Réplica de C. H. Douglas a Reginald McKenna
Fuente: Social Credit, Confidentional Supplement, Nº. 14, 8 de Octubre de 1937. Página 1.
El Mayor Douglas rechaza la afirmación del Sr. McKenna de que el crédito que los bancos crean les pertenece a ellos
No hay tal cosa llamada Crédito Social, se dice que afirmó el Sr. Reginald McKenna, presidente del Midland Bank, “es un mito que no comprenden ni siquiera sus propios promotores”.
Ya se dio una relación completa de sus declaraciones en el SOCIAL CREDIT del 24 de Septiembre; y ahora le ha sido enviada la siguiente carta por el Mayor Clifford Hugh Douglas, dando una réplica razonada al, en cierto modo, precipitado ataque del Sr. McKenna. Esta carta ha sido enviada a la prensa canadiense.
Estimado Sr. McKenna,
He podido ver los reportajes de varias entrevistas que usted ha dado a la Prensa en varias partes de Canadá acerca del asunto de la creación de depósitos bancarios y del tema relacionado con él del Crédito Social, en los cuales aparece mencionado mi nombre.
No me preocupa el dudoso gusto con que estos reportajes están redactados, pues prefiero mucho más creer que la presuntuosidad de las declaraciones atribuidas a usted, –en el sentido de que los Creditistas Sociales no entienden, por un lado, el significado de esas muy debatidas palabras, “Todo préstamo crea un depósito”; ni tampoco entienden, por otro lado, sus propias teorías–, han de atribuirse más bien a la licencia tomada en la redacción del reportaje que a usted.
Pero el asunto contenido en todas esas entrevistas se presenta de una forma tan uniforme en los varios reportajes que he podido ver, que me veo obligado a aceptarlos como una correcta presentación de las opiniones de usted al respecto; y, teniendo en mente el carácter demostrablemente incorrecto de las mismas, y que el asunto es de gran importancia pública, me veo obligado a contestarlas.
Si bien la admirable presentación de la teoría de la creación del crédito o del dinero en cheques por las instituciones bancarias, que aparecía contenida en los discursos realizados por usted en la inmediata posguerra, hacía muy conveniente la cita de sus propias palabras, quizás resulte necesario subrayar, sin embargo, que esa misma teoría era lugar común en la literatura sobre banca. La primera declaración inequívoca al respecto de la que yo esté informado aparece contenida en una obra de MacLeod (“Theory and Practice of Banking”), publicada más de 25 años antes de los discursos de usted; pero puede haber, y probablemente haya, otras todavía más anteriores. Este asunto era completamente familiar para vuestro predecesor, Sir Edward Holden, entre otros.
Por supuesto, no intento sugerir que usted trate de afirmar un derecho de originalidad sobre esta teoría. El punto que yo quiero dejar bien claro es que la interpretación que usted mismo da de esa teoría –en la medida en que usted mismo la entiende y acepte– es mucho más estrecha que la que hacen tales autoridades como la del Sr. R. G. Hawtrey, el Profesor Phillips, el Profesor Irving Fisher y, de hecho, los más serios estudiosos de este asunto (incluso que la que hacen aquéllos a los que se les podría catalogar como de los más ortodoxos), y que, como usted sin duda recordará, requirió de una explicación aclaratoria por el Sr. Cecil Lubbock en el transcurso de su discusión o tratamiento durante mi interrogatorio ante el Comité Macmillan. No se corresponde esa interpretación de usted, por ejemplo, con la del Comité Cunliffe sobre Política Monetaria, al cual difícilmente se le podría hacer sospechoso de opiniones heterodoxas.
Pero me preocupa especialmente su declaración de que, “Lo que un banquero presta es su [es decir, del banquero] crédito”. A fin de que no pueda haber malentendido alguno sobre este asunto, me atreveré a decir que se trata de una flagrante contradicción. El banquero no hace nada de eso. Él presta algo cuyo valor o crédito únicamente depende, en primer lugar, de lo que se pueda comprar con él y, en segundo lugar, de si alguien desea comprar aquello que se puede comprar con él. Afirmar que tanto la producción como el consumo son propiedad del banquero –que es el único significado realista que se puede aplicar a la afirmación que usted hace de que es la propiedad del banquero lo que éste presta– parece un poco imprudente. Forma parte de la acción típica del banquero el afirmar que el dinero posee un cierto valor intrínseco por sí mismo, pero no creo que una idea como ésa pueda ser sostenida por nadie que entienda su naturaleza.
Me atrevería a sugerir que se trata de una afirmación cuya comprensión sólo estaría legítimamente justificada a fin de repudiarla inmediatamente. Usted está reivindicando o pretendiendo una completa y total dictadura irresponsable de la Finanza. Muchos de nosotros somos conscientes de la existencia de semejante dictadura, y el estado en que se encuentra el mundo constituye un claro testimonio de los resultados a los que conduce la misma. Los acontecimientos que están teniendo lugar en Alberta sugieren que el rechazo de dicha pretensión ha alcanzado ya el grado de la acción, y quizá no resulte del todo desafortunado el que esta cuestión haya sido declarada en términos inequívocos por el propio presidente del banco comercial más grande del mundo.
Me gustaría hacer una observación acerca de los comentarios hechos por usted concernientes a la realización de un préstamo sin garantía. Supongamos, por otra parte, que usted me presta £ 1.000 sobre una “garantía” de títulos-valores del Gobierno por valor de £ 2.000, y que yo a continuación compro con ellos 100 toneladas de trigo. Antes de que el granjero tenga oportunidad de gastar el dinero que usted creó utilizando el método de las anotaciones en cuenta –dinero creado contra la garantía que yo le deposité– el banco de usted decide, mediante un acuerdo con los otros bancos y con el Banco de Inglaterra, comprar cantidades ilimitadas de títulos-valores, causando así una inmensa inflación y un rápido aumento en el precio de todas aquellas cosas que el granjero desea comprar así como en el precio del trigo del que acaba de deshacerse, robándosele de esta forma la mitad del valor de cambio de su trigo. ¿A quién cree usted que se le debería prestar más “garantía”: al granjero que cultivó y cedió el trigo; o al banquero que autorizó la emisión de un trozo de papel, transfiriéndoseme el trigo a través él; un trozo de papel que sería considerado sin valor alguno si fuera rechazado por un pequeño número de productores?
Finalmente, quizá me permita usted poder hacer un comentario acerca de su afirmación de que el Crédito Social (“el cual no existe”) conduciría hacia una inflación ilimitada. Todo el mundo sabemos que la muy modesta reactivación económica que se ha producido en este país ha sido debida a una apenas disimulada inflación, uno de cuyos aspectos o manifestaciones ha sido el de incrementar enormemente la posesión colectiva de títulos-valores en manos de los banqueros (comprados con “su” crédito); un segundo aspecto ha sido el de causar una subida en la deuda pública; un tercero ha sido el de incrementar los impuestos directos; y un cuarto ha sido el de reducir el poder adquisitivo de la unidad monetaria, reduciendo así el valor de los ahorros. Cada uno de estos fenómenos constituyen una ganancia directa para el banquero, cuyo monopolio del crédito se ve reforzado demostrablemente por cada uno de ellos y es el resultado de una política deflacionaria también iniciada por los banqueros, que fue directamente responsable del pánico de 1929.
Estoy seguro de que estará de acuerdo en que usted no se encuentra en una posición adecuada para conocer la naturaleza exacta de las propuestas que se están considerando en Alberta para su aplicación, supuesto que la Provincia tenga felizmente éxito en su lucha por liberarse de los intereses usurarios.
Supongamos, sin tener que admitir que vaya a ocurrir así, que todos los procesos que acabamos de mencionar más arriba continuaran produciéndose en Alberta, pero, digamos, en beneficio de un banco del cual todos los albertanos fueran accionistas. Me apresuro a añadir que, hasta donde yo tengo conocimiento, no hay en consideración o perspectiva ningún banco de ese tipo. ¿Se afirmaría que esa situación constituiría o no (a) inflación, (b) Crédito Social?
Me propongo comunicar esta carta a la Prensa junto con cualquier comentario que usted desee realizar sobre la misma, a menos que en relación con esto último usted prefiera no ser citado.
Sinceramente suyo,
C. H. Douglas [firmado]
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