Réplica al Sr. McKenna del editor de Social Credit
Fuente: Social Credit, Vol. 7, Nº. 7, 24 de Septiembre de 1937, página 5.
Nuestra respuesta al Sr. McKenna
La explosión de arrebato del Sr. McKenna contra el Crédito Social es a la vez intemperante, inexacta, evasiva, insostenible, parcial y tardía.
Es intemperante porque resulta absurdo decir, en contra de todas las apariencias, que no hay tal cosa llamada Crédito Social; porque resulta indigno describirlo como “un fantasma, una quimera de la mente”; y porque resulta pretencioso el sugerir que, ya que puede resultar incomprensible para el propio Sr. McKenna, también habrá de ser incomprensible para sus propios promotores.
Es intemperante, pues, el desvariar, igual que un orador de tribuna improvisada, contra una filosofía que ha permitido elegir, con una inmensa mayoría, un Gobierno de Crédito Social en Alberta; que se ha convertido en una opción electoral seria en Nueva Zelanda; que goza en todo el mundo y de manera creciente del apoyo de gentes salidas de todos los sectores de la sociedad; y que ha desmantelado las críticas de autoridades en la materia tales como las del Sr. R. G. Hawtrey, quien trabaja en el Tesoro Británico.
Es inexacto, por no decir impertinente, que él afirme que ni el Mayor Douglas, ni el Sr. Aberhart, ni ningún otro Creditista Social entienden el significado o el sentido de la sencilla explicación que él mismo realizó acerca de cómo se crea y se destruye el dinero por los bancos.
El Sr. McKenna lo expresó en una ocasión de la siguiente forma: “Al ciudadano ordinario no le gustará que le digan que los bancos pueden crear y destruir el dinero. Todos nosotros sabemos cómo se hace esto”. Él se estaba dirigiendo ahí a sus compañeros banqueros; y esta actual explosión de arrebato nos sugiere que a él realmente no le gusta que al ciudadano ordinario se le diga lo que los banqueros saben.
Es inexacto, por no decir temerario, que él diga a los albertanos que su problema ha tenido lugar por una escasez de cosechas y no por una escasez de crédito. Están endeudados hasta las cejas. El siguiente pasaje del libro “The Alberta Experiment”, escrito por el Mayor Douglas, proporciona a los albertanos la respuesta a este falaz argumento del Sr. McKenna:
“Para entender hasta qué grado está la Provincia de Alberta –al igual que las otras Provincias Occidentales en particular y el mundo en general– plagada de deudas, quizás el método más simple de aproximarnos a este asunto sea el de fijar nuestra mente en el hecho de que la mayor porción de la población que se incorporó a la Provincia –ya sea por inmigración o nacimiento– lo hizo en posesión de muy poco o nada de dinero. La Provincia no cultiva dinero, sino que cultiva trigo. Los primeros colonos eran en su mayor parte granjeros, que tomaron posesión de porciones libres de un cuarto de milla (160 acres) de la tierra del Gobierno, dedicándose a desarrollarlas. Necesitaban de dinero para comprar la semilla, para pagar los sueldos (allí donde emplearan mano de obra), para herramientas de agricultura, así como para sus comodidades. Obtuvieron este dinero de las sucursales de los bancos del Este que se establecieron en la pradera, dando a cambio como garantía títulos de pagarés, que eran liquidados una vez que su producción se vendiera, y generalmente estaban garantizados a su vez con hipotecas sobre bienes muebles”.
Como elemento ilustrativo de este proceso, el Mayor Douglas presentaba el siguiente ejemplo que le había llamado la atención en Alberta:
“El director de una de las sucursales bancarias había sido enviado por uno de los bancos del Este a una pequeña población del centro de Alberta, y venía cargado en su cuenta deudora con un préstamo de 20.000 dólares al 5 por ciento de interés, habiéndosele dado estos 20.000 dólares en forma de billetes del propio banco. A los seis meses de abrir su sucursal del banco, el gerente en cuestión había realizado préstamos por valor de 600.000 dólares tomando como base esos 20.000 dólares que tenía en billetes, y ya tenía en posesión 80.000 dólares en billetes, procedentes de la actividad ordinaria en el negocio bancario. Esta situación, por supuesto, se había conseguido a través del bien conocido principio de que todo préstamo bancario crea un depósito. El tipo de interés medio que cargaba sobre esos 600.000 dólares era del 8 por ciento, por lo que el beneficio originado por el hecho de monetizar el crédito de los prestatarios era de 48.000 dólares al año”.
El argumento del Sr. McKenna es evasivo e insostenible hasta el extremo.
En primer lugar, él sugiere que es necesario que los depositantes no realicen giros sobre sus depósitos cuando el banquero ha realizado un préstamo. Esto es un ridículo sinsentido y el Sr. McKenna lo sabe.
Él no podría defender su insinuación de que, antes de poder conceder un préstamo de $ 1.000 dólares, él tendría que establecer como condición previa que el Sr. Aberhart estuviera dispuesto a que sus propios cheques no fueran aceptados por el banco mientras estuviera pendiente dicho préstamo.
Él no podría defender eso porque no es cierto.
En segundo lugar, monta un gran alboroto por el hecho de que un depósito figura como un pasivo en los libros contables del banco; pero no hace mención ni una sola vez al hecho de que todo préstamo aparece como un activo en esos mismos libros contables.
¿Realmente esto es todo lo que el Presidente del Midland Bank es capaz de hacer en su intento de desacreditar al Crédito Social?
El Sr. McKenna resulta incluso ingenuo cuando admite que el dinero hoy día debe su valor al hecho mismo de que se emita de manera restringida.
Sin embargo, no resulta tan ingenuo cuando afirma que lo que normalmente presta el banquero no es dinero en efectivo, sino su capacidad de pagar –“en otras palabras, su crédito”.
¡Su crédito! Sería mejor que el Sr. McKenna mirara por dónde anda; esto es todavía mucho peor que su admisión de que los bancos pueden crear crédito, el crédito de la comunidad. Él afirma que ese crédito les pertenece.
Quizás el más relevante de todos los comentarios del Sr. McKenna sea el de su definición del “Crédito real”. Es, en su opinión, la capacidad de poder pagar dinero cuando éste se requiera. ¡Dinero!
Compárese esta definición con las que realiza el Crédito Social:
El Crédito Real es la capacidad para suministrar bienes y servicios. El Crédito Financiero es la capacidad para suministrar dinero, y este último debería reflejar el Crédito Real.
El Crédito Real son los bienes que el pueblo albertano desea y puede producir; y ellos exigen que sus bancos hagan que el crédito financiero refleje el hecho de que ellos puedan producir y consumir todos los bienes que ellos quieran.
Teniendo en cuenta que los Proyectos de Ley sobre Política Bancaria en Alberta tienen como objetivo el control de la actividad bancaria para ponerla en concordancia con los resultados deseados por el pueblo, resulta claro que el Sr. McKenna adolezca, desde el comienzo de sus argumentaciones, de una obvia parcialidad o predisposición en sentido contrario.
Con un hándicap como ése, él debería hacer escogido con más cuidado su lenguaje y sus argumentos. Ni tampoco le ayuda mucho el hecho de que sus propias palabras hayan sido citadas por los Creditistas Sociales durante más de 15 años, y que sin embargo sólo haya tenido por primera vez noticia de este hecho en 1937 en Alberta.
El Editor
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