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Tema: El quid de la cuestión: Clifford Hugh Douglas versus Reginald McKenna

  1. #1
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
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    El quid de la cuestión: Clifford Hugh Douglas versus Reginald McKenna

    Creo que viene bien traer este intercambio, indirecto, de ideas que hubo entre Clifford Hugh Douglas y Reginald McKenna en 1937, a raíz de unas declaraciones hechas por este último en que despotricaba contra el Crédito Social y contra los Creditistas Sociales de la provincia canadiense de Alberta. Sus declaraciones no son baladíes, ya que se trataba ni más ni menos que del presidente del banco comercial más grande e importante del mundo en aquel entonces.

    Primero recogemos el texto de sus declaraciones.

    Después reproducimos parte del Informe del Comité Cunliffe, en donde se recoge información interesante que atañe al contenido de sus declaraciones.

    Y, por último, recogemos las respectivas contestaciones a esas declaraciones por parte del editor de la publicación Social Credit, y la del propio Clifford Hugh Douglas.

    Todos estos textos están tomados del semanario Social Credit o de su Suplemento, y los subrayados que aparecen en ellos no son míos sino del original.

  2. #2
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
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    Re: El quid de la cuestión: Clifford Hugh Douglas versus Reginald McKenna

    Declaraciones de Reginald McKenna

    Fuente: Social Credit, Vol. 7, Nº. 7, 24 de Septiembre de 1937, página 1.




    LA EXPLOSIÓN DE ARREBATO DE UN JEFE DE BANCO CONTRA EL CRÉDITO SOCIAL


    Culpa de la pobreza de la endeudada Alberta a una “escasez de cosechas”

    “NO HAY ESCASEZ DE CRÉDITOS”


    No hay tal cosa llamada Crédito Social. Es “un fantasma, una quimera de la mente”, un mito que no comprenden ni siquiera sus propios promotores.

    La “autoridad” responsable de esta singular y malhumorada explosión de arrebato, de acuerdo con una entrevista realizada en Calgary, Alberta, y aparecida en el Winnipeg Tribune, no es otra que el Muy Honorable Reginald McKenna, antiguo Ministro de Hacienda y, durante estos últimos dieciocho años, presidente del Midland Bank.

    “Como Ministro de Hacienda en los primeros años de la guerra”, señala el Winnipeg Tribune, “se le solicitó, durante un periodo de 18 meses, aumentar el crédito a un ritmo de $ 60.000.000 a la semana a fin de que Inglaterra pudiera mantener sus armas en el frente.”

    “Y él no se cree que eso pudiera haberse hecho con sólo una pluma estilográfica.”

    Si esto es lo que realmente cree el Sr. McKenna, ciertamente habría que colegir que él se encontraba en una posición bastante curiosa como Ministro de Hacienda; pues lo que realmente estuvo ocurriendo delante de sus narices fue completamente descrito por el Comité Cunliffe en su informe de 1918. (Un extracto literal de este informe aparece impreso en esta misma página; las partes subrayadas en él son nuestras).

    El Sr. McKenna es bien conocido por los Creditistas Sociales a lo largo y ancho de todo el mundo por su célebre declaración de que todo préstamo bancario o adquisición de títulos-valores por un banco crea un depósito, y toda devolución de un préstamo bancario o venta de títulos-valores por un banco destruye un depósito.

    “Es perfectamente cierta”, admitía él cuando se le preguntaba en Calgary acerca de esta declaración, “precisa y completamente cierta”.

    “Pero ni el Mayor Douglas, ni el Sr. Aberhart, ni ningún otro ‘Creditista Social’ que yo conozca, han entendido nunca realmente esto. Permítame que lo ilustre”.


    UN ARGUMENTO ENDEBLE


    “Supongamos que el Sr. Aberhart, como persona privada, acudiera a mí, un banquero, para depositar $ 1.000, y yo se los recibiera. Supongamos que él entonces, como persona pública en su calidad de Primer Ministro de Alberta, me instara a que yo adelantara un préstamo de $ 1.000 en favor de un digno pero avergonzado ciudadano de la provincia que no pudiera proporcionar ninguna garantía.

    “Yo podría decirle a Aberhart, ‘De acuerdo, Sr. Primer Ministro, lo haré siempre que esté usted dispuesto a que yo no haga honor a sus propios cheques mientras dicho préstamo siga pendiente, ya que sus $ 1.000 constituyen todo el dinero que yo tengo en depósito’”.

    “‘Pero’, él exclamaría, ‘este préstamo de $ 1.000 creará un depósito adicional de $ 1.000. Usted mismo lo dijo una vez así’.

    “‘Cierto’, replicaría yo, ‘pero ese depósito del que usted habla no aparecería como un activo en mis libros contables, sino como un pasivo; un pasivo del que yo debo prepararme para poder satisfacerlo cuando me sea exigido al momento mismo en que se empiecen a girar cheques contra él. Al respecto, sería exactamente la misma situación que la que existe con el depósito de usted; y yo no puedo hacer ese préstamo a menos de estar seguro de que tenga suficiente efectivo o títulos-valores en mi cámara acorazada como para poder satisfacer o atender todos los cheques que usted y el prestatario puedan desear firmar’”.

    “Y ésta es toda la cuestión. Es verdad que un préstamo crea un depósito; pero todo depósito es un pasivo para el banquero; dinero que él debe al depositante y que le obliga a estar preparado para pagarlo al instante. Lo que un banquero presta en el momento del préstamo normalmente no es dinero en efectivo, sino su capacidad de poder pagar en efectivo en cualquier momento; en otras palabras, su crédito.”

    “El problema que ha tenido Alberta en estos últimos años”, continúa diciendo el Sr. McKenna, “no ha sido la escasez de crédito sino la escasez de cosechas”.


    ¡“CRÉDITO REAL”!


    “La idea de basar el ‘crédito’ artificial en una estimación de la cantidad de carbón sin extraer y de la cantidad de arenas bituminosas sin aprovechar, es algo que no tiene sentido. Pues, por un lado, es imposible hoy adivinar el valor de mercado del carbón que será extraído dentro de cien años a contar desde ahora. Y, por otro lado, una emisión ilimitada de crédito inmediatamente haría perder su valor”.

    “Incluso la moneda”, continúa explicando, “debe su valor, en parte, a la ley que hace de ella dinero de curso legal; pero también al mismo hecho de que su emisión es de carácter restringido.”

    “Si se emitiera en cantidades ilimitadas, el dinero, igual que cualquier otra cosa, se volvería barato.”

    Pero, en todo caso, el Sr. McKenna añade que el “Crédito Social”, tal y como aparece prometido a los albertanos, no es crédito en absoluto, y no tiene conexión ninguna con el crédito, en el sentido real de esta palabra.

    “El crédito real”, declara, “debe implicar la existencia de un compromiso o promesa de poder pagar en efectivo en una determinada fecha futura; respaldada por la capacidad para poder hacerlo. El trabajo de un banquero, que comercia con el crédito, es la de juzgar acerca de ese compromiso, así como de la capacidad para poder cumplirlo.

    “El Crédito Social”, concluye el Sr. McKenna, “no es crédito. Es una frase sin sentido, y nada más que eso. (…) esa poción mágica, que no tiene ninguna relación con el crédito, y que aparentemente ni siquiera la han entendido sus propios autores.”
    Última edición por Martin Ant; 30/01/2016 a las 19:20

  3. #3
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    Re: El quid de la cuestión: Clifford Hugh Douglas versus Reginald McKenna

    Informe del Comité Cunliffe

    Fuente: Social Credit, Vol. 7, Nº. 7, 24 de Septiembre de 1937, página 1.




    LO QUE PASÓ REALMENTE CUANDO McKENNA FUE MINISTRO DE HACIENDA



    La necesidad que tenía el Gobierno de fondos con los que poder financiar la guerra, por encima de las cantidades ya recolectadas a través de los impuestos y de los préstamos procedentes del público, hizo necesaria la creación de créditos a su favor con el Banco de Inglaterra.

    De esta forma, la cantidad total de los depósitos del Banco se incrementó desde los aproximadamente £ 56.000.000 en Julio de 1914, hasta los £ 273.000.000 el 28 de Julio de 1915 y, aunque se ha efectuado una considerable reducción desde aquel entonces, hoy día (15 de Agosto de 1918) ascienden a la cantidad de £ 171.870.000.

    Los saldos creados mediante estas operaciones, habiendo pasado –por medio de los pagos hechos a los contratistas y a otros– a los bancos comerciales, han constituido la base para un gran crecimiento de los depósitos de estos últimos; depósitos que también han aumentado como consecuencia de la creación de créditos en relación con las suscripciones realizadas sobre los varios tipos de Préstamos o Bonos de Guerra.

    Este proceso ha tenido resultados de una importancia tan amplia que bien podría ser útil exponer con detalle la manera en que funciona.

    Supongamos, por ejemplo, que en una semana dada el Gobierno requiriera de £ 10.000.000, al margen de los ingresos que recibe de los impuestos y de los préstamos del público.

    Solicita un adelanto al Banco de Inglaterra el cual, mediante una anotación en cuenta, pone la cantidad requerida en la cuenta de crédito de los Depósitos Públicos, del mismo modo en que cualquier otro banquero lo hubiera anotado en el crédito de la cuenta de un cliente una vez que le hubiera concedido un préstamo temporal.

    Esta cantidad, a continuación, es desembolsada a los contratistas y otros acreedores del Gobierno, y pasa –una vez que los cheques han sido liquidados– a la cuenta de crédito de sus banqueros, que éstos tienen en los libros contables del Banco de Inglaterra; en otras palabras, se ha transferido desde los Depósitos Públicos a los depósitos de “otros”, habiendo sido el efecto de toda esta transacción el incrementar por valor de £ 10.000.000 el poder adquisitivo en manos de la población, en forma de depósitos dentro de los Bancos Comerciales, así como el incrementar por la misma cantidad el efectivo o dinero en caja que los banqueros poseen en el Banco de Inglaterra.

    Habiendo aumentado de esta forma por valor de £ 10.000.000 el pasivo que los banqueros tienen con respecto a sus depositantes, así como también sus reservas de caja por una cantidad equivalente, la proporción que tenían de efectivo con respecto al pasivo (la cual, antes de la guerra, estaba normalmente algo por debajo del 20 por ciento) se ha aumentado, con el resultado de que se encuentran en una posición en la que poder realizar préstamos o adelantos a sus clientes en una cantidad igual a cuatro o cinco veces la suma añadida a sus reservas de caja o, en ausencia de demanda de tales préstamos, poder incrementar sus inversiones en una cantidad igual a la diferencia entre el efectivo recibido y la proporción de ese efectivo que están obligados a retener para compensar el incremento acaecido en su pasivo de depósitos.

    Desde el estallido de la guerra, es éste segundo procedimiento el que se ha seguido principalmente, habiéndose usado ese exceso de efectivo para suscribir Letras del Tesoro y otros títulos-valores gubernamentales.

    El dinero, así suscrito, ha sido gastado de nuevo por el Gobierno y ha retornado en la manera antes descrita a los saldos de caja de los banqueros, repitiéndose así el proceso una y otra vez hasta que finalmente esos £10.000.000 originalmente adelantados por el Banco de Inglaterra han creado nuevos depósitos, los cuales representan nuevo poder adquisitivo, en una cantidad igual a varias veces aquélla original.


    Tomado del Informe Interino del Comité (Cunliffe) sobre Política Monetaria y de Divisas después de la Guerra. 15 de Agosto de 1918, página 4.

  4. #4
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    Re: El quid de la cuestión: Clifford Hugh Douglas versus Reginald McKenna

    Réplica al Sr. McKenna del editor de Social Credit

    Fuente: Social Credit, Vol. 7, Nº. 7, 24 de Septiembre de 1937, página 5.




    Nuestra respuesta al Sr. McKenna



    La explosión de arrebato del Sr. McKenna contra el Crédito Social es a la vez intemperante, inexacta, evasiva, insostenible, parcial y tardía.

    Es intemperante porque resulta absurdo decir, en contra de todas las apariencias, que no hay tal cosa llamada Crédito Social; porque resulta indigno describirlo como “un fantasma, una quimera de la mente”; y porque resulta pretencioso el sugerir que, ya que puede resultar incomprensible para el propio Sr. McKenna, también habrá de ser incomprensible para sus propios promotores.

    Es intemperante, pues, el desvariar, igual que un orador de tribuna improvisada, contra una filosofía que ha permitido elegir, con una inmensa mayoría, un Gobierno de Crédito Social en Alberta; que se ha convertido en una opción electoral seria en Nueva Zelanda; que goza en todo el mundo y de manera creciente del apoyo de gentes salidas de todos los sectores de la sociedad; y que ha desmantelado las críticas de autoridades en la materia tales como las del Sr. R. G. Hawtrey, quien trabaja en el Tesoro Británico.

    Es inexacto, por no decir impertinente, que él afirme que ni el Mayor Douglas, ni el Sr. Aberhart, ni ningún otro Creditista Social entienden el significado o el sentido de la sencilla explicación que él mismo realizó acerca de cómo se crea y se destruye el dinero por los bancos.

    El Sr. McKenna lo expresó en una ocasión de la siguiente forma: “Al ciudadano ordinario no le gustará que le digan que los bancos pueden crear y destruir el dinero. Todos nosotros sabemos cómo se hace esto”. Él se estaba dirigiendo ahí a sus compañeros banqueros; y esta actual explosión de arrebato nos sugiere que a él realmente no le gusta que al ciudadano ordinario se le diga lo que los banqueros saben.

    Es inexacto, por no decir temerario, que él diga a los albertanos que su problema ha tenido lugar por una escasez de cosechas y no por una escasez de crédito. Están endeudados hasta las cejas. El siguiente pasaje del libro “The Alberta Experiment”, escrito por el Mayor Douglas, proporciona a los albertanos la respuesta a este falaz argumento del Sr. McKenna:


    “Para entender hasta qué grado está la Provincia de Alberta –al igual que las otras Provincias Occidentales en particular y el mundo en general– plagada de deudas, quizás el método más simple de aproximarnos a este asunto sea el de fijar nuestra mente en el hecho de que la mayor porción de la población que se incorporó a la Provincia –ya sea por inmigración o nacimiento– lo hizo en posesión de muy poco o nada de dinero. La Provincia no cultiva dinero, sino que cultiva trigo. Los primeros colonos eran en su mayor parte granjeros, que tomaron posesión de porciones libres de un cuarto de milla (160 acres) de la tierra del Gobierno, dedicándose a desarrollarlas. Necesitaban de dinero para comprar la semilla, para pagar los sueldos (allí donde emplearan mano de obra), para herramientas de agricultura, así como para sus comodidades. Obtuvieron este dinero de las sucursales de los bancos del Este que se establecieron en la pradera, dando a cambio como garantía títulos de pagarés, que eran liquidados una vez que su producción se vendiera, y generalmente estaban garantizados a su vez con hipotecas sobre bienes muebles”.


    Como elemento ilustrativo de este proceso, el Mayor Douglas presentaba el siguiente ejemplo que le había llamado la atención en Alberta:


    “El director de una de las sucursales bancarias había sido enviado por uno de los bancos del Este a una pequeña población del centro de Alberta, y venía cargado en su cuenta deudora con un préstamo de 20.000 dólares al 5 por ciento de interés, habiéndosele dado estos 20.000 dólares en forma de billetes del propio banco. A los seis meses de abrir su sucursal del banco, el gerente en cuestión había realizado préstamos por valor de 600.000 dólares tomando como base esos 20.000 dólares que tenía en billetes, y ya tenía en posesión 80.000 dólares en billetes, procedentes de la actividad ordinaria en el negocio bancario. Esta situación, por supuesto, se había conseguido a través del bien conocido principio de que todo préstamo bancario crea un depósito. El tipo de interés medio que cargaba sobre esos 600.000 dólares era del 8 por ciento, por lo que el beneficio originado por el hecho de monetizar el crédito de los prestatarios era de 48.000 dólares al año”.


    El argumento del Sr. McKenna es evasivo e insostenible hasta el extremo.

    En primer lugar, él sugiere que es necesario que los depositantes no realicen giros sobre sus depósitos cuando el banquero ha realizado un préstamo. Esto es un ridículo sinsentido y el Sr. McKenna lo sabe.

    Él no podría defender su insinuación de que, antes de poder conceder un préstamo de $ 1.000 dólares, él tendría que establecer como condición previa que el Sr. Aberhart estuviera dispuesto a que sus propios cheques no fueran aceptados por el banco mientras estuviera pendiente dicho préstamo.

    Él no podría defender eso porque no es cierto.

    En segundo lugar, monta un gran alboroto por el hecho de que un depósito figura como un pasivo en los libros contables del banco; pero no hace mención ni una sola vez al hecho de que todo préstamo aparece como un activo en esos mismos libros contables.

    ¿Realmente esto es todo lo que el Presidente del Midland Bank es capaz de hacer en su intento de desacreditar al Crédito Social?

    El Sr. McKenna resulta incluso ingenuo cuando admite que el dinero hoy día debe su valor al hecho mismo de que se emita de manera restringida.

    Sin embargo, no resulta tan ingenuo cuando afirma que lo que normalmente presta el banquero no es dinero en efectivo, sino su capacidad de pagar –“en otras palabras, su crédito”.

    ¡Su crédito! Sería mejor que el Sr. McKenna mirara por dónde anda; esto es todavía mucho peor que su admisión de que los bancos pueden crear crédito, el crédito de la comunidad. Él afirma que ese crédito les pertenece.

    Quizás el más relevante de todos los comentarios del Sr. McKenna sea el de su definición del “Crédito real”. Es, en su opinión, la capacidad de poder pagar dinero cuando éste se requiera. ¡Dinero!

    Compárese esta definición con las que realiza el Crédito Social:

    El Crédito Real es la capacidad para suministrar bienes y servicios. El Crédito Financiero es la capacidad para suministrar dinero, y este último debería reflejar el Crédito Real.

    El Crédito Real son los bienes que el pueblo albertano desea y puede producir; y ellos exigen que sus bancos hagan que el crédito financiero refleje el hecho de que ellos puedan producir y consumir todos los bienes que ellos quieran.

    Teniendo en cuenta que los Proyectos de Ley sobre Política Bancaria en Alberta tienen como objetivo el control de la actividad bancaria para ponerla en concordancia con los resultados deseados por el pueblo, resulta claro que el Sr. McKenna adolezca, desde el comienzo de sus argumentaciones, de una obvia parcialidad o predisposición en sentido contrario.

    Con un hándicap como ése, él debería hacer escogido con más cuidado su lenguaje y sus argumentos. Ni tampoco le ayuda mucho el hecho de que sus propias palabras hayan sido citadas por los Creditistas Sociales durante más de 15 años, y que sin embargo sólo haya tenido por primera vez noticia de este hecho en 1937 en Alberta.


    El Editor

  5. #5
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    Re: El quid de la cuestión: Clifford Hugh Douglas versus Reginald McKenna

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    Réplica de C. H. Douglas a Reginald McKenna

    Fuente: Social Credit, Confidentional Supplement, Nº. 14, 8 de Octubre de 1937. Página 1.




    El Mayor Douglas rechaza la afirmación del Sr. McKenna de que el crédito que los bancos crean les pertenece a ellos




    No hay tal cosa llamada Crédito Social, se dice que afirmó el Sr. Reginald McKenna, presidente del Midland Bank, “es un mito que no comprenden ni siquiera sus propios promotores”.

    Ya se dio una relación completa de sus declaraciones en el SOCIAL CREDIT del 24 de Septiembre; y ahora le ha sido enviada la siguiente carta por el Mayor Clifford Hugh Douglas, dando una réplica razonada al, en cierto modo, precipitado ataque del Sr. McKenna. Esta carta ha sido enviada a la prensa canadiense.




    Estimado Sr. McKenna,

    He podido ver los reportajes de varias entrevistas que usted ha dado a la Prensa en varias partes de Canadá acerca del asunto de la creación de depósitos bancarios y del tema relacionado con él del Crédito Social, en los cuales aparece mencionado mi nombre.

    No me preocupa el dudoso gusto con que estos reportajes están redactados, pues prefiero mucho más creer que la presuntuosidad de las declaraciones atribuidas a usted, –en el sentido de que los Creditistas Sociales no entienden, por un lado, el significado de esas muy debatidas palabras, “Todo préstamo crea un depósito”; ni tampoco entienden, por otro lado, sus propias teorías–, han de atribuirse más bien a la licencia tomada en la redacción del reportaje que a usted.

    Pero el asunto contenido en todas esas entrevistas se presenta de una forma tan uniforme en los varios reportajes que he podido ver, que me veo obligado a aceptarlos como una correcta presentación de las opiniones de usted al respecto; y, teniendo en mente el carácter demostrablemente incorrecto de las mismas, y que el asunto es de gran importancia pública, me veo obligado a contestarlas.

    Si bien la admirable presentación de la teoría de la creación del crédito o del dinero en cheques por las instituciones bancarias, que aparecía contenida en los discursos realizados por usted en la inmediata posguerra, hacía muy conveniente la cita de sus propias palabras, quizás resulte necesario subrayar, sin embargo, que esa misma teoría era lugar común en la literatura sobre banca. La primera declaración inequívoca al respecto de la que yo esté informado aparece contenida en una obra de MacLeod (“Theory and Practice of Banking”), publicada más de 25 años antes de los discursos de usted; pero puede haber, y probablemente haya, otras todavía más anteriores. Este asunto era completamente familiar para vuestro predecesor, Sir Edward Holden, entre otros.

    Por supuesto, no intento sugerir que usted trate de afirmar un derecho de originalidad sobre esta teoría. El punto que yo quiero dejar bien claro es que la interpretación que usted mismo da de esa teoría –en la medida en que usted mismo la entiende y acepte– es mucho más estrecha que la que hacen tales autoridades como la del Sr. R. G. Hawtrey, el Profesor Phillips, el Profesor Irving Fisher y, de hecho, los más serios estudiosos de este asunto (incluso que la que hacen aquéllos a los que se les podría catalogar como de los más ortodoxos), y que, como usted sin duda recordará, requirió de una explicación aclaratoria por el Sr. Cecil Lubbock en el transcurso de su discusión o tratamiento durante mi interrogatorio ante el Comité Macmillan. No se corresponde esa interpretación de usted, por ejemplo, con la del Comité Cunliffe sobre Política Monetaria, al cual difícilmente se le podría hacer sospechoso de opiniones heterodoxas.

    Pero me preocupa especialmente su declaración de que, “Lo que un banquero presta es su [es decir, del banquero] crédito”. A fin de que no pueda haber malentendido alguno sobre este asunto, me atreveré a decir que se trata de una flagrante contradicción. El banquero no hace nada de eso. Él presta algo cuyo valor o crédito únicamente depende, en primer lugar, de lo que se pueda comprar con él y, en segundo lugar, de si alguien desea comprar aquello que se puede comprar con él. Afirmar que tanto la producción como el consumo son propiedad del banquero –que es el único significado realista que se puede aplicar a la afirmación que usted hace de que es la propiedad del banquero lo que éste presta– parece un poco imprudente. Forma parte de la acción típica del banquero el afirmar que el dinero posee un cierto valor intrínseco por sí mismo, pero no creo que una idea como ésa pueda ser sostenida por nadie que entienda su naturaleza.

    Me atrevería a sugerir que se trata de una afirmación cuya comprensión sólo estaría legítimamente justificada a fin de repudiarla inmediatamente. Usted está reivindicando o pretendiendo una completa y total dictadura irresponsable de la Finanza. Muchos de nosotros somos conscientes de la existencia de semejante dictadura, y el estado en que se encuentra el mundo constituye un claro testimonio de los resultados a los que conduce la misma. Los acontecimientos que están teniendo lugar en Alberta sugieren que el rechazo de dicha pretensión ha alcanzado ya el grado de la acción, y quizá no resulte del todo desafortunado el que esta cuestión haya sido declarada en términos inequívocos por el propio presidente del banco comercial más grande del mundo.

    Me gustaría hacer una observación acerca de los comentarios hechos por usted concernientes a la realización de un préstamo sin garantía. Supongamos, por otra parte, que usted me presta £ 1.000 sobre una “garantía” de títulos-valores del Gobierno por valor de £ 2.000, y que yo a continuación compro con ellos 100 toneladas de trigo. Antes de que el granjero tenga oportunidad de gastar el dinero que usted creó utilizando el método de las anotaciones en cuenta –dinero creado contra la garantía que yo le deposité– el banco de usted decide, mediante un acuerdo con los otros bancos y con el Banco de Inglaterra, comprar cantidades ilimitadas de títulos-valores, causando así una inmensa inflación y un rápido aumento en el precio de todas aquellas cosas que el granjero desea comprar así como en el precio del trigo del que acaba de deshacerse, robándosele de esta forma la mitad del valor de cambio de su trigo. ¿A quién cree usted que se le debería prestar más “garantía”: al granjero que cultivó y cedió el trigo; o al banquero que autorizó la emisión de un trozo de papel, transfiriéndoseme el trigo a través él; un trozo de papel que sería considerado sin valor alguno si fuera rechazado por un pequeño número de productores?

    Finalmente, quizá me permita usted poder hacer un comentario acerca de su afirmación de que el Crédito Social (“el cual no existe”) conduciría hacia una inflación ilimitada. Todo el mundo sabemos que la muy modesta reactivación económica que se ha producido en este país ha sido debida a una apenas disimulada inflación, uno de cuyos aspectos o manifestaciones ha sido el de incrementar enormemente la posesión colectiva de títulos-valores en manos de los banqueros (comprados con “su” crédito); un segundo aspecto ha sido el de causar una subida en la deuda pública; un tercero ha sido el de incrementar los impuestos directos; y un cuarto ha sido el de reducir el poder adquisitivo de la unidad monetaria, reduciendo así el valor de los ahorros. Cada uno de estos fenómenos constituyen una ganancia directa para el banquero, cuyo monopolio del crédito se ve reforzado demostrablemente por cada uno de ellos y es el resultado de una política deflacionaria también iniciada por los banqueros, que fue directamente responsable del pánico de 1929.

    Estoy seguro de que estará de acuerdo en que usted no se encuentra en una posición adecuada para conocer la naturaleza exacta de las propuestas que se están considerando en Alberta para su aplicación, supuesto que la Provincia tenga felizmente éxito en su lucha por liberarse de los intereses usurarios.

    Supongamos, sin tener que admitir que vaya a ocurrir así, que todos los procesos que acabamos de mencionar más arriba continuaran produciéndose en Alberta, pero, digamos, en beneficio de un banco del cual todos los albertanos fueran accionistas. Me apresuro a añadir que, hasta donde yo tengo conocimiento, no hay en consideración o perspectiva ningún banco de ese tipo. ¿Se afirmaría que esa situación constituiría o no (a) inflación, (b) Crédito Social?

    Me propongo comunicar esta carta a la Prensa junto con cualquier comentario que usted desee realizar sobre la misma, a menos que en relación con esto último usted prefiera no ser citado.

    Sinceramente suyo,


    C. H. Douglas [firmado]

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