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Tema: España e Inglaterra

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    Re: España e Inglaterra. Revaluando perdidas inglesas en Trafalgar.

    LA CAPTURA DEL PIRATA HAWKINS

    20 mayo, 2018


    Plaza Mayor de Lima en el siglo XVI



    Lima, 17 de mayo de 1594. Las campanas de la ciudad repican alarma y pronto en todas las calles corre la noticia; unos pescadores han avistado en la costa un barco pirata, puede tratarse de Hawkins, que hace unas semanas atacó la ciudad de Valparaíso pero lo de menos es cual pirata sea. Los piratas pueden despertar el temor pero también las ganas de colgarle por el cuello, además, Lima no es ciudad de temerosos.

    Tan rápido como corre la noticia, se organiza la defensa y sí es posible, la captura del pirata. Se arman tres barcos que zarpan de inmediato y otros tres barcos menores quedan en el puerto de El Callao a la espera de acontecimientos y como refuerzo de la ciudad. Al mando de la flotilla está Beltrán De Castro, un joven de tan solo 22 años. Al caer la noche y con mar brava, divisan al barco pirata y confirman que se trata del Dainty, el barco del pirata Hawkins, miembro de una familia de arraigada actividad pirata.

    Al poco de dar comienzo la persecución, las condiciones de la mar empeoraron y se desató una tempestad que partió un mástil del barco de Beltrán de Castro e hizo girones el velamen de otro, quedando tan solo uno en condiciones de perseguir al pirata pero perdió el contacto con el inglés antes del amanecer. A la mañana siguiente, no hay rastro del pirata y se decide retornar a Lima, pues no merece la pena continuar la persecución a ciegas cuando atrás habían quedado los otros dos barcos con dificultades para la navegación. Al final no hubo contacto entre ninguno de los tres barcos españoles pero todos y por separado, llegaron al Callao. La mala noticia es que los dos barcos averiados por la tormenta, van a necesitar una reparación demasiado lenta como para continuar la persecución, por lo que quedan descartados. A cambio se agregó un barco menor para unirse al barco superviviente de la tormenta.

    La suerte parecía estar con Hawkins. Gracias a la tempestad logró escapar de sus perseguidores y continuó navegando hacia el norte para seguir rapiñando todo aquello que fuera inferior a sus fuerzas. Cerca de Trujillo asaltó y quemó un barco, después saqueó la aldea de Huanchaco y allí abandonó a Alonso Bueno, un piloto español al que había secuestrado en Valparaíso cuando saqueó la ciudad, justo antes de acercarse a Lima. Pero la suerte le iba a durar poco.

    Pocos días después de saquear Huanchaco llegaron los dos barcos españoles. Allí pudieron recoger al piloto Alonso Bueno, quien dio valiosa información a Beltrán de Castro acerca de la cantidad de hombres, cañones e intenciones futuras de Hawkins. Por él supieron que las ciudades de Puná y Guayaquil no entraban en los planes del pirata por contar ambas ciudades con defensas, así que hicieron esfuerzos para “meterse en el pellejo del inglés” e imitar su ansia depredadora con el fin de buscar unos objetivos y de esta manera, establecer una posible ruta. Y acertaron.





    Combate naval siglo XVI según grabado de la época


    El 30 de junio, a las cuatro de la tarde, encontraron al Dainty y otro barco que habían robado -al cual le habían instalado varios cañones- en la bahía de Atacames, en lo que hoy es Ecuador. Sin perder tiempo españoles e ingleses se saludaron con fuego y hierro para no perder la costumbre, durando el combate hasta las diez de la noche. En el combate del día siguiente la galibraza, el barco menor que acompañaba al galeón español, tuvo que retirarse por los daños sufridos y dedicarse la dotación a reparar la nave a la vez que atender a los heridos. La batalla continuó durante todo el día, desgastándose a cada minuto, cada cañonazo ambos contendientes. Durante la noche no hubo descanso para los españoles, empeñados en reparar la galibraza y lo consiguieron gracias al enorme esfuerzo y buen hacer de los marinos aun en tan difícil situación, consiguiendo tener a disposición el barco para el combate a la mañana siguiente.

    Pero al amanecer del tercer día – dos de julio- las fuerzas comenzaron a inclinarse a favor de los españoles. Tras dejar al barco pirata desarbolado y sin posibilidad de maniobra gracias a la fina puntería de los artilleros, pudieron ponerse a su lado y se lanzaron al abordaje. Superados en el cuerpo a cuerpo, finalmente el Dainty izó bandera blanca en señal de rendición. Más de 30 piratas yacían muertos sobre la cubierta y otros tantos heridos, incluso el propio Hawkins estaba herido con dos balazos, dos bolitas de plomo español que ponían punto final a su carrera criminal. El joven Beltrán de Castro supo llevar la situación y no se dejó llevar por la ira. Apresó al “capitán” pirata y a los 90 supervivientes, repararon las vías de agua que tenía el Dainty y lo pusieron a remolque. Como el estado de ninguno de los barcos invitaba a una larga navegación y el botín humano era muy valioso como para perderlo, decidió poner rumbo a Panamá por ser la ciudad importante más cercana, en vez de regresar a Lima.

    La noticia de la captura de Hawkins llegó a Lima en la noche del 14 de septiembre. Cuando el Virrey García Hurtado de Mendoza leyó la carta de Beltrán de Castro con la buena nueva, con la misma rapidez que había organizado la defensa de la ciudad y pese que ya era muy tarde, ordenó el repique de las campanas y la celebración de una misa especial en la iglesia de San Agustín para dar gracias.


    Beltrán de Castro y los demás hombres no llegaron a Lima hasta diciembre. Avisados de su llegada, el Virrey Hurtado de Mendoza organizó un recibimiento triunfal:


    Conviene que para dicho recibimiento, salgan los atabales desta ciudad y trompetas y menestriles y que los que tañeren estos instrumentos salgan con libreas y bien aderezados… La infantería les saldrá a recibir camino desde el Puerto de El Callao hasta las últimas casa de la ciudad



    ¿Y Hawkins…? El pirata inglés también fue paseado por las calles de Lima para que recibiera los “piropos” de la población a la que había pretendido robar, matar y violar. Pero su paseo no terminaba en la recepción ofrecida en el Palacio del Virrey, sino en un oscuro calabozo. En el momento de su rendición había pedido a Beltrán de Castro un salvoconducto para que él y sus hombres pudieran regresar a Inglaterra, pues alegaba que él no era pirata y que su viaje era científico. Pero había que ser muy ingenuo para creerse semejante trola y dejar marchar libres de la justicia a tan miserable banda. Después de tres años de prisión en Lima, en 1597 es enviado a España para que conociera los presidios españoles. Estuvo preso en condiciones muy duras en Sevilla y en Madrid. Hay quien asegura que en alguna ocasión los carceleros quisieron quemarlo vivo. Sea cierto o exagerado, el caso es que en 1602 fue puesto en libertad y devuelto a Inglaterra, debido al importante rescate económico que su familia pagó. Y es que su familia tenía mucho dinero, pues este Richard Hawkins -agárrese el lector- era hijo de John Hawkins, sobrino de William Hawkins y primo de Drake, ¡todos piratas!… Cuanto hijo de puta (con perdón).

    Tal vez sus ocho años de cautiverio fueran duros pero tuvo suerte el cabrón. Como era de suponer, cuando llegó a la pérfida Albión fue nombrado caballero e incluso llegó a ser miembro del parlamento. Nunca más volvió a embarcarse rumbo a América ni a ejercer la piratería. Según cuentan las crónicas británicas se le encargó la vigilancia y la lucha contra los piratas en la costa sur de Inglaterra… Ironías de la vida

    ¿Y su barco, el Dainty…? Este si quedó a buen recaudo. Fue reparado y rehabilitado para servir a España. Se le cambió el nombre por Santa María de La Visitación aunque todos lo llamaban La Inglesa por su anterior deshonrosa vida. Incluso volvió a participar en algunas gloriosas jornadas contra piratas pero eso es otra historia.

    Lo importante es esta historia y los hombres que se embarcaron un día en Lima para salir a la caza de unos piratas. Aquellos españoles de nacimiento y aquellos españoles nacidos en Perú -los llamaban novohispanos- que escribieron un pequeño párrafo en la larga y agitada historia de España y que con su valentía salvaron la vida a quien sabe cuanta gente. Hombres que las crónicas de la época nos han dejado escrito algunos de sus nombres: Álvarez, Avalos, Calderón, Chirinos, Garcia, Quiñones, Lezcano, Luján, Rivera, Reynalte, Velázquez, el propio Beltrán de Castro y otros cuantos. Hombres que debemos recordar por los siglos de los siglos… Amén





    Se lanzaron al abordaje del barco pirata






    _________________________________

    Fuente:

    http://laviejaespaña.es/captura-pirata-hawkins

    Última edición por Mexispano; 03/06/2018 a las 03:55

  2. #2
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    Re: España e Inglaterra. Revaluando perdidas inglesas en Trafalgar.

    Rubén Sáez Abad

    «El fracaso de la Contraarmada en 1589 es similar al provocado por Blas de Lezo en Cartagena de Indias»

    En «La guerra anglo-española (1585-1604)» (Almena) se analizan los principales episodios del conflicto entre la Inglaterra de Isabel I y la España de Felipe II





    César Cervera - C_Cervera_M

    29/05/2017 03:39h - Actualizado: 30/05/2017 16:29h. Guardado en: Historia


    Solo un año después de que la llamada Armada Invencible de Felipe II se estrellara en las costas británicas tuvo lugar un contraataque inglés, la Contraarmada, con una cifra de bajas y barcos movilizados similar al caso español. ¿Por qué casi nadie conoce este fracaso inglés y si la Gran Armada española? ¿Y por qué el tratado que puso fin a la guerra fue favorable a España si lo único que trascendió al paso de los siglos fueron los éxitos ingleses? En el libro «La guerra anglo-española (1585-1604)» (Almena), Rubén Sáez Abad responde a muchas de estas preguntas y analiza los principales episodios de este conflicto tan recurrente en el imaginario popular. Este autor especializado en historia militar y en asedios firma un nuevo monográfico de la espectacular serie de Guerreros y batallas con la que esta pequeña editorial trata de recuperar episodios olvidados de nuestro pasado.


    ¿Cuáles son las razones que llevaron a Inglaterra y al Imperio español a iniciar una guerra abierta?

    La guerra se había hecho inevitable desde hace mucho tiempo. Eran muchos y variados los motivos del enfrentamiento, desde económicos a religiosos.... La lucha entre el catolicismo y el protestantismo tuvo a ambos países de protagonistas y rivales desde que la muerte de la segunda esposa de Felipe II, María Tudor, devolvió el protestantismo a las Islas británicas con el ascenso al poder de su hermanastra Isabel. Además, la guerra de corso en el Caribe español llevaba activa desde hace décadas con graves consecuencias para España.





    Al fin y al cabo Inglaterra estaba desafiando a la potencia hegemónica, ¿fue un error de Isabel I de Inglaterra el estirar hasta tal punto la hostilidad entre ambos países?

    No hay que considerarlo un error. Inglaterra apoyaba a los enemigos de España, con tropas y dinero desde hace décadas, y anhelaba las riquezas de América. Ellos trataron de aprovechar con sus maniobras la coyuntura del momento, donde la guerra de Flandes entre España y las provincias rebeldes estaba completamente estancada. No es que desafiaran a la potencia hegemónica; es que se aprovecharon de sus debilidades para sacar tajada.


    La guerra duró casi veinte años pero hoy en día solo es recordada por el episodio de la Armada Invencible, esto es, la flota que Felipe II envió para trasladar al Ejército de Flandes a Inglaterra y tratar de derrocar a Isabel.

    Es el episodio más conocido porque no hemos sabido vender nuestras victorias y la propaganda inglesa ha ocupado este vacío. La mal llamada Armada Invencible es el episodio principal en cuanto a España, pero al año siguiente de este fracaso Inglaterra envió a la península también una armada con consecuencias nefastas, la Contraarmada. Lo que pasa es que ese episodio se trató de ocultar durante siglos. Las consecuencias de este fracaso y de otros posteriores se dejaron ver en la paz que puso final al conflicto, el Tratado de Londres. La guerra no la debió perder España si luego el tratado le favorecía...


    En cualquier caso, ¿cuáles fueron las causas de que esta llamada Armada Invencible fracasara en sus objetivos?

    Lo primero que hay que saber es que fueron muy pocos los barcos hundidos en los combates. Las causas del fracaso son múltiples, si bien la principal es que era una flota muy heterogénea, con barcos de distinto tonelaje y prestaciones. Por un lado estaban los galeones portugueses de la carrera de Indias, que eran muy poderosos pero lentos; luego había galeras y galeazas muy valiosas en el Mediterráneo pero inadecuadas para estas otras aguas. A nivel táctico el error es que España planteó una guerra de abordaje y por eso embarcó a un número tan alto de arcabuceros en la expedición; no obstante, luego tenían poca capacidad de luchar a larga distancia.

    Por último, el elemento que más condicionó la empresa es que combatían muy lejos de las bases logísticas españolas, mientras que los ingleses podían disparar toda su pólvora y recargar luego en la costa.


    ¿El plan español era factible en alguno de los escenarios planteados?

    La cuestión nunca resuelta es cómo se iba a producir el enlace entre las tropas terrestres del Ejército de Flandes y la armada procedente de España a cargo de Medina-Sidonia. El Imperio español no contaba con ningún puerto en ese momento en los Países Bajos tan grande cómo para albergar una flota así y eso obligaba a que las tropas terrestres tuvieran que embarcar en barcazas casi en mar adentro. Para que tuviera éxito la empresa de Felipe II lo primero hubiera sido que las tropas españolas en Flandes hubieran conquistado un puerto y desde allí embarcado en la escuadra. En este sentido, la línea de comunicación resultó un obstáculo. La flota no sabía en qué situación se encontraban las tropas de Alejandro Farnesio, mientras que él tampoco conocía de la posición de la Armada. Así era imposible coordinarse.


    Recuerda usted en el libro que los ingleses mantuvieron pocos combates realmente con los españoles en este intento de desembarco de 1588, ¿plantearon una buena defensa los hombres de Isabel I?

    Se ha tendido a minimizar la potencia naval inglesa para dar más dimensión al fracaso español. Los ingleses alinearon en la defensa de las islas 197 embarcaciones frente a las 130 españolas. No había una superioridad numérica española, pero sí tal vez una mayor potencia de fuego español. Ellos han vendido que con unas pocas embarcaciones y mucho ingenio lograron detener a la gran flota enviada por Felipe II. Evidentemente eso es falso.


    Si hubiera fallado la defensa naval inglesa y los españoles hubieran desembarcado, ¿cómo hubiera sido un enfrentamiento terrestre entre ingleses y españoles?

    Hay que tener en cuenta que el Ejército de Flandes era en ese momento el mejor del mundo y, de hecho, los holandeses se atrincheraban detrás de las fortalezas porque eran incapaces de plantarles cara en campo abierto. Nadie en el mundo se atrevía a combatir a esta maquinaria bélica, mientras que Inglaterra era bastante débil en el campo terrestre. No sabemos lo que hubiera ocurrido.




    Rubén Sáez Abad posa junto al escorpión romano de su colección, en Albarracín (Teruel) –


    En el libro recuerda usted que el ganador de la guerra fue España, ¿qué decía el Tratado de londres tan beneficioso para la Monarquía hispánica?

    El tratado supuso que Inglaterra dejara de prestar ayuda a las Provincias Unidas y a los rebeldes de Flandes a cambio de que España renunciara a nombrar un monarca católico para Inglaterra y facilitara el comercio inglés en las Indias. Asimismo, el canal de la Mancha quedaba abierto para los barcos españoles a cambio de que Inglaterra suspendiera toda ayuda a los piratas en el Atlántico. Como vemos, las concesiones españolas son menores que los beneficios obtenidos.


    ¿El fracaso de la Contraarmada es comparable al de la Armada Invencible?

    La Contraarmada estaba compuesta por entre 170 y 200 embarcaciones, entre ellas 6 galeones reales, 70 buques mercantes armados y 70 urcas holandesas. Llevaban a bordo a 4.000 marineros, 1.500 oficiales y 20.800 soldados para el desembarco. El balance final fue que 12 navíos fueron hundidos o derrotados en combate, otra docena fue hundida por las tempestades y 13.000 soldados murieron. Hablamos de unas cifras similares no a la Armada Invencible, sino a lo que supuso la defensa de Cartagena de Indias por parte de Blas de Lezo. España sabe vender muy mal sus victorias e Inglaterra minimiza muy bien sus derrotas. Este es un buen ejemplo de ello.


    Francis Drake fue uno de los oficiales más activos en las guerra, ¿qué balance haces de su trayectoria?

    Francis Drake era un buen capitán de navío, pero un mal comandante de grandes escuadras porque le podía el ansia de conseguir botín. De hecho, en los combates con la Gran Armada estuvo a punto de meter a toda la flota inglesa en la media luna española por su afán de perseguir un botín. Casi causa un descalabro porque anteponía sus intereses personales a los de la escuadra.


    En su juventud Drake tuvo mucho éxito en el Caribe, pero en su madurez perdió allí su vida, ¿qué hizo España diferente para defenderse de la piratería entre esos años?

    El problema de la piratería es que nunca es fácil saber dónde van a atacar. El territorio español era demasiado grande cómo para poder defenderse más allá de las grandes plazas. Eso sin olvidar que no todas las fortalezas en América estaban en estado óptimo, ni abastecidas con las suficientes tropas. Las grandes plazas las evitaban los piratas, pero las pequeñas guarniciones eran más asequibles. Siempre había, además, un factor de suerte. En su juventud Drake tuvo la fortuna que no tuvo en su vejez cuando murió en uno de estos ataques. Tal vez es porque sus objetivos cada vez eran mayores y más difíciles de abordar.


    Por parte española, al Duque de Medina Sidonia, comandante en jefe de la Armada Española, se le suele hacer responsable del fracaso de la Gran Armada en 1588, ¿crees que está justificado?

    Medina-Sidonia fue capaz de regresar a la Península prácticamente todos los barcos de la Armada y siguió al detalle las instrucciones del Rey. Yo creo que cumplió bastante bien lo que le pidieron. En contra de lo que se piensa de toda la armada se perdieron solo 35 embarcaciones, 7 en combate y 28 por los temporales, siendo la mayoría de estos barcos de menor tamaño. Los de mayor tamaño lograron regresar a la península. No obstante, uno de los fallos que se le achacan es precisamente la falta de iniciativa, pues se limitó a cumplir con las órdenes reales, esto es: intentar contactar con el Ejército de Flandes para llevar las tropas a Inglaterra. Le faltó esa iniciativa que, por ejemplo, hubiera llevado a un marino más profesional a atacar a los ingleses en sus puertos en vez de seguir de largo.

    Y tampoco pueden ser despreciadas las pérdidas inglesas en la defensa de las islas. Ellos perdieron 9.000 hombres, entre combates y enfermedades.


    Cuando habla de alguien más experimentado, ¿se refiere a Don Álvaro de Bazán, que murió en los preparativos?

    Bazán hubiera cambiado las cosas, no me cabe la menor duda. Medina-Sidonia era un hombre de tierra no de mar, mientras que Álvaro de Bazán era el mejor almirante que tenía España en ese momento. La diferencia es grande y es esa iniciativa de marinero experto lo que pudo cambiar las cosas.


    Los barcos regresaron, pero los marinos no.

    Las pérdidas humanas si fueron altas, entre 10.000 y 15.000 hombres. Algunos de los mejores marinos de España se perdieron, pero está sola fue la primera de muchas más generaciones de grandes marinos. Siempre es más fácil recomponer los barcos que los marinos, pero también esto se logró en poco tiempo. Y tampoco pueden ser despreciadas las pérdidas inglesas en la defensa de las islas. Ellos perdieron 9.000 hombres, entre combates y enfermedades.


    Inglaterra trató de dañar a España apoyando a los rebeldes en Flandes, España hizo lo mismo en Irlanda pero con peor suerte, ¿fue una idea acertada?

    Intentar abrir un frente en Irlanda era un acierto, pero las tempestades volvieron a convertir la empresa en una mala idea. España mandó una expedición a apoyar a los rebeldes irlandeses a principios del siglo XVII pero la flota tuvo que regresar rápidamente y los soldados se dispersaron por un mal desembarco. No se pudo generar la masa combatiente que se necesitaba y crear una cabeza de puente que permitiera conquistar Irlanda. La idea era buena. Todo dependía de cuántos soldados se pudieran desembarcar.




    _______________________________________

    Fuente:

    Rubén Sáez Abad: «El fracaso de la Contraarmada en 1589 es similar al provocado por Blas de Lezo en Cartagena de Indias»

  3. #3
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    Re: España e Inglaterra. Revaluando perdidas inglesas en Trafalgar.

    El «glorioso» buque español que se enfrentó y humilló a doce navíos británicos en 1747

    El capitán Pedro Mesía de la Cerda comandó este mítico buque en la travesía desde América a España en la que tuvo que verse las caras con poderosas escuadras de la Royal Navy.


    Cuadro de Augusto Ferrer Dalmau en el que representa un momento del combate en el cerca de Finisterre, entre el Glorioso y el Oxford. El buque español le ganó la batalla con una maniobra que dejó a los ingleses humillados y obligados a batirse en retirada - ABC / Vídeo: Los grandes marineros españoles que combatieron a la Royal Navy

    I. V.

    MADRID

    Actualizado: 22/09/2018 10:35


    Cabo de San Vicente, madrugada del 17 al 18 de agosto de 1747. Aun sabiendo que se encontraban en los últimos instantes de un combate en el que ya solo podían encontrar la derrota, con los mástiles y los aparejos destrozados, el casco agujereado, la cubierta sembrada de cadáveres y la sangre corriendo por el suelo, los supervivientes del San Ignacio de Loyola, conocido como el «Glorioso», no quisieron dejar de pelear hasta que gastaron su último proyectil al amanecer. El buque español perdió y quedó en un estado tan lastimoso que los británicos solo pudieron venderlo como chatarra, pero una chatarra que acababa de escribir una de las páginas más emocionantes y épicas de la historia de la Armada española.

    Prueba de ello fue el respetuoso recibimiento que brindó el enemigo a los marinos españoles que no habían muerto, encabezados por el capitán Pedro Mesía de la Cerda, cuando subieron a bordo de los barcos de la Royal Navy. Eran casi héroes y los devolvieron a su patria vivos, sabiendo que acababan de enfrentarse y humillar con tan solo un buque a doce de sus navíos, hundiendo a dos y dejando prácticamente para el desguace a la mayoría de los otros.

    La historia del mítico Glorioso comienza en 1738, cuando fue construido en los astilleros de La Habana con los planos de Antonio de Gaztañeta. Contaba con 70 cañones. Aunque se trataba de un barco robusto, lo cierto es que España no había alcanzado todavía su apogeo en lo que a la industria naval se refiere. Felipe V (1700-1746) había sentado las bases económicas que permitirían al marqués de la Ensenada a partir de ahora, con Fernando VI (1746-1758), impulsar la renovación de las fuerzas navales. Como le dijo este al Rey en una carta fechada precisamente un mes antes de partir el Glorioso hacia la aventura que les vamos a contar: «Yo no diré que pueda tener una marina que compita con la de Inglaterra en pocos años, porque, aunque hubiese caudales para hacerla, no hay gente para tripularla. Pero sí que es fácil tener el número de barcos que baste para que, unidos con los de Francia, se prive a los ingleses del dominio que han adquirido sobre el mar».


    Cuatro millones de pesos

    Poco antes, Mesía de la Cerda había recibido la orden de traer de América cuatro millones de pesos duros en plata con los que el monarca pretendía seguir sufragando la Guerra de Sucesión austriaca (1740-1748). El capitán cordobés llevaba dos años al mando de la nave. El viaje de ida transcurrió sin incidentes y, a principios de julio de 1747, el Glorioso iniciaba la travesía de vuelta con su tesoro a bordo y dos escuadras inglesas muy superiores esperándole en el Atlántico, tal y como cuenta Jorge Cerdá Crespo en «Conflictos coloniales: la guerra de los nueve años 1739-1748».

    El primer combate se produjo el 26 de julio a la altura de las Azores. Un día antes, Mesía ya había avistado varias embarcaciones enemigas que no pudo reconocer en un primer instante debido a la niebla. Estaban escoltados por el navío Warwick, de 60 cañones, e incluían una fragata de 44 cañones (Lark) y un paquebote de 20, comandados todos por el capitán John Crookshanks, que vio en el solitario Glorioso una presa fácil.

    En mitad de la noche salió con la fragata y disparó por sorpresa los primeros cañonazos. Combatió esta con valor y cumplió con su cometido de ocasionar desperfectos en los mástiles y las velas del enemigo, con el objetivo de que el buque español perdiera velocidad y fuera después alcanzado por el Warwick. Sin embargo, el Glorioso consiguió destrozar la arboladura y el casco de la fragata inglesa, hasta el punto de que no fueron capaces de tapar las múltiples vías abiertas y tardó pocos minutos en irse al fondo del océano. Visto y no visto.

    Todavía era de noche cuando el Warwick tomó el relevo y ambos buques se vieron las caras. En un hábil movimiento, Pedro Mesía de la Cerda viró en redondo y se situó con la banda de estribor frente al navío británico. El primer ataque, una vez que el Glorioso se encontraba a una distancia suficiente, alcanzó de lleno al enemigo. Herido de muerte, el Warwick intentó continuar la batalla durante dos horas más, pero nada pudo hacer mientras trataba de arreglar los mástiles, las velas y el mastelero de trinquete, además de contener el agua que entraba por algunas grietas del casco.

    Superado el primer escollo, el buque español continuó libre su travesía durante las dos siguientes semanas. En Inglaterra, la derrota sufrida fue tan vergonzosa que el capitán Crookshanks fue expulsado de la Armada, después de un consejo de guerra en el que fue acusado de negligencias en el combate contra unas fuerzas considerablemente inferiores y por su denegación de auxilio a la fragata Lark.




    Pérez-Reverte asesoró a Ferrer-Dalmau en la realización del cuadro del Glorioso - ABC


    Los daños sufridos por el Glorioso, como le ocurriría a lo largo de toda esta heroica travesía, también fueron importantes: sus velas estaban agujereadas, se habían abierto vías de agua, se había perdido el bauprés y la parte del casco que no se encontraba sumergida sufría daños considerables. Todo fue reparado con la máxima urgencia para avanzar a toda vela hacia España. El botín era importante y debía llegar intacto a las arcas de Fernando VI.

    El 14 de agosto, el Glorioso divisó por fin la costa de Finisterre, pero en medio de su camino se encontró de nuevo con una escuadra británica formada por el navío Oxford, de 50 cañones; la fragata Sorehan, de 24, y la corbeta Falcon, de 14. Al igual que le ocurrió al Warwick, todos estos barcos de la todopoderosa Royal Navy pensaron que el Glorioso sería presa fácil. No en vano, eran superiores en número de cañones, marinos y toneladas, pero también se equivocaron: enviaron otra vez en primer lugar a la fragata y a la corbeta, más ligeros y rápidos, para que causaran los suficientes destrozos como para que el Oxford pudiera alcanzarlo después y rematarlo.

    Sin embargo, cuando los dos buques más pequeños se acercaron, Mesía de la Cerda les recibió con el fuego suficiente como para destrozar sus arboladuras y dejar sus cascos haciendo aguas por todos los lados. Estaban fuera de la batalla, más preocupados por no ir a pique, cuando el Oxford se acercó confiado. El Glorioso realizó entonces una maniobra arriesgada que hace tres años fue representada por el pintor Augusto Ferrer-Dalmau en uno de sus impresionantes cuadros de batallas («El último combate del Glorioso», realizado para ilustrar el libro sobre este buque histórico que escribió el capitán Agustín Pacheco Fernández).

    Aquella maniobra de Mesía de la Cerda, un alarde impresionante de pericia marinera, sorprendió de tal manera al capitán enemigo que con ella obtuvo la victoria sobre el buque inglés poco después de abrir fuego. El Glorioso no tenía más enemigos en los que centrarse y pudo emplear todos sus cañones contra del Oxford, en un movimiento que dejó a los británicos humillados y obligados a batirse en retirada.

    Dos días después, el buque español entraba orgulloso en el puerto de la localidad de Corcubión (A Coruña) con el tesoro intacto y la misión cumplida. Y de nuevo, los capitanes británicos fueron sometidos a consejos de guerra y castigados. Ya eran seis los barcos ingleses de la Royal Navy que el buque español había hundido o a los que había provocado daños severos en su camino. No parecía que hubiera nada que pudiera detenerle.


    La batalla final

    El Glorioso estuvo tan solo un día en Corcubión, lo suficiente como para hacer las reparaciones más urgentes antes de zarpar rápido hacia Ferrol el día 17 de agosto. Pero los daños eran tan importantes en lo que respecta a los aparejos, que no pudieron vencer los vientos en contra y decidieron dar media vuelta y dirigirse a Cádiz. Era la forma, además, de evitar a los barcos ingleses que merodeaban por aquellas aguas, sin saber todavía que acababan de cometer su mayor error.

    Tras navegar todo el día sin incidentes rumbo al sur, el Glorioso se topó esta vez con una flota de cuatro fragatas corsarias inglesas a la altura de la bahía de Lagos, cerca del cabo de San Vicente: King George, Prince Frederick, Duke y Princess Amelia. Nombres que hicieron que fuera conocida con el sobrenombre de la «Royal Family» (Familia Real). Estaban comandadas por el comodoro George Walker y sumaban 120 cañones y 960 marinos. De nuevo superioridad.

    Como todas las escuadras anteriores, los corsarios iniciaron una persecución contra el Glorioso. Sin embargo, el viento se detuvo y ambos barcos se quedaron sin poder avanzar, quietos, a distancia de cañonazo. Ni uno ni otro se atrevió a atacar primero, entre otras razones porque no consiguieron ver la bandera y averiguar la nacionalidad de sus visitantes. El King George y sus compatriotas, de hecho, tenían patente de corso para hacer la guerra a España, pero esperaron, mientras que Mesía de la Cerda ordenaba abrir las portas de la artillería de batería baja para abrir fuego ante el primer gesto hostil que detectara.

    Cuando por la mañana volvió a levantarse el viento, ambos barcos se acercaron y descubrieron a qué país pertenecían los desconocidos vecinos, se inició el combate. Una vez más, el Glorioso daba buena cuenta de su puntería y dejaba al King George prácticamente destrozado en su primera andanada, con graves averías y multitud de heridos a bordo. Después de aquello, no les quedó más remedio que ser prudentes y alejarse al ver que las otras tres fragatas iban hacia ellos en búsqueda de venganza.


    Ascensos y recompensas

    Durante la caza, apareció otro navío británico, el Russell, con 80 cañones. Poco después, el Darmouth, con 50 más. Ambos se unieron a la «Royal Family» para acabar de una vez con el maldito barco español. La fragata Prince Frederick comenzó recibiendo una soberana paliza del Glorioso, a pesar de que la superioridad inglesa era evidente. Pero lejos de amilanarse, Pedro Mesía de la Cerda ordenó maniobrar y abrir fuego como si no hubiera mañana.

    Uno de los proyectiles alcanzó al Darmouth, provocando un incendio que debió alcanzar la santabárbara porque, minutos más tarde, el navío inglés saltaba por los aires y acababa con la vida de toda la tripulación, excepto doce o catorce marinos. Según se cuenta en «Rincones de historia española», de León Arsenal y Fernando Prado, entre los supervivientes había un joven teniente que acabó flotando en el agua y medio desnudo. Cuando fue resacatado por el Prince Frederick, comentó: «Sir, debe excusar la falta de mi uniforme al presentarme en un barco extraño, pero abandoné el mío con tanta prisa que no tuve tiempo de cambiarme».

    Era el segundo buque inglés que el Glorioso hundía en pocas fechas, sin contar con los que había dejado con importantes daños. El Glorioso también se encontraba en serios problemas, con los mástiles y los aparejos prácticamente inutilizados, el casco agujereado y con 33 muertos y 130 heridos en su cubierta, a pesar de lo cual no dejó de pelear hasta que se quedó sin munición nueve horas después.

    Fue al amanecer del 19 de agosto de 1747 cuando Pedro Mesía de la Cerda, acorralado también por la presencia del Duke y el Princess Amelia, ordenó arriar la bandera y rendir la nave, con el tesoro seguro ya en tierras españolas. Todos los marinos del Glorioso que habían sobrevivido a su odisea recibieron ascensos al regresar a casa. Y su capitán, nombrado jefe de escuadra primero, teniente general de la Mar después y, por último, virrey de Nueva Granada.




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    Re: España e Inglaterra. Revaluando perdidas inglesas en Trafalgar.

    Andonaegui, el vasco que evitó que Canarias fuese una colonia del Reino Unido

    Protagonizó una gesta que hubiera tenido consecuencias irreparables para el archipiélago




    Charles Windham visto por el pintor británico Charles Couzens, 1858 - ABC


    Pedro González Sosa


    @ABC_Canarias Las Palmas de Gran CanariaActualizado:20/01/2017 16:51h


    Los conflictos que España está dirimiendo con el Reino Unido, siempre con el telón de fondo de la ocupación de Gibraltar que quedó bajo aquella soberanía a partir de 1713, hacen aflorar en la memoria isleña el recuerdo de que hace justo este año la friolera de 274 Canarias, a través de la isla de Gran Canaria, estuvo igualmente a punto de haber quedado, como el Peñón, como territorio británico de ultramar.

    José de Andonaegui, el protagonista de aquella gesta, llegó a las Islas el 17 de mayo de 1741 destinado como coronel ingeniero acompañando al comandante general Andrés Bonito de Pignatelli y quedó acuartelado en Tenerife como inspector de milicias, renovando y reformando las Baterías de San Pedro, que iba a servir en lo sucesivo como Cuartel de Ingenieros, y del Rosario, conocida también como la de Nuestra Señora de la Rosa destinada después como Comandancia de Obras de Canarias, construyendo de nueva planta la de Santa Isabel.

    Acabadas aquellas fortificaciones tinerfeñas, José de Andonaegui pasó como coronel a la isla de Gran Canaria a finales de 1742, y el 14 de diciembre de aquel año casó en Las Palmas con María Nicolasa de Barreda Yebra y Melo, doncella madrileña hija de Diego Manuel de la Barreda Yebra, en aquel momento consejero del rey y Oidor de la Real Audiencia de Canarias, (de ilustre familia de Santillana) y de María Nicolasa de Arellaga y Melo.

    De este matrimonio consta que fueron sus hijos Gertrudis, monja, y Antonio, nacidos en Las Palmas en 1743 y 1744 y José, que vino al mundo en Buenos Aires en 1747, ingresando los hermanos varones en 1759 en el Real Seminario de Nobles de Madrid, según los datos facilitados por el genealogista Miguel Rodríguez Díaz de Quintana.

    La estancia del coronel-ingeniero en la capital grancanaria coincidió con la invasión a la isla de una escuadra inglesa de cinco navíos comanda por el almirante Charles Windham, circunstancia que fue motivo para ser nombrado brigadier de los Ejércitos y hacerse cargo de la gobernación de las Armas de la Isla.

    La escuadra británica permaneció los días 17, 18 y 19 de junio de 1743 amagando sin descanso en la bahía de las Isletas, aunque sin poder efectuar el desembarco ni practicar hostilidad alguna por la heroica defensa de los isleños y el papel destacado de nuestro protagonista.

    José de Andonaegui informó al Rey Felipe V del comportamiento de las tropas milicianas en la defensa de la Isla destacando la conducta del obispo Juan Francisco Guillén, gracias a cuyo patriótico celo se frenó el intento del abordaje de la escuadra enemiga. El Rey por mediación del marqués de La Ensenada, agradeció por carta el gesto del "singular amor a su real servicio", motivo por el que condecoró a varios oficiales y soldados.

    Conviene recordar al respecto que durante la enfermedad del comandante general de las Islas Canarias en aquella época, José Masones de Lima y Sotomayor, tercer marqués de Casa Fuerte, el inspector-ingeniero vizcaíno tuvo que asumir interinamente el mando del Archipiélago y en octubre de 1745 (fallecido que ya había sido Masones y llegado el nuevo comandante Luis Mayoni),

    Andonaegui fue enviado a Buenos Aires para hacerse cargo de aquella Gobernación y de la Capitanía General de aquel distrito, destacándose allí como uno de sus mayores logros que bajo su administración comenzaron a explorarse las riquezas del país. Al cesar en el cargo en 1756 regresó a España y se estableció con su familia en Madrid en cuya capital falleció el 3 de septiembre de 1761.

    El político y militar español nació en Markina (Vizcaya). Después de su paso por las Islas entre 1741 y 1745 fue gobernador de Buenos Aires entre 1745 y 1756, en que destacó con una política de apoyo a la apertura comercial de aquel país, bajo cuya administración se realizaron expediciones a la Patagonia y se iniciaron las explotaciones de sus riquezas.

    Antes de su arribada a aquellas tierras americanas protagonizó en nuestra isla una gesta tenida por heroica de la que se han ocupado en tiempos pasados historiadores como Rumeu, Tarquis, Pinto de la Rosa, Cioranescu y el propio Boletín Eclesiástico de la Diócesis de Canarias al dar cuenta del comportamiento del obispo Guillén en la acción con los ingleses.

    Reverdece en la memoria histórica de Canarias el actual conflicto sobre Gibraltar el papel importante que José de Andonaegui protagonizó en las Islas cuando languidecía la primera mitad del siglo XVIII, pues si en La Argentina se le tiene como un personaje de gran relieve, a su paso por Gran Canaria protagonizó unos hechos heroicos en una gesta de la que salió airoso, pues de otra forma las consecuencias hubieran sido irreparables para el archipiélago.




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    https://www.abc.es/espana/canarias/a...qjg5JvceyYmjkg

  5. #5
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    Re: España e Inglaterra. Revaluando perdidas inglesas en Trafalgar.

    Las siete «Invencibles» inglesas que fracasaron al intentar invadir España y que nadie recuerda

    Si bien también hubo auténticos tropiezos, la verdadera historia de la rivalidad entre estos dos imperios atlánticos muestra que se mantuvieron el pulso y, hasta el siglo XIX, se alternaron las glorias y las penas en los dos bandos


    El Revenge, buque insignia de Drake en 1589, en el momento de su captura por parte de la Armada Española en aguas de las islas Azores en 1591


    César Cervera

    @C_Cervera_M

    Actualizado:11/04/2019 08:47 h



    La rivalidad entre Inglaterra y España se suele simplificar a una sucesión de fracasos por parte de las fuerzas hispanas. De la mal llamada Armada Invencible (en verdad, bautizada como Grande y Felicísima Armada) a la derrota en Trafalgar, pasando por la pérdida de Gibraltar y Menorca... El relato que brilla en el imaginario popular de los europeos, incluidos los españoles, transmite la sensación de que la potencia católica se pasó siglos dándose cabezazos contra un gigante.

    Si bien también hubo muchos tropiezos, la verdadera historia de la rivalidad entre estos dos imperios atlánticos muestra que se mantuvieron el pulso y, hasta el siglo XIX, se alternaron las glorias y las penas en los dos bandos. La España de los Austrias evidenció tanto en la guerra anglo-española (1585-1604), donde el tratado que puso fin al conflicto se inclinaba a los intereses hispánicos, como en la guerra entre con la Inglaterra de Carlos Estuardo de 1625, que la Armada y el Ejército de esta Monarquía estaban aún muy por encima de las armas británicas. El siglo XVIII, sin embargo, demostró que Gran Bretaña había aprendido de sus errores y aspiraba, por convicción y capacidad, a dominar los mares y el comercio global. Una superioridad teórica sobre el Imperio español que, con todo, se puso en cuestión en varios choques militares donde los españoles se impusieron contra todo pronóstico.

    ¿Cuánta gente hoy sabe que Inglaterra fracasó seis veces, al menos, al intentar someter territorios de España y de sus posesiones de ultramar?


    Veracruz (Nueva España) en 1568

    Las expediciones piratas de Inglaterra, auspiciadas y promovidas por la Corona, en las posesiones españolas en América fueron frecuentes en el siglo XVI, tanto en tiempos de guerra como de supuesta paz entre ambos países. Los saqueos a Santo Domingo o Cartagena de Indias por parte de Francis Drake y de su mentor, John Hawkins, son archiconocidos, pero no así su faceta como esclavistas y asesinos de poblaciones indefensas, como tampoco lo son sus fracasos en estas mismas lindes.

    Los saqueos a Santo Domingo o Cartagena de Indias por parte de Francis Drake y su mentor John Hawkins son archiconocidos, pero no tanto como sus facetas como esclavistas y asesinos de poblaciones indefensas

    Entre 1567 y 1568, Drake y Hawkins saquearon, al frente de seis buques, pequeños puertos y buques mercantes del Caribe, violando sistemáticamente la situación de paz entre Felipe II e Isabel I de Inglaterra. La aventura terminó tras cerca de un año de pillajes a lo largo de las costas americanas.

    La flotilla pirata decidió tomar el puerto y fuerte de San Juan de Ulúa en México para acometer pequeñas reparaciones en sus embarcaciones y adquirir víveres de cara a su vuelta a Inglaterra. Haciéndose pasar por barcos de la Armada española, forzaron al virrey Martín Enríquez de Almansa a entregarles suministros. Para su desgracia, a los pocos días arribó en Veracruz la auténtica Armada. Cuatro buques piratas fueron hundidos, 500 tripulantes abatidos y las ganancias del contrabando de esclavos capturadas casi en su totalidad. Drake y su primo pudieron escapar de milagro.


    La Contraarmada de Drake y Norris en 1589

    Tras el fracasado intento de invadir Inglaterra por parte de Felipe II, la Reina Isabel consideró que, dado la pérdida de barcos en la operación debido a las tormentas y las afiladas costas irlandesas, la península española habría quedado indefensa. Por esta razón, en 1589 ordenó al pirata Drake lanzar un contraataque contra España, la conocida como «Contraarmada».

    Sin embargo, a falta de la experiencia española para la organización de una operación de grandes dimensiones, que tampoco había servido de nada a éstos, la aventura de la escuadra inglesa acabó en un irremediable desastre. Según el historiador británico M. S. Hume, la campaña costó la muerte o la deserción del 75% de los más de 18.000 hombres que formaron originalmente la flota.




    Monumento a María Pita, La Coruña.


    La flota formada por más de 150 buques ingleses y holandeses fracasó tanto en su intento por conquistar La Coruña, donde se hizo célebre la irreductible María Pita, como en una invasión a Lisboa, cuya población se levantarían en masa contra la opresión española, según los cálculos fallidos de los hombre de la Reina.

    El 16 de junio de 1589, siendo ya insostenible la situación, Drake ordenó la retirada, que fue seguida de una asfixiante persecución a cargo de las fuerzas hispano-lusas. El resto de la campaña, que trasladó la acción a las islas Azores, tan solo sirvió para alargar la agonía de la expedición y tirar al traste el prestigio de Drake.


    Fracaso en la segunda expedición de Drake

    Sir Francis Drake quedó condenado al ostracismo tras el fracaso de 1589, negándosele el mando de cualquier expedición naval durante los siguientes seis años. Su oportunidad de resarcirse llegó cuando la Reina inglesa, cansada de no haber cosechado nada más que derrotas desde 1588, volvió a depositar su confianza en él hacia 1595. El objetivo era de nuevo el Caribe.

    La expedición no pudo empezar de peor forma. En contra de la opinión de Hawkins, comandante principal de la flota, Drake ordenó atacar las Canarias y abastecerse allí antes de dirigirse al Caribe. Calculaba el pirata inglés tomar Las Palmas –defendida por apenas 1.000 hombres, la mayoría civiles– en cuestión de cuatro horas, pero los defensores rechazaron sin dificultad el primer desembarco. Con 40 muertos y numerosos heridos, la escuadra inglesa estimó inútil gastar más soldados en algo que iba a ser supuestamente sencillo pero no lo fue.

    Una vez frente a Puerto Rico, los defensores les recibieron con una hilera de cinco fragatas –de reciente construcción y adaptadas al escenario atlántico– apuntando sus cañones hacia los forasteros. La flota invasora tuvo que retirarse momentáneamente cuando los cañones españoles penetraron en la mismísima cámara de Drake, justo cuando éste brindaba con sus oficiales. El jefe de la flota salió ileso, pero dos oficiales fallecieron y otros tantos quedaron gravemente heridos. Además, la salud de John Hawkins se consumió por completo poco antes de estos primeros combates, dejando a Drake como único mando.




    Relieve que muestra la muerte de Drake en el Caribe


    El furioso recibimiento español no amilanó a los ingleses, que lanzaron un ataque masivo con barcazas. Drake ordenó acercarse en silencio a las fragatas, que se mantenían como pétreas guardianas del puerto, para prenderlas fuego con artefactos incendiarios. Solo uno quedó inservible... El fuego iluminó la noche facilitando que los defensores rechazaran el desembarco. La jornada acabó con 400 hombres muertos en el bando británico.

    Tras descartar atacar la recientemente fortificada Cartagena de Indias, la flota formada por seis galeones y una veintena de embarcaciones menores se trasladó a Panamá, donde ordenó un doble ataque, por tierra y por mar, que se saldó con otras 400 bajas inglesas. Desmoralizado, agotado y enfermo de disentería sangrante, Francis Drake buscó a la desesperada posibles presas. El 27 de enero de 1596, estando fondeada la flota en la entrada de Portobelo, el pirata pidió que le pusieran su armadura «para morir como un soldado». Falleció la madrugada siguiente y su cuerpo fue lanzado al mar dentro de un ataúd de plomo, en contra de su voluntad de ser enterrado en tierra firme. Dos de sus herederos, su hermano Thomas y su sobrino Jonas Bodenham, se enfrentaron en el mismo buque por algunas de las pertenencias del pirata.


    El intento de conquistar Cádiz en 1625

    La Tacita de Plata fue una importante plaza en la rivalidad entre ambos países. Sobra la literatura y los relatos al respecto de los saqueos que sufrió Cádiz en 1587 y en 1596, donde los ingleses incluso tomaron la ciudad y se dedicaron su tiempo a destrozar todo lo que encontraron, pero no hay casi referencias a los fracasos británicos allí.

    En 1625, Carlos Estuardo declaró la guerra a España, país del que guardaba un amargo recuerdo tras su fallido matrimonio con la infanta María Ana, hija de Felipe III. Ese mismo año, el Duque de Buckingham, primer ministro de Carlos, planeó una gran expedición naval contra las costas peninsulares, al estilo de las dirigidas por Francis Drake. Ingleses y holandeses reunieron 92 buques, 5.400 marinos y unos 10.000 soldados, cuyos objetivos eran causar el mayor daño posible a la Corona, capturar algún puerto, preferiblemente Cádiz, y asaltar la Flota de Indias, que llegaba a finales de año. Para su desgracia, no lograron cumplir con ninguna de estas instrucciones.




    Defensa de Cádiz contra los ingleses, de Zurbarán, 1634


    El encargado de defender Cádiz fue el Duque de Medina Sidonia, Juan Manuel Pérez de Guzmán y Silva, hijo del que mandó la Armada Invencible y que protegió con tanta torpeza el puerto andaluz en 1596. Esta vez, sin embargo, el desastre lo protagonizaron los británicos. Asistido por Fernando Girón, un veterano militar que se movía en una silla para gotosos, Medina Sidonia rechazó el desembarco inglés, mal organizado y peor ejecutado. La Flota de Indias entró sin oposición en Cádiz el 29 de noviembre, lo cual casi agradecieron los ingleses que, de haberse topado con una fuerza así, habrían multiplicado sus pérdidas.

    En este mismo conflicto, que se alargó hasta 1620, la irrupción de un buque ligero pero bien armado inventado por los españoles, la fragata, destrozó la flota inglesa desperdigada por el Mar de Flandes. Un grupo de fragatas causaron un auténtico desastre a la flota mercante inglesa desde el puerto de Dunkerque. Al menos un 20% de barcos ingleses fueron apresadas gracias a esta innovación técnica solo en el curso de 1625.


    Cartagena de Indias en 1740

    Aunque cada vez es más conocida la defensa de Cartagena de Indias de 1740 gracias al carisma de uno de sus defensores, el marino vasco Blas de Lezo, lo cierto es que el episodio ha permanecido varios siglos pertinentemente escondido para no fastidiar el mito de la imbatibilidad de la Royal Navy en el siglo XVIII.




    Retrato de Lezo conservado en el Museo Naval de Madrid


    En calidad de teniente general de la Armada, Lezo encabezó en 1714, junto con el virrey Sebastián de Eslava, la defensa de Cartagena de Indias frente a la la mayor flota inglesa que había cruzado hasta entonces el Atlántico. Ocho navíos de tres puentes, 28 navíos de línea, 12 fragatas, 130 naves de transporte y 2 bombardas, gobernada por una tripulación de unos 15.000 hombres, frente a la cual Lezo y Eslava pudiero recurrir únicamente a seis navíos y a una fuerza terrestre de la que solo un millar de hombres eran soldados profesionales.

    Con todo, el comandante británico, Edward Vernon, no fue capaz de imponer su superioridad numérica y material sobre la plaza española en los meses que duró el asedio. Cartagena de Indias fue la acción más importante de la Guerra del Asiento, un conflicto motivado por intereses comerciales que demostró que la Armada española guardaba unos cuantos trucos bajo la manga. La derrota fue una cura de humildad en la que murieron 6.000 ingleses y 7.500 quedaron heridos, además de perderse 50 barcos, innumerables morteros, tiendas y materiales de todo tipo, así como el cierre de las operaciones en el Caribe.

    Caso aparte fue el Pacífico, donde una escuadra británica al mando de George Anson campó a sus anchas por el otrora Lago español. Todas las plazas y arsenales se encontraban indefensos, desabastecidos y desorganizados, con una preocupante cantidad de corruptos al mando de tropas desidiosas. Con más propaganda que gloria, Anson capturó el fuerte de Paita, tomó el galeón de Manila y, en 1744, regresó a Londres cruzando el Cabo de Buena Esperanza. Los trovadores británicos se encargaron de dibujar su odisea como una operación heroica.
    La paz a una guerra tan costosa para ambos bandos se firmó mediante el Tratado de Aquisgrán en 1748.


    Defensa de Santa Cruz de Tenerife en 1797

    Durante tres días una escuadra británica, formada por nueve barcos bajo el mando del contralmirante Horacio Nelson, trató de tomar sin éxito el puerto de Santa Cruz de Tenerife en julio de 1797. El objetivo británico era usar Tenerife como lanzadera para conquistar luego el conjunto del archipiélago, sabiendo que las defensas de Santa Cruz distaban mucho de ser las adecuadas y, de hecho, eran la única barrera militar seria en la zona. La distancia a la Península resultaba un obstáculo gigante para que los escasos defensores pudieron recibir refuerzos a tiempo.

    Nelson, con nueve navíos de guerra y 3.700 soldados a su mando, intentó en vano superar varias veces las defensas isleñas, que se componían de 1.600 hombres, incluyendo integrantes de las milicias canarias, pescadores, labradores y artesanos escasamente armados. Al mando se encontraba el comandante general de Canarias, Antonio Gutiérrez, que con inteligencia e implicando al pueblo canario frenó definitivamente en la madrugada del 25 de julio un desembarco terrestre británico que les costó 233 muertos y 110 heridos a este bando, incluyendo el propio Nelson que aquí perdió su brazo derecho. Por parte española las bajas fueron de 24 muertos y 35 heridos.




    Nelson herido durante el ataque, óleo de Richard Westall


    Si bien el marqués de Lozoya en su «Historia de España» la describe como «la página más gloriosa de la historia canaria desde su incorporación a España», lo cierto es que la batalla quedó enterrada y maquillada ante el peligro de manchar el mito del victorioso Nelson, que en los siguientes años iba a convertirse en una leyenda en las Islas Británicas.


    La invasión de Argentina en 1804 y 1806

    Buenos Aires, capital del virreinato del Río de la Plata desde 1776, fue un importante puerto comercial para el Imperio español por su vínculo con el Alto Perú y, durante las Guerras Napoleónicas, se convirtió en objeto de deseo para los británicos. Francisco Miranda, precursor de las Guerras de Independencia de América, pactó con Gran Bretaña un ataque para capturar los puertos de Buenos Aires y Montevideo y una invasión a Venezuela.




    Santiago de Liniers (Museo Naval de Madrid).


    Ante una Europa devastada por la guerra y con parte de la flota española herida en Trafalgar, se sucedieron hasta dos invasiones inglesas al Río de la Plata. Durante la primera, en 1806, cinco buques de guerra y varias embarcaciones de transporte desembarcaron a 1.500 soldados en la zona. Las tropas británicas llegaron a ocupar 46 días la ciudad de Buenos Aires, capital del Virreinato del Río de la Plata, aunque fueron vencidas después por el ejército compuesto por milicias populares Porteñas y de los pueblos cercanos, más los refuerzos provenientes de Montevideo comandados por Santiago de Liniers.

    El 12 de agosto, el comandante británico se rindió acorralado por la multitud en el Fuerte de Buenos Aires. En las primeras horas de la tarde, entre los acordes de las gaitas escocesas, los británicos entregaron al Cabildo las armas y la bandera de aquel regimiento invasor. La defensa de Buenos Aires dejó un saldo de 49 muertos de las tropas británicas y 58 de los defensores.

    Si bien los cabildos americanos demostraron defendiéndose de forma autónoma que el Imperio español no tenía colonias en el sentido legal de la palabra, también comprobaron las élites criollas que, sin una flota solvente, la Corona española tenía poco que decir

    Conscientes de las desavenencias entre el poder virreinal, representante de la Corona española, y el Cabildo (órgano castellano exportado a América para dar autonomía legal a cada territorio), los ingleses realizaron una segunda invasión a la ciudad en 1807. Tras tomar Montevideo, unos 13.500 soldados ingleses fracasaron en su marcha hacia Buenos Aires. La defensa de la ciudad volvió a recaer tanto sobre tropas regulares como en milicias urbanas, integradas por población que se había armado y organizado militarmente durante el curso de las invasiones.

    Si bien los cabildos americanos demostraron defendiéndose de forma autónoma que el Imperio español no tenía colonias en el sentido legal de la palabra, también expusieron a ojos de las élites criollas que, sin una flota solvente, la Corona española tenía poco que decir en lo que ocurriera en América. Aquello fue germen de las guerras civiles que estaban por venir.




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    https://www.abc.es/historia/abci-sie...AZrtmb4bN0Jd7Y

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    Re: España e Inglaterra. Revaluando perdidas inglesas en Trafalgar.

    Historiadores españoles y británicos borran por fin las mentiras de la Armada Invencible

    Un congreso internacional, coordinado por el director del Arqua, Iván Negueruela, reúne a los mejores especialistas

    «La Invencible», el cuadro de Gartner de la Peña que simboliza el olvido de la verdad de aquella epopeya, enterrada por los tópicos - Vídeo: ABC


    Jesús García Calero

    @caleroje

    Actualizado: 17/04/2019 21:13h



    España revisará de forma pionera el papel de la mal llamada Armada Invencible (en realidad es la Gran Armada enviada con planes de invasión a Inglaterra por Felipe II en 1588) con un Congreso científico internacional. Participan especialistas tanto británicos como irlandeses y españoles y constata cómo se han roto las barreras entre las historiografías, gracias al esfuerzo común. El Museo Nacional de Arqueología Subacuática (Arqua) de Cartagena será sede de este importante evento entre el 22 y el 27 de abril. Su director, Iván Negueruela, coordina el encuentro.

    Titulado «La Armada Española de 1588 y la Contra Armada Inglesa de 1589. El conflicto naval entre España e Inglaterra, 1580-1607», aportará una visión renovada y científica. Para el académico Hugo O’Donnell y Duque de Estrada, que preside el comité científico y ha dirigido la Historia Militar de España, es una cita «fundamental porque estamos hablando de un esfuerzo común consecuencia de un fenómeno y de una inquietud de ambos mundos culturales, el anglosajón y el hispánico, entre los que, a partir de ese momento, puede decirse que deja de existir de una manera general esa barrera y esa incomunicación secular entre investigadores y fuentes de ambos orígenes».

    ¿Cuándo cambiaron las tornas? Coincidiendo con la exposición de 1988 en el Museo Nacional Marítimo de Greenwich. O’Donnell participó en aquella muestra e indica que «desde 1988, y potenciada por la Armada Española, se viene desarrollando una gran labor tras haberse conseguido que en aquella exposición sobre la Armada, absurdamente llamada Invencible, la historiografía anglosajona, y nuestra propia historiografía diesen un vuelco en sus apreciaciones y tópicos, apoyados por un deseo revisionista existente en ambos ámbitos. El tratamiento del episodio y la exhibición británica de objetos de aquél año estuvo presidida, en contra de muchos pronósticos, por el rigor en el análisis y la fidelidad a la historia».


    Contra la leyenda negra

    Fue obra un gran equipo que ha visto morir a José Alcalá-Zamora, José Ignacio González-Aller, José Luis Casado y Alberto Linés. Por ello, O’Donnell ha buscado el relevo entre historiadores como Enrique García Hernán y Manuel Gracia Rivas. «Al otro lado, Geoffrey Parker, Colin Martin, Declan Downey, Patrick Williams… siguen en la brecha de la objetividad histórica, tan alejada de una supuesta incapacidad organizativa española, del providencialismo ciego y ultramontano y de una inferioridad cultural y moral inexistentes en que se sustentaban manidos pero muy arraigados prejuicios». De hecho, Colin Martin, uno de los senior de la investigación arqueológica de la Armada, pronunciará una conferencia. En una antigua entrevista con ABC, ya mostraba su pasión inacabable: «No habrá jamás nada como la gran Armada»

    Historiadores y arqueólogos vuelven a estar unidos frente a la Armada y la investigación de sus restos. «Ya pasó el tiempo del raquero y del saqueador de pecios y también del cronista áulico -señala O’Donnell-, y se abre una etapa de colaboración inexcusable a la hora de ampliar nuestros conocimientos y de desmitificar». Para el académico de la Historia, España debería ser más proactiva en la arqueología subacuática: «Me consta que no sería tan difícil, dada la voluntad que existe entre las autoridades académicas irlandesas de reconstruir una historia que nos es común, con respeto hacia los hechos, los protagonistas y los restos que nos dejaron. Hablo con conocimiento de causa, porque me relaciono con ellas con frecuencia».

    Ya solo falta que el Minsiterio de Cultura, organizador del encuentro, dé un paso más en la buena dirección.




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    https://www.abc.es/cultura/abci-hist...video&ns_fee=0

  7. #7
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    Re: España e Inglaterra. Revaluando perdidas inglesas en Trafalgar.

    La fragata corsaria, el desconocido invento español que destrozó a Inglaterra tras la Armada Invencible

    En la senda del barco híbrido que persiguió durante toda su vida Don Álvaro de Bazán, tal vez el marino más elevado de la historia de España, se ideó un buque ligero de combate que aunara la potencia artillera de las naos y la ligereza de las galeras. El resultado dejó en fuera de juego a la flota protestante que operaba en las aguas de Flandes


    César Cervera

    @C_Cervera_M

    Actualizado: 03/11/2018 17:23 h



    Durante la ofensiva dirigida por Luis de Requesens para recuperar terreno a los rebeldes holandeses, en 1574, el Imperio español destapó su mayor debilidad en la Guerra de los Ochenta años. En febrero de ese año, se extravió el importante puerto de Middelburg y los españoles reunieron una precaria flota para auxiliar las más lejanaa guarniciones de la provincia de Zelanda. El ilustre Julián Romero, experto militar de tierra, partió al mando de 62 navíos de guerra, cuya estabilidad era como poco cuestionable. La flota rebelde, mayor en número y calidad, desarboló la escuadra española al primer envite. Tras resistir el ataque de cuatro navíos, Romero y diez soldados se echaron al agua. Al llegar a la orilla, el maestre de campo se dirigió a Requesens en palabras gruesas: «Vuestra excelencia bien sabía que yo no era marinero, sino infante; no me entregue más armadas, porque si ciento me diese, es de temer que las pierda todas».

    El Imperio español no tenía una flota ni puertos adaptados a las características de las costas del norte de Europa y su auténtico poder manaba de la superioridad de su infantería de élite, los Tercios españoles. Daba igual que los marineros españoles dominaran con maestría el Atlántico y el Pacífico, y que fuera esta nación la primera en dar la vuelta al mundo; allí mandaban los ingleses y los Mendigos del Mar.


    A principios del siglo XVII, el problema persistía y complicaba cualquier intento por arañar terreno a las provincias norteñas


    Destaca el doctor en Historia Agustín Ramón Rodríguez González, autor de 37 libros de Historia Naval, en su última investigación «El león contra la jauría: batallas y campañas navales españolas (1621-1640)» ( Salamina series) que la falta de puertos adecuados para servir como bases de una fuerza en el Flandes español fue una de las mayores debilidades del imperio y «resultó decisiva en 1588». Una de los puntos flancos del plan de Felipe II en su Gran Armada fue, precisamente, que la falta de puertos impidió a la flota de Medina-Sidonia contactar con las tropas de Alejandro Farnesio.

    A principios del siglo XVII, el problema persistía y complicaba cualquier intento por arañar terreno a las provincias norteñas. Sin embargo, en esas fechas se descubrió un canal que unía los puertos de Dunquerque y Mardick. Los ingenieros españoles trabajaron para mejorar este canal y fortificarlo, de modo que cualquier fuerza enemiga que intentara bloquearla debía arriesgarse a las corrientes, mareas y bancos de arena de la zona. Aquello fue un punto de partida para un proyecto todavía más ambicioso: la creación de un barco español adecuado para esas aguas.


    La mezcla perfecta entre galera y galeón

    En la senda del barco híbrido que persiguió durante toda su vida Don Álvaro de Bazán, tal vez el marino más elevado de la historia de España, se ideó un buque ligero de combate que aunara la potencia artillera de las naos y la ligereza de las galeras. Este invento español recibió el nombre de fragata y debió superar, en primera instancia, ciertos obstáculos técnicos. Al confluir cañones en los costados, como los galeones, y remos más abajo, al estilo de las galeras, se necesitó un diseño que no afectara a la estabilidad del buque con pesos altos.





    La posibilidad de impulsarse por sorpresa con los remos, sin esperar a los designios del viento, daba una renovada ventaja a los españoles frente a los ágiles barcos enemigos de aquellas aguas. Relata Rodríguez González en el mencionado libro, que la introducción de otros barcos ligeros en estas aguas, tales como galeras, galeoncetes y filibotes, avanzaron la invención de este híbrido gracias a la avanzada construcción naval flamenca.

    Sin ir más lejos, Federico Spínola, hermano del célebre conquistador de Breda, empleó galeras en las aguas de Flandes para demostrar lo efectivo de tener una propulsión auxiliar. No en vano, las limitaciones de estos barcos de remo reclamaron un diseño intermedio. Uniendo esta tradición Mediterránea con otras propias de los mares del norte, nació a principios del siglo XVII la verdadera fragata, armado con entre doce y veinte caños y un tamaño ligero.

    El tamaño de las fragatas aumentó en poco tiempo. Su diseño fue adaptado también para que auténticos galeones usaran unos remos auxiliares para maniobrar entre los bancos de arena y recovecos del Canal de la Mancha y el Mar del Norte. Con dotación flamenca y guarnición española, la Armada de Flandes se concibió como una fuerza corsaria para deteriorar la economía del enemigo, al estilo de lo que los Mendigos del Mar hacían desde hace décadas, no para disputar batallas decisivas. La Corona financiaba esta escuadra, vertebrada por las fragatas, si bien combatían en ocasiones con corsarios independientes.

    Los ricos botines que atraparon en poco tiempo, entre ellos numerosos pesqueros holandeses, atrajeron a más y más aventureros a esta lucrativa empresa. El hito tecnológico sorprendió en fuera de juego a ingleses y holandeses.


    En un espacio de dos semanas, los protestantes perdieron más de 200 barcos de toda clase, entre ellos veinte de guerra


    Para cuando se reanudó oficialmente la Guerra de los Ochenta años, las prestaciones de las fragatas eran ya conocidas en Europa. Lo cual no evitó que la armada a cargo del navarro Fermín de Losara endosara un golpe crítico al comercio naval de los protestantes. En octubre de 1625, una tempestad asoló una flota anglo-holandesa que bloqueaba Dunkerquea. Los corsarios españoles, formados por doce galeones y fragatas y ocho corsarios particulares, aprovecharon las consecuencias de la tempestad para atacar a una escuadra holandesa, en las islas Shetland, compuesta por unos 200 pesqueros y seis buques de guerra.

    En un espacio de dos semanas, los protestantes perdieron más de 200 barcos de toda clase, entre ellos veinte de guerra, y les fueron hechos 1.400 prisioneros.


    Al enemigo ni agua

    En paralelo a estas operaciones, las fragatas también ayudaron a desmontar los planes británicos de ese año, conocido como «annus mirabilis» por la gran cantidad de victorias del Imperio español. Durante el invierno de 1625 y 1626 los corsarios, en equipos de dos o tres unidades, capturaron decenas de barcos ingleses. Concluye Robert A. Stradling en su libro La Armada de Flandes (Cátedra, 1992):

    «De Edimburgo a Falmouth quedó interrumpido el tráfico y la pesca de cabotaje. No existía ninguna posibilidad real de defensa. La fragata había inaugurado un quinquenio de violentos ataques contra un enemigo prácticamente inerme, que se saldó con la captura del 15-20% de los mercantes ingleses, como mínimo unos 300 barcos. La economía inglesa se contrajo rápidamente a medida que disminuía la actividad exportadora...».





    A modo de respuesta, el Duque de Buckingham, primer ministro de Carlos de Estuardo, planeó una gran expedición naval contra las costas peninsulares al estilo de las dirigidas por Francis Drake en el siglo anterior. En total, ingleses y holandeses reunieron 92 buques, 5.400 marinos y unos 10.000 soldados, cuyos objetivos eran causar el mayor daño posible a la Corona, capturar algún puerto y asaltar la Flota de Indias que llegaba a finales de año. No lograron cumplir con ninguna de estas instrucciones.

    Una vez en las costas hispánicas, los ingleses insistieron en rememorar los éxitos de Isabel Tudor en Cádiz y pusieron cerco a este puerto en noviembre de 1625. Y, como si todos fueran víctimas de un bucle histórico, el encargado de defender Cádiz fue el Duque de Medina Sidonia, Juan Manuel Pérez de Guzmán y Silva, hijo del que mandó la Armada Invencible y defendió con tanta torpeza el puerto andaluz a finales del siglo pasado. Esta vez, sin embargo, el desastre lo protagonizaron los británicos. Asistido por Fernando Girón, un veterano militar que se movía en una silla para gotosos, Medina Sidonia rechazó el desembarco inglés, mal organizado y peor ejecutado. La Flota de Indias entró sin oposición en Cádiz el 29 de noviembre, lo cual casi agradecieron los ingleses que, de haberse topado con una fuerza así, habrían multiplicado sus pérdidas.

    Varias derrotas más, incluida la Rendición de Breda donde había tropas inglesas desplegadas, llevaron a Inglaterra a firmar la paz con España en 1630 y a dar por finalizada su participación en la Guerra de Treinta Años. Los costes del conflicto y la mala gestión se sumaron a las disputas entre la Monarquía y el Parlamento que se alargaban desde el anterior reinado. Todo ello desembocó en la célebre Guerra Civil inglesa de la década de 1640 que terminó con la ejecución de Carlos I.




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    https://www.abc.es/historia/abci-fra...video&ns_fee=0

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    Re: España e Inglaterra. Revaluando perdidas inglesas en Trafalgar.

    Los escoceses del mítico héroe les dejaron tirados

    Los 300 gallegos que 'invadieron' las islas británicas

    MANEL LOUREIRO

    @Manel_Loureiro

    Lunes, 10 junio 2019 - 16:08



    Terminaron unos pocos atrincherados en un castillo y la mayoría, tras batirse en el campo de batalla y rendirse, llevados con honor a Edimburgo, donde conocieron un licor local llamado whisky. Habían salido en dos fragatas del puerto de Pasajes hace ahora 300 años, con el gallego Castro Bolaño al frente. Uno quedó para siempre allí: hoy es el célebre fantasma 'español' del castillo de Eilean Donan





    El castillo de Eilean Donan es un lugar tan bucólico y lleno de encanto en el norte de Escocia que recuerda a una postal. Hoy en día atrae a hordas de visitantes, muchos de ellos buscando el selfie perfecto, pero en su mayoría desconocen que en ese mismo sitio, hace exactamente 300 años, tuvo lugar una de las acciones militares más arriesgadas, extrañas y valientes de las muchas que han visto esas islas... con la salvedad de que no fue protagonizada por un rudo clan escocés, sino por un grupo de infantes de marina españoles que a miles de kilómetros de su casa, solos, aislados y sin posibilidad de refuerzos, se las apañaron para llevar a cabo la última invasión extranjera con éxito del Reino Unido, enfrentándose al ejercito británico en una batalla abierta y desigual para después volver casi indemnes a su hogar en la Península. Pero nos estamos adelantando a los acontecimientos.

    En 1719 la situación política era, por decirlo de una manera, delicada, bastante compleja para nuestro país. España, recién salida de la Guerra de Sucesión, se encontraba en una situación de debilidad frente al ascendente poderío inglés. Para revertir la situación, el primer ministro español Alberoni concibió un plan arriesgado y tan audaz que resultaba casi inconcebible: llevar la guerra al propio Reino Unido, mediante un ejército de invasión. España iba a conquistar Inglaterra de una vez por todas.

    Para que el plan saliese bien era necesario armar a los rebeldes de los clanes y crear una maniobra de distracción en Escocia que arrastrase hasta allí a los británicos y dejase indefensa la zona principal de invasión en el sur. Para esa maniobra arriesgada se escogió a un batallón selecto del Regimiento Galicia -unidad que, por cierto, aún existe hoy en día-, que salió discretamente del puerto de Pasajes en un par de barcos, casi al mismo tiempo que el grueso de la fuerza de invasión salía de Cádiz. Irían más rápido, serían más discretos y se plantarían en Inglaterra antes de que nadie se diese cuenta.

    El plan de Alberoni iba sobre ruedas... pero de repente las cosas empezaron a salir mal. En primer lugar, el rey Carlos XII de Suecia, que se había comprometido a atacar Inglaterra con miles de hombres a la vez que los españoles, murió de forma repentina y su sucesor se desentendió del asunto, dejando a los españoles sin aliados en su invasión y en inferioridad numérica. Y lo peor estaba por llegar.

    La noche del 29 de marzo, una brutal tormenta dispersó la flota española a los cuatro vientos, haciendo zozobrar numerosas naves y obligando a la mayoría a volver renqueantes hacia España.

    Con un ejército desorganizado por la tormenta, una flota maltrecha incapaz de garantizar el desembarco y sin aliados fiables, Alberoni, suponemos que bastante disgustado, decidió dar carpetazo al plan de invasión... pero nadie se acordó de que una parte del plan seguía en marcha y ya casi estaba en Escocia. O, si se acordaron, no tenían forma de avisarles de que se dirigían a una encerrona.

    El 13 de abril, dos fragatas españolas desembarcaron a los 307 hombres del Regimiento Galicia a los pies del castillo de Eilean Donan, en la desembocadura del río Loch Duich. Los soldados españoles, al mando de Nicolás de Castro Bolaño y de su sargento mayor Alonso de Santarem se hicieron fuertes en el castillo y almacenaron en sus bodegas toda la fusilería que habían traído para los clanes escoceses. A continuación Bolaño, un gallego tozudo con raíces en Villalba y ya veterano, cuyos descendientes aún residen hoy en Galicia y cuya vida daría para otro artículo, decidió comenzar a establecer contactos con los clanes escoceses y preparar la conquista de Inverness, la ciudad más cercana. Pero Bolaño enseguida tropezó con una gran dificultad: sólo había algo que superase el desprecio de los clanes hacia los ingleses...y eran los otros clanes. Los escoceses no se avenían a luchar juntos, desconfiaban del plan y se limitaban a esperar.


    VIGILANDO LA PÓLVORA

    A Bolaño se le acababa el tiempo y la paciencia. Dejó una guarnición de 50 hombres en el castillo, vigilando las armas y la pólvora que habían llevado, y marchó con los restantes soldados por las tierras altas escocesas, incitando a la rebelión a los nativos, ayudado por un líder del clan McGregor, conocido entre sus hombres como Rob Roy.

    A esas alturas, los ingleses ya eran conscientes de que una parte de Escocia estaba bajo bandera española, pero aún no tenían datos sobre el tamaño o la composición de la fuerza invasora. El 10 de mayo, un grupo de cinco fragatas de la Royal Navy que remontaban la costa escocesa llegó a la altura del castillo de Eilean Donan y vieron la enseña del rey Felipe V ondeando sobre las almenas. Un oficial británico bajó a tierra para exigir la rendición de los 50 hombres allí guarnecidos. La lacónica respuesta fue que si los ingleses querían el castillo, antes tendrían que sacarlos a ellos de allí.

    Y a eso se pusieron con esmero, no cabe duda. Durante las siguientes horas, los barcos británicos bombardearon sin piedad el castillo, en el que no había ni un solo cañón para responder al fuego, demoliéndolo andanada tras andanada. Sólo cuando Eilean Donan era una pila de escombros ordenaron el asalto, confiando en que sus defensores estuvieran muertos, pero aún tardaron hasta bien entrada la noche en conseguir reducir a los supervivientes. Al final, 39 españoles de los 50 que formaban la guarnición fueron hechos prisioneros, agotados y heridos pero con el orgullo intacto.

    Cuando las noticias llegaron a Bolaño nos podemos imaginar que debió sentirse desesperado. No sólo no habría invasión sino que además no había ningún plan para sacarles de allí y tampoco tenían a dónde ir. Por si no fuera suficiente, un ejército británico, con varios regimientos de caballería y artillería abundante, avanzaba hacia ellos.

    Y finalmente, el 10 de junio de 1719, hace justo ahora tres siglos, los dos ejércitos tropezaron.
    Era una batalla desigual. Los españoles ocuparon el centro de la formación, en una cañada llamada Glen Shiel, con las alas formadas por los rebeldes escoceses. La lucha fue cruenta, hasta que los escoceses, heridos sus líderes, huyeron en desbandada, entre ellos el famoso Rob Roy. Los hombres del Regimiento Galicia, sin perder la formación, soportaron el asalto inglés causándoles numerosas bajas mientras se replegaban a lo alto de un estrecho camino de montaña llamado aún hoy en día el Paso de los Españoles.

    Es fácil suponer que una vez allí Bolaño fue consciente de que la batalla había terminado. Sería la última vez en la historia que un ejército extranjero libraba un combate pisando suelo británico. Lo que no logró Felipe II, ni Napoleón, ni las tropas del Kaiser ni más tarde Hitler, lo había llevado a cabo un pequeño contingente de soldados solos, perdidos y desesperados, agarrados únicamente a su orgullo y a la bandera de su regimiento.

    Por supuesto, él no podía saber todo esto, ni que tres siglos exactos más tarde usted estaría leyendo su historia. Lo que sí sabía es que no habían sido derrotados, cosa que también sabía el general Whightman, el oficial al mando del ejército inglés. Por ello, cuando Bolaño presentó la rendición de sus hombres se les permitió retirarse del campo de batalla en formación, con sus armas, bandera y tambores. Apenas 20 de los miembros del Regimiento habían caído en la batalla.

    Por una vez, la historia termina bien. Bolaño y sus hombres fueron conducidos a Edimburgo, donde residieron un tiempo antes de ser repatriados a España. Cuentan las crónicas que durante esos meses los hombres de Bolaño descubrieron un licor local llamado whisky y que los oficiales, a los que se les permitía vagar libres por la ciudad, hicieron muy buenas migas con la nobleza y la burguesía. Al final, el encanto de Bolaño no sirvió para provocar una revuelta, pero sí que fue útil para garantizar a sus hombres una buena estancia en tierras escocesas, su cautiverio.

    Una última cosa: Si viajan a Escocia y visitan el castillo (hoy reconstruido) de Eilean Donan, no dejen de echar un vistazo en los rincones. Se dice que el fantasma de uno de los soldados españoles que murió en el asalto aún sigue allí, esperando por el barco que debería llevarle de vuelta a España junto con el resto de sus compañeros y cuyos nombres se ha tragado la Historia




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    Fuente:

    https://www.elmundo.es/cronica/2019/...d0e8b46b2.HTML

  9. #9
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    Grabado de las protestas de Riotinto, el 4 de febrero de1888

    Así ocultaron los británicos la primera protesta ecologista de la historia de España... y a sus muertos

    Aún hoy no está muy claro cuántos muertos se produjeron en las manifestaciones protagonizadas por los mineros y agricultores de un pequeño pueblo de Huelva, en 1888, contra la poderosa Río Tinto Company, cuyo abuso arruinaba la vegetación y la salud de la población

    Israel Viana Madrid Actualizado:02/07/2019 01:06h

    Todo comenzó en 1873, cuando el arruinado Gobierno de la Primera República vendió por 92 millones de pesetas las famosas minas de cobre de Riotinto a un conglomerado internacional que constituyó The Riotinto Company Limited. Se trataba de una multinacional de origen británico que, a base de abusar y explotar a la población autóctona, cambió el aspecto socioeconómico de toda la provincia de Huelva.

    Hasta ese momento, sus habitantes sobrevivían de la agricultura y la pesca, pero cuando llegaron los ingleses, dueños y gestores principales de dicha compañía, la provincia entró a formar parte de las redes del comercio internacional. Eso trajo en principio grandes beneficios y las mayores innovaciones tecnológicas de la época, tales como el ferrocarril. Pero supuso también el comienzo de una gran cantidad de problemas ecológicos, laborales y de salud para los habitantes de Riotinto y de otras muchas localidades de alrededor como Nerva y Zalamea.

    El abuso se prolongó hasta 1954, llegando a establecer un especie de «Apartheid» al estilo de Sudáfrica... pero en España. Por un lado, el selecto equipo directivo de la compañía, llegado desde Gran Bretaña junto a otros muchos trabajadores con un perfil más técnico, que se establecieron en Bellavista, un barrio de lujo construido desde cero y separado por un muro infranqueable. Y por otro, la población y los más de 10.000 mineros que trabajaban en los yacimientos, que vivían en casas precarias, mientras veían cómo sus cosechas se arruinaba y su salud sufría por los humos tóxicos generados en la que era la mina a cielo abierto más grande del mundo.


    Segunda Revolución Industrial

    La llegada de la Riotinto Company Limited se explica dentro de un contexto internacional en el que se produjo una llegada casi masiva de empresas extranjeras, las cuales se asentaron en la cuenca minera de Huelva. Es la Segunda Revolución Industrial, donde la industria mundial consumía una gran cantidad de minerales. Las explotaciones mineras se modernizaron y expandieron por muchos sitios, pero esta zona ofrecía una alternativa muy valiosa para los empresarios: grandes reservas de metales no férricos en un país atrasado económica en el que podían bajar los costes de explotación y los salarios.

    Y mientras Bella Vista, con sus casas victorianas y su iglesia presbiteriana, siguen aún en pie, no queda hoy en Riotinto nada que recuerde a los más de cien muertos –incluidos mujeres, niños y ancianos– que se dejaron la vida en la considerada primera manifestación ecológica de la historia de España. Ni tumbas, ni placas, ni monumentos a la memoria de los mineros y agricultores que se unieron, aquel fatídico 4 de febrero de 1888, para protestar contra las miserables condiciones de vida establecidas por los británicos y contra los estragos que estaban causando en sus tierras y en su salud las fuertes emanaciones de dióxido de azufre que producía la quema de minerales al aire libre.

    La razón se encontraba el procedimiento utilizado para obtener el cobre, conocido como «cementación artificial» o «teleras». Consistía en colocar toneladas de mineral en grandes montones al aire libre y prenderlos sobre ramajes secos. Esas pequeñas montañas liberaban azufre durante la combustión para obtener el cobre puro, pero también desprendían una cantidad gigantesca de gases sulfurosos, ya que las hogueras ardían ininterrumpidamente de seis a doce meses al año. Eso lanzaba al aire unas 500 toneladas diarias de humos tóxicos.


    Quema de las teleras, en Riotinto, en 1888 - ABC

    La enorme nube negra que se formaba sobre el cielo de Riotinto, Nerva y otras aldeas cercanas, a la que popularmente llamaban «la manta», generaba unos efectos altamente perniciosos para la agricultura y la salud de los habitantes. Mucha gente huía del pueblo en busca de aire más limpio, ya que las cosechas eran prácticamente la única fuente de riqueza de aquellos que no se dedicaban a la minería. La situación se había hecho intolerable.

    El descontento pronto se extendió a otros veinte pueblos de la zona, a los que se sumó el cabreo acumulado por los mineros en lo que respecta a sus condiciones laborales: descuentos salariales, el pago por cuenta ajena del médico de la empresa, la pérdida continuada de puestos de trabajo ante la más mínima excusa (incluida la enfermedad) o la pérdida de dinero que les originaban los días de «manta», en los que solo se podía trabajar la mitad de la jornada y cobraban menos.

    Los agricultores y sus partidarios llegaron a formar la «Liga Antihumanista», que criticaban los abusos cometidos por la empresa inglesa en los procesos de la mina y exigían su sustitución por otros. Pero la Río Tinto Company tenía demasiado poder, hasta el punto de establecerse como una auténtica autoridad colonial en la zona durante 81 años, hasta mediados del siglo XX. Tenían a la administración bajo su protección para avalar su argumento de que, dadas las condiciones del mineral de las minas y la coyuntura internacional, no podían costear otro sistema que les diera beneficios.

    Prohibida en Inglaterra, no en España

    El problema de las calcinaciones copó la prensa local durante 1887 y 1888. Las polémicas entre los «antihumanistas» y los defensores de la minería, a la que hacían responsable del desarrollo y la prosperidad de la zona al atraer a población de fuera, eran continuas. «El aumento de población fue, en efecto, muy notable, pero el argumento esgrimido era insostenible: la población acudía a donde había trabajo, y en las minas lo había, pero la extracción y el beneficio del mineral no tenían por qué ir forzosamente unidos al sistema de calcinaciones que, de hecho, estaba prohibida en todos los países del mundo, incluido en el vecino Portugal, desde 1878. Y, por supuesto, en Inglaterra», aseguraba María Dolores Ferrero, de la Universidad de Huelva, en su estudio «Los conflicto de febrero de 1888 en Riotinto. Distintas versiones de los hechos».

    La suma de todos estos descontentos culminó en la famosa manifestación del 4 de febrero de 1888, que pasó a la historia como «El año de los tiros», pues terminó en una masacre cuyas magnitudes, 127 años después, aún no ha sido esclarecida del todo. No era fácil, estábamos hablando de la empresa más poderosa de España en aquella época. Qué, además, como habíamos apuntado, había sacado de la bancarrota a la Primera República con la venta de los derechos de explotación. No convenía hacer pública lo que sucedió.

    El 1 de febrero se inició la huelga de mineros, que fue creciendo los dos días posteriores. Al mismo tiempo, los agricultores afectados por el dióxido de azufre, con el pueblo de Zalamea a la cabeza, comenzaron a preparar una marcha sobre Riotinto para pedir la suspensión de las calcinaciones. El día 4, ambas manifestaciones se encontraron a la entrada de la localidad y decidieron unirse para marchar a la plaza del Ayuntamiento [en la imagen principal]. Las consignas establecidas estaban claras: «¡Abajo los humos! ¡Solo queremos justicia! ¡Viva la agricultura!».


    Vista general de las minas de Riotinto, en 1894 - Hauser y Menet

    Cuando los cabecillas subieron a hablar con el alcalde y los concejales para negociar, estos no se atrevieron a tomar ninguna decisión por las presiones que recibían de la compañía. Entonces llegó el gobernador civil de Huelva, Agustín Bravo y Joven, dispuesto a poner orden. Primero se negó a que el poder local suprimiera las calcinaciones y, después, salió al balcón a increpar a los miles de manifestantes que allí se congregaban. Tras él salió el teniente coronel delRegimiento de Pavía, llegado al pueblo ante la solicitud de refuerzos. Fue entonces cuando ocurrió lo inesperado.

    De repente, se oyó una primera descarga sin que nadie supiera a ciencia cierta de dónde venía, ni quién había dado la orden. Luego siguieron nuevas descargas a bocajarro y, después, los agentes comenzaron a atacar con bayonetas. A los quince minutos de despejarse la plaza, el suelo quedó repleto de muertos y heridos. Al día siguiente, algunos diarios locales y nacionales se hicieron eco del suceso. «La Provincia», «El Cronista de Sevilla», «El Socialista», « La Época», « El Liberal» y « La Iberia», entre otros.

    La cifra de los que perdieron la vida variaba entre la treintena que de «El Socialista» y los más de cincuenta de «La República». Según los testigos de la época, sin embargo, estos fueron entre cien y doscientos, cuyos cadáveres fueron arrojados a las escombreras o en las antiguas minas abandonadas para no dejar rastro. Y los heridos, atendidos a escondidas en las propias casas, en pésimas condiciones, por miedo a llevarlos a los hospitales. Eso fue lo que concluyó el trabajo de investigación de Alfredo Moreno Bolaños y Juan Manuel Pérez López, «Testimonios fehacientes sobre el tren de la muerte» (2008), que habla de entre 150 y 200 personas asesinadas.

    «Las desgracias»

    «Salió el Gobernador al balcón una primera vez y preguntó a los trabajadores si estaban de acuerdo con su jornal. Contestaron que no. Volvió a salir y dijo que vería al director de las minas y que al día siguiente sabría el resultado. Los trabajadores dijeron que estaban parados hacía tres días y que deseaban saber el resultado cuanto antes. Volvió a salir una tercera vez, con el Teniente Coronel del Regimiento de Pavía, y el pueblo, creyendo que iba a decir algo, se quedó callado como en misa. Después ocurrieron las desgracias”», contaría «El Socialista» días después.

    El mensaje que el gobernador civil de Huelva, Agustín Bravo y Joven, le envió el 6 de febrero al Ministro de Gobernación en Madrid decía: «Trece cadáveres identificados y sepultados. Doce heridos reconocidos. Ningún extranjero, mujer o niño ha sido lesionado». El periódico de «La Coalición Republicana», por su parte, detallaba. «Cuando más alegres se hallaban los manifestantes apiñados en las estrechas calles adyacentes y la plaza, en número superior a 12.000, mandaron retirar la caballería. Acto seguido, una descarga cerrada e inmensa, cuyos proyectiles barrieron aquella masa humana, puso en fuga desordenada a la multitud, que dejó en el suelo muchos cadáveres y heridos y se atropelló por las calles, lanzando gritos de pavor y de violenta ira. ¿Quién dio la orden de fuego? Hasta ahora no se sabe. ¿Fue el gobernador? ¿Fue el jefe militar? (…) Con el testimonio de centenares de personas, podemos afirmar que los manifestantes no profirieron ni un grito subversivo, no salió de ellos una provocación ni un acto que molestase a la tropa ni a las autoridades».

    Tan solo una carta al director publicada en «La Provincia» se atrevió a decir que «la manifestación de Zalamea fue de una violencia monstruosa». Las versiones de los restantes diarios coincidían en que no hubo una actitud provocadora y argumentaron que «si los propósitos hubieran sido amenazadores, los manifestantes no habrían puesto ante las balas de los soldados a mujeres y niños inocentes».

    En los libros de las sentencias de la Audiencia de Huelva de 1888 hasta 1892 no había ninguna información al respecto, según las investigaciones de Maria Dolores Ferrero. Tampoco en el Tribunal Supremo de Madrid. Las Cortes españolas apenas discutieron el incidente y se dijo que los muertos no pasaron de 14, aunque la mayoría de testimonios defiendan que estos superaron con creces el centenar. Ni tan siquiera el Registro Civil de Riotinto, donde curiosamente aparecen consignados, el 5 de diciembre, trece muertos del día anterior. ¿La causa de la muerte consignada? En ninguno de los casos fue «herida de bala», como ocurría en otras ocasiones, sino «hemorragia externa» o «hemorragia interna».


    https://sevilla.abc.es/historia/abci...6_noticia.html



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    Re: España e Inglaterra

    A Coruña: La catedrática de Peruleiro que cabreó a los ingleses

    La coruñesa Rodríguez Salgado desmontó mitos sobre la Gran Armada y está en la Academia de Historia de Gran Bretaña




    M. R.


    La Voz de Galicia

    Rodri GArcia


    08/12/2019 05:00 h


    «Yo a la que quiero escuchar es a la de Peruleiro». Esto decía una de las responsables de la biblioteca del Consulado viendo la lista de ponentes del ciclo Expediciones y viajes marítimos: Ciencia y riqueza de sangre (siglos XV-XVII). Las cuatro conferencias tuvieron lugar durante noviembre organizadas por la Fundación Biblioteca de la Casa del Consulado que preside Javier Padín. «La de Peruleiro» es María José Rodríguez Salgado (A Coruña, 1955), catedrática de Historia Internacional de la London School of Economics y académica correspondiente en Gran Bretaña de la Real Academia de la Historia (Londres). Habló sobre las condiciones de vida en los barcos durante esos siglos centrándose más en algunos viajes entre puertos europeos que en los transoceánicos.


    Villancico gallego en 1507

    Esta especialista en la figura de Carlos V aportó datos sorprendentes, como que cuando Juana, «la llamada Loca, desembarca en A Coruña en 1507 hay una crónica que dice que nada más desembarcar a la Reina le cantan una cancioncilla en gallego. Es como un villancico muy simple, pero en gallego y esto está escrito por uno de los secretarios que va con la comitiva». Padín destaca que Rodríguez Salgado es «una experta internacional que va dando conferencias por todo el mundo», pero que en A Coruña solo había estado en 1989 y no volvió hasta el mes pasado, cuando intervino en las conferencias organizadas en el Consulado.

    La autora de libros como Un imperio en transición: Carlos V, Felipe II, y su mundo, 1551-1559 explicaba: «Me fui a Inglaterra en 1965. Mis padres eran los típicos emigrantes gallegos. Me gustaría decir que nos fuimos por política, pero no: fue por pobreza, una familia que buscaba salir de ella». Primero se fueron los padres: «Nos dejaron a mi hermano y a mí con unos tíos. Estuvimos internos varios años. Y luego nos llevaron a Inglaterra».


    ¿Para qué va estudiar a una niña?

    La catedrática evocaba que su «madre se encontró con que tenía mucha más libertad allí que en la Galicia de los años setenta, mucha más. Mi hermano y yo cursamos los estudios secundarios y superiores y allí quedé porque tenían becas muy buenas que me permitieron ir a la universidad. Aquí no tendría la posibilidad de hacer estudios universitarios, especialmente con unos padres que no creían que fueran necesarios: ¿Para qué vas a poner a estudiar a una niña? A mi hermano sí, pero a mí ya querían sacarme del colegio a los 15 años y yo quería estudiar». Y lo hizo hasta doctorarse: «A mí me gustaba la historia del siglo XV al XVII, las relaciones internacionales y la diplomacia». Acabados los estudios «empecé a trabajar en una universidad en Escocia. Luego estuve en el norte de Inglaterra y en 1985 pasé a la London School, que es la mejor, especialmente para historia internacional, que era lo mío».

    Pocos años después, cuando se cumplían los 400 de la Gran Armada, el Museo Marítimo Nacional, que está en Greenwich (Londres), decidió hacer una exposición y «pidieron consejo para saber quién les podía asesorar. Los historiadores que estudiamos el arte y la guerra a la vez somos muy pocos». Por ello, «cada dos por tres les salía el mismo nombre: el mío».


    Críticas

    Mia, como le llaman los ingleses, aceptó el encargo y «diseñé la exposición más grande que se había hecho en Inglaterra hasta esa época sobre la Gran Armada. Intenté dar una visión equilibrada, ser fiel a lo que teníamos de documentación y de historia y también dar a conocer los mitos que habían surgido. Fue un éxito enorme, pero me atacaron de todos los lados: un editorial en The Times criticó la exposición diciendo que querían seguir con el mito de la Armada con la que todos ellos se habían educado y que las conmemoraciones históricas eran justo para los mitos. La historia verdadera no tenía nada que ver con las conmemoraciones y que el museo y todos los que habíamos estado involucrados en la exposición debíamos volver a Madrid, que el museo se debía establecer en Madrid. Fue alucinante. Me acusaban de no darles la visión histórica que ellos habían recibido, la que habían aprendido y la que querían oír: que eran superiores a estos incompetentes, corruptos e idiotas españoles [risa]».

    Pero ella aportó datos como «que la flota inglesa era más grande que la española, no al revés como siempre se decía». A pesar de todo, «fue un gran éxito la exposición, se hizo un buen catálogo que se usó como modelo de otras exposiciones históricas, cosa que me honra [risa]».
    Ahora sigue investigando, prepara varios libros y aprovechó su estancia en A Coruña para «darme un paseo por Peruleiro».




    _______________________________________

    Fuente:

    https://www.lavozdegalicia.es/notici...IoTJvYJY-O1tOk

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    Re: España e Inglaterra

    Nelson: así forjó Inglaterra el falso mito del almirante que vapuleó al Imperio español

    A pesar de que la historia habla de él como un revolucionario de las técnicas militares, el británico no inventó la táctica que usó contra la armada combinada y era demasiado arrojado


    Vídeo: El error que provocó la derrota naval más dolorosa de España ante Inglaterra - ABC


    Manuel P. Villatoro

    Actualizado:10/05/2019 08:31h


    Un hombre valiente, de un ingenio desconocido para la época y un arrojo encomiable. Nadie lo niega. Pero también un adúltero (se acostaba con la mujer de un famoso noble que le creía su amigo), un marino que fue derrotado en repetidas ocasiones por los españoles, y un soldado demasiado temerario al que no le importaba poner en riesgo una flota entera si así lograba doblegar al enemigo. Horatio Nelson es considerado a día de hoy como uno de los grandes hitos de la historia naval de Gran Bretaña. Para ello tuvo a su favor el haber salido vencedor de batallas aparentemente imposibles y, sobre todo, el haber muerto heroicamente en la contienda de Trafalgar luchando contra la flota franco española de Churruca y Lucas. Y todo eso, después de haber servido a sus compañeros la victoria en bandeja de plata. Sin embargo, tan cierto como estos datos es que su leyenda fue engrandecida por los cronistas ingleses quienes, ávidos de encumbrar a este almirante de la «Royal Navy», le dieron a conocer ante el mundo como un experto en humillar a los buques de su majestad católica.

    Ahora, desde ABC nos hemos propuesto revisar las batallas de este gran héroe británico. Un personaje cuyo entierro se celebró sin escatimar un céntimo y que se produjo después de que el marino falleciese combatiendo contra el navío de línea «Redoutable» de Jean Jacques Etienne Lucas -más conocido por medir menos de 1,50 metros de altura- en la batalla de Trafalgar. Los ingleses, en 1805, hicieron de su fallecimiento una heroicidad increíble afirmando que había tenido la valentía de dirigirse a la cabeza de una columna de navíos contra la formación enemiga. No obstante, y aunque su táctica resultó revolucionaria para la época, tampoco es mentira que su vanidad le hizo lanzarse el primero contra los aliados y no cubrirse -a pesar de ser todo un icono para sus paisanos- mientras sus hombres luchaban a sangre y cañón contra galos y españoles.


    Primeros años

    Nuestro protagonista, cuarto hijo de Eduard Nelson (un conocido predicador) y Catalina Suchling, vino a este mundo el 23 de septiembre de 1758 en Burnham-Thorpe, un minúsculo pueblo ubicado en el condado de Norfolk (al oeste del país). Llamado Horatio en conmemoración del popular poeta romano, el futuro gran almirante inglés no se sintió nunca demasiado atraído por los estudios o por las artes, por lo que –después de haber terminado de aprender lo básico en la escuela de Norwich- entró en la marina de manos de su tío materno, un tal Suchling (según parece, los «enchufes» estaban a la orden del día en la «Royal Navy»). El calendario se había detenido por entonces en 1770, y su destino fue el navío de 64 cañones «Razzonable». Con todo, aquel primer trabajo era demasiado aburrido incluso para un nuevo grumete como Horatio, por lo que su familiar le acabó mandando a hacer las Indias Occidentales en un barco mercante.

    «Volvió de allí en el mes de junio de 1772, y se unió otra vez en Chatan al Capitán Suchling, su tío, quien mandaba entonces el navío “Triunfo”, en donde le hizo instruir en el pilotage, trasbordándole unas veces a un paquebot o otras a una lancha que iba desde Chatan a Londres, y de Swin hasta Nort-Foreland», explica Juan López Cancelada (un periodista español contemporáneo de Nelson) en su obra «Vida del Vicealmirante Nelson», una traducción de las memorias del propio marino. Todo aquel viaje para arriba, y viaje para abajo, le valió al británico para ir curtiéndose en el manejo de las olas y en el manejo de un barco en costas peligrosas. Algunos historiadores, de hecho, se atreven a decir que Inglaterra le debe a estos trayectos el haber forjado a un marino de la pericia de Horatio.




    Horatio Nelson


    Su primera gran aventura la vivió pocos meses después, en 1773, año en que tuvo el honor de acompañar al capitán Phipps en un viaje a través del Polo Septentrional para hallar una ruta hacia el Norte de América. La decisión sorprendió soberanamente a su tío quien, cuando su sobrino entró en la marina, dijo lo siguiente de él: «¿Qué pecado habrá cometido Horace para que tenga que ingresar en la Marina? Lo mejor que le podrá pasar es que, cuando entre en combate, una bala de cañón le vuele la cabeza». Sus palabras no eran crueles, sino realistas, pues aquel niño era enjuto, extremadamente delgado y «debilucho». Con todo, el adolescente se hizo un hueco en la expedición. «En el momento más crítico del viage fue nombrado Comandante de un bote de cuatro remos para ir con 12 hombres a romper el hielo y reconocer las canoas», añade el experto español. Se dice, incluso, que mató un oso polar para enviar la piel a sus padres como regalo.

    Con todo, hasta entonces Nelson solo había surcado las olas, pero no se había enfrentado a ningún enemigo borda con borda. Para eso hubo que esperar hasta meses después, en el momento en el que fue destinado al «Seahorse» en el Océano Índico. Sobre su cubierta entró en combate por primera vez y puso a prueba su entrenamiento. Para su suerte, mantuvo la cabeza sobre los hombros. Aunque poco después su penoso estado de salud (probablemente padeció malaria) provocó que tuviese que ser enviado de vuelta a casa. Se dice que en aquellos meses perdió tanto peso que, cuando llegó a las islas, tan solo era un saco de huesos andante (algo que, curiosamente, se repitió en varias ocasiones durante su vida debido a su precario estado de salud perpetuo). A su vez, y según explica la Academia Uruguaya de Historia Marítima y Fluvial en su dossier «Enfermedades y muerte y Horatio Nelson», durante su recuperación sufrió una fuerte depresión de la que nunca terminaría de salir.

    Así lo denotan las palabras que él mismo escribió posteriormente en su diario: «Después de profundas meditaciones en las cuales deseé en más de una ocasión arrojarme por la borda, una racha súbita de patriotismo se encendió en mí y comprendí que pertenecía al Rey y a mi País. Mi mente se complació con la idea y exclamé: "Me parece muy bien, y con la ayuda de la Divina Providencia superaré todos los peligros hasta convertirme en un héroe"». Ese episodio se sucedió antes de recibir su nuevo destino el 24 de septiembre de 1776, cuando fue enviado al «Wolcester» bajo las órdenes del capitán Robinson. Según escribe el cronista español, nuestro protagonista se hizo tan conocido encima de aquel buque que el mismo Robinson solía afirmar que «estaba tan descansado quando Nelson entraba de quarto [hacía su guardia] como si entrase el más antiguo oficial que se hallaba a bordo de su navío».




    Horatio Nelson


    En apenas dos años vivió dos ascensos. El primero, en 1777, cuando fue elevado a la categoría de teniente. El segundo, en 1779 (el 11 de julio), año en que –con apenas 20 primaveras- se convirtió en el capitán más joven de la «Royal Navy». En los meses posteriores se dedicó a luchar contra la piratería y el contrabando que asolaban las posesiones británicas en las Américas. Un trabajo que –según dicen las malas lenguas- le costó ser licenciado con media paga allá por 1787. Y es que, molestó al oficial equivocado señalándole que hacerse rico en contra de las normas de Su Graciosa Majestad iba en contra de la corona. Oficialmente, sin embargo, se dijo que le apartaban debido a que la paz había llegado a las aguas. Con todo, aquel no fue el único disgusto que tuvo que aguantar su «carcasa» (como solía llamar a su cuerpo) ya que, durante aquellos días, padeció nuevamente una severa depresión acompañada de tensión nerviosa y ansiedad al ser rechazado por la hija de un clérigo. Regresó a la marina allá por 1792, cuando se le dio el mando del «Agamemnon», de 64 cañones.


    San Vicente: la torpeza le hace Vicealmirante

    Si existe una batalla reseñable de entre las decenas que libró Horatio Nelson, esa es la del Cabo San Vicente. Y es que, en ella se ganó sus galones como Vicealmirante gracias a su valentía y arrojo. No obstante, tan cierto como la gallardía que mostró aquel día fue la ineptitud del almirante español –José de Córdova- y su mal planteamiento de la contienda que se avecinaba. Una estupidez que, a corto plazo, favoreció que Horatio obtuviese sus medallas. Para entender esta contienda es necesario retroceder en el tiempo hasta el siglo XVIII. Por entonces España se había convertido ya en la «Espagne» debido a que –más por obligación que por interés- había tenido que ponerse a las órdenes de la «France» para no ser invadida por sus militares. A su vez, nuestro país se había visto obligado a sumar a su lista de enemigos a Gran Bretaña, eterna contraria de los galos.

    Deseoso de lucir bien ante sus nuevos «amos»,Manuel Godoy (Manolito para los ciudadanos, valido de Carlos IV y, según se rumorea, amante oficial de la reina) ordenó a la flota hispana salir viento en popa, y todo lo demás, hacia el sur de Portugal. El objetivo era acabar con un convoy de apenas 10 navíos de guerra británicos (según le habían dicho sus espías) al mando de John Jervis, un almirante sesentón muy «british» él. Para asegurarse la victoria puso al mando al tal Córdova de 27 navíos de línea y otros tantos buques menores. Pero, vaya con el preferido de los reyes, prefirió que salieran zumbando (o navegando) antes que pertrecharse adecuadamente, por lo que los bajeles adolecían de tripulación, víveres y entrenamiento. Fuera por lo que fuese, el hispano llegó a aguas de Cartagena a finales de enero y, en los primeros días del mes siguiente, partió hacia el Cabo San Vicente, donde esperaba hallar a su enemigo.




    Rescate Santísima Trinidad (museo naval)


    El 14 de febrero, día de San Valentín, las flotas se encontraron entre una espesa bruma frente al Cabo San Vicente. Sin embargo, no fue en las condiciones que Córdava hubiese preferido, Y es que, cuando se divisó la primera vela inglesa, la armada hispana navegaba en tres vagas columnas con muchos huecos entre barco y barco (la primera, de cinco bajeles, en vanguardia; la segunda, de dos buques escorados que habían sido enviados a explorar y, finalmente, la última y principal formada por el resto). Esto era algo sumamente peligroso para los españoles, pues impedía concentrar el fuego a la hora de cañonear al enemigo y permitía que los contrarios metiesen hasta la cocina (entre los cascarones rojigualdos) sus propias máquinas de matar. ¿La razón de tan absurda maniobra? El mandamás hispano dejó libertad a sus hombres para moverse sin orden alguno pensando que, con tanta gente como llevaba, era imposible que perdiese la contienda.

    Los «british» aprovecharon el error y formaron para dar hasta en la toldilla a los españoles. Mal empezaban las cosas para los nuestros. Y todo, por la torpeza de Córdova. Un hombre, por cierto, que –según parece- debió hacerse aguas mayores cuando vio el desorden que reinaba en su armada y que el enemigo se dirigía hacia ella, pues ordenó a voz en grito hacer virar a sus buques en redondo para cubrir los huecos que había entre navío y navío. Esta inesperada solución fue todavía peor, ya que –debido a la niebla- los cinco navíos ubicados en vanguardia no vieron las señales y se alejaron todavía más (si cabe) del grupo principal. Jervis se relamió y, sabedor de que tenía las de ganar con aquel caos reinando, puso proa hacia el centro de las dos columnas restantes. A las 11 de la mañana comenzó el cañoneo con la siguiente estampa: la mayoría de los navíos británicos enfrentándose a solo 6 españoles del grupo principal que habían conseguido unirse para resistir a los contrarios.




    Santísima Trinidad


    Además de todos los fallos que ya había cometido, cuando comenzó la batalla Córdova no logró enviar órdenes concisas a sus capitanes, lo que provocó que muchos barcos se estorbasen. El «San José» y al «San Nicolás» (dos de ellos) llegaron incluso a embestirse, algo que fue aprovechado por Nelson para lanzarse al abordaje del segundo sin oposición y ganarse sus medallas sobre el «Captain». «Habiéndose enredado en aquella confusión, desmantelados ambos, y habiendo caído los aparejos y velas por el costado, delante de las baterías, tuvieron que suspender sus disparos para no incendiarse con ellos, y quedaron sin defensas. (…) En esta disposición abordó Nelson con el“Captain” al “San Nicolás”, entrando por popa», explica el historiador y marino Cesáreo Fernández Duro en su recopilación de las principales batallas navales españolas.

    Nelson acabó entonces con los defensores del navío y usó este como plataforma para pasar al siguiente, el «San José», que estaba a su lado. «Rendido el bajel, sirvió de puente a los ingleses para pasar al inmediato “San José”, no desembarazado aún, y que no estaba tampoco en estado de prolongar la defensa. El general Winthuysen, mutilado en el combate de la Leocadía por una bala de cañón, acababa de ser despedazado por otra, y siete oficiales y 149 individuos de todas clases, muertos o heridos, henchían la cubierta», completa el español. Aquellos dos combates le valieron la victoria a Gran Bretaña, además del ascenso a Vicealmirante a Horatio.


    Aboukir y los errores galos

    La segunda contienda que hizo que el apellido Nelson fuese reconocido en toda Inglaterra fue la acaecida en la bahía de Aboukir. Una batalla cuyo origen se remonta al 19 de mayo de 1798. Fue precisamente esa jornada cuando 32.300 hombres, 13 navíos de línea y más de 300 buques menores partieron del puerto de Tolón hacia Egipto comandados por el mismísimo Napoleón (entonces un prometedor general, pero aún no un Emperador). El objetivo de este gigantesco contingente era conquistar la tierra de los faraones y, una vez asentado en la región, tomar la India para fastidiar –cuanto más se pudiera mejor- la que era una de las colonias más prósperas de Gran Bretaña. Un plan que, sobre el papel, parecía impecable. Y es que, además de un gigantesco ejército, el «Pequeño corso» contaba con uno de los buques más grandes del mundo construidos hasta la fecha: el «L’Orient». Este coloso sumaba 120 cañones que podían disparar balas de hasta 15 kilos.

    Sin embargo, Inglaterra no estaba dispuesta a permitir las correrías del enano francés, así que envió para contrarrestarle a su flota del Mediterráneo a las órdenes de un viejo conocido nuestro: Nelson. Este, armado con más paciencia que buques, se dedicó a buscar a la flota francesa para enviarla al fondo del mar pues, sin ella, Napoleón perdería el único enlace con su querida «France». «Durante semanas, la escuadra británica recorrió el Mediterráneo, tocando en posibles objetivos de desembarco, desde Siracusa hasta Morea», explica Julio Gil Pecharromán (Profesor de Historia Contemporánea de la UNED) en su dossier «Napoleón en Egipto. Sólo fue un sueño». Ola para arriba, ola para abajo –y mientras los «british» peinaban los mares- los galos llegaron a la costa egipcia a finales de junio y desembarcaron sus fuerzas en los tres principales puertos de la zona: Alejandría, Damietta y Rosetta.




    Batalla de Abukir


    Por su parte, y tras meses de búsqueda, Nelson recibió durante el verano noticias de que la flota gala se hallaba en Alejandría. Viento en popa dirigió sus barcos hacia allí y, ya sea gracias a la providencia o a la suerte, se topó de bruces con ella a finales de julio de 1798 en la bahía de Aboukir –al noroeste de la susodicha Alejandría-. La batalla estaba a punto de sucederse. «Nelson sabía que, sin su escuadra, el ejército expedicionario perdería todo contacto con la metrópoli y que ello comportaría en el fracaso de la estrategia oriental de Francia», añade el experto español en su dossier.

    Al amanecer del 1 de agosto, los 13 navíos galos estaban anclados en el interior de la bahía de Abukir por orden de su almirante, François-Paul Brueys D'Aigalliers. La situación no era la idónea para mantener una contienda, pues Napoleón se había marchado tierra adentro con una buena parte de las tripulaciones de los navíos para reforzar sus fuerzas. Con todo, el mandamás gabacho había ideado un plan que consideraba perfecto para resistir cualquier posible ataque enemigo. «Brueys ordenó formar un semicírculo bastante regular, y nuestros 13 navíos formaban una línea semicircular paralela a la rivera», explica el cronista de la época Adolphe Thiers en su obra «Historia de la Revolución francesa». De esta forma, el marino lograba que uno de los lados de sus buques (el de babor, en este caso) no pudiese ser rodeado por los contrarios por estar protegido por la costa. A su vez, estableció que se echara el ancla para, así, evitar los bamboleos provocados por la marejada, los cuales solían derivar en errores fatales a la hora de apuntar.

    ¿Un plan infalible, verdad? Eso creía él. Sin embargo, la forma de llevarla a cabo, no. Y es que, el almirante francés cometió un error fatal al amarrar la flota, pues no lo hizo lo suficientemente cerca de la costa y dejó una gran área entre la playa y sus barcos. Un espacio en el que se podían «colar» los buques enemigos para rodear por ambas bandas a los «cascarones» franceses y atraparles entre dos fuegos. «Cuando fondeas y te defiendes al ancla sabes que tienes que cumplir dos condiciones: que no te envuelvan por la costa (que no haya calado entre tu barco y tierra) y que no se estorben unos barcos a otros. Los franceses no cumplieron ni una ni otra. Fondearon lejos de tierra pensando en que con eso va a ser suficiente para acabar con los ingleses», explica, en declaraciones a ABC, Víctor San Juan, autor de «22 derrotas navales británicas» (Navalmil, 2014).

    Aquel imperdonable fallo le costó la batalla a los franceses pues, cuando Nelson hizo su aparición con su flota ese mismo día, se percató claramente de que, si envolvía a los navíos galos por su lado izquierdo en lugar de lanzarse contra ellos por el centro, lograría que dos de sus buques se enfrentasen únicamente a uno enemigo cada vez. Así lo hizo, y logró una victoria que fue sumamente aplaudida en su país al no perder ni un bajel y hacer estallar por los aires al «L’Orient». Sin embargo, autores como San Juan consideran que –aunque demostró gallardía y tenacidad en el ataque- simplemente se aprovechó de un error enemigo. «En Aboukir hizo algo de manual. Es cierto que Nelson les pasó por encima atenazándoles y solo dejó dos barcos vivos, pero venció más por errores franceses que por aciertos ingleses. Los franceses violaron las normas para combatir al ancla, y cuando el enemigo se dio cuenta ya era tarde. Se aprovechó de un error», completa.

    Por otro lado, cabe destacar que Nelson sufrió en Aboukir un ataque de pánico después de que un proyectil le impactase en la cabeza, encima de su ojo bueno. De hecho, la herida fue de tales dimensiones que fue bajado –durante una buena parte de la contienda- a la enfermería para ser atendido. «Al conducir el ala que atacaba por fuera, resultó herido. Pero no era un cobarde, le bajaron para que le tratasen pensando que era una herida mortal, pero resultó que no le pasaba nada serio más allá de que era una herida muy fea, pero sufrió un ataque de pánico», destaca San Juan.


    El falso mito de Trafalgar

    Si en el Cabo San Vicente comenzó a ser conocido y en Aboukir demostró sus dotes como estratega, en la batalla de Trafalgar fue en la que Nelson logró convertirse en una leyenda para Gran Bretaña. El origen de esta contienda se remonta a la alianza entre Napoleón Bonaparte (Emperador de Francia desde 1804) y Manuel Godoy (valido de Carlos IV) que España no tuvo más remedio que firmar a comienzos del S.XIX. Por entonces, la que antes era una pequeña obcecación del «Pequeño corso» -desembarcar con su ejército en las costas británicas para acabar con su Graciosa Majestad- se había convertido ya en toda una obsesión que pretendía llevar a cabo. Por ello, el «Empereur» había ordenado formar una flota combinada gala e hispana de 32 navíos (15 «rojigualdos» y 18 napoleónicos) con la que pretendía trasladar, a través del Canal de la Mancha, un gigantesco ejército desde el norte de Francia al sur de Gran Bretaña.

    Pero el plan salió horriblemente mal, pues Pierre Charles Jean Baptiste Silvestre de Villeneuve (el almirante al mando de la flota combinada) se vio cercado por Nelson en octubre de 1805 cerca del Cabo Trafalgar (en aguas de Cádiz) por los 27 navíos de nuestro protagonista, Horatio Nelson, quien estaba dispuesto a saltarse el té para no ver su país convertido en «gabaché». Ambas flotas se enfrentaron a cañonazos el día 21 desde buena mañana. La armada combinada, como era habitual, formó una extensa línea con la que cañonear por una banda a los buques enemigos que se aceran hasta ella. La lógica decía que Nelson tendría que hacer lo mismo. Es decir, alinearse en paralelo con ella para, borda con borda, darse de «zurriagazos» hasta el acabose. Sin embargo, el marino inglés prefirió apostar por una estrategia más novedosa: dividió sus fuerzas en dos columnas y se dirigió en perpendicular hacia el enemigo.




    Batalla de Trafalgar


    La idea de Nelson –que se puso a la cabeza de una de las dos columnas sobre su «Victory»- era cortar la línea enemiga por el centro y, así, hacerse que sus buques se enfrentaran en superioridad numérica a los de la armada combinada. Era un plan similar al que había realizado en Aboukir. Sin embargo, comprendía muchos riesgos. Para empezar, llegar en perpendicular desde la banda implicaba recibir una ingente cantidad de cañonazos antes siquiera de poder estar cerca del contrario. Con todo –y en parte debido a la ineptitud del almirante francés- el destino jugó a su favor y la estrategia salió a pedir de boca, pues las dos hileras cumplieron su objetivo sin sufrir daños severos y terminaron aplastando a la flota hispano francesa.

    Aquella estrategia le convirtió en toda una leyenda e hizo que muchos le definieran como un genio de la táctica. Sin embargo, la realidad es que, por mucho que los británicos le hayan hecho pasar a la Historia como un revolucionario, Nelson usó una idea que ya existía y habían utilizado otros tantos marinos antes que él y que se vio facilitado por la torpeza de su contrario, el almirante francés. «Es cierto que el plan era letal, pero Villeneuve se lo puso en bandeja. Además, el francés le contestó con una buena maniobra, la de virada por redondo, que le permitió salvar a un tercio de la armada combinada. Pero hay que tener en cuenta que Nelson había copiado esta táctica naval de otros oficiales: Duncan (que era mejor y más veterano que él) y Lord Hood en Tolón. Estos ya la habían utilizado con éxito anteriormente», explica San Juan en declaraciones a ABC.




    Muerte de Nelson en la batalla de Trafalgar


    Por otro lado, el que Nelson muriese en Trafalgar debido a una bala de mosquete (la cual disparó un tirador desde la cofa del navío «Redoutable») permitió que fuese elevado a la categoría de héroe inglés. «La leyenda de Nelson se ha exagerado. Se le ha convertido en un elemento místico, pero no fue el almirante ingles de todos los tiempos. Quizá no esté ni siquiera entre los cinco principales. Sin embargo, todo ha colaborado para hacer que sea una leyenda: desde lo que cuentan los libros, hasta el lugar en el que fue enterrado y cómo. Los imperios necesitan mitos, y Gran Bretaña decidió que Nelson iba a ser su héroe nacional por una serie de casualidades. Tuvo suerte porque Inglaterra tiene otros grandes almirantes como Cunningham, que demostró ser mejor que él», completa el autor de «22 derrotas navales británicas» (Navalmil).

    Para el experto español, está claro además el por qué estuvo tan bien considerado en el siglo XVIII Nelson en la «Royal Navy». «Era un capitán combativo, y eso se premiaba y se consideraba mucho en la marina inglesa del siglo XVIII porque anteriormente adolecía de ellos. Se buscaban oficiales agresivos, y él era uno de ellos. También tuvo la suerte de que coincidió en el tiempo con almirantes de gran valía como Duncan o Jervis. Estos inventaron muchas tácticas que él pudo aprovechar y mejorar y que le ayudaron en su carrera. Además, llegó en una época en la que contaba con unos subordinados muy preparados y geniales. Si juntas todo esto con que era un niño prodigio y con que tuvo una muerte gloriosa y heroica, te sale como resultado un personaje con bastante valía y te permite crear un mito. Pero no podemos olvidar que tenía muchos defectos. Entre ellos, era poco reflexivo y se arriesgaba mucho. Cantidad de veces su barco acaba desarbolado porque era demasiado arrojado», finaliza.



    Tres preguntas a José Luis Olaizola, autor de «De Numancia a Trafalgar»

    1-¿Qué opinión le genera, más de 200 años después, Horatio Nelson?

    Nelson fue un almirante que tuvo momentos brillantes, pero también protagonizó actuaciones catastróficas. Algunas de ellas son muy conocidas, como Cádiz o Santa Cruz de Tenerife. Además no tuvo demasiado éxito en su obsesión de cortar el comercio que existía entre las colonias y la Península. Lo curioso es que tuvo la enorme suerte de haber triunfado y muerto en la batalla de Trafalgar, lo que le convirtió en un hito.


    2-¿Se ha engrandecido demasiado su mito?

    Nelson era un buen marino. Sabía lo que se hacía. Pero la leyenda que se ha creado sobre él es excesiva. Era bastante peor marino que algunos capitanes españoles como Churruca pero, desde siempre, los anglosajones han sabido vender mejor a sus héroes. Nosotros hemos tenido marinos insignes como Juan Sebastián Elcano, que atravesaron mares y conquistaron regiones, pero no sabemos darlos a conocer. Nelson no se merece el excesivo heroísmo que le atribuyen ahora.


    3-¿Sabemos en España dar a conocer a nuestros marinos más relevantes?

    El problema de España es que no intentamos desarrollar nuestra propia historia. Tenemos cierto complejo de inferioridad en lo que se refiere a estos temas. Un ejemplo es que no ensalzamos a los marinos vascos del XVI y el XVII por temas políticos. Los ingleses y los americanos, por el contrario, han sabido dar a conocer a sus héroes durante la historia. Siempre han vendido bien su imagen.




    _______________________________________

    Fuente:

    https://www.abc.es/historia/abci-nel...f2XfFxsJrQcaGE

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    Re: España e Inglaterra

    ¿Cuánto vale un Shakespeare comparado con el Siglo de Oro español?

    Para Octavio Paz, el único mexicano que ha recibido el Nobel de Literatura; el teatro hispano del Siglo de Oro es único en Occidente y el pensamiento de Racine o Shakespeare son meros balbuceos, obras como La vida es sueño, El mágico prodigioso o El condenado por desconfiado son emblemáticas, el teatro hispano es más original, más universal, con el tema central del hombre y la gracia de Dios.

    Es lamentable que a la fecha no se lea tanto a los escritores del Siglo de Oro porque nuestro español sea extremadamente pobre, lo que hace que el lenguaje usado por Calderón de la Barca o Góngora sea incomprensible, sino porque ahora no nos interese ya más esa oposición entre el libre albedrío y predestinación divina, entre amor y fe. A diferencia del teatro griego en que se le dice si al destino, en el teatro áureo-hispano (si es que se nos permite el vocablo), los héroes dicen no al destino y refuerzan el libre albedrío.

    Octavio Paz nos sigue diciendo que «Tamerlán, Macbeth, Fausto y el mismo Hamlet pertenecen a una raza blasfema, que no tiene más ley que sus pasiones y deseos... Los héroes de Shakespeare y Webster están solos, en el sentido más radical de la palabra, porque sus gritos se pierden en el vacío.... El hombre se vuelve juguete del azar... En el mundo de Shakespeare, el azar reemplaza a la necesidad».

    Paz mismo nos dice que Shakespeare es absolutamente moderno, pero ello no hace al Siglo de Oro premoderno, además, La vida es un sueño es una comedia, no una tragedia; La vida es un sueño es una defensa del libre albedrío del ser humano ante Dios mismo. Mientras Shakespeare pone en boca de su héroe: «Ser o no ser, esa es la pregunta», Calderón de la Barca cuestiona: «¿y yo, con más albedrío, tengo menos libertad?».

    Podemos seguir haciendo muchas comparaciones, porque mientras Shakespeare reza que «El amor no mira con los ojos, sino con el alma», Quevedo nos deleita diciendo que el amor «Es hielo abrasador, es fuego helado, es herida que duele y no se siente». En ese prolífico Siglo de Oro, dos novohispanos se abrieron camino, sor Juana Inés de la Cruz, con su poema «Primero sueño» reflejando el afán humano por conocer; mientras que Juan Ruíz de Alarcón nos deja una obra moralizante fascinante de una calidad inigualable en que nos dice: «¿No ves que no tengo amor y me hiela el menor frío?».

    Para finalizar, mientras Shakespeare nos dice que «La vida es una historia contada por un idiota, una historia llena de estruendo y furia, que nada significa», Calderón nos cuestiona y nos responde a la vez: «¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son».

    ¿Cuánto vale un Shakespeare? Pues no vale un Siglo de Oro entero porque en el se codearon hombres de talla jamás igualable, como Lope de Vega (según Cervates era el Fénix de los ingenios, Poeta del cielo y de la tierra, Monstruo de la Naturaleza, aunque Lope no se llevaba tan bien con él), Francisco de Quevedo (o de Quebebo según Góngora), Juan Luis Vives, san Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús, fray Luis de León, Luis de Góngora, Miguel de Cervantes, sor Juana Inés de la Cruz, Juan Ruíz de Alarcón, Tirso de Molina, Inca Garcilaso de la Vega, Carlos de Sigüenza y Góngora, Francisco Suárez, Luis de Molina, Francisco de Vitoria y un largo &c.


    Fuente: Patiño Gutiérrez, C. 2017. La validez del derecho en la escolástica. Desobediencia, iusnaturalismo y libre albedrío en Francisco Suárez. CDMX UNAM.


    Imagen: ilustración surrealista hecha por Grabriel Grün para la edición ilustrada de La vida es un sueño.










    _______________________________________

    Fuente:

    https://www.facebook.com/gazetamexicana/photos/a.1648637965442806/2207212589585338/?type=3&theater
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    Último mensaje: 25/06/2009, 19:14
  4. Juan de Lepe Rey de Inglaterra
    Por muñoz en el foro Historia y Antropología
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    Último mensaje: 30/12/2008, 20:29
  5. La Real Señera y la heráldica de Inglaterra
    Por Ulibarri en el foro Simbología y Heráldica
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    Último mensaje: 10/03/2006, 21:20

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