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Tema: El orden socio-político corporativo tradicional (Francesc Tusquets)

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    Re: El orden socio-político corporativo tradicional (Francesc Tusquets)

    Fuente: Cruzado Español, Número 147, 1 de Mayo de 1964, páginas 7 – 8.



    ¿CUÁL ES EL MUNDO MEJOR?

    Por F. Tusquets


    Desde hace algún tiempo se publica en Madrid la revista «Cuadernos para el diálogo», en que firman sus trabajos y artículos nombres muy conocidos en el mundo «intelectual» de nuestro país. Claramente se advierte, con sólo hojearla, la relación de dicha revista con otras más antiguas y difundidas; pero, al revés de lo que parece debería ser por su título, se nos antoja que la línea directriz que en ella se sigue y se defiende es mucho más homogénea y circunscrita de lo que el referido título quiere indicar.

    No entra ni por asomo entre nuestras aficiones la de terciar en discusiones, ni siquiera en pseudo-diálogos. Pero lo grave del caso es que, en el Número 5-6 de la referida publicación –correspondiente a Febrero-Marzo de este año–, se nombra a nuestra revista, Cruzado Español, con un espíritu muy poco propenso al «diálogo» y con ciertos prejuicios, o por lo menos sin verdaderas ganas de penetrar y querer comprender lo que se nos critica.

    Nos referimos al artículo titulado «Ultras y cristianos», firmado por Antonio L. Marzal, del que algo más de su segunda mitad nos está dedicado. No pretendemos refutar, ni siquiera dialogar, sobre unas cuantas citas que allí se hacen de Cruzado Español; quede ello para otra ocasión, o para otras personas, o simplemente para el buen criterio de cualquier lector curioso que quiera cotejar lo que allí se dice con lo que se dice en nuestra revista, a la luz de la Doctrina de la Iglesia. El objetivo del presente artículo es más modesto, o si se quiere, más concreto, por referirse a un solo punto de lo dicho por Antonio L. Marzal: el que se refiere al lema que campea bajo el título de nuestra revista: «Es todo un mundo lo que hay que rehacer desde sus cimientos», pretendiendo que Cruzado Español, en su espíritu y contenido, no responde a lo que Su Santidad Pío XII quería expresar al formular aquella exhortación (que Cruzado Español, repetimos, ha escogido como lema).

    Desde hace muchos años, sentimos una gran devoción por la figura del Papa Pío XII, lo que nos ha movido a leer y estudiar con fruición una buena parte de sus Encíclicas y Discursos, cotejándolos y enmarcándolos dentro del cuadro general de las perennes enseñanzas pontificias; al hacerlo así, debemos confesar que no sólo nos ha guiado la búsqueda de la maravillosa luz de la verdad que emana de la Doctrina de la Iglesia, sino también el placer que hemos encontrado saboreando el estilo literario de aquel Papa admirable que se llamó Pío XII.

    O sea, que, aun cuando no en la medida que fuera de desear, pero sí en parte al menos, conocemos las ideas religiosas, políticas y sociales de Pío XII y de la mayoría de los Papas de los últimos cien años –desde Pío IX hasta Pablo VI–, en un mínimo suficiente por lo menos para constatar, con una alegría que vivifica nuestra Fe, cómo en el transcurso de un siglo, cuando han hablado distintos Papas sobre un tema determinado, han seguido y siguen la línea inmutable de la Verdad, que no se equivoca ni puede equivocarse. Ello nos ha dado el hábito de situar siempre, a todas las Encíclicas y Alocuciones pontificias que vamos conociendo, en el marco riguroso de la doctrina pontificia, siguiendo, con ello, modestamente, el ejemplo de los Papas, los cuales suelen citar con muchísima frecuencia a «Nuestro glorioso Predecesor, X. X., de santa memoria…». Es una sencilla regla de interpretación, que muy de corazón nos atrevemos a recomendar a nuestros oponentes de «Cuadernos para el diálogo» y a todos los católicos en general.

    Lo que le ha dado pena y «derecho a molestarse» al Sr. Marzal, según confiesa en su artículo, ha sido el comprobar la disociación que, a su juicio, existe entre lo que decía Pío XII y el «ambiente» de nuestra revista, a propósito de la frase de Su Santidad que constituye nuestro lema. Procedamos, pues, a intentar un análisis de todo ello.

    Vamos a reproducir lo que dice el articulista de «Cuadernos para el diálogo», en lo que hace concreta referencia al asunto que nos ocupa, y en donde el Sr. Marzal centra con claridad su opinión, completamente distinta de la nuestra.

    Dice así, en el párrafo segundo, hablando de Cruzado Español:

    «Bajo su título, otra vez la misma impresión de antes. Una frase llena de esperanza, la que dijo Pío XII en 1952: “Es todo un mundo lo que hay que rehacer desde sus cimientos (por errata, dice «comienzos» en vez de «cimientos»). Pero luego resulta que ese mundo mejor va por otros caminos del que lleva la Iglesia de hoy. ¿Será que aquí se hace la guerra –en este caso, la Cruzada– por su cuenta?».

    Y, después del tercer párrafo, en que cita varias cosas del Número de Cruzado Español de 1.º de Diciembre de 1963, vuelve sobre el tema, y termina como sigue:

    «No sé. A uno le da pena todo esto. Una enorme pena. No digo que Cruzado Español no quiere un mundo mejor. Pero, por favor, que no digan que es el mundo mejor de que hablaba Pío XII. Es otro tipo de mundo. Así queda todo más claro».

    En nuestra opinión, para salir de dudas, creemos que lo mejor será repasar lo que dijo el Papa en aquel Mensaje. Vamos a ello.

    El Mensaje «Por un mundo mejor» de Pío XII, es una exhortación dirigida a los fieles de Roma y al mundo en 10 de Febrero de 1952. Pío XII subió al Pontificado en vísperas de la Segunda Guerra Mundial (1939); hizo desesperados esfuerzos para impedir la conflagración; una vez estallado el conflicto, se esforzó en humanizarlo o dulcificarlo en lo posible; terció en cuantas ocasiones pudo, dando la interpretación cristiana a las sonoras frases que ambos bandos beligerantes esgrimían, tanto si ellas procedían de un bando –primeros años de la guerra– como del otro –últimos años de ella–; aclaró magistralmente en qué consistía una paz justa, cuando llegó el final de la contienda. Siguió ejerciendo su magisterio incansable, al señalar posteriormente los enormes fallos de la «paz» que quedó implantada. Y aprovechó todas las ocasiones que se le presentaron, durante los diecinueve años que duró su Pontificado, para enseñarnos en qué consiste la Doctrina de la Iglesia: en lo religioso y sobrenatural, en lo filosófico, en lo político, en lo social, en lo económico, en lo referente a la técnica y al progreso… Fueron diecinueve años, durante los cuales la boca de Pío XII habló a los Obispos, a los sacerdotes, a los gobernantes, a los financieros, a los empresarios, a los agricultores, a los obreros, a los científicos, a los profesionales, a los técnicos. ¡Qué derroche de luz en medio de las tinieblas! ¡Cuánta resonancia la de las palabras de Cristo, Jefe de la Iglesia, por boca de Su Vicario en la Tierra! ¡Cómo desgranaba y aplicaba, adaptada al momento, la doctrina de sus Predecesores! ¡Cómo desarrolló las ideas sociales de León XIII y Pío XI! ¡Cómo nos aclaró el significado de la palabra «democracia» en Septiembre de 1944! ¡Cuánta doctrina, cuánta sabiduría, cuánta luz, cuánta maravilla, cuánta santidad, Dios mío!

    Pío XII, aquel Santo Padre que Dios designó para gobernar Su Iglesia durante aquellos años tremendos, lanzó un vibrante alerta al mundo en Febrero de 1952, tratando de despertar a los católicos, alistándoles en la sin igual empresa de cristianizar al mundo, sacudiendo su modorra y su somnolencia. Ello fue el Mensaje que nos ocupa. En él indicaba la vuelta a Cristo, «como remedio de la crisis total que agita al mundo». Da un grito de alerta, ya que no puede permanecer mudo e inerte «ante un mundo que inconscientemente prosigue por aquellos caminos que conducen al abismo almas y cuerpos, buenos y malos, civilizaciones y pueblos». Invoca a la Virgen de Lourdes, cuyas apariciones –dice– fueron la respuesta de Dios y de su Madre «a la rebelión de los hombres», ya que la llamada a lo sobrenatural es el primer paso en una progresiva renovación religiosa. Habla de la «interminable pero no decreciente crisis que hace temblar a las mentes conscientes de la realidad». Llama a todos los fieles, para que hagan cuanto puedan, como ayuda a la obra salvadora de Dios, «para venir en socorro de un mundo, que hoy se halla camino de la ruina». Y Pío XII dice a continuación:

    «La persistencia de una situación general, que no dudamos en calificar de explosiva a cada instante, y cuyo origen tiene que buscarse en la tibieza religiosa de tantos, en el bajo tono moral de la vida pública y privada, en la sistemática obra de intoxicación de las almas sencillas, a las que se les propina el veneno después de haberles narcotizado –digámoslo así– el sentido de la verdadera libertad, no puede dejar a los buenos inmóviles en el mismo surco, contemplando con los brazos cruzados un porvenir arrollador».

    Alude después al Año Santo celebrado recientemente como primer paso «hacia la completa restauración del espíritu evangélico, que, además de arrancar millones de almas de la ruina eterna, es el único que puede asegurar la convivencia pacífica y la fecunda colaboración de los pueblos». Nótese bien: restauración del espíritu evangélico, lo cual, de por sí y situado en el marco de toda la exhortación que comentamos, es evidente que no tiene nada que ver con el falso ecumenismo, tal como quieren entenderlo algunos progresistas, ya que más que ecumenismo sería un verdadero «irenismo», renuncia a la lucha y a la resistencia, todo ello condenado en la «Humani Generis», del propio Pío XII.

    «Ha llegado la hora –dice el Papa–; despertemos, porque está próxima nuestra salvación». Y añade a continuación la frase que es nuestro lema: «Es todo un mundo lo que hay que rehacer desde sus cimientos, que se ha de transformar de selvático en humano, de humano en divino, es decir, según el corazón de Dios». Y el párrafo sigue todavía con acentos vibrantes y bellísimos; pero nótese que el Papa no dice que hay que «hacer», sino que dice que hay que «rehacer», luego quiere decir que ya fue, que luego dejó de ser, y que lo que nos toca es «rehacerlo». Sigue el Papa diciendo que a él, a quien Dios ha colocado como Pastor de la grey cristiana, le corresponde el papel de heraldo de un mundo mejor. Hay que dar comienzo a un despertar que aliste a todos «en el frente de la renovación total de la vida cristiana, en la línea de la defensa de los valores morales, en la realización de la justicia social, en la reconstrucción del orden cristiano…». Nótese, una vez más, que el Papa habla de renovación, y sobre todo de la «reconstrucción del orden cristiano»; luego dicho orden existió más o menos alguna vez, y luego fue destruido, y ahora se trata de reconstruirle. ¿Sería muy aventurado afirmar que el orden social cristiano existió –más o menos perfecto– durante la Edad Media, y fue destruido por la Revolución? Si Pío XII no quería decir esto –lo que está en la línea de León XIII y Pío XI–, agradeceríamos otra explicación más lógica, dentro del más cristiano de los diálogos.

    Se dirige a la urbe romana, para que los hombres que hoy la pueblan sean promotores de la salvación común, «en un tiempo en que fuerzas opuestas se disputan el mundo». ¿Cuáles son esas fuerzas?

    «Éste no es el momento de discutir, de buscar nuevos principios, de señalar nuevos ideales y metas. Los unos y los otros, ya conocidos y comprobados en su sustancia, porque han sido enseñados por el mismo Cristo, iluminados por la secular elaboración de la Iglesia, adaptados a las inmediatas circunstancias por los últimos Romanos Pontífices, tan sólo esperan una cosa: la realización concreta».

    Se pregunta de qué serviría investigar las vías de Dios, si luego se elige el camino de la perdición. Y añade: «¿De qué serviría saber y decir que Dios es Padre y que los hombres son hermanos, cuando se temiese toda intervención de Aquél en la vida privada y pública?». Nos parecen ver en estas palabras no sólo una afirmación de la constante acción providencial de Dios, sino también, y de una manera clara, una condenación del laicismo, del neutralismo, y de todas las tesis liberales contrarias a la proclamación del Reinado Social de Jesucristo.

    Alude a continuación a las voluntades resueltas a «rehuir la inmolación», y añade luego: «no es con esa incoherencia e inercia como la Iglesia transformó en sus comienzos la faz del mundo, y se extendió rápidamente, y perduró bienhechora en el correr de los siglos…». Los primeros cristianos, que tenían caridad, porque tenían Fe –no es posible aquélla sin ésta–, estaban dispuestos al martirio cuando la ocasión lo exigía. Fue después de tres siglos de lucha y de persecución sangrienta cuando la Iglesia se impuso en el mundo. Las armas de los cristianos, las armas de que Dios se vale, no son las que recomiendan los «progresistas» de hoy. No creemos que Pío XII nos invite, en este Mensaje, a ciertas «aperturas» –muy en boga hoy día–. Para lograr el triunfo del Cristianismo, Pío XII nos llama a la lucha.

    Y, aludiendo quizá a aquéllos que dan por sentado el triunfo de los enemigos, y sólo aspiran al pacto con ellos, para luego volver a empezar, y renuncian por ahora al combate y al enfrentamiento con ellos, creemos que Pío XII aclara la cuestión con estas palabras:

    «Quede bien claro, amados hijos, que, en la raíz de los males actuales y de sus funestas consecuencias, no está, como en los tiempos precristianos o en las regiones aún paganas, la invencible ignorancia sobre los destinos eternos del hombre y sobre los verdaderos caminos para conseguirlos; sino el letargo del espíritu, la anemia de la voluntad, la frialdad de los corazones. Los hombres, inficionados por semejante peste, intentan, como justificación, el rodearse con las tinieblas antiguas, y buscan una disculpa en nuevos y viejos errores. Necesario es, por lo tanto, actuar sobre sus voluntades».

    Y termina la exhortación con una llamada, especialmente dirigida a los fieles romanos, llena de belleza y vibrante de espiritualidad.

    Estamos de acuerdo con el Señor Marzal, nuestro detractor desde «Cuadernos para el diálogo», en que Pío XII pronuncia una frase de esperanza con las palabras de nuestro lema y con todo el Mensaje que comentamos. De acuerdo. Porque todos sus gritos de alarma, y todos los profundos males que señala en él, son –creemos– necesarios para obligarnos a la lucha; y ningún Papa nos animaría a la lucha si en ella no existiese la esperanza en la victoria; como ningún jefe podrá ordenar sabiamente una guerra, sin tratar, por lo menos, de conocer al enemigo. ¿Dónde está la discrepancia entre el Mensaje de Pío XII y la línea de Cruzado Español?

    Esperamos la respuesta. De no recibirla, tendremos que creer que el Señor Marzal no leyó con suficiente detenimiento la exhortación de Pío XII «Por un mundo mejor», o no conoce perfectamente la doctrina de este Papa, que es la misma de todos los Papas. Si ello fuera así, lo sentiríamos sinceramente, porque tenemos dos cosas que agradecer al articulista de «Cuadernos para el diálogo»: La primera, es la buena fe que nos concede cuando dice: «No digo que Cruzado Español no quiera un mundo mejor». La segunda, la de habernos obligado –aun cuando sea para rebatirle– a releer el maravilloso Mensaje de Su Santidad Pío XII.

  2. #2
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    Re: El orden socio-político corporativo tradicional (Francesc Tusquets)

    Fuente: Cruzado Español, Números 148-149, Junio de 1964, páginas 7 – 8.



    EL OCASO DE LA LIBERTAD

    Por F. Tusquets


    Una de las cosas que resultan evidentes dentro de la Doctrina Social Católica, es la defensa de la propiedad privada y de la libre iniciativa en el campo económico, sin otras limitaciones que el bien común, y quedando para el Estado la función arbitral y supletiva.

    Nos remitimos a los textos de la «Rerum Novarum» de León XIII, la «Quadragessimo Anno» de Pío XI, la «Mater et Magistra» de Juan XXIII, y a las numerosísimas Alocuciones y Cartas de Pío XII sobre temas sociales y económicos. En todos los documentos citados quedan claramente fijadas las ideas que hemos enunciado. Únicamente queremos reproducir un corto párrafo de la «Mater et Magistra», donde S. S. Juan XXIII, citando a su Predecesor Pío XII, declara que la propiedad privada es la garantía de la libertad personal. Dice así:

    «Hacemos, pues, Nuestras, en esta materia, las observaciones de Nuestro Predecesor Pío XII: “Cuando la Iglesia defiende el principio de la propiedad privada, va tras un alto fin ético-social. De ningún modo pretende sostener pura y simplemente el presente estado de cosas, como si viera en él la expresión de la voluntad divina; ni proteger por principio al rico y al plutócrata contra el pobre e indigente… Más bien se preocupa la Iglesia de hacer que la institución de la propiedad privada sea tal como debe ser, conforme al designio de la Divina Sabiduría y a lo dispuesto por la Naturaleza” (Pío XII, Radiomensaje de 1.º de Septiembre de 1944); es decir, que sea garantía de la libertad esencial de la persona, y al mismo tiempo un elemento insustituible del orden de la sociedad».

    Desgraciadamente, la dirección que imprimen al mundo aquéllos que, directa o indirectamente, lo gobiernan, no es la misma que se señala en los documentos pontificios. Casi nos atreveríamos a decir que es precisamente la contraria. Al mundo se le está impulsando en un sentido socialista (sea o no marxista).

    Ello creemos que es evidentísimo por lo que a los países comunistas se refiere. Pero también lo creemos cierto si la afirmación la referimos a los países occidentales, a poco que se medite serenamente sobre ello; en nuestra opinión, la sola diferencia entre unos y otros estriba únicamente en los medios escogidos para dar aquel impulso, y en la velocidad o fuerza que se imprime en él; diferencia de táctica, de oportunidad, de madurez, de adaptación a las características especiales de cada país, etc.

    En los países occidentales –llamados libres–, el impulso hacia la socialización se da sin proclamarlo, de una forma más o menos vergonzante, incluso, a veces, negando que ello sea así; y casi siempre, encubriendo o queriendo explicar las medidas adoptadas, para seguir el rumbo socialista, con una bella fraseología técnica que trata de justificarlas y de convencer a los pueblos que son víctimas de ellas.

    O sea, que en los países allende el telón de acero, se camina más rápida y brutalmente hacia el socialismo y hacia la pérdida de la libertad siguiendo los métodos comunistas. En los países occidentales se va también hacia el socialismo y la consiguiente pérdida de libertad, pero por caminos más lentos, más indirectos, y, sobre todo, más sutiles.

    Quisiéramos apuntar brevemente tres aspectos (distintos, pero convergentes) de lo que acabamos de decir.


    ASPECTO AGRARIO

    El agricultor cultivador directo de sus tierras es un ente esencialmente antimarxista por la misma naturaleza de las cosas. Cuando en un país triunfa el comunismo, el gobierno procede muy pronto, y en medio de una gran propaganda, a hacer una «reforma agraria», expoliando a los latifundistas y haciendo el reparto de tierras entre los campesinos pobres. Al poco tiempo, se multiplican las intervenciones estatales de toda clase, y se suele forzar a los campesinos a cierto cooperativismo, siempre de tipo socialista. Y luego, indefectiblemente y por medios coercitivos y brutales, se impone la colectivización de la tierra; de manera que los precarios beneficiarios de la primera expropiación resultan, a su vez, expoliados.

    En Occidente, en cambio, funciona otra clase de mecanismo. Amparándose en la «productividad», se proclama el slogan de la reestructuración de las empresas agrarias, diciendo que muchas fincas pequeñas no resultan rentables, al no permitir sus medios modestos la adquisición del utillaje necesario para que los productos resulten a precios «competitivos». Claro que ello suele ir acompañado de un complicado montaje del mercado de los productos del campo, que comprime los precios percibidos por el agricultor, sin abaratar los precios que por los mismos productos paga el consumidor de las ciudades. Y ello se completa con una desigualdad de trato en lo que a la adquisición de crédito se refiere, dejando para el agricultor el papel de cenicienta. Todo ello no hace más que favorecer el éxodo rural, la despoblación del campo, y el aumento del proletariado en las grandes ciudades. Es curioso meditar cómo, a la postre de este proceso, si en algunos de estos países occidentales triunfara el comunismo, el gobierno que se implantara tendría que vencer muy pocas resistencias para proceder a la colectivización agraria.


    CONTROL DE LAS PRIMERAS MATERIAS

    En Occidente, las empresas estatales y unas pocas empresas «privadas» (de tipo supercapitalista financiero) se reparten el monopolio de las primeras materias básicas y esenciales; con lo que –prácticamente– todas las empresas grandes, medianas o pequeñas (pero auténticamente privadas) dependen de las primeras para su subsistencia, pasando a ser, en realidad, sus servidoras o auxiliares. Muchos patronos de pequeñas industrias o negocios creen todavía ser libres, cuando en realidad no son ya dueños de determinar sus actos, y son impotentes para salirse del plano limitado que aún les tolera o concede la gran empresa de la cual directamente dependen.

    Todo ello agraviado y rematado por el papel preponderante que día a día adquieren los bancos, verdaderos árbitros de la situación, los cuales están íntimamente ligados a aquellas pocas empresas supercapitalistas que controlan de hecho las primeras materias. Ante tal panorama (que está en pleno auge), cabe preguntarse si realmente es fundamental la diferencia que todavía separa a Oriente de Occidente en materia económica.


    PLANIFICACIÓN TECNOCRÁTICA

    Muchos observadores comentan el hecho de que en los países comunistas los técnicos vayan ocupando cada día más los puestos de mando, habiendo nacido allí una nueva aristocracia o clase dirigente. Creemos que la observación es cierta. Pero nosotros quisiéramos llamar la atención del lector sobre el hecho, también cierto, de que en Occidente los tecnócratas van también sustituyendo a los políticos en los puestos de mando.

    Lo curioso del caso es que esa coincidencia no creemos que sirva para dar marcha atrás al proceso comunista en Oriente; pero sí que nos tememos que sirva para acelerar la socialización en Occidente.


    * * *


    Estos extraños, pero evidentes, paralelismos que hemos analizado, ¿podrían acaso iluminarnos sobre las debilidades políticas de Occidente, y sus ininterrumpidos retrocesos frente al continuo avance del comunismo en el mundo?

    Creemos que la respuesta a la anterior pregunta sería muy compleja; ya que seguramente nos obligaría a superar el plano económico, e incluso el político, si es que pretendiéramos buscar una solución cabal y completa del problema. Pero, constatando la realidad del proceso continuo hacia la socialización que impera en el mundo, no podemos sustraernos al recuerdo de unas palabras pronunciadas por S. S. Pío XII, durante el Mensaje dirigido al Katholikentag de Viena, en 14 de Septiembre de 1952, cuando, hablando de la cuestión social, el Papa, después de desear la superación de la lucha de la clases, insiste en la necesidad de «la protección del individuo y de la familia frente a la corriente que amenaza arrastrar a una socialización total, en cuyo extremo se haría pavorosa realidad la imagen terrorífica del Leviatán. La Iglesia sostendrá esta lucha hasta el fin, pues aquí se trata de cuestiones últimas, de la dignidad humana y de la salvación del alma».

    La socialización, el moderno Leviatán, el monstruo devorador de la libertad humana… Mucha trascendencia es la que da al fenómeno el Papa Pío XII. Y no es de extrañar, para un católico. Ya que, si los hombres nos alejamos de Dios, será cuestión de irnos haciendo a la idea de la esclavitud. Pues, sin Cristo, no hay libertad. Y el caso es que estas verdades, por ser eternas, tienen vigencia en Oriente y en Occidente.

  3. #3
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    Re: El orden socio-político corporativo tradicional (Francesc Tusquets)

    Fuente: Cruzado Español, Números 161-162, Diciembre de 1964, páginas 11 – 12.



    Algunas consideraciones sobre la XXIII Semana Social

    Por F. Tusquets


    En el pasado mes de Junio se celebró en Barcelona la XXIII Semana Social de España, con éxito y brillantez en cuanto se refiere a su aspecto externo –organización, asistencia, actos inaugurales y de clausura, locales donde tuvieron lugar los actos, etc.–. Se pronunciaron varias conferencias, y se desarrollaron las lecciones correspondientes a cargo de personalidades dedicadas a las disciplinas y temas tratados, despertando mucho interés todo ello, a juzgar por las numerosas intervenciones de los semanistas asistentes que tomaron parte en los diálogos.

    En cuanto al fondo ideológico y al ambiente, acaso nuestro juicio no pueda ser tan elogioso. Vamos a tratar de comentar lo ocurrido en alguna lección, y a hacer alguna consideración sobre el conjunto, contrastándolo siempre con la Doctrina Social Católica y con el Mensaje dirigido por S. S. Pablo VI a la Semana a través de Su Emcia. el Cardenal Secretario de Estado.

    El proceso de la socialización en la doctrina pontificia: Bajo este título se desarrolló una importante lección, a cargo del Rvdo. Casimiro Martí, profesor del Instituto Católico de Estudios Sociales de Barcelona. El profesor hizo un resumen histórico de las actitudes pontificias en relación con los problemas sociales (y políticos), desde Pío IX hasta Juan XXIII. Según él, Pío IX no supo ser consciente de los cambios sociales y políticos acaecidos en su época; es decir, no se adaptó, ni se abrió al mundo resultante de la Revolución Francesa. Con su sucesor, León XIII, la Iglesia empezó a tomar contacto con el mundo moderno; como ejemplo de tal afirmación, el Rvdo. Martí citó la cuestión del «Ralliement». En cuanto a los Papas posteriores, ya dentro de nuestro siglo XX, el conferenciante dijo que Pío XI, en la «Quadragessimo Anno», remarcó la solución corporativa; solución que su sucesor, Pío XII, empezó a poner en cuarentena, para ser ya completamente olvidada en la «Mater et Magistra» de Juan XXIII, bajo cuyo Pontificado la Iglesia se abre decisivamente al mundo moderno.

    En nuestra opinión, la lección, cuyo resumen hemos dado en el párrafo anterior, contiene varias lamentables confusiones. En primer lugar, puede inducir a pensar que hay una contradicción entre Pío IX («Syllabus») y León XIII («Ralliement»), cuando ello no es así, ya que el primero condenó unas ideas erróneas, mientras que el segundo dio unas normas de actuación a los católicos franceses buscando el bien común delante de una situación de hecho. Es decir, el viejo problema de la tesis y la hipótesis, que no admite confusión. La Iglesia sustenta unas ideas (tesis); a veces, como mal menor, permite unas actuaciones (hipótesis); pero los católicos no podemos renunciar nunca al ideal completo, aunque en aras del bien común tengamos que plegarnos a una situación de hipótesis. No existe, pues, contradicción entre los dos Papas; basta leer las Encíclicas de León XIII «Immortale Dei» y «Libertas» para ver cómo ellas son la solución positiva cristiana opuesta a las ideas revolucionarias condenadas en el «Syllabus» de Pío IX.

    Otra inexactitud en la lección que estamos comentando es la referencia al corporativismo. Afirmó el profesor que en la «Mater et Magistra» no se menciona ya para nada al corporativismo, y jugó al equívoco invocando una frase de Pío XII, en la que este Papa se lamenta precisamente del olvido en que se tiene a tal doctrina. Ambas ideas no resisten el más ligero examen.

    En cuanto a la Encíclica de Juan XXIIII, hay que señalar que este Papa, no sólo hace suya la Doctrina Social de sus Predecesores León XIII, Pío XI y Pío XII, entre los que el corporativismo es fundamental, sino que lo cita claramente, aunque no emplee precisamente la misma palabra.

    Y por lo que se refiere a Pío XII, rogamos al Reverendo Casimiro Martí quiera leer la Alocución de 11 de Marzo de 1945, las Cartas de 10 de Julio de 1946 y 19 de Julio de 1947, la Alocución de 7 de Marzo de 1949, el Mensaje Radiofónico de 4 de Septiembre de 1949, las Alocuciones de 11 de Septiembre de 1949, 3 de Junio de 1950, 6 de Abril de 1951 y 31 de Enero de 1952, la Carta del 5 de Julio de 1952, el Mensaje Radiofónico de 14 de Septiembre de 1952, y los Mensajes de Navidad de 1955 y 1956. O sea, que, si hemos hecho bien la cuenta, son trece las ocasiones que aprovecha Pío XII, a lo largo de su Pontificado, para dejar bien sentada y sin lugar a dudas la importancia del corporativismo como pieza fundamental de la Doctrina Social Católica. ¿A qué será debido el hecho, sorprendente, de que tantos sociólogos católicos modernos sientan como una especie de aversión a una doctrina tan lógica y tan conforme al derecho natural como es el corporativismo cristiano, defendido por los Papas? No lo sabemos; pero lo cierto es que dicho sentimiento se exteriorizó en la Semana Social por parte de conferenciantes y semanistas; afortunadamente, el Doctor García Moralejo, Obispo Auxiliar de Valencia, con mucha caridad y una gran simpatía, puso las cosas en su lugar, afirmando que el corporativismo es doctrina de la Iglesia, y que está implícitamente en la «Mater et Magistra», Encíclica donde Juan XXIII pone su acento en la necesidad que tenemos los cristianos de orientar el mundo de hoy, que sigue unos rumbos que no son fatales ni deterministas, ya que pueden ser influenciados por los cristianos haciendo uso de nuestra libertad.

    Socialización, estatificación y persona humana: Otra lección importante fue la que, bajo el título del epígrafe, desarrolló Don José María Vilaseca Marcet, Abogado del Estado y miembro de la Asociación Católica de Dirigentes. El tema se prestaba a hacer una defensa de la dignidad de la persona humana frente al poder del Estado o de fuerzas anónimas, en línea con lo que vienen repitiendo los últimos Papas –en especial, Pío XI, Pío XII y Pablo VI–. No es que el conferenciante no lo hiciera; pero prefirió trazar el esquema de lo que debería ser un Estado moderno. Sin pretender rebajar el tono docto y elevado de su disertación, quisiéramos, no obstante, llamar la atención sobre algunas de sus afirmaciones.

    Dijo que la misión de las asociaciones o cuerpos intermedios debía ser de tipo consultivo y de asesoramiento para el poder público, y, principalmente, para aplicar y hacer cumplir las normas emanadas del Gobierno; niega a dichos cuerpos la facultad de intervenir en la Cámara legislativa, la cual –dijo– debe estar constituida por partidos políticos (cuerpos intermedios ideológicos). Esta línea, de corte liberal, fue curiosamente matizada por el profesor de la lección, al afirmar que los distintos partidos políticos tendrían que disentir únicamente en cuestiones de matiz, pero no en lo esencial. A nosotros –que somos antiliberales–, se nos ocurre preguntar al conferenciante a cargo de quién estaría la misión de señalar las directrices fundamentales que deberían ser acatadas por los diferentes partidos. ¿Sería a cargo de la fuerza determinista de la Historia, o correspondería a alguna organización tecnocrática más o menos sinárquica? Si no fuera así, pedimos al conferenciante nos dé la solución dentro del marco neoliberal y ligeramente tecnocrático de su lección.

    Otras lecciones.– En una de ellas –«Socialización y educación»–, tanto por parte de su profesor, Don Ramón Fuster Rabé, como por algunos semanistas que le apoyaron, el clima de izquierdismo moderado fue ampliamente desbordado, atacando el derecho de la Iglesia y de los padres de familia en materia de educación, haciendo demagogia sobre la educación clasista, y defendiendo una especie de socialismo estatal de la enseñanza; todo ello, en total y absoluta contradicción con todas las Encíclicas y documentos de la Iglesia sobre dicho tema.

    Un semanista llegó a afirmar que Rusia había sabido resolver el problema de la educación clasista. Ciertamente no faltaron semanistas que defendieron con valentía la doctrina de la Iglesia y la enseñanza a cargo de las Órdenes Religiosas, invocando documentos pontificios; lástima que no hubieran hecho lo propio cuando lo que se atacaba en la sala eran otros puntos de doctrina. El Obispo Auxiliar de Valencia tuvo que llamar la atención al conferenciante y pedirle que cambiara algunos párrafos, si quería que su trabajo se incluyera en el volumen que se editará para recoger los trabajos de la Semana Social.

    En otra lección –«Trascendencia sobrenatural de la socialización»–, se hizo por parte de algunos la apología de las doctrinas del Padre Teilhard de Chardin, sin que se tuviera en cuenta las graves advertencias de la Sagrada Congregación del Santo Oficio sobre las ideas filosóficas y teológicas contenidas en las obras del referido Padre.

    En las lecciones citadas, y en otras varias, dominó siempre, con más o menos intensidad, un sonido monocorde, procedente siempre de la izquierda: no sólo por mostrar esta tendencia casi todos los profesores disertantes, sino también por la presión que en tal sentido ejercía sobre la sala una gran masa de asistentes.

    Consideración final.– Cualquier católico medianamente versado en Doctrina Social pontificia que, después de haber leído la maravillosa carta que Su Santidad Pablo VI envió a la Semana a través de su Secretaría de Estado, y hubiera asistido a varias sesiones de tal Semana, se hubiera quedado atónito al comprobar la disociación de ideas y clima existente entre ambas cosas.

    En vez de profundizar en la que nos parece idea central de la Carta vaticana –el peligro de la tecnificación, el peligro de una sociedad de masas, el hombre de hoy indefenso ante el poder del Estado absorbente y de fuerzas anónimas–, creemos que demasiados semanistas prefirieron gastar su pólvora en fácil demagogia, en aburridas estadísticas, en piruetas liberales, o proclamando –como hicieron el Reverendo Martí y el Señor Vilaseca– la necesidad del pluralismo religioso.

    Y, a propósito de ese pluralismo religioso, y sólo para contrastar la disociación que hemos apuntado en cuanto a «clima», queremos citar el penúltimo párrafo de la Carta de Su Santidad a la Semana Social. En él, el Papa Pablo VI, a través de su Secretario de Estado, menciona unas palabras de su Predecesor Pío XI, en la Encíclica «Quadragessimo Anno». Son las siguientes:

    «Todas las instituciones destinadas a consolidar la paz y promover la colaboración social, por bien concebidas que parezcan, reciben su principal firmeza del mutuo vínculo espiritual que une a los miembros entre sí… La verdadera unión de todos en aras del bien común se alcanza cuando todas las partes de la sociedad sienten íntimamente que son miembros de una gran familia e hijos del mismo Padre celestial».

    Desde luego, ya suponemos que la Carta del Papa fue conocida y hecha pública cuando todos los profesores de la Semana tenían sus temas listos y preparados. Pero es evidente que la Carta, en su contenido y en su espíritu, refleja exactamente la Doctrina Social Católica, como no podía ser de otro modo; algo muy distinto diríamos del contenido y espíritu de las lecciones, sin que sea atenuante de ello el hecho de haber recibido la Carta en el último momento, ya que la mayoría de los profesores disertantes, por sus cargos y estudios, deberían estar mucho más identificados con aquel espíritu. Es esto lo que queremos hacer constar en este artículo, invocando únicamente nuestra condición de católicos españoles, con muchos defectos, por supuesto; pero, eso sí, con un verdadero afán de sentir con la Iglesia.

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    Re: El orden socio-político corporativo tradicional (Francesc Tusquets)

    Fuente: Cruzado Español, Número 166, 15 de Febrero de 1965, última página.



    Liberalización del comunismo

    Por F. Tusquets


    En el Número 12 de «Cuadernos para el diálogo», correspondiente al mes de Septiembre del pasado 1964, aparece un artículo de Carlos M. Brú y R. Giannelli, titulado «Togliatti y el partido comunista».

    Empieza el artículo señalando el hecho de que en pocos meses hayan dejado de existir los dos líderes comunistas más destacados de la Europa occidental –Thorez y Togliatti–, y traza un breve contraste entre las circunstancias y características de cada uno de ellos.

    Pone a continuación de relieve las conocidas cualidades de cultura e inteligencia de Palmiro Togliatti, que, valiéndose de ellas, pudo tener una gestión destacada en la política interna italiana y en los rumbos generales de la actuación comunista mundial. Después de hablar del partido comunista italiano, de su ascenso electoral en 1963, y de su fuerza –ocho millones de votos, dos millones de miembros–, dice:

    «Partido enraizado, a lo largo de veinte años, en la vida corporativa y administrativa del país –sobre todo, en las esferas municipal y regional–; partido influyente en la programación económica y la organización sindical e incluso patronal; partido extendido a anchos y prestigiosos círculos intelectuales, científicos y artísticos –es de pensar que no todos simplemente «vendidos al oro de Moscú»–, y partido integrado hoy, a través de su participación dialéctica parlamentaria, en la vida y el desarrollo de la democracia italiana».

    Guste o no reconocerlo, parece innegable que esa participación democrática ha integrado las masas comunistas italianas en la vida de su país.

    Debido a lo cual –dice el articulista–, y por la parte que en ello tuvo Togliatti, resultaron naturales las atenciones del Gobierno Moro con la familia y correligionarios del recién fallecido. Ejemplares y reveladoras de auténtico espíritu cristiano fueron las oraciones de Su Santidad Pablo VI por Segni y Togliatti –ambos enfermos–. Y añade textualmente:

    «¡Qué lejos de estas actitudes, y, al tiempo, qué lejos de la conciencia actual, qué ahistóricos, me parecen los comentarios con sus farisaicas alusiones al “postrer perdón para el descarriado” y con sus enconados anatemas, no ya sólo contra el difunto y su obra, sino contra las mismas instituciones democráticas en que aquélla ha podido desarrollarse!».

    Se duele luego en el artículo del reproche que «ABC» hace a la democracia cristiana italiana, por no haber puesto fuera de la ley al comunismo de aquel país. Ya que en los regímenes parlamentarios europeos, lo más «fuera de la ley» vendría a ser la supresión, de golpe y porrazo, de un movimiento de opinión que engloba a una cuarta parte de los ciudadanos. No tiene que temer «ABC» la amenaza de una subversión comunista actualmente en Italia; si este peligro existió, fue en 1943, a la caída del régimen fascista, y precisamente a causa de haber estado el comunismo demasiado tiempo fuera de la ley. Pero, después de veinte años de democracia, el comunismo italiano está ya domesticado; la prueba de ello es que Togliatti pudo estrechar sus relaciones con los jerarcas comunistas de los demás países europeos, iniciando el concepto del «policentrismo socialista».

    Y termina así el artículo:

    «Policentrismo, esto es, autonomía y diversidad de los partidos y de los regímenes comunistas nacionales; integración de las masas obreras en la estructura democrática italiana, son, en lo exterior una, y en lo interior otra, dos notas características de la última etapa del político italiano fallecido. No destacar esos aspectos de entre los de su obra sería incurrir, por parte nuestra, no ya en una injusticia, sino, peor, en falta de realismo político.

    Si, según estupenda frase del español Emilio Romero, “el mundo liberal se socializa, y el mundo socialista se liberaliza”, debemos estimar, en cuanto valga, toda iniciativa que, procedente de uno y otro campo, favorezca ese doble y reconfortante diagnóstico».


    * * *


    Creemos haber resumido o extractado lo más esencial del artículo. A continuación, nos proponemos responder a algunas de las cosas que en él se dicen. ¿O es que no consiste en esto el diálogo?

    En primer lugar –vaya por delante–, nos parece muy bien que Su Santidad Pablo VI elevara sus oraciones por los dos políticos enfermos en aquel momento: Segni y Togliatti; es una obra de misericordia, que Dios nos manda a todos, el rezar por los vivos y por los muertos. La obligación de la caridad, alcanza para con todas las personas; no así para con sus obras o para con sus ideas, las cuales pueden y deben ser combatidas si son contrarias a la Ley de Dios.

    Estamos conformes con los articulistas sobre la fuerza del partido comunista italiano y su extensión a círculos selectos de artistas, científicos, intelectuales e incluso –añadimos nosotros– de financieros; y en que no todos están vendidos al oro de Moscú. Nosotros diríamos todavía más: que es posible que a algunos de ellos les cueste buenas sumas de dinero el hecho de ser comunistas.

    En cuanto a que el crecimiento del partido comunista italiano se deba a la persecución durante el periodo fascista, confesamos que ya no lo vemos tan claro; la prueba es que en el artículo se confiesa el gran crecimiento que ha tenido en 1963 –después de dieciocho años de domesticación democrática y de aprovechamiento de la libertad de actuación de que han venido disfrutando–. Nosotros –ingenuos y simplistas– creemos que no debe existir la libertad para el mal, y que el error no tiene derecho a nada.

    Hay algunos que afirman constituye una equivocación combatir al comunismo con disposiciones gubernativas, propugnando como única solución el cambio de las estructuras. Si dicho cambio se hace en un sentido social cristiano, podríamos estar conformes con la segunda parte, pero sin excluir la primera; ahora, si el cambio de estructuras se hace en sentido marxista, o socialista-tecnocrático, mucho nos tememos que, a la larga, realmente no sería necesario combatir al comunismo, porque ya lo habrían instaurado los «anticomunistas». Es como aquellos «católicos progresistas», que, buscando la unión con los protestantes, quisieran olvidar los dogmas de la Iglesia Católica, introduciendo una especie de libertad de pensamiento dentro del catolicismo.

    Hablar de integración de los comunistas dentro de la estructura democrática de un país occidental, es desconocer profundamente lo más elemental de la doctrina marxista y comunista: la relatividad de las verdades con sus continuos cambios, y el arma de la acción y el oportunismo. Todos los teóricos del comunismo coinciden en ello. De aquí, los cambios que están siempre dispuestos a hacer, aunque sea un retroceso táctico, o adoptando posturas pacifistas, pero siempre con el objetivo preciso de hacer triunfar la Revolución.

    Termina el artículo dando como bueno todo lo que favorezca el doble diagnóstico de «el mundo liberal se socializa, y el mundo socialista se liberaliza». De que el mundo liberal se socialice, no tenemos ninguna duda; ahora, que el mundo socialista se liberalice, ya no lo vemos tan claro. Pero, aun admitiendo como cierto el doble diagnóstico, no vemos la razón de alegrarse por ningún lado, pues «Cuadernos para el diálogo» es una revista que se nos presenta como católica, y sus redactores son hombres cultos, y les suponemos enterados de las Encíclicas pontificias en lo que atañe al socialismo y al comunismo. Quisiéramos, por tanto, recordarles que Su Santidad Pío XI, en la «Quadragessimo Anno», afirma que el socialismo, aun en su versión moderada, es incompatible con los dogmas de la Iglesia católica, porque su manera de concebir la sociedad se opone diametralmente a la verdad cristiana.

    Y en lo referente al doble diagnóstico, o sea, a los vasos comunicantes liberalismo-socialismo, el mismo Pío XI añade poco después, ponderando los gravísimos peligros de que «el padre de este socialismo educador es el liberalismo; y su heredero, el bolchevismo».

    Son definitivas las palabras del Papa.

    En cuanto a artículos como el que hemos comentado, y que nos presentan con tanta «objetividad» un comunismo tan humano, corren el riesgo de contribuir a aflojar las defensas anticomunistas, narcotizando a sus lectores. Puede que sus autores no sean conscientes de tal resultado. Nosotros, por nuestra parte, quisiéramos terminar dirigiéndoles unas preguntas, que hacemos extensivas al lector, como puntos de meditación.

    ¿Es que el comunismo se liberaliza, o es que el liberalismo se bolcheviza? ¿No será que ambos, liberalismo y comunismo, tienen un mismo origen anticristiano? Y, ¿el punto de convergencia hacia donde ambos se dirigen, no será la tecnocracia, denunciada como un peligro por Pío XII y Pablo VI?

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