Lección 3. Los bancos crean el dinero como una deuda



Sistema fraccionario de la banca. El orfebre que se hizo banquero

En el ejemplo de la lección anterior, el banquero creó los $100.000 en forma de crédito, como dinero contable, el cual es tan bueno como las monedas o el papel moneda. El banquero no teme hacer esto. Mis cheques al portador darán el derecho de retirar dinero del banco. Pero el banquero sabe perfectamente bien que el nueve por ciento de estos cheques simplemente tendrán el efecto de disminuir el dinero en mi cuenta y de incrementarlo en las de otras personas. Él sabe muy bien que el ratio de las reservas del banco para los depósitos es de 1/10 el cual es suficiente para que él responda a los requerimientos de quienes piden dinero de bolsillo. En otras palabras, el banquero sabe perfectamente bien que si tiene $10.000de reserva en efectivo puede prestar $100.000 (diez veces la suma) en dinero contable. En términos técnicos, la habilidad para un banco de prestar 10 veces la cantidad de dinero de papel que tiene en su caja fuerte se llama sistema fraccionario de la banca. El origen de este sistema se remonta a la edad media, es la verdadera historia de los orfebres que se hicieron banqueros, como Louis Even nos lo dice ahora:

Haciendo uso de su imaginación, regresemos unos siglos atrás a una Europa ya vieja pero no todavía muy progresista, después de haber cultivado el arte de la guerra y de las persecuciones, despertaba, sin embargo, poco a poco, por las historias de aventureros y viajantes. Este episodio pudo haber tenido lugar alrededor de 1535, cuando el explorador francés Jacques Cartier estaba escalando la cima del Mount Royal (en el centro de lo que posteriormente se conocería como Montreal, Canadá), guiado por el anciano jefe que quería que admirara el maravilloso panorama de bosques y ríos ante cuya vista nadie podía permanecer pasivo. O quizá fue cuando Cristóbal Colón guiado por su enorme deseo de alcanzar las Indias, zarpaba rumbo al Occidente en 1492.

En aquellos días, el dinero no se usaba mucho en las transacciones comerciales cotidianas. La mayoría de tales transacciones eran simples y directos intercambios, trueque. Sin embargo, los reyes, señores, acaudalados y los grandes mercaderes tenían oro y lo usaban ya fuera para financiar sus ejércitos y los gastos que esto implicaba o para comprar mercancías extranjeras. Pero las guerras entre los señoríos y las naciones, así como los robos a mano armada provocaban que tanto el oro como los diamantes de los ricos fueran a dar a las manos de los pillos. Así que, los dueños del oro, cada vez más nerviosos, crearon el hábito de confiar sus tesoros para su salvaguarda a los orfebres quienes, debido al precioso metal con el que trabajaban, tenían bóvedas bien protegidas. El orfebre recibía el oro, le daba un recibo al depositante y cuidaba del metal cobrando una cuota por su servicio. Desde luego, el dueño podía reclamar su oro, todo o en partes, cuando así lo deseara.

El mercader que iba de París a Marsella, o que viajaba de Troyes, Francia, a Ámsterdam, podía proveerse a sí mismo con el oro necesario para sus compras. Pero nuevamente, existía el peligro de ser atacado a lo largo del camino; entonces él convencía a su vendedor en Marsella o en Ámsterdam de aceptar, más que el metal, un recibo firmado como comprobante de su posesión del tesoro en depósito en la bóveda del orfebre en París o Troyes. El recibo del orfebre daba fe de la realidad de los fondos.

También sucedía que el proveedor, en Ámsterdam o cualquier otro lugar, se las ingeniara para conseguirse su propio orfebre en Londres o Génova para aceptar, a cambio de servicios de transportación, el recibo firmado que él había recibido en Francia de parte de su comprador. Así, poco a poco, los mercaderes empezaron a intercambiarse entre ellos estos recibos en lugar del oro para no moverlo innecesariamente arriesgándose a los ataques de los ladrones. En otras palabras, un comprador, en lugar de obtener una barra de oro del orfebre para pagarle a quien le vendía, le daba el recibo firmado por el orfebre dándole el derecho de reclamar su parte guardada en la bóveda de éste.

En lugar de oro, eran los recibos del orfebre los que cambiaban de manos. Mientras hubiera un número limitado de compradores y vendedores, no era un mal sistema. Era fácil seguir las peregrinaciones de los recibos.


El prestamista de oro

Pero el orfebre pronto hizo un descubrimiento que afectaría a la humanidad más que el memorable viaje de Cristóbal Colón a las Indias. Aprendió, a través de la experiencia, que casi todo el oro que le dejaban a su cuidado permanecía intocable en su bóveda. Difícilmente, de los propietarios que usaban sus recibos en sus transacciones comerciales, uno sobre diez venía a retirar su precioso metal.

La sed de ganancia, el deseo de volverse rico más rápidamente que mediante el uso de sus herramientas para la orfebrería, se agudizó cada vez más en la mente del orfebre llevándole a hacer un gesto de atrevimiento y preguntándose a sí mismo: “¿Por qué no me convierto en un prestamista de oro? Un prestamista de oro, hay que recalcar, que no le pertenecía. Y como tampoco poseía un alma, digamos recta, como la de San Eligio (o San Eloy, el amo de la menta de los reyes franceses Clotario II y Dagoberto I en el siglo séptimo), incubó y nutrió su idea, refinándola aún más. “Prestar oro que no me pertenece, a interés, ¡no hay más que hablar! Mejor aún, mi querido maestro (¿le hablaba acaso a Satanás?), en lugar del oro, prestaré recibos y pediré pagos sobre los intereses en oro, ese oro será mío y el oro de mis clientes permanecerá intocable dentro de mis bóvedas como reserva para nuevos préstamos.”

Se guardó a sí mismo el secreto de su descubrimiento, ni siquiera compartiéndolo con su esposa, quien se preguntaba el por qué su esposo no dejaba de frotarse las manos de puro gusto. La oportunidad de poner su plan en acción no se hizo esperar, aun cuando no tenía acceso al New York Times ni a Forbes para anunciarse.

Una mañana un amigo llegó a verlo y a pedirle un favor. Este hombre era propietario de una casa, de una granja y de tierra útil para el arado – pero necesitaba oro para cerrar una transacción. Si tan sólo pudiera pedir prestado un poco lo regresaría con un valor agregado; de no ser así, el orfebre podría apropiarse de sus pertenencias, las que excedían, con mucho, el valor del préstamo.

El orfebre le hizo rellenar una forma y después le explicó a su amigo con actitud desinteresada, que sería peligroso para él retirarse con una gran cantidad de dinero en los bolsillos: “Te daré un recibo, es lo mismo que si te estuviera prestando el oro que tengo en reserva en mi bóveda, tú entregarás entonces este recibo al vendedor y si él me trae el recibo, yo le entregaré personalmente el oro. Tú me deberás tanto de interés.”

El vendedor, por lo regular, nunca se presentaba ya que prefería intercambiar el recibo con alguien más por algo que necesitara. Mientras tanto, la reputación del prestamista comenzó a crecer. La gente venía con él. Gracias a otros préstamos similares, pronto había más recibos en circulación que el oro real en las bóvedas.

El mismo orfebre había creado una circulación monetaria con grandes ganancias para él. Rápidamente perdió el nerviosismo inicial concerniente a su preocupación sobre la demanda simultánea del oro proveniente de un gran número de gente con recibos. Pudo, hasta cierto punto, continuar su juego en completa seguridad. ¡Qué bendición! Prestar lo que no tenía y recibir grandes intereses por ello, gracias a la confianza de la gente – una confianza que se esmeró grandemente en cultivar. Él no arriesgaba nada en la medida en que tuviera para sustentar sus préstamos, una reserva que la experiencia le había enseñado, era suficiente. Si, por otro lado, un prestatario no cumplía con sus obligaciones y no devolvía el préstamo en la fecha acordada, el orfebre se adueñaba de sus propiedades como pago colateral. Su conciencia pronto se volvió indolente y sus escrúpulos iniciales dejaron de molestarlo.


La creación del crédito

El orfebre fue más allá al pensar en una forma inteligente de cambiar el modo en que sus recibos eran expedidos cuando hacía los préstamos, en lugar de escribir: “Recibo de Juan Pérez…” escribió, “Yo prometo pagarle al portador…” Esta promesa circulaba justo como dinero de oro. ¡Increíble!, usted dirá. Pero, vamos, déle una mirada a los billetes que tiene frente a sí. Lea lo que está escrito en ellos. ¿Son acaso tan diferentes y no circulan también como dinero? [En los antiguos billetes se ponía se solía poner “pagar al portador”].

Una higuera fértil -el sistema bancario privado, el creador y amo del dinero – ha crecido fuera de las bóvedas del orfebre. Sus préstamos, sin tocar siquiera el oro, se han convertido en la creación del crédito por parte de los banqueros. La forma de los recibos primitivos ha cambiado, tomando la de simples promesas de pagar en la fecha estipulada. Los créditos pagados por el banquero fueron llamados depósitos, los que ocasionan que el público en general piense que el banquero presta únicamente las cantidades provenientes de los depositarios. Estos créditos entran a la circulación por medio de cheques expedidos sobre dichos créditos. Ellos desplazan, en volumen y en importancia, al dinero legal del gobierno quien únicamente juega en esto un papel secundario. El banquero creó diez veces más que el papel moneda creado por el Estado.


El orfebre que se convirtió en banquero

El orfebre, transformado en banquero, hizo otro descubrimiento: se dio cuenta que poniendo abundantes recibos (créditos) en circulación aceleraría el comercio, la industria, la construcción; mientras que si restringía dichos créditos, lo cual puso en práctica primero en circunstancias en que se preocupaba por la reserva de oro con que contaba, paralizaba todo lo anterior. Esto parecía ser, en el caso último, una sobreproducción, cuando las privaciones eran realmente grandes; esto debido a que los productos no se vendían, ya que no había con qué comprarlos. Los precios se iban abajo, las bancarrotas incrementaban, los deudores de los banqueros no podían cubrir sus obligaciones y los prestamistas se apoderaban de las propiedades colateralmente. El banquero, con gran visión y habilidad cuando se trata de ganar, se dio cuenta de estas maravillosas oportunidades. Podría monetizar la riqueza de los demás para su propio beneficio: haciendo esto liberalmente, causando una elevación en los precios, o, parsimoniosamente mediante su decrecimiento. Podría así manipular la riqueza de los demás a su antojo, explotando al comprador en tiempos de inflación y explotando al vendedor durante la recesión.


El banquero, el amo universal

El banquero así se convirtió en el amo universal, teniendo el mundo a su merced. Períodos de prosperidad y de depresión se siguieron unos a otros. La humanidad se postraba frente a lo que creía eran ciclos naturales e inevitables.

Mientras tanto, los intelectuales y técnicos trataban desesperadamente de triunfar sobre las fuerzas de la naturaleza y desarrollar los medios de producción. Se inventó la imprenta, la educación se expandió, se desarrollaron mejores ciudades y mejores viviendas. Las fuentes de alimentos, ropa y comodidades se incrementaron. El hombre superó a las fuerzas de la naturaleza colocándole un arnés al vapor y a la electricidad. La transformación y el desarrollo se sucedieron en todas partes- excepto en el sistema monetario.

Y el banquero se rodeó a sí mismo de misterio, manteniendo viva la confianza que su mundo cautivo tenía en él, siendo aún más audaz para publicitarse en los medios, de quienes también controla sus finanzas, diciendo que son los banqueros quienes han sacado al mundo de la barbarie, que han abierto y civilizado continentes. También consideraban a los intelectuales y a los asalariados, pero sólo como secundarios en lo concerniente a la marcha del progreso. ¡Para las masas, había miseria y desprecio; para los financieros explotadores, riqueza y honor!

La proporción de dinero en efectivo versus préstamos en los Bancos Canadienses era de uno a 10 en 1940. Este ratio (10% de reserva de efectivo como requisito) ha cambiado desde entonces. En 1967, el Acta Bancaria de Canadá le permitía a los bancos crear dieciséis veces (en dinero contable) la suma de su reserva de efectivo. A inicios de 1980, el requerimiento mínimo para la reserva en efectivo (notas bancarias y monedas) era del 5%, lo que significaba que el banquero necesitaba únicamente $1.00 de $20.00 para responder a las necesidades de aquellos que querían dinero de bolsillo. El banquero sabía muy bien que si tenía $10.000 en efectivo, podría prestar veinte veces dicha suma ($2.000.000) en dinero contable.

En la práctica, los bancos podrían prestar aún más que esto, dado que pueden incrementar sus reservas de efectivo a su gusto simplemente comprando notas bancarias del Banco Central con el dinero contable que crean de la nada. Por ejemplo, se estableció en 1982, ante un comité parlamentario sobre las utilidades bancarias que, en 1981, los bancos canadienses, en su totalidad, efectuaron préstamos que excedieron 32 veces su capital combinado. Algunos bancos, incluso, hicieron préstamos que igualaron 40 veces su capital. Más aún, en 1990 en Estados Unidos, el total de los depósitos de los bancos comerciales fue de alrededor de $3 billones y sus reservas eran de aproximadamente $60.000 millones. Esto resultó en un porcentaje de depósitos a las reservas bancarias de cerca de 50/1. Los bancos norteamericanos tuvieron el suficiente efectivo para pagar a los depositantes a una tasa de únicamente dos centavos por dólar.

La subsección 457(1) de la versión más reciente del Acta del Banco Canadiense, expedida el 13 de diciembre de 1991, establece que, como en enero de 1994, la reserva primaria, en forma de efectivo, que un banco debe mantener, es nula, cero. Por tanto, los bancos no están limitados por ninguna ley en lo que concierne a la creación de créditos ni de dinero contable. (Y si todo el efectivo fuera eventualmente reemplazado por dinero electrónico, mediante tarjetas de débito o inteligentes ya con el microchip, como ha sido planeado por los bancos, tampoco estarían limitados en la práctica para crear dinero, que no sería entonces un pedazo de papel o un cheque, sino simplemente bytes, unidades de información en una computadora.)


El destructor del dinero

Nosotros acabamos de ver, que los bancos crean dinero cuando hacen un préstamo, tal como fue explicado al final de la lección anterior: El banquero fabrica dinero, dinero en libros, cuando él presta las cuentas a quienes solicitan préstamos, ya sean individuos o gobiernos. Cuando yo me vaya del banco existirá en este país una nueva fuente de cheques, una que no existía antes. El monto total de todas las cuentas en el país fue incrementado por $100.000. Con este nuevo dinero, yo puedo pagar a los trabajadores, comprar materiales y maquinaria -en una sola palabra, construir mi fábrica nueva-. ¿Entonces, quien crea el dinero? Los banqueros.

El banquero, solamente el banquero, hace esta clase de dinero: escritura o dinero bancario, el dinero que mantiene al negocio en movimiento. Pero él no regala el dinero que él crea. Lo presta. Lo presta por un cierto período de tiempo, después del cual el dinero tiene que ser devuelto al banquero. El banquero debe cobrar su deuda.

El banquero reclama interés sobre el dinero que él creó. En mi caso, el banquero probablemente exigirá $15.000 por concepto de interés, lo más pronto posible. El retendrá del préstamo esa cantidad, y yo dejaré en el banco $85.000 en mi cuenta, luego de haber firmado una promesa de pagar los $100.000 en un período de un año.

En la construcción de mi fábrica, yo pagaré a mis hombres, compraré cosas, y de esta manera extenderé mi cuenta bancaria de $85.000 alrededor del país.

Pero, dentro de un año, a través de las ganancias que consiga al vender mis bienes por un precio superior del que me costó a mí, yo deberé incrementar mi cuenta en una cantidad no inferior a $100.000.

Al final del año, yo pagaré el préstamo mediante un cheque por $100.000 girado sobre mi cuenta. El banquero entonces debitará de mi cuenta los $100.000, por lo tanto retirando de mi cuenta los $100.000 que yo giré del país vendiendo mis bienes. Él no pondrá este dinero en la cuenta de nadie. Nadie podrá girar cheques sobre estos $100.000. Se trata de dinero muerto.

Los préstamos dan nacimiento al dinero. La retribución trae su extinción. El banquero hace que el dinero exista cuando él hace un préstamo. El banquero envía el dinero a la tumba cuando él fue compensado. Por lo tanto, el banquero es también un destructor del dinero.

Como distinguido banquero británico, el Honorable Reginald McKenna, una vez canciller británico de Exchequer (el equivalente al Ministro de Finanzas de Canadá o al Secretario de Estado en los Estados Unidos de Norteamérica) y presidente del Banco Midland, uno de los Cinco Grandes (los cinco bancos más grandes de Inglaterra) dijo: “Cada préstamo, deuda o compra bancaria crea un depósito y cada pago del préstamo, sobre giro o venta bancaria destruye un depósito”. Y el sistema así opera en el sentido de que la retribución debe ser mayor que el préstamo original; las cifras muertas deben exceder a las cifras de nacimiento; la destrucción debe exceder la creación.

Esto parece imposible y colectivamente, es imposible. Si yo tengo éxito, alguien debe ir en bancarrota, debido a que todos juntos no estamos en capacidad de compensar con más dinero del que fue hecho. El banquero no crea nada sino solamente una suma de capital. Nadie crea lo que es necesario para pagar el interés, porque nadie más crea el dinero. Y sin embargo, el banquero exige tanto el capital como el interés. Tal sistema no puede mantenerse sino para un continuo y siempre incrementado flujo de préstamos. Por consiguiente, el sistema de las deudas y el afianzamiento del poder dominante del banco.


La deuda nacional

El gobierno no crea el dinero. Cuando el gobierno ya no puede imponer impuestos ni pedir prestado a los individuos, debido a la escasez de dinero, el gobierno pide préstamos a los bancos.

Esta operación se lleva a cabo exactamente igual que la mía. Como garantía, el gobierno compromete a todo el país. La promesa de pagar es la obligación. El préstamo del dinero es una cuenta hecha por medio de un lapicero y un poco de tinta [hoy en día unas cifras en el ordenador].

Así, en Octubre de 1939, el gobierno federal con el propósito de cubrir los gastos iniciales de la guerra, solicitó unos ochenta millones a los bancos. Los bancos le prestaron al gobierno una cuenta por ochenta millones sin descontar un centavo a nadie, de esta manera le entregaron al gobierno una base nueva de cheques por la suma de ochenta millones.

Pero, en Octubre de 1941, el gobierno tuvo que retribuir ochenta y tres millones doscientos mil a los bancos, incluyendo tanto el capital como los intereses.

A través de impuestos, el gobierno tuvo que retirar del país tanto dinero como había gastado, ochenta millones. Pero además, tuvo que girar del país unos tres millones adicionales, dinero que no había puesto al servicio del país, que no había sido hecho ni por los banqueros ni por nadie más.

¿Aun reconociendo en el mejor de los casos que el gobierno pueda encontrar el dinero que existe, cómo podría encontrar el dinero que nunca fue creado?

El hecho simplemente es, que el gobierno no lo encuentra. Es simplemente añadido a la deuda nacional. Esto explica por qué la deuda nacional se incrementa en la misma medida en que el desarrollo del país requiere más dinero. Todo dinero nuevo se convierte a la existencia como deuda, a través del banquero, quien reclama más dinero del que en realidad emitió. ¡Y la población del país se encuentra a sí misma endeudada colectivamente por una producción que, colectivamente, la hizo ella sí misma! Es el caso de la producción de la guerra. Es también el caso de la producción en tiempos de paz: carreteras, puentes, trabajos de agua, colegios, escuelas, etc.


El defecto monetario

La situación se reduce a esta cosa inconcebible: todo el dinero en circulación viene solamente de los bancos. Hasta el dinero en metal y papel viene a circulación solamente si ha sido liberado por los bancos.

Ahora bien, los bancos ponen dinero en circulación solamente por medio de préstamos a un cierto interés. Esto significa que todo el dinero en circulación proviene de los bancos y debe algún día regresar a los bancos, incrementado con el interés.

El banco permanece como el dueño del dinero. Nosotros somos los que solicitamos préstamos. Si alguien puede sostener su dinero por un largo período de tiempo, o aún permanentemente, otros sin embargo necesariamente están en incapacidad de cumplir con sus compromisos financieros.

Una multiplicidad de bancarrotas, tanto de individuos como de compañías, hipotecas tras hipotecas, y una deuda pública que siempre va en incremento, son los frutos naturales de tal sistema.

Reclamar interés sobre el dinero a medida que éste se crea es tanto ilegítimo como absurdo, antisocial y contrario a la buena aritmética. El defecto monetario es por consiguiente, tanto un defecto técnico como un defecto social.

A medida que el país se desarrolla tanto en producción así como en población, se necesita más dinero. Pero es imposible obtener dinero nuevo sin la contratación de una deuda que, colectivamente, no puede ser pagada.

De manera que nos quedan las alternativas ya sea de detener el desarrollo o adquirir deudas; de hundirnos en desempleo masivo o en una deuda que no se puede pagar. Y es precisamente este dilema el que está siendo sometido a debate en cada país.

Aristóteles y luego de él Santo Tomás de Aquino, escribieron que el dinero no reproduce más dinero. Pero el banquero crea el dinero únicamente con la condición de que reproducirá más dinero. En vista que ni gobiernos ni individuos crean dinero, nadie crea el interés que reclama el banquero. Aún legalizado, el sistema de todo este asunto permanece vicioso e insultante.


Declinación y degradación

Esta manera de hacer el dinero del país, por medio de forzar tanto a los gobiernos como a los individuos a que se encuentren endeudados, establece una dictadura real sobre gobiernos e individuos igualmente.

El gobierno soberano se ha convertido en signatario de las deudas de un grupo pequeño de acaparadores. Un ministro, quien representa a 25 millones de hombres, mujeres y niños, firma deudas impagables. El banquero, quien representa a un círculo que está interesado únicamente en las ganancias y el poder, fabrica el dinero del país.

Sin sangre, los humanos no pueden sobrevivir; así que es justo el comparar al dinero con la sangre económica de la nación. El Papa Pío XI escribió en 1931, en su carta encíclica Qudragesimo Anno: “Este poder se pone particularmente irresistible cuando ejercido por aquéllos que, sostienen y controlan el dinero, también pueden gobernar el crédito y determinar su reparto, por ese razón proporcionan, por así decirlo, la sangre vital del cuerpo económico entero, y asiendo, como si estuviera en sus manos, el alma misma de la producción, para que ninguno se atreva a respirar contra su voluntad.”

Este es un aspecto asolador de la degeneración del poder del cual el Papa dijo: los gobiernos se han rendido a sus nobles funciones y se han convertido en los sirvientes de intereses privados.

El gobierno, en lugar de guiar al Estado, se ha convertido simplemente en un recaudador de impuestos; y una gran tajada de las rentas públicas por impuestos, la tajada más sagrada, fuera de cualquier discusión, es precisamente para el interés en la deuda nacional.

Más aún, la legislación consiste, sobre todo, en imponer impuestos a la gente y erigir en todo lado, restricciones a la libertad.

Estas son leyes para asegurar que los creadores del dinero sean compensados. No existen leyes para prevenir al ser humano de morirse debido a pobreza extrema.

Con respecto a los individuos, la escasez de dinero desarrolla una mentalidad de lobos. Frente a la abundancia, solamente aquellos que tienen el muy escaso símbolo de los bienes, el dinero, tienen el derecho de girar sobre esa abundancia. Por consiguiente, tienen derecho a la competencia, la tiranía del “jefe”, contienda doméstica, etc.

Un pequeño número aprovecha sobre todos los demás. La gran masa de gente gime, muchos en la más degradante pobreza.

Los enfermos permanecen sin cuidado; los niños son pobres o insuficientemente alimentados; los talentos son subdesarrollados; los jóvenes no pueden ni encontrar un trabajo ni empezar un hogar y una familia; los agricultores pierden sus haciendas; los industriales van a la bancarrota; las familias luchan por salir adelante con dificultad -todo esto sin ninguna otra justificación que la escasez de dinero-. El lapicero [el teclado del ordenador] del banquero impone privaciones a la gente, esclavitud a los gobiernos.

Con todo esto dicho, debemos dar énfasis a un punto llamativo: Es la producción la que da valor al dinero. Un montón de dinero sin los productos correspondientes no mantiene a nadie vivo, y es completamente sin valor. Así, es que son los granjeros, los industrialistas, los obreros, los profesionales, la ciudadanía organizada quienes hacen los productos, bienes y servicios. Pero son los banqueros quienes crean el dinero, basados en estos productos. Y los banqueros destinan este dinero que deduce su valor de los productos, y lo prestan a aquéllos que hacen los productos.


Un sistema de dinero-deuda. La Isla de los Náufragos

La manera en la cual el dinero es creado por los bancos privados como una deuda se explica bien en la parábola de Louis Even, La Isla de los Náufragos, en donde el sistema económico es claramente dividido en dos partes: el sistema productor y el sistema financiero.

Por un lado, cinco náufragos en una isla, cada uno de los cuales produce cosas diferentes necesarias para la vida y por el otro, el banquero que les presta dinero. Para simplificar nuestro ejemplo digamos que sólo uno, a quien llamaremos Pablo, le pide prestado a nombre de la comunidad. Pablo decide, entonces, pedir prestado al banquero la cantidad suficiente para hacer funcionar la economía de la isla, digamos $100 al 6% de interés. A fin de año Pablo tiene que reembolsar el interés, o sea, $6. 100 – 6 = 94, se quedan pues $94.00 circulando en la isla. Pero la deuda de $100 permanece. El préstamo de $100 se renueva y otros $6 tienen que pagarse al término del segundo año. 94 – 6 = 88. Quedan entonces $88 en circulación. Si Pablo continúa así, pagando $6 anuales de interés, después de 1 año no habrá dinero en la isla. Pero la deuda de $100 permanecerá y el banquero estará autorizado para embargar todas las propiedades de la isla.

La producción de la isla ha aumentado pero no así el dinero. No son los productos los que el banquero exige sino dinero. Los habitantes de la isla fabricaban productos, no dinero. Sólo el banquero tiene derecho a crear el dinero. Tal parece que Pablo no tomó una decisión adecuada al pagar anualmente el interés.

Regresemos al principio. A finales del primer año, Pablo decide no pagar el interés, sino pedir prestado al banco para este fin aumentando con esto su deuda a $106. “No hay problema, dice el banquero, eso representa 36 centavos más de interés, es una gota sobre los $100. A fines del segundo año la deuda entonces será de $112,36. Al cabo de cinco años ésta será de $133,82 y el interés es de $7,57. “No es tan malo, dice Pablo, el interés no aumentó más de $1,57 en este tiempo”. Pero, ¿cuál será la situación al cabo de 50 años?


Crecimiento de una deuda de $100 al 6% de interés

La deuda aumenta relativamente poco en los primeros años, pero después lo hace muy rápidamente. Cabe notar que la deuda aumenta año con año, pero el dinero prestado (el mismo en circulación) resulta siempre el mismo. En ningún momento la deuda puede pagarse, ni siquiera a fines del primer año. Sólo hay $100 en circulación y la deuda es de $106. Y a fines del quincuagésimo año, todo el dinero en circulación ($100) tampoco es suficiente para pagar los intereses ($104,26).







Todo el dinero circulante proviene de un préstamo y tiene que regresarse al banco aumentado con igual interés. El banquero crea el dinero y lo presta, pero hace prometer que todo ese dinero le será devuelto más los intereses, dinero que él no ha creado. (Recordemos que él sólo crea el dinero del capital). Si nadie crea el dinero para pagar los intereses, ¿cómo pagar entonces un dinero que no existe? Es entonces que las deudas se acumulan. La deuda pública está hecha de dinero que no existe, que nunca fue puesto en el mundo y que el gobierno se comprometió a reembolsar. Como se ve, resulta una negociación imposible para el deudor pero que los financieros consideran “sacrosanta” y que se obliga a respetar aún a costa de la vida de muchos seres humanos.


Interés compuesto



El aumento repentino de la deuda después de cierto tiempo es el resultado del interés compuesto. A diferencia del interés simple que se paga solamente sobre el capital prestado, el compuesto es el interés pagado a la vez sobre el capital y el interés no pagado que se adiciona al capital. Por ejemplo, con el interés simple, el préstamo de $100 a 6% al cabo de cinco años, daría una deuda con un total de $130, pero a interés compuesto, la misma deuda al cabo de los mismos cinco años, es la suma de la deuda del año anterior más el interés de dicho importe, o sea, un total de $133,82. Poniendo todos estos resultados en un gráfico, donde la línea horizontal que cruza el mapa está marcada en años, y la línea vertical está marcada en dólares, y conectando todos estos puntos por una línea que rastrea una curva que ilustra el efecto del interés compuesto y el crecimiento de la deuda:

La curva es bastante plana al principio, pero entonces se vuelve inclinada, hacia arriba con el tiempo. Las deudas de todos los países siguen el mismo modelo, y está aumentando de la misma manera. Permítanos estudiar, por ejemplo, la deuda pública de Canadá.


Deuda Pública de Canadá




Cada año, el gobierno canadiense establece un presupuesto en el que prevé los gastos y los ingresos en los que incursionará. Si el gobierno recibe más dinero del que gasta, habrá entonces un excedente, si gasta más de lo que recibe, habrá un déficit.

Tomemos el año fiscal 1985 – 1986 que comienza el 1° de abril y termina el 31 de marzo.

El gobierno federal tiene gastos de $105 mil millones e ingresos de $71,2 mil millones, lo que da un déficit de $33,8 mil millones. Ese déficit representa una falta de ingresos por lo que el gobierno tiene que pedir un préstamo para cubrir la diferencia.

La deuda federal es la suma de todos los déficit presupuestarios desde que Canadá existe (Confederación de 1867). Así que el déficit de 1986, $33,8 mil millones, se añade a la deuda del año pasado, $190,3 mil millones, dando un total de $224,1 mil millones en ese año.

Desde la formación de Canadá en 1867 (unión de las cuatro provincias: Ontario, Québec, Nuevo Brunswick y Nueva Escocia), la deuda del país era de $93 millones. El primer gran aumento tuvo lugar durante la Primera Guerra Mundial (1914- 1918) en que la deuda pública pasó de $483 millones en 1913 a $3 mil millones en 1920. El siguiente aumento ocurrió durante la Segunda Guerra (1939 – 1945) en que la deuda pasó de $4 mil millones en 1942 a $13 mil millones en 1947. Esas dos subidas pueden explicarse por el hecho de que el gobierno tuvo que pedir prestadas importantes sumas de dinero para poder participar en ambas guerras.

Pero, ¿cómo se puede explicar el alza fenomenal de los últimos años, en que la deuda casi se multiplicó por diez, pasando de $24 mil millones en 1975 a $224 mil millones en 1986 cuando Canadá estaba en tiempos de paz y no tuvo que pedir prestado por la guerra?

Es el efecto del interés compuesto, como en el ejemplo de la Isla de los Náufragos. La deuda aumenta lentamente en los primeros años, pero súbitamente en los siguientes. Y la deuda del Canadá aumentó aún más rápidamente los últimos años a diferencia del ejemplo de la Isla, en donde el tipo de interés permanecía siempre a 6% mientras que en Canadá, la tasa ha variado pasando del 2% durante la Segunda Guerra Mundial a un 22% en un breve tiempo, para mantenerse ahora alrededor del 10% (los tipos de interés dados son un promedio anual; así, aunque el tipo de interés haya subido hasta un 22% en 1981, el promedio anual es de 17,72%).

Hay una gran diferencia entre tipos de 6%, 10% o 20% cuando se habla de interés compuesto. Así, si usted pide prestado $1.00 a interés compuesto, aquí está lo que usted tendrá que pagar al cabo de 100 años:

A 1%…………………………..$2,75

A 2%…………………………..$19,25

A 3%…………………………..$ 40.00

A 10%…………………………..$13.809

A 12%…………………………..$1.174.405

A 18%…………………………...$15.145.20

A 24%…………………………...$251.799.494

A 50% no habría bastante dinero en el mundo para pagar su préstamo de $1.00.

Existe una fórmula para saber en cuánto tiempo un importe se duplica a interés compuesto, es la “regla del 72”. Usted divide 72 por el tipo de interés escogido y eso le da el número de años. Por ejemplo, al 10% resultan 7,2 años para que se duplique el importe (72 dividido entre 10). Esto sirve para demostrar que todo tipo de interés exigido sobre dinero creado, incluso el más bajo de 1%, es usura.

En su informe de noviembre de 1993, el Auditor General de Canadá calculó que de los $423 mil millones en deuda neta acumulada desde la época de la Confederación en 1992, sólo $37 mil millones fueron a constituir el déficit en gasto del programa. Los restantes $ 386 mil millones cubrieron lo que ha costado pedir prestado esos $37 mil millones. En otras palabras, el 91% de la deuda consistía en cargos de interés del Gobierno al haber gastado sólo $37 mil millones (8,75% de la deuda, para bienes y servicios reales.)


La deuda pública de los Estados Unidos

La deuda de los Estados Unidos sigue la misma curva que la de Canadá, pero con números diez veces más importantes.

Al igual que en Canadá, las primeras alzas significativas de su deuda ocurrieron durante los períodos de guerra: Guerra Civil Americana (1861 – 1865), Primera y Segunda Guerras Mundiales. De 1975 a 1986, la deuda ha pasado de $533 mil millones a $2.125 mil millones.

En octubre, 2005, la deuda federal alcanzó la marca de $8 billones ($26.672 para cada ciudadano americano), y está continua creciendo ferozmente fuera de control. (Durante el año fiscal 2004, los pagos de interés en la deuda federal americana eran de $321 mil millones.) Y ésa es sólo la punta del iceberg: ¡Si hay deudas públicas, hay también deudas privadas! El Gobierno Federal es el solo prestatario más grande, pero no el único prestatario en el país: hay también individuos y compañías. En los Estados Unidos, en 1992, la deuda pública era de $4 billones, y la deuda total de $16 billones, con un suministro de dinero de sólo $950 mil millones. ¡En 2006, la deuda total (estados, corporaciones, consumidores) es de más de $41 billones!

1790: $38 millones

1835: $65 millones

1860: $75 millones

1865: $1,2 mil millones

1916: $2,7 mil millones

1919: $25 mil millones

1939: $40 mil millones

1945: $253 mil millones

1975: $258 mil millones

1986: $2073 mil millones