Las elecciones del domingo en Alemania han dejado un amargo sabor de boca a la democristiana Angela Merkel. Ese amargo sabor debió ser el mismo que tuvo Aznar cuando, por la mínima y en la prórroga, ganó las primeras elecciones a Felipe González. Tan amargo como cuando, para congratularse con Jordi Pujol, se vió en la necesidad de afirmar en público de... "yo hablo catalán en la intimidad". Aunque para él, para Aznar, nada tan amargo como la derrota tras el 11-M y los gritos de 'asesino' cuando fue al colegio electoral.

Entre Merkel y Aznar hay muchos paralelismos. Y uno muy significativo es que ambos tuvieron que enfrentarse a dos animales políticos. Esos animales políticos de los que, cuando buscas en el diccionario la palabra carisma, aparece la palabrita bajo su foto. Ni Merkel, ni Aznar tuvieron nunca un ápice de carisma. Los dos son grises y sosos. Porque la derecha, por lo general no suele elegir a líderes carismáticos sino a presidentes grises, de consejos de administración. Rajoy es, incluso, más soso que Aznar. Y así les lucirá el pelo.

Pero Aznar y Merkel se han tenido que ver las caras en un proceso electoral con el mundo musulmán. A Aznar, los terroristas islámicos le aguaron la fiesta. A Merkel, su decisión de posicionarse contra la entrada de Turquía en la Unión Europea le provocó el rechazo de los dos millones y medio de turcos que viven en Alemania, que han votado en su contra. El factor turco, junto con su sosería y el querer tener todo medido y controlado, la ha costado a Merkel no ganar de manera rotunda las elecciones.

La entrada de Turquía, cuyas negociaciones de adhesión se inician el próximo 3 de octubre, le está costando demasiado a Europa. Primero, el descalabro del referéndum sobre la Constitución Europea en Francia. Después, el mismo fracaso en Holanda. Ahora, los turcos quitan y ponen rey en Alemania. Es de sentido común que la entrada de Turquía en la UE no parece que nos reporte nada bueno. De momento problemas: en Turquía continúa vigente la pena de muerte, gobierna un partido islámico, el ejército ilegaliza partidos políticos, los derechos humanos son simple palabrería hueca y las fuerzas armadas no controlan todas sus fronteras. Un país así, en el que la mujer sigue caminando tres pasos detrás del marido, sencillamente, no puede ser un país homologable con Europa. Y encima, lo mejor de todo, es que no es un país europeo.

César Román
Presidente de Plataforma por Madrid