Quisiera decir unas palabras a los análisis de Hyeronimus y Valderrábano.

Es bueno lo que hacen a la hora de contextualizar (y no considerarlo de manera aislada) el periodo económico del régimen franquista (contextualización tanto en el tiempo dentro de la evolución económica española, como en el espacio dentro de la evolución económica de los otros países "desarrollados").

Pero no puedo menos de insistir en el único defecto importante que siempre he observado en la literatura tradicionalista (tanto española como extranjera) sobre el enjuciamiento de los problemas sociales surgidos en la época moderna, -y principalmente a partir de la Revolución Industrial de los últimos dos siglos-, que es el análisis del efecto fundamental determinante del sistema financiero en la economía real (en su clásica triple vertiente de ingresos financieros, precios generales e impuestos), y el papel determinante jugado por el doble sistema bancario-de seguros (con el papel del Estado como elemento coadyuvante con sus políticas de macronacionalización y macrosistemas fiscales y de seguros) en su desarrollo.

Por centrarnos en la época en la que ha derivado este hilo, que es la del franquismo, ciertamente a mí no me faltaría ni mucho menos material de expertos tradicionalistas en sus diversas ramas económico-jurídico-políticas para la valoración objetivamente negativa en los efectos sociales colaterales que una visión unilateralista o racionalista de la economía llevada a cabo por un grupo de tecnócratas teledirigidos desde el FMI y el Banco de Reconstrucción y Desarrollo (hoy llamado Banco Mundial) trató de construir en suelo español desde el ´59. Por no abundar más en ello bastaría simplemete con citar los trabajos de la revista tradicionalista no legitimista Verbo en los años ´60 y ´70, con plumas tan destacadas tanto a nivel doméstico (Vallet de Goytisolo, Gil Moreno de Mora, Germán Álvarez de Sotomayor, etc...) o extranjero, principalmente de los tradicionalistas franceses, y cuyos análisis de la Francia de su momento (y de los efectos sociales también negativos de la política económica llevada a cabo allí) eran perfectamente extrapolables a suelo español en tanto que también seguían las mismas pautas impuestas por los susodichos Organismos Internacionales y que, por no ampliar más, se podría señalar como ejemplo paradigmático el calco impresionante que reflejaba en su formulación teórica el Primer Plan de Desarrollo del ´64 español con el Plan francés (para quien quiera ampliar véase, Introducción a la Economía Española, Ramón Tamamés, Edición 1969); tradicionalistas de los que se podrían citar a Salleron, Henri de Lovinfosse, Coston, etc...

Ahora bien, dicho esto, también debo admitir que todos estos escritores, si bien tenían razón en su descripción negativa de los efectos o síntomas perniciosos de estas políticas planificadoras, keynesianas o como se las quiera llamar (el nombre es lo de menos), no acertaban a llegar a la causa fundamental que, en última instancia, los provocaba, y que, como señalé antes, es la clave de bóveda principal para entender el funcionamiento de la economía moderna industrializada y basada en las transacciones financieras: esto es, el sistema financiero.

Tuvo que ser un ingeniero anglosajón, C. H. Douglas, quien, tras un minucioso estudio de la realidad económica y del papel fundamental distorsionador que la finanza realizaba en ella, diera con la clave y la solución a todo este embrollo, y que por supuesto, es perfectamente aplicable tanto a la época cuando lo formuló (años ´20 y ´30) como para hoy en día y para el momento presente (y, que por supuesto, sirve como criterio para enjuiciar el funcionamiento real de la economía española en los años ´60 y ´70).

He estado poniendo varios hilos (y, si Dios quiere, iré ampliando el repertorio) en el subforo de Economía en los que desarrollo ampliamente todo su análisis, así que simplemente vuelvo a copiar aquí, a modo introductorio, los principios fundamentales para el correcto funcionamiento de la economía moderna de industria y finanza, que el propio Douglas presentó ante el Comité MacMillan en 1930:


Fueron enumerados por C.H.Douglas como Anexo a su testimonio ante el Comité MacMillan.

Los principios generales que necesita cualquier sistema financiero lo suficientemente flexible como para atender a las condiciones que ahora existen y para continuar reflejando los hechos económicos a medida que estos hechos cambien bajo la influencia de un proceso mejorado y el uso creciente de energía, son simples y pueden ser resumidos de la siguiente manera:

1. Que los créditos para el consumo de la población de cualquier país deben ser en cualquier momento colectivamente iguales a los precios colectivos de los bienes de consumo a la venta en ese país (independientemente de cuál sea el precio de coste de esos bienes), y tales créditos para el consumo han de ser cancelados o depreciados sólo cuando se adquieran o deprecien los bienes de consumo.

2. Que los créditos requeridos para financiar la producción no han de ser suministrados a partir de los ahorros, sino que deben ser nuevos créditos relacionados con la nueva producción, y deben ser retirados únicamente de acuerdo con la proporción entre depreciación general con apreciación general.

3. Que la distribución de créditos para el consumo a los individuos debe ser progresivamente menos dependiente del empleo. Esto es, que el dividendo debe progresivamente desplazar al sueldo y al salario, a medida que la capacidad productiva crece por hora-hombre.