista Gladius Nº 59(2005), 55-100.
Que les aproveche.
Libro del Dr. Sebastián Randle en formato mobi, pdf y word
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera RavasiQue no te la cuenten | La falsificación de la realidad
Con todos se peleó...
Leonardo Castellani fue un escritor peligroso: demasiado hondo y sincero para ser tolerado por el sistema
Leonardo Castellani
En mi existencia de lector he saboreado muchos deslumbramientos; pero ninguno tan gigantesco y perdurable como el que me proporcionó el argentino Leonardo Castellani. Con legítimo orgullo, puedo confesar que si hoy no soy un escritor sistémico, ni un católico chirle al uso, se lo debo a este gran maldito, que con todos se peleó salvo con Dios; también sin asomo de hipérbole, puedo añadir que, si he mantenido el entusiasmo por mi vocación en medio de tantas zancadillas y puñaladas traperas, ha sido gracias al ejemplo de este escritor duro y precioso como un diamante que supo sobreponerse a todas las penurias y animosidades. Y puede que también conserve la fe gracias a su influjo benéfico. Castellani ha sido mi faro en las noches oscuras del alma, mi consuelo en la tribulación, mi guía en la pesquisa de la verdad, mi profesor de energía, mi protección contra los sobornos mundanos y mi intercesor en el cielo; pues un pecador tan denodado como yo necesita un abogado tan pugnaz como Castellani.
Apasionado polemista, detractor implacable de la modernidad y de toda su cochambre ideológica, Castellani es sobre todo un campeón de la ortodoxia, que como ya sabemos es la única forma de heterodoxia que nuestra época repudia. Resulta, en verdad, sobrecogedor, que un escritor tan formidable haya sido confinado en los desvanes donde se pudren los escritores prescindibles; y tal confinamiento lo ha consumado la canallesca cultura sistémica, pero también -no nos engañemos- la desidia de los presuntos «buenos». Castellani se distinguió por sostener -y no enmendar- aquellas posturas estéticas, filosóficas o religiosas que los repartidores de bulas del cotarro cultural han decidido demonizar; las mismas que por respetos humanos, allanamiento ante el mundo o cobardía propia de eunucos muchos católicos (incluidos los que gastan báculo) no se atreven a defender. Aunque, para ser del todo sinceros, esta condena en muerte no es muy distinta de la que Castellani soportó en vida: expulsado de la Compañía de Jesús, sufrió todo tipo de tropelías, hasta morir viejo y achacoso, sin más refugio que unos pocos fieles que lo confortaron en la desdicha y la lealtad acérrima a sus dos vocaciones -la sacerdotal y la literaria-, íntimamente desposadas entre sí.
Terrible polemista
Nacido en 1899 en Reconquista, un pueblo santafesino, Castellani era hijo de emigrantes italianos. Su padre, un periodista librepensador, halló la muerte en una confusa trifulca con policías corruptos; es posible que este hecho marcase su carácter, misántropo y un poco neurótico. Por influjo de su piadosa madre, Castellani ingresa en la Compañía de Jesús en 1918; y la Compañía, que descubre enseguida sus dotes extraordinarias, lo envía a estudiar a Roma y a la Sorbona. En estos años de brillo y cosmopolitismo, Castellani prueba sus primeras armas literarias, que abarcan casi todos los géneros: volúmenes de relatos como «Martita Ofelia y otros cuentos de fantasmas» (con joyas que nada tienen que envidiar a los escritores más renombrados del género fantástico) o «Las muertes del padre Metri» (una especie de Padre Brown santafesinio), así como sátiras y colecciones de artículos como «El nuevo gobierno de Sancho» o «Las canciones de Militis», en las que junto a una cultura ecuménica Castellani revela dotes de apologeta consumado y temible polemista, dotado de un estilo vibrante y un
humor socarrón de estirpe cervantina que le permite derribar los espesos muros de la mentira como si estuviesen hechos de alfeñique.
Son años en los que Castellani prodiga su pluma en las publicaciones más variopintas, exponiendo ideas disolventes, lúcidas hasta la imprudencia, que le van ganando una legión de enemigos, tanto entre las sotanas como entre los mandiles. Si sus comentarios políticos son tan luminosos como devastadores, sus ensayos religiosos fustigan sin melindres el vicio del fariseísmo y la sosería de una Iglesia resignada a la inanidad; y nada tan regocijante como sus artículos de crítica literaria, donde pone como chupa de dómine a todos los santones del canon, desde el tostónico James Joyce al señoritingo Borges.
En todas estas obras, Castellani muestra una hondura intelectual y una capacidad admirable para provocar en la inteligencia un movimiento de adhesión gozosa (o de rechazo fulminante, si la inteligencia está infestada de paparruchas políticamente correctas). Y es que nuestro autor era eso que los franceses llaman un «maître à penser», alguien que, a través de sus reflexiones, no sólo nos invita a pensar, sino que vertebra y muscula nuestros pensamientos; alguien que no sólo acicatea nuestra inteligencia, sino que la nutre, la robustece, la dota de un andamiaje robusto y, a la vez, la impulsa por caminos nunca antes transitados.
Con razón un escritor tan peligroso ha sido execrado igualmente por los impíos, los esnobs y los meapilas, y tanto en la vida como en la muerte…
Con todos se peleó...
...Salvo con Dios
JUAN MANUEL DE PRADA
Expulsado de los jesuitas en 1949, Leonardo Castellani no cedió en sus principios y mantuvo su combativa ortodoxia
En 1946, Leonardo Castellani escribió una serie de cartas ásperas y vigorosas, también algo imprudentes y temerarias, dirigidas a sus hermanos jesuitas de la provincia argentina, en las que denunciaba la esclerotización de los votos religiosos en la Compañía. Las desavenencias con sus superiores alcanzaron entonces el paroxismo; y Castellani viajó a Roma, creyendo ingenuamente que hallaría apoyo en el Padre General Janssens, que por aquellas mismas fechas recibía la visita de otro jesuita problemático, Teilhard de Chardin, un maldito de pacotilla, de los que el mundo gusta de ensalzar y aplaudir. Teilhard, por supuesto, fue mantenido con honores en la Compañía; Castellani fue recluido en Manresa, donde pasó muchas amarguras y quebrantos. Allí descubrió la obra de Jacinto Verdaguer, otra víctima como él del fariseísmo religioso, a quien dedicaría una obra desgarradora, «El ruiseñor fusilado», que puede leerse como una suerte de autobiografía espiritual.
Camionero y profesor
En octubre de 1949 Castellani es separado de la Compañía y suspendido a divinis. Con cincuenta años recién cumplidos, difamado y sin medios de vida, impedido para celebrar misa y atormentado por conflictos espirituales crudelísimos, se refugió primero en Reconquista, su pueblo natal, donde llegó a trabajar como camionero y repartidor de leche; luego en Buenos Aires, donde se empleó durante breve plazo como profesor de psicología, pero un decreto de Perón prohibió a los sacerdotes impartir clases en centros públicos. De nada sirvió a Castellani alegar que había sido apartado del ministerio: para los meapilas, era un renegado indigno; para los comecuras (que a veces son los mejores teólogos), un sempiterno sacerdote.
Vituperado por los enemigos de la fe y zaherido por los aprovechateguis y chupópteros del óbolo de la viuda que merodean (ayer igual que hoy) los palacios episcopales, Castellani entendió que el martirio de un escritor católico no consiste tan sólo en «sufrir por la Iglesia», sino también en «sufrir a manos de la Iglesia» (o siquiera de sus miembros más corruptos e hipócritas); y perseveró sin desmayo, a pesar de que amigos como el escritor comunista Leónidas Barletta lo exhortaban a abandonar la causa católica (la respuesta epistolar de Castellani a Barletta es, por cierto, una de las más hermosas apologías de la fe que jamás se hayan escrito).En medio de la noche oscura del alma y de la penuria más renegrida, Castellani resistió; y su ortodoxia, lejos de claudicar, se hizo más combativa y profética, incendiada de una esperanza que avizoraba la Parusía. Y si su fe no desmayó ni un ápice, tampoco lo hizo su escritura, que no hizo sino engrandecerse y acrisolarse en la tribulación, como la caballerosidad de don Quijote se engrandecía y acrisolaba ante los escarnios. Aquellos años de ímprobas penalidades, sostenido apenas por un puñado de fieles, le sirvieron para escribir algunos de sus mejores libros: su fantasía papal «Juan XXIII (XXIV)» (1964), su magnífico ensayo «El Evangelio de Jesucristo» (1957) y su grandiosa trilogía sobre el Apocalipsis: «Cristo, ¿vuelve o no vuelve?» (1951), «Los papales de Benjamín Benavides» (1954) y «El Apokalypsis de San Juan» (1963).
El estilo es el hombre
Y como los inicuos no siempre triunfan del todo, en 1966 Roma le restituyó el ministerio sacerdotal; e incluso pudo Castellani darse el gustazo (o tal vez sólo el melancólico desdén) de rechazar, en 1971, la reintegración a la Compañía de Jesús. En mayo de 1976, fue invitado por Jorge Rafael Videla a almorzar, junto a Jorge Luis Borges y Ernesto Sabato, en la Casa Rosada. Durante aquella comida, fue el único que pidió clemencia por los represaliados políticos y reclamó la liberación del escritor Haroldo Conti, mientras Borges y Sabato callaban como putitas. Al salir de la Casa Rosada, los tres escritores fueron asaltados por una legión de periodistas expectantes. Borges fue parco pero inequívoco en la adulación: «Agradecí personalmente a Videla el golpe del 24 de marzo, que salvó al país de la ignominia, y le mandé mi simpatía por haber enfrentado la responsabilidad del gobierno». Más servil todavía se mostró Sabato, que por entonces todavía no posaba de paladín de los derechos humanos: «Videla me ha producido una impresión excelente. Se trata de un hombre culto, modesto e inteligente… Me impresionó su amplitud de criterio y su cultura». Castellani se abstuvo de hacer declaraciones; miró con asco a los dos lameculos y se largó. El estilo es el hombre.
En cierta ocasión se definió así: «Yo soy pestíferamente ortodoxo. Si fuese jesuita heterodoxo, mucho mejor le iría a mi bolsillo. Pero como ya estoy viejo y cambiar no me gusta, prefiero quedar así no más, mal que le pese a mi bolsillo, al obispo de Rosario y a quienquiera que sea: pestíferamente ortodoxo, que ojalá pueda traducirse mañana contagiosamente católico». Ese mañana ya ha llegado. No sé a qué esperas, querido lector, para dejarte contagiar por este escritor inmenso, bendito de Dios y maldito de los hombres.
...Salvo con Dios
Un par de enlaces a dos libros completos, uno ya se ha mencionado, pero no se si se puso enlace y el otro es realmente un complemento al primero.
https://web.archive.org/web/20140326...sDeSanJuan.htm
https://web.archive.org/web/20140326...pocalipsis.htm
Un profeta ante la "gran calamidad"
Transcribo a continuación la entrevista que el diario La Prensa realizó a Sebastián Randle, autor de la monumental biografía del P. Leonardo Castellani.
22.01.2017 | El biógrafo del padre Castellani explica el destino singular del olvidado sacerdote y escritor. Sebastián Randle sostiene que el autor de "El Evangelio de Jesucristo" era un tipo difícil al que le tocó denunciar la Gran Apostasía. Ni entonces ni ahora se le prestó la debida atención.
Por Jorge Martínez
Hace tiempo que no se habla del padre Leonardo Castellani. Un olvido injusto por donde se lo mire, que a la vez pasa por alto la profundidad de una de las grandes mentes del catolicismo de habla hispana en el siglo XX, y soslaya el talento literario de sus numerosos escritos repartidos en libros, artículos, conferencias y homilías.
Políglota, teólogo y exégeta, pero también periodista, crítico literario, poeta y novelista: Castellani (1899-1981) dejó una obra tan vasta -al menos 60 volúmenes- como rica por la agudeza de sus reflexiones y el encanto de su estilo, una marca inconfundible del autor. Ese estilo personalísimo que nunca perdía el humor ni la campechanía aunque hablara del Reino de los Cielos, el Fin de los Tiempos o la Parusía y que era como el destilado accesible al lector corriente de una honda sabiduría acumulada en decenios de estudio y oración.
Era ese uno de los muchos rasgos que lo acercaban a G.K. Chesterton, escritor al que admiraba y al que tanto se parece pese a las diferencias de temperamentos y peripecias vitales.
Castellani fue un personaje a todas luces extraordinario que hace algo más de un decenio encontró al biógrafo digno de su estatura. El doctor Sebastián Randle, hombre de la Justicia, aficionado a las letras y católico combativo, acometió la empresa en sus ratos libres como trabajo de amor y de reparación. El resultado fue Castellani, 1899-1949, biografía monumental publicada en 2003 por la editorial Vórtice, que recorre la mitad de la vida y la obra del sacerdote nacido en Reconquista, provincia de Santa Fe. Y que lo hace con las adecuadas dosis de fe, cultura y buen humor para mejor retratar a semejante biografiado. En marzo próximo saldrá la continuación de esa obra insustituible.
Mientras aguarda esa nueva publicación, Randle accedió a responder por correo electrónico algunas consultas de este diario sobre el hombre al que dedicó toda una vida de lecturas y -al menos- dos decenios de investigación y escritura.
-A pesar del olvido ominoso en que cayó, el padre Castellani fue, como autor, muy leído e influyente, al menos dentro de ciertos sectores. ¿Cómo podemos medir hoy la influencia cultural, política y hasta teológica que tuvo en su tiempo?
-Yo creo que es una pregunta imposible de responder, a menos que distingamos y digamos con toda claridad qué cosa queremos decir con "influencia". Si de números de personas se trata, puede que el grupo de "influenciados" sea relativamente importante. Pero si la "influencia" refiere a la gente que realmente lo entendió, que le fueron fieles luego, que se hicieron (de una u otra manera) discípulos de él, me parece que son pocos, muy pocos. De entre mis amigos, los que realmente entendieron a Castellani, son poquísimos. Eso a él lo tenía sin cuidado y a mí, ¿qué quiere que le diga?, también.
-Hay en la obra de Castellani un estilo característico, rápidamente identificable, un encanto muy personal. Usted lo define como propio de un "gran comunicador". ¿Cómo cree que lograba esa comunicación tan eficaz?
-Su poder de comunicación no tiene ningún secreto: había hecho los deberes, sabía su castellano (y seis lenguas más), sabía hablar muy bien (óiganse sus sermones que están en Internet) y escribía como los dioses. Tenía un inmenso sentido del humor y era original en extremo. Así cualquiera.
-¿Cuál es a su juicio el mejor libro? ¿Y por dónde recomendaría empezar a leerlo a quienes no lo conocen?
-Su mejor libro, a mi juicio, es El Evangelio de Jesucristo. Yo empezaría por ahí. O quizás, por algunas de las antologías de sus escritos, como la realizada entre nosotros por el P. Biestro o en España por Juan Manuel de Prada.
-En varios pasajes habla usted de un lado sombrío, "maldito", de Castellani. ¿A qué se debían esas aflicciones íntimas en una persona que por otra parte parecía ser tan creativa y enérgica?
-Vea, si a usted le pasa la mitad de lo que le pasó a Castellani en los primeros cinco años de su existencia, vaya si no va a tener "aspectos sombríos" y "lados oscuros" en su personalidad. En eso es obvio que Freud estaba en lo cierto. Pero además, si nos llegara a pasar la mitad de las cosas que le pasaron a él... pues... Pero, en fin, para contestar enteramente a su pregunta, no puedo sino referir, una vez más, a mi libro.
-Recuerdo que en alguna reseña Castellani definió al escritor inglés Hilaire Belloc como un "profeta". ¿Lo fue también el propio Castellani?
-Alguna vez hablé sobre este asunto de Castellani y sus dotes de profeta. Recurriendo a una categoría kierkegordiana, Castellani se reconocía un "singular" y en esa medida su voz resonaba con aires proféticos, malgré lui. Y no que fuera un caprichoso, como se lo ha acusado tantas inicuas veces, ni que quería hacerse el enfant terrible, ni que estaba loco. Castellani, como cualquier profeta, no tenía vocación ninguna por el martirio: no era un suicida y sabía que decir lo que tenía que decir le costaría carísimo. Pero como Jonás, quiso huir, refugiarse en una vida académica, en una tranquila studiositas de biblioteca, pipa y ocio intelectual. Pero Dios no lo dejó.
El profeta confrontará las potestades seculares si falta hace, pero habitualmente no es ésa su principal incumbencia, sino el confronto con las autoridades religiosas por esconder verdades que Dios quiere luminosas, la denuncia por permitir que la doctrina se corrompa o la acusación por vivir en colusión con el mundo mientras se degradan las costumbres. Por eso el profeta -a imagen de Cristo-, a la larga o la corta, se encontrará de topada con la jerarquía religiosa. Y la historia siempre se repite. Es cuando el pueblo cae en la apostasía que Dios envía al profeta para "chillar", para corregir el rumbo. Sólo que a Castellani le tocó venir a denunciar la Gran Apostasía, posiblemente la última. Era un tipo difícil, creía inminente el fin de los tiempos y nos previno de la Gran Calamidad por venir, a nosotros, los fieles de los países del Plata, desde su ignominia, noche oscura y destierro. Y es parte no pequeña de la Gran Calamidad, que todavía, cincuenta, sesenta años después, aún no se le preste la debida atención.
-La Iglesia parece vivir hoy días de particular zozobra, que tal vez sólo puedan entenderse a la luz del Apocalipsis, libro que Castellani estudió y comentó toda su vida. ¿Se anima a conjeturar qué opinaría el padre a ese respecto? ¿O es que ya lo expresó en algunos de sus libros?
-En efecto, nos tocan vivir días tan oscuros que, por mi parte, no alcanzo a ver casi nada. Y no, ni siquiera Castellani anticipó un Papa como el que tenemos, aparte de contar con un Papa emérito. No señor. Yo me he pasado la vida leyendo a Castellani pero confieso que todo eso me sirve de poco cuando contemplo lo que está sucediendo en la Iglesia. Claro que los fenómenos antiguos que persisten, eso sí, Castellani ayuda a verlos, cosas como el fariseísmo por ejemplo, o la onda anti-parusíaca, se ven con toda claridad. Pero hay cosas nuevas como el plebeyismo y la nadeidad de Bergoglio que a uno lo dejan completamente perplejo. Porque a él, a Bergoglio, digo, ni para Anticristo le da, no señor, no le da el cuero. Y luego, él es el perfecto anti-Castellani ¿no? El jesuita que no estudió nada, que no sabe nada de nada, el progre-peronista diletante y falsificador, el amado del mundo, el irreverente y adulador del mundo al que le fue tan, pero tan bien, que llegó a Papa. ¿Qué le parece? Sí señor, es el anti-Castellani, perfecto. Y ¡sandiez! también es argentino.
The Wanderer
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