Por qué Le Pen, y no el amiguete de Aznar, va a ser el vencedor
Eduardo Arroyo
Sarkozy lo tiene reñido, pero todo le da como favorito en la segunda vuelta. No obstante, será el Front National el que triunfará: sus tesis y sus denuncias han calado en el discurso.
28 de abril de 2007. Las elecciones francesas parece, o casi lo parece, que tienen un seguro vencedor en la persona de Nicolas Sarkozy. Lamento mucho discrepar de la mayor parte de la derecha europea, en el sentido en que no creo ni mucho menos que Sarkozy sea el "candidato de Europa". Mucho menos que sea el candidato de la "Francia tradicional". Ello es así por dos razones. Ante todo, Nicolas Sárkozy es en Francia un extranjero, un símbolo de aquello en lo que se ha convertido la Francia de siempre. Su nombre completo es Nicolas Paul Stéphane Sarkozy de Nagybóscay y nació en París el 28 de enero de 1955. Su padre, Pál Sarkozy Nagybócsay, fue un aristócrata húngaro y su madre, Andrée Mallah, hija de un hombre de negocios, tenía raíces greco-judías. El viejo Pál, que no obtuvo la nacionalidad francesa hasta los años 70, se empeñó en que ninguno de sus tres hijos aprendiera ni la cultura, ni el idioma húngaros, así que los tres fueron bautizados por el rito católico y fueron educados según la tradición francesa.
Esta abjuración de las raíces está en el tuétano de lo que es realmente Nicolás Sarkozy y, por este motivo, el político conservador plantea su lucha por la identidad francesa en términos de mera adopción formal de costumbres superficiales. Supuesto campeón de la Francia tradicional, Sarkozy es la encarnación de esa idea cosmopolita según la cual cualquiera que lo desee puede convertirse en el meollo mismo de lo francés. Él es la prueba fehaciente para quienes consideran que la identidad no es otra cosa que un mero voluntarismo legalista.
En segundo lugar, Sarkozy es el hombre del eje Washington-Tel Aviv que, antes o después, reintegrará a Francia al redil de la política suicida anti-occidental del neoconservadurismo norteamericano.
Pero no es solo esto lo más importante que está sucediendo en Francia. El tremendamente ambicioso y dinámico Sarkozy ha sabido captar las inquietudes del electorado francés. Paradójicamente, en una Francia en crisis por la política multicultural de los sucesivos gobiernos franceses, que ha colocado al país al borde de la guerra racial, el Frente Nacional de Jean Marie Le Pen ha resultado duramente castigado. El líder del Frente Nacional se lamentaba diciendo: "Creía que los franceses estaban lo suficientemente descontentos con la situación actual pero me equivoqué".
Pero esto no es cierto y la paradoja que anunciábamos más arriba es aparente. El combate del Frente Nacional ha dado unos frutos que están más allá de la estúpida visión de los políticos electoreros y de la necedad endémica de miles de periodistas. Los temas históricos defendidos por Le Pen ya no son una simple advertencia marginalizada, fuera del debate real de la política francesa, sino el centro mismo de los que se discute. Cuestiones como la seguridad nacional, la cuestión de la identidad, los intereses nacionales frente a la amenaza de la mundialización son ahora defendidos por Royal, Bayrou y Sarkozy, que luchan denodadamente por compatibilizarlos con sus respectivos idearios.
Sin el lastre de una política mediática de acoso y derribo que ha padecido Le Pen, Sarkozy ha podido adentrarse en los feudos ideológicos del Frente Nacional en una jugada política que demuestra su habilidad y su audacia. Desde el proteccionismo a la lucha por la identidad, todos y cada uno de los temas del Frente Nacional han sido reformulados por Sarkozy en clave de normalidad liberal democrática.
Sin embargo, el talón de Aquiles de Sarkozy es que, en los términos históricos del debate político –aquellos en los que realmente se dirimen las cuestiones importantes-, no solo importa ganar elecciones sino ser auténticamente eficaz. El desastre de la sociedad multirracial en Francia o la agresión de la deslocalización a los trabajadores no podrán ser maquillados por mucho tiempo con inversiones millonarias o haciendo como que no existen. Si Sarkozy fracasa en solucionar, por ejemplo, la balcanización multiétnica del país, el pueblo francés demandará políticas que realmente solucionen aquellas cuestiones que de ningún modo quieren. Por ello es posible que Sarkozy se encuentre en el dilema de tener o no que renunciar a la "normalidad" política y sufrir un proceso de "lepenización", si es que quiere seguir contando con el apoyo de los franceses.
De momento, por los temas discutidos y por las tesis vencedoras, estas elecciones no son otra cosa que las elecciones del Frente Nacional. A los lectores de la derecha tradicional española, una prensa supuestamente afín les ha escamoteado la verdadera dimensión ideológica de lo sucedido en Francia, en parte por la cortedad de los periodistas y en parte porque la ideología dominante intenta ocultar a todo trance el rechazo popular a la sociedad multiétnica, que amparan tanto los políticos de izquierdas como los de derechas.
La democracia francesa ha conseguido, con el aplauso de todos los "demócratas" bienpensantes, que una fuerza política que oscila entre el 10 y el 20% del electorado carezca de representación en las instituciones. Una prueba más de que la democracia puede llegar a ser, más que una categoría política, un marchamo de normalidad enteramente formal e incluso a veces una simple estrategia de poder. Pero nada de esto ha podido impedir que, para un observador no superficial, la política del Frente Nacional adquiera una dimensión histórica capaz de poner en evidencia que los partidos "normales" existen al servicio de las crisis provocadas por la mundialización y para neutralizar los verdaderos anhelos del pueblo.
http://www.elsemanaldigital.com/arts/66717.asp?tt=
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